Uno de los vodeviles más enloquecidos que se recuerdan. Atreverse con él fue uno de los mayores retos del director teatral Peter Glenville (que ya se había atrevido con "Becket" -inolvidable, pese a ser teatro del más puro-, de Jean Anouilh, y "Verano y Humo" -que si hoy permanece en el recuerdo de muchos espectadores es por una Geraldine Page extraordinaria y exquisita- de Tennesee Williams) La película puede resultar desternillante para unos, e irritantemente absurda y falta de gracia para la mayoría de los que llegaron a verla.
Glenville se centra en recrear con auténtico placer, rayano en la más cursi de las horteradas, ese siglo XIX parisino, plagado de reprimidas y represoras apetencias sexuales, en las que colean los gordos más gordos y las gordas más gordas (el espectáculo de ninfas rellenitas, enfundada su desnudez en unas especies de pantys rosas- y que también recuerdan a los calzoncillos completísimos que usaran los cow-boys norteamericanos- que les llegan desde el cuello hasta los pies, moldeando sus chichas fofonas, y perseguidas por sátiros ansiosos de meterle mano a tanto michelín carnoso, o la de la fulana -madre de familia, como explica Guinnes a una asombrada y escandalizada Lollo- que bambolea sus redondeces en un columpio, como una vez hiciera Joan Collins, resulta, ciertamente, de lo más divertido, cutre y vodevilesco.
Todo el embrollo que se arma en el Hotel Paradiso, cuando Gina y Alec intentan llevar a cabo su escapada adúltera, con el Morley y Mr. MARTEEEEN, dando el latazo, saliendo y entrando de las habitaciones, las carreras de otra fulana gordísima, las niñatas insoportables, hijas del MARTEEEN, y los intentos de los dos protagonistas por huir del dicho hotelito, pueden, como ya se dijo, resultar sabrosos o insoportables. A pesar de todo, Alec Guinnes y Gina Lollobrigida son dos actores de lo más festivo, ocurrentes y chistosos a rabiar, lo mismo que el Morley. Cuando se ponen en plan jocoso, (es una visión del absurdo muy sui generis) resultan casi geniales.
Peggy Mount
Y para postre final, nos quedamos con la no menos oronda Peggy Mount, una esposa en plan Jantipa que trae al pobre Guinnes por la calle de la amargura. Oirla decir: "¡Has podido perderme!", y ver el rostro de imposible felicidad (si la hubiera perdido de verdad) del decepcionado cónyuge, es uno de los mejores, más amorales, y simpáticos propósitos a que nos aboca este enloquecido vodevil parisino. El tiberio final con que se enfrentan al adulterio no cometido, entre una sucesión de barbaridades lingüísticas y tartamudeantes en la que nadie asume nada frente a los hechos paralelos que han desfilado delante de las narices de unos, (y de otros no, claro está), es uno de las visiones más insólitas (y no menos ridículas) de lo que aquellos gallineros snobistas del XIX podían dar de sí. Insisto en que Peggy Mount domina el film.
Pero Gina Lollobrigida era un encanto cuando le entraba ese prurito, tan italiano, de la honradez supuestamente mancillada o puesta en entredicho. ¡Y tan bella! Alec Guinnes, siempre que quiso, fue un maestro indiscutible de la comicidad.
Robert Morley
Robert Morley fue el cómico más serio (después de Buster Keaton) que disfrutamos en el siglo XX. Glenville se montó una broma de amigos. ¿Supo hacerlo? Para unos sí, para otros no. Pero conste que la carne que puso en el asador fue de las mejores. Sólo por eso... Un valor añadido, aunque duela: ¡el doblaje es magnífico, y casi casi la enriquece! Pero únicamente para aquéllos que no les gusten las V.O.S. No obstante, siempre será preferible disfrutarla en inglés.
¡¡Ahí queda el vodevil para quienes quieran disfrutar de ese su mundillo disparatado e irracional!!
Reíd con esa cara tiznada de una Gina Lollobrigida graciosísima, un tanto olvidado ya su divismo hollywoodense. Y para la que, bien que no se parezca ya en nada a la irrepetible leñadora de "Pan amor y fantasía", siempre habrá un SOBRESALIENTE con mayúsculas.