domingo, 11 de octubre de 2020

The Roots of Heaven (Las raíces del cielo) -I-

JULIETTE GRECO- fallece el 23 de septiembre de 2020 a los 93 años.
Apodada por la prensa como 'La musa de los existencialistas", se hizo famosa con temas como "Si tu t'imagines", "La Javanaise" y "Déshabillez-moi" y participó en películas como "The Sun Also Rises" ("¡Fiesta!"), 1957, de Henry King, 1957, "The Roots of Heaven" ("Las raíces del cielo"), de John Huston, 1958, 1960: Crack in the Mirror" , y "The Big Gamble" ("La gran apuesta") 1961, ambas de  Richard Fleisher, entre otras muchas. 

Nacida el 7 de febrero de 1927 en Montpellier, se convirtió en una de las figuras claves de la bohemia en el París de la posguerra y se relacionó con escritores y artistas como Jean-Paul Sartre y Boris Vian.

Casada con el músico y pianista Gérard Jouannest, en 2015 realizó una gira de despedida bajo el título 'Merci!' pero tuvo que abandonarla en marzo de 2016 debido a un derrame cerebral.

 

 



Centrar nuestra mirada en África es como sollozar por el despojo profanado, cuya belleza fue mancillada, y no querer detenerse en observar el brazo ejecutor que siempre la aguarda para herirla. En África, hontanar de vida, una vez dulce y limpio, parece resonar siempre un lamento, una especie de gemido terrorífico que clama por ese tesoro perdido del dios que le concedió su júbilo de Creación, en cuyo seno brotaron las más exquisitas mesuras de la tierra. Y que, mitigando hosquedades, renovaron en ella el mesiánico sueño paradisíaco de los hombres. En sus lechos remotos, entre los azules del mar y de sus ríos inmensos, de sus cielos embriagados de lumbre, esculpidos en selvas valles y montes de abundancia infinita, jamás se agotaron sus dulzuras, como medidas por una exaltada y protegida eurítmica de indómita monumentalidad, capaz de proponer al mundo una eterna vigilia de emoción misteriosa. Pero los pingües campos de África, el tacto primitivo de su tejido, la bulla regocijada y hermosa de sus criaturas, las preseas consagradas de sus riquezas vírgenes, los desgranados collares de sus selvas, su opulento y titánico templo de Creación, que se derramó en ella con aturdido goce e hizo estremecer a los hombres, muestra hoy sus ciclópeos miembros corroídos. Su paisaje ancho parece leña mordida por el gorgojo, y sus bellas túnicas, como párpados de la aurora, semejan velos fatídicos, andrajosos, entre los que se arropa el gesto cerril y penoso de sus hijos moribundos, la osamenta cercenada de su fauna. África parece estremecerse entre un perpetuo rugir de mar atormentado, entre huracanes arenosos sin fin, aserrada dentro de sus sequedades, de sus selvas, una vez suntuarias, en las que el verdor parece demacrarse en una espantosa desgana de vivir. Y en la que la desidia, la indiferencia de Occidente, las sequías, la pobreza y la feroz rapacidad crean esta vez en ella un designio de suicida. África vive azotada por el más horripilante rescoldo de sediciones. Es un continente cautivo, al acecho de las más crueles voluntades del mundo. Despide un hedor de entrañas abiertas y pisoteadas. Nació del alimento piadoso de la Creación, entre un alboroto de divinidades vivas, relajadas y generosas. En ella habitaron más dioses que hombres. Y hoy los dioses del tiempo la ven pudrirse, resquebrajada, desollándose de reseca, árida y blanca hasta la ceguera, baldía de aguas, devorado su suelo verde, implorante, ardiente como un sepulcro por el que asoman sus millones de calaveras de huesos arrugados. África es hoy morada de Leviathán. Un gigante mutilado con mueca horrible entre sus osamentas, y cuyas ruinas sustituyen su divinidad primigenia.




África aparece una vez más en la gran pantalla para exhibirse como un monstruo entrañable en la ingente galería circense del mundo. Toda ella como plasmación del mito de la Bella y la Bestia, para atraernos, a través del siempre soñado y positivo personaje humano, enriquecido con la savia de las fuentes literarias, con su papel de "propiciatorio continente inmolado".

 




En su misión de profundizar en el conocimiento físico del mundo que nos rodea, la cinematografía, como fundadora excepcional del documental científico, abre así su escenario público no sólo como espejo de la historia o vehículo de información masivo, sino como primera plana colosal, cuyo destino es el de contribuir a que los hombres, de diferentes latitudes y de diversas costumbres, puedan conocerse y comprenderse mucho mejor, limando sus posibles diversidades, y que, en consecuencia, se sientan más solidarios en sus problemas y en sus objetivos, como únicos habitantes racionales de este planeta.



 



La misión más importante del ser humano debe ser la de mostrarse humanitario e iniciarse en sus experiencias cognoscitivas desde las vidas microscópicas hasta los cuerpos celestes que se mueven en el infinito. Y en esa realidad, fiel y veraz reproducción del mundo físico, la pura aventura analítica de la cámara, a fuerza de veracidad, meticulosa en su filiación expresionista, consigue atraer al público, seduciéndole también con los ambientes y tipos que forman la dominante plástica del mundo animal, y permite a los espectadores contemplar con ojos nuevos el mundo cotidiano, pero ignorado y fascinante, de los fenómenos del reino animal: desde los movimientos protoplasmáticos al ser vivo más deslumbrante y noble que habita la tierra: el elefante.





 


Tratar de sincronizar, aunque siempre con retraso, a la hora europea los temas tabúes, que acabarían pulverizando el monopolio heroico de una sociedad enriquecida por la caza en África, y que con la desenfadada ironía del cazador de trofeos, del comerciante de marfil, del guía turístico, apresados todos ellos en su particular jungla de intereses, se mostraban así plenamente conciliadores con el expolio de tan maravilloso continente, significaba evidenciar una fórmula espectacular de violencia o una manifestación de brutalidad que no admitía paliativos.


Se imponía, por tanto, advertir al mundo que uno de los mayores crímenes que gravitaban sobre la la humanidad era el atentado contra la Naturaleza y la indiferencia con que aquélla contemplaba el cruel y polémico aniquilamiento de esos paraísos perdidos en los más apartados continentes, entre cuya visión lírica y su concepción roussoniana, sus habitantes "con un sentido social más definido que el de Occidente", no desencadenaban sobre su espectacular y bellísima fauna, símbolos mesiánicos del más soñado de los edenes, los vientos apocalípticos del exterminio



[Nacido Roman Kacew el 21 de mayo de 1914, en Vilna, Imperio Ruso-Fallecido el 2 de diciembre de 1980 en París, Francia, suicidio con arma de fuego, a lo 86 años-Casado con la actriz norteamericana Jean Seberg -13 de noviembre de 1938, Marshalltown, Iowa U.S- 30 de agosto de 1979, París, a la edad de 40 años, suicidio por barbitúricos]


[Prix Goncourt 1956 et grand roman écologiste. S'il faut sauver les éléphants ; n'est ce pas aussi pour sauver l'homme?]




 
 





 

 

 

 


Un francés, Morel (Trevor Howard), emprende en el África Ecuatorial Francesa una campaña para la defensa de los elefantes amenazados por las inexorables leyes del progreso. Tras la Conferencia para la Protección de la Fauna (Congo, Bukavu, 1953) se constata que "será en vano tratar de imponer a la opinión pública mundial el respeto únicamente por los métodos legales". Morel no teme ni siquiera recurrir a la lucha armada. Ayudado por Minna (Juliette Gréco), dueña de un cabaret, por Maj. Forsythe (Errol Flynn) un ex militar borracho asiduo del bar de Minna, que odia a los cazadores de elefantes y se siente constantemente atraido por Minna, y el Baron (Oliver Hussenot), y algunos compañeros más, convencidos como él de que el respeto a la Naturaleza no es incompatible con las exigencias del progreso humano, emprende su particular cruzada contra la barbarie y la crueldad bajo todas sus formas, bien que los siempre hábiles e incontrolables conspiradores, a todos los niveles sociales, traten de utilizar su magnífica obsesión y su aparente ingenuidad, basada en la bondad original que se le supone al hombre y la rigurosa concepción sociológica que se aglutina como un tesoro en su corazón y lírico temperamento, para sus propios fines.

Ridiculizado por los cazadores,  acusado constantemente de preferir las bestias a los hombres, tratado de misántropo y de nihilista, traicionado por unos, ayudado por otros, explotado por un aprendiz de "dictador", y por los agitadores políticos, el "Francés loco amante de los elefantes" se enfrenta a todo y a todos, logra que su imagen sobresalga de la masa anónima perdida en África, su lucha obtiene la máxima veracidad, inmunizándose contra el propagandismo cruel de los cazadores de marfil. Será un protector directo y eficaz en la defensa de la amenaza exterminadora de los elefantes, exponiendo incluso su vida en dicha causa.


Atacará la "irracional jungla capitalista y cazadora", representada por el prepotente cazador Orsini (Herbert Lom), ya sea europea o americana, cuyos intereses gananciales se basan en el marfil, y se convertirá en acusador portavoz de una sociedad tan turbia como sanguinaria, tan feroz como implacable, que planea, convertida en atroz ave de presa, sobre la fauna más fascinante que puebla el planeta


Forsythe, enamorado de Minna, y que ha emprendido la ayuda hacia el idealista Morel por sus sentimientos hacia la muchacha,  intentará durante las duras marchas algún acercamiento hacia ella que Minna rechaza movida por su admiración hacia Morel.

Cy Sedgewick (Orson Welles), periodista norteamericano que primero lo denigra, y recibe en sus posaderas los perdigonazos que infiere Morel a los que critican su labor, comprendiendo el valor de Morel al enfrentarse a la demagogia nacionalista de los cazadores, acabará poniéndose de su lado y notificando al mundo la valiente lucha de Morel, y su incesante campaña por la protección de la Naturaleza, por el respeto de lo que él llama "el margen humano", sean cuales sean los sistemas, las doctrinas y las ideologías que se le opongan. Poco a poco, el hechizo que dimana de su magnífica filosofía atraerá sobre él y sus gigantes amenazados una complicidad universal, sonriente y amigable, que, como Morel mismo, "alentará su lucha"



De aventura en aventura, de avatar en avatar, castigando delante de su marido y sus invitados, con unos cuantos "azotes en las posaderas" a Madam Orsini (Jacqueline Fogt) cazadora que se vanagloria de sus matanzas.

Morel triunfa en su apacible confianza frente a decepciones y ardides, siempre persuadido de que los hombres son lo bastante generosos como para no acabar por desembarazarse de las más extraordinarias y nobles criaturas de la tierra: los elefantes, en su difícil marcha hacia el futuro; y de que jamás habrá de ceder a la totalitaria tentación que se mantiene al margen de lo humanitario, ni al desatinado axioma de que "el fin justifica los medios", ni a la rendición absoluta. 

No obstante, las continuas amenazas y ataques de Morel ocasionan una persecución policial contra él y sus seguidores, ordenada por el Gobermador (André Luguet) y se ocasionan refriegas contra los cazadores de elefantes que negocian con el marfil. En el enfrentamiento, Forsythe muere.






Morel, Minna y el Baron sobreviven a los enfrentaminetos, heridos y maltrechos, pero han podido demostrar con su lucha en la defensa de los elefantes y contra los cazadores, a los voluntarios de todos los países, de todas las razas y de todas las opiniones, una sensibilidad popular, solidaria y enternecedora (a ellos se ha unido también el fotógrafo americano Abe Fields (Eddie Albert), que, tras demostrar que el alma y el corazón humano siempre acaba por acomodarse mal a la barbarie y a la violencia, convergerá armónicamente alrededor de este aventurero de la humanidad, demostrando su repulsa al mundo de la caza, su crítica no menos virulenta a una sociedad sumida en la hipertrofia significativa de sus ambiciones destructivas y exterminadoras para con el paradisíaco planeta que ha sido legado a la especie humana y a cuantos restantes seres vivos y especimenes gozan de la significativa fascinación que supone vivir en él, convirtiéndolo en el más deslumbrante de los habitats de nuestro universo conocido.

[Nació en Nevada, Missouri, el 5 de agosto de 1906 - Fallecido en Middletown, Rhode Island, el 28 de agosto de 1987 de un enfisema, a los 81 años de edad]



Existe un goce de holgura única en la obra ingente de este titán inquieto. En todos sus films permanece una voz, caliente y sencilla, que parece resbalar desde un misterio de silencio hasta crear un recinto o estrado de intimidades en los que se sienten con más pureza los vuelos mansos o huracanados del aire, los olores de la tierra, las mieles de los frutos, las recias tallas de los rostros, el celo pensativo de sus gentes, el latido de los cuerpos que siempre parecen sorprendidos frente a todos los encantos de la tentación, y, no obstante, osan levantarse contra cuanta iniquidad inunda la existencia de los hombres. En su mundo los poderosos jamás se juntarán en revuelta, sino que los más débiles se tornarán fuertes contra los que los escarnecen. Y porque el hombre permite la abominación y consiente en quebrantar la ley, él alzará siempre su grito, y difundirá y propugnara un rumor de lucha a favor de la equidad entre las muchedumbres marginadas o menos afortunadas. Huston se aflige. Pero es la suya una congoja fuerte, henchida de una claridad honesta. Si es maldecido, Huston ríe, pero su risa nunca será siniestra. Remueve la desventura mordiendo sus ataduras. Sus hombres y mujeres jamás se encogen anillados en una rinconada de cobardía. Recogen el terror, pero no se modelan en él. Son capaces de florecer bajo la imperfección y la gloria perversa del ritmo de la vida. Rehuyen la opulencia nacida de la injusticia. Entienden y aman el poder de la armonía que les rodea, y en su discurso cabal hallan el escudo que detiene al enemigo.






Inquieto y apasionado, fue boxeador, periodista, novelista, agregado militar estadounidense en el ejército mexicano, criador de caballos y coleccionista de arte, incluso pintor callejero en París. Actor, redactor en una famosa revista neoyorquina, y uno de los mejores directores cinematográficos de todos los tiempos.

Agnóstico, fue capaz de adaptar a la gran pantalla, con una fidelidad textual inigualable, los veintidós primeros capítulos del Génesis, declarando que: "La Biblia es una creación colectiva de los hombres, destinada a resolver provisionalmente y en forma de fábulas cierto número de misterios demasiado inquietantes para el pensamiento de una era no científica"




Su primera película fue también su primera obra maestra: "The Maltese Falcon" ("El halcón Maltés"), 1941. Humphrey Bogart, Mary Astor, Peter Lorre y Sydney Greenstreet reforzaron las dimensiones inusitadas de esta genial trama detectivesca, llevando hasta las últimas consecuencias el ambiente sórdido de conflictiva psicología basada en el juego de la mentira y de la verdad, como inigualable sintaxis visual de la novela policíaca de Dashiell Hammett en su elemento más convincente y casi hechizante. Walter Huston, su padre, consiguió su único Oscar dirigido por su propio hijo, en pseudo-western "The Treasure of the Sierra Madre" ("El tesoro de Sierra Madre"),1948, junto a Humphrey Bogart y Tim Holt.





Dignificó la revuelta cubana contra el dictador Gerardo Machado convirtiendo a John Garfield y Jennifer Jones en sugestivos activistas, figuras solitarias sumidas en un romanticismo negro y desatadas pasiones revolucionarias como pocos directores norteamericanos se habían atrevido a abordar todavía en la absorbente "We Were Strangers" ("Éramos desconocidos"), 1949. Fue significativa y magnífica su incursión en el mundo pictórico-bohemio de Toulouse-Lautrec al rodar "Moulin Rouge", 1952, con José Ferrer, ganador también de un Oscar.





 
 
 
 
 
 
 

Adaptó modélicamente "Moby Dick", 1956, de Herman Melville, con Gregory Peck, en una de sus mejores interpretaciones, y un mesiánico Orson Welles, ademas de Richard Basehart y Leo Genn. Transformó a un Montgomery Clift (ya abocado hacia la autodestrucción, inmerso en el repudio artístico a que se había consagrado en sus últimos años, tan lejano a la limpia modelación de su juvenil imagen primeriza), en un memorable "Freud, The Sret Passion" ("Freud, la pasión secreta"), 1962, probablemente su última gran creación como protagonista absoluto, coprotagonizada por Susannah York, Larry Parks y Susan Kohner.



 

 

 

 


 

 

Atrapado por los mosquitos, entre un calor intenso y todo tipo de enfermedades, fue capaz de demostrar hasta dónde podía llegar, rodando en el Congo, con Humphrey Bogart y Katharine Hepburn, otra de sus obras maestras: "The African Queen" ("La reina de África"), 1951. Idénticas penalidades sufrieron en el Chad Trevor Howard (papel que rechazó William Holden), Errol Flynn y Juliette Gréco durante el rodaje de "The Roots of Heaven" ("Las raíces del cielo"), 1958, de la novela de Romain Gary, donde su inconformismo y sus códigos de censura en contra de la matanza indiscriminada de elefantes en África, fue mostrado, quizás más artesanalmente que en otras realizaciones suyas, aunque sin falseamientos ni retoques, de forma tan aleccionadora como un profético episodio bíblico, dado el terrorífico drama de exterminio animal que, por medio de la ignominia de los cazadores de marfil, desangraba al siempre martirizado continente africano. 



 

 

 



Fue decisivo su film "Fat city" ("Ciudad dorada"), 1972, quizás una de las más penetrantes visiones que el cine ha ofrecido sobre el alcoholismo y el miserable mundo del boxeo en Norteamérica. Stacy Keach y Susan Tyrrell, junto a Jeff Bridges, ofrendaron en sus interpretaciones nuevos aspectos creadores de un talento insospechado. La aventura colonial de Rudyard Kipling halló en su versión de "The Man Who Would Be King" ("El hombre que pudo reinar"), 1975, una de las más exuberantes vitalidades, y una trayectoria a la inversa sobre la automutilación que el heroísmo puede ejercer sobre los perínclitos semidioses de la épica, en este caso los excelentes Sean Connery, Michael Caine y Christopher Plummer (como Kipling).




El cine negro halló en él muchas de sus más inteligentes meditaciones a través de "The Asphalt Jungle" ("La jungla de asfalto"), 1950, con un memorable Sterling Hayden, una sorprendente y enternecedora Jean Hagen, y el estimulante hechizo de una recién llegada Marilyn Monroe, y "The Prizzi's Honor" ("El honor de los Prizzi"), 1985, con Jack Nicholson, una estimulante, bellísima e inolvidable sicaria KathleenTurner, y Anjelica Huston que consiguió un Oscar como mejor actriz de reparto.




Abordó, junto con imágenes que tienen la autenticidad de un documental un guión del dramaturgo Arthur Miller,  que escribió para su esposa de entonces Marilyn Monroe, "The Misfits" ("Vidas rebeldes"), 1960,  la caza de caballos salvajes cuya carne acabará convirtiéndose en un triste monopolio de alimentos enlatados para perros, examinando atentamente una de las crisis más veraces de la vida cotidiana, capaz de abocar hasta el suicidio a grandes estrellas de Hollywood, como Montgomery Clift o Marilyn Monroe, de quien obtuvo la más degustable, sublime, fascinante y creíble de sus interpretaciones, pese a la visión sombría y tempestuosa que acompañó todo el rodaje del film (tras la absurda muerte de la actriz aseguró: "Marilyn no fue asesinada por Hollywood. Fue una adicta a los somníferos, resultado del maleficio endiosado de los médicos en Norteamérica Clark Gable falleció de infarto poco después de finalizado el rodaje [Cádiz, Ohio, 1 de febrero de 1901-Los Ángeles, California; 16 de noviembre de 1960 a los 59 años] debido a los esfuerzos realizados en el desierto de Arizona en sus escenas de doma de caballos. El astro no aceptó que ningún doble realizara dichas escenas por él. Coprotagonizaron el film la siempre inolvidable Thelma Ritter y Eli Wallach.

 




 

 



Convirtió al más varonil de los mitos vivientes estadounidenses, Marlon Brando, en el homosexual y cobarde Major Weldon Penderton, a la incandescente y bellísima ventila-hombres Elizabeth Taylor, como Leonora Penderton, un arquetipo perfecto de la atrasada mental, sin la menor personalidad ni originalidad (una de las más convincentes recreaciones interpretativas de la Taylor), e hizo deambular, entre la amodorrada y machista sociedad militar acuartelada, a una tan sensible como etérea, tan nostálgica como imborrable Julie Harris, en la mejor adaptación jamás llevada a cabo de una novela de la inquietante Carson McCullers "Reflections in a Golden Eye" ("Reflejos en un ojo dorado"), 1967, consiguiendo estructurar un final apasionante, caprichoso y loco al abordar el siempre apasionante tema de los desmanes instintivos que pueden desembocar en un turbio asesinato. Coprotagonizaron el film Brian Keith como Lt Colonel Morris Langdon, Robert Forster como el soldado  L. G. Williams, y un extraordinario actor filipino Zorro David en el papel de Anacleto, el entusiasta, sensible y afeminado adorador de Alison Langdon (Julie Harris)

 






 
 
 

 
 


Al acometer el western con "The Unforgiven" ("Los que no perdonan"), 1960, creó una deslumbrante concentración dramática y una opresión ambiental que se movió a través del drama fatalista y se prolongó vigorosamente desde la consabida odisea vivida por los granjeros americanos hasta la tragedia expropiadora y vejatoria en que se vieron inmersos los pueblos indios. El reparto fue tan maravilloso como fascinante: Burt Lancaster, Audrey Hepburn, Lillian Gish, Audie Murphy, John Saxon, y Charles Bickford.

 

 






 
 
 

Creó su humanismo más polémico, resistiéndose al encasillamiento formulario de la aventura medieval, a través de una fantástica historia de amor, casi surrealista, y de una extraordinaria calidad estética, en "A Walk with Love and Death"  ("Paseo por el amor y la muerte"), 1969, interpretada por su hija Anjelica Huston y Assi Dayan (hijo del ministro de defensa israelí Moshe Dayan) Y retomando el recuerdo de su "African Queen" sitúa en su film "Heaven Knows, Mr. Allison" ("Sólo Dios lo sabe") a un infante de marina norteameriana, naúfrago tras un ataque japonés al submarino en que viajaba, en una isla perdida del pacífico, Tuasiva, a la que logra arribar con su bote inflable, y encontrarse con una monja solitaria, allí rezagada tras el abandono de sus habitantes ante la inminente invasión de las tropas japonesas. Un memorable  Robert Mitchum como Henry Allison y una exquisita Deborah Kerr como la hermana Ángela, poco menos que prisioneros del entorno paradisíaco de la isla, asumen las vivencias morales de su soledad, amenazada por la invasión de los japoneses, ofreciendo una nueva visión insólita de una atracción sexual imposible subrayada por las abismales diferencias que presupone la religión frente a la sensualida



Adentrándose en el oscuro mundo de los predicadores religiosos, convirtió en un auténtico y conflictivo detonante cinematográfico su adaptación de la obra de Flannery O´Connor, "Wise Blood" ("Sangre Sabia"), 1979, con uno de los más grandes evocadores del fatalismo, el desorbitado Brad Dourif, junto al mismo John Huston, a Harry Dean Stanton y Amy Wright. Y consiguió convertir en realidad el sueño de muchos directores cinematogáficos anteriores a él al adaptar modélicamente una de las obras más conflictivas de la literatura norteamericana: "Under the Volcano" ("Bajo el volcán"), 1984, novela gigantesca de Malcolm Lowry,  maravillosamente transformada en un mítico retablo cinematográfico con la actuación inigualable de Albert Finney, acompañado por Jacqueline Bisset y Anthony Andrews.


 

 

 

 


Su último film sería  "The Dead" ("Dublineses"), 1987, sensible adaptación de la novela corta de James Joyce, en la que Huston nos brindó un mágico testamento desenfrenadamente elegíaco y barroco, con un reparto típicamente irlandes además de su hija Anjelica Huston, Dan O'Herlihy, Donald McCann, Helena Carroll, Rachel Dowling, Marie Kean, Donald Donnelly y Colm Meaney. Pero mucho antes, en 1964, convirtió en retablo de maravillas uno de los más soberbios espectáculos del tempestuoso y alcoholizado dramaturgo Tennessee Williams, "The Night of the Iguana" ("La noche de la iguana"), cerrada unidad, marginal e insólita, de caracteres y convivencia entre un abanico desafiante de las más desaforadas, conflictivas y, finalmente, poéticas concepciones vivenciales, desparramando remordimientos entre el calor abrasante del Puerto Vallarta mexicano, potenciadores de una de las más agobiantes e implacables angustias sensuales en las que se ven inmersos sus tres personajes señeros. Tres perturbadoras interpretaciones que ocuparán ya por derecho propio un lugar preeminente en la historia del Séptimo Arte: las de Richard Burton, Ava Gardner y Deborah Kerr, que logran alcanzar, a través de la mágica visión hustoniana, el más idolatrado límite de su madurez y evolución creadora frente al podium de la cámara, a las que se unirían la jovencísima Sue Lyon, la madurez teatral de una gran Grayson Hall, Ciril Delevanti (su última aparición en la pantalla) y James Ward. Premiada en 1964 con Oscar: Mejor vestuario (B&N). 4 nominaciones, Globos de Oro: 5 nominaciones, incluyendo mejor película, "Premios BAFTA": Nominada a Mejor actriz extranjera (Ava Gardner), "Sindicato de Directores" (DGA): Nominada a Mejor director, y "Sindicato de Guionistas" (WGA): Nominada a Mejor guión drama.  

 



 



Marilyn Monroe, Ava Gardner, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Lionel Barrymore, Claire TrevorEdward G. Robinson ("Key Largo"-"Cayo Largo") 1949, Walter Huston, Tim Holt, Sterling Hayden, JeanHagenMontgomery Clift, Marlon Brando, Elizabeth Taylor, Julie Harris, Gregory Peck, JoséFerrer, Clark Gable, Burt Lancaster, Audrey Hepburn, Lillian Gish, Robert Mitchum, Deborah Kerr, Albert Finney, Katharine Hepburn, Kathleen Turner, Sean Connery, Michael Caine, Christopher Plummer, Jennifer Jones, John Garfield, Peter Lorre, Sydney Greenstreet, Mary Astor, Brad Dourif, Stacy Keach, Jacqueline Bisset, Errol Flynn, Juliette Gréco, Trevor Howard, Orson Welles, Richard Burton, Sue Lyon, su propia hija, Anjelica Huston, ganadora del Oscar, Jack Nicholson, Olivia de Havilland (con la que mantuvo un affair amoroso, Bette Davis ("In This Our Life"-"Como ella sola"). 


Y, finalmente, hasta Gina Lollobrigida ("Beat the Devil"-"La burla del diablo"), y de nuevo Humprey Bogart, Jennifer Jones, Peter Lorre y Robert Morley, revalorizaron también la importancia del actor al formar parte de los conflictos pasionales y de los sentimientos que los ligó al marco seductor, inconformista, culminante, magistral de este austero, sensual, nostálgico, poético, violento y populista director cinematográfico norteamericano llamado John Huston. Abnegado apóstol de un estímulo creativo tan inteligente como poco común, y que, al margen de los particulares contenidos estéticos, definió su cinematografía como una búsqueda del particular aspecto poético de las cosas y de los ambientes, o crispado, quizás dotados de un romanticismo exasperado, de los seres humanos.