"DIA DE LOS MUERTOS"
Una ciudad que halla una especie de lenitivo en celebrar los estragos que con el hombre comete la muerte. Esqueletos colganderos que ofrendan sus formas lúgubres y aciagas a este mundo exterior mucho más vasto que el interior. Cuernavaca alcanza el paroxismo en su deseo de desconcertar al espíritu humano ofrendando la insignificancia de la carne, la verdadera perspectiva de esa broma maligna que significa el más allá: una simple osamenta juguetona, arrancada del cobijo de la tierra o que parece haber brotado del otro mundo, y que, ante los ojos divertidos de los viandantes, cuelga entre otros miles de esqueletos como lanzando desde sus cuencas vacías una súplica en vano.
Un hombre trajeado se mueve entre aquella barahúnda de muerte y exvotos como un enfermo curioso. Oculta su rostro tras unas gafas oscuras en las que se repiten simétricas calaveras con su desnudez enteca, de cabeza de monigote tenebroso. Ese hombre conoce bien una palabra que cambia nuestra naturaleza: alcoholismo. En efecto, confluyen en él todas las reacciones del borracho que trastabilla sin disimulo a la vista de la gente. Geoffrey Firmin (Albert Finney), ex-cónsul británico de Cuernavaca, es la viva imagen de aquel "que enferma en la mañana, por beber mucho de noche. Y se dirige a la taberna, y con más alcohol se repone".En su paseo arrastra un temblor: la reacción enfermiza del dipsómano incurable. Pero en Cuernavaca, como en tantas otras ciudades del mundo, ser un borracho no es más que una pena leve. El índice temible de alcohólicos que pueblan el mundo no da miedo. Son como vegetaciones sin fin que asoman por un tejado, unas imágenes que repiten su efigie frente a un espejo gigantesco que tuviera mil espejos supletorios. "El día de los muertos" consume hasta a Dios en Cuernavaca, una ciudad que se convierte en un camposanto descarnado y contador del tiempo de los hombres, y que parece haber perforado el mundo para abrir esa antesala oscura de la muerte para no dejarnos aterrorizados y patológicos frente al mapa de lo que en realidad es nuestra vida en la tierra. La revelación es muy clara: la tierra está enferma y poblada por locos. Geoffrey Firmin, el ex-cónsul alcohólico, no posee esa excitación del hombre sensato equivocado. Beber sin límite es para él algo así como un fenómeno científico. En la historia de su mal reside, cómo no, una mujer. Pero la bebida le provee de la larga pausa esperanzada en sus males. El alcohol afinó todos sus nervios, apartándole de un peligro inminente: el consabido tesoro de la ternura. Y así engaña su tiempo, creyendo haber cauterizado sus emociones; y marcha como si tal cosa, sarcástico, frío y un si es no es intratable. Una pobre perra abandonada le sigue, solicitando de él una caricia y algún alimento. Firmin se conmueve Luego la mima un instante, y comprará para ella un pequeño bocado de carne.
Luego, tambaleante, entra en un pequeño cine: "Sol de Medianoche" donde
se proyecta el film "Las manos de Orlac" ("Mad Love"). Observa un
instante la imagen en blanco y negro del protagonista, Peter Lorre, y
sonríe al escuchar los diálogos: "¡Te quiero, te quiero! Gracias a mí has cobrado vida"...
Geoffrey Firmin se dirige en seguida hacia el bar, donde le aguarda el doctor Vigil Laruelle (Ignacio López Tarzo), que exclama: "Justo a tiempo. El inglés es siempre puntual..." (Se acerca el Sr. Bustamante, dueño del cine y se dirige a Mr. Firmin) "Creo que usted va a la Cruz Roja con el doctor" (Firmin, sarcástico) "Eso creo. Muy bien... Pero hay algo aquí que no es correcto". (Bustamante) "Ya lo sé, señor. Usted no lleva calcetines" (Firmin se mira los pies desnudos dentro de sus negros zapatos abrillantados) "Es verdad, no llevo calcetines..." "Con esta espléndida vestimenta debería usted llevar calcetines. ¿Quiere que le traiga algunos?"... "No es necesario. A propósito Sr. Bustamante, ¿ha encontrado usted algunas cartas dirigidas a mí?..." "No, no señor. No he encontrado cartas suyas". (El doctor Vigil Laruelle) " ¿Qué cartas ha perdido?..." "Unas de mi mujer, de Yvonne" "Entonces ¿ha recibido noticias suyas? ¿Qué le dice? ¿Va a regresar a Méjico?"
(Firmin vacila y tartamudea. Los efectos de la borrachera son cada vez más evidentes) "N...
no lo creo..." "Me sabe muy mal verles separados. Siempre he sentido gran
admiración por la señora Yvonne. Yo creo que volverá. Si le escribe es
que piensa regresar..." "He recibido también una carta de su abogado.
Por lo que parece estamos ya divorciados..." "¡Uy, amigo! ¿Es eso
verdad?..." "Sí" (Geoffrey Firmin trata de mostrar un talante resignado y firme) "Es verdad"
(Llegan de nuevo hasta ellos los diálogos del film que se proyecta en la sala y los tres observan la pantalla: (Voz de la actriz protagonista) "¡Déjame irme! Te prometo que volveré..." (Voz de Peter Lorre) "¡Mientes! ¡Nunca volverás! Me odias y me desprecias. ¡Mentiroso! ¡Hipócrita!"... (Bustamante)
"Las manos de Orlac" "The Hands of Orlac", ¿no?". "Es una buena historia. El hombre es un pianista
que pierde sus manos bajo un tren. Le ponen otras, pero son las de un
asesino. ¡Uy!, sus manos matan a la gente. Pero su corazón no es
criminal, y él lo siente mucho, mucho" (Firmin con tono beodo pero frío) "Hay cosas de las que uno no puede pedir perdón" "Creo que el destino del mundo ha cambiado por completo"
(Geoffrey
y el doctor Laruelle salen del cine y pasean entre la festividad de las
calaveras camino del hotel Bellavista donde se celebrará el acto
benéfico de la Cruz Roja) (Firmin) "Sólo en Méjico la muerte es
una buena ocasión para reír..." "En el día de los muertos, cuando los
espíritus vuelven hacia nosotros, debemos hacerles el camino fácil y no
resbaladizo con nuestras lágrimas".
(Les sigue la perrita abandonada hasta el hotel. Firmín se agacha a duras penas, la acaricia de nuevo y divaga) "Lo siento, anciana. Esta vez no te van a dejar entrar. Te has cortado demasiado la melena"
(Hotel Bellavista. Acto bénefico de la Cruz Roja) (Encuentro con
algunas personalidades. Geoffrey Firmin sigue copa va y copa viene,
mezclando bebidas) "Un poco de brandy. Un poco de anís. Un poquito de tequila. Mmm.Un poco de whisky" "Un poco de mezcal" (Firmin En un estado de total embriaguez) "Oh,
no, nunca pruebo el mezcal. Prefiero pasar sed antes que beber mezcal.
¡Qué locura! El mezcal es el tequila de los pobres. El mezcal es para
los condenados" (Observa la proximidad de nuevas personalidades) "¡Oh,
Dios Santo! Se acerca el último vendaval de diplomáticos"... "Buenas
noches, señor Firmin" "Buenas noches"."Deseo presentarle a Herr Krausberg, agregado
alemán. Mr. Firmin, ex-cónsul británico de Cuernavaca".
(Herr Krausberg) "Me causa un gran placer el poder saludarle, Mr. Firmin"... "Igualmente digo, por supuesto. Un cóctel de champagne" (ofrece al agregado alemán). "Espero que su próximo destino sea tan bello como Cuernavaca". (Geoffrey Firmin contesta con su sorna de alcohólico empedernido) "No habrá ninguno más. Me he jubilado"... "¡Oh!, ¿de verdad?" (Firmin recita con despecho)
"Se ha cortado la rama que debía haber crecido por completo"... o algo
por el estilo. Me quedaré aquí, en Méjico". "¡Oh, qué suerte tengo!..." (Herr Krausberg) Espero poder gozar de su amistad, tan estrecha y cordial como la amistad entre nuestras naciones. (Firmin lo mira fijamente con aire de burla) "En
estos momentos, Herr Krausberg, usted podría serme de gran utilidad"... "Me encantaría ayudarle de la manera que sea posible"... "Es algo
relacionado con un hermano... hermanastro. ¿Sabe lo que quiere decir
hermanastro?Mm-hmm".
"Mi padre se volvió a casar con una belleza sudamericana.
Hugh, mi hermanastro, es un periodista. De esos que van por su cuenta.
Le ha llegado un rumor hace muy poco. ¿Quizás usted podría aclararme
algo el asunto?"... "Con mucho gusto, si puedo". (Firmin acerca su rostro al del agragado alemán de forma amenazante como hace los borrachos) "¿Está Alemania financiando un movimiento nazi aquí en Méjico?" (Herr Krausberg contesta hipócritamente sorprendido)
"Por supuesto que no. Su hermano, Mr Firmin..." "Hermanastro, hermanastro" "Hermanastro, perdón,... su hermanastro padece obviamente de
un exceso de imaginación"
(Firmin se muestra cada vez más insistente e irritado) "Les llaman sinarquistas, si no me equivoco..." (Herr Krausberg sonríe con la característica frialdad alemana) "Tonterías.
Es sólo un rumor, como usted ha dicho. De todas formas, somos aliados,
¿no es cierto?, desde que se firmó ese maravilloso tratado entre su
Primer Ministro y nuestro Führer. Brindamos por eso ¿no? ¡Por... eh, el
entendimiento entre nuestras naciones! Es una unión, estoy convencido, que
nos asegurará la paz por muchos años en el futuro. ¡Salud, Herr Firmin!"
(Geoffrey exclama burlonamente, con voz trémula de beodo) "Sí, por el Pacto de Münich y todo eso" "Paz para nuestro tiempo" Pero no seamos demasiado precipitados" (se encara con Herr Krausberg). "Calculemos todos los pros y los contras, como hacen los ferrocarriles
mexicanos. No les gusta que las cosas les pillen por sorpresa. Echen por
ejemplo un vistazo a su nuevo horario acabado de imprimir. Los
cadáveres deben ser transportados por ferrocarril exprés. Cada uno de
los cadáveres del tren expreso debe ir acompañado por un pasajero de
primera clase. Bien, supongamos que el Tratado falla y se organiza un
sangriento Armageddon. Piensen en ello" "Usted-usted" Los ferrocarriles
harán una fortuna"...
"Tiene razón, tiene razón" (le responde Herr
Krausberg tratando de desentenderse de los comentarios de Geoffrey
Firmin. Pero el ex-cónsul no ceja en su persecución) "Piensen en ello. ¡Todos esos malditos cadáveres incluirán cada uno de ellos un pasaje de primera..." (Herr Krausberg evita las miradas furibundas de Geofrrey Firmin, que sigue hablando visiblemente encolerizado)
"Desde luego, un solo "Día de los Muertos" no será suficiente. ¡Un mes!
¡Una década! Será más bien la "Era de los Muertos". El mundo entero
aprenderá a reír a la vista de los pestilentes cadáveres ¡Oh, ja ja!"
"Los trenes expresos serán reservados con años de
antelación. Los cadáveres casa a casa con sus malditos acompañantes de
primera clase harán cola a millones, esperando a ser transportados.
¡Ajá! ¡Sí!" (Firmin trastabilla hasta donde se halla la orquesta y toma entre sus manos un micrófono) "¡Señoras y señores de la Cruz Roja, su maldito trabajo está ya preparado para ustedes. ¡Deben tener listo el almacén!... Uh" (El doctor Laruelle trata de llevárse a Firmin de allí, porque su estado es deplorable debido a la borrachera, pese a las verdades que expresado con respecto a las intenciones nazis) "Amigo. Señor"
(Geoffrey Firmin sigue gritando, haciendo caso omiso del doctor) ¡Almacenamiento de una nueva hornada de cadáveres
danzantes!... "No, no, señor Geoffrey, por favor..." "¡Construyan depósitos
especiales! ¡Oh, sí! ¡Amontónenlos en filas o estrújenlos por la mitad" (La orquesta empieza a tocar de nuevo para acallar las voces del ex-cónsul, que sigue girtando) "¡No, mejor aún, córtenlos a pedazos!. ¡Descuartícenlos y métanlos en bolsas. Y pinten la Cruz Roja en ellas! (El doctor Laruelle trata de calmarlo) "¡Vamos, señor!, Vamos, amigo, debe aclarar su mente" "Es muy triste pasarse la vida en
una continua tragedia" "Oh, no son estos tiempos precisamente, sino algo
dentro del corazón" "No se puede vivir sin amar, amigo"
(Firmin repite la frase del doctor) "Uh, No se puede vivir sin amar" (permanece un instante con la mirada extraviada) "Hmm.Una mañana cuando me desperté, ella se había ido. ¡Nada! ¡Sólo una maldita chica!... La necesito... (El doctor Laruelle trata de sacarlo de la sala del hotel) "Sé lo que usted debe hacer. Venga conmigo. No está lejos, venga".
(Llegan hasta una pequeña capilla. Firmin, agotado, se sienta en un banco. El doctor le señala la imagen de una Virgen)
"Es la Virgen de la Soledad. La Santa Patrona para aquéllos que no
tienen a nadie, para los que están perdidos, y para los marineros de la
mar. Debe pedirle de nuevo por su esposa. Pídale".
(Firmin se muestra contradictorio y desencantado) "No puedo. Es como pedir tres deseos a un hada madrina" (El doctor habla con la imagen) "Debes
perdonar a mi compañero. Está demasiado borracho para rezar. No se
puede vivir sin amar, señora. Ha perdido a su esposa y te pide
ayuda. Por favor, rece a la Virgen". (Firmin divaga, totalmente borracho) "Me muero sin ti. Vuelve conmigo, Yvonne".
Un regreso inesperado, tras una larga y dolorosa ausencia, se presta por
lo general a interpretaciones contradictorias; en especial cuando el
motivo que lo provoca se ha labrado entre una imposible convivencia. Un
regreso puede convertirse en un tabú más temido que deseado. A veces se
apela a él porque no existe en nuestra vida nada más a que apelar. Pero
el peligro se recrudece. El recuerdo de un tiempo imposible de recuperar
hace objeto a nuestra memoria de un verdadero fetichismo. Un fetichismo
llamado amor que poco a poco quedó embalsamado en nuestra mente. La
cantidad de pretextos de que se vale nuestra memoria inventando un
pasado sublime posee todo un compendio de aspectos y motivos,
aspiraciones y sueños, engaños y miserias que viven ligados a ese pasado
(que, aunque nos destruya, queremos que vuelva); y por lo que una vez
se creyó que sería un inextinguible amor o por un odio inesperado pero
igualmente perpetuo. Es necesario incluir hechos y episodios de los
cuales casi siempre sale empequeñecido tan gran sentimiento. Y es que
esa emoción, humana pero abstracta, de moral figurada aunque
trascendente, tierna, dominante y furibunda, vive edificada sobre la
intocabilidad de las pasiones; y al mismo tiempo que nos hace
prisioneros, jura y perjura, cuando se desvanece en la niebla como una
alegoría, que no debe nada a nadie. Pero el papel del amor es hacer
siempre de testigo e intérprete, y hay casos de vidas enteras dedicadas a
la exégesis que lo impregnan de nostalgia y de dolor. Hombres y mujeres
que creen que no hay más predestinación en la vida que la de caer en
él, se le entregan al buen tun tun, alimentándose de sus contradicciones
y de la incongruencia que lo articula. Y disfrutan encerrándose de
nuevo en su eterno esquema masoquista del que parece imposible evadirse.
Todo ello porque el amor posee dimensiones faraónicas, ampliamente
apoyado, como ya se indicó, en los cimientos gigantescos que aporta el
desierto pavoroso, por el que solemos andar solos, de nuestros
sentimientos y pasiones. Dante concluyó su imperecedero poema divinal
con el "Amor que mueve el sol y las demás estrellas". Pero,
aunque el amor sea así y soñemos con que siempre vuelva a nosotros,
todo relato amoroso, por muy maravilloso que sea, acaba por entregarse a
digresiones en las que fluye el indomable carácter humano: cerrado,
violento, injusto y hasta monstruosamente egocéntrico. Su paso por la tierra se parece al de un
animal que está siempre siendo frenado violentamente. Su mundo de
dipsómano incontrolable parece ir más allá de las emociones. Es como un
comensal del miedo. Un mensajero del más negro azar, que quema su
crédito a la vida en el alcohol, invitando constantemente a la muerte a
matarse con él. En Cuernavaca la popularidad parlanchina del ex-cónsul
inglés Geoffrey Firmin, que ya era bastante grande, vive naturalmente aumentada por su
facundia borrascosa que en sus tabernas, abiertas al amanecer, le acogen
como a un mendigo nómada. Mientras tanto, un autobús se detiene en el
centro de la ciudad, y de él desciende Yvonne Firmin. Un par de chamacos
cargan con sus maletas de viajera recién llegada. Pasea su vista por la
semi desierta ciudad y la voz de Geoffrey rebota en en silencio desde
la taberna conocida por París Cantina. (Geoffrey Firmin no duerme. Está contando una de sus aventuras bélicas de la 1ª
Guerra Mundial al dueño con sus consabidos temblores etílicos) "¿Me oyes, Fernando?..." (El cantinero le observa con actitud incómoda) "Hundiéndonos los alemanes querían apartarnos de nuestro camino"... "¿Me escuchas Fernando? Se preparaban para el abordaje. ¿Me oyes Fernando?. Si es absolutamente necesario. Presta mucha atención. Es una lección. Una parábola. Te estoy hablando sobre responsabilidad, Fernando. Ese barco era una completa artimaña y yo era el comandante de
a bordo. El barco era el S.S. Samaritan. Lo llamaban así porque
visto desde fuera parecía una indefensa y obesa dama. Un barco de carga
pesadamente flotando en el mar. ¿Me escuchas, Fernando? Era el año
1917, en primavera. Vimos como un periscopio nos observaba. Se preparaban para el abordaje... "
"Entonces ocurrió una gran sorpresa..." (En aquel momento entra Yvonne en la París Cantina, y, situada tras Firmin, le mira conmiserativa y fijamente) (Firmin vuelve su rostro
tembloroso movido por la curiosidad. La observa un instante
conmocionado, aunque finge no haberla visto) "¡Oh!, Nos quitamos el disfraz. El depredador se convirtió en nuestra presa" (Geoffrey
vuelve a mirar a Yvonne bajo los efectos de su tremenda borrachera como
si no creyera en su presencia. Su voz se vuelve cada vez más trémula) "Recibí una medalla por la captura del submarino. Pero antes tuve que comparecer ante una corte marcial" (continúa hablando Firmin como si tratara de ignorar la presencia de Yvonne que sigue a su espalda) "Fue el misterio de la desaparición de los oficiales germanos... los
restos de tres hombres hallados en las cenizas del horno" (Geoffrey esboza un gesto de horror) "¡Algo espeluznante!, ¿eh?"
(Firmin
vuelve de nuevo a Yvonne su rostro gesticulante, pero no le dice nada. Y
se desahoga insistentemente con el dueño de la cantina) "Pero así sucedió, Fernando. La gente no va por ahí metiendo a los demás en los hornos"
(Los visajes del ex-cónsul son ahora tan manifiestos con el horror que
pretende expresar que resultan cómicos a la vez. Finalmente, murmujea
con encubierta emoción) "¡Hmmm, Yvonne!..." "He vuelto, Geoffrey..." "¿Eres tú realmente?..." "Claro que soy yo" (trata ella de mostrarse cariñosa) "No puede ser" (niega trémulamente Firmin) "Te
escribí diciendo que venía ¿No recibiste mis cartas? Ni siquiera estaba
segura de que estuvieras aquí. Tuve que llamar al Foreign Office" (Firmin bebe y finge que bromea) "Siempre
estoy aquí... más o menos. Bueno, me fui una vez, la semana pasada. A
una corrida en Tomalin. Y luego acabé en El Farolito. Pero sólo para
unos tragos, tenlo en cuenta. ¿Cómo has llegado aquí?" (Los visajes de Firmin se acrecientan) "Vine
en barco desde New York y cogí un avión desde Veracruz..." "Ya veo. Debes
estar exhausta..." "En realidad, no. Dormí un millón de horas en el
barco. Lo peor fue el traslado desde el aeropuerto,... en autobús" (Yvonne pugna por contener las lágrimas)
(Geoffrey la observa con inquietud recelosa, y bebe una copa de whisky con mano trémula) "Son los temblores los que me hacen la vida insoportable. Pero disminuyen si sabes tratarlos con cuidado" (Yvonne llora y detiene a Geoffrey la mano temblorosa que sujeta el vaso)... "Con los necesarios movimientos..." (prosigue Firmin emocionado por el gesto de ella)
"El toque terapéutico. Tómate un vaso conmigo" (Yvonne trata de esbozar una sonrisa) "No, tómate el tuyo... A tu salud" (Bebe
Geoffrey con ansiedad, mientras Yvonne le observa con hondo dolor
reflejado en su hermoso rostro. Luego se levanta y se dirige a los chamacos que la aguardan con sus maletas) "Calle Nicaragua, 52... Sí, señora"
Mientras Yvonne no le mira, el ex-cónsul experimenta los síntomas de
la más terrible excitación. Pone los cinco sentidos en su observación
como si el encontrarse de nuevo con ella se tratara de un incómodo
incidente. Sus pensamientos, debilitados por el alcohol, parecen correr
el más grave de los peligros. Se halla a punto de desmoronarse. Son los
suyos visajes contundentes de borracho. No obstante, se esfuerza por
recobrar una serenidad casi imposible. Se pone en pie a duras penas,
trastabillando por la taberna. Paga el whisky, y ya a punto de rodar por
tierra, nota la mano de Yvonne que lo sujeta con cariño. Firmin
tiembla. El dueño de la cantina le observa. Firmin, casi avergonzado, le
hace un gesto de despedida con la mano. Al fondo, frente a otra mesa,
una anciana india juega al dominó con una gallina. Ambos dirigen su
mirada a la chocante escena, y cuando se disponen a salir de la taberna,
Firmín se dirige a Yvonne "¿Cómo, a menos que bebas tanto como
yo, esperas comprender la belleza de una anciana mujer india jugando al
dominó con una gallina?" (Ya en el exterior de la París Cantina, el ex-cónsul hace esfuerzos por mantenerse en pie. La calle polvorienta se halla vacía) "Bueno, p... parece que han desaparecido todos los taxis. ¿Vamos caminando?..". (Yvonne se extraña) "¿Por qué? ¿Qué le ha pasado a tu coche? ¿No habrás vuelto a chocar, verdad?..." (Firmin responde sin tapujos) "Bien, la pura verdad es que lo he perdido..." "¿Que lo has perdido?..." "Mmm.Mira (se detienen ante un banco, frente a una iglesia) "Descansa aquí un momento. Debes estar terriblemente cansada, Yvonne. Dejemos de andar. Nos podemos sentar y esperar un taxi..." (Yvonne se niega) "No, de ninguna manera. Creo que tú eres el único que está cansado..." ¡Oh, no, no! (exclama Firmin sin el menor titubeo) Por mí, muy bien. Me agrada poner en circulación a mis viejas piernas" (El ex-cónsul disimula su andar fluctuante y canturrea ante la mirada, ahora sonriente, de Yvonne. Luego le pregunta) "¿Te dijeron en el Foreign Office que había dimitido?..." "¿Qué te ha pasado?..." Nada. Sólo que me harté... (Siguen conversando) "Geoffrey, ¿por qué no contestaste mis cartas?..." "Ya sabes, temblores. Apenas puedo usar la pluma" (Pasan
por delante de unos ancianos escribientes, típicos en Cuernavaca, donde
el índice de analfabetismo alcanza enormes proporciones)
(Yvonne,
refiriéndose a ellos) "Tenías que haber usado sus servicios" (Firmin se dirige a los escribientes con sorna y les dicta una imaginaria carta, que nadie escribe) "Querida Yvonne: he decidido tomar la única salida; punto y coma. Adiós. Punto y aparte. Cambio de párrafo" (Deja unas monedas en la mesa de los asombrados escribientes, y añade) "Cambio de mundo" (Yvonne, apesadumbrada ante la ironía demostrada por Geoffrey, canta) "¡¡Qué
dulces florecen las tumbas, con sus fragantes flores! ¡Pues, una vez al
año, los muertos celebran su día!!" ¿Recuerdas, Geoffrey? Esa vieja
canción de Strauss llamada "El día de las almas" (Yvonne canta de nuevo)
"¡¡Regresa a mí, amor mío, para que pueda abrazarte!!" (Firmin
se cala sus gafas negras para ocultar su mirada conmocionada. Yvonne
continúa con la canción, y trata de adivinar la reacción de Geoffrey) "¡¡Como lo hice una vez en mayo... como lo hice una vez en mayo!!" (El ex-consul, como si no hubiera oído la canción, pregunta con cierta dureza)
"¿Qué estuviste haciendo el año pasado, además de gestionar el
divorcio?..." "La mayor parte del tiempo lo pasé en New York. Tuve un
papel en la reposición de "Un sombrero de paja en Italia" ¿Recuerdas la
obra que representaba cuando nos conocimos? Yo hacía entonces de
ingenua. Desgraciadamente esos tiempos ya han pasado. Esta vez sólo fue
un papel de reparto. Acabamos la semana pasada..." "Ya veo..." (Yvonne se queda observando asombrada a un joven ciego que pasa tocando la flauta montado en un caballo blanco) "Mira, sus ojos están cerrados, pero el caballo conoce el camino a su casa" (Firmin no contesta)
La ebriedad vive en contraste con la postración. Un alcohólico cree haber vencido ya todos los sinsabores del mundo. Su cabeza parece reposar sobre los duros almohadones de otro universo. Vive, pues, como degustando los últimos escalofríos apetecibles de la existencia. Por ello mismo, a los alcohólicos se les ve gozar y extraviarse, como si hubieran logrado vencer de forma definitiva todos los tormentos que acuciaran su existencia. Ya no luchan contra ellos, porque, por medio del alcohol, parecen haber alcanzado una verdad: "Toda lucha es inútil". Una verdad que va unida a la voluptuosidad de la muerte. Su mirada soslayada, titubeante es, no obstante, elocuente y nostálgica: recorre la infinitud del paisaje humano con una perpetua despedida conmovedora. Las reacciones explosivas y sinceras de un alcohólico ofrendan la más maligna perspectiva de la verdad, que, como una brutal fiebre del corazón, diezma la historia ruin, rencorosa y mezquina de su tiempo en la tierra, donde los hombres tantas veces se ofrendan entre sí más veneno que medicinas. Un borracho empedernido jamás se oculta a sí mismo. Su sed, que nunca logra apagarse, es como la de un aventurero sin futuro que sigue buscando la saciedad aún cuando ya lo haya visto y dicho todo. Pero sigue poseyendo tal naturalidad y se desenvuelve tan normalmente que no desea apartarse del mundo y de su luz. Los acólitos del alcoholismo, que lleva dentro de sí la muerte, no se incorporan por tanto, como todos creemos, a la oscuridad. Y pese al delirio, donde pululan esos insectos vibrantes que produce la fiebre, capean el temporal del horror, y siguen con su corazón metido en una botella de cristal, como si en realidad poseyeran el más usufructuario de los amores místicos vedados a los abstemios. Es la disociación cerebral que arranca las esquirlas del pasado, las condensaciones oscuras del tiempo, y las horas lastimeras de los recuerdos que sin alcohol resultarían asfixiantemente estúpidas. El borracho no lucha contra una enfermedad, es tan sólo un viajero en la enfermedad. Y como enfermo difícil de salvar, tampoco combate con la muerte. La muerte es para él un tigre alegre, cuyo zarpazo certero oculta su condición mortal en la red del cazador a la que el alcohólico se acerca con abrumadora regularidad. Y pese a todo, la locura caprichosa de quien bebe compulsivamente es creer en su propia inmortalidad. Una vez llegados a la calle Nicaragua, los chamacos llevan las maletas hasta el interior de la casa) "¡Hola, hola!" (exclama Yvonne) "¡Mira quien está aquí! Mi pequeño Edipo" (un bello gato blanco, al que acaricia y besa) "Así que estás aquí" (A Geoffrey) "¿Creías que se olvidaría de mí?..." "No, no te ha olvidado" "Nunca lo hubiera pensado" "Los gatos no están ligados a las personas sino a los lugares..." "Te he echado de menos, Edipo..." "También él te añoraba" (Aparece la mucama exultante de alegría) "¡Señora, qué gusto!... ¡Buenos días, Concepta!... "Cómo la he extrañado" "¡Oh!, yo también la añoraba, Concepta" (Yvonne, con Edipo en las manos, observa la casa y el lamentable estado en que se halla) "¿Qué le ha pasado a mi hermoso jardín, a mis camelias?" (Geoffrey, irónico) Me temo que se ha convertido en una selva. Pero mira, supongamos, sólo como una premisa, que abandonas una población sitiada y al cabo de un tiempo vuelves a ella. No esperarás encontrar los mismos verdes jardines, todos en perfecto estado, ¿eh?. No obstante, todo aquí y allí te da la bienvenida. ¿Has vuelto en realidad o sólo es una visita?" (pregunta el ex-cónsul con mordaz desconfianza) "Estoy aquí, ¿no?" (Yvonne finge no sentirse herida por la pregunta) (Geoffrey grita de pronto) "¡Hugh, ven en seguida! Nunca adivinarás quién acaba de aparecer aquí"
La ebriedad vive en contraste con la postración. Un alcohólico cree haber vencido ya todos los sinsabores del mundo. Su cabeza parece reposar sobre los duros almohadones de otro universo. Vive, pues, como degustando los últimos escalofríos apetecibles de la existencia. Por ello mismo, a los alcohólicos se les ve gozar y extraviarse, como si hubieran logrado vencer de forma definitiva todos los tormentos que acuciaran su existencia. Ya no luchan contra ellos, porque, por medio del alcohol, parecen haber alcanzado una verdad: "Toda lucha es inútil". Una verdad que va unida a la voluptuosidad de la muerte. Su mirada soslayada, titubeante es, no obstante, elocuente y nostálgica: recorre la infinitud del paisaje humano con una perpetua despedida conmovedora. Las reacciones explosivas y sinceras de un alcohólico ofrendan la más maligna perspectiva de la verdad, que, como una brutal fiebre del corazón, diezma la historia ruin, rencorosa y mezquina de su tiempo en la tierra, donde los hombres tantas veces se ofrendan entre sí más veneno que medicinas. Un borracho empedernido jamás se oculta a sí mismo. Su sed, que nunca logra apagarse, es como la de un aventurero sin futuro que sigue buscando la saciedad aún cuando ya lo haya visto y dicho todo. Pero sigue poseyendo tal naturalidad y se desenvuelve tan normalmente que no desea apartarse del mundo y de su luz. Los acólitos del alcoholismo, que lleva dentro de sí la muerte, no se incorporan por tanto, como todos creemos, a la oscuridad. Y pese al delirio, donde pululan esos insectos vibrantes que produce la fiebre, capean el temporal del horror, y siguen con su corazón metido en una botella de cristal, como si en realidad poseyeran el más usufructuario de los amores místicos vedados a los abstemios. Es la disociación cerebral que arranca las esquirlas del pasado, las condensaciones oscuras del tiempo, y las horas lastimeras de los recuerdos que sin alcohol resultarían asfixiantemente estúpidas. El borracho no lucha contra una enfermedad, es tan sólo un viajero en la enfermedad. Y como enfermo difícil de salvar, tampoco combate con la muerte. La muerte es para él un tigre alegre, cuyo zarpazo certero oculta su condición mortal en la red del cazador a la que el alcohólico se acerca con abrumadora regularidad. Y pese a todo, la locura caprichosa de quien bebe compulsivamente es creer en su propia inmortalidad. Una vez llegados a la calle Nicaragua, los chamacos llevan las maletas hasta el interior de la casa) "¡Hola, hola!" (exclama Yvonne) "¡Mira quien está aquí! Mi pequeño Edipo" (un bello gato blanco, al que acaricia y besa) "Así que estás aquí" (A Geoffrey) "¿Creías que se olvidaría de mí?..." "No, no te ha olvidado" "Nunca lo hubiera pensado" "Los gatos no están ligados a las personas sino a los lugares..." "Te he echado de menos, Edipo..." "También él te añoraba" (Aparece la mucama exultante de alegría) "¡Señora, qué gusto!... ¡Buenos días, Concepta!... "Cómo la he extrañado" "¡Oh!, yo también la añoraba, Concepta" (Yvonne, con Edipo en las manos, observa la casa y el lamentable estado en que se halla) "¿Qué le ha pasado a mi hermoso jardín, a mis camelias?" (Geoffrey, irónico) Me temo que se ha convertido en una selva. Pero mira, supongamos, sólo como una premisa, que abandonas una población sitiada y al cabo de un tiempo vuelves a ella. No esperarás encontrar los mismos verdes jardines, todos en perfecto estado, ¿eh?. No obstante, todo aquí y allí te da la bienvenida. ¿Has vuelto en realidad o sólo es una visita?" (pregunta el ex-cónsul con mordaz desconfianza) "Estoy aquí, ¿no?" (Yvonne finge no sentirse herida por la pregunta) (Geoffrey grita de pronto) "¡Hugh, ven en seguida! Nunca adivinarás quién acaba de aparecer aquí"
(Yvonne se sorprende) "¿Hugh está aquí?..." (Firmin aparenta un falso contento) "¡Ah. no te lo había dicho. Ha estado haciendo de Florence Nightingale
conmigo. ¡Hugh!, ¿dónde estás? Le supo muy mal cuando regresó y se dio
cuenta de que habías volado. Creo que te ha echado tanto de menos como
yo. ¡Hugh!, ¿dónde estás? ¿Dónde se hallará el joven cachorro?"
(La desazón de Yvonne es cada vez más patente ante los ataques irónicos de Firmin) "¡Hugh! ¡Aquí hay un emisario que te llama" (Geoffrey observa con dolor contenido a Yvonne) "El Cónsul de Puerto Cornudo" (Geoffrey insinúa con estas palabras la sospechada infidelidad de Yvonne con su hermanastro) "Ven, Hugh, y dale a mi esposa un beso de bienvenida". (Yvonne
se halla al borde de las lágrimas, sin dejar de acariciar a Edipo) (Los
gestos de Firmin resultan cada vez más grotescos y burlones, sabiendo
que hace daño a su mujer) "¡Lo había olvidado. Está en
Ciudad de Méjico. Llegará dentro de un rato. Le llegó una especie de
rumor y ha salido en su busca, como galgo tras la liebre" (Yvonne se muestra como derrotada) "Geoffrey, sólo dímelo. Puedo irme..." (Firmin finge no escucharla, toma una botella y bromea) "Éste es el remedio casero de Hugh contra el alcoholismo. Estricnina. Soborna a Concepta para que me envenene. ¡Veneno!" (La mucama, que se halla próxima, desmiente sus palabras) "Señora, eso no es verdad..." "Es horrible. Lo es" (Firmin se abstiene duramente de beber, pero ofrece una copa a Yvonne) "¿Te apetece un whisky?..." "Aún no he desayunado"
(Se observan los dos fijamente, mientras Geoffrey mantiene su vaso en alto) "Geoffrey.
Tomátelo..." "¿El qué?..." "Por Dios bendito, bébetelo. No quiero
milagros..." "No, no, no no. Me pasaré a la vieja medicina, gracias. (Firmin se bebe el vaso de whisky con gestos de escalofrío placentero) (Yvonne trata de romper el hielo) "¿Realmente
has presentado tu renuncia?..." "Absolutamente. No más diplomacia para
mí..." "Bueno, entonces no hay ya nada que te ligue por más tiempo aquí". (Firmin parece divagar) "Es mágico (y declama, cruzando los brazos)
"Aquél
que en su corazón lleva el polvo de Méjico, no encontrará la paz en
ninguna otra tierra"... "Pero, en realidad, nada te retiene aquí..." "No
hay nada más real que lo mágico..." "Muy bien, Geoffrey, podemos hablar de
ello cuando hayas descansado..." "Cuando esté sobrio, querrás decir. A
estas alturas ya debes saber que nunca consigo estar borracho por más
que beba" (ironiza Firmin de nuevo) "Y que sólo estoy
borracho en ese sentido convencional e incoherente cuando no he tomado
ni un trago. Seguro que tú te darás cuenta del delicado equilibrio que
debo mantener entre los temblores de beber poco y el abismo de beber
mucho..."
(Yvonne asiente resignada) "Puedo darme cuenta muy bien. Sí bastante bien. Bueno, me gustaría darme un baño. Tómate tu trago"
GEOFREY, YVONNE, HUGH
Dios, que permite la soledad de los hombres bajo el látigo de su indiferencia, parece que juega poniendo con ello a prueba a sus criaturas. Y aunque tienda su mano para que se la besen, deja que la protesta, que el desengaño humano se sigan expresando entre coloquios abominables. Y así el hombre halla un nuevo refocilo infernal bajo ese látigo divino porque ello le permite de nuevo puntualizar sus horas más desnudas, sus sitios más nefandos, y la duración de sus muchos pecados, ésos que la moral cristiana inventó para él.. Y cuando el amor se retuerce entre gritos de asombro, y hasta se tiñe de sangre, los hombres, en su candor insoportable, buscan inútilmente un reclinatorio en el que desollarse las rodillas, donde siguen quedándose solos con sus pensamientos, y vuelven a ser flagelados, porque la criatura infeliz, la que hace sufrir a su prójimo con su propia infelicidad, debe ser abandonada a su suerte. La ley del talión nació en la Biblia. Hay llagas cerradas y secas aseguran algunos rehabilitados en sus capacidades sensitivas frente al enfermizo sentimiento amoroso. Pero eso significa subjetivar en demasía el mal del amor. Dicha emoción vive entre el rito de su antigüedad y el milagro de su continuidad. Es una dolencia que jamás se separa de la carne. Posee una etiología callada. Carece de ética, puesto que es como un veneno dulce y lento siempre preparado para el padecimiento. Y cuando huye como un santo rechazando la hoguera de la carne, le sigue yendo a la zaga un grito sordo de perdición, un presagio de penitencia, dejando a los pobres amantes sometidos a la dura servidumbre de una última y enloquecida aventura de la sensualidad, y para la que no hay ya la menor mirada compasiva. Para Geoffrey Firmin el alcohol es como una placentera muerte que aguarda con maliciosa mansedumbre.
En
realidad la aceptación del regreso de Yvonne por parte de Geoffrey
Firmin encubre un desgarrador sufrimiento al que se somete sabiendo que
no existe ya para él la menor esperanza de auxilio. Su sed se acrecienta
como un latido insufrible en la lengua, en el paladar, en la boca.
Invadido por sus terrores de dipsómano trata por todos los medios de
hallar una botella de whisky, oculta en algún rincón de la casa. Remueve
su librería. Tras los libros no aparecen más que botellas vacías.
"¡Concepta! (grita desesperado) "¡Tequila, por favor!..." "No hay nada que tomar" (asegura la mucama)"¿Nada?"
(Los temblores del ex-cónsul se vuelven cada vez más violentos. Corre
hasta el casi devastado jardín y se pierde entre la maleza ante la
mirada expectante que le dirige un vecino desde la reja que separa ambas
casas. Aparece por fin una botella oculta tras una palmera, y Firmin
bebe casi enloquecido, observando con horror una abeja que revolotea
sobre una flor, como atacado por un temido delirium tremens.
En
el ámbito solitario del jardín abandonado únicamente los ademanes
vertiginosos del alcoholizado Geoffrey Firmin desperezan la quietud
abrasante del caluroso mediodía. Tras dar buena cuenta de la botella de
whisky, decide arrostrar la mirada reprobatoria de su vecino) "¡Ah, buenos días, Quincey!..." "¿Qué hay de bueno?"
(descalifica desabrido Quincey) (Firmin se muestra como el borracho
socarrón que en realidad es, y le replica con maliciosa ironía) "Estaba sólo inspeccionando mi paraíso. Esperaba ver a Adán cabalgando en un tigre" "¿En qué?" "En un tigre" "Yo me imaginaría (ironiza el vecino sabiendo que Firmin está borracho) cantidad de tigres y elefantes rosas..." (El vecino advierte ahora a Firmin sobre su gato)"Oiga, Firmin. En lo que respecta a su gato..." (Geoffrey ignora las quejas de Quincey y sigue con sus desvaríos) "He
estado pensando mucho sobre el Edén, para encontrar un camino que nos
lleve de vuelta a nuestros orígenes. Quizás yo me iría a vivir entre los
indios, como William Blackstone, despojado de mis inútiles atavíos. Sin
necesidad de alojamiento; sólo por estar allí"
"¿Ha oído hablar de
Blackstone?" (Quincey hace caso omiso de los dislates de Firmin y vuelve a quejarse del gato) "Mi esposa y yo nos hemos pasado en vela casi toda la noche por sus infernales maullidos." (Firmin le interrumpe de nuevo con sus divagaciones) "Blackstone
es un personaje que siempre he admirado. Vivir pacíficamente entre los
indios en... en algún lugar de lo que ahora es Massachusetts. Pero los
Puritanos lograron encontrarlo y le obligaron a volver a llevar una vida
respetable".(Quincey se encoleriza cada vez más) "Si usted no hace nada con su gato, yo lo haré..."
"Pero a Blackstone" (sigue desentendiéndose Firmin de las quejas)
no le gustaban los Puritanos, ¡oh, no, desde luego que no! No tenía
nada de ellos. Así que volvió a escapar en busca de soledad, y nunca se
supo nada más de él. (Firmin se dispone ya a abandonar el jardín)... "¡Estrangularé a ese maldito gato con mis propias manos" (amenaza el irritado vecino). "No se preocupe, Quincey" (vuelve un instante Firmin tambaleándose) "Edipo sólo maullaba por Yvonne. Y ella ya ha vuelto..."
(Geoffrey
se dirige, tras su escapda al jardín, hasta la habitación de Yvonne, a
fin de hallar en ella algún momento reconfortante recordando que no ha
dejado de amarla) "¿Quién está aquí?" (se asombra Yvonne) (Firmin tartamudea) "Cat." "¿Cat... qué?" "Cat-ástrofe... Oh, uh, ¿Catastrófico?" "¿Quieres algo de desayuno?" "Ya desayuné" "Pareces cansado" "No, me encuentro bien. siempre haces lo mismo, cortar cuidadosamente los trozos de limón. Tan meticulosamente"
"¿Te acuerdas de los nombres de los meses mayas?" "Pop" "Mm-hmmm. Uo" "Zotz" "Tzed. Xal" "Yaxkin. Mac. ¿No hay uno llamado Mac?" "Y también Yax y Zac" "¿En memoria tuya se llama el primero Zac? "Mi favorito fue siempre Yayeb, ese pobre y corto mes, que sólo tiene cinco días. Deseaba tanto que olvieras"
"Haré cualquier cosa. Déjaré de beber. Haré cualquier cosa por ti. Nosotros, nosotros" "De nuevo, nosotros. ¡Oh, Geoffrey!" (Firmin, de repente, comprende que no podrá cumplir lo que está prometiendo) "Lo siento"
"Me temo que no sea nada bueno" (Yvonee le suplica)"Quédate"
(A Firmin no le queda
más que la desesperación del dipsómano que lo atenaza con la burla de
un poseído. Un nuevo delirio llega hasta él. Una necesidad de huida que
lo lanza despavorido fuera de la casa, y se deja caer sobre el empedrado
como un muerto en la tierra de su dolor.
Un automóvil está a punto de
atropellarlo. El conductor desciende asustado. El conductor desciende asustado. "Escuche, ¿se encuentra bien? ¿Quiero decir si le pasa a usted algo?
( El ex-cónsul se alza como si se hallase ausente; se tambalea
cómicamente. El alcohol ingerido le ha hecho perder la sensación
peligrosa del acto cometido. Siente únicamente el desaliento de su boca
reseca y la brusca conciencia de su mundo absurdo) (El automovilista pregunta de nuevo) "Quiero decir... quiero decir. ¿Le pasa a usted algo?" (Firmin contesta)"N...nada. Estoy muy bien" "¿Muy bien?¿Y qué hace usted aquí, tendido en mitad de la calle?" (Firmin
no atiende las palabras del asombrado conductor, sonríe restando
importancia al peligro que ha corrido) "Nada, es igual. Muchísimas gracias" (El automovilista insiste) "Amigo,
usted estaba echado en la calle y podía haberle atropellado. ¿Está
seguro de que no le pasa nada?..." "No..." "¿Qué? ¿De verdad se encuentra
bien?" (Firmin gesticula y trata de evitar la mirada del conductor, que cree, por un momento, conocerlo) "¿Nos hemos visto antes alguna vez?..." "¿Oxford?" (aventura Firmin)...
"No, Cambridge..." "Usted lleva una corbata de Oxford"... "¡Ah!, la
corbata. Es de mi primo. Íbamos a Guatemala. Estamos haciendo un pequeño
recorrido de los templos, ¿sabe?" "Magnífico país, ¿verdad?... Magnífico" (asegura Firmin socarrón) "Bien. ¿Está seguro de que no tiene ningún hueso roto?..." "No, ningún hueso roto".
(De pronto, el ex-cónsul se tambalea y está a punto de caerse) ¡Uy, mi querido amigo! (le sostiene el visitante, que evita la caída) "Querido amigo... así. Escuche. Estamos alojados en el Bella Vista. ¿Por qué no le llevo al hotel para que
pueda descansar un rato?..." "No, de verdad, gracias" (se resiste Firmin) "¿No?. Bien, siempre llevo algo para casos de emergencia".
(El visitante busca en su coche una botella de whisky. El rostro de
Geoffrey Firmin se ilumina, y se dispone a vaciar la botella) "Irlandés. Burke de Irlanda" (Firmin bebe con su habitual avidez)
"Mmmm. Un millón de gracias" (le devuelve la botella) "No, no. Quédeselo, amigo. Quédeselo" (Firmin vuelve a beber hasta apurar el contenido de la botella) "Eso sí que es un buen detalle, viejo amigo" (El visitante reconoce finalmente a Firmin) "Ya
decía yo. Sé donde le había visto por última vez. Usted fue el tipo que
anoche pronunció ese discurso. ¿No es cierto, viejo?.."."Absolutamente" (sonríe satisfecho Firmin)
"No acabé de entender lo que decía, pero sonaba estupendamente. Mire, si
está usted seguro de encontrarse bien, continuaré mi camino" (Firmin hace cómicos gestos gimnásticos, tras haber disfrutado del buen whisky Irlandés) "Y
no vuelva a tropezar en medio de la calle, ¿verdad?. Debe sólo subir y bajar.
Esta callejuela es horrorosa, ¿no cree?"... "Horrorosa, horrorosa" (ratifica con su acostumbrada sorna de alcohólico tembloroso Firmin)
"Sí, sí, pero el tiempo es esplendido. Salud" (Firmin
se aleja hacia la casa eufórico por la bebida ingerida, y despide al
visitante con su pañuelo, que luego utiliza para enjugar su sudor.
Cuando pasa por su lado, exclama) "Háame saber si se encuentra en algún problema"
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