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martes, 11 de enero de 2022

Daisy Miller (Una señorita rebelde) -1-


"Daisy es el prototipo de todas aquellas jóvenes turistas americanas capaces de desconcertar continuamente a sus enamorados europeos con una inocencia siempre puesta en tela de juicio, dado que se hallan dispuestas a soñar con sus Giovanellis europeos y desean hallarse junto a ellos bajo la luz de la luna. Y en lo que al varón estadounidense concierne, hay que decir que éste siempre fracasa en su comprensión por esa ingenuidad de la joven americana, candorosa por definición, tan mítica como inocente. Y que dicha pureza no sufre el menor desdoro por nada de cuanto diga o haga... Daisy Miller hizo cuanto le apetecía para satisfacción de ella misma y disgusto de los demás"

Siempre nos aguardará un consuelo de ilusión. Los que entienden la belleza prefieren la palmera solitaria en nuestros eternos jardines cerrados, aunque se hallen afincados en el entono únicamente participativo de la rigidez intolerante de la alta sociedad. Penitencias que se contuvieron en la delicia opaca de una agónica contrición con respecto al comportamiento humano. La sociedad Victoriana decimonónica habló siempre con el ardor, cifra y pompa de sus títulos. Y poseyó su ángel con espada. Ángel fácil al cabo, de buena vida, reflejado en mil medallones que recordaban a su portadores, sobriamente, aunque a través de un mundo artesonado por un ambiente barroco y la lumbre gozosa del lujo, su tributo constante a los elogios protocolarios. Una sociedad capaz de morir avenida a sus errores, sin perder una sonrisa, pero exhibiendo la imaginería, siempre confortadora en sus noches de angustia e incomprensión, de su ángel armado. Su precioso mancebo intolerante multiplicado en sus salas, en sus dormitorios, en sus libros, en sus diócesis, o en el primor reconfortante, dispendioso, murmurador y cerrado de sus fiestas palaciegas. Ningún otro ángel hallaría su monasterio en la complaciente igualdad que tan sólo concedía su especial audiencia a esos oratorios ungidos por la firma de un rey o una reina. Los mismos que solemnizaban toda fórmula de intimidad etiquetada y ritual, sancionadora de los preceptos intransigentes de aquella sociedad encumbrada donde hombres y mujeres, como viejos caudillos de un vasallaje que los envolvía en incomprensibles arrebatos de superioridad, espiaban, no obstante, otros entusiasmos repentinos para contenerlos. Y desconfiaban del fortuito tumulto juvenil, dejaban un suspiro de desprecio en sus ceremoniosas fiestas, y, tras excluirse de la menor confirmación de sus propios deseos ocultos, acababan desfalleciendo de miedo ante los preceptos que iluminar pudiesen de venturosas y novedosas eficacias nuestra humana libertad de acción. Una luz capaz al fin de atravesar la tierra, y caer sobre nuestra frente como una bendición, probablemente frente a una graciosa cabellera de ángel femenino, devolviéndonos los colores de una nueva salud que, esta vez, se mostraba incapaz de contener cualquiera de sus inesperados entusiasmos.





Por primera vez el elemento psicológico del drama, que viviera grandes y trágicas leyendas amorosas, entre atmósferas poéticas e inquietantes gracias a rigurosas y magistrales composiciones plásticas, utilizando para su acepción más epidérmica la influencia determinante de la literatura y del enérgico estimulante romántico que para Europa significara el siglo diecinueve, realiza un auténtico "tour de force" en abierta oposición al tono moralizante, subjetivo e intimista, que conllevan esas conmociones perturbadoras de cuanto estigma pasional, destructivo, infatigable y extremista suele secundar la más exacerbada expresión del amor.

 



(Nacido en Nueva York el 15 de abril de 1843 -28 de febrero de 1916 en Chelsea Londres a la edad de 72 años)
Hoy reconocido como una figura clave en la transición del realismo literario al modernismo inglés, fue un prolífico escritor y crítico literario estadounidense, más tarde nacionalizado británico. Su estilo se centra en el estudio psicológico de los personajes que crea analizándolos desde su más profundo interior. Imágenes sutiles de seres que no dudan en exponer las claves más íntimas de sus comportamientos,  y que, por supuesto, chocan con el puritanismo imperante tanto en la sociedad británica como la estadounidense del siglo XIX. Fue en realidad un narrador introvertido, su novelística adolece de una mesura versátil, no excesivamente compleja, bien que las psicologías descriptivas de sus personajes le concedan a sus tramas un profundo y agradecible contenido humano, siempre dotados de gran intelectualismo y muy alejados del rompecabezas que crear pueda el caos de la acción. Establecido en Inglaterra a partir de 1875, consigue publicar en 1878 su novela corta "Daisy Miller" en una revista. Tras el éxito popular que la misma alcanza, aparece ya como volumen en 1879.
 
 

 

Su obra literaria abarca magníficos relatos, y entre ellos,"The Europeans",  1878, "The Portrait of a Lady", 1881
"Washington Square",1881-"The Bostonians"-1886- 

"The Aspern Papers"-1888-"The Turn of the Screw"-1898- 
"The Sacred Fount-1901-"The Golden Bowl"-1904- Y "The American Scene" -1907.
 


James pasaba apuros monetarios debido a la escasa repercusión en cuestión de ventas de sus libros, en una época en que sus visiones modernistas no se conciliaban con las actitudes excesivamente puritanas de la sociedad. No obstante, su fuerte personalidad logró cierto tipo de acomodo amigable entre algunas  clases ricas menos exigentes en cuanto a sus comportamientos. James había crecido en una familia pudiente, aunque no muy adinerada, y el llegar a alternar con una minoritaria sociedad más rica, le permitió observar los comportamientos de sus integrantes y comprender gran parte de sus problemas. Así, afirmó en más de una ocasión que algunas de las mejores ideas para sus novelas nacieron frecuentando estas reuniones.









"Daisy Miller" parece adelantarse a la distancia de los tiempos. En lo más oscuro de su voluntad, que se resiste a acatar la obstinación de aquel rancio dogma moral, tan irracional como absurdo, impuesto por la alta Sociedad Victoriana en casi toda Europa, ama, y seguirá amando después de la muerte. Pero, antes, su pasión, su virginal concepto de la libertad, siempre pura en sus deseos y en su promesa de vida auténtica, iluminará de vehemencia y exaltación los anquilosados principios de unas conciencias que rehuyen despavoridas, intolerantes, la caricia de unos ojos que prefieren observar un mundo redimido de sus retorcidos apartamientos de superioridad, de su firmamento melancólico cuyo único brillo semeja un paño de funeral, y de sus dolorosas mortificaciones que se revuelcan en los retablos agónicos y peligrosos de la hipocresía más altanera en cuanto a sus propias emociones se refiere.


Frente a esos relojes decimonónicos, cuyas campanadas suenan más a lloros de mujeres revolcadas de contrición y lástima ante el gesto desdeñoso de sus envarados caballeros, que a alegrías de una preciosa claridad interior, ungidas por el más libre de los alborozos, que jamás blande la vieja espada envidiosa y vindicativa de la insignia jerárquica, y se condecora a sí misma con una liturgia menuda, ingenua, amorosa y adolescente, se alzará una nueva doctrina del comportamiento femenino que ha aprendido a conocer el valor de la insignificancia que conlleva la oscura virtud social de las clases preponderantes. Y la luna que brillará sobre esa noche Victoriana, luna grande capaz de adueñarse de todas las magnificencias de una juventud que palpamos en el corazón como una mano de excelsa suavidad; luna que ondula en el silencio de una pasión que no se sonroja de la delicia de sus sentimientos; una luna, al cabo, toda belleza, que esconde mieles de rosas, lejos de tantos rígidos y huecos terciopelos negros, y en la que estaban ahí amasados (ante los ojos atónitos, desorientados, y por ello mismo inmisericordes, de Mr. Frederick Winterbourne, -agónico, perplejo y casi amortajado galanteador de la desprendida "señorita rebelde"-, siempre tan ciegos, tan espesos y no menos rancios y asustadizos que las ligaduras de su bullonado estatus social), los dedos de alabastro, los virginales cabellos de diosa, el rostro radiantemente bello de Daisy Miller.





 
 
(Mr. Winterbourne) "Le acompaño a casa... (Annie "Daisy" Miller) ¡Oh, no!, voy a ver a señor Giovanelli. ¿Tiene que ir? Claro, me está esperando. No le ayudaré a buscarlo. Lo encontraré. ¿No me ira a dejar? Verá, ¡ahí está!, apoyado en el árbol. ¿No le parece atractivo? (Mr.Winterbourne, escandalizado) ¿Pretende hablar con eso? No me comunicaré por señas (ríe Daisy) ¡Iré con usted! Se está poniendo autoritario. Quería expresar lo que pienso. Nunca he permitido que ningún caballero me dé órdenes. Debería escuchar a un caballero alguna vez, al adecuado.  
 
(Aparece Ms. Walker en su coche) Buenas tardes, Ms. Walker, ¿qué la trae por aquí? Esa joven no debería hacer lo que hace. Pasear con dos hombres. La ha visto mucha gente. No está bien armar escándalo, ni que ella se eche a perder. (Mr. Winterbourne comprensivo) Es inocente. (Ms. Walker encendida) ¡Es imprudente! ¡Quién sabe hasta dónde puede llegar! ¿Ha conocido a una persona más estúpida que su madre? Permite que su hija... (Se acercan Daisy y su acompañante) Hola. Me complace presentarle al Sr. Giovanelli. Ms. Walker, quien amablemente le ha invitado a su fiesta. Suba y pasee conmigo. Me encanta estar donde estoy. ¡Quizá, pero no es costumbre aquí! Si no paseara, me moriría. Pasee con su madre. Ella jamás ha dado diez pasos seguidos. No soy una niña. Ya tiene edad para ser razonable y no ser tema de conversación. ¿Qué quiere decir? Entre en mi coche y se lo explicaré. Creo que prefiero no saberlo. ¡Pero debería!, ¿o prefiere ser considerada una insensata? ¡Por Dios!, ¿Mr. Winterbourne quiere que suba al coche? ... Creo que debería. ¡Qué idea tan anticuada! Si esto es inadecuado, yo también. No debería hacerme caso. Adiós, disfrute del paseo Ms Walker. (Mr. Winterbourne recriminando a Ms. Walker) Eso no ha sido muy conveniente. Sólo he querido ser sincera. Sólo ha conseguido molestarle. Si pretende ponerse en evidencia, cuanto antes lo sepa, mejor. Su intención no era mala. Eso pensaba hace un mes. ¿Y qué es lo que ha hecho? ¡Todo lo que aquí no se hace! Sentarse en esquinas con misteriosos italianos. Bailar toda la noche con uno sólo. Recibir visitas muy tarde. La madre desaparece... El hermano se acuesta a las dos. ¡Hará lo que ve! Cuando un caballero va a buscarla, los criados del Hotel se ríen. No debería hacer caso de los criados. Su única falta es tomar a Giovanelli por caballero, un mal imitador. ¡Exactamente! Una especie de artista mediocre. No lo conoce. ¡Es indiscreta por naturaleza. ¿Cuánto hacía que la conocía! Dos días. ¡Y el comentario sobre su viaje a Ginebra! Los Miller nunca han sabido nada sobre el buen gusto. Aunque, por otra parte, Ms. Walker, tal vez hayamos vivido demasiado tiempo en Ginebra. No debería... ¿El qué? ¡Animarla!, flirteando con ella. Dando pie a que siga exponiéndose. ¡Déjela!... No sé hacer algo tan inteligente. Me gusta mucho. Pues no la deje provocar un escándalo. No hay nada escandaloso en mis intenciones. He dicho todo lo que debía. Si desea volver con ella...
 

Henry James utiliza la historia de Daisy como tema de discusión sobre las idiosincrasias Europeas y Norteamericanas, y su proximidad en cuanto a los prejuicios que laten en ambas culturas. En una de sus cartas, Henry James expresa que la indisciplinada señorita Miller es una víctima de una "social rumpus" ("ruptura social"), que planea tanto sobre su propio pensamiento como bajo su propia e inocente atención. La joven Daisy es una flor en plena lozanía, sin inhibiciones y en la primavera de su vida. Ofrece un tajante contraste con Winterbourne, un joven norteamericano que estudia en Suiza (y en el que queda también reflejado una especie de autorretrato juvenil del propio Henry James y su jamás desmentida sexofobia), contaminado por la cultural preeminencia petulante de la aristocracia Europea, que dicta sus rígidas normas de comportamiento, y cuya sugestión le lleva a extremar su rigurosidad puritana, apartándole de la promiscuidad en que se desenvuelven otros compatriotas suyos, símbolos, como la misma Daisy Miller, enfebrecida e ingenua turista estadounidense, del desprejuicio y la puridad de la nueva Norteamérica.

Y en defensa de esa atmósfera de inclemente moralidad, representada por la aristócrata Mistress Walker y la propia tía de Winterbourne ("Esa Anne Miller que corretea por ahí, día tras día, hora tras hora, como durante la Edad de Oro. No me imagino nada más vulgar que eso") capaz de mofarse de la baja extracción de aquellos "cándidos, bien que adinerados, turistas estadounidenses", se mostrará más ambivalente en su salvaguarda de las conveniencias sociales y dubitativo ante el error que conllevar pudiera cualquier trato excesivamente amistoso o afectivo con sus compatriotas, y muy en especial con la emancipada familia Miller. Las flores como Daisy Miller mueren en invierno..., o perecen, lisa y llanamente, atrapadas por la Fiebre Romana ("la endémica malaria padecida por muchos ciudadanos romanos durante el siglo XIX"), tras haber acaparado la atención y admiración, únicamente, de sus gentiles galanteadores extranjeros.


(Daisy) "Hola, Mr. Winterbourne. ¿Se sentirá solo? ¿Por qué? ¿No encuentra con quién pasear? No tengo la suerte del Sr. Giovanelli. ¿Piensa que he salido mucho con él? Como todo el mundo. Sólo fingen estar sorprendidos. Pero la verdad es que no les importa nada de lo que hago. Resulta que sí. No le invitan a salir. ¿No lo ha notado? Lo que he notado es que usted es tan rígido como un palo. Ni la mitad que muchos otros. Debería usted verlos. ¿Qué harían? Le harían el vacío. ¿Sabe lo que significa? (Daisy entristecida por primera vez) ¿Lo que hizo Ms. Walker la otra noche? No creo que dejara usted a las personas ser tan antipáticas conmigo. Pensé que iba a decir algo. ¡Sí!... ¿Sí? Quiero decir que... ¿Sí? su madre dice que cree que usted está prometida. Bien, eso creerá. Ya que lo menciona, ¡lo estoy! ¿No lo cree? ¡Por supuesto que no! (Daisy se aleja con Giovanelli) ¡No, no se lo cree! Pero, si lo cree, ... ¡no, no lo estoy!..."
 

 
(Charles, compañero de Winterbourne, habla con él) "Hoy he visto a Miss Miller. ¿Dónde? En el Palacio Doria. ¿Estaba sola? No. Con ese italiano que siempre lleva un ramo de flores en la solapa. Es muy bonita... ¡Sí!, y un misterio. ¿Cómo dice? No sé si llamarla imprudente o... ¿Inocente? Sí, supongo. Sin duda es usted todo un galán. Parece que siempre está con él y no en los ambientes más selectos. Será simplemente una chica americana y punto... Sea lo que sea que no he entendido sobre ella, ya es demasiado tarde. Se ha dejado llevar por Giovanelli. No creo que haya perdido nada. Anímese, será un buen verano. Nos veremos en la Ópera.
 
 



(Winterbourne penetra en el Coliseo. Risas. Aparecen Daisy y Giovanelli) Nos mira como miraban los leones a los cristianos. Esperemos que no sea por hambre. (Giovanelli) Primero yo, y usted de postre. Pero si era Mr Winterbourne. (Frederick hace ademán de irse) ¿Me deja con el saludo en la boca? ¿Cuánto tiempo lleva aq? Pues... toda la noche. Ya veo... Nunca había visto nada tan curioso. No pensará que es curioso un ataque de malaria. Así es como se coge. (Giovanelli) No temo por mí mismo. Lo digo por la señorita. Ya le he asegurado que era una indiscreción... ¡Bah!, nunca enfermo. Tengo una salud de hierro. Quería ver el Coliseo a la luz de la luna. Lo hemos pasado de maravilla. Si hay riesgo, Eugenio tiene unas pastillas. Le aconsejo que se tome una lo antes posible. Tiene mucha razón. Iré a ver si están los cocheros. (Daisy y Winterbourne se quedan solos) Me enloquece el Coliseo. ¿Por qué está siempre tan serio? ¿Creyó de verdad que estaba prometida?... No importa lo que creí el otro día. Bien, ¿qué cree ahora? Creo que no importa si está prometida o no. (Aparece Giovanelli) Deprisa, si llegamos a casa antes de las doce, estamos a salvo... No olvide las pastillas de Eugenio. (Daisy con tristeza) ¡Me da igual tener la fiebre romana o no!...

(En la Ópera, días después. Comentarios)... Muy enferma, he oído. ¿Está en el hospital? No, la cuida su madre, pero la han visto varios médicos. No me sorprende. (Winterbourne, intrigado, a Charles) Charles, ¿qué sabe de Daisy Miller? Ah, es verdad, no sabe. ¿Saber qué? La muy tonta ha cogido la malaria. Dicen que está muy mal. (Winterbourne sale corriendo) ¡Freddie!, adónde vas?. ¡Freddie!..."



 
 
 
 
Duilio del Prete: Sr. Giovanelli: "Era la joven más bella que nunca vi. Y la más amable. La más inocente. (Winterbourne) ¿Por qué diablos la llevó a aquel lugar?... Yo no temía por mí mismo. Ella... ¿Sí?... Ella hacía lo que quería. 
 
 


(Mr. Frederick Winterbourne. Voz en off) "Me pesa en la conciencia. He cometido una injusticia con ella... Creo que habría... apreciado mi cariño. Llevo demasiado tiempo en el extranjero"


 


Peter Bogdanovich despliega un inmenso esfuerzo material y un respeto minucioso para captar las excelencias del relato de Henry James. Particularmente sensible, se apasiona hasta tal punto con "Daisy Miller" que es capaz de sustraerse al éxito, sin falsear lo más mínimo la compleja realidad del legado moral engendrado por el puritanismo, y que acabarán condicionando la felicidad o la infelicidad de ambos protagonistas. Dos polos que se subliman en una de las culminaciones dramáticas más poéticas y tristemente atenazadas por la concepción disparatada y destructiva de una deformada y subjetivista realidad social, que fue capaz de arrasar las emociones más primitivas del ser humano convirtiéndolas en máscaras de rasgos desgarrados y hermético romanticismo.