Evie nos ablanda el corazón. Su olfato se pierde, más allá de las altas tapias del sucio patio, en busca de las hojarascas invernales, como una delicia prometida de campos abandonados, esos descampados de piedras y serojas londinenses, que absorben los aromas de la ciudad entre las frías tribulaciones del poniente. Evie es hembra delirante y pródiga. Desbordante cuando bota del contento de escapar por una vieja calle traspasada de sol moribundo o por una llovizna que deja una gelatinosa humedad sobre el adoquinado empapado, y que adquiere ese color marino, como un sudor angustioso, glacial, que despiden los muelles del Támesis. Pero Evie es un estampido ardiente, sin más estorbo que el de la correa que la sujeta. Para ella la campiña miserable del viejo Londres posee un aliento de jardines rotundos y vegas dulces. Las carreras de Evie ponen una especie de elogio a la beldad de algunas criaturas, menospreciando en su irracionalidad las pesadumbres del mundo. Su alborozo ensalza la ciudad torva y desconocida. Como el joven pastor alemán inquieto que es, observa con ansiedad la frente ceñuda y pálida de su dueño, a quien poco a poco se le suaviza la faz. Todo huele a vestidos, a gente, a ciudad, a los profundos vahos, arrinconados como sollozos, entre los apretados callejones que se arrastran hasta el río. Pero Evie posee su planicie de verdes mortecinos, sus campos de lienzo viejo, entre los que todavía crujen los cardizales. Ama el viejo Londres suburbial que se recuesta, a través de los descampados, entre los remiendos de sus edificios ruinosos. Evie lo siente desde su patio. Tiene su olor que le llega como desde una colina donde floreciera la verde jugosidad de un santuario bucólico. Luego, tras el recreo, se resignará a su encierro. Posee Evie ese brillo dulce y turbio a la vez de pupilas socarronas, inteligentes. Sus ojos adivinan. Cuando desciende la incansable lluvia londinense, añora una mano de suavidad. Y cuando se queda sola parece recordar la felicidad de los campos abandonados. Son sus horas amargas y desesperadas frente a las hileras de ropas temblorosas tendidas en el patio, y contra las que ella arremete, asustada, sin entender esas ráfagas de prendas, que aúpan su carga o se arremolinan como pequeños navíos en el aire. Conoce Evie el cortejo de los suyos, añora al amo; en sus ladridos se traduce como un romance perdido. La atareada familia la oye sin querer entenderla. Pero Evie acecha ahora la imagen del huésped, que viene para ofrendarle un mohín de cariño, y ese dulce vagar entre la recóndita virtud que posee el viento. Y porque con él llega su día de plenitud, de gracias y malicias liberadoras.
J. R. ACKERLEY: "We Think the World of You"
Abordar temas tabús es materia que casi siempre sale airosa frente a las presiones comerciales más tentadoras y vendibles, y así los llamados "festivales de franqueza literarios" encuentran el mayor eco del éxito frente a la crítica, en especial dando preferencia a los problemas sexuales y conflictos morbosos. Si bordeamos piadosamente los años tenebrosos del Índice, serán muchos los libros capaces de pintar con hermosos colores hasta la más heterogénea macrocomunidad azotada por los eternos y mórbidos torbellinos de semiverdades y mentiras que modulan la existencia humana. Y si a esa densidad psicológica (llámese también impetuosidad o sutileza) abundante y variada de los macrocosmos humanos se le incluye, además de un divertido registro pirandeliano, un generoso aliento humanista por prolongar el ojo y el oído del hombre (en este caso, inmerso en una realidad pormenorizadora de ciertas pasiones ambiguas) hacia una exploración, más que antropológica, sociológica hacia el irracional mundo de los animales, eliminando en lo posible todo condicionamiento tradicionalista, J. R. Ackerley nos ofrenda, con una muy agradecible "objetividad integral", una de las experiencias más puras (o impuras para otros) de aproximación maximalista al eterno compañero del hombre en la tierra: el perro.
Dejé franca la senda a mi
egoísmo, sin ver la raíz de la miseria en mi corazón. Y olvidé la melodía quejumbrosa de este mundo, casi siempre roto en pedazos.
Fueron días huidizos en los que
mi voluntad erraba en presencia de otras realidades. Pero siempre supe que mi tiempo vagaba a la espera de una dádiva aún no concedida.
¿De qué habría servido tanta
lucha de horas perdidas, si me iba con las manos vacías? Pero qué sorpresa la mía cuando llegaste perdido, con tu dulce ternura vagabunda.
Y me miraste, aguardando una
limosna, rendido en tu viaje de amor. Si no te hubieses parado a mi puerta, jamás habría conocido la imagen de la perfección. [Kentauro]
Que duda cabe que "Ealing Studios" constituyó uno de los más estimulantes alientos en el desarrollo, crecimiento y andadura del espectacular desarrollo de la industria cinematográfica británica. Se catalogó a sí misma como el "Estudio Fílmico más antiguo del mundo". Localizada en Ealing, West London, su producción ofrendaría durante varias décadas un gran sentido de la funcionalidad expresiva y, en contrapartida, un virtuosismo inolvidable de la economía narrativa, expuestos en todo momento con agilidad, ritmo y coherencia endiablada. Coartados por los límites propios de la época, "Ealing" nace en 1902, cuando los films en blanco y negro se hacían entre huertos y descampados de los alrededores londinenses. Conocidos como "Will Barker Studios" en su primera andadura, 1896, Basil Dean, productor teatral, los adquiere en 1929 con el nombre de "Associated Talking Pictures", hasta que en 1931 acaban por denominarse "Ealing Studios". En 1938, Dean, que renuncia a ellos, es reemplazado por Michael Balcon de MGM. Para entonces los famosos "Studios" rebasan ya la cifra de 60 películas filmadas.
El inmenso éxito que acompañó a sus grandes comedias y pseudo-thrillers tuvo la virtud de transformar la vieja industria de cine europea en la que comenzaron a poner sus ojos los grandes "tycoons" o magnates hollywoodenses. Películas dotadas de una inconmensurable maestría en la planificación y el montaje, y de una pericia envidiable en la dirección de actores, se reveló como una impactante sombra, dado su excepcional sentido cinematográfico, sobre el gigantismo suntuoso del gran Hollywood. Dotadas sus películas de un ritmo prodigioso, rehuyendo la técnica teatral, y utilizando sabiamente la nueva dramaturgia visual: uso dramático o cómico del primer plano, hechizantes movimientos de cámara, inconmensurables acciones paralelas, efectos de montaje capaces de rehuir todos los folletinescos aspectos de la literatura Victoriana (muy utilizada por la reputada "Fábrica de Sueños Norteamericana", y, aunque en menor grado, realzada también por la celebre compañía cinematográfica británica de los hermanos Korda), hábiles guiones y genio intuitivo, lenguaje singular, inimitable, por ellos inventado, y una artesanía que fue capaz de no resumir jamás en cifras millonarias la importancia indiscutible, a mil años luz de cualquier subrayado de mediocridad, de sus obras, los films de "Ealing Studios" lograrían mitificarse como uno de los arquetipos artístico-cinematográficos más asombrosos de la época, alcanzando con su impacto imperecedero, imborrable, no tan sólo en Europa, sino también en Norteamérica, al más heterogéneo público internacional. Entre este lenguaje sencillo y antirretórico, directo y eficaz, sobresalen muy especialmente "Whisky Galore!", 1949, "Passport to Pimlico", 1949, "Kinds Hearts an Coronets" ("Ocho sentencias de muerte"), 1949, "The Lavender Hill Mob" ("Oro en barras"), 1951, "The Man in the White Suite" ("El hombre del traje blanco"), 1951, "The Titfield Thunderbolt" ("Los apuros de un pequeño tren"), 1953, y la inmemorial, sutil, vivaz, distinguida y divertidísima "The Ladykillers" ("El quinteto de la muerte"), 1955, dirigida por Alexander Mackendrick con un inolvidable reparto: un superlativo y caracterizado Alec Guinness, Cecil Parker, Katie Johnson, Herbert Lom, Peter Sellers, Danny Green, Frankie Howerd, y Jack Warner.
Edith Mepean, famosa periodista inglesa, afirmaría en "Picture Show Annual" de 1952: "Ealing Studios, en su empeño o plan de acción particularmente acumulado en una semilla por lo general polarizada hacia el jalón fundamental de la comicidad, ha sido capaz de inspirar y promover una edad de oro de la Comedia Británica, entre la que prevalece una visión provocativa y perspicaz de lo que se podría denominar como estructura psicológica de un fascinante "London Life", pero siempre desde una impagable perspectiva humana, capaz de rehuir cualquier repertorio vodevilesco en su temática, y distinguiéndola con los más atrayentes y vivaces reflejos que dan vida a films insólitos, de un ingenio desacostumbrado que permanecerán siempre como piezas imprescindibles en las programaciones cinematográficas futuras"
"Ealing Studios" jamás contrató a grandes intérpretes, quizás porque su mayor preocupación se centró en descubrir ella misma a cientos de nuevas y no menos colosales estrellas. Asimismo "Ealing" solemnizó la idea de redactar y aspirar a la creación de su propio mundo fílmico, alejado de otras influencias externas. Infinidad de grandes editores y directores abrieron su gran período de esplendor en "Ealing" intercambiando ambas disciplinas: la neutralidad actoral recién descubierta (Alec Guinness, Michael Redgrave, Peggy Mount, Terry Thomas, Dennis Price, Stanley Holloway, Margaret Rutherford, Robert Morley, Jack Hawkins, Peter Sellers, Wendy Hiller, Leslie Howard.
John Mills, Valerie Hobson, Trevor Howard y Celia Johnson, Martita Hunt, Jean Simmons, Robert Newton, Deborah Kerr, Ralph Richardson, Finlay Currie, Rex Harrison, Margaret Lockwood, James Mason, Stewart Granger, Phyllis Calvert, Vivien Leigh, Charles Laughton, etc.) o directiva (Anthony Asquith, Charles Chrichton, Basil Dearden, Carol Reed, Alexander Mackendrick), potenciadoras de grandes hallazgos artísticos (muchos de ellos más tarde solicitados por Hollywood), y el legado de sus privativas, patrimoniales, inspiraciones creativas y editoriales.
"Inmmaculately adapted, this is a self-effacing treasure" ("Inmaculadamente adaptada, es sin duda un imborrable tesoro") Sheila Benson (Los Ángeles Times)
A través de la ambigua personalidad de Frank Meadows (Alan Bates) oficinista de mediana edad, y de ese Londres sexualmente represivo de 1950, donde él creyó recoger su última promesa de felicidad por medio del afecto del joven Johnny (Gary Oldman) emanan sensaciones y vahos intermitentes, como si toda la ciudad, con una sola mirada, traspasara paredes y averiguara cuantos secretos mueven la rueda emocional de sus habitantes. Y lo más horrible es que son las ciudades las que parecen acabar por cansarse de sus moradores, y por más que ellos traten de elevarse por encima de las miserias de este mundo, jamás el ámbito gigantesco de las mismas obra en beneficio del ser humano, casi siempre juguete indigno del espíritu serio o del efecto frustrado que mueve su voluntad. Y por ello mismo acabará también indefectiblemente por degustar el énfasis del drama o las máximas perversas que tanto desprestigian la existencia, hasta convertirse en el autómata inventado por la ciudad... Johnny en prisión por robo con escalo recoge los fragmentos rotos de su vida uno por uno, y entre la incertidumbre y los lamentos, vence su ambigüedad sexual, y trata de juntar los dos extremos de su historia. Johnny es capaz de seducir de nuevo, y Frank Meadows se rinde a la evidencia. ¿Qué puede él reprochar a Johnny cuando los culpables de su situación no son más que Megan,(Frances Barber) su celosa mujer, Millie (Liz Smith) su madre, y Tom (Max Wall), su padrastro?
El deseo de tener esposa e hijos había dejado en suspenso su "amistad". Pero se arrepiente. No obstante, el objeto en cuestión es ahora Evie, su hermoso ejemplar de Pastor Alemán, toda ella un despliegue de fuerza, de agilidad, de belleza. Le preocupa... Megan la detesta. Y en el hogar de Millie, Evie es infeliz: "Muerde a menudo su correa... Alborota, pero Tom no es cruel con ella... No es un hombre malo. Tiene un gran corazón y la quiere {"Oh, yes, he thinks the world of her, he do"... "Just like your Johnny does of me!", said Frank, getting up"} Larga vacilación... ¡Evie, cómo si no hubiera otra cosa en el mundo! ¡Hablar de un perro cómo único eslabón entre ambos es como penetrar en una nueva sombra de encierro!
Pero en Evie, Frank hallará una familiaridad que empezará por encantarle. Evie posee, todavía intacta, esa gracia única del instante sencillo. Entre sus irracionales y luminosos ojos cree ver reflejada la arrepentida condescendencia de Johnny. Evie es portadora de esa lenidad que recoge y disciplina la fidelidad perdida del joven. En su imagen se deshiela la luna antigua de sus pasiones.
Johnny,
apenadamente, excluido ya, tras su libertad, de esa nueva fórmula de
intimidad que una vez amó, de esa porción de la belleza de Evie, observará a Frank
y a su encantador y ahora apaciguado Pastor Alemán, ya perdido para él;
espíritus sosegados entre el silencio estremecido de las arboledas de
Hyde Park.
Y entristecido, mientras sigue a Megan y a sus
hijos, cree hojear esas páginas con las que una vez soñó, y que, en
aquel instante, parecen definitivamente plasmadas en un tiempo brumoso
de la existencia. ¡Tanta preocupación por un perro! Y, no obstante, a Johnny, ya definitivamente apartado de Frank y Evie, la vida le parece ahora tan monótona...
[Nacido en Cheltenham, Gran Bretaña, el 10 de enero de 1947]
Alejado de cualquier índice de notoriedad, Gregg probablemente jamás ha deseado franquear el umbral condicionante de la excesiva creatividad. Su escasos trabajos artísticos no encajan con el arquetipo ideal que la pantalla exige a sus directores. Por consiguiente, como rehuyendo el fetichismo colectivo, resulta evidente que su proyección directiva parece vivir de forma anónima en sus contados films, como si se tratara de una "evasión" de la propia personalidad frente a la industrialización cinematográfica. "Scenester" ("escenarista") desconocido, se empleó en nuevos objetivos artísticos recurriendo a la TV. Sus primeros pasos en la pantalla tienen lugar a partir de 1982 con "Remembrance", con Gary Olmand, Roger Adamson, John Altman, Dawn Archibald, Sean Arnold, y Al Ashton. En 1983 produce y dirige para BBC "To the Lighthouse" ("Al faro"), fiel relato de la novela original de Virginia Woolf, con una perfecta ambientación de principios del siglo XX, Kenneth Branagh como protagonista principal, y coprotagonizada por Rosemary Harris, Michael Gough, Suzanne Bertish, y Lynsey Baxter. Y en cuya realización Gregg consigue crear, tras convertir el mar en su principal escenario, todo un manifiesto expresionista enmarcado en las tradicionales artes del espacio (montañas, praderas, campos de flores, cielo, nubes y mar) y artes del tiempo.
En 1986, dirige "Lamb", con Liam Neeson, Harry Towb, Hugh O'Conor, Ian Bannen, y Frances Tomelty. Sus series "Inspector Morse, Part 1, Part 2", 1991, "Guilty", 1993, y "Thief Takers", 1995, y "Unfinished Businees, TV Series", 1998, permanecen como sus últimas producciones en los circuitos de exhibición de la BBC Inglesa.
En su siguiente película "We Think the World of You" ("Te adoramos Evie"), 1988, interpretada por Alan Bates, Gary Olmand, Max Wall, Liz Smith, Frances Barber, y Betsy como Evie, adapta la única novela del editor J.R. Ackerley, que, descrita como "hugely funny" ("enormemente divertida") por el ·Glasgow Herald", y como "A fairy tale for adults" ("Un cuento de hadas para adultos") por el mismo autor de la misma; y que Ackerley subrayó como una evocativa culminación emocional en memoria de "my dog Tulip" ("mi perro Tulip"), se convertiría (obviando en lo posible las connotaciones homosexuales semi-autobiográficas del mismo Ackerley, cuya sombra se proyectan, quizás por primera vez, en la literatura inglesa), en un film fresco y espontáneo, un tanto ingenuo y regocijante, capaz de exponer con una sutileza poco común, una perspicaz intuición, y un inimaginable buceo en un nuevo campo de acción: el de los sentimientos y de las motivaciones internas que mueven a sus dos protagonistas masculinos (y que muchos enmarcarían en un "antojo simplemente grotesco") a exponer con una convicción enternecedora el conflicto psicológico que les crea su amor hacia un perro.
El film,
enriquecido por una sobriedad y gran matización expresiva de sus
principales intérpretes, y por una dinámica visual que se encaminaba de
nuevo por el sendero estético que animaran las brillantes creaciones de
"Ealing Studios", se
impuso con gran éxito en taquilla; la plástica inolvidable de "Ealing",
gran patrimonio del clasicismo antirretórico de la cinematografía
inglesa, reviviría a jirones en este apasionado romance hombre-perro. Un
público emocionado, espectador y habitante de los barrios bajos de
Londres donde se desarrolla la acción, siempre atraído por la ternura y
el amor a los animales, alentaría con su amor por este film un nuevo
acercamiento a un cine olvidado que otra vez (y como predispuesto a
agigantarse con el paso del tiempo) fue capaz de barajar dos esquemas
artísticos ya poco reputados en la década de los 80: la simplicidad
temática junto a la simplicidad estética.