Crear climas de inestabilidad y angustia cuando la esencia sutil
del aburrimiento vive por entre la condescendencia de las murmuraciones a
través del relumbre abrasador de los veranos, y la estricta hipocresía y
crueldad de las gentes sigue habitando intacta, como un rango distintivo, entre
sus muchas sombras de encierro y oscuridades de ceniza, puede resultar también campo
abonado para que los sahumerios vengativos de los humanos santifiquen con sus
horrores las dimensiones profundas que abren los surcos a la muerte. Y es que
la polémica que se deriva de hurgar bajo la piel que esconde la perversidad de
los hombres (y también la de las mujeres) no tiene porque sobrecogernos, ya
que naturalmente siempre aparecerá señalada por las expansiones más diabólicas
de la malignidad. Marco Bellocchio, director cinematográfico y autor
polémico que instauró una especie de “cine de crueldad” con sus
dos primeras y sorprendentes realizaciones "I pugni in tasca" 1964, y la “La Cina è vicina”, 1967, la primera como
muestra de una violenta demolición de la institución familiar, y la
segunda como una durísima sátira hacia al Partido Socialista Italiano, no
dudó en exclamar ante las críticas: “A mí lo único que me importa es
deciros: vosotros sois así y sois responsables de serlo” Esta misma reflexión
puede conceder su dimensión más exacta a las miserias y a las escasas alegrías con que el escritor Leonardo
Sciascia quiso captar la complejidad de una criminal e inamovible
realidad
social instaurada en su Sicilia natal. Y es que, según Sciascia, cuando
la
crisis de conciencia nace en alguno de sus habitantes mediante una
ocasional
aventura amorosa (quizás, como probabilidad, una de las más frecuentes),
enmarcada entre imágenes veraces de la vida cotidiana en la polémica
isla, provoca de inmediato el corrosivo criticismo en sordina, polariza
el
avatar vivencial del hombre y de la mujer sicilianos, y el intimismo
pasa a
convertirse en un prolongado desequilibrio de sexos (¿es él quien busca
la
fragilidad de la verdad, o es ella la que propicia la nociva
aniquilación de la
mentira?), que descansará en la incertidumbre del negro destino que, en
realidad, aguarda a estos dos protagonistas, fugitivos fugaces de la
opresiva,
inquietante y destructiva comunidad a la que pertenecen. Sicilia, en
consecuencia, se dinamita a sí misma, aliena sus atractiva estirpe
mediterránea con tópicos
casi surrealistas, convierte en sádicos desequilibrios inestables sus
trayectorias eróticas, y acaba pulverizando con el arma de su
puritanismo cruel
y santurrón la casi siempre frustrada mediocridad de la vida cotidiana
de sus
habitantes. “A un siciliano, dice el escritor Leonardo Sciascia, le bastará un
anónimo con
amenaza de muerte hacia un correligionario para que la realidad
disparatada de
la astucia, de la envidia, de los celos (ya sean con respecto al amor o a
la prosperidad), y de la crueldad criminal siga mitificándose
en la isla”
EL HOMBRE FRENTE A FRENTE CON EL "OMNIMODO ABSOLUTO"
Cuando cineastas tan renombrados como llegaron a ser Roberto Rossellini {inmortal "Roma Citta Aperta"- "Strombol"} y Vittorio De Sica {inmortal "Umberto D" - "La Ciociara"} lograron superar el simple testimonio de tan multiforme vitalidad como la que conforma la vida humana en este planeta nuestro, convirtiéndolo, por medio de la imagen cinematográfica, en una aseveración apasionante que postularía uno de los más ambiciosos realismos críticos o espejo de realidades en las que vivimos inmersos los hombres y mujeres, y por todos los amantes del Séptimo Arte conocido por neorrealismo, comprendimos otra vez (y conste que no nos venía de nuevas, pero como ya se indicó, gracias a la recién llegada cultura de la imagen en movimiento), que la exigencia verista del drama de la existencia humana, (navegara por su sentido histórico-político o por los vastos retablos sociales de las clases más desamparadas, sin obviar la opuesta ontología que, desde que el mundo es mundo, y como contrapunto a las maltratadas vivencias de los eternamente humildes, ha generado el bienestar de otras sociedades mucho más favorecidas y engendradoras por tanto de cuantos estallidos de rebelión contra esta explotación de las élites más depauperadas han tenido lugar en la historia del ser humano), seguía y seguirá siendo una larga e inacabable marcha de reconquista por una tierra prometida sobre la que, por supuesto, tan sólo desempeñaremos un examen pasajero, de vez en cuando imaginariamente feliz, y las más de las veces abominable, doloroso y cruel.
Y así continuamos siendo los hijos de una ilusión que nos invita a un asedio e invasión tan eternos como de escasa fortuna, porque, por muy inquietante que nos parezca, jamás seremos capaces de ejercer control alguno sobre nuestra vida. Y a lo más que podremos aspirar es a convertirnos en supervivientes de esa emigración constante hacia la ilusión y la esperanza. Monumentos perennemente decapitados a los que, como en un sueño infinito, creímos convertir en reinos independientes con total predisposición a imaginar que gobernábamos nuestras libertades. Pero los indefectibles cataclismos que nos acechan por doquier se encargan de curarnos dolorosamente de nuestra ceguera, puesto que en realidad no somos más que una perpetua tierra de conquista entre tiranías, perfidias y rapiñas, frente a frente con el "omnímodo absoluto",... todos a merced de todos.
SICILIA ÍNTIMA ESA GRAN DESCONOCIDA
[Leonardo
Sciascia, nacido en Racalmuto,Agrigento, Sicilia, el 8 de enero de 1921
– Fallecido en Palermo, Sicilia, 20 el 20 de noviembre de 1989 de
mieloma múltiple a la edad de 68 años-Escritor, periodista, ensayista, dramaturgo, poeta, político y crítico de arte italiano.]
"El crimen perfecto es
aquel que jamás es resuelto, aquel en el que el criminal nunca es descubierto,
idealmente, aquel en el que ni siquiera el propio crimen lo parece".
Sciascia propone como alternativa el crimen que siéndolo sin
duda, oculta el objetivo y la motivación hasta hacer absurdo el propio acto, y
en ese absurdo, irresoluble.
Dedicado a la Docencia, 1949-1969, (había estudiado Magisterio en Caltanissetta), tras jubilarse anticipadamente en 1970, ejerce como periodista en el afamado noticiero italiano Corriere della Sera.
No
obstante, atraído por la novelística había logrado publicar en 1956 "Le Parrocchie di Regalpetra" (“Las
parroquias de Regalpetra”), un atento examen autobiográfico y casi novelado
documento o nueva forma de observar la realidad de la condición humana (lo
que el ojo analítico del cine italiano
avanzaría al mundo con el nombre de neorrealismo), y fruto de la convivencia
solidaria o insolidaria con sus correligionarios en un pueblo siciliano,
representación sintomática de su ciudad natal Racalmuto. La que se convertiría en una de las más
vastas producciones literarias de la
narrativa en Italia (avalada por más de 40 novelas) y que imprimirían un viraje
crucial en la existencia del profesor Sciascia, contribuyeron también a acentuar la
inflexión más claustrofóbica frente a una realidad social implacable, de
inimaginadas y tácitas implicaciones criminales, como las que azotaran su Sicilia
natal. Sciascia y sus novelas ofrecerán así un vibrante y preciso retablo
de cuantas miserias, escasas alegrías, e insidiosos manejos de los grandes
propietarios rurales de su isla, donde unos y otros ejercían su ascendiente, y
al que había que añadir un imbricado caciquismo y el poder e influencia de
estos clanes respetables, sumergían a una población atrapada por el
acusado y forzado aliento servil del proletariado entre ambientes y situaciones
turbias y brumosas de una corrupción dominante y homicida, arraigada como la
mala hierba en el medio ambiente en que se desarrollaban las precarias
existencias de los habitantes de Sicilia. En 1961 vería así la luz
su primera novela policíaca sobre la Mafia "Il Giorno della Civetta" ("El día de la lechuza") a la que seguiría, en 1966, “A
ciascuno il suo” (“A cada cual lo suyo”). En “Il consiglio d’Egitto”,
1963 (“El archivo de Egipto”), observa los aspectos más auténticos y dolorosos de Sicilia a
finales del siglo XVIII. Y en su último decenio publicaría un buen número de novelas
breves de gran intensidad: “L’Affaire Moro”, 1979, “Il Teatro della Memoria”,
1981, “Il Cavaliere e la Morte”, 1988, y “Fatti Diversi di Storia Letteraria e Civile”, y su póstuma "A Futura Memoria", ambas de
1989.
La implicación de Sciascia en la política
italiana fue profunda, polémica e inconformista. En 1975 fue elegido por la
lista comunista Concejal del PCI en Palermo, y eurodiputado por el Partido Radical de Marco Panella en el Congreso Italiano desde 1979 a
1983. Sus denuncias constantes contra la corruptela política y la violencia
mafiosa en Sicilia, le valieron ser considerado por otros escritores,
periodistas y por el público lector como “la conciencia crítica de Italia”. Conocía
de primera mano la influencia de la Mafia, y su contrapunto más martirizador y
patológico: una nunca erradicada conciencia fascista (ni siquiera tras la
derrota en la pasada guerra), que volvió así a hallar un magnífico caldo de
cultivo, exento de conciencia y
concesiones sentimentales, en la sociedad italiana de los años 60, 70 y 80. Fue
relevante su participación en la comisión que investigaría el rapto y posterior
asesinato (9 de mayo de 1978), por miembros de las Brigadas Rojas, encabezados por MarioMoretti del presidente del Consejo de
Ministros de la República Italiana, el cristiano demócrata Aldo Moro .
El aburrido
sosiego veraniego en un pequeño pueblo siciliano se ve
compensado por esa rígida estructura que forman en las terrazas de sus
bares
los corrillos masculinos. Es un microcosmos burlón y melancólico donde
la
crítica halla su satisfacción y su recelo. En Sicilia el hombre suele
reclamar
una especie de derecho privilegiado y consentidor de cuantos rumores
puedan
llegar a envolver con sus telas de araña amenazantes la calentura
emocional, misteriosa y servil que agobia y fanatiza su no menos
intrigante fogosidad. Una astucia desdeñosa instalada en el endurecido e
intransigente
medio de los pueblos y de sus habitantes, siempre atacados en
consecuencia por
vagos temores. El hombre siciliano ha perdido cualquier clase de candor
primitivo.
Así, son los suyos ojos altaneros, anida un constante e impúdico cinismo
en sus
bocas, y posee una salacidad ardiente que escupe cautelosamente en la
cara de
sus correligionarios una moralidad de casta esclavizada por la lujuria y
la
muerte. En sus salutaciones exageradamente emotivas, en sus pésames y
condolencias pervive
la falsedad de sus platónicos besos,
que, en realidad, adquieren y conceden una invitación muda al rencor y al odio. Y en cuanto a la mundanal
desenvoltura de sus clases respetables poseen éstas un aplomo arcaico que parece
sincero cuando en realidad es un apremiante mandato a la sumisión del prójimo,
un orgullo blasfemo de desprecio hacia las gentes que les extienden sus manos.
En Sicilia los pasados casi
siempre claman venganza. Su cultura, marcada por el cristianismo más exacerbado, congestiona la conciencia de sus habitantes
y se vale de un Dios inquisitorial, que
los convierte en creyentes atentos pero capaces siempre de alimentar la
oculta
perfidia de los hombres y sus fantasías pueriles con el raciocinio
repugnante
de que sus ritos acabarán tarde o temprano por exigir sacrificios
sanguinarios. Parece que
Sicilia no perdona la invención de los viejos dioses griegos, más
humanizados que los representantes de su actual status religioso, y
prefiere jactarse de su escarnecedor martirologio social. Es una isla
prisionera del
silencio criminal, de la estulticia comprometida con el "cavaliere" adinerado,
altanero y seguro de sus argucias. Así, el pueblo llano sigue adulando al amo petulante, se
regocija en morbosas curiosidades, en la mediocridad canallesca de su servilismo, y se
despedaza en una terquedad inhumana por proteger la escondida furia de sus propios verdugos.Y
en medio del temor, el morbo
siciliano sigue atesorando el pintoresco anacronismo de los "anónimos de
muerte", preparados para elegir y predestinar cualquier acontecimiento
que, pese a todo lo expuesto,
pueda escaparse a la comprensión de algunas mentes. Pero el enemigo, que
jamás
rehúsa conocer a su víctima desde lo oculto, se limita a morar en algún
rincón isleño
mitificado por la siempre tenebrosa redención de las venganzas. Esta vez
son
los ojos vivaces de un lugareño farmacéutico,
Arturo Manno, hombre débil y respetado, siempre alejado de la rigidez
de cualquier disputa, y a quien por su sencillez y honestidad, no se le
conocen enemigos declarados, los que acogerán con frialdad su
primera amenaza de muerte con palabras recortadas del famoso diario católico y
conservador “L’Osservatore Romano”. En
el reverso, como apoyando la actitud asesina del autor del anónimo, reza en
latín el logotipo del semanario: “Unicuique suum” –“A cada cual lo suyo”- El anónimo dirigido al
farmacéutico: "QUESTA LETTERA è La Tua C0nDANNa A MORtE PEr quELL0 CHe haI FATT0 MORIRAI",
concede de nuevo a la pequeña comunidad del pueblo siciliano una
breve aureola de insania, como si la locura volviera a apartar la isla
del
resto de un mundo más racional. Y cuando su esposa, mujer de carácter
duro y resentido, que se sabe traicionada por su marido, prisionero
también, pese a su intachable moralidad, de la impronta lujuriosa que
precipita a los hombres sicilianos hacia la jactancia casi doctrinal del
adulterio, le advierte,
temerosa de las posibles consecuencias del anónimo, Arturo Manno
preferirá
ignorar sus miedos. El
oscuro designio de un posible asesinato ha conferido, no obstante una
actitud de risueña ironía, no exenta interiormente de cierto temor, al
receptor del anónimo. Y cuando Arturo Manno
lo muestra a sus amigos, en las calurosas
tertulias que mantiene cotidianamente con sus círculo de amistades,
siempre
animada por la presencia lúcida, sarcástica y ceremoniosa del acomodado “avvocato”
Rosello, el doctor Antonio Roscio, y el profesor Paolo Laurana, será
éste quien acabará mostrando su sincera preocupación por la amenaza de
muerte.
Sin embargo, Rosello rechaza aquellas admoniciones con el gesto
desdeñoso de un
democrático liberal, tan seguro de sí mismo como para despreciar las
siniestras
normas sociales impuestas por las tradiciones gregarias que insisten en
jerarquizar la ferocidad y el odio vengativo
en el primitivismo vivencial de sus correligionarios... Mientras tanto, el pueblo y su
existencia monótona oculta sus verdades más sangrantes como reglado por los
rezos y el misticismo sensual de su silencioso vecindario cuyos murmurios se
ocultan entre las tristes sombras de sus ventanales cerrados y fingen
mantenerse al margen de cuantos ánimos inquietos se aprestan a poner en práctica las exégesis de sus
desviacionismos y manipulaciones vengativas, que, una vez desatado su
manifiesto desprecio por la concordia entre los hombres, invocará su lúgubre amén como los lamentos fatalistas que enrojecen sus tardes
calurosas. La loca crueldad de Sicilia ha
aprendido así a llorar sintiéndose siempre libre de culpa, espiándose a sí
misma, aunque temerosa del ojo atento, capaz de traicionar a un padre, a un
hermano, a un esposo, a un familiar allegado con la táctica de un juramentado
que se finge inmutablemente digno.
No resulta imposible pensar que,
en efecto, el anónimo remitido a Manno, el farmacéutico, impulsaría, más pronto
que tarde, a la criminal acción de algún pobre loco del lugar, porque tres o
cuatro días después, yendo de caza con su amigo y convecino, el respetado
doctor Antonio Roscio, esposo de la prima del “avvocato” Rosello, Luisa Roscio, ambos serán asesinados en el cercano monte cinegético. Una nueva y
breve historia de odio y crimen que, por el momento, conseguirá a duras penas
apaciguar el ánimo de los lugareños, en especial de Don Rosello,
dispuesto a exigir de la policía y
de los carabineros una minuciosa investigación que aclare el luctuoso
hecho. El paroxismo de la viudez por
asesinato alcanza en la mujer siciliana innumerables y agitadas
expresiones de
duelo. Luisa Roscio y la mujer de Arturo Manno se convierten en viudas
que claman venganza por dos muertes inútiles, y que,
al
parecer, tan sólo desplegara su odio por el farmacéutico. Luisa Roscio
será, con su aspecto sombrío y desesperado, quien se mostrará a
partir
de aquel instante más empeñada en descubrir aquella sombra
inconcreta y negra que amenazara la vida de Arturo Manno, y que así
convirtiera
en víctima inocente a su esposo, compañero de caza del mismo. En la
hembra siciliana, de
quien
siempre se ha dicho que es quien ha soportado más desdichas frente al
vengativo
estigma familiar por hallarse siempre al corriente de sus prolijas
genealogías,
conscientes de las argucias maquinadoras de sus hombres, permanece una
eterna
mirada de mística repulsión por sentirse eterna prisionera del martirio.
Se ampara así en una pureza turbia; vive conmocionada en un silencio
terco a
fin de
poder reprimir sus ímpetus de locuras emocionales hacia el varón; y
protege su
hipocresía, su morbosidad frustrada y su malignidad ardiente de deseo
como
una
mártir que en realidad defendiera su castidad y su fe inquebrantables
frente a la conciencia del cerrado, acusador e intolerante mundo en que
habitan.
Crece así, entre hombres y mujeres,
una gigantesca e inacabable maraña de imposturas que recorre la
singularidad de
las veladas de café y vecindario con aburridos comentarios sobre la
barbarie
anacrónica de Sicilia y gestos desdeñosos de contrariedad de quienes
prefieren
no pensar en lo sucedido, especialmente en lo que a la injusta muerte
del
doctor Roscio se refiere. Para la investigación policial siempre
resultará
engorroso hurgar en la vida ajena, especialmente cuando se trata de un
personaje mínimamente influyente. Las implicaciones de la mafia pueden
hallarse
desplegadas en aquel acontecimiento desgraciado, dando lugar a falsos
testimonios, dedos acusadores que podrían enrarecer el ambiente aún más
si
cabe, chismorreos temerosos que agonizarán antes que enfrentarse a la
verdad
absoluta de un crimen como aquel. La policía concluirá su investigación
achacándola a motivos de honor en lo que a la vida secreta de Arturo
Manno se refiere, y que los asesinos se vieron obligados a acabar
también con el doctor Roscio por ser testigo del homicidio. Y la
frialdad de la viuda, ahora resignada, no parece, tras la desmedida
manifestación
de desconsuelo durante el entierro de Roscio, orar en la tristeza ni
avivar
abiertamente un deseo desquiciado por aclarar el verdadero motivo del
asesinato
del mismo. Pero Luisa Roscio puede, en realidad, guardar un silencio de
terco
resentimiento hacia la comunidad que la rodea. Es una mujer todavía
fascinante,
una belleza de rostro endurecido y expresión despreciativa, de negros
ojos
impacientes que se complace en la representación exaltada de una muda
súplica.
Educada en la fanática rigidez del odio. probablemente llora entre
tenebrosas
sombras enlutadas. Pese a todo, su aplomo, una vez repuesta del horror
del
doble crimen, carece ahora de censura. Su rostro ha recobrado la calma. Y su zozobra, si existe, se muestra fría,
digna y distante. Paolo Laurana decide, con la
oposición agitada de su madre, indagar en la vida del farmacéutico. Lentamente,
en sus escapadas docentes al Liceo de Palermo, irán surgiendo revelaciones
sorprendentes que un amigo y diputado comunista le confía a fin de aclarar la
enmarañada red que promoviera la mascarada del homicidio en el coto de caza, y que involucran
de manera muy especial, no a
Arturo Manno, sino a Antonio Roscio, quien al parecer se disponía a
denunciar a más de un personaje influyente del pueblo, inmersos todos
ellos en algunas actividades ilícitamente
mafiosas. Aquel mismo día, Paolo y el diputado asisten a un atentado con
coche bomba en el mismo centro de Palermo. El profesor Laurana
extremará, al mismo tiempo, sus atenciones, un
tanto timoratas antes del crimen, hacia Luisa, quien parece ceder a los arrebatos apasionados, antes inimaginados, que
Paolo alimenta hacia ella desde hace mucho tiempo. Los imperantes prejuicios
morales del pueblo obligarán a la pareja a poner en práctica encuentros
furtivos en Palermo, donde aguardan al profesor sorpresas y descubrimientos que
compartirá con la viuda Roscio. Los días de Laurana irán transcurriendo entre
un afanoso deseo de esclarecer el doble homicidio, y no duda en tratar de poner al
corriente de ciertos pormenores, todavía indemostrables, a su amigo y
respetado “avvocato” Rosello, quien trata de convencer a Laurana
de que debe
cejar en sus intentos por desvelar una motivación clarificadora del
luctuoso suceso, ya que hasta la misma investigación policial ha
declarado que el
asesinato de Manno y Roscio no puede ser resuelto. Ante su actitud
perquisitiva, el
profesor Laurana, durante sus salidas del Liceo, se sentirá vigilado en
las calles de Palermo. También observará cierto rechazo peligroso por
parte de sus
conciudadanos. Rosello aconseja a Laurana que no se meta donde no debe, y
que
será mucho mejor para él no remover lo que no debe ser removido. Si
ambas
muertes no han influido de forma significativa en la vida del pueblo, e
incluso
en la postura escasamente vindicativa
de Luisa Roscio, poco dispuesta, como el resto de convecinos, a exigir
venganza, ¿por qué no dejar las cosas como están? “Tus indagaciones, insistirá Rosello a su
impaciente amigo Paolo, no harán más que granjearte enemigos muy peligrosos"... Y
cuando Laurana recibe un segundo anónimo de muerte: "vaI per LA tua stradA se Non vuOI finire AL Cimitero" su
consternada madre trata
de impedir con sus imploraciones el sacrificio ritual a que su hijo se
está exponiendo.
Pero Paolo, locamente enamorado de Luisa, confiando en que la atractiva
viuda
vive ahora la investigación del crimen con el mismo entusiasmo que él,
empeñado y
comprometido por el amor con que ella también parece corresponderle,
aceptará
una entrevista con el padre de Roscio, anciano amargado e invidente, que
en
realidad odia a Luisa, quien lo ha llevado hasta él. Paolo y el anciano,
que no desea que ella se halle presente en la conversación que
mantendrán, aunque Laurana sigue sin sopesar
minuciosamente los motivos de rencor hacia su nuera, sale con el
anciano invidente a la terraza de la casa. Allí atiende sobrecogido
la sórdida confidencia con que colma su curiosidad el padre del
doctor asesinado, quien, finalmente, y a fin de exorcizar los demonios
que han
atormentado la vida matrimonial de su hijo con Luisa, pone en manos de
Paolo
Laurana una pequeña llave para que busque en su escritorio un diario
oculto. En el mismo consta la laboriosidad clandestina de "Cosa
Nostra" y los nombres de los poderosos ciudadanos y confidentes involucrados
en aquel órgano de ilegalidad mafiosa, capaz de preparar una conjura contra
cualquier sospecha sobre su "Movimiento"
delictivo y de infligir un sangriento castigo como el que han llevado a
cabo
con su hijo Antonio Roscio. El entristecido y desencantado suegro de
Luisa entrega a Laurana el diario a fin de que lo use a favor de la
lucha emprendida contra los asesinos de su hijo. A Laurana, que no ha
dudado ahora en aceptar una
nuevas entrevistas en Palermo con Laura Roscio (incluso viéndose
espiados extrañamente por Rosello) le sigue moviendo una
vehemente y conmovedora escrupulosidad por el cumplimiento de la ley, e
insiste en que
todo el peso de la misma debe caer por fin sobre los autores del doble
asesinato. Y
sin asomo alguno de sospecha, dejando tras él cualquier inquietud con
respecto
a la mujer que ama, cree poder seguir velando, como el amante perfecto,
sobre
todos y cada uno de los sórdidos actos que han dado lugar al silenciado
odio de Luisa por
todos sus conciudadanos; y que tanto
ella como él habrán de brindar muy pronto por el éxito esclarecedor de
ignominioso homicidio. Cuando Laurana pone en manos de su amante el
diario con los nombres de los componentes
de "Cosa Nostra", celosamente guardados por su suegro, Luisa Roscio contendrá a duras penas las
arcadas. Y ruega a Laurana que lo guarde celosamente, porque el peligro puede ser ya inminente para ambos.
Pocos días después del descubrimiento del diario, Paolo se cita
nuevamente por teléfono con Luisa. Ella le recogerá en su coche.
Mientras Paolo aguarda a su amante, se siente observado. Una vez en el
lugar de encuentro, Luisa presiente también que ambos están siendo
espiados, y temerosa propone a Laurana salir de Palermo. Ya en el
interior del automóvil, Paolo le informa de que está dispuesto a acudir a
la policía para efectuar la entrega del comprometedor y terrible
documento. Luisa se siente aterrorizada ante las palabras de Laurana.
Parten hacia las afueras de Palermo, y se detienen en una zona próxima
al mar. Ella duda sobre la peregrina idea de acudir a la policía. Salen
del automóvil, discuten ante lo arriesgado del acto que Laurana pretende
llevar a cabo. Sabe que si el comprometedor documento de su fallecido
esposo sobre "Cosa Nostra" acaba en manos de las autoridades, sus
vidas se hallarán en las garras vengativas de la mafia. Luisa,
desesperada ante la idea, sufre un desmayo. Paolo trata de reanimarla, y
luego no puede resistir la tentación de abrazarla. Inesperadamente y
con un violento desdén, Luisa se desembarazará de Paolo como si se
sintiera víctima de una
tropelía infame. Es la suya una
explosión colérica que
la
despoja de todos los atractivos que le concediera aquel sueño de piedad y
alocado deseo amoroso de Laurana por ayudarla. El transfigurado rostro
de Luisa
reprueba de manera enérgica la conducta de Paolo. Es ahora el suyo un
semblante que monopoliza y orienta su mirada en una desviación
insospechada de
repugnancia. Corre hacia el automóvil. Es entonces cuando la realidad de
los hechos cobran allí la conmoción gloriosa y perversa de las mentiras
de la viuda Roscio. Y Paolo, replegándose en un sombrío horror,
observa a la mujer que ama, cuya malignidad e hipocresía adquieren,
finalmente,
una transparencia inesperada ante sus ojos. Todo se hallaba planeado
desde el principio. Lívida, dura y mezquina, movida
por una sombría y delictiva indiferencia hacia Paolo Laurana, las manos
de Luisa se engarfian ahora en los
documentos que se hallan en el interior del automóvil, y blandiéndolos
como una
vieja espada de venganza, los arroja a tierra, de donde inmediatamente
serán recogidos por varios individuos que aguardan a que Luisa Roscio
huya. Su imagen impasible pasará ante Paolo
como la dura servidumbre del
viento que
aúlla en la tormenta. Y el coche se aleja llevándose consigo el festín
de belleza, ternura y sensualidad, a todas luces fingido por ella
durante todas aquellas laboriosas jornadas indagadoras. Una vez urdido
el engaño, resuena el
grito de Paolo Laurana frente a los sicarios que le aguardan y lo
arrastran hacia su fin: una pequeña caseta del guardián de una cantera
que será explosionada por los esbirros de "Cosa Nostra" . Y será de nuevo la
muerte la que agote la fiebre ruin de los amos desconocidos... "¿Paolo Laurana?, ¡bah!, no era más que un
cretino", comentan muchos de sus conciudadanos varios días después,
poco interesados en el fin que haya podido tener... Es un día de fiesta
en el "paese", sin rincones para la memoria, porque el pueblo vuelve a
contemplar blandamente la hermosura de la viuda de ceño indomable: Luisa Roscio
contrae feliz matrimonio con su primo, el “avvocato” Rossello, de quien
ha estado enamorada desde que era una "inocente bambina"
INOLVIDABLE SINGULARIDAD INTERPRETATIVA
(Paolo Laurana): Abocado
al exámen de conciencia más minucioso frente a la turbia amalgama de una
perniciosa cotidianeidad que se sume en la sinrazón de los postulados mafiosos de su país,
se aplica a la investigación de un crimen truculento, de los muchos que
completan el vindicativo retablo social de la Sicilia profunda. Laurana desafía
así los tentáculos de la vasta y poderosa organización de “Cosa Nostra”, frente
a una jungla de intereses y prejuicios siempre embrutecidos por la amenaza, el
miedo y el más servil de los silencios. Una implacable crudeza centra, pues, su atención en el hombre que, considerado como
ser social, y a caballo entre el romance y el conflicto de conciencia, caerá
víctima del mismo suceso sangriento que trata de esclarecer. Y cuando las
sistemáticamente llamadas “instituciones respetables” y la abyecta colectividad
en que está inserto, dinamiten su apremiante necesidad por allanar el camino a
una sociedad más justa, Laurana, frente a su verdad desgarradora, vivirá el
horror de la res sacrificada en el matadero.
Gian Maria Volonté, (Premio Nastro d'Argento 1968, por su actuación en "A ciascuno il suo", Sindacato Nazionale dei Giornalisti Cinematografici Italiani), deriva en una
dirección interpretativa inesperada, intuitiva y fecunda. Se expone con
paciente complejidad psicológica a la trascendencia retórica del romanticismo,
y frente a la ambigua dimensión humana del amor es capaz de mostrarse como
hombre de apariencia ingenua, cuya
sensualidad sufre el precio doloroso que le impone la vida en un país
moralmente
subdesarrollado como en el que vive. No obstante, en su planteamiento
del
interrogante sobre la culpabilidad y la injusticia criminal, a pesar del
vasallaje pueblerino, ofrenda un virtuoso y no menos genial lenguaje
interpretativo al manifestar sus atormentados conflictos éticos en los
que se ve inmerso, pero aceptando con total independencia el peligro que
lo
amenaza. Volonté modula así, de forma admirable, su acostumbrada pero
siempre atractiva furia expresiva,
dotando a Paolo Laurana de un aliento casi lírico cuando es capaz de
medirse, ante los impetuosos conflictos que irremisiblemente lo
enfrentarán a la venganza homicida que
promueve “Cosa Nostra”, a su implacable crueldad y su sinrazón, a la mojigatería religiosa, puritana e hipócrita que
azota su mundo, y al arma subrepticiamente corrosiva del amor que acabará por traicionarlo.
[Nombre real Irini Lelekou-Ειρήνη Παππά, nacida en Chiliomodi, Corintia, Peloponeso-Grecia, el 3 de septiembre de
1926- Fallecida en Chilimodi, el 14 de septiembre de 2022 de enfermedad de Alzheimer a la edad de 93 años]
(Luisa Roscio) Belleza y carisma de indolente e inquietante mirada y gestos fieros. Capaz de cumplir con el rito secular que a la mujer siciliana le impone el pueblo. Así, soporta el dolor de su impuesta viudez, por medio del crimen, sin proferir palabra de queja; su aflicción, falsa o cierta, se mantiene ajena a las manipulaciones vindicativas que en Sicilia tan sólo se atenúan con la violenta penitencia de la muerte. Pero Luisa Roscio, asediada pasionalmente por su conciudadano y profesor en el Liceo de Palermo, Paolo Laurana, acepta complacida la promesa por parte del maestro de llevar a cabo una minuciosa investigación que pueda llegar a aclarar el homicidio del que ha sido víctima inocente su marido Antonio Roscio. Tal connivencia con su inesperado amante a quien, pese a todo, no otorga sus favores, puede acarrearles innumerables y agitadas complicaciones. La devoción de Laurana hacia Luisa alcanza el paroxismo cuando, finalmente, la única e irrefutable fuente de información sobre el crimen llega de manos de su suegro, anciano invidente que la odia. Descubierta la conjura de “Cosa Nostra”, Luisa Roscio será capaz de actuar con un tacto sutil, sin prejuicios e intrigante. Paolo Laurana no podrá, finalmente, paralizar el riesgo emprendido. Y no recogerá más que el latido frío de un cruel rechazo por parte de la mujer que ama. Luisa Roscio acompaña sus últimos actos con el sigiloso ritual del escorpión. Es la asalariada apetecible de la impureza legalista que impera en la isla. La sierva que se vende al poder, al engaño, y a la promesa fanática de quien rige cualquier pueblo siciliano con su agorero yugo de muerte.
(Luisa Roscio) Belleza y carisma de indolente e inquietante mirada y gestos fieros. Capaz de cumplir con el rito secular que a la mujer siciliana le impone el pueblo. Así, soporta el dolor de su impuesta viudez, por medio del crimen, sin proferir palabra de queja; su aflicción, falsa o cierta, se mantiene ajena a las manipulaciones vindicativas que en Sicilia tan sólo se atenúan con la violenta penitencia de la muerte. Pero Luisa Roscio, asediada pasionalmente por su conciudadano y profesor en el Liceo de Palermo, Paolo Laurana, acepta complacida la promesa por parte del maestro de llevar a cabo una minuciosa investigación que pueda llegar a aclarar el homicidio del que ha sido víctima inocente su marido Antonio Roscio. Tal connivencia con su inesperado amante a quien, pese a todo, no otorga sus favores, puede acarrearles innumerables y agitadas complicaciones. La devoción de Laurana hacia Luisa alcanza el paroxismo cuando, finalmente, la única e irrefutable fuente de información sobre el crimen llega de manos de su suegro, anciano invidente que la odia. Descubierta la conjura de “Cosa Nostra”, Luisa Roscio será capaz de actuar con un tacto sutil, sin prejuicios e intrigante. Paolo Laurana no podrá, finalmente, paralizar el riesgo emprendido. Y no recogerá más que el latido frío de un cruel rechazo por parte de la mujer que ama. Luisa Roscio acompaña sus últimos actos con el sigiloso ritual del escorpión. Es la asalariada apetecible de la impureza legalista que impera en la isla. La sierva que se vende al poder, al engaño, y a la promesa fanática de quien rige cualquier pueblo siciliano con su agorero yugo de muerte.
Irene Papas: actriz insigne dotada de una sensual dureza nunca sofocada. Trágica solemne, de inquietante imagen, dotada de una belleza desbordante, vampírica y cargada de temibles presagios, cuyos personajes complejos y atormentados se ajustan a un inconformista arquetipo de “femme fatale”, pero cuyas sugestivas mutaciones de valor “catártico” frente al drama, se hallará, en cada uno de los personajes que ha encarnado, en perpetuo duelo con los placeres y emociones eróticas que condicionan la felicidad o infelicidad de los hombres. Pese a todo, su espléndida imagen, no menos inspiradora de una aniquiladora pasión carnal, y que suele asistir a procesos de autodestrucción, hipocresía y malignidad, como su Luisa Roscio, desde una perspectiva ética, arropa, no tan sólo sediciosos, sino igualmente tiernos alegatos de amores prohibidos frente a los prejuicios libidinosos de la moral mediterránea de la cual es fascinante heredera. Tutelada por directores de todas las nacionalidades que han sabido potenciar su erotismo de gran dimensión sexual, aunque muy lejano del soporte físico que mitificaran sus vecinas, las “maggioratas latinas”, y que recogería turbulentamente su compatriota, la sugestiva Melína Merkoúri, la transferencia emotiva que la lanza como una llama sagrada desde su Grecia natal hasta reencontrar su verdadero "Yo" más complejo, surgido también de los mitologías mediterráneas, en cada una de sus inolvidables interpretaciones, se enzarza definitivamente en un forcejeo moral entre Eros y Thanatos, entre el deseo y la frustración.
[Nacido como Pasquale Ferzetti, en Roma,
Italia, el 17 marzo de 1925- Fallecido en Roma el 2 de diciembre de 2015 a la edad de 90 años]
Su personaje como el "Avvocato” Rosello, posee la arquetípica aptitud conciliadora del prócer siciliano, siempre amistoso, tolerante, algo ambiguo, favorecido por esa
coraza protectora que en la isla se erige como patrimonio exclusivo de
los varones de buena posición. Rosello siempre se complace en adoptar
una
actitud teatral, irónicamente respetuosa hacia sus conciudadanos, como
en el
caso de Paolo Laurana, cuya aversión hacia la violencia imperante en el “paese”
examina carente de todo entusiasmo,
aunque en su dicharachera, cultivada y atenta conversación planee
cierta apesadumbrada connivencia, como reacción normal de todo hombre que
defienda los valores culturales
y
sociales del raciocinio humano frente al primitivismo sanguinario que en
Sicilia cobra su más infamante pontificado. Rosello posee también el
tono firme
y dogmático que el amo emplea frente al siervo. Su rostro nunca se
congestiona. Detenta ese racionalismo admirable que jamás apoyaría la menor actitud
criminal. Y representa esa peculiaridad tan mediterránea del taumaturgo
que despierta la más
fervorosa de las devociones entre los hombres y ciertas emociones
encubiertas
en las mujeres. Pero sus actos adquieren un protagonismo ancestral cuya
ambigüedad
moral nadie conoce en realidad. Una orgía liberadora de peligrosos
anhelos
soterrados, de prejuicios y sinrazones, arropan las apasionadas “relaciones íntimas entre el ”avvocato”
Rosello y su Sicilia natal.
Gabriele Ferzetti: patrimonio del clasicismo cinematográfico italiano a finales ya de la década de los 40, y uno de los galanes más importantes que engrosarían la galería de actores masculinos en los años 50 y 60. Ferzetti cimenta una reputación de intérprete prestigiosamente sobrio, naturalista y de elogiable contención, capaz, no obstante, de dotar a sus personajes de una atractiva e inextricable matización psicológica, y por ello mismo casi siempre marcados por cierta penumbra inquietante. Un director fuertemente individualizado, postneorrealista y que, pese a todo, no ocultara su admiración por el naturalismo negro francés, como Michelangelo Antonioni, adscribe a Gabrielle Ferzetti a un medio y a un ambiente social de porte elegante que estimularía decisivamente su desarrollo interpretativo ("Le amiche", 1955, "L'Avventura", 1960), y su gran atractivo popular. No obstante, la acusada personalidad del actor aprovecharía la gran tradición agresiva, sarcástica y crítica del cine italiano, y rehuiría las no menos tradicionales y populares del melodrama, encarnando todas las virtudes del silencio, de los deseos inconfesables y perversiones entre turbios ambientes belicistas, mafiosos, o de cuanta dureza impondrían las nuevas luchas sociales de Europa.
[Elio Petri, nacido en Roma, Italia, el 29 de enero de 1929-Fallecido en Roma, el 10 de noviembre de 1982, de cáncer a la edad de 53 años]
Curtido
en los sinsabores de pertenecer a una familia humilde, siendo ya niño
expone su insaciable ansia de justicia social que revela la dimensión
más genuina del futuro director cinematográfico, quien no dudaría en
tratar de arremeter con violencia contra los convencionales cánones
establecidos por la civilización burguesa, capitalista y corrupta de la
nueva Italia; y ante la cual se rebelaría, con la más viva de sus
inquietudes, por medio de aquel nuevo vehículo cultural que sería el
cine.
Expulsado por sus razones políticas de la escuela San Giuseppe Merode,
situada en un barrio obrero próximo a la Piazza di Spagna, y regentada
por sacerdotes, no tarda en involucrarse en la organización juvenil del
"Partido Comunista Italiano". Petri, gran observador de esa
sociedad de
posguerra maltratada por el automatismo de una clase media que se ve
sometida a los mecanismos sociales con que un corrupto capitalismo
empieza a imponerse en toda Europa, se entrega con pasión a proyectos
culturales que le abocarán al periodismo y a la cinematografía. Medios
de los que se valdrá para dinamitar los protocolarios discursos de una
nueva política desencadenadora de todo tipo de escándalos y de una
flamante y dura degradación moral de la sociedad. Tras el fracaso de la
Revolución Húngara de 1956, y el sometimiento de dicho país a las
directrices soviéticas, abandona su militancia aquel mismo año.
Irresistiblemente atraído por el Séptimo Arte, en 1949 sus primeras
críticas cinematográficas se publican en el periódico comunista
“L’Unitá”.
A los 23 años colabora con el famoso director italiano
Giuseppe De Santis, para quien efectúa una serie de entrevistas con las
que poder documentar la película “Roma ore 11”, 1951, en la que intervienen Raf Vallone Lucia Bosé, Carla del Poggio, Lea Padovani, Massimo Girotti, y Delia Scala. Contratado ya como
guionista por De Santis, Petri dirige 2 documentales: “Nasce un
campione” , 1954, y “I sette contadini”, 1957.
Con 30 años, Petri frecuenta la famosa "Osteria Fratelli Menghi"
situada en la bohemia Via Flaminia, 57, de Roma, una especie de
cenáculo artístico que recordaba al ambiente parisino de Montmartre, y
en el que se daban cita escritores, poetas, pintores, guionistas y
directores de cine. Dispuesto a elegir entre las actividades artísticas
de las que allí empieza a formar parte, decide consagrarse
definitivamente al Séptimo Arte, y con 32 años, en 1961, dirige su
primer largometraje "L'assassino" ("El asesino"), de tema
policíaco, y al que se añade, con gran audacia experimental, un
analítico estudio psicológico de su controvertido, solitario y no menos
sospechoso protagonista. Un inquietante Marcello Mastroianni presta su gran hacer interpretativo a la primera película de Petri. Coprotagonizado por Micheline Presle, Cristina Gaioni, Salvo Randone, Andrea Checchi y Enrico Maria Salerno.
El film, que fracasó en taquilla y hoy ha sido revalorizado por las
grandes filmotecas europeas, tuvo que enfrentarse a la incompetente
intolerancia de la censura que consideró el simbolismo homicida
escasamente coherente y falto de toda lógica en la acción.
Tras contraer matrimonio en 1962 con Paola Pegoraro, y pasando así a convertirse en yerno del productor cinematográfico Lorenzo Pegoraro, dirigiría aquel mismo año "I giorni contati" ("Los días contados"),
film demoledor, de oscuros simbolismos, cuyas imágenes, como metáforas
del angustioso "determinismo" al que parece abocarnos en más de una
ocasión la existencia humana, alcanzan un gran valor conceptual en su
dura exposición de la crisis existencial que vive su protagonista, un
pobre soldador de la ciudad de Roma, magníficamente interpretado por el
famoso actor de reparto Salvo Randone, en el que sería su primer papel como protagonista absoluto, además de Franco Sportelli, Vittorio Caprioli y Regina Bianchi.
En su tercera realización, "Il maestro di Vigevano" ("El maestro de Vigevano"), 1963,
basado en una afamada novela de Lucio Mastronardi, asistimos por primera
vez de la mano de Petri a uno de los elementos más perseverantes de la
cinematografía italiana de los 60: la concepción destructiva del popular
universo doméstico con sus miserias y tantas veces escasas grandezas.
La estabilidad económica de un vulgar maestro de escuela, amante de su
poco remunerado trabajo, se verá constantemente atenazada por la
ambición materialista de una esposa egocentrista y por ende escasamente
comprensiva. Con ese toque casi neorrealista, el que debería ser estadio
racional y adulto del barómetro socio-familiar se deshumaniza entre la
debilidad y la servidumbre de las no menos complejas realidades que los
problemas económicos imponen en el hogar. La gran interpretación de
Alberto Sordi polariza todas las frustraciones albergadas en su mísera
existencia como maestro de Vigevano. Y el inconformismo que espolea y
estimula la rebeldía femenina como esposa ególatra, dispuesta a todo
para huir de su humillante vida doméstica, que casi alcanza el valor
catártico miserabilista que impuso, como ya se citó, el neorrealismo, se
centra esta vez en el virtuosismo interpretativo de la extraordinaria
actriz inglesa Claire Bloom (que ya afianzada en la pantalla grande
gracias al Free Cinema Inglés) se concreta de nuevo como gran
protagonista, esta vez por medio de Elio Petri, en la cinematografía
italiana, revestida de todas las cualidades que dieran soporte físico al
mito.
En 1965 realiza "La decima vittima" (" La víctima número 10") con Marcelo Mastroianni, Ursula
Andress y Elsa Martinelli, basado en un relato fantástico de Robert
Sheckley, con decorados de toque futurista. Los conflictos estilísticos
de su puesta en escena resultan casi grotescos y empalagosos, y el film
fracasa estrepitosamente. Muchos de los productores que habían
financiado sus últimas películas empiezan a mostrarse disconformes con
las inquietudes experimentales de Petri, por lo que éste decide
reemprender los derroteros tradicionales del cine político que tanto le
atrajera en los inicios de su carrera. Su vocacional renovación política
se verá recompensada con la extraordinaria adaptación de la novela de
Leonardo Sciascia "A ciascuno il suo" ("A cada uno lo suyo"), 1967, que produce Giuseppe
Zacariello, dueño de la empresa Cemo Film. El vigor realista del gran
actor Gian Maria Volonté imprimirá su sello más personal en muchas de
las siguientes realizaciones de Elio Petri: "Indagine su un cittadino al
di sopra di ogni sospetto" ("Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha") 1970, coprotagonizada por Florinda Bolkan, Salvo Randone y Gianni Santuccio, con la que conseguiría el Gran Premio
del Jurado del Festival de Cannes en su XXIII Edición 1970, y el Öscar
de Hollywood a la Mejor Película Extranjera.
Además, con el citado film
se iniciaría la que Petri denominó su "Trilogía del Poder", a la que
seguiría, también con Volonté, "La classe operaia va in paradiso" ("La clase obrera va al paraíso"), con Mariangela Melato, Luigi Diberti, Gino Pernice, y Salvo Randone, que ganaría la Palma
de Oro en Cannes 1971, ex-aequo con "El casso Mattei" de Francesco
Rosi.
El film de Petri fue estrenado en la Muestra Internacional de Cine Libre
Porretta Terme.Volonté y Petri, al término del la proyección debatieron
con los operarios de la factoría DEMM, dada la polémica que suscitó la
película al subrayar la rigurosa concepción sociológica de una infamante
explotación fabril y la alienación a que se veían sometidos los
obreros. El director francés Jean-Marie Straub, que había asistido al
estreno del film, indignado por el azote reivindicativo en favor de la
maltratada clase proletaria que mostraba la película de Petri, opinó que
todas las copias de dicho film debían ser quemadas.
Con "La propietà non è più un furto" ("El amargo deseo de la propiedad"), 1973, esta vez interpretada por
Ugo Tognazzi, Flavio Buzzi, Daria Nicolodi y Gigi Proietti, Petri finalizó su Trilogía.
En 1976 dirigiría, volviendo a
adaptar una novela de Leonardo Sciascia, rueda "Todo modo", de nuevo con
Marcello Mastroianni, Gian Maria Volonté, Renato Salvatori, Francesco Citti y Mariangela Melato. "Buone notizie" de 1979,
Giancarlo Giannini y Ángela Molina, sería su última película. Durante los preparativos de su próxima
realización "Chi illumina la grande notte", con Mastroianni, enfermó de
cáncer, muriendo en Roma a los 53 años, el 10 de noviembre de 1982.
Elio Petri: « Feci il film per quest'essere "A ciascuno il suo" il
sensuoso e ironico ritratto d'un intellettuale umanista e sessualmente
incompetente.» [«Hice
la película para que fuera "Cada uno lo suyo", el retrato sensual e
irónico de un intelectual humanista y sexualmente incompetente.»]
Toda concesión a la violencia nos abre caminos muy diversos. "Cosa
Nostra" se convierte, gracias a la pluma de Sciascia y al rigor
descriptivo con que Elio Petri la traslada a la gran pantalla
cinematográfica, en testimonio escalofriante de una realidad social y
delictiva asfixiante. Sus resonancias fascistas cobran la imponente
solemnidad formal de un cáncer maligno y el himno panteísta a su único
dios: "la Naturaleza del poder". La irascibilidad homicida que encubren
las conciencias petrificadas por los estamentos mafiosos siguen latiendo
y perviviendo, pues, como una lacra social que jamás será extirpada. En
el nutrido círculo de sus misteriosas causas y razones pocos hombres se
han atrevido a bucear, ya que el diagnóstico e investigación de su
inquietante fenómeno no posee más raíz social que el de un trasfondo de
desatada virulencia jamás superada, y una postura hostil siempre
encaminada hacia el asesinato. Un héroe sencillo como Paolo Laurana
capaz de fraguar planes que pongan al descubierto los resortes
delictivos y elementos sádicos de "Cosa Nostra" deberá, por tanto,
resucitar al viejo mito de Prometeo, que por intentar robar el fuego
sagrado caerá abatido por el terrible castigo divino que le impone ese
mismo fuego. Asimilada la ominosa lección que ofrenda Sciascia, "A
ciascuno il suo", como factor dramático determinante y vindicativo de
tan patético "paese" como puede llegar a ser el siciliano, las imágenes
cinematográficas cobran en manos de Elio Petri un inquietante y nocivo
acento de veracidad como gran ventanal abierto a la cruel
irracionalidad que en Sicilia han impuesto siempre los artífices de la
mafia. Así, pues, una lúcida amargura, de ribetes escabrosos, engrandece
este soberbio espectáculo cinematográfico, realzado además por la
contundente y privilegiada naturalidad de sus inolvidables intérpretes.
¡Impactante e imprescindible!
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