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jueves, 27 de enero de 2022

Nôtre-Dame de París -1- y JEAN DELANNOY





 
 



"En la noche que siguió al suplicio de Esmeralda, las gentes de los bajos fondos se llevaron su cuerpo del cadalso para trasladarlo a la cueva de Montfaucon. Dos años después de los acontecimientos con los que acaba esta historia, se encontraron dos esqueletos, uno de los cuales estaba fuertemente abrazado al otro. Cuando se intentó separarlos se convirtieron en polvo"




París nos ronda como un gran espectáculo de sombras animadas. Alienta la existencia. Posee una primera mirada engatusadora. Es el venerado molde de una ritualidad tras el que se esconden las más escalofriantes emociones de la vida. Es una herida de pasión, una corona de impresiones terribles que se esconden en los rincones de sus callejuelas inacabadas. Tiene esa rusticidad inmensa que no se puede abarcar, miles de ángulos de confusión por entre los que se extravían las osadías de sus hombres y mujeres, como si recorrieran una vereda de bosque radiante a la que no se le ve el fin. Es fatal, honda y mentirosa. Una invención de la casualidad como tantas otras ciudades. Pero París, siempre atirantada por los vientos maliciosos que arrastran la historia, vence al tiempo con su toca de reina. Es una ciudad destinada a lucrarse de un gran destino. Es un diamante para el disfrute ajeno. Pero también es un castigo a la caridad. Un silencio para arrinconar a sus gentes. Un camino característico de resentimientos. Un cauce inhóspito que inocula en el aire viciado de su laberinto volutas gigantescas de cinismo y crueldad.
 

París duele. Frente a sus palacios imponentes se cierne una sombra de miedo, de vasallaje. Es preceptiva y santa. Pero desleal. Posee, como baraja usada, una "Corte de Milagros", que rompe la marcha monumental de sus sueños de grandeza, y que sirve de antídoto al vagabundo y al delincuente, al hijo de la miseria y al despechado de la fortuna. La abarca un cielo que raras veces sabe ponerse un traje azul. Es una ciudad que late en un flirteo doctrinal. Una gran centinela de la moralidad cristiana. Un ensueño catedralicio frente a los bandidos que la infestan, y que asistida por el culto a los monumentos, se reconoce siempre el derecho a disponer de la vida de sus siervos. Nôtre-Dame la condena. Su piedra es una especie de vicio mental, un ojo deletéreo del feudalismo bárbaro, graciosamente concedido por los poderosos que viven holgadamente. La esplendidez de unos pocos y la miserable condición de la mayoría conviven, pues, en la misma ciudad. Y por ello se comprende que esta gran urbe limosnera, desordenada y rica pueda aparecer distinta según los ojos que la miran. Pero también ejerce su concubinato sensual, como si constituyera el ejercicio de un derecho. Y así se desangra en el lecho del amor. Su idea de Dios se mezcla en los juegos de prestidigitación lujuriosa. Sus hombres y mujeres naufragan en la religión y se escapan a su cita de reposo sensual. París es una ciudad grata y corrompida, donde sus víctimas conocen ya la "fatalidad": "En un rincón sombrío de una de las torres de Nôtre-Dame se halló esta palabra grabada a mano en la pared, ANÁPKH, mayúsculas griegas que el tiempo ennegreció, profundamente señaladas en la piedra, y ciertos signos propios de la caligrafía gótica, como para revelar, por el sentido lúgubre y fatal que encierran, que los marcó una mano de la Edad Media"
 
 





El cine que, a través del ojo nervioso de la cámara, es, ante todo, movimiento, ("moving picture" según Hollywood), favorecido por un clima exterior que lo aleja de la escenografía teatral, aunque igualmente ilustrado por una necesaria retórica interpretativa, como superación dialéctica que hubo de moverse constantemente hacia nuevas y prometedoras formas expresivas, se abocaría en consecuencia de un modo natural hacia el perfeccionismo que aporta la palabra escrita. Camino, hasta cierto punto doloroso, el de la literatura, que, cuando abre sus fascinantes recursos y descubre al cine todos sus secretos, poblados de fantasía, de ingenio y de imaginación creadora, ofrece nuevas posibilidades al aparato óptico. La cámara es, pues, capaz, además de moverse con facilidad en ese realismo y naturalidad que transmite el aire libre, de ofrecer una colección de joyas cinematográficas tras beber, al parecer sin saciarse jamás, en el elocuente elemento de expresividad dramática que ofrece la literatura (si bien mediante la siempre necesaria síntesis de la obra escrita exigida por la temporalidad del celuloide filmado). Nacería así una inesperada simbiosis con literatos ya consagrados. Un flamante milagro madurado en estudios o en espacios naturales; un elaborado trucaje de ilusionista o nueva forma de espectáculo que uniría los dos polos antitéticos entre los que parecía que no tendrían cabida cine y literatura. Logrando más de una vez que este juguete nuevo y complicado de la cinematografía llegara a encumbrar a muchos talentos literarios, algunos de ellos un tanto olvidados, y que alcanzaran de nuevo su lugar en la historia.



                             Aleksandr Dovzhenko

 No obstante, sobre el enorme esfuerzo que la inventiva visual requiere cuando trata de ahondar en el temario tantas veces árido de la gran literatura planea constantemente el espectro de la estructuración básica más elemental, sujeta en todo momento a medios y presupuestos que impiden alcanzar la emoción purísima que se desprende del relato escrito. El poema lírico, según afirmarían constantemente "grandes poetas del cine mundial" como el ruso Alexandr Dovjenko (1894-1956), director de "Tierra" ("Zemlya"), 1930, siempre saldrá malparado por mucho que sea el interés experimental que, en plasmarlo en la pantalla, promueva el Séptimo Arte.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
Este criterio realista no impediría los intentos del cine por abordar los problemas complejos que la literatura ofrece y que éste prosiguiera con mayor o menor fortuna la rica tradición de una narrativa que tratara de imprimir, fijar y difundir en la pantalla la estética y el elemento perturbador que el talento de grandes escritores confiriera a sus obras literarias. No hay, pues, por qué asombrarse de nada y aceptar hasta las más sorprendentes piruetas con que el nuevo medio, a través de la alquimia del fotograma, trata de potenciar su desarrollo, vocacional y masivo, entre las sinuosidades o violentas tensiones que tantas veces preceden la falta de prejuicios y purismos. Pero que, a pesar de todos los pesares, en infinidad de ocasiones, merced a esta obsesión literaria, probablemente la más constante de cuantas se han posesionado de la cinematografía mundial, ha logrado ofrendar al público espectáculos de una gran finura psicológica, de una sutileza poco común, y de una genialidad inolvidable.



                                        Jean Delannoy

                  [Noisy-le-Sec, Francia, 12 de enero 1908-Guainville, 18 de junio 2008 a la edad de 100 años]


Se inicia como actor en 1920. A partir de 1930 su carrera toma un nuevo giro. Primero como editor y luego como director de cortometrajes. A mediados de dicha década su reputación se ve acrecentada. Artesano excelente, de gran sensibilidad, su cine alcanza una nueva dinámica refrendada por una gran popularidad, que no le impide ser reconocido como sinónimo de "qualité française". Obtiene un gran éxito en 1942 con "Pontcarral, colonel d'empire" ("Pontcarral, un coronel del imperio") protagonizada por Pierre Blanchar y Annie Ducaux. Y con  y con la inapreciable colaboración de Jean Cocteau realiza uno de sus films más prestigiosos en ese mismo año, "L'eternel retour" con Madeleine Sologne, Jean Marais, Jean Marais, Junie Astor, y Roland Toutain .


En 1946, dirige "La Symphonie Pastorale" basada en una obra del escritor André Gide, con Michele Morgan, Pierre Blanchar, Line Noro, y Jean Desailly. El film recibe el Gran Premio del Cine Frances en el Festival de Cannes. 
 

 

Nunca ajeno a la importancia de la literatura en su cinematografía, dirigiría en 1947 "Les jeux son faits" de Jean-Paul Sartre, con Micheline Presle, Marcello Pagliero, Marguerite Moreno, y Charles Dullin. Se adentra en planteamientos cinematográficos de ambientes épicos como guionista: "Le secret de Mayerling", 1949, con Jean Marais, Dominique Blanchar y Jean Debucourt. "La route Nápoleon", 1953, con Pierre Fresnay, Henri Vilbert y Claude Laydu, y "Marie-Antoniette reine de France",1956, con Michele Morgan, Richard Todd, Jacques Morel y Jeanne Boitel.
 
 
Dos estupendas muestras del mejor Delannoy serán  "Le minute de la vérité", 1952, con Daniel Gélin, Michèle Morgan, y Jean Gabin, y "Obsession" ("Falsa obsesión"), 1954, con Michèle Morgan, Raf Vallone, Marthe Mercadier, Jean Gaven, y Albert Duvaleix.
 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 



 

Y en este mismo año 1956, dirige, producida por los prestigiosos Raymond y Robert Hakim una particularísima y distinguida versión de la obra de Victor Hugo, "Nôtre-Dame de París", la más fiel a la gran narrativa del gran escritor de cuantas versiones se han trasladado a la pantalla, con la fascinante Gina Lollobrigida, Anthony Quinn, Jean Carmet, Alain Cuny, y Robert Hirsch.



En 1961, Cocteau adaptaría para él "La Princesse de Clèves", con Marine Vlady, Jean-François Poron y Jean Marais. 
 



 
 
 

Su dirección abarca unos 50 largometrajes, gran parte de ellos de corte histórico-literario. Sobresalieron también "Venere Imperiale" ("Venus Imperial") 1963, de nuevo con la belleza arrebatadora de Gina Lollobrigida, como Pauline Bonaparte, y Raymond Pellegrin, Micheline Presle, Liana Del Balzo, y Stephen Boyd. Y "Bernadette", 1987, sobre las apariciones marianas de Lourdes, con Sydney Penny, Jean-Marc Bory, Jean-Marie Bernicat, Philippe Brigaud, y Claude Buchwald. Y "La Passion de Bernadette", 1989, con Sydney Penny, Emmanuelle Riva, Catherine de Seynes, Malka Ribowska, y Georges Wilson.
 



Fueron modélicas sus tres adaptaciones policíacas sobre el personaje del comisario Maigret creado por el novelista George Simenon: "Maigret tend un piège", 1958, con Jean Gabin, Annie Girardot, Jean Desailly, Olivier Hussenot, y Gérard Sety. "Maigret l'Affaire Saint-Fiacre" ("Maigret en el caso de la condesa"), 1959, con Jean Gabin, Michel Auclair, Valentine Tessier, Jacques Morel, y Michel Vitold

 
 

 
 



En 1963, Gilles Grangier dirigió una tercera secuela sobre el comisario "Maigret voit rouge" ("Maigret, el terror del hampa"), con Jean Gabin, Françoise Fabian, Marcel Bozzuffi y Michel Constantin.
 
El 12 de enero de 2008, Delannoy pudo celebrar su 100 aniversario en su casa de Bueil, Normandía, rodeado de grandes amigos entre los que se hallaban la actriz Michèle Morgan.