1956, the last epic of Cecil B. DeMille: "The Ten Commandments" ("Los Diez Mandamientos")
Un edicto de Seti I, cuyos sacerdotes le vaticinan el nacimiento de un
profeta que habrá de salvar al pueblo hebreo, ahora en esclavitud en la
ciudad vieja de Gosen por el poder de Egipto, ordena que todos los
primogénitos israelitas sean pasados a cuchillo.
Jocabed, una esclava hebrea de Gosen, viuda de Amram, pone a salvo a su primogénito recién nacido. En una cesta de mimbre lo desliza por el Nilo, y su pequeña hermana Miriam lo sigue. Casualmente, la cesta queda entre los juncos en la orilla del palacio de Seti, donde su hija Bitiah lamenta la pérdida reciente de su esposo, y el no haber tenido descendencia. De pronto, ve moverse algo entre los juncos. Abre la cesta y descubre al hermoso bebé entregado a las aguas. Lo recoge entusiasmada creyéndolo un regalo de los dioses. Pero Memnet, su esclava egipcia, recoge un trozo de manta
israelita que cubre al niño. Comprende que ha sido abandonado por una madre hebrea para salvarlo del edicto del faraón. Lo comunica a su ama, y ésta le hace jurar,
bajo pena de muerte, que jamás delatará lo allí sucedido. Memnet lo
jura pero esconde en su pecho la tela israelita. Bitiah le llamará Moisés, "salvado de las aguas", y la pequeña Miriam, viendo a salvo a su hermano, le propone que su madre, Jocabed, que ha perdido a su hijo, puede amamantarlo.
Moisés crecerá como
príncipe de Egipto, hijo de Bitiah y sobrino predilecto de Seti II, que
lo antepone a su arrogante hijo biológico Ramsés. En un día de júbilo
Moisés vuelve victorioso de su campaña en Ethiopía. Nefertari, princesa
de Egipto y ahijada de Sethi II que profesa un amor apasionado
por Moisés, lanza flores de bienvenida al héroe, impaciente por
recibirle en la Corte. Moisés es, pues, recibido con todos los honores
en la Corte, ante la admiración de Sethi y de Nefertari. El gran
caudillo Moisés muestra a su faraón todos los botines traídos de
Ethiopía, y presenta a los reyes ethiopes, ahora vasallos de Egipto.
Moisés acompañado de Baka el arquitecto construye una nueva ciudad para
su padre adoptivo. Durante el movimiento de los enormes bloques que son
conducidos hacia la monumental obra, una anciana de las que embrean los
rodillos de arrastre queda atrapada por el cinto de su túnica bajo la
piedra y se halla a punto de ser aplastada bajo el bloque. Lilia (objeto
del deseo lascivo del Datán jefe supervisor hebreo de los esclavos), es
la bella joven cuyo trabajo consiste en dar agua a sus congéneres en
esclavitud. Aterrorizada pide socorro a fin de salvar a la anciana.
Josué el tallador de imagenes en los muros ve lo sucedido y acude en
ayuda de Lilia, a quien ama profundamente, y de la vieja esclava atrapada.
Josué se enfrenta a la negativa de los capataces a que la
anciana pueda ser rescatada, y es aprehendido por los guardias. Jocabed,
la esclava por quien Lilia pide socorro conmina a la joven aguadora a
que corra a pedir ayuda al príncipe. Lilia exclama que Ramsés jamás la
escucharía. Pero Jocabed aduce que no se trata de Ramsés, sino de Moisés
que siempre ha mostrado cierta humanidad por los esclavos. Lilia corre
enfebrecida hacia la imperial sala donde Moisés y Baka dirigen las
obras. Baka se fija en la belleza de la joven, que ruega con gran
vehemencia al príncipe que tenga piedad.
Moisés se hace eco de ello y
acude hasta el bloque donde la anciana ha podido morir aplastada. "Se me
enganchó el cinto, mi señor", explica la esclava, a lo que Moisés,
desconocedor de que es a su verdadera madre a la que está salvando la
vida, corta el cinto, y decidido a mostrarse más comprensivo con los
hebreos, añade que aquel es un trabajo demasiado duro para personas
ancianas como ella.
Josué exclama que el hambre debilita y diezma cada día a sus hermanos hebreos. Moisés ironiza observando la fuerte silueta del joven, y que por ello no parece pasar demasiada hambre. Josué replica que los talladores de imágenes son bien cuidados por los faraones.
Ramsés se presenta en el lugar del conflicto y se opone a los razonamientos de Moisés, quien hace caso omiso de las dudas de su hermanastro y ordena que suelten a Josué. Con su ayuda, la de Lilia y otros muchos les conduce a los graneros sagrados para que el trigo allí almacenado sea distribuido a partir de entonces a los hambrientos esclavos israelita.
Seti discute con un sacerdote que debe elegir a su sucesor, que no puede ser otro que su hijo Ramsés. Pero Seti aduce que él es el único que debe decidir quien será su heredero al trono. Y Nefertari exclama que será Moises.
Con sus insidias, Ramsés se goza en acusar a Moisés de traición. Seti, su padre, lo escucha con incredulidad, y Nefertari, allí presente también, lo observa con una acostumbrada displicencia y rencor, dado que desde la infancia ha despreciado a Ramsés, a quien profesa un odio e inquina profundos, aunque al mismo tiempo se deleita en hacerle objeto constante de sus burlas. Ramsés insiste en que Moisés es un traidor que busca la lealtad de los hebreos para alzarse contra su faraón, y que cuanto está construyendo lo hace en su propio beneficio. Por ello mismo, ha concedido un día festivo a los esclavos de Gosen, entregándoles el trigo de los graneros sagrados del Templo.Cuando Seti se dispone a acudir a las obras de a ciudad a pedir una explicación plausibles a los hechos que cuenta Ramsés, Nefertari le llama serpiente venenosa, reprochándole furiosa el odio y la envidia que siente por su hermano Moisés. Pero luego se muestra falsamente complaciente con Ramsés, y le concede burlonamente el don de un beso, preguntándole con la misma sorna que a qué sabe lo que jamás será suyo. Ramsés despechado jura que algún día reinará sobre Egipto, que Nefertari será su esposa, y que entonces él la repudiará. Nefertari limpia el beso de su boca con irritación.
Seti,
una vez en la sala de obras, pide a Moisés una explicación plausible a
los hechos de que le acusa Ramsés, allí presente también, que juega a
poner un peso en una balanza cada vez que las reclamaciones de su padre
son afirmadas por Moisés. Seti insta a su sobrino repetidamente a que
demuestre con pruebas fehacientes la falsedad de las incriminaciones de
que ha sido objeto. Moisés aclara que los dioses no necesitan trigo, y
que los esclavos desnutridos no pueden hacer ladrillos (y deja caer uno
de ellos en la balanza de Ramsés, cuyo platillo se balancea de golpe a
favor de Moisés), y sigue afirmando con lógica que si se les alimenta y
se les concede un día de descanso, volverán al trabajo con nuevas
fuerzas recuperadas.
Cuando Seti comprueba la lealtad de Moisés, quien,
además, ha hecho tallar una imagen gigantesca de su padre adoptivo como
muestra de su lealtad, estatua que presidirá la ciudad que está
construyendo para él, la admiración y todos los plácemes del faraón se
encaminan ya directamente hacia el hijo de su hermana. Baka, ante el
despecho de Ramsés, ironiza que perderá su trono. Ramsés exclama que él
será el próximo faraón, y que la ciudad que están levantando para su
padre, será la capital de su reinado.
Mientras tanto, en palacio, Nefertari, feliz, hace sus preparativos para su próximo enlace con Moisés.
Pero la
esclava Memnet, que profesa todas sus simpatías por Ramsés, a quien ha
cuidado de niño, y por cuya estirpe verdadera deberá ser afirmado en el
trono como faraón de Egipto a la muerte de Seti, desprecia a Moisés por
cuya sangre no corre ni una gota de realeza, no siendo más que un hijo
de esclavos israelitas. Y ante el temor de que llegue a heredar el
sitial faraónico que no le pertenece, y sabiéndole favorito de Seti,
se muestra al mismo tiempo celosa del gran amor que Nefertari le
profesa. Moisés y Nefertari se hallan felizmente comprometidos.
Y Memnet
dispuesta a acabar con aquella unión que ella considera ilícita,
confiesa a la princesa el origen hebreo de Moisés, mostrándole la tela
que recubría su cuerpo de recién nacido cuando fue abandonado en el río y
Bitiah lo halló, obligándola a guardar silencio durante todos aquellos
años. Bitiah, a escondidas de su hermano, crió al niño que fue
amamantado en secreto y por orden de la princesa por una tal Jocabed, su
verdadera madre biológica. Una niña, hija de la israelita y hermana del
recién nacido abandonado a las aguas, la condujo hasta su casa en el
barrio de los esclavos de Gosen. Nefertari, ante la posibilidad de que
su amado Moisés conozca a sus verdaderos padres, Amram y Jocabed,
temerosa de que toda la pasión amorosa que siente por él pueda ser
motivo de perdición para ambos a causa de los chismes maliciosos de la
vieja Memnet, y que la balanza pueda inclinarse en favor de su odiado
hermanastro Ramsés, amenaza de muerte a la sierva si revela lo que
esconde, asegurando que a ella nada le importa de quien pueda ser hijo
el hombre que ama. Memnet replica que a ella quizás no le importe, pero a
Ramsés sí.
Nefertari acaba así con la vida de Memnet.
Nefertari abre las puertas a su amado Moisés dispuesta en todo momento a olvidar la historia de Memnet. Una esclava de
palacio se duele de la pérdida de la anciana sirvienta de palacio, que
al parecer ha caído por una alta galería (naturalmente empujada a
escondidas por la furia de Nefertari).
La princesa hace caso omiso de
lo sucedido, aduciendo que la muerte de una vieja esclava como Memnet
carece de importancia. Moisés, que se halla junto a ella, no puede
comprender que la que va a convertirse en su esposa no pueda sentir
piedad por su vieja sirvienta, que los cuidó de niños a ella y a Ramsés.
En uno de los escalones de la estancia ha caído la tela israelita que
escondía Memnet. Nefertari aduce que debe de tratarse de un trozo de
tela perdido allí por su esclava. Pero Moisés aclara que Memnet no era
israelita. Y es tal la presión que Moisés ejerce sobre Nefertari, que
ésta acaba confesándole la verdad. Ha asesinado a Memnet porque
aseguraba que Moisés no había nacido de la realeza egipcia, sino de una
pobre esclava israelita que lo depositó en el río con una cesta que
Bitiah recogió. Que fue criado como príncipe, y merced a ello y al amor
que le profesa Seti será el próximo faraón de Egipto. Nefertari
confiesa así una vez más su apasionado amor por Moisés.
Moisés, frente a
la exasperación de Nefertari, recurre a Bitiah. Su madre adoptiva le
asegura que todo lo que cuenta Memnet son absurdas patrañas de vieja, y
que pagará con su vida el haber divulgado tales mentiras. Moisés, tras
manifestar de nuevo el gran amor filial que siente por Bitiah, puesto
que eran sus ojos los que siempre le observaron con ternura desde su
cuna, puntualiza que Memnet ha muerto ya a manos de Nefertari. Y
dispuesto a desentrañar el misterio de su nacimiento espía los
movimientos de Bitiah.
Bitiah ordena que preparen su carruaje y correr a Gosen para impedir que Moisés siga averiguando su origen hebreo. Abandona el palacio con toda premura.
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