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jueves, 8 de octubre de 2020

Apu Trilogy: Pather Panchali-Aparajito-The World of Apu-(Trilogía de Apu)








 

Como si el cendal del tiempo sufriera un desgarrón inesperado, surge un cielo infinito. Una vez abierto el velo, se aúnan todos los gritos y perfumes de la Madre Tierra, mensajes de bosque entre los que susurran las hojas de los cocoteros, las flores de mallika, las primaveras lluviosas, la abundancia de sol, el final del trabajo del día. Todas las conversaciones, todas las penas, todas las inquietudes que conllevan las domésticas tareas cotidianas. Una madre (Sarbajaya) que llama "¡¡Durgaaa!!", entre la voz de la brisa. Lazo de todas las normas, de todas las obligaciones. Su culto a la familia se ha vuelto sombra entre sombras. Unas ajorcas tintinean en su tobillo, la señal de bermellón rojo adorna su frente, el velo del sari cubre su cabeza. Corazón labrado en el trabajo.

 




¡Cuántos sueños! Unas veces, como las nubes de julio, henchidos de amor. Otras con señal de indiferencia, como las sendas perdidas que serpentean en el bosque cubiertas de hierba. No habrá de volver jamás el día primero de su unión, la festiva melodía de la flauta, el profundo suspiro que llega a los oídos de la amada. Y aquel silencio cuando, al alba, sin despertar al esposo, le mostraba su respeto, al quitar el polvo de sus pies. Sí, porque una vez fue suya la guirnalda de flores de jaba, y conceptuaba su amor como un homenaje. Pero ahora en la oscuridad salpicada de estrellas se deshace en duros reproches hacia su marido, Harihara, el curandero y poeta, el soñador y sacerdote seglar.



No se han marchitado los pétalos de la guirnalda, porque en torno a esos años, una indómita niña, nacida de su poema romántico, un ser único, flor de su jardín, se desborda como una ola de riqueza al borde de los caminos polvorientos, se rige por el libre abandono, sendero de versos frente a las atenciones domésticas, de su curiosidad ilimitada. Criatura de viento y agua, rima del poema que experimenta el acicate de la libertad. ¡Ah, picaruela Durga, que salta todos los muros de la prohibición! Grandes ojos negros, pajarillos en la barandilla de sus primeras alegrías. Río desgreñado de las selvas. Ha de renunciar a sus locuras frente al portal hogareño, patio sin rejas, detenido como un lago.


 
 
 
 

Más allá de las terrazas de la aldea, el carro de sus nubes alcanza su plenitud: ¡Durga el pequeño tigre que tiene su jungla, el caballito que tiene su llanura, el cachorro que tiene su cueva! 
 
 
 
 
 


Brahma dio a sus criaturas las selvas, los alimentó con agua y grano. Pero jamás pudo salvarles de su cautiverio. Aire, agua y fuego. "Disponed de ello cuanto queráis". Pero la auténtica virtud del hombre estriba en sobrellevar cargas y obligaciones. ¡Cuánta pobreza, a través del sonido melodioso de los bosques! Vida corriente, herida por el polvo. La madre transmite un incesante estado de abatimiento. ¡El tiempo es tan valioso, pero tan alto su precio! Suspira. ¡La mata el trabajo! Y Durga se pasea por los caminos con la mente en las nubes. ¡Qué carga supone su propia creación! Pero el paraíso de la niña se halla repleto de praderas.


Sólo la abuela, que atravesó ya todas las barreras del tiempo, épocas incontables, imagen de eternidad, escudriña la mirada agitada de Durga. Loto de alegría, que arroja sobre el regazo de la abuela el fruto maduro tejido por la noche.

Melodía de la mañana, ritmo de la sangre, nace Apu, hijo del cielo, de ojos grandes, tierno de nostalgia, que se une al juego de la hermana. Nueva huella de pasos en los acontecimientos de la vida cotidiana. Sarbajaya se enfrasca en sus domésticas tareas diarias. Durga se muestra a Apu: "Yo no tengo luz propia, sólo tengo mi sol, mi luna y mis estrellas" Y en la mirada de ojos oscuros del niño todas las tiernas melodías de la Naturaleza vibran en canciones de amor.
 

Por la noche, el cielo infinito se desborda por la tierra verde, y en el hogar arde la débil luz de la lámpara. Todo está dispuesto. 
 


En el patio, Indir, la abuela despliega su esterilla andrajosa, y al hablar se detienen sus palabras en un ansia infantil. Ya no puede ver lo que se extiende al final del camino, pero es capaz de narrar cuentos. Cuando descienda la noche, Apu y Durga le ofrecerán un dulce beso, mientras brillan en el cielo los siete santos de la Osa Mayor y en la oscuridad tiembla la rajanigandha, flor de la noche (rajani) y se derrama su perfume (ghanda)...


En un recodo del bosque, rendida y anhelante, al paso de Durga, la abuela quedará dormida, junto al arpa temblorosa del camino, bajo la profusa copa del nim: "¿Dónde estará la senda que conduce al cielo?" Pero no hay respuesta de los cielos... 
Llegará el padre, poco trabajo y música voluble de muchas aficiones. ¡Durga, atacada de fiebres, dejó de respirar! Y en la muda oscuridad, de estrella en estrella, ojos tiernos de nostalgia, lágrimas de padres, cansadas compañeras que se pierden al final del camino... Que no se extinga la música, pues dice el sitar que esto es la Realidad.

 


Surge el Ganges, borla del velo radiante que envuelve Benarés, la bienaventurada. Siva, morador del Himalaya, le hizo descender del Cielo a la Tierra. Su "tapasya" (meditación) detuvo el impacto. El río sagrado amortiguó su desgreñado manto sonoro. Como la voz del viento reposó primero sobre el cabello enmarañado de Siva. Río santo, voz de poesías, gemidos y llantos. Faz inmensa que purifica la tierra, siempre trémula, siempre inquieta, sobre la que los rayos rojos del sol o las nubes locas del monzón levantan tiendas vigilantes en un rincón de su cielo. Expresiones de la "Trinidad Hindú" que suenan en el lenguaje de las aguas y en el diario peregrinaje de sus gentes. Todo se contempla y se escucha entre el anhelo del torrente sagrado del gran río. 
 

El baño litúrgico de los hombres, la risa gozosa de los niños, el rezo postrado de los santones, las abluciones recatadas de las mujeres. Y Harihara, en las escalinatas del Ganges, que imparte los vedas, versículos místicos, y objeto de veneración de sus feligreses.
Los ojos de Apu se iluminan con luz mañanera. Benarés la de los callejones empedrados. Ninguna puerta cerrada. Y entre un ocio mudo y rebosante, Apu deja la huella viva de sus correrías. Benarés es su nueva ofrenda. Zumba y suspira a derecha e izquierda de los callejones. Y cuando alza su vista, sólo ve franjas de cielo. El río reúne a los hombres. En su caudal anda suelta la vida y la muerte.
 
Y la Ciudad Santa, deleite de las aguas, que ahora lo hermana con lo desconocido, abre la puerta a sus sentidos, su mundo se enciende entre lámparas de fuego, ante los altares de los templos. 
 
 
 

Sarbajaya, la madre: en el olvido quedó ya su albergue acostumbrado. El tesoro de sus bosques derramado en el polvo. El callejón se detiene en su puerta. Su pensamiento es un laberinto de sombras. Entre ceniza de cocinas, murieron colores, armonías y perfumes. Y cuando descienden las sombras de la tarde, Harihara vuelve con la jarra llena de la divina bebida de su río. Ya la melodía de la mañana bendice a la melodía de la noche.
 



Pasan los sueños. Murmullos de monotonía. Sarbajaya, en cuclillas, piensa. Recuerda palabras: "Tú eres nuestro ser dulce para todos, yo te daré el salario, y habrá alegría en esta casa bendecida" Más allá de su patio solitario, se extiende la fea realidad. La Ciudad Santa, la que consideró como algo grande, no es más que una pesadilla. Del alba al anochecer, se oculta. Los juegos de Apu le traen pesares de sus días olvidados. 
 
 

Benarés la amenaza con aromas de infortunio. El clamor del río, la piedra gris de las escalinatas. Todo huele a vestidos ajados, a gente, a muerte. Bajo el aire quieto y callado, los vedas de Harihara se van tras su hora de oración.
 


Los rayos del crepúsculo desvelan al enfermo, que vuelve pálido y enfebrecido a la frescura de la alcoba. Beberá del agua sagrada. La medicina de Siva. Nuevas flechas contra el destino de Sarbajaya. Casa santificada por las lágrimas. Harihara vive allí su postrer estremecimiento de alegría, como penetrado por la gracia de una última revelación. 
 
La fiebre le adormece. "¡El agua, el agua!".... "Siva hacedor de lo divino, no concede al hombre más que lo humano" Hay que dejar franco el camino. Volver a sí mismo es volver a Siva. La congoja rompe las palabras. Más allá del campaneo de los templos vuelan dos palomas. Ya el enfermo se recuesta sumiso. Y la tiniebla le acoge en su polvorienta oscuridad.
 





¡Cuántas ofrendas se quedan atrás en las noches despiertas de Sarbajaya cuando abandona Benarés! Una nueva aldea aparece a lo lejos. Flamante melodía quejumbrosa de los campos. Y Apu sentirá que la felicidad de la vida le ha llegado al fin. Es preciso volver los ojos a la hospitalaria tierra del estudio. Nuevas jornadas de aprendizaje habrán de coronarle con su esplendor. Uno a uno se le van desvelando los secretos del mundo. 

Sarbajaya sabe que Apu es su último altar de adoración. Instalados en la aldea, el sueño de Apu inunda de fantasía el mundo aletargado de su adolescencia.

Calcuta no dejará que el cielo de Apu continue en su encierro. "Ya no camino por la tierra como un niño, porque ha nacido el hombre" Y el hombre ansía siempre su independencia. La ola de arraigo y consagración de Sarbajaya, libre de toda atención doméstica, a través de esa barrera de su separación, se engalanará únicamente en un constante suspiro, doloroso y secreto. Sus esperanzas, tras el trabajo del día, sólo pueden avanzar por el sendero de los versos que se llevaron los pasos polvorientos del hijo. Suele detenerse en su puerta a diario, fija su vista en ese lugar del camino. Demorado tras las arboledas, la brisa del sur se llevó a Apu.
 


Ya sólo queda el vaho azul traspasado por alguna palmera lejana. Ella fue quien le dio y le vistió las ropas suyas. Alegría en su casa cuando el hijo dormía y la madre velaba. Pero Calcuta devora a su apasionado discípulo... Fue entonces cuando Siva, que lo sabía todo, trajo de nuevo a Apu junto a la alberca, frente al muro del hogar vacío, donde vivía aquélla que lo amó. ¡Los vientos se llevaron para siempre sus secretos de madre!






 
Hubo un tiempo en que Apu jugó con sus ilusiones, pero tuvo buen buen cuidado en no acabar por ser su víctima. Extinguir el fuego de la infancia significaba la muerte de la madre. Pero Apu supo que jamás incurriría en maldición al abandonarla para vivir en Calcuta. ¿Cómo llenar el duro espacio que media entre el día y la noche? Calcuta, que era todo su universo, es ahora barrera de polvo que jamás unirá el pasado soñador de Apu con su presente. 
 
 
 
 
 
 
 
Afanes que transcurren rápidamente. Toda la crónica de su adolescencia contenida y cifrada en sus fracasos. Su educación universitaria suspendida. Las lecturas constantes, que le envuelven y obsesionan. Acometer la enseñanza no es ya más que una temeridad. Su vida y su única subsistencia, el almacén de etiquetados, donde se renuevan las miniaturas cristalizadas de las botellas medicinales. No hay más plenitud actual que la que va desde esa estancia triste de su habitación hasta el horizonte de su juvenil indigencia que se detiene más allá de su terraza, entre el estrépito de los trenes. Calcuta, despavorida entre el tráfago callejero, ahogo del recuerdo, ciudad de una sola mirada: ¡su miseria! ¿En qué quedó aquel milagro esperanzado de la resurrección de Apu?

Pero cuando la alimentada lógica de juventud se alía al absurdo, crea cierto remedio capaz de recomponer el entusiasmo. Y del entusiasmo se pasa a la esperanza. Apu, siempre sosegado, entre melancolías y arrobos, escribe. Y una de sus historias pasa del trance de lo desconocido a la aceptación de una inesperada publicación. Y cuando Apu, desde el laberinto de sombras de Calcuta, cree ver a lo lejos la carroza dorada de la suerte, Pulu, su viejo compañero de estudios, llamará a su puerta para desengañarlo. ¿Coronar la vida con sueños? Esos cuentos de hadas, que, al igual que lastimeras e ingenuas melodías, se pierden entre las olvidadizas musicalidades del mundo. Desengáñate Apu, ¿a quién puede interesar una pobre saga del niño nacido en un bosque? "Una vez te dije que tu sueño no era más que el viento"
 
Las palabras de Pulu no inquietan a Apu. Toda las melodías de su gozo se desbordan en el exceso de su generosidad. Se abre la mañana, y en la aldea cercana de Khulma, asiste a la boda de Aparna, prima de Pulu. Un gozo espléndido recorre los jazmines entre un mar de luz, mientras la novia, en todo su esplendor, despierta a la alegría de quien todo lo ignora. Y Apu, lejos de la dulce música festiva, se sienta a pensar. ¡Cuánto adorno de muñeca! ¡Qué intenso destello reluce como la llama pura que abraza el sentimiento esperanzado de la novia!... Pero la danza de luz que endulzara el corazón de la joven, pierde toda forma de vida. Se abren los cielos, la brisa corre entre la locura, porque a través de la misma, se descubre la imposibilidad de una unión perfecta entre un novio demente y una virgen.

"¡Apu, despiértate, ... despierta!", le susurran las hojas del nim, porque tu corazón se halla todavía indolente frente al amor. "Mira una vez más a Aparna, le ruega Pulu, y será tuya. Acéptala como novia, ahora que llama a tu puerta, porque ya ha sido ungida por las flores y te aguarda con su guirnalda para el nuevo esposo"...
 


Ella, a pesar de la pobreza, velará tus noches. Vendrá a ti por las mañanas, y llenará tus horas monótonas, como el nuevo oleaje que impulsan los placeres. Y cuando vuelvas cansado a tu alcoba triste, donde nadie te encendía la lámpara, Aparna será la divinidad de tu templo, la que siempre quisieron ver tus ojos, la que renovará su vida en tu hijo, y la que, finalmente, aun a través de la luz de la muerte, contemplará tu mundo para adorarte desde su abandono inmortal.


 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El mundo de Apu queda reducido. Esparce al viento las hojas de su manuscrito. Al perder a Aparna, su  vida se vacía en el océano de la huida, convencido de que cuando algo se ha perdido, jamás vuelve a encontrarse. Más allá de su templo en ruinas, le aguarda el hijo, la ofrenda postrera que, tras la renuncia, muerta Aparna, llamará a su puerta, y habrá de llegar de nuevo hasta él. Son unas manos que suben acariciándole. Una niñez morena y hermosa, labios y ojos de pureza, de infortunio y de alegría.





 
Satyajit Ray fue el único cineasta capaz de cambiar el rumbo del futuro cine indio. Es cierto que para ello hubo de erigirse en ave solitaria, y rodar esta bella y conmovedora trilogía al margen de la por otro lado raquítica industria cinematográfica de su país. Tan patética fue la odisea de su rodaje como la de la historia de esta paupérrima familia de aldea, que tras los avatares de la miseria, decide emigrar a Benarés, la Ciudad Sagrada, en busca de nuevos horizontes de prosperidad, que nunca llegarán a consolidarse. Ray jamás dudó en afirmar que, al acometer este fresco irrepetible sobre la India (y estructurar toda la temática de este intenso drama de atmósfera que lograría plasmar en la pantalla con un realismo poético populista inolvidable), en su inspiración comparecía, ante todo, el elemento creador aprendido de los cineastas que más admiraba y a los cuales consideraba sus auténticos maestros: Flaherty, Eisenstein, De Sica y Renoir.


"Abhijan" ("La expedición"), 1962, "Mahanagar" ("La gran ciudad"), 1963,  "Charulata" ("La mujer solitaria"), 1964, "Nayak" ("El héroe"), 1966
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

                                                                             "Abhijan" ("La expedición"), 1962



 





 
 
 
 
 
 
 
 

                                                                                "Nayak" ("El héroe"), 1966
 
 
"Chiriakhana" ("El zoo"), 1967, "Pratidwandi" ("El adversario"), 1970, "Sonar Kella" ("La fortaleza"), 1974, "Shatranj Ke Khilari" ("Los jugadores de ajedrez"), 1977, entre otras muchas forman parte de una gran etapa cinematográfica en la que  Satyajit Ray ofreció magníficos y magistrales planteamientos de convincentes historias, plenas todas ellas de fascinantes recursos intelectuales que mostraron internacionalmente la  atractiva personalidad del gran cineasta convencido que fue desde su inolvidable "Pather Panchali" de 1955.
 




                         ("Los jugadores de ajedrez"), 1977



 
 
 
 
 
 
 
 
 



Ahondó así en las tragedias cotidianas que se orientaban hacia el estudio naturalista y psicológico de personajes sencillos, arrancados por supuesto de las realidades cotidianas que imponía, entre otras muchas causas, la pobreza. Pero en Ray jamás se ahoga del todo el eco que, en nombre de la cultura, sean occidentales u orientales, nacen también de las fuentes literarias. En efecto, porque en su primerizo y hermoso tríptico "Pather Panchali-Aparajito-The World of Apu" que nos propone Satyajit Ray (que fue alzado con toda probabilidad de su postración por este auténtico titán del cine indio, inauditamente maduro, pese a su juventud, y capaz de trasladarlo al celuloide con medios terriblemente precarios, aunque enriqueciéndolo con recursos estilísticos impensables para aquella caduca cinematografía india) también fue apurado al máximo, al inspirarse en las experiencias realistas, o en el no menos naturalismo intimista, a través del cual glosara su obra, como ya se ha dicho, casi autobiográfica, el desconocido -para Occidente- escritor bengalí Bibhutibhushan Bandyopadhyay.
 

No es de extrañar, pues, que el enorme impacto que causara en la producción internacional esta trilogía antológica de Satyajit Ray (refrendada por el "Premio al Documento Humano" en Cannes, 1956; el "León de Oro en el Festival de Venecia", 1957; y el "Trofeo Sutherland en Londres", 1960) haya pasado, 50 años después de su realización, a convertirse en uno de los más impresionantes testimonios de veneración cinematográfica en cuantos continentes llegara a estrenarse. Que al gran director bengalí, como a otros cronistas de importantes gestas colectivas que ya hicieran historia anteriormente, se le valide, todavía hoy, entre lo más vivo de la narrativa mundial. Y que se corrobore su presencia como olímpico cantor homérico de la sencillez o gran patriarca bíblico del amor en todas sus vertientes, ungido a través del Séptimo Arte con esa corona regia que, únicamente en impensables ocasiones, podría serle arrebatada.




El trabajo de Satyajit Ray ha sido descrito como una auténtica, espléndida y reencontrada "reverberación" temática de los sentimientos, capaz de sincronizarse, a través del lenguaje visual más revelador y sugerente, con las grandes dimensiones semiolvidadas del humanismo y de su universalidad. Su cine, siempre sorprendente por su veraz y penetrante observación de las costumbres de un mundo, que, pese a sernos ajeno, pasa así a convertirse en uno de esos mágicos laboratorios en los que ciertas artes alquímicas del pasado son capaces de recobrar arcaicas fórmulas de la más bella fotogenia olvidada, y cuyas nuevas resoluciones revolucionarias vuelven a plasmar ante nuestros ojos, detalladamente, aquellos hechos primigenios más triviales, más conmovedores, más hermosos, de la existencia en la Tierra. Y que así se tejen de nuevo en torno a unos "personajes que lo único que pueden ofrecer, dijo un crítico, es la más sumisa de las simplicidades, bien que revestida de la más profunda, tierna y entrañable complejidad subyacente en el espíritu humano" De todos es conocida la frase de Akira Kurosawa, que declaró: "No haber visto el cine de Ray es como existir en este mundo sin haber visto el sol o la luna"







La intensa concentración de este hermoso drama aúna, sin duda, calidad poética, valor documental, un retorno a la vieja estética, tan positiva, de la cineplástica en blanco y negro, que se mueve por los extraordinarios escenarios exteriores de la India, un relato perturbadoramente realista de las familias pobres de sus aldeas; y que, acentuada por las soluciones formales de la precariedad a la hora del rodaje, nos abre, en contrapartida, las puertas a un mundo de gigantescas e insólitas dimensiones imaginativas, muy especialmente en la primera parte del tríptico: "Pather Panchali". Todo este montaje de la verdadera sintaxis del cine se esenciará con una oportunísima atmósfera musical, compuesta por el genial Ravi Shankar, capaz de conformar primorosamente la geografía hindú y secundar hasta el estremecimiento la simplicidad escenográfica de los personajes que por ella transitan. Un equilibrio de realismo-estilización en cuanto a la progresión cronológica de la trilogía que jamás se resquebraja, y una habilidad fuera de lo común para conmover al espectador sin excesivo melodramatismo o manipulación emocional, elevándolo hasta el arte más armonioso y preciso. Del mismo modo, a través de Ray, en los prolegómenos de 1900, asistiremos, por medio de la existencia de Apu, a una emocionante pugna entre las tradiciones culturales Indias y la modernización Y más someramente, a los todavía nefastos vestigios del Imperialismo Británico, y a las inevitables parcialidades con que se recrudecen las existencias de los seres humanos a causa de las diferenciaciones de las clases sociales.
 




Nacido en Calcuta el 2 de mayo de 1921. Hijo de un consagrado literato bengalí Sukumar Ray. Las trazas de su árbol genealógico retroceden sin desnivelarse durante diez generaciones. Su abuelo, Upendrakishore Raychowdhury, había sido un reconocido escritor, filósofo, astrónomo amateur, e ilustrador y editor, todo lo cual no le impidió liderar un movimiento religioso y social, llamado "Brahmo Samaj" en pleno siglo XIX, bajo el Imperialismo Británico. A los tres años de edad, Ray perdería a su padre. 
 

La familia tuvo que sobrevivir merced a los escasos ingresos con que podía proveerla su madre Suprabha Ray. El joven Satyajit pudo acceder al "Presidency College" y estudiar Económicas, pese a que sus inclinaciones se decantaron siempre por el Arte. En 1940, a instancias de su madre, estudia en la "Visva-Bharati University" de Santiniketan, fundada por Rabindranath Tagore.
 
 
 
 
 

Ray siempre mantuvo una dura lucha interior: su amor por Calcuta y las desagradables impresiones que le causaba la vida intelectual de Santiniketan. Su respeto por Tagore lo mantuvieron en esta última, donde empezó a apreciar el Arte Oriental. A su vuelta a Calcuta en 1943, trabajó en una empresa anunciante británica, con un sueldo de 80 rupias al mes. Odiaba el trato con la clientela, a la que siempre consideró "simplemente estúpida". En "Signet Press", una nueva empresa publicitaria, empezó como diseñador de cubiertas de libros, entre ellas la de "Pather Panchali" en su versión literaria infantil.

En 1949 contrae matrimonio con Bijoya Das, su prima. Y de esta unión nace su hijo Sandip
 
 
 
 
 
 
 
 





En ese mismo año, Jean Renoir llega a Calcuta para rodar su inolvidable y magistral film "The River" ("El río"). Y Ray ayuda al gran director francés en sus localizaciones de rodaje. En 1950, es enviado a Londres por su empresa publicitaria "Signet Press". "Durante mis tres meses de estancia devoré 99 films", confesaría un deslumbrado Satyajit. Entre ellos, el más impactante para él, "Ladri di biciclette" ("Ladrón de bicicletas"), 1948, de Vittorio de Sica. La visión de esta monumental obra del neorrealismo italiano determinaría en Ray su decisión por convertirse en director cinematográfico.






Su primer largometraje fue "Pather Panchali", en 1952, y con él completaría su famosa trilogía. En la década de los 60 y 70 fue considerado como uno de los más eminentes directores de la cinematografía mundial. La gran cantidad de films que abarca su obra fue objeto de una importante retrospectiva en el "Museo de Arte Moderno" de New York en 1981. 
 
 


Anteriormente, se le había concedido un Oscar Honorífico por su magistral aportación artística al Séptimo Arte. Murió el 23 April 1992 en su amada Calcuta, West Bengal, India, el 23 April 1992 a la edad de 70 años de enfermedad cardiovascular.




Inolvidables resultan las composiciones de sus actores fetiches: Karuna Banerjee: "Sarbajaya", Kanu Banerjee: "Harihara", Umas Das Gupta: "Durga", Subir Bannerjee: "Apu niño", Chunibala Devi: "Abuela Indir", Pinaki Sen Gupta: "Apu" "Aparajito", Soumitra Chatterjee: "Apu hombre", Sharmila Tagore: "Aparna".
 


 




Elia Kazan, Martin Scorsese, James Ivory, Abbas Kiarostami, entre otros muchos, confesaron a través de diversas entrevistas la influencia que Satyajit Ray había ejercido en sus copiosas filmografías. Sobre la concentración dramática de la obra de Ray gravita el determinante clasicismo de las grandes figuras a quienes se le equipara: Antón Chéjov, Jean Renoir, Vittorio de Sica, e incluso W.A. Mozart y William shakespeare: El escritor V.S. Naipul comparó una escena de la obra de Ray "Shatranj Ki Khiladi" ("Los jugadores de ajedrez") con una de las piezas teatrales del genio inglés: "Sólo se citaron entre diálogo y diálogo, unas trescientas palabras, pero, ¡Dios nos valga!: todo cuanto allí estaba sucediendo resultaba fabuloso, apasionante"


No existen suficientes palabras para describir la impoluta y monumental belleza que, pese a la economía de medios empleada en su resolución técnica, aunque sin perder ni por un instante su fidelidad a los cánones medulares del género naturalista, desborda este tríptico genial conocido mundialmente por "La trilogía de Apu". Los tres films que la componen deben ser experimentados a través de cuanta alegría y dolor llegan a transmitir a nuestros corazones.

 





¡V.O. en bengalí obligada! Por supuesto, subtitulada. Afortunadamente, no se ha doblado jamás a ningún idioma occidental.