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sábado, 1 de marzo de 2025

MAURICE -X Parte-

El resultado de estas "voluptuosas escaramuzas" liberadoras de los intransigentes arquetipos eróticos que durante siglos atormentaron la vida interior de un mundo socialmente monocorde y tan sólo familiarizado con lo que podría denominarse "psicología plana" en lo referente a las relaciones humanas, son aquí sincronizadas a la hora europea magistralmente en "Maurice" por la gran dirección cinematográfica de James Ivory. Su película derriba sutil y elegantemente el tabú del sexo entre dos hombres como lo podría haber hecho entre dos mujeres, y decide coronar la historia, lo mismo que hizo E. M. Forster en su novela, con un final feliz en el que el joven y desesperado Maurice se libera de ese veto tan expresamente prohibido por una intolerante y quizás no menos ambigua sociedad como fue la británica (y por extensión también gran parte de las del resto de Europa), como ya lo hizo con el genial dramaturgo Oscar Wilde, ahora ya inmersa en pleno siglo XX, y poco antes de la I Guerra Mundial. Forster ya fue considerado un autor especializado en asuntos "fuertes" como fueron casi todos sus libros: "Where Angels Fear to Tread" ("Donde los ángeles no se aventuran"), 1905, "A Room Whith a View" ("Una habitación con vistas"), 1908, "Howard's End" ("Regreso a Howard's End"), 1910, "A Passage to India" ("Pasaje a la India") 1924, y su "Maurice", escrita entre 1913 y 1914, pero cuya publicación el mismo Forster prohibió, y que no fue publicada, siguiendo su postrer dictado, hasta 1971, un año después de su fallecimiento, así como lo fue su novela realmente póstuma "Arctic Summer" ("Verano Ártico"), escrita también poco antes de 1914 y publicada en 1980 [Obra inacabada que también planteaba el choque entre dos mundos opuestos: la valentía instintiva del héroe tradicional junto a la tolerancia del hombre moderno, poniendo en tela de juicio la esencia misma del código caballeroso.  Martín Whitby, su protagonista, se embarca en un viaje a Italia con su esposa y suegra, y por un absurdo accidente cae debajo de un tren, y su rescate se debe a la rápida reacción de un joven soldado. Whitby, aunque no desea hacerlo, se siente obligado a agradecerle el haberle salvado la vida, e inicia una ambigua persecución del joven soldado. Sin embargo, los dos hombres difieren profundamente en perspectiva y opinión, y se produce entre ambos una separación irritante y grosera. Pero una vez de regreso en Inglaterra, Martin se encuentra con el soldado que lo llama con una urgente solicitud de ayuda. Forster la reanudó poco antes de morir y la obra quedó inconclusa, abriéndose así un horizonte de heterogéneas posibilidades a la curiosidad del lector. "Si Forster lo hubiera terminado, habría sido su mejor libro", escribió la critica británica de "El Guardian"] Las obras ya citadas anteriormente han tenido la suerte de ser magníficamente adaptadas cinematográficamente por James Ivory, Charles Sturridge y David Lean.  Maurice, el  joven personaje del libro y su adaptación a la pantalla, es, por tanto, un "producto" del  inexorable medio social casi decimonónico (todavía época británica "edwardiana" que se extendería desde 1901 a 1910) en que se halla inmerso. Ante él se abre así el gran trecho que va desde los barbilindos y seductores aventureros de románticas damiselas de antaño [a lo Walter Scott] hasta este cándido estudiante de Cambridge, nada rebelde, de mirada dulce y hermoso semblante, idóneo para pasar por víctima propiciatoria del correcto y burgués entorno social y familiar de su patriotera Inglaterra de principios de siglo. Y careciendo por completo de la llamada "furia de vivir" juvenil, será otro compañero de estudios, impulsivo, sofista, de firmes convicciones sensuales en el trato con otros hombres, adelantadas a su tiempo, aunque retrotrayéndose a la adelantada sociedad griega de Sócrates, Platón y Aristóteles, y que se siente como un inadaptado en ese baqueteado mundo generacional regido por la moral social y familiar más estricta, quien ponga al retraído Maurice ante un espejo de emociones ocultas donde por primera vez verá proyectado su auténtico "retrato íntimo y voluptuoso", hasta ese momento desconocido. El fenómeno es el mismo que puede tener lugar entre "chico ama a chica". Pero aquí el héroe juvenil, [desde su infancia atrapado en la red inquietante, irónica y desmitificadora del sexo tan respetado por encorsetadas generaciones de un púdico primitivismo paternalista, inglés, francés o de cualquier otra latitud europea] ha cambiado repentinamente de piel. Y para su inicial contento y posterior dolor pasional, cuando su tentador compañero "rebelde sin causa" lo abandona porque como dice "se ha vuelto normal", emprenderá una lucha existencial denodada frente a la conducta heterosexual que prevalece en la sociedad inglesa. Y desde un ventanal nocturno y en una noche solitaria, ante la sensualidad desplazada de Maurice, será un nuevo Hefestión quien ahora se atreverá a perder junto a él los últimos velos de misterio desmitificadores de la nueva sensualidad. Ya lo dijo el mismo Forster con todo desparpajo, "que si no, no me habría  molestado en escribir la novela". Es como si  Forster al escribir "Maurice" en vano hubiese querido ahondar en una de las tan jactanciosas simplicidades épicas de antaño para dar cabida a una nueva, tolerante y fresca ingenuidad con la que poner fin al monopolio concupiscente del ayer, gritándonos desde las páginas de su libro que los tiempos, para gusto de los que lo quieran ver o disgusto de quienes prefieran ignorarlo, si no han cambiado aún del todo están a punto de hacerlo. Y esto también es cine. (Texto de Kentauro) 






                     



MAURICE SE ENTREGA A UNA SEXUAL AFINIDAD SECRETA PERO DESEABLE Y POSITIVA CON EL JOVEN CRIADO ALEC SCUDDER DE PENDERSLEIGH PARK, RESIDENCIA DE CLIVE DURHAM.

"CONFIRMO VISITA PARA MAÑANA JUEVES. SUYO LASKER JONES"

"Antes de su segunda visita a Pendersleigh y después de haber recibido los reaccionarios consejos del doctor Barry, alboreó para Maurice una nueva esperanza, aunque vaga y desagradable. El socialmente condenado Lord Risley había hablado una vez, en sus días de Cambridge, de que un amigo suyo de las mismas tendencias uranistas llamado Cornwalls había sido hipnotizado.  Un médico le había dicho: "Vamos, vamos, tú no eres ningún eunuco". Y, ¡sorpresa!, había dejado de serlo. Maurice, a duras penas, tras indagar mucho, se procuró la dirección de aquella especie de taumaturgo hipnotizador, pero no suponía que pudiese obtener gran cosa de aquello; una entrevista con la ciencia del doctor Barry, aunque retrógrada, le parecía bastante. En Pendersleigh la actitud de Clive había resultado humillante, bochornosa, besándole la mano como si se tratase de un acto de misericordia. Si a ello le había movido darle a entender que comprendía lo dura que le estaba resultando ahora su vida desde que se separaron en el saloncito de su casa, el comportamiento de Clive aún le resultaba más mortificador, y casi le motivaba a despreciarle por sus convicciones y mentiras pasadas, y su aburguesamiento actual; y hasta el tono obsequioso, pero tan femenino e indagador, de Anne, pese a su cortesía, como flamante anfitriona de Pendersleigh, le resultaba ultrajante. Maurice ansiaba hacer cuanto estuviera en su mano para que la esencia del pasado y sus proporciones, que no lograba dispersar de su mente, pudieran dejar de seguir siendo una especie de centro de su vida. Clive había sido suyo durante tres años que ahora le parecían baldíos. Había tratado, sin embargo, de no mostrarse con la pareja ni demasiado serio ni demasiado áspero. Fue correcto con Anne, pero no podía dejar de recordar que, en los primeros albores de su apasionada avenencia, para aquel soñador del mundo griego, el platónico Clive, él había constituido todo su mundo, incluida la Acrópolis, creyéndose tan inmortal como Zeus y apto por ello para saltarse todas las reglas sociales de la intolerante moralidad de Inglaterra y sus tradicionalistas familias como la suya propia o la del mismo Clive. Y ahora tan sólo, aparte de una completa ruptura entre sus acciones públicas y privadas, se habían besado las manos cálidamente. Y Clive le dijo: "Sólo quería mostrarte que no he olvidado el pasado. Pero es cierto. No hablemos más de ello. ¿Te alegras de que acabe bien? En vez del lío del año pasado. Estamos en paz. Vuelve en cuanto puedas"" [Sólo había faltado que añadiese "lo idiotas que habíamos sido"] Clive se había convertido en un perfecto señor rural, a quién ahora tan sólo parecía importarle su partido de criquet. Todos los agravios contra la sociedad se habían desvanecido desde su matrimonio. Y Maurice  no podía por menos que menospreciar su cambio como de lagartija que se desprende de su piel, aunque tampoco podía odiarlo del todo. Pero veía ahora en el nuevo Clive como una especie de tosquedad prepotente, cuando, hablando de política, le oyó decir en el salón de Pendersleigh que los radicales no eran de fiar y que los socialistas eran unos dementes. Y Anne además lo había encontrado "brusco, pero encantador", como un regalo de bodas, ofreciéndole una flamante condición satisfactoria pero también humillante para Maurice... Y como despedida tras la visita, convencida de  que iba a entrevistarse con una posible novia, aún quiso seguir mostrándose tan indagadora como instintiva con  aquel: "Suerte. Me alegro de que no sea horrible" (Texto de Kentauro inspirado en E. M. Forster)  
"Cuando llegó en taxi al consultorio de Jones (Ben Kingsley), el caballero y anfitrión correspondía perfectamente a la idea de lo que, según él, debía ser un científico. Pálido y sin expresión, le saludó cortesmente: "Bien, señor Hall, ¿cuál es el problema?" Entonces la sensación de normalidad se hizo más firme. Maurice durante su larga lucha había olvidado lo que era el Amor, y no buscaba la felicidad, sino el reposo. El señor Jones leyó la declaración que Maurice traía. Esperaba no haberse equivocado acudiendo al consultorio donde Jones practicaba el hipnotismo. El extraño taumaturgo más que doctor, le dijo que no se había equivocado en absoluto, porque el setenta por ciento de sus pacientes eran de su tipo. Y cuando Maurice quiso saber cómo se llamaba su enfermedad, Jones respondió: "Homosexualidad congénita"
"Maurice dudó instante y aún quiso saber si se podría hacer algo contra aquel mal, y Jones le hizo tenderse en una camilla al uso y le contestó que sí, siempre que él accediera. Había que intentarlo"

 

"Jones empezó a hablarle moviendo su dedo índice frente al rostro de Maurice, que oía la voz del médico pero todavía no caía en trance. "Todavía no está dormido" "No, no lo estoy. Ahora casi" "¿Qué le parece el consultorio" "Es agradable" "Muy oscuro"

"Bastante" "¿Ve el cuadro de la pared de enfrente? Acérquese. Sr. Hall. Cuidado con la arruga de la alfombra" "¿Es grande la arruga?" "Puede saltarla" Maurice hizo un movimiento como si saltase" "Admirable", añadió Jones"

"¿Qué cree que representa el cuadro. ¿Quién está pintado? Es la Srta. Edna May" "Quiero ir con mi madre" Rió Maurice"
 

"Edna May es preciosa. Es muy atractiva" "A mí no me lo parece" "Qué poco galante. Sr Hall. Mire qué pelo más bonito" "Prefiero el pelo corto" "¿Por qué?" "Porque..." Maurice no pudo contestar y lanzó un sollozo"

 

"¿Ha averiguado algo?" "Acepta la sugestión. Ha visto un cuadro en una pared vacía" "Deme visita para otro día" "Llámeme dentro de 15 días"

 

"Haga ejercicio con moderación. Un poco de tenis. Pasee con la escopeta. Vuelva al campo" "Es absurdo hacer el viaje dos veces el mismo día"

                          REGRESO A PENDERSLEIGH

"A su vuelta , Maurice se encontró con que los jóvenes recién casados se iban para veinticuatro horas a causa de las elecciones. Se preocupaba ahora menos por Clive que Clive por él. Aquel beso en la mano había sido tan trivial y tan ñoño. Clive lo había preparado todo para irse pero no lo habría hecho, según decía, si hubiese sabido que Maurice regresaba. Pero por supuesto volvería para el partido de criquet. "¡Hola, amigo! Si que te has dado prisa", saludó Clive con ese tono campechano y despreocupado que ahora concedía a su recién restaurada amistad más "normalizada" con Maurice. "Nos vamos de campaña toda la noche. Lo siento" Maurice se veía obligado entonces a pasar la velada con la Sra. Durham madre y el reverendo Borenius que también estaba de visita, preocupado por si los criados estaban "confirmados", en especial el joven Alec Scudder que pronto iba a emigrar de Inglaterra a Argentina, y Borenius se enfrentaba al dilema cristiano de que quizás no podría confirmar al muchacho a tiempo de que zarpara de Londres: "Sra. Durham, aunque lograra convencer al obispo, no podría confirmarle antes de zarpar". La madre de Clive y Borenius saludaron entonces a Maurice que acaba de presentarse en el salón: "Sr Hall". "Ah, Sr. Hall" "Simcox nos ha avisado. Llega a tiempo para cenar. ¿Ha  ido bien su viaje?" "Aún está por ver" Y con el clásico snobismo de la clase burguesa la sra. Durham indicó: "El esmoquin será suficiente. Sólo seremos tres"
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"Sentía una anormal inquietud. La lluvia había cesado mientras estuvo en la ciudad y quiso dar un paseo al atardecer y contemplar la puesta de sol. Le gustaba estar allí, al aire libre. No, él no era ahora el mismo. Se había iniciado sin duda alguna un reajuste en su ser, y todo se debía al señor Lasker Jones. Mientras paseaba, oyó un ruido, encendió un cigarrillo, y apareció Alec Scudder, el joven al que había reñido por la mañana"
"Perdone, señor, ¿saldrá de caza mañana?", preguntó el muchacho".
 
 
"No. No, tenemos el partido de criquet" "Siento no haberles dado completa satisfacción a usted y al señor London" se excusó Scudder. "No te preocupes"

 
 
"Lo de cenar con esmoquin- no frac, porque sólo serían tres-. y aunque Maurice había respetado tales nimiedades durante años, las encontró de pronto ridículas. ¿Qué importaba la ropa si uno tenía su comida, y los demás eran personas respetables? ¡Qué cursi parecía la señora Durham! Era Clive con la vitalidad agotada. Y el reverendo Borenius... ¡Qué absurdo con sus obsesiones católicas! Por menospreciar a todos los eclesiásticos, Maurice había prestado escasa atención a aquél. Durante la cena lo primero que salió a  colación fué el tema de Alec Scudder que pronto emigraría a Argentina: "Scudder se lo ha notificado a Clive", comentó la sra. Durham. "Su hermano le ha encontrado empleo en la Argentina y le paga el pasaje" Simcox se dirigió a Maurice: "Perdone, señor. El guarda pregunta si ordena algo más""Le he visto antes. Nada, gracias" "Mañana es el partido. Me pregunta si querrá bañarse  entre juego y juego. Ha sacado el bote" Intervino el reverendo Borenius: "Dígale a Scudder que luego hablaré con él" "Muy bien. señor"
 
"Alec Scudder, según acostumbraba cada noche andaba rondando por el exterior. Maurice también salió de nuevo a pasear un rato por el jardín. La comida y el vino le habían excitado y pensaba, con cierta inconsecuencia. Los olores lo invadían todo aquella noche, pese al frío. Y Maurice siguió por el jardín, como recogido en el secreto íntimo y excitante que proporcionaba la oscuridad.. De nuevo oyó el circunspecto: "Buenas noches"
 
"Era el joven Scudder, y Maurice, sintiéndose amistoso con el guarda, replicó: "Scudder. Buenas noches"


 
 
"Bien. Buena suerte" "Gracias, señor. Me resulta extraño" "A la Argentina" "Así es señor. ¿Ha estado allí, señor?", se interesó Scudder"

"Tras las buenas noches recíprocas, Scudder volvió a la sala de caza. Allí estaba Simcox dispuesto a marcharse: "Me voy, pues. A ver qué tal mañana. Estamos al capricho del Sr. Hall" "Es un caballero"
"Había sido un encuentro intrascendente, sin embargo, tanto Scudder como Maurice parecían haber armonizado con la oscuridad, con la tranquilidad de la hora. Y al irse, a Maurice le siguió una sensación de bienestar que permaneció en él hasta que alcanzó la casa. Más una vez en la cama, Maurice volvió a sufrir el insomnio que le había estado acometiendo durante casi todo el año. Los sucesos de las últimas doce horas le habían excitado y se debatían en su mente. Y Pendersleigh, en lugar de adormecerle parecía más estimulante que ningún otro lugar. Imágenes que no había visto se proyectaban en su mente: se veía junto aquella Srta. Edna May asidos los dos de la mano y en el diván-camilla  del Sr. Lasker, que seguía moviendo su dedo índice ante ambos; y luego achicando el agua de lluvia de un bote. No cesaba de moverse creyéndose medio dormido. ¡Ah, quién pudiera escapar de aquello! Estaba realmente dormido cuando se incorporó y corrió las cortinas con el grito silencioso repitiéndose incansable en su mente: "¡Ven!". El acto le despertó. Se estremeció. Scudder que había estado reparando el techo había dejado apoyada la escalera en el antepecho de la ventana. La abrió y escapó de la habitación como un felino que huyera de una jaula, situándose en el citado antepecho, agarró la escalera y la balanceó un par de veces como si efectuara una extraña señal dirigida hacia las sombras. Volvió a sentir una angustiosa ansiedad física que incluía pasión en lugar de la tan ansiada paz que creía haber recobrado tras la visita al hipnotizador Sr. Lasker. La noche bajo un cielo majestuosamente estrellado, era demasiado fría para hallarse medio desnudo en el antepecho. No tuvo más remedio que renunciar a aquella bobada, y volver a la cama"
 
 
"Pero una vez dentro, soñó un pequeño ruido, un ruido tan íntimo que podría haber sonado dentro de su propio cuerpo. Entonces observó que la parte superior de la escalera se balanceaba. La cabeza y los hombros de un hombre brotaron, pausadamente, y vio que con todo cuidado alguien a quien apenas podía distinguir, avanzaba hacia él"

  "Y que apoyándose junto a su cuerpo murmuraba: "¿Me ha llamado, señor"
"Lo sé, señor. No se preocupe. Lo sé. Vamos. Tiéndase"" Y que las manos de aquel hombre le acariciaron. ¡Ah sorpresa! Era como si su llamada silenciosa hubiera sido atendida, y el atractivo muchacho que sin duda era Alec Scudder la hubiera escuchado en la penumbra nocturna y llegase en su auxilio, y que sus manos le acariciaban para calmar su ansiedad" 
(Texto completo de Kentauro inspirado en E.M Forster)

"Dicen que los caballeros lo hacen así. Parece más natural no meter la cabeza bajo el agua. Es ahogarse antes de tiempo. Uno enfermaba si no se mojaba el pelo"

 
"Apareció Simcox con el desayuno, y Maurice se acurrucó con placer en la cama. "Hermoso día... para el partido", comentó Simcox. "Por fin se han llevado la escalera. Ya era hora"
"Dígame. ¿Qué ropa quiere ponerse? ¿Los pantalones de criquet ya? Bien. ¡Ah, señor. Como el Sr. Durham no está, los criados pensamos que nos honraría siendo nuestro capitán en el partido" "No soy buen jugador. ¿Quién es el mejor bateador?" "El ayudante del guarda, señor. Scudder, señor" "Pues que sea el capitán"


 

 

 

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