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domingo, 2 de marzo de 2025

MAURICE -Final-

 

Que “Maurice”, modelo extraordinario de adaptación cinematográfica de una no menos magnífica novela, quedará siempre en la memoria de todos los públicos de ambos sexos que la aplaudieron en su momento no hay por qué dudarlo. No en vano consiguió el León de Plata al Mejor Director James Ivory en el Festival de Venecia de 1987, James Wilby y Hugh Grant fueron también premiados con el mismo galardón a los Mejores Actores, y Richard Robbins por su maravilloso e inolvidable Sound-Track a la Mejor Música., Que Hollywood le negara el merecido Oscar, y humildemente tan sólo se atreviera a premiar el Vestuario, suena a la incapacidad de sus académicos, como señaló cierta crítica, a adentrarse en “la casa del espíritu” (o quizás también, inexplicablemente, por un absurdo temor a chocar con ciertas actitudes de la etapa de los 80 tan puritanas como las que imperaron en la sociedad británica que nos muestra la película). Pese a todo, este film majestuosamente bello de James Ivory, al pasar de la página a la pantalla, fue capaz de mostrar con una elegancia y perfección inigualable los pliegues más profundos y fascinantes de la conciencia, y recorrer con un planteamiento magistral un medio hostil incapaz de aceptar cualquier intento de “cambio sexual” y sus afinidades secretas, hoy finalmente superadas. El tándem Merchant-Yvory ha sido siempre el de cineastas de aliento poderoso, cuyas exposiciones no han excluido jamás un alto registro lírico, de impactante impetuosidad expresiva y de sutilezas psicológicas inspiradas por lo general en un gratificante y  generoso aliento humanista. Así, el descubrimiento de su verdadero Yo que lleva a cabo el personaje central Maurice, admitiendo su auténtica condición sexual y dejando finalmente tras él su mundo de comodidad para adentrarse junto a un inesperado compañero sentimental de clase baja que, a través de ese positivismo sexual prohibido, también lo acepta sin reservas, y que habrá de llevarlos -a ambos-, con total seguridad, a la más dura de las repulsas sociales, es, en este último tramo de la película, un portentoso "final feliz"; un elogio tan antológico al Amor como pudiera serlo el de tantos “love storys” como han recorrido libros y cine. Ambos personajes, al alejarse del gigantesco hormigueo humano de tres sociedades, la pudiente, la media y la más baja, que jamás dejarán de lado toda sistematización e importancia cualitativa de ese Amor homosexual socialmente imposible, tan anatematizado como inaceptable, muestran también una conmovedora y honesta voluntad de ofrecer, con su unión sin reservas, un  flamante testimonio social que habrá de enfrentarlos a una total reprobación del mundo contra el que se rebelan emocionalmente. Y bastará con que el clasista y regenerado Clive Durham, que una vez abrió su ventana al paso de gigante de su antiguo y en un principio “resistente” compañero sentimental, la cierre ahora -quizás con nostálgica desolación- al ex-resistente Maurice dispuesto a conceder un nuevo curso sexual a su vida, que hace que unos nazcan a una insólita realidad y que otros mueran frente a ella. (Texto de Kentauro)






                     





"Maurice recibió el escrito personal del joven Scudder en su casa de Londres. Había en él una frase en la que se detuvo olvidando todas las demás, fue: "Yo tengo la llave". Aquello sugería un total peligro, y a la luz de esto interpretó toda la carta. "Si vas estás perdido, si contestas tu carta será usada para presionarte. Te hallas en una desdichada situación, pero tienes una ventaja: él no tiene absolutamente nada escrito por ti, y va a abandonar Inglaterra dentro de tres días. Escóndete y aguarda que pase todo" Los hijos de los carniceros y las demás personas por el estilo aparentan ser inocentes y cordiales, pero leen las reseñas policíacas, saben... Si volvía a dar señales de vida debía consultar a un abogado de confianza, del mismo modo que acudía a Lasker Jones para resolver sus problemas emocionales. Había sido muy estúpido, pero si jugaba cuidadosamente sus cartas en los días siguientes podía salir a flote. Lo primero que hizo aquella mañana fue acudir de nuevo a la consulta del hipnotista Sr. Jones. Una vez en el diván-camilla de Jones, la mente de Maurice  no lograba caer en trance: "No se resista, debe colaborar" "No me resisto", aseguró Maurice. "Está menos receptivo. No abandone" "No lo pretendo. ¿Cree que no tengo remedio?" "A los de su clase se los condenaba a muerte. Le aconsejaría que se fuera a otro país. A Francia, a Italia, donde la homosexualidad no sea delito" "¿Ocurrirá eso aquí?" "Inglaterra siempre ha estado poco dispuesta a aceptar la naturaleza humana"  "No le he dicho toda la verdad", confesó Maurice. "¿No, señor Hall?"
"Desde mi última visita he tenido un tropiezo con un guarda. Temo que me chantajee. tiene astucia para hacerlo. Quizá eso me impida caer en trance. Me ha enviado una carta"


 

"Léala" "Venga al embarcadero. Tengo la llave. Le abriré" "Tendrá un duplicado. Y un cómplice esperando" "Desde el partido, deseo abrazarle, y estar con usted. Lo anterior es más dulce que las palabras. Escríbame si no va a venir, pues no puedo dormir. Venga sin falta al embarcadero mañana por la noche. Suyo afectísimo, Alec Scudder. Guarda de C. Durham. Squire" "Estoy sobre un volcán"

"No tiene cultura, pero me ha atrapado. ¿Cree que me denunciará? "No sé de leyes, pregunte a su abogado" Maurice oye un ruido de carreras y juegos, y Jones le indica que son sus hijos que juegan en la parte de arriba del salón. "¿Cómo lo supo un campesino como él? ¿Por qué apareció cuando yo estaba tan débil?", se pregunta Maurice. Jones, en un gesto amistoso hacia su paciente, quema la carta de Scudder"



 
 
 
"Alec decidió viajar a Londres para encontrarse con Maurice, ya que no había recibido ninguna contestación a su escrito. Sabía la dirección de su oficina y estaba dispuesto a presentarse en la misma. No iba ya vestido de pana, sino con un traje azul nuevo y una gorra, parte de su equipo para la Argentina. Aquella vestidura concedía al muchacho un gran atractivo, muy diferente a su imagen como guarda de Pendersleigh.  Sólo por accidente había aparecido como un indómito hijo de los bosques, aunque procedía de una honrada familia de pequeños comerciantes. Ahora estaba ciegamente decidido a seguir adelante. El destino había puesto un lazo en sus manos, y quería tenderlo". 

 
"Cuando Alec  se presentó en la Compañía de Hill & Hall, la sorpresa de Maurice fue enorme. La sangre comenzó a agitarse en todo su cuerpo mientras iba hacia él, pero su mente se mantuvo fría, dispuesto a enfrentarse a Scudder, aunque no podía saber exactamente cuál era el objetivo de su visita, pero lo que tenía claro era que no podía ser frío y duro como lo había sido Clive la infausta y violenta noche de su ruptura, y era necesario mantener una postura correcta ante sus compañeros de oficina. El muchacho, para ofrecer un mejor aspecto y no aparecer como un campesino se había quitado la gorra al entrar en el edificio".
 
"Alec saludó a Maurice e intentó estrechar su mano. "¿Qué te trae a Londres, Scudder?", preguntó Maurice tratando de disimular su desconcierto ante sus compañeros. "Mi hermano y yo tenemos unos asuntos aquí. Debería explicárselos" "Enseguida voy. Dejadme hablar con Scudder. Algo ocurre en la misión", siguió disimulando Maurice"
 
                  
"¿Scudder, eh?" "Antes era su querido Alec. Eso dijo. ¿Qué misión? ¿Le avergüenza que le vean conmigo? No está contento" "Claro que lo estoy" "¿Por qué no fue al embarcadero? Le esperé dos noches? Sé cosas" "Seguro que podrías contarme muchas cosas" "Sé lo suyo con el Sr. Durham" "¿Esta es su oficina? ¿Qué hace aquí?"
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"Dirigirse con Alec al British Museum le pareció a Maurice que era lo mejor. Había elegido aquel lugar era por lo improbable de encontrar alli a algún conocido. Alec, admirando unos frisos persas sonrió, pero en su rostro todavía se dibujaba una expresión maliciosa, o así lo quiso ver Maurice. Pensaba también que Clive no se había librado por completo del barro, después de todo. Pero observando a Alec, incluso cuando amenazaba era hermoso, incluyendo las pupilas de sus ojos, que tenían un aire malvado. Maurice las contempló dulce pero firmemente, y siguieron escudriñando con gran curiosidad el friso persa: "Es enorme, ¿no?", se asombró Alec que jamás había visitado un museo. "Tendrían máquinas increíbles para hacer esto" "Supongo. Tiene cinco patas" "Este también. Es curioso, ¿no cree? No servirá , Sr. Hall. Sé lo que intenta hacer" amenazó Scudder de pronto"

"Será mejor que arregle esto. Se ha divertido y pagará por ello. Dejaré que recapacite" Había cerca de ambos un caballero que miró fíjamente a Maurice, escudriñándole detrás de unas gruesas gafas"
"Oiga... Oiga", dijo. "Usted estuvo en la escuela del Sr. Abrahams. No me diga su nombre. Lo rcordaré. Lo recordaré. Eh, no es ... Colgan. Tampoco Smith. Ya lo sé, es Wimbleby. ¿Sí?" "Me llamo Scudder", mintió Maurice. "Yo soy Scudder", aseguró Alec. "Y tengo una acusación muy grave"
"Sí, gravísima", mantuvo su tono sonriente y burlesco Maurice. "Santo Cielo. Lamento mi error. Les pido mil disculpas. Casi nunca me equivoco. Este es un museo notable. No reúne sólo reliquias. Es un lugar que puede estimular la mente..." "¿Menos afortunados?" "En efecto"
 

"Hacen preguntas que uno inadecuadamente trata..."

   

"Ben, te esperamos", dijo la esposa del caballero. "Ah, sí. Enseguida. Yo, eh.... Disculpen... Qué extraño" "Ya no le molestaré", dijo Alec con vivo arrepentimiento. "¿Y tu grave acusación?", repuso Maurice"

 

"No sé" "Me has chantajeado" "No, señor" "¿No?" "Maurice, escucha..." "¿Maurice?" "Me llamaste Alec. Valgo tanto como tú" "No lo creo. Si llegas a hablar, te destrozo. Me costaría una fortuna, pero la tengo. Y la policía apoya a los de mi clase. ¿Vales tanto como yo? Salgamos"



"Después del pequeño incidente en el museo, incapaces ahora de separarse, Maurice y Alec, una vez en el exterior bajo una nueva lluvia, a la luz del último resplandor de aquel sórdido día, ambos recuperaron su autocontrol y Maurice pudo observar el nuevo material que la pasión había ganado para él. "Llovía más en el embarcadero", comentó Alec. "Y hacía más frio. ¿Por qué no viniste?"
 
 
 
"Por eso nos atacamos" "No te quitaría ni un penique. no quiero perjudicarte" "Basta. No hablemos más"
 
"No puedo. Tengo una cita. Una cena de negocios", se excusó Maurice ante la petición apasionada de Alec. "Es mi trabajo. Quedemos otra noche" "No volveré a Londres. Mi padre y el Sr. Borenius me interrogarían"
                                                             "¿Y qué importa?" ¿Y qué importa tu cita?"
 
"De nuevo quedaron en silencio. El amor físico significa reacción y es esencialmente miedo. Y Maurice vio entonces lo natural que era que su primitivo abandono en Pendersleigh le hubiese llevado al peligro. Ambos sabían tan poco uno de otro... y a la vez tanto. Y Maurice se regocijó porque había comprendido la infamia de Alec a través de la suya, vislumbrando, no por primera vez, el genio que se oculta en el alma atormentada del hombre. No como un héroe, sino como un camarada, había resistido a las bravatas, y había hallado tras ellas lo infantil, y detrás de esto, algo más. Entonces Maurice con tono cordial, pero desfallecido, mandó al diablo su cita. Y continuaron juntos bajo la lluvia" "Cuando te vi, pensé: "Me gustaría tenerle" Y te tengo. Es lo único bueno de Pendersleigh. "Scudder haz esto. Scudder haz lo otro" Y la vieja me dice: "¿Tendrías la amabilidad de enviar esta carta?"

"¿Cómo te llamas? 18 meses dándome órdenes y la bruja no sabe cómo me llamo. ¿Cómo se llama usted? ¡A la mierda su nombre!"

"Casi lo digo" "Ojalá" "Y tú, demasiado señor para ir al embarcadero. "¿Cinco chelines  no es suficiente para ti, ¿eh?" Faltó muy poco para que me perdieras"
ando te vi, pensé
"El embarcadero me encantaba. De hecho, aún tengo la llave" "Todavía podemos vernos allí" "No podemos. Pero te acordarás de esto"



"Mañana es jueves. El viernes, el equipaje. El sábado, Southampton y adiós Inglaterra"
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"Exacto, lo has entendido" "Quédate conmigo" "¿Y perder el barco? ¿Estás loco?"
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"Eso sería una estupidez. Volverías a mandarme" "Teníamos una posibilidad entre mil de conocernos. ¿Por qué no te quedas?" "¿Contigo? ¿Cómo? ¿Y dónde? ¿Con tu mamá? Ah, sí. ¿Y qué diría si me viera? Con lo bruto y feo que soy. Mi gente tampoco te aceptaría. No les culpo. ¿Y qué harías con tu trabajo" "Lo dejaría"

 

 

"¿El trabajo que te da dinero y posición? Nunca has tenido que ganarte la vida" "Uno puede hacer lo que sea si sabe lo que quiere"


"Podemos vivir sin dinero, sin gente. Sin posición. No somos tontos. Somos fuertes. A alguna parte podremos ir"
   
"No funcionaría. Sería la ruina de los dos. ¿No lo ves?... Bueno me voy. Es una lástima que nos hayamos conocido"

 

 

 

"Cuando llegó el sábado, Maurice acudió a ver salir el Normannía. Era una decisión fantástica, inútil, indigna, arriesgada, y no tenía la menor intención de ir cuando salió de casa. Pero al llegar a Londres, todavía llevaba en su mente el rostro y el cuerpo de Alec, y utilizó el único medio que tenía de verle. No quería hablar con su amante ni oír su voz ni tocarle -toda esta parte había terminado-, sólo recapturar su imagen antes de que se desvaneciese para siempre. ¡Pobre y desdichado Alec! ¿Quién podía  condenarle, cómo podía haber actuado de otro modo? Pero la desdicha caía sobre ambos. Cuando llegó a Southampton en taxi no se veía a Alec por ninguna parte"
 
 
"Tan sólo, al preguntar a uno de los oficiales del Normannía, éste le indicó donde se hallaba la familia Scudder; una satisfecha y oronda matrona  y su marido de mediana edad, y el hermano Fred, nervioso, que hablaba con sus padres indicando que ya faltaba poco para la partida del buque. La Sra. Scudder dijo: "No tardará. Alec cumple lo que dice" Fred Scudder aún se preocupaba por la ausencia de su hermano menor: "El verá. Me apañaré sin él. Pero no volveré a ayudarle" El mayor encanto de Alec era el fresco color que se alzaba contra la escollera de su cabello. Fred, con los mismos rasgos, era colorado y zorruno. Fred tenía gran concepto de sí mismo, como Alec, pero el suyo provenía del éxito mercantil y del desprecio del trabajo manual. Alec no era un héroe ni un dios, sino un hombre inmerso en una sociedad como él, No debían haber pasado aquella noche juntos en un hotel. Debían haberse separado con un apretón de manos bajo la lluvia. "¿Sr. Scudder?", preguntó Maurice cuando subió al buque. "¿Usted será el hermano de Alec. Vengo a despedirme" "Alec no está aquí. Su equipaje sí", respondió Fred Scudder. "¿Quiere revisarlo?" "No, no, qué va", repuso Maurice a la grosería de Fred. "Le esperaré con ustedes. Me llamo Maurice Hall"
"Una fascinación mórbida mantenía a Maurice entre los Scudder, y rastreando los gestos de su amigo en ellos. Intentó ser afable y cordial. Mientras cavilaba, tuvo una sorpresa que consideró excesiva. Se trataba del Sr. Borenius, que rondaba por el muelle, y al ver a Maurice, subió al buque con aspecto preocupado, saludándole con un "Buenas tardes, Sr. Hall" La mirada de Fred Scudder no resultaba tan amigable cuando vió aparecer al eclesiástico. "Qué detalle, Sr. Hall", dijo el clérigo. "No podía creerlo al verle entre sus amigos" "Familia", presentó Scudder. "Mis padres, y yo soy su hermano, Frederick, proveedor de carne a su servicio" "Ah, yo soy el Sr. Borenius. Soy su párroco. Le traigo una carta para un cura de Buenos Aires"
"Para que le confirme al desembarcar" "Muy amable de su parte", agradeció la Sra. Scudder"

"¿Cómo ha sabido la hora de salida?", preguntó Borenius con vivo interés a Maurice, que se sintió muy molesto por la inquisitorial actitud del clérigo. Le parecía sentirse de nuevo en la escuela, indefenso. Por un instante, creyó seguro que el entrometido rector había sospechado. Un hombre de mundo no hubiese recelado sobre nada. Pero Borenius tenía un sentido especial, al ser religioso, y podía captar emociones invisibles. "Me informé", respondió lacónicamente Maurice. De pronto se oyó un alarmante: "¡Todos a bordo!" Borenius  ahora se atrevía a hacerle una confidencia ejemplarizante: "¿Puedo hablar con franqueza? No me agrada Scudder". Lo cierto es que es culpable de sensualidad"
"Maurice había supuesto en Pendersleigh que un párroco de pálido rostro, embutido en su traje clerical, jamás podría haber concebido el amor masculino, pero advirtió entonces que no había ningún secreto de la humanidad que, desde un mal ángulo, la ortodoxia no hubiese enfocado, que la religión era mucho más aguda que la ciencia, y si se le añadía juicio y visión, podía ser lo más peligroso del mundo. Maurice, desprovisto de sentido religioso, no lo había encontrado hasta entonces en otro, y el choque fue insoportable. Temía y odiaba al Sr. Borenius. Deseaba matarle. "No es sólo la fornicación. Las naciones arrastradas al vicio niegan a Dios. Cuando todos los vicios sexuales sean delito, la Iglesia reconquistará Inglaterra. Tengo razones para creer que Scudder pasó la noche en Londres... Le digo esto por su interés caritativo por él. ¿No habrá perdido el tren?"
"No saldrían sin él" "Llega tarde", dijo Fred Scudder. "¡Ese idiota ha perdido el tren!" ¡"Caballeros! Caballeros!", exclamó el Sr. Borenius."Perdone Sra. Scudder. Les aseguro que el Sr. Scudder reservó el pasaje" "Mi hermano tiene un pasaje reservado", discutía también Fred con uno de los oficiales del buque"
"Sonaban las señales, gimió una sirena "Pasajeros a bordo". Descendieron los que se quedaban en Inglaterra, y Maurice supo entonces que Alec también se quedaba. En medio del espectáculo Fred Scudder seguía chillando porque su indigno hermano había perdido el último tren y con él la oportunidad de hallar una vida más honrosa y lucrativa en la Argentina. Maurice había desembarcado también ebrio de alegría y de felicidad. Había entrado en el taxi que todavía se hallaba aguardándole, lejos del barullo y los gritos de la familia Scudder, y la queja insufrible del Sr. Borenius al que había dejado en el muelle con ellos. Había sacado a la luz el hombre en Alec, y ahora era Alec a su vez quien haría brotar el héroe en él. El Normannía zarpaba ya."

"El siguiente destino de Maurice aquella tarde era dirigirse a Pendersleigh, y si el regenerado Clive, [aquel "Te he dejado de amar" tampoco podía ya dar los nuevos frutos como los que había exigidos  el antiguo compañero de Cambridge]- se hallaba allí, escucharía su confesión, pero nada más. Aún había claridad cuando tomó el tren  hasta Pendersleigh, y, oscureciendo ya, atravesó los verdes campos sosegados"
"Clive estaba repasando uno de sus discursos parlamentarios cuando oyó la voz de Maurice llamándole: "Clive. No le digas nada a Anne" "Vaya, esto es fantástico", se asombró Clive viendo aparecer inesperadamente a Maurice. "Se enfadará si no te quedas. Espero que nada vaya mal" "Pues casi todo. Tú pensarías eso" 
"Muy bien. A tus órdenes", bromeó Clive convencido de que Maurice era portador de una esperada sorpresa romántica como había creído intuir Anne, se sentó en un banco del jardín. "Quédate y mañana se lo contamos a Anne"
"Al hablar de mujeres es mejor consultar a otra. Sobre todo con la intuición de Anne" "No vengo a ver a Anne. Ni a ti. Es mucho peor. Estoy enamorado de Alec Scudder"
 
"Clive se alzó del banco donde se había sentado, escandalizado. Era algo tan inesperado, tan absurdo: "Que noticia tan grotesca" "Muy grotesca. Debías saberlo", repitió Maurice. "Me besaste la mano" "Ni lo menciones. Ven aquí. Lo lamento más de lo que puedo expresar. Te ruego que te resistas a la vuelta de esa obsesión" Resultaba mucho más grotesco escuchar ahora aquel razonamiento del repentino teórico Clive, y su inaceptable regeneración, cuando había sido él, en un pasado tan próximo, quien le había iniciado en lo que ahora burguesamente tildaba de "obsesión", y había repetido aquello de que si le besaba la mano era para que comprendiese que no había olvidado dicho pasado. "No quiero consejos", dijo Maurice. "Soy de carne y hueso, si entiendes eso tan bajo. Lo he compartido con Alec" Clive sólo había captado lo mínimo, como si al hablar de Scudder, recordando sus viejas aficiones helénicas, se pudiera decir un "Ganímedes" "¿Compartido, el qué?" "Todo. Nos acostamos la noche que os fuísteis" "Oh, Dios mío" "Y en la ciudad" "La única excusa para una relación entre dos hombres es que sea platónica. Estábamos de acuerdo" 

 

 

 

"No lo sé. Sólo quería contártelo" "Bueno Alec Scudder ya no está a mi servicio. Ni en Inglaterra. Ha zarpado a Buenos Aires"
"Ha sacrificado su carrera por mí. Sin garantía. No sé si será amor platónico, pero lo ha hecho". Aquello recordaba a ambos la situación de dos años atrás, pero Clive fue el que retrocedió esta vez ante el ejemplo. Quería ahora destruir al monstruo y huir, y lo deseaba débilmente. Después de todo fueron unidos compañeros de Cambridge. No debía, pese a todo, mostrarse violento. Él era ahora un pilar de la sociedad. Pero su sutil y huraña desaprobación, su dogmatismo, la ceguera de su corazón, sublevaban a Maurice, que únicamente hubiera respetado el odio."¿Ha perdido el barco?", se indignó entonces Clive. "Maurice, estás loco" 
"La noche había caído ya cuando Maurice abandonó al indignado Clive, convencido de que Maurice había corrompido a una inteligencia inferior. Maurice le había enseñado algo que Clive se negaba interiormente a reconocer, porque si él se había inclinado por la respetabilidad burguesa, Maurice lo había hecho por la rebelión. Quizás pensó que debía rescatar a su viejo amigo, pero sin apartarse de su deber. Probablemente también comenzó a preguntarse cómo podría silenciar a Scudder  si el muchacho intentaba extorsionar. Era demasiado tarde para discutir formas y modos, así que invitó a Maurice a cenar con él la semana siguiente en su club de la ciudad. Maurice respondió con una amplia sonrisa. A Clive siempre le había gustado la risa de su amigo. Pero Maurice  había desaparecido sin dejar rastro de su presencia. Clive se sintió ofendido por lo que consideraba ahora una descortesía, y la comparó con la riña similar del pasado" [E.M. Forster)" "Maurice se había adentrado ya entre la maleza. Se apresuró hacia el embarcadero, el seguro lugar de su cita con Alec,  que se mostró ante él oscuro, y tan sólo oyó correr el agua. Ya estaba allí.  Y aún confiado, alzó la voz y llamó a Alec: "¿Alec?". Se había despojado de su abrigo trás la carrera entre la espesura y luego lo dejó caer sobre la barca varada. Vio una pequeña luz en la pequeña estancia del embarcadero, y abrió con sumo cuidado. Por fin entró en ella, y encontró a su amigo dormido sobre un montón de cojines, al calor del fuego de la minúscula chimenea".
Al despertar y ver a Maurice no pareció excitado ni sorprendido. Y Maurice fue hacia él antes de que hablara,
"Te decía... Oh, perdona, estoy cansado entre una cosa y otra. Te decía que vinieras al embarcadero enseguida"
"Clive siempre recordaría aquellas últimas palabras de Maurice: "Ya no quiero contarte nada más" Y aunque él ofreció un reencuentro con su amigo, una cena juntos "aquel siguiente viernes", hasta el último momento de su vida tendría Clive la duda del momento exacto de la partida de Maurice. Y con la proximidad de la vejez crecería la incertidumbre de si el momento se había producido siquiera. Aquella noche tan sólo estaba cierto de que su vida a partir de entonces únicamente podía apoyarse en la política y en Anne. Penetró en la casa, despidiendo a Simcox, cerrando postigos y se dirigió hacia la habitación donde su joven esposa le aguardaba, y la besó. Luego se asomó al ventanal que todavía no había cerrado y Anne acudió a su lado, feliz, apoyando en él su linda cabecita. Quizás Clive, observando el exterior ya oscurecido por la cerrada noche de Pendersleigh no llegó a comprender del todo que aquella inesperada confesión de Maurice significaba el final, sin media luz crepuscular ni compromiso, que jamás volvería a cruzarse en el camino de Maurice, ni a hablar con los que le habían visto. Esperó un instante ante el ventanal junto a Anne. Debía inventar un medio de ocultarle la verdad a su mujer. Y fue entonces cuando desde algún Cambridge exterior, el juvenil Maurice de rubios cabellos, el compañero de las escapadas campestres, y de los sentimientos compartidos y que él mismo tuvo una vez; el Maurice de las sensaciones más profundas de sus primeros días, reviviendo ahora aquel rostro sonriente en su perdido ensueño helénico, anhelante de ternura y lleno de deseos, comenzó a hacerle señas, cubierto del sol de la atardecer,  desparramando ante él los perfumes y rumores del tercer trimestre" "¡Vamos!" (Texto de Kentauro inspirado en E.M. Forster)
 
 
 
 
 


 














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