En esa desolación del día sofocante, mientras el sol derrama una lluvia
de fuego, las horas pasan inmóviles. Únicamente la selva, entre
resonancias monótonas y enervantes, exhala la respiración rítmica que
poseería un monstruo adormecido. Predomina el viento calmo que recorre
los inmensos y enrevesados pliegues de la arboleda y la flora del
gigantesco, infinito, laberíntico bosque tropical. El cielo, brillante y
cegador, es como el titánico hálito de un dragón de fuego que se
agitara en la embocadura infernal de un horno. Los selváticos huecos en
sombra poseen un tono azul verdoso muy pronunciado y húmedo. Internarse
en la jungla es como sentir esa especie de vértigo penitenciario,
enloquecedor, que conllevan las tentativas frustradas de cualquier plan
de fuga. La idea de la evasión se convierte, no obstante, en una
esperanza obsesiva, aún a sabiendas de que tan sólo puede existir una
única probabilidad contra cien de poder defenderse de esa trampa
vegetal, tupida y consolidada en un dédalo de anfractuosidades formadas
por masas de verdores que nos persiguen sin cesar, cerrándonos todos los
caminos. El caos selvático posee así la fuerza espiritual de algo
infinito, interminable. El aire abrasador es una masa invisible que nos
ahoga. El grito de las aves es pérfido, cambiante y amenazador, y el
azul del cielo hierve y tiembla. La crueldad de la jungla se ceba en los
avances imposibles. Es como un pantano siniestro que urde trampas
frente a las cuales semeja una locura intentar evitarlas. No hay más
jerarquía que su atrabiliario poder tan destructivo como regenerador de
vida. Es una ciclópea araña panzuda que posee un diabólico sistema de
espionaje para devorar al hombre. Y así toda esa agitación y esa
violencia dominadora de la Naturaleza nos embarca de nuevo en sus
designios insondables al querer conquistar y destruir nuestras huellas.
Es una ostentación de magia y fantasía, un flujo y reflujo de belleza y
horror, un abismo de agitación interior que se agranda y se convierte en
un leviatán que lucha arteramente contra la intención humana; y que,
con toda probabilidad, se desesperaría si, finalmente, no consiguiera
aniquilarnos.
[Nacido en Croydon, Surrey, Inglaterra, 25 de marzo de 1908 - Fallecimiento en Limehouse, Londres, 16 de abril de 1991 de cáncer de esófago a los 83 años de edad]
Fue "Two Cities films" quien ofrendó a David Lean la oportunidad de rodar, en maravilloso Technicolor, una de sus mejores realizaciones, la inolvidable "This Happy Breed" ("La vida manda"), en pleno período de guerra, año 1944, con un sensacional reparto integrado por Robert Newton, Celia Johnson, StanlleyHolloway y JohnMills, película basada en una obra teatral de Noël Coward, que constituyó un rotundo éxito de taquilla. La película -que se abre con la llegada de la familia a su nuevo hogar y se cierra con la misma puerta, tras abandonarlo finalmente-, brilló con especial encanto en la reconstrucción doméstica de una típica familia de clase media inglesa -unas veces con tintes dramáticos, y la mayoría con una, por aquel entonces, necesaria naturalidad casi neorrealista, que mezclaba también sus vivencias y fantasías con cierto tono de humor agridulce, que es lo que en realidad constituye el "teatro de la memoria", anticipándose también así al futuro free cinema; y cuyo riguroso despliegue de matices domésticos, su riqueza de detalles y toda esa articulación hogareña propias de un gran cineasta de fuste como era ya el gran David Lean, todavía hoy nos asombra y nos deleita.
Realizadores como Alexander Korda, Zoltan Korda
Los bombardeos nazis sobre Inglaterra promoverían, como ya se indicó, el rigor documental de la cinematografía inglesa hasta tal punto que resultaba difícil, incluso en los films de ficción con tema bélico, rastrear la línea divisoria entre el documento y la reconstrucción de esa misma ficción en su base histórico-contemporánea.
"In Wich We Serve" ("Sangre, sudor y lágrimas") 1942, del dramaturgo Noël Coward, protagonizada por el propio Coward, John Mills, Bernard Miles, Celia Johnson, y Joyce Carey se estrenaría como director absoluto.
No obstante, aunque bajo la supervisión de Coward, David Lean, que había sido ayudante de cámara en 1927 de la "Gaumont-British", a partir de 1934 había montado obras como "Escape Me Never" ("Nunca huyas de mí"), 1936, dirigida Paul Czinner con Elisabeth Bergner, Hugh Sinclair, Griffith Jones, Penelope Dudley-Ward, e Irene Vanbrugh, o "Pigmalion", 1938, dirigida por Anthony Asquith, y Leslie Howard, con el propio Howard, una extraordinaria Wendy Hiller, Wilfrid Lawson, Marie Lohr, y Scott Sunderland, a las que Lean que imprimió la presión verista y la probidad documentalista ya imperante en Inglaterra.
Lean había trabajado también en montaje de noticias en 1930. Así, "In Wich We Serve", de manos de David Lean, se convertiría en la primera película oficial de la resistencia británica. Le seguirían "San Demetrio London", en 1944, dirigida por Charles Frend, con Arthur Young, Walter Fitzgerald, Ralph Michael, Neville Mapp, y Barry Letts, que contaba la historia real de este petrolero torpedeado e incendiado por los alemanes, y "The Way Ahead" ("Hacia adelante"), 1944, un excelente retablo de la Inglaterra en armas realizado por Carol Reed, con David Niven, Stanley Holloway, James Donald, Peter Ustinov, y William Hartnell.
En 1945, la aventura extraconyugal expuesta con gran sensibilidad por David Lean en "Brief Encounter" ("Breve encuentro"), con Celia Johnson, Trevor Howard, Stanley Holloway, Joyce Carey, y Cyril Raymond, fue premiada con la "Palma de Oro" en el "Festival de Cannes".
El nuevo Olimpo inglés albergaba ya la figura mastodóntica de David Lean, que había echado toda la leña posible al fuego sagrado de los grandes mitos tras dirigir y alcanzar sus más sonoros triunfos, merecidamente premiados con todos los premios habidos y por haber, en "The Bridge on the River Kwai" ("El puente sobre el Río Kwai") 1957, con William Holden, Alec Guinness, Geoffrey Horne, Jack Hawkins, James Donald, y Sessue Hayawaka, "Lawrence of Arabia" ("Lawrence de Arabia"), 1962, con Peter O'Toole, Omar Sharif, Alec Guinness, Jack Hawkins, Anthony Quayle, Arthur Kennedy, José Ferrer, Claude Rains, Michel Ray, Gamil Ratib, Donald Wolfit y Anthony Quinn, y "Doctor Zhivago", 1965, con Julie Christie, Omar Sharif, Geraldine Chaplin, Ralph Richardson, Rod Steiger, Tom Courtenay, Alec Guinness, Siobhan McKenna, y Rita Tushingham. Centrado, pues, definitivamente en el sendero de la gran súper producción, y casi engullido ya en la marea de los poderosos estudios hollywoodenses como Columbia y Metro Goldwyn Mayer, resultaba ahora imprevisible vaticinar cuáles podían ser los resultados de esta vastedad cinematográfica emprendida por Lean y cómo aplicaría de nuevo su afán polémico, jamás ocultado, garantizando a su público -ahora casi un insanciable "voyeur" de su gigantesca obra-, tras esta extraordinaria expansión internacional de la misma, que su virtuosismo cinematográfico no sufriría el menor retroceso y que la impecable suntuosidad de sus atmósferas celulóidecas y de su cromática paleta resucitarían oportunamente en su siguiente y esperado film.
La vacuidad de su vida, sin la pasión sensual tan esperada a través del matrimonio, conseguirá al fin su carnal experiencia límite al enamorarse enloquecedoramente de Randolph Doryan (Christopher Jones).
Cuando Michael huye muy asustado, el joven británico alza su mirada levemente y se hunde en el soleado atardecer costero, suicidándose. Es la última belleza firme a la que entregará su vida, ahora desierta, romántica, como se entrega un recuerdo inmutable y dorado en el intolerable confinamiento del dolor.
Michael, que ha huido de la playa, tras oírse una gran explosión, acude presuroso al hogar de Charles y Rosy. No hacen falta las palabras para comprender a que se ha debido la gran detonación del armamento perdido en la playa.
La presión poderosa, devoradora y destructiva de la sectaria colectividad observa impasible, como a un cadáver ya sin presencia ni conexión con su entorno patriótico, de insidiosa y tiránica moralidad, el destierro a que se somete a la joven adúltera y a su comprensivo esposo. Silencio y hostilidad. Tan sólo una alumna infantilmente enamorada de Shaughnessy saldrá a su encuentro con un ramo de flores. La despedida entre Rosy y su padre es necesaria y emocionante.Y un nuevo y sencillo comienzo dejando tras de sí una ruina evanescente de recuerdos.
"El puente sobre el río Kwai" y la ambigüedad del heroísmo: "Apología de la disciplina militar o denuncia de su irracionalidad"
(Cmdr. Shears)
La perspectiva heroicista de las guerras nunca, hasta el momento en que David Lean rueda "The Bridge On The River Kwai", había eludido cinematográficamente con tan brillante facilidad las escenas de combates multitudinarios y la extrema dureza de ese ideario belicista exhaustivo con puestas en escena de colosales hazañas militares. En los momentos históricos graves de las contiendas del siglo XX, también se había ofrendado una abierta preferencia por las películas documentales, muy especialmente en el cine soviético, que se convertiría en uno de los más nutridos capítulos del cine de guerra, y en el que la Unión Soviética demostró la excelente capacidad de los documentalistas rusos. Sería, no obstante, un error creer que las guerras modernas se ganan únicamente con la reflexión y el análisis del superhombre que adquiere la categoría de mito. Por más detenimiento con que se estudien los mapas, las posiciones y los diagnósticos decisivos que puedan conducir a la victoria final, por entre los que se deslizan la apología al "culto de la personalidad del hombre político", los grandes estrategas, sean del bando que sean, y el mérito indiscutible de su astucia y de su energía, ya vayan encaminadas hacia el horror o hacia el ansia de paz en el mundo (Vladimir Lenin, Iósif Stalin, Winston Churchill, Adolf Hitler, George Patton, Erwin Rommel, Bernard Law Montgomery, Francisco Franco, Benito Mussolini, etc.), por conseguir desempeñar un papel para su país no tan sólo triunfal sino de gran potencia, aunque el precio que se tenga que pagar por ello acabe siendo muy alto, sería una tremenda injusticia obviar la concesión al heroísmo individual del soldado, y dejar de glosar, aunque sea a través de un intenso aliento coral, la imagen personal, humana, que no deja de poseer un excepcional reflejo histórico, de ese glorioso soldado anónimo que cae bajo el fuego de las ametralladoras, de las granadas o del francotirador desconocido.
Pero las razones del héroe individual, forzado por esa justificación moral y patriótica, a defender la imagen monolítica y omniperfecta de la patria que le vio nacer, y ante la elección de medios, no le concede responsabilidad alguna para tener que convertirse en un obligado "valiente desconocido", que es para muchos como vagar por un limbo de desasosiego indigno, en el que la muerte es la única gran crisis. Pero debería ser posible gritar "no quiero". No obstante, el heroísmo, que es el paso más seguro hacia la muerte, es una experiencia que se consuma a fin de evitar su caída en la desgracia y el deshonor. Y ante esa inexplicable angustia de la disolución que impone la valentía, al soldado nunca le será permitido tener dudas sobre lo que debe hacer, incluso el deber de entregar su vida. Y por ello mismo, por más que el sufrimiento pueda arrastrarle hacia la cólera, el odio y la violencia, sus razones jamás serán oídas.Pero ni el poder viene de Dios ni viene del pueblo, y el hombre no debería aceptar bajo ninguna circunstancia esta justificación moral, (para sus propugnadores, el único y auténtico "meollo ético") que impone la guerra y las heroicidades
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