Poner en evidencia la preponderancia de la quimera política sobre la
acción que conlleva el hermetismo del contraespionaje es asumir una
modalidad especial envuelta vagamente en túnicas de profundos pliegues
esculpidos en la paradoja que intentará camuflar el momento histórico
más significativo: el estallido de una guerra. Y en este caso la I
Contienda Mundial del siglo XX. Dicho contraespionaje es el que nos
pondrá antes en contacto con las potencias de esas tinieblas que
encubren los perfiles pretendidamente heroicos de los personajes que
habrán de integrarse en ese desarrollo del espacio-tiempo histórico. Así
la inmoralidad de la guerra no se desprende nunca de su reveladora
caricatura, y antes de su estallido, jamás parece consternar al mundo,
porque los figurines mentales de sus promotores, quienes no muestran
casi nunca el menor desgarro de la membrana de la conciencia, revisten
su conflagración con una enloquecida lógica por la que deambula una
palpable y real forma de "buena conducta". Será por ello por lo que los
sueños históricos de las guerras parecen así haber ocupado siempre un
primer plano en el espíritu de los hombres. Los actos militares semejan
siempre recorrer los siglos impregnados de la teoría del "mensaje".
Cumplen constantemente un plan inmisericorde y crucial que jamás
evoluciona: son como eternas ansiedades del pasado que siguen
proyectándose indefectiblemente hacia el futuro. Las guerras pasadas,
sus muertos, que una vez vivieron también el hervidero de horrores
fecundos incorporados a la absurda disciplina del ejército, como si
efectuaran una disparatada excursión por la vida perdida, que ya quedó
tras ellos, siempre parecen regresar para reunirse con los vivos que no
tardarán en perecer. La sensación del militar, por tanto, es la de estar
siempre compartiendo algo. La desesperanza de ese pasado que pronto
habrá de volver también. El miedo le domina, y pese a constantes
indecisiones y titubeos, únicamente logrará reprimirlo por medio de ese
monumental esfuerzo en que le ha sumido la aceptación de la disciplina,
odiosa por lo general, que el militarismo conlleva entre sus
inmarcesibles y sucesivas capas de tenebrosidades, y de las que, una vez
aceptadas, es imposible desprenderse. El ejército jamás tenderá a
reconocer inocencias. La férrea cadena que el mismo impone exige una fe
ciega en su entrega a él. Descubrirse a uno mismo dentro del ejército
es teñir de negro un horizonte. Y una vez puestas al descubierto las
escenas más íntimas del soldado, la mirada furtiva de quien luego trate
de desarmarlo y perturbarlo, (pese a que una vez quiso darlo todo por
él), verá borrada su más mínima huella propiciatoria. Y aquél que una
vez soñó con apoderarse de los tesoros de la hipócrita personalidad de
los poderosos gerifaltes aceptando el secretariado de sus violentas
intrigas, ya no hallará más punto donde ubicar su castigo, como
advenedizo indeseable, que en el suicidio que ese mismo ejército le
impone.
La
evocación histórica puede muy bien rehuir afamados ciclos
"históricos-espectaculares" y acceder, sin desmentir su autenticidad, a
una estudiada simplicidad capaz de constituir o alcanzar hasta el más
alto refinamiento del gusto. Muchos de los exorbitantes eventos
políticos y bélicos, basándose en grandes escenografías y enormes
presupuestos, que, muchas veces, favorecen sus puyazos pseudohistóricos,
acaban convirtiéndose en puntales primordiales del Séptimo Arte, y
magnos acontecimientos que habrían de conceder sus cartas de nobleza a
una dialéctica históricamente necesaria se explican en función de
enredos de alcoba y deslices sentimentales, cuando deberían disociarse
de esos relatos imaginarios y diversificarse por entre la densa
oscuridad evocativa, aterradora pero insoslayable, de cuantos hechos
iluminan con rigurosidad la máquina experimental, patética, represiva de
los siglos, entre los que parece patrullar todavía la vasta marea de la
historia con sus esqueletos escondidos.
No
obstante, seguir el rastro a la escuelas de los historiadores conlleva
también una actitud estética, que, una vez centrada en muchas de las
formas expresionistas contempladas por la cinematografía, no debe
contradecir, ni mucho menos apoyarse en una ruptura artística, o menos
impugnar el realismo naturalista que nos conduce hacia esa fórmula
mágica que tantas veces cultiva el talento del analista, imbuido por un
clima fantástico, osmótico, con las crónicas que trata de desvelar,
concediéndole en más de una ocasión un aura de "genios torturados". El
relato histórico, no hay por qué engañarse, posee también un cordón
umbilical que, además de unirle a una atmósfera de cultura de la que
siempre debería emanar la verdad sin cortapisas, esa verdad aterradora y
desmoralizante que ha potenciado en las vastas cronologías humanas la
irrebatible podredumbre que elevara y destruyera Imperios (enfermedad
psicológica socialmente colectiva de la mayoría de los pueblos que han
habitado nuestro mundo), halla también su exposición testimonial y hasta
veneradora en los reflejos filosóficos del idealismo más abnegado, y en
cierta subordinación, a veces sobrecargada y aparatosa, otras
antológicas y celebradas, al refinamiento plástico que pueda comportar
el romanticismo.
[Nacido el 18 de febrero de 1938 en Budapest, Hungría-83 años de edad en la actualidad]
Su índice de
popularidad subió como la espuma al obtener en 1981 el "Premio al Mejor
Guión" en el "Festival de Cannes" y el "Oscar al Mejor film Extranjero" con
"Mephisto" ("Mefisto"), con el que habría de convertirse en su actor fetiche Klaus Maria Brandauer, y Krystyna Janda e Ildikó Bánsági.
Dicho film sería la primera parte de una trilogía a la que seguirían "Redl Ezredes" u "Oberst Redl" ("Coronel Redl"), 1984, con Klaus Maria Brandauer, Armin Mueller-Stahl, Jan Niklas, Hans Christian Blech, y Gudrun Landgrebe, que se alzaría con el "Premio del Jurado de Cannes" en 1984, optando también al "Premio de la Academia de Hollywood" al año siguiente, y "Hanussen" ("El adivino"), 1988, con Klaus Maria Brandauer, Erland Josephson, e Ildikó Bánsági.
Sumergido
en el complejo fenómeno que durante la década de los 60 y 70 se
encarnará en el llamado "cine de autor", había realizado, durante dicha
etapa, tres films: "Apa" ("Padre"), 1966, con András Bálint, Miklós Gábor, Dániel Erdély, Kati Sólyom, Klári Tolnay y Zsuzsa Ráthonyi; "Szerelmesfilm" ("Lovefilm") 1970, con Judit Halász y András Bálint;
"Budapesti mesék" ("Leyenda de Budapest"), 1976, con Mészáros Ági, Maja Komorowska, Bánsági Ildiko, Bálint András, Frantisek Pieczka, Kováks Károly y Madaras József; "Bizalom" ("Confianza"), 1980, con Bánsági Ildiko y Andorai Péter. Y "Der Grüne Vogel" ("El pájaro verde"), 1980. Films con los cuales, a través de un expresivo
lenguaje, alimentaría cierta devoción, la misma que le abrirá prontamente
el resto de mercados europeos y norteamericanos, por enunciar y
explorar, con todo el rigor que ofrenda la perspectiva generacional, la
historia reciente de Hungría.
En sus años juveniles, 1948,
(reveló un artículo del 26 de enero de 2006 del periódico semanal "Vida y
Literatura" ("Elet és Irodalom"), Szabó, durante el régimen comunista
húngaro o "Comunismo Gulash" liderado por la política de János Kádar,
tras la revolución húngara de 1956, había participado como informante de
la Policía Secreta, escribiendo reportajes sobre sus compañeros de la
"Universidad de Srtes" del Teatro y Cine. El ya famoso director húngaro,
ganador del "Oscar de la Academia", reconoció públicamente dicha
afiliación, a cuyo enrolamiento se había visto forzado para huir de la
"lista negra" (e inmediata condena a muerte), en la que se hallaba
incluido junto a su compañero de estudios, el revolucionario Pál Gábor,
tras la sublevación de 1956, y salvar así su vida y la de su amigo.
Durante el "37 Festival Anual de Cine Húngaro" de 2006, en el que se efectuaba la premier de su última película "Rokonok" ("Parientes"), con Tóth Ildikó, Csányi Sándor, Marozsán Erika y Eperjes Károly, István Szabó fue ovacionado. En una subsiguiente rueda de prensa, a la que asistió en compañía de cuatro compañeros de sus años estudiantiles, que habían integrado varias de las listas informativas que Szabó entregara a la Policía Secreta, tras rememorar sus exhaustivas épocas como estudiantes y postsublevaciones contra el régimen de Kádar, su imagen quedaría rehabilitada, dadas las causas que impulsaran su colaboración con el comunismo. Sus compañeros reconocieron asimismo que en ellos no asomaba el menor resquicio de rencor hacia el gran director húngaro.
Su filmografía se enriquece a partir de los años 90 en los que dirige en inglés que alcanzan una gran resonancia internacional. Las principales fueron "Meeting Venus" ("Cita con Venus"), 1991, con Glenn Close, Niels Arestrup, Erland Josephson, Macha Méril, y María de Medeiros; "Sunshine" ("El amanecer de un siglo"), 1999, con Ralph Fiennes, Rosemary Harris, Rachel Weisz, Deborah Kara Unger, y William Hurt. [Un apasionante recorrido por la historia política y social de Hungría a lo largo del
siglo XX. Dividida en tres partes, en las que
Ralph Fiennes interpreta a tres personajes de una misma familia
pertenecientes a distintas épocas: un abogado judío de principios de
siglo, un esgrimista olímpico cuya vida coincide con el nacimiento del
fascismo, en 1930, y un activista político que asiste a la implantación
del comunismo, en 1950]
"Talking Sides" ("Requiem por un imperio"), 2001, con Harvey Keitel, Stellan Skarsgård, Moritz Bleibtreu, Birgit Minichmayr, y Ulrich Tukur. [Cruel retrato de un oficial estadounidense Steve Arnold-Harvey Keitel, que acusa a un famoso director de la Orquesta Filarmónica de Berlín Wilhelm Furtwängler-Stellan Skarsgård, de haber sido un colaborador nazi del Tercer
Reich] Y "Being Julia" ("Conociendo a Julia"), 2004, magnífica e incisiva comedia con Annette Bening (nominada al "Oscar a la Mejor Interpretación"), Jeremy Irons, Shaun Evans, y Michael Gambon.
En 2020, dirige su última película hasta el momento: "Zárójelentés" ("El médico de Budapest"), de nuevo con Klaus Maria Brandauer, Károly Eperjes, András Stohl, Éva Kerekes, Dorottya Udvaros. [La historia de cardiólogo obligado a jubilarse y que se siente perdido sin su
trabajo. Vuelve como médico general a su pueblo natal donde se enfrenta a una terrible experiencia inesperada]
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