El "goyesco" CECIL B. DeMILLE

Cecil B. -Blount- De Mille, [Cecil Blount DeMille, nacido Ashfield, Massachusetts, EE.UU., el 12 de agosto de 1881- Fallecido en Hollywood, California, el 21 de enero de 1959) de insuficiencia cardíaca a la edad de 77 años], auténtico titán del espectáculo y reputado artífice fílmico
supo plegarse al gusto de las grandes masas frente a los tiempos
tormentosos que para el arte (en todas sus vertientes) se avecinaban. En
1898, durante la guerra hispano-yanqui, se presentó voluntario (había
estudiado en la Academia Militar de Pennsylvania) y no fue admitido por
su edad. Estudió Arte Dramático en New York y llegó a actuar en
Broadway. Su llegada al cine se debió a un hecho fortuito. Jesse Lasky y Samuel Goldwyn ofrecieron a su hermano, William De Mille,
director escénico, que odiaba el cine (lo cual era considerado de buen
tono en los mundillos teatrales), que trabajase para ellos en "The Squaw
Man", obra de Edwyn Royle, que tras triunfar en los escenarios, iba a ser llevada al cine e interpretada por el actor de moda, Dustin Farnum. Los derechos de la obra ascendían a la fabulosa suma de 24.000 dólares. William decidió confiar el film a las inexpertas manos de Cecil.
Se rodaría enteramente en una granja de Hollywood. Cuando el film quedó
concluido, la perforación del mismo se mostró incorrecta e imposible
para la proyección. Lasky, Goldwyn y De Mille se creyeron
arruinados. Afortunadamente, un reputado técnico de Filadelfia logró
salvar la película, copiándola sobre otra correctamente perforada. El
éxito fue enorme, y con "The Squaw Man" se inició una de las carreras de
mayor prosperidad cinematográfica, y la cimentación de la fama de DeMille.
Eran,
en efecto, los años en que triunfaban lo que se llamó el cine super
espectacular italiano, apoteosis de la escayola, glorificación
magnificente del cartón piedra. Y De Mille (como antes hiciera Griffith)
se organizó con una maestría y destreza admirable para conseguir un
cine "más grandioso todavía". Fue el nuevo peón capital de la
industrialización de la cinematografía americana.
Lasky, que quiso competir con las famosas vamps impuestas por William Fox, contrató a una de las cantantes más en boga, y sin experiencia en el mundo del cine, Geraldine Farrar, para que De Mille
la dirigiera en "María Rosa", 1915. Siguieron "Carmen" y "Temptation".





Tanto se acrecentó su prestigio en Europa, que tras el grandioso triunfo
de "The Cheat" ("La marca de fuego"), 1915, Rene Clair escribió: "He aquí la victoria del cine sobre el teatro". El terrible crítico Louis Delluc exclamó su célebre juicio: "Por primera vez vemos un film que merece este nombre" Y el compositor Paul Souday,
impresionado por la sensibilidad que despedían las imágenes de "The
Cheat", se inspiró en su argumento para escribir una ópera. En París el
film batió todas las marcas: 10 meses consecutivos en el distinguido
coliseo Select. Pero la película que tanto interés despertó en
Europa no era en realidad más que un detestable melodrama policíaco, del
que hoy no quedaría nada, a no ser porque, por primera vez, el cine, en
manos de este artífice del espectáculo grandilocuente, trataba de
desarrollar un drama en términos de conflicto psicológico.

Últimos Silent-Movies y alba sonora y espectacular de Cecil B.DeMille





























































































Los senderos estéticos de DeMille siguen siendo, no obstante, de una perspicaz intuición. Superó el
esquematismo épico que hizo estragos en muchos directores, sobre todos
en los seriales de aventuras, especialmente westerns.
Trató de bucear en un nuevo campo de la acción: el de los grandes
sentimientos y las motivaciones internas. Reiteró primeros planos muy
elogiados por la crítica, y en los que ésta se basó para hablar de
ruptura con el teatro. Su empleo de la iluminación artificial también
marcó una fecha en el cine. Hay que añadir sus toques de exotismo y el
lujo de sus ambientes, todo destinado a bombardear la retina del
espectador con métodos que están tanteando un camino nuevo a sus
actores, que no son ya símbolos abstractos, sino ideas bien
materializadas en carne y hueso, movidos por todo tipo de sentimientos y
pasiones. Su épica descansa sobre el drama psicológico, y su inmenso
éxito abrió una nueva era en la moral de Hollywood. Sus sofisticadas,
emprendedoras y magnéticas heroínas, capaces, no obstante, de ser
inspiradas por un generoso aliento humanista, jugaban siempre sus cartas
a la desesperada. Añádase a esto sus espectaculares desenlaces, que
pueden resultar ingenuos, pero no menos regocijantes con el paso del
tiempo. Sus saqueos a los temas de la Biblia y de la Historia, entre
cuya espectacularidad pululan grandes actores y actrices, disfrazados de
monarcas y mayestáticas reinas de la belleza, héroes increíbles,
cortesanas fascinantes, profetas, esclavos y aventureros circenses, que
lejos de resultar un vehículo incómodo, viven y acentúan todo tipo de
exaltaciones románticas. Y dotados de todos los toques de la fantasía
habida y por haber, se dejan engullir por conflictos raciales y
opulentos entramados de una gigantesca bohemia histórica que no merecen
ser tomados en demasiada consideración, pero que al centro nervioso del
espectador acaban por exponérsele con gozosa convicción hermosas
inspiraciones corales, entre un exótico simbolismo de siluetas que se
mueven entre expresivas y maravillosas iluminaciones coloristas,
impregnadas de un lirismo mítico, en las que toda vocación antropológica
se transmuta en olímpicas pseudobiografias de seres primitivos movidos
por sus más atrayentes instintos desencadenados.
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