La ciudad aparece tras el azul. Como trenzada en ese estado de inocencia que ofrecen, en un principio, casi todas las pequeñas comunidades norteamericanas, sin tránsito entorpecido, y como si, repentinamente, descendiera desde el anfiteatro aherrojado de un desconocido puente que recogen las amplias cristaleras del ómnibus viajero. Magnificencia de un Cinemascope que se abre ante el espectador como un gigantesco estrado con fondo perpetuo. Y tras ese silencio apretado, en el que sólo se recoge la vigilancia retraída del chófer, prorrumpe, con súbita firmeza, el lamento contrito de la extraordinaria banda sonora compuesta por Elmer Bernstein, que parece penetrar en en encierro del vehículo como una sombra de desaliento, de decaimiento, recelosa de las murmuraciones que han quedado más allá del viaje.
Un hombre (veterano de la II Guerra Mundial) y una mujer permanecen dormidos entre los asientos. Se vuelve el chófer: "¡Eh, soldado!... ¡Parkman! Me dijeron que le despertara cuando llegáramos a Parkman"... El soldado se despereza. Siente el desaliento que le reseca la boca, y una brusca conciencia de su cansancio.
Y en seguida, ella, que despierta con ese ademán aturdido de la obediencia esperanzada, pero que se sacude con su propia exclamación de sorpresa, como una llamada de socorro a su intimidad relegada. Y que se alza como una desconocida, de escasa sutileza parlanchina, ante la frialdad aturdida del soldado. Hay algo en sus hechuras adocenadas, en las caderas opulentas, en los pechos trémulos, en su rostro pintarrajeado: vestido, olor, risas... que prestan cierta claridad a sus demostraciones afectuosas hacia el soldado, y que a éste le imponen la prudencia necesaria para rechazarla.
He aquí el hombre que remonta el vuelo. Que arrepintiéndose del elocuente desenfreno a que lo llevara su borrachera nocturna, rehuye promesas. Que se muestra alternativamente irónico y amable, y que pone en manos de ella los "50 pavos" recompensadores del engaño. Y su adiós amistoso. Y he aquí la mujer, mundanal e infantil "doncellona" del noctambulismo, que se resigna, sabiéndose nuevamente rechazada. En la que no cabe la tonada lánguida de las enamoradas, y en cuyo rostro se entremezcla cierto aire de pena y de vaga satisfacción por la propina recibida.
Aunque con cierta involuntaria poesía, "Some Came Running" ("Como un torrente") llega a las pantallas como predispuesta a señalar esa especie de status nascens que ofrenda cualquier concepción artística básicamente nueva. Y no es que este espléndido melodrama, en el que sus protagonistas, en efecto, parecen querer vivir vertiginosamente, ofrezca una proyección de la existencia humana que no arrastre cuantas resonancias novelescas constituyen nuestro temario social del día a día, como exponente de los conflictos, o las, por lo general, poco dignificables tragedias vivenciales del hombre. Y que nada tienen de desbordantes cataratas de fantasías, y sí mucho de cuantos "seriales" (en todos sus estilos), aún hoy, siguen electrizando a las masas. Y que, por desgracia, en gran manera, constituyen un deplorable testimonio moral de las épocas en las que a cada uno nos toca vivir, y de una casi monstruosa concepción de este mundo en el que habitamos desde hace milenios.
Puesta en circulación por la "mal llamada" literatura naturalista norteamericana, James Jones, autor de la novela, se embarcó esta vez con peores resultados que otras veces en su temperamento realista. "Some Came Running" no ofrenda, pues, más que la luz artificial de un esfuerzo literario poco gratificante, pero que la película de Minnelli engrandece. Jones, que siempre pareció perseguir ese lema genérico de "la vida tal como es", avanzó a trancas y barrancas entre el más auténtico de los reclamos folletinescos, convirtiendo sus obras en anquilosadas piezas de museo, cuya enfática expresividad no iba más allá de los consabidos dramas de alcoholismo y de guerra, o del poder del dinero y de las más trasnochadas frustraciones amorosas.
Y que en aquella América inamovible en la esencialidad de su legado mundial, y como anclada en su "vanidad de vanidades", resultó incapaz de propagar aplausos o suscitar imitaciones en Europa, como es el caso de James Jones, cuya utilización del lenguaje literario más convencional fue polo poco atractivo de públicos incapaces de compartir aquella expectación literaria que participara de cierto furor cultural en Estados Unidos (a la que habría que sumar cientos de autores, hoy olvidados, a no ser porque el cine vistiera y recompensara sus ropajes, de escasos vuelos intelectuales, con las más afamadas consignas del momento: "Nuestra literatura de hoy, respetable y públicamente reconocida -en USA- es el gran cine de mañana").
El tantas veces engorroso manejo de los "manifiestos" siempre parece atreverse a desafiar las negras miserias humanas. Y pese a lo aparotoso de las exclusividades que acostumbran a detentar entre las sociedades que, frente a otras, pretenden esgrimir derechos póstumos, acaban por dejarnos para ello "sus hijos y hasta sus nietos". Las proclamas quedan ahí, por tanto, ¡hasta las más polvorientas!, con sus grandezas y sus mezquindades, al servicio de los intereses testimoniales del tiempo, porque siempre supieron salpicarnos con sus explosiones o pactar cuando creímos poder obtener algún beneficio a través de ellas. Los títulos de nobleza, según las crónicas históricas, siempre han nacido de las confabulaciones palaciegas. Los artificios nigromantes de la intriga tienen su origen en la mentira. Y del cine (al que la eximia actriz teatral Sarah Bernhardt llamaba, menospreciándolo, "esas ridículas pantomimas fotografiadas") surgió la remisión de las conjuras, de los contubernios, porque la pantalla ofrece sus propios tratamientos de distinción. Y porque el celuloide "llegó" para transfigurar hasta la más banal de las fábulas como por efecto de magia.
[Nacido Lester Anthony Minnelli, en Chicago, Illinois, EE.UU, el 28 de febrero de 1903-Fallecido en Beverly Hills, California, el 25 de julio de 1986 de enfermedad de Alzheimer y neumonía a la edad de 83 años]
El abuelo de Lester Anthony Minnelli (luego Vincente Minnelli) había sido un inmigrante siciliano. Su padre, Vincent Charles, y su madre, una canadiense francófona, Mina Mary Lalouette, formaron un grupo teatral, "The Minnelli Brothers' Tent Theater", que cruzó durante años el Medio Oeste de EE.UU. A pesar de todo el joven Lester cursó estudios en la Universidad de su ciudad de nacimiento. Hijo del mundo de la farándula, llegó a ser Director en el "Radio City Music Hall" de New York, y, hacia 1933, se especializó en musicales de Broadway. Arthur Freed lo introduce en Metro Goldwyn Mayer.
El gran éxito de "Meet Me In Sant Louis" ("Cita en St. Louis), 1944, con Judy Garland (su esposa), Margaret O'Brien, Mary Astor, Lucille Bremer, Tom Drake, Marjorie Main, Harry Davenport, y Leon Ames, le lanzan a alternar el gran show musical con inolvidables comedias.
Un año antes, en 1943, ya había dirigido su primer musical con actores de color: "Cabin in the Sky" ("Una cabaña en el cielo"), con Eddie “Rochester” Anderson, Ethel Waters, Kenneth Spencer, Lena Horne, y el gran Louis Armstrong.
Siguieron "The Pirate" ("El Pirata"), 1948, con Judy Garland, Gene Kelly, Walter Slezak, Gladys Cooper, Reginald Owen y George Zucco.
"An American in Paris" ("Un americano en París"), 1951, con Gene Kelly, Leslie Caron, Oscar Levant, Georges Guétary, y Nina Foch, "Brigadoon", 1954, con Gene Kelly, Cyd Charisse, Van Johnson, Elaine Stewart, Barry Jones.
"The Band Wagon" ("Melodías de Broadway 1955", con Fred Astaire, Cyd Charisse, Oscar Levant, Nanette Fabray, y Ava Gardner.
"Gigi", con Leslie Caron, Maurice Chevalier, Louis Jourdan, Hermione Gingold, y Jacques Bergerac, que le conseguiría el Oscar en 1958. Pero los extraordinarios recursos expresivos del gran Minnelli llegarían a convertirle en uno de los más monumentales pilares del cine dramático norteamericano.
Y, un año antes, 1957, "Designing Woman" ("Mi desconfiada esposa"), con Gregory Peck, Lauren Bacall, Dolores Gray, Tom Helmore, y Mickey Shaughnessy.
Decidido a cambiar de táctica y orientar sus películas hacia aquella vieja modalidad narrativa que comportara el límite temático de las emociones que suelen revolotear desde el romanticismo hasta la exasperación literaria del dramatismo en todas sus vertientes, el ya consagrado Minnelli sustituiría la esencia gráfico-melódica de sus innovadores "espectáculos cromáticos", explosiones del más formalista grisú que suponía la veta del género musical, y acabaría lanzándose obsesivamente por entre bombas de relojería hacia las metas estremecedoras que suponían los estallidos excitantes de la aventura melodramática. Desde las realidades de aspecto más folletinesco arrancadas de novelas (algunas de dudosa factura artística) hasta obras teatrales de gran renombre en Broadway, Minnelli fusionaría su propia concertación colorista a cuantas adaptaciones fílmicas se entregó Y si el espectador asistía boquiabierto a la esplendidez imaginativa de sus impecables espectáculos musicales, sus nuevos proyectos, más racionales, de nuevas dimensiones psicológicas, que polarizarían su producción hacia las ideas motrices del drama, exigiendo del público una mayor colaboración intelectual, así como una más exaltadora participación emotiva, reafirmarían en él un flamante lenguaje: "Es la calidad la que ha de seguir a la mercancía". Elemento innovador que supuso realizar un proyecto donde se muestra, también
por primera vez, las miserias de la propia industria cinematográfica,
"The Bad and the Beautiful" ("Cautivos del mal"), 1952, con Kirk Douglas, Lana Turner, Dick Powell, Walter Pidgeon, Barry Sullivan, Gloria Grahame (que conseguiría su único Oscar como actriz de reparto), y Gilbert Roland, rodado
en blanco y negro. Y también su incursión en el cine criminalista como "Undercurrent" ("Corrientes ocultas"), 1946, con Katharine Hepburn, Robert Taylor y Robert Mitchum. ( (Muy contrario al que encareciera el sátrapa Hays -basándose en la supuestamente maltratada moral norteamericana)
El salto cualitativo de Minnelli, que le convertiría en mito (se llegó a crear un ritual ejemplar, arquetípico, alrededor de su estilo -hasta el color: "el afamado rojo Minnelli", gran pilar de la idea como artista-), tantearía los centros nerviosos del espectador frente a un rosetón de amplia repercusión cromática, a través del cual sus personajes dejarían de ser símbolos abstractos o ideas materializadas por las coreografías musicales en que se desarrollaran con anterioridad, y pasarían a transformarse, por fin, en seres de carne y hueso, agitados por pasiones y sentimientos mucho más auténticos. Pero en él se tradujo también el principio mágico de la transferencia que mueve todos los resortes del arte. Su gran drama romántico (por primera vez adapta a un genio de la novelística mundial, el perfeccionista Gustave Flaubert) fue "Madame Bovary", 1949, con una extraordinaria, bellísima y neurótica Jennifer Jones, Louis Jourdan, Van Heflin, James Mason, Gladys Cooper, Gene Lockhart, Frank Allenby y el joven sueco Alf Kjellin (que aparecería anunciado con el nombre inglés de Christopher Kent) .
El salto cualitativo de Minnelli, que le convertiría en mito (se llegó a crear un ritual ejemplar, arquetípico, alrededor de su estilo -hasta el color: "el afamado rojo Minnelli", gran pilar de la idea como artista-), tantearía los centros nerviosos del espectador frente a un rosetón de amplia repercusión cromática, a través del cual sus personajes dejarían de ser símbolos abstractos o ideas materializadas por las coreografías musicales en que se desarrollaran con anterioridad, y pasarían a transformarse, por fin, en seres de carne y hueso, agitados por pasiones y sentimientos mucho más auténticos. Pero en él se tradujo también el principio mágico de la transferencia que mueve todos los resortes del arte. Su gran drama romántico (por primera vez adapta a un genio de la novelística mundial, el perfeccionista Gustave Flaubert) fue "Madame Bovary", 1949, con una extraordinaria, bellísima y neurótica Jennifer Jones, Louis Jourdan, Van Heflin, James Mason, Gladys Cooper, Gene Lockhart, Frank Allenby y el joven sueco Alf Kjellin (que aparecería anunciado con el nombre inglés de Christopher Kent) .
Al temperamento
lírico de sus obras, se le unió una inquietud experimental que en Minnelli
halló una de las formulaciones más ágiles y maduras frente a la
angulación y otros estéticos recursos técnicos que propugnara el
revolucionario formato de los años 50
"The Cobweb" ("La tela de araña"), 1955, con Richard Widmark, John Kerr, Lauren Bacall, Charles Boyer, Gloria Grahame, Susan Strasberg, Lillian Gish, Fray Way y Adele Jergens.
"Tea and Sympathy" ("Té y simpatía"), 1956, con una maravillosa Deborah Kerr, y John Kerr, (la primera vez que asoma en la pantalla el tema de la posible malentendida homosexualidad del protagonista masculino al que apodan "sister-boy" ("Mariquita") por preferir la compañía femenina en lugar de la masculina, compañeros de instituto más afectos al deporte que a la sana intelectualidad de la que él hace gala), Leif Erickson, Edward Andrews, Darryl Hickman, Norma Crane, y Dean Jones.
"Lust for Life" ("El loco de pelo rojo"), 1956, con un inenarrable Kirk Douglas, encarnando a Vincent Van Gogh, Anthony Quinn, (que conseguiría el Oscar al Mejor Actor de Reparto como Paul Gauguin) James Donald, Pamela Brown, y Everett Sloane.
"Some Came Running" ("Como un torrente"), 1959, con la más inolvidable de las interpretaciones de Shirley MacLaine, y Arthur Kennedy, Frank Sinatra, Dean Martin, Martha Hyer, Leora Dana y la gran recuperación de Nancy Gates, fueron destacables monumentos que, como piezas dramáticas en función de la polvareda polémica, admirativa o detractora que suscitaron, tuvieron, por lo menos, la virtud de instituir una magnífica, majestuosa y cromática obra narrativa en movimiento, un progreso descriptivo capaz de rebasar con mucho los híbridos recodos del cine-teatro, de producir en nuestra retina un choque óptico de indescriptible colorido entre geniales tomas de vista en movimiento, y desde toda clase de ángulos.
Ejemplos preclaros de la perspicaz intuición interna con que Minnelli trató de bucear en el esplendoroso campo que mueven las motivaciones íntimas de los sentimientos dramáticos, y que a veces pueden antojársenos simplemente desmesurados, los hallamos en el asesino de "Some Came Running", cuya amenazante figura se destaca en negro sobre el fondo rojo de las luces de la feria, que no cesan de girar, mientras los personajes van pasando del registro emocional a otro registro visual.
Y en la fusión, admirativa en extremo, del concepto pictórico de Minnelli con la mentalidad demencial del propio pintor holandés Vincent Van Gogh, en "Lust for Life". Y en las agudizadas o maniáticas incidencias particulares de cada protagonista, en "The Cobweb" o "Tea and Simpathy", orquestadas entre acciones alternativas, con perspectivas visuales muy diversas, como estampas fotografiadas en primer plano, mientras la cámara describe un movimiento vertiginoso, enloquecido, vengativo en sus intérpretes: una Gloria Grahame enfebrecida que condiciona su desengaño matrimonial a una especie de automatismo psíquico que la impele grotescamente a colocar a escondidas unas recargadas y odiosas cortinas en la sala de un manicomio que dirige su marido, Richard Widmark; John Kerr que se reafirma entre gritos, completamente desquiciado, en la sinrazón de su supuesta falta de virilidad, atormentado por la atmósfera tendenciosa, frívola, y subjetivista que le crean las carcajadas de una prostituta, mientras tiene que sufrir que en la puerta de su habitación en el instituto le esctriban "sister-boy" ("Mariquita")
Atrás quedaron dos deliciosas comedias familiares en blanco y negro como "Father of the Bride" ("El padre de la novia"), 1950, y "Father's Little Dividend" ("El padre es abuelo"), 1951, ambas con Spencer Tracy, Elizabeth Taylor, Joan Bennett, Leo G. Carroll, y Don Taylor.
Y las comedias "The Reluctant Debutante" ("Mamá nos complica la vida"), 1958, con Rex Harrison, la inolvidable y malograda Kay Kendall (fallecida en 1959) John Saxon, Sandra Dee, y Angela Lansbury. "Goodbye Charlie" ("Adios, Charlie"), 1964, con Debbie Reynolds, Tony Curtis, Pat Boone, Joanna Barnes, Ellen Burstyn, Walter Matthau y James Brolin.
Y
"The Courtship of Eddie's Father" ("El noviazgo del padre de Eddie"), 1963, con Glenn Ford, Shirley Jones, Stella Stevens, Dina Merrill, Roberta Sherwood, y con el debut del pequeño y futuro director cinematográfico Ron Howard.
Y el musical "Kismet" (Un extraño en el paraíso"), 1955, dirigido al alimón con Stanley Donen, con Howard Keel, Ann Blyth, Dolores Gray, Vic Damone, y Monty Woolley [remake del mismo título anterior dirigido en 1944, por William Dieterle, con Ronald Colman, Marlene Dietrich, James Craig, Edward Arnold, Hugh Herbert.
Y en 1960, "Bells Are Ringing" ("Suena el teléfono"), con la malograda Judy Holliday, (que fallecería en 1965) y Dean Martin, Fred Clark, y Eddie Foy Jr.
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Vincente Minnelli rodaría sus últimas películas: "Home from the Hill" ("Con él llegó el escándalo"), 1960, con Robert Mitchum, Eleanor Parker, George Peppard, George Hamilton, Luana Patten y Everett Sloane.
En 1962, una nueva y ambiciosa versión de "The Four Horsemen of the Apocalypse" ("Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis"), con un gran reparto de primeras figuras Glenn Ford, Ingrid Thulin, Paul Henreid, Charles Boyer, Yvette Mimieux, Paul Lukas, Karlheinz Böhm, y Lee J. Cobb.
Y "Nina", en 1976, con Ingrid Bergman, Liza Minnelli, Charles Boyer, Isabella Rossellini, y Tina Aumont.
Vincente Minnelli consiguió, con el respaldo de Arthur Freed, contratar a la por entonces rutilante Judy Garland (que había alcanzado la cumbre del éxito con "The wizard of Oz" ("El mago de Oz") en 1939) para su film "Meet me in Saint Louis", 1944. Contrajo matrimonio con la famosa actriz el 15 de junio de 1945, y en 1946 nacería la futura gran cantante y actriz Liza Minnelli. Tras el divorcio de la Garland en 1951, contraería tres matrimonios más: Georgette Magnani, febrero 1954-1957; Denise Radosavljev, diciembre1960-1971, y Lee Anderson, abril 1980-julio 1986, viuda por fallecimiento de Vincente Minnelli.