Admitamos, pues, una sustancia capaz
de promediar entre el mundo conocido, real, y los seres que lo habitamos. Unos
mundos superiores después de la muerte. Un fulgor, una transmisión fantasmal
que se revela a través de espacios luminosos, poblados de esos espíritus que
las criaturas humanas magnetizadas aseguran poder llegar a ver. Y para
consentir la existencia de esa virtud tenebrosa, será también necesario aceptar
la anuencia de los demonios, y mostrarse como víctimas propiciatorias de esos
supuestos aparecidos que ya quebraron el hilo sutil de la vida. Recorramos las
huellas que nos arrastran hasta el terror; aquéllas que jamás envejecen, porque
el terror posee un tránsito de mucho tiempo, atrapado por un eterno toque
helado. El terror fue y sigue siendo por tanto una visita tan inesperada y
rápida que, aunque mane de lo remoto y desconocido, siempre acontece como una
verdad palpable. Es una vieja calavera para la que no pasan los siglos. Y
aunque entre ella y nosotros medie un silencio, una distancia y una soledad, de
su mirada fría siempre brota un lamento que acaba por convertirse en una
emoción de pena y de miedo. Si observamos la huera profundidad de sus órbitas,
veremos que en ellas humea un incienso: el incienso de nuestra curiosidad. Una
exaltación que siempre va en aumento. ¿Descansarán esos ojos perdidos en la
aparición de un muerto? En otros cánticos y en otras lejanías las voces del
tiempo siempre han asegurado que los ejemplos de aparecidos son innumerables, y
que el temor a creer en ello, es el que conjura y ordena su llamamiento...
Cortinas que ondean lentamente al impulso de una brisa que se cuela por un
cristal roto, cirios que balancean sombras, roce ligero de una respiración,
cercanía de un ser impalpable, un último perfume ácido, una mirada desde una
vidriera, y por fin una sensación precisa de posesión... ¿Todo apariencia? ¡Qué
puede importar! De lo que se trata es de producirla.
Internarse
en el difícil terreno de la materialización fantasmal y concederle una
capacidad hipnótica sobrehumana no significa ofrendar causas y razones
lógicas que puedan hacer posible tan inquietante fenómeno. No obstante,
la imponente fuerza expresiva que lo impulsa puede llegar a convertirse
en toda una gesta dada la vehemente solemnidad que siempre conlleva el
dilema de la culpabilidad o inocencia, incluso después de la muerte. La
fascinación que ejerce este arsenal de imágenes oníricas frecuentado por
espíritus siempre ha jugado a inventar y experimentar atrevidos
recursos que naturalmente acabaron incorporándose de una manera lógica,
no siempre madura, al lenguaje cinematográfico habitual. Las riendas del
terror acabarían en consecuencia descubriendo audacias inesperadas a
los métodos expresivos y a la revolución estética impuesta por el
Séptimo Arte. Incluso se contagiaría en numerosas ocasiones de la fiebre
surrealista ya que el horror posee mucho del automatismo psíquico que
nos infligen los sueños y las pesadillas. Según André Bretón y luego Luis Buñuel
los senderos del horror (como los del humor, la paradoja, el erotismo y
la locura) deberían dinamitar los cánones ya establecidos por el arte
en cualesquiera de sus manifestaciones, y retornar a la que se considera
como "pureza" del ya referido automatismo psíquico, y con él a las
motivaciones irracionales del subconsciente. El surrealismo
necesariamente se inocularía así a los torrentes de imágenes oníricas
que suele ofrendar el terror porque esta especie de "fiebre" es la que
mejor imita el funcionamiento de la mente en estado de sueño o de "shock".
La herencia del surrealismo es fecunda. Su inquietante atractivo
resulta tan deslumbrante como malicioso. De sus muchas "atmósferas sin
contenido" no se desprende por lo general demasiada preocupación por el
mundo de los sentimientos (ya que teme derivar hacia el siempre eludido
melodrama), pero se obsesiona por imágenes impresionantes y
cautivadoras, y al no abocarse directamente hacia temas de decorativismo
social, se deja muchas veces conducir hacia el teatro del horror.
En 1961, Jack Clayton rehuiría
la vertiente dramática empleada en su primer film, para sorprender al
público europeo con su alucinante y modélica adaptación a la Pantalla
Grande de la sensacional novela de Henry James "The Turn of the Screw" ("Otra vuelta de tuerca"), titulada "The Innocents" ("Suspense"). Fue como indicó algún crítico: "Un
gran ejercicio de estilo donde las situaciones morbosas del puritanismo
y la represión sexual de la Inglaterra decimonónica, perfectamente
escenificadas por la gran interpretación de Deborah Kerr y de los jovencísimos Martin Stephens y Pamela Franklin, rebasaba lo patológico para penetrar en las fronteras inextricables de lo demoníaco". Estuvo coprotagonizada además por Peter Wyngarde y Megs Jenkins y Michael Redgrave.
La fascinación de la sordidez, del temperamento mórbido y del "suspense" conocerá, pues, aun rehuyendo la potencia corrosiva de los ya mencionados y también denominados "gustos surrealistoides" con sus cargas de denuncias a los mecanismos psicológicos que pueden arrastrar hasta la picota la debilidad y la vulnerabilidad de la sociedad, cualquiera que sea la época en la que se enclave, una vasta aceptación popular. El horror puede así, al contrario que el surrealismo y pese a hallar en él cierto sentido didáctico, complacerse en el "drama fatalista", en sucias interioridades que se cimientan en el escándalo y en la crueldad, el asesinato, e incluso en connotaciones necrofílicas; y hasta condimentar todo ello con sabrosos elementos sádicos y con evocaciones sobrenaturales dispuestas a buscar refugio en antiguos caserones en los que conceder nueva corporeidad a su protagonismo invisible. El horror puede vivir entre sueños extraordinarios y accidentadas aventuras de manifiesta anormalidad, sin dejar asimismo de alcanzar muchas veces cimas de elegancia y barroquismo, fantasías poéticas, y tesis rabiosamente intelectuales por entre las que se cuelan mágicas requisitorias a ese morbo surrealista que no renuncia tampoco a hurgar en las llagas más purulentas que conducen a la brutalidad y al crimen. El marco opresivo del horror posee así sus mareas de fango que salpican nuestra responsabilidad colectiva, la que hace posible que el hombre haya aprendido a matar; domina y deforma, aunque también denuncia, las ópticas morbosas que tantas veces aprueba la sociedad; goza "con todo candor" de los rituales macabros de la muerte; y asoma más allá del curso de la vida, al igual que si se tratara de una composición o poema trágico al "Nacer" y al "Morir". Es como si el miedo debiera imperiosamente aportar su voz de tentación onírica a este concierto universal, ilógico, irresponsable y cruel del que forma parte toda la humanidad.
HENRY JAMES: "THE TURN OF THE SCREW" ("OTRA VUELTA DE TUERCA")
La oscuridad total se impone a este difícil relato de Henry James. Se inmiscuye abusivamente en el planteamiento de un mito popular que jamás podrá ser demostrado: la existencia de fantasmas. Su esquema narrativo posee, pues, una estrategia fascinante: una realidad que juega con sus personajes, dos mujeres y dos niños, valiéndose del oportunismo desaprensivo en que nos envuelve e involucra la mentira. Una mentira que se aplica también, por medio de conflictivos "significantes y significados casi surrealistas" en los que nunca podremos llegar a creer, en explotar unos estudios de conductas y unas crisis de sentimientos, tanto infantiles como adultas, estimuladas en todo momento por el convencimiento de que para hallar cierto tipo de redención moral, probablemente tan imaginaria como innecesaria, resulte preciso recurrir a una no menos discutible investigación de incógnitas de origen fantasmal y a una nueva realidad apocalíptica pero indemostrable que se sirve del tradicional soporte de los ya indicados mitos subjetivistas del espiritismo.La novela, a través de su narradora, se constituye así en una visión impúdica de ciertas obsesiones íntimas que no dudan en erigirse en realidades que parecen perpetradas por la misma protagonista del relato: una institutriz que trata de introducirnos en una cotidianeidad formada por el estruendoso caos figurativo de una visión fantasmal que se sustrae a la muerte para distorsionar la vida de dos niños y el mundo que les rodea. El testimonio aportado por la institutriz puede resultar tan riguroso en su modalidad como morbosamente traumático-familiar. La naturaleza post mortem que impregna sus tristísimas y pesimistas reflexiones sobre la posesión sobrenatural en que supone se hallan atrapados sus educandos parece corroborar una especie de lucha protectora contra las siempre temidas formas de dolor, soledad e injusticia que asolan la existencia humana.Estos niños abandonados a su suerte por un tío que desea en todo momento no ser molestado, y que los ignorará por completo dejándoles en manos de una vieja ama de llaves, y elípticamente "aleccionados" en un principio por una institutriz y un criado de catadura más bien dudosa, reflejan en efecto esa visión melancólica y pesimista que siempre conlleva la orfandad, aunque, como en este caso, se trate de una "orfandad adinerada". Su última institutriz, no menos aislada del mundo, iniciará un itinerario hacia el amor posesivo por ambas criaturas que la habrá de llevar a identificar las presuntas conductas "inmorales" de unos niños que a todas luces nos son presentados como angelicales con posesiones revulsivas de sus anteriores servidores, ya fallecidos. Pero, dado que "en la realidad jamás tendrá cabida lo fantástico" (máxima surrealista), lo admirable de lo fantástico y de su simplicidad es que Henry James acabará por hacernos creer que ese mundo poblado de fantasmas es realmente una materialización psicológica presente tan sólo en la mente de la protagonista, que acabará trastornando en efecto, y con resultados demoledores, la pacífica e "inocentemente inquietante" existencia de sus pupilos.
[Nacido en New York, EE.UU., el 15 abril de 1843-Fallecido en Londres, el 28 de febrero de 1916 a la edad de 72 años]
Con "The Turn of
the Screw" ("Otra vuelta de tuerca"), escrita en 1898, se rige por impulsos irracionales e
incoherentes, excesivamente elaborados. Su novela prefigura, no
obstante, una originalidad de autoafirmación inquietante y fascinadora.
El peso impresionante que deslinda a su principal protagonista de la
realidad se adscribe con expresión afortunada, bien que no menos
trágica, y entre insólitas vibraciones de una estética literaria
violenta, a un esfuerzo híbrido de engañosos conformismos que se
entrelazan constantemente entre la verdad y la mentira capaces de
definir la tópica cultura decimonónica, convirtiéndola tan sólo en un
capricho morboso de autor. Un autor que contribuye, al parecer sin
querer compartirlo, con un manjar exquisito a nuestra hambre (en
especial en el siglo XIX) de "tiempos oscuros". Y sin erigirse en
testigo observador, se vale de lo que podríamos llamar "apaños y
eufemismos de una posible fabuladora" (la misma institutriz que vuelca
sobre el papel todas sus violentas emociones), para conseguir alertar
con revelaciones en las que con toda probabilidad no cree, el
aquilatamiento subjetivo de toda una sociedad lectora, cuya ingenuidad
no es prudente menospreciar, pero frente a la cual se pronuncia con un
enigmático documento sociológico que pueda abrir las puertas a todo tipo
de interpretaciones.
Miss. Giddens
posee esa sencillez de damisela tímida mas no recelosa en la que se
adivina una inmensa suavidad, ternura y devoción hacia el mundo
infantil. Alberga una esperanza: conseguir su primer trabajo como
institutriz. En respuesta a un anuncio asiste también a su primera
entrevista. Un despreocupado y adinerado caballero, tutor de sus dos
sobrinos, Miles y Flora, tras la muerte de sus padres en la India que
significan una gran carga para él y que por fallecimiento de su última
institutriz se hallan en aquellos momentos a cargo de un ama de llaves,
Mrs. Grose, doncella de su madre, en su propiedad
campestre en Bly, Essex. Una gran mansión familiar, lugar sano y seguro
para ambas criaturas. El extravagante caballero ofrece a la nueva
institutriz un gran salario que excede, para su sorpresa, a la modesta
aspiración de la educadora. Le anuncia que habrá de actuar con autoridad
suprema en Bly. Miles, enviado a la escuela tras la desaparición de su
anterior profesora, pasará con ellas sus vacaciones durante el verano.
El tío de los niños, finalmente, expone como condición primordial a la
nueva aspirante, Miss. Giddens, seducida por su generosidad
y entusiasmada tras haber logrado de forma tan sencilla sus ansiadas
expectativas, que jamás, bajo ningún concepto, deberá ser molestado, ni
mucho menos acudir a él, no quejarse ni escribirle. Recibirá todo el
dinero necesario de su abogado, pero deberá hacerse cargo de todo y
dejarle definitivamente tranquilo. Miss. Giddens emprende su marcha
hacia Bly. La naturaleza proclama ante ella, pese a la rigurosa tutela
que se le exige, el principio de una nueva vida; felices designios
llenos de promesas y desconocidas ternura.
"Recuerdo el principio de todo aquello como una sucesión de altibajos, un ir y venir de esperanzas y miedos... En este estado mental pasé las largas horas de sacudidas y bamboleos de la diligencia. Recuerdo la agradable impresión que me causó la amplia fachada de la casa; recuerdo el césped y las brillantes flores y el crujir de las ruedas sobre la gravilla y las densas copas de los árboles sobre las que los grajos graznaban y trazaban círculos en el dorado cielo. Inmediatamente apareció en la puerta, con una niña de la mano, una persona muy educada que me hizo una reverencia como si yo fuera la dueña de la casa o una distinguida visitante... Flora era la niña más hermosa que jamás hubiera visto. Y otra cosa que me agradó mucho fue lo bien que congenié con la señora Grose. Vigilar, enseñar, "formar" a la pequeña Flora sería probablemente la tarea de una vida feliz y útil... "Y el muchachito, ¿se parece a ella? ¿Es también tan notable?..." "Oh, señorita, es de lo más notable. ¡Si le parece bien ésta... entonces se sentirá entusiasmada con el señorito!"... "Bueno, para eso precisamente vine..., para sentirme entusiasmada" Todavía puedo ver el amplio rostro de la señora Grose al oír aquello. "Bueno, señorita, no es usted la primera..., y no será la última" "Tengo entendido que mi otro pupilo vuelve mañana"... "Mañana, no, el viernes, señorita..."
A Bly y a sus
escasos habitantes la ampara un paisaje privilegiado. Un pequeño lago en
el que se trenzan guirnaldas de verdura y sobre el que se vuelcan los
troncos de los álamos, un arrimo de muros entre grandes vidrieras que
glorifican de luz sus enormes salas decadentes, la promesa auxiliadora
de Mrs. Grose, la dulce ama de llaves; y, para acomodarse a tanta paz,
la gentileza infantil, irresistible en su avidez imaginativa y
entrañable, de la pequeña Flora. Miss Giddens teme no ser merecedora de
tanta abundancia. Bly, no obstante, vivió su misterio. Fue hollada por
las pisadas inquietas
y rotas de anteriores asalariados. Y en el hoy por hoy mantiene un
trastorno de pesadillas, de fiebres y convulsiones de las que el tiempo
no habla, pero que esconden un pulso fantasmagórico, unas presencias que
nunca duermen, uno mundo no arrepentido, de dolor y crueldad que jamás
muere. La llegada del segundo educando, el jovencito Miles, comporta
además de un tiemblo gozoso para ambas mujeres, un rigor que no se
acomoda a su encanto. Una expulsión por corrupción en sus disciplinas
escolares. Los adictos alumnos de Miss. Giddens poseen, no obstante,
un signo de gracia. La institutriz recibe de ellos una merced de
divinidad. Pero toda esa exaltación que inflama de amor a Miss. Giddens
por ambas criaturas se ve perseguida por un secreto de congojas y
trallazos de malignidad que gimen y ofrecen su presencia demoníaca
desesperadamente, volviendo a la tierra que ya no les pertenece,
imprecando su malévola presencia en el silencio de ambos huérfanos,
afirmando su posesión triunfal en la conciencia inocente de los niños.
"... Me hallaba frente a una magnificencia y una responsabilidad para las que no estaba preparada y en cuya presencia me hallé ahora un poco asustada, además de un poco orgullosa. Pensé que mi primer paso sería lograr, con las artes más gentiles que me fueran posibles, ganarme a la niña... Pasé el día con ella al aire libre. Flora tenía que ser la única que me mostrara el lugar. Lo hizo paso a paso y estancia por estancia y secreto por secreto, con una deliciosa charla infantil sobre todo lo que veíamos, lo cual dio como resultado que en media hora nos hubiéramos hecho grandes amigas... Mi pequeña guía, con su pelo dorado y su vestido azul, danzaba delante de mí doblando esquinas y recorriendo pasillos... Tuve la visión de un castillo romántico habitado por un rosado duende travieso... No; era una enorme, fea y antigua pero muy conveniente casa, en la cual tenía la impresión de que nos hallábamos casi tan perdidas como un puñado de pasajeros en un gran barco a la deriva. Y, sorprendentemente, ¡yo me hallaba al timón! Dos días más tarde, me dirigí con Flora a recibir, como había dicho la señora Grose, al señorito... Había recibido una carta para mí que, aunque escrita de la mano de mi patrón, y sólo contenía unas pocas palabras que acompañaban a otra carta, dirigida a él... Llevé la misiva hasta mi habitación, y sólo la leí justo antes de meterme en la cama. Me proporcionó dos noches sin dormir. Finalmente no pude resistirlo más y decidí abrir mi corazón a la señora Grose: "El niño ha sido expulsado de la escuela" Enrojeció visiblemente. "¿No lo van a admitir de nuevo?" "Lo rechazan tajantemente" Vi sus ojos llenarse de lágrimas. ¿Qué es lo que ha hecho?... "No entran en detalles. Simplemente expresan su pesar de que les sea imposible seguir teniéndole en su institución. Miles es una afrenta para los demás... Usted dijo que nunca había visto que fuera malo. Le gusta que sea travieso. Miles contamina... Corrompe... Es lo que dice la carta" "Tiene miedo de que la corrompa a usted?" Dejé de lado el asunto. "¿Como era la anterior institutriz? ¿Vio ella algo en el niño?" Pareció que la señora Grose intentaba ser concienzuda. "Bueno, señorita..., ella ya no está. No quiero contar historias"... "¿Murió aquí?..."
Bly, en efecto,
esconde palpitaciones vibrantes y recónditas, pulsaciones
fantasmagóricas de presencias agónicas que nadie puede evitar. Dos seres
desaparecidos: Peter Quint, antiguo criado y Miss. Jessel, la anterior
institutriz, capaces en su reciente pasado de transgredir todas las
medidas exactas de la ética, y que acabaron por sumergirse en un
torbellino abominable de perversiones, en un sensualismo que se
complacía, ante las miradas inocentes de los niños, en ofrendar todos
los matices más sádicos de cuanta grosera voluptuosidad puede rehuir la
plenitud exquisita
del verdadero amor. Ambos seres forman fragmentarias visiones
letárgicas que transitan en los aposentos y corredores, en el frío lago,
en las vibraciones tornasoladas de los jardines limítrofes, y en las
encarnaduras de las torrecillas enladrilladas de Bly, como sueños
malévolos que hubiesen dejado allí un surco de leyenda demoníaca. Miss.
Jessel acabó ahogada en el lago de la inmensa finca, Peter Quint fue
hallado muerto en una solitaria senda. Sus sombras, no obstante, han
vuelto a Bly.
El origen de unas voluntades perdidas en deleites de
perversión forjan semblanzas
de almas en pena, y tratan de renovar sus clamores innobles, el origen
de sus mórbidas voluntades, posesionándose de la juventud virginal de
Miles y Flora. Miss. Giddens se dispone a velar por la salvación de
ambos niños. Resiste el castigo que le infligen aquellas apariciones. Se
siente observada. Quint la pone a prueba: su imagen surge tras el vuelo
de los palomos en la cercana azotea, la aterroriza tras un ventanal. Miss. Jessel llora frente a ella en su antiguo escritorio, sala dedicada
a la enseñanza, y su negra imagen, lejos de la casona, despierta como
de una pesadilla, frente
a la ribera del lago, atrayendo la mirada de Flora de la que asoma una
enigmática sonrisa y un ceremonioso cántico de misteriosa complicidad.
Un acecho insaciable, una posesión silenciosa de dos nombres: Quint y
Jessel que empañan las horas felices en Bly, y que los niños jamás
mencionarán. Mas esa especie de tiniebla ávida de ambos espíritus
condenados ejercen nuevamente un mandato pecaminoso y tratan de
recuperar aquel espacio luminoso de lúbricas sensaciones que la muerte
les arrebató, imprimiendo en la naturaleza frágil de los niños el giro innoble,
ruin, vicioso y atormentador que frustró sus existencias y vivieron el
vértigo horrendo de una misteriosa y nunca aclarada tragedia de pasión y
muerte. Peter Quint y Miss. Jessel intentan de nuevo su asalto. ¿Mueven
a Miss. Giddens, mujer de moral sólida, extrañas crisis nerviosas, dado
su amor por Miles y Flora, de las que parecen desprenderse insondables
impulsiones por imaginar fenómenos que el vulgo suele atribuir a los
espíritus, dejándose arrastrar hacia algún tipo de neurosis visionaria,
corriendo así el riesgo de que sus afirmaciones pasen a ser únicamente
el inquietante testimonio de una conciencia que pueda haber perdido su
lucidez? Jamás lo sabremos. Miss. Giddens hace partícipe de todas sus
sospechas a la no menos aterrorizada ama de llaves, Mrs. Grose, quien
también aporta, como argumentos que ratifiquen los temores expresados
por la institutriz, el recuerdo sombrío y los actos nefandos llevados a
cabo en Bly por los fallecidos. La naturaleza fantasmagórica de Quint y
Miss. Jessel no constituyen, pues, una ilusión ni un mal sueño. ¿Puede
la codicia atormentadora del espíritu humano hallar de nuevo una esencia capaz
de provocar el terrorífico prodigio de la posesión? ¿Perciben los
poseídos esas imágenes sin reconocerlas en su interior como un
inextricable proceso físico que puede acabar por dominarlos y
destruirlos? El hecho es ya indiscutible para Miss. Giddens. Es
necesario enfrentar a los niños a ese principio fantasmal a que se
hallan unidos.
Miles y Flora lograrán liberarse únicamente de los
espíritus malignos que los poseen dando testimonio de su presencia y
reconociendo la esencia destructiva de los mismos.
"... Fue una tarde, durante el transcurso de mi hora personal; los niños se habían retirado, y yo había salido a dar mi paseo... ¡Estaba allí!, más allá del césped y en la parte superior de la torre a la cual, aquella misma mañana, me había conducido la pequeña Flora. Un hombre desconocido en un lugar solitario puede ser objeto de miedo para una mujer no muy habituada al mundo... Era como si, mientras miraba, todo el resto de la escena se viera sumida en un silencio mortal. Nos vimos enfrentados a través de la distancia el tiempo suficiente como para que yo me preguntara con intensidad quién era... Sí, mantuvo sus ojos intensamente fijos en mí, e incluso cuando se volvió siguió mirándome fijamente. Se dio la vuelta y desapareció... El rostro de la señora Grose había palidecido a medida que
yo hablaba: "Entonces, ¿lo conoce?" Intentó visiblemente contenerse.
"¿Lo conoce?"... "¡Peter Quint!",... el criado del amo, su ayuda de cámara, cuando él estaba aquí"... "¿Solo?"... "Bueno, con nosotros... a cargo de todo"... "¿Adónde se fue?" La expresión de la señora Grose se convirtió entonces en algo extraordinario. "!Dios sabe dónde! Murió"... "¿Murió?", casi chillé. Y expresó lo increíble: "Sí. El señor Quint está muerto"... Lo que acordamos aquella noche fue que creíamos que podíamos llevar aquella carga juntas; y yo ni siquiera estaba segura de que pese a su exención ella fuera a llevar la carga más ligera. Creo que entonces sabía muy bien, como sabría más tarde, que era capaz de enfrentarme
a cualquier cosa para proteger a mis pupilos... "Y el tiempo que
estuvieron con él, y su nombre, su presencia, su historia, lo que fuera.
Nunca han hecho la menor alusión a ello"... "Oh, la señorita no lo recuerda. Nunca ha oído hablar de ello ni lo ha sabido", pareció inmensamente asustada la señora Grove. "¿Las circunstancias de su muerte? Quizás no. Pero Miles debería recordarlo... Miles tendría
que saberlo"... "¡Oh, no intente hacerle hablar!", estalló la señora
Grose... Salí a pasear con Flora, habíamos dejado a Miles dentro, había
querido terminar un libro. Estábamos al borde del lago que llamábamos el mar de Azov. Me di cuenta de que al otro lado teníamos un espectador interesado. Había un objeto extraño a la vista, una figura cuyo derecho a estar allí cuestioné de forma instantánea y apasionada. Mi corazón se había detenido
por un instante con la incógnita y el terror de si Flora también lo
vería. Después de eso acudí de nuevo a la señora Grose: "¡Lo saben...,
es demasiado monstruoso: lo saben, lo saben!"... "¿Y qué demonios...?", capté su incredulidad mientras me abrazaba. "¡Todo lo que sabemos nosotras..., y Dios sabe cuántas cosas más! Hace dos horas, en el lago, Flora lo vio!"... "¿Se lo ha dicho ella?", jadeó. "Ni una palabra..., ese es el horror. ¡Se lo guardó para
ella! ¡Una niña de ocho años, esa niña!"... "Entonces, ¿cómo lo sabe
usted?"..."¡Yo estaba allí..., lo vi con mis propios ojos; vi que se
daba cuenta perfectamente"... "¿De él?"... "¡No, de ella! Apareció de repente, de donde sea que vienen"... "¿La señorita Jessel?"... "¡La señorita Jessel, sí. ¿No me cree?"... "¿Cómo puede estar usted segura?"... "Pregúnteselo a Flora...
¡ella está segura!... Pero dirá que no es ella,... ¡mentirá!"... De lo
que más me costaba librarme era de la cruel idea de que hubiera visto yo
lo que hubiera visto, Miles y Flora veían más..., cosas terribles e insospechables y que brotaban de terribles pasajes aterradores de relaciones en el pasado...
La siguiente revelación de la forma en que Flora se vio afectada me
sobresaltó mucho más. Nos hallábamos frente al lago: "¡Está allí, mi
pequeña cosa desgraciada, allí, allí, allí, y la ves tan bien como me
estás viendo a mí!"... "¡No sé lo que quiere decir. No veo a nadie.
No veo nada. Nunca lo he visto. Creo que es usted cruel. ¡No la
quiero!". Y entonces, tras pronunciar estas palabras, corrió hacia la
señora Grose y enterró en su falda su espantada carita. "¡Llévame lejos
de aquí, oh llévame lejos de ella!"... "¿De mí?", jadeé. "¡De usted..., de usted!", gritó... Miles, antes de sentarse, permaneció por un momento en pie con las manos en los bolsillos: "¿Es cierto, querida, que Flora está terriblemente enferma?"... "No tanto como para que no se encuentre ahora mejor. Londres le sentará bien. Bly ha dejado de convenirle."... "¿Bly empezó a sentarle mal de una forma
tan brusca?"... "Era algo que ya se veía venir"... "Entonces, ¿por qué
no se la llevó antes"... "El viaje disipará la influencia... y la
anulará"... "Bien, al fin estamos solos"... "Oh, más o menos". Imagino que mi sonrisa fue pálida. "No del todo. ¡Eso no nos gustaría!"... "No, supongo que no, por supuesto tenemos a los otros. Y bueno, creo que me alegro de que Bly me siente bien a mí... Se lo diré todo, querida. Quiero decir que le diré todo lo que quiera. Se quedará conmigo, y estaremos bien, y yo se lo diré todo, ... lo haré. Pero no ahora."... "¿Qué es lo que hacías en colegio?"... "Bueno, decía cosas!"... "¿Sólo eso?"... "Creyeron
que era suficiente"... "¿Para expulsarte?"... "Sí, era demasiado
malo"... Allí de nuevo contra el cristal, como para frustrar su
confesión y retrasar su respuesta, estaba el horrible autor de nuestra desgracia..., el blanco rostro de la condenación. Sentí un terrible vértigo. "¡No más, no más, no más!", le grité a mi visitante mientras intentaba apretar al niño contra mí. "¿Está ella aquí?, jadeó Miles. Entonces, mientras su extraña "ella" me hacía tambalear y, con un jadeo, le hacía eco: "¡La señorita Jessel, la señorita Jessel!", me empujó hacia atrás con una repentina furia... "¡No es la señorita Jessel! Pero está en la ventana, justo frente a nosotros. ¡Está aquí..., ese cobarde horror, aquí por última vez!" Miles se lanzó hacia mí con una feroz rabia, desconcertado, mirando en vano a todo su alrededor sin ver nada, pese a que ahora, para mis sentidos, su enorme y abrumadora presencia llenaba toda la habitación como el sabor de un veneno. "¿Es él?" Yo estaba tan decidida a obtener toda mi prueba
que me convertí en hielo para desafiarle. "¿A quién te refieres por
"él"?... "¡A Peter Quint..., diablesa!" Su rostro volvió a escrutar toda
la habitación, en una convulsa súplica. "¿Dónde?"... Todavía resuena en mis oídos aquella suprema mención del nombre."¿Qué importa ahora, cariño? ¿Qué importará nunca? ¡Te tengo!", le grité a la bestia, "pero él te ha perdido para siempre" Luego, para demostrar lo que había conseguido, le dije a Miles: "¡Aquí, aquí!"... Pero él ya se había dado la vuelta con una sacudida.
Dejó escapar el grito de una criatura lanzada al abismo, y la forma en
que lo sujeté hubiera podido ser para atraparlo en su caída. Lo cogí, sí, lo retuve..., puede imaginarse con qué pasión; pero al cabo de un minuto empecé a comprender qué era realmente lo que sostenía..."
[Nacido en East Sussex, U.K el 1 de marzo de 1921- Fallecido en Berkshire, U.K., el 26 de febrero de 1995 a la edad de 73 años]
Se inicia en "Alexander Korda's Denham Studios".
Durante la Segunda Guerra Mundial filma un famoso documental "Naples
is a Battlefield", 1944. Tras el final de la contienda se convierte en
productor asociado de muchos films de Korda. En 1956 su corto "The
Bespoke Overcoat" (basado en la narración corta de Nikolai Gogol "The Overcoat"), interpretado por Alfie Bass y David Kossoff, consigue un Oscar. Sitúa la historia del fantasmagórico
protagonista de Gogol, un infortunado judío, en el East End de Londres,
empleando magistralmente un encadenado de elementos sobrenaturales que
confieren un tono espectral y alucinante al relato.
En
1959, su primer largometraje importante "Room at the Top" (Un lugar en la cumbra"), basado en la
novela de John Braine, y magistralmente interpretada (tras la renuncia
de Vivien Leigh) por la actriz francesa Simone Signoret (que ganaría un
Oscar), y coprotogonizada por Laurence Harvey, Heather Sears, y Hermione Baddeley . consigue, además, otra nominación al mejor guión y al mejor
director. Tras esta gran experiencia, Clayton abriría nuevas sendas en
el difícil terreno del melodrama capaz de rehuir las formas
teatralizantes al uso. En dicho film aparece oportunamente un nuevo
agente dramático, el que a partir de entonces otorgaría a la creatividad
de Clayton su originalidad más celebrada: un brillante ejercicio de
estilo que encamina por primera vez al cine británico hacia un robusto
realismo que rehuye toda erótica-sofisticación de tono moralizante.
En
1961 adapta "The Turn of the Screw" ("Otra vuelta de tuerca") la famosa novela de Henry James con
el título de "The Innocents", interpretada por una inolvidable Deborah Kerr, además de Michael Redgrave, Meg Jenkins, y dos impresionmantes actores infantiles Martin Stephens y Pamnela Franklin. Truman Capote escribe un inolvidable
guión. El film provoca una auténtica conmoción estética. Utiliza
elementos fantásticos que, aunque deriven de la temática legendaria del
terror gótico, se valen al mismo tiempo de principios casi naturalistas
que no constituyen obstáculo alguno a la atmósfera inquietante y poética
del drama sobrenatural al que estamos asistiendo, ni a la exteriorizada
utilización del decorado como elemento psicológico para expresar, en su
acepción más epidérmica, la culpa, la pureza y la redención a través
del enérgico estimulante terrorífico en que se involucran sus
protagonistas, y cuya rigurosa composición plástica se inscribe en
insuperables recursos expresionistas a los que ya trataría de no
renunciar jamás. No obstante, estos virtuosos ejercicios de lenguaje
cinematográfico, siempre un tanto a remolque de la mejor literatura,
patrones que Clayton incorporaría impetuosamente en tan magnífica
adaptación, se desplazan hacia producciones mucho más comerciales,
débiles y mimadas por alientos menos revitalizadores de cuanta calidad
acompañara sus dos anteriores realizaciones.
"The Pumpkin Eater" ("Siempre estoy sola"), 1964, basada en una novela de
Penelope Mortimer, con grandes figuras de la interpretación Anne
Bancroft, James Mason, Peter Finch, y Maggie Smith con gran guión de Harold Pinter,
se inscribe imperiosamente en los componentes patéticos, en contraste
con el grado de realismo alcanzado por "Room at the Top", del más
sistemático y reiterado empleo del juego dramático amoroso en el que de
nuevo será la mujer la que alce la espada de su gran protagonismo (Anne
Bancroft fue nominada al Premio de la Academia y se hizo con el galardón
a la Mejor Interpretación en el Festival de Cannes de 1964),
convenientemente dosificado por la narrativa literaria o cinematográfica
que trate de erigirse en testimonio y reflejo de una realidad de gran
tradición: las un tanto apolilladas crónicas de relaciones
sentimentales.
Con "Our Mother House" ("A las nueve, cada noche"), de
1967, con Dirk Bogarde y la jovencísima Pamela Franklin (descubierta en
"The Innocents"), además de Louis Sheldon-Williams, y Mark Lester . Clayton trata de recuperar el itinerario brumoso y
sórdido del terror sobrenatural nacido de aquella su celebrada primera
experiencia, y que trata inútilmente de prolongar su pasada filiciación
expresionista.
Su convencional adaptación, en 1974, de la novela de
Scott Fitzgerald "The Great Gatsby" ("El gran Gatsby"), con Robert Redford, Mia Farrow, Bruce Dern, Karen Black, y Scott Wilson se tambalea en taquilla y es mal
acogida por la crítica. Hasta 1983 no vuelve a dirigir, y su siguiente film es "Something Wicked This Way Comes" ("El carnaval de las tinieblas"), con Jason Robards, Jonathan Pryce, Diane Ladd, Royal Dano, Vidal Peterson, y Shawn Carson, que tampoco alcanza el éxito esperado de público.
En 1987, cuenta con Maggie Smith para ofrecerle un gran papel en "The Lonely Passion of Judith Hearne" ("La solitaria pasión de Judith Hearne"), coprotagonizada por Bob Hoskins, Wendy Hiller, Marie Kean, e Ian McNeice, que sería su último largometraje para la Pantalla Grande. En 1992, dirige el telefilme "Memento Mori",de nuevo con Maggie Smith, Michael Horden, Cyril Cusack y Zoe Wanamaker.
Produjo varios films entre los que se contaron "Moulin Rouge", 1952, de John Huston; "The Good Die Young", 1954, de Lewis Gilbert.
Hallazgos
infantiles de una portentosa naturalidad interpretativa. Niños ante un
juguete nuevo y complicado: el Séptimo Arte. Personajes ambos que, en
manos de Jack Clayton, ofrendan fascinantes recursos creativos, repletos
de ingenio y espontaneidad. Un simbiosis entre el naturalismo más
expresivo y la superación más prodigiosa y prometedora del dinamismo
inventivo en la niñez al enfrentarse a la ubicuidad devoradora de la
cámara. Martin Stephens y Pamela Flanklin se transforman en auténticos
artífices de un majestuoso autodidactismo interpreativo en la infancia.
Los pequeños Miles y Flora, acogiéndonos a una frase mítica del cineasta
Ferdinand Zecca (1864-1947), "logran ser prodigiosamente realistas incluso en las escenas de truco"
Máxima expresión de la fórmula perversa sobre las incógnitas espiritistas. Sintetización
y conjugación de la inocencia frente al indefinible maleficio de una
posible posesión fantasmagórica. Técnica verista frente a la versátil
fascinación que el terror pueda ejercer en el espectador. Destrucción de
la razón frente a la pura gratuidad de tradiciones primitivas
emparentadas con seres demoníacos y sobrehumanos. Un deslumbrante rigor
gótico, cuya atmósfera opresiva nos magnetiza, y nos obliga a
reflexionar sobre la prédica moral ("¿Podemos a través de la mentira
erigirnos en los salvaguardadores del bien y del mal, sin saber jamás si
nos hallamos en el lado bueno o en el lado malo de sus fronteras?")
cuando ésta se acopla a las gónadas de la ficción. Impetuosidad
expresiva que acabará por convertirnos en víctimas de cuanta irrealidad
pueda conllevar el subjetivismo humano. ¡Modélica e imperecedera!