Campanadas anchas de las horas de infancia. Lejano principio de nuestro existir en el que no podríamos sentirnos niños sin recrear nuestra sustantivación de hijos. Recuerdos infantiles que permanecen como ensartados rosarios que precipitan sus latidos en esa dulce congoja que, en la niñez, parecen abrir y cerrar sus postigos constantemente a los amores terrenales más dulces, más consoladores: los de nuestros padres. Dogma de un tiempo en que vivimos pendientes de esas caricias, que todo lo perdonan, que apartan de nosotros todas las pesadumbres del mundo. De ese universo pequeñito que no comprendemos, y que tantas veces nos sumen en estampidos ardientes de torvos llantos. Cosmos multicolor que nos abre esos itinerarios que todas las criaturas necesitamos: los de la admirada prudencia adulta. Y que es como nuestro primer evangelio de necesidades, como si nuestros progenitores tuviesen la culpa de todas nuestras iniciáticas y pueriles frustraciones. ¡Ancho mundo el suyo! Tan holgado para nuestra niñez, que en él nunca tropezábamos. Y hacia el que corríamos despavoridos en busca de esa mano de padre, de madre, que nos acogiera y consolase, magnificando nuestros pucherillos entre los lirios jubilosos de aquel santuario progenitor. ¡Qué jubilosa memoria! ¡Qué festín en honor de nuestros primeros descubrimientos del más eterno de los amores! Ser niños y haber gozado de la gloria de esa condescendencia, cuando nuestra diminuta imagen poseía el brillo socarrón del pupilo indefenso, que se refugiaba en todas las magnificencias de ese palacio paterno, del que nosotros, los niños, fuimos príncipes sin ser jamás dueños; y entre cuyos muros de obediencia o pequeñas rebeldías, fosforecencias de aquel firmamento acogedor de nuestros nacientes sueños, participábamos de las riquezas de un amor que siempre nos estremecía, tan cálidamente iluminado de ternura. Un amor que, en todo momento, se hallaba ahí, pendiente de nosotros, dispuesto a salvarnos de aquellas noches en que tuvimos miedo, y que, para aliviarnos del ornamento candoroso y fútil de nuestros llantos caprichosos, resplandecía entre grandes luminarias reconfortantes, reverberando en cualquier rincón oscuro de nuestros aposentos de inocencia, en los que tantas veces creímos sumirnos en profundas distancias de una nocturna clausura amedrentadora.
"El sur" posee esa cadencia pura y frágil, pero sublime, en la que basta una palabra: "padre", para traslucir aquellas tardes remotas amasadas por el consuelo de su protección. Ángel de ímpetu que confortara nuestro jardincillo mágico, y que en nuestras noches sin luna, trajera nuevo lenitivo de ilusión y valimiento a nuestras angustias. Padre, bóveda de un firmamento que todavía nos envuelve en una quietud profunda y clara, y que se resumía entre aleteos de campanas que tenían la pureza y la fuerza de una mirada que nos acompañara desde lejos, cuando temblaba de caudillaje su silueta desde nuestro mirar profundo, aún ciego de nieblas. "El sur", pese a desnudarse desde el regazo fervoroso de la madre, se alza, no obstante, como una música entrañable, inaudita y eminente, amparando al hijo, esta vez, entre los brazos del padre. "El sur" desde su gemir desesperado, es capaz por ello de derretir todo pliegue de dureza paterna, porque en él es siempre la voz del padre la que se percibe. Es como un cristal sagrado que oculta, al mismo tiempo, un dinamismo y una fragilidad de hombre. Un indicio misterioso de melancolías masculinas, de dolor y muerte, que semeja recostarse entre las sombras conmemorativas de una evocación de niña. Un sollozo mordido que jamás conocerá el valor de la insignificancia, renaciendo siempre en un altar infantil de amores terrenales, como floración purpúrea y fanales de oro, origen y cúspide de esa verdad de belleza de quienes no pueden vivir sin quererse, sin sentir el atributo, ingenuo y humilde, de una evidencia: el amor paterno, tantas veces olvidado, que llega desde las distancias de nuestro tiempo infantil. ¡Qué tibieza, qué reciedumbre de lujo! ¡"El Sur" es un vislumbre de ámbar prendido en una gentil sonrisa de niña! ¡Qué tapiz como lluvia en el prado de los recuerdos, que nos roba el corazón a pedazos con esa fugaz ascua de una felicidad de infancia iluminada de emociones preciosas!
"El sur" posee esa cadencia pura y frágil, pero sublime, en la que basta una palabra: "padre", para traslucir aquellas tardes remotas amasadas por el consuelo de su protección. Ángel de ímpetu que confortara nuestro jardincillo mágico, y que en nuestras noches sin luna, trajera nuevo lenitivo de ilusión y valimiento a nuestras angustias. Padre, bóveda de un firmamento que todavía nos envuelve en una quietud profunda y clara, y que se resumía entre aleteos de campanas que tenían la pureza y la fuerza de una mirada que nos acompañara desde lejos, cuando temblaba de caudillaje su silueta desde nuestro mirar profundo, aún ciego de nieblas. "El sur", pese a desnudarse desde el regazo fervoroso de la madre, se alza, no obstante, como una música entrañable, inaudita y eminente, amparando al hijo, esta vez, entre los brazos del padre. "El sur" desde su gemir desesperado, es capaz por ello de derretir todo pliegue de dureza paterna, porque en él es siempre la voz del padre la que se percibe. Es como un cristal sagrado que oculta, al mismo tiempo, un dinamismo y una fragilidad de hombre. Un indicio misterioso de melancolías masculinas, de dolor y muerte, que semeja recostarse entre las sombras conmemorativas de una evocación de niña. Un sollozo mordido que jamás conocerá el valor de la insignificancia, renaciendo siempre en un altar infantil de amores terrenales, como floración purpúrea y fanales de oro, origen y cúspide de esa verdad de belleza de quienes no pueden vivir sin quererse, sin sentir el atributo, ingenuo y humilde, de una evidencia: el amor paterno, tantas veces olvidado, que llega desde las distancias de nuestro tiempo infantil. ¡Qué tibieza, qué reciedumbre de lujo! ¡"El Sur" es un vislumbre de ámbar prendido en una gentil sonrisa de niña! ¡Qué tapiz como lluvia en el prado de los recuerdos, que nos roba el corazón a pedazos con esa fugaz ascua de una felicidad de infancia iluminada de emociones preciosas!
Y dentro de su blanda quietud, de su húmedo aleteo familiar, en el que la desventura se va embebiendo de un dolor inevitable, cuando la niñez abre su cancela a la pubertad, el padre, con su báculo de caminante, sin más impedimenta que la de esa culpa que arrastrar puede toda criatura humana, itinerario siempre sometido a los secretos, y que trajo ruina a su hogar, tenderá aún bizarramente su mano evocadora, observado por su hija, transfigurado de nuevo casi en un ser sobrenatural, desde aquel lejano principio de su singularidad arrolladora: fue generoso, fue justo, el padre perfecto que la aguardó encubierto tras la columna de una iglesia el día de su primera comunión, que llenó ese patio de fiesta y de sol con un primer baile, renovando su aliento y su amor en la exhalación inolvidable de un pasodoble: "En er mundo", y que tras esa oscuridad que venda los ojos de los hijos, abandonó su hogar sin explicaciones.
Dormida en su primera infancia, cuando todo lo gozaba sin pensar, y cuando su madre lloraba en lo oculto, y la sensación de temblorosa presencia del padre se recataba, más de una noche, de los reproches de la esposa, tras el ventanal del secreto, siempre cerrado, comienza de nuevo a fraguarse la imagen del hombre que, siendo niña, la asomó también al huerto de "La Gaviota", sol entre heliotropos y rosas, árbol y cielo de un hogar cuya veleta recordaba los grabados antiguos; primer recorrido de sus pies infantiles, donde ella le llamaba tendiéndole sus bracitos, y en el que sus respiraciones, muy juntas, se reafirmaron en un brío y tono de voluntad zahorí a la búsqueda de algún río escondido, en aquellas mañanas o atardeceres primerizos, inocentes y claros, que ambos gozaran entre olores de creación sobre un fondo antiguo de bosques y campos.
Si "El Sur" no se nos ofreciera con esa virginidad descuidada con que juegan los niños; si no prosiguiera su camino cinematográfico acomodándose en una hora aterciopelada y tierna con esas otras horas cansadas del vivir, siempre bajo el sol, entre árboles, en el azul, en el aire de sus días nuevos, todo ello pleno de nosotros mismos, según fuimos una vez, no permanecería intacta como un mundo de imágenes bellísimas que parecen acabadas siempre de nacer. Y sin depender del pasado de sentir, de su memoria, de sus acciones, de su conciencia, de los instantes desaparecidos, que nos ofrecen la magia y la plástica inigualable de esta película, ello sería, para nosotros, sus espectadores, como renunciar a ese pasado amado de nuestra infancia; no querer ya ser niños, y dejar que en nuestros párpados nos pesasen tan sólo los pensamientos viejos que nos aguardan en el triste dormitorio del olvido.
A la natural complejidad psicológica de la criatura humana se impone siempre una visión de la sociedad en la que irradiará eternamente una insaciable ansia de amor a la que añadir también, dentro de esa contradictoria selva de instintos e ideales que anida, como más o menos se indicó, en todo ser humano, una apremiante llamada a todo tipo de fraternidad, llámese cariño, llámese incorporación a la más cálida de las dimensiones del afecto que debería rebrotar en todos nuestros actos.
Buscando en
esa senda de la introspección que haga tangible el drama de nuestras
polémicas convivencias, "El Sur" halla también en los monólogos y
diálogos de sus personajes su más arrebatadora dimensión emocional,
subjetiva e intimista, que, en abierta oposición al tono moralizante que
empañaran tantos dramas literarios, escenificados por la pantalla,
otorgan a esta hermosa película de Víctor Erice (ya preludiado en su "ópera prima", la no menos excepcional "El espíritu de la colmena", 1973)
un especial significado de balada lírica cuya estética incorpora al
arte, quizás por primera vez en la cinematografía de nuestro país, una
flamante topografía dramática, antes, por desgracia, un tanto ignorada.
(Estrella- Sonsoles Aranguren) "Oye, mamá, ¿por qué papá no quiere que nadie entre en el desván. (La madre-Lola Cardona) Porque toda la fuerza que él guarda ahí dentro se escaparía. Claro... por eso cierra con llave... Sin esa fuerza no podría hacer nada de lo que hace. De dónde la saca? De ningún sitio. Es una cosa que él tiene. ¿La ha tenido siempre?... Sí, desde que nació... Y yo... ¿la puedo tener también? No lo sé. Como eres hija suya, igual sí. ¿Te gustaría?... ¡Muchísimo!"
La Primera Comunión. Una visita del sur: la abuela paterna y Milagros, la tata del padre de Estrella.
(Milagros-Rafaela Aparicio-, durante la noche, en la habitación de la Estrella, asustada del frío) "¿Cuándo llega aquí el calor, niña?... (Estrella) Aquí casi nunca hace calor. ¿No? Pues, ¡qué raro es el mundo! En unos lados la gente se asa de calor y en otros se hiela de frío. ¡Osú! Dios ya tiene edad para saber lo que hace... Y en tu pueblo, ¿hace mucho calor?... ¡Muchísimo! ¿Y cómo lo aguantáis? Con paciencia y buena sombra... Oye, (refiriéndose siempre al Sur) ¿es verdad que allí hay muchos moros? Algunos quedan, pero todos camuflados (Estrella ríe) ¿De qué te ríes?... Me hace gracia como hablas. Mi padre no habla así. Porque es un señorito, y además un renegado que no quiere saber nada de su pueblo. Bueno, no me hagas caso, Estrellita, que cada vez empiezo a soltar disparates y no paro. ¡Ay! Pero es que me da tanta pena de que siga así sin asomarse por la casa donde nació. ¡Y anda que hace años y nada desde que se fue! Ya lo sé. ¿Y tú que sabes, criatura? Eso, que mi padre ya no va por allí porque riñó con el abuelo. ¿Te lo ha dicho tu padre? No, me lo dijo mi madre. Di, ¿es verdad que el abuelo es muy malo?... ¡Qué va! Eso son ganas de exagerar. Además, ¿sabes una cosa? Hasta las fieras se amansan con la edad. Tu abuelo ya no es el mismo. Estaría bueno, con las cosas que han pasado, y la cantidad de muertos que ha habido,... todo por las ideas. Eso sí, las peores son las de tu abuelo y claro, como tu padre justo pensaba lo contrario, no lo podía aguantar. A tu abuelo, todo se le volvía veneno en el cuerpo, pero tu padre no se quedaba calladito, al contrario. Total, que cada dos por tres armaba la marimorena. No hacían más que perderse el respeto. Hasta que un día tu padre se fue de casa. O tu abuelo lo echó, que eso nunca ha quedado claro. Y así hasta hoy. Los dos se han metido en un túnel que no tiene salida, y allí siguen encerrados. Pero el abuelo era de los malos ¿no?... De los malos, de los buenos... Mira, para que tú te des cuenta. Cuando la República, ... bueno, antes de la guerra, tu abuelo era de los malos y tu padre de los buenos. Pero luego, cuando ganó Franco, tu abuelo se convirtió en un santo, y tu padre en un demonio. ¿Ves lo que son las cosas de este mundo? Palabras, y nada más que palabras... Pero ¿por qué a mi padre le metieron preso?... Porque sí... Porque en la guerra los que ganan siempre hacen lo mismo. Pero, bueno, con lo niña que tú eres... ¿Quién te ha contado a ti esas cosas? Mi madre. ¡Vaya por Dios! ¿No podía haberte contado otras cosas más bonitas? Podía haber esperado un poco. Que para enterarse de eso sobra tiempo, vamos, digo yo. Mira, mira Estrellita, mira... Tú eres una niña. Deja en paz ahora todas esas cosas. Piensa en que mañana va a ser la primera comunión, que va a ser uno de los días más bonitos de tu vida, como si te fueras a casar. Eso es lo que me dice el cura, pero yo no lo entiendo. ¡Ah, yo tampoco! Pero es igual... El caso es que vas a ir vestida de blanco igualita que una novia. Pues yo de mayor no me pienso casar. ¿Se puede saber por qué?... Porque todas las novias tienen cara de tontas. Tú fíjate en las fotos que ponen en las tiendas y verás... Anda, anda, anda, vamos... que ya hemos "rajao" bastante... Vamos a la cama... (Milagros se dispone a apagar la luz ) Espera, no apagues... ¿Qué quieres? Milagros, ¿tú crees que mi padre mañana irá a la iglesia?... Naturalmente ¡Estaría bueno! Es que él nunca va... Ya, ya lo sé, pero tú no te preocupes. Que yo lo meto en la iglesia aunque sea a empujones. Anda, anda, a dormir. Buenas noches, Estrellita... Buenas noches, Milagros."(Milagros-Rafaela Aparicio-, during the night, in Estrella's room, scared of the cold) "When does the heat get here, girl?... (Estrella) It's almost never hot here. Right? Well,! How strange the world is! In some places people are roasting from the heat and in others they are freezing with cold. Osu! God is old enough to know what he is doing... And in your town, is it very hot?... "Very much! And how do you put up with it? With patience and good shade... Hey, (always referring to the South) is it true that there are many Moors there? Some remain, but all camouflaged (Estrella laughs) What are you laughing at?" "... It's funny how you talk. My father doesn't talk like that. Because he's a gentleman, and also a renegade who doesn't want to know anything about his town. Well, don't listen to me, Estrellita, I start spouting nonsense every time and I don't stop. Oh! But it makes me so sad that he goes on like this without looking out of the house where he was born. And it's been years and nothing since he left! I know. And what do you know, child? That, that my father no longer saw over there because he quarreled with his grandfather. Has your father told you? No, my mother told me. Say, is it true that Grandpa is very bad?... What's up! That is wanting to exaggerate. Also, you know what? Even the beasts tame with age. Your grandfather is no longer the same. He would be good, with the things that have happened, and the number of deaths that have occurred, ... all for ideas. Of course, the worst are those of your grandfather and of course, as your father just thought otherwise, he couldn't stand it. Everything turned to poison in your grandfather's body, but your father didn't keep quiet, on the contrary. Total, that every two times three armed the marimorena. They did nothing but lose respect. Until one day your father left home. Or your grandfather kicked him out, that has never been clear. And so until today. The two have entered a tunnel that has no exit, and they are still locked up there. But grandpa was one of the bad guys, wasn't he?... One of the bad guys, one of the good guys... Look, so you know. When the Republic, well, before the war, your grandfather was one of the bad guys and your father was one of the good guys. But then, when Franco won, your grandfather became a saint, and your father a devil. Do you see what the things of this world are? Words, and nothing but words... But why was my father imprisoned?... Because yes... Because in war those who win always do the same thing. But, well, as a child as you are... Who has told you these things? My mother. Go for God! Couldn't I have told you other more beautiful things? I could have waited a bit. That to find out about that there is plenty of time, come on, I say. Look, look Estrellita, look... You're a girl. Leave all that stuff alone now. Think that tomorrow will be the first communion, that it will be one of the most beautiful days of your life, as if you were getting married. That's what the priest tells me, but I don't understand it. Oh me neither! But it's the same... The point is that you're going to be dressed in white just like a bride. Well, I don't plan on getting married when I grow up. Is it possible to know why?... Because all the brides have silly faces. You look at the photos they put up in the stores and you'll see... Come on, come on, come on, let's go... we've already "rajao" -spoken- enough... Let's go to bed... (Milagros is about to turn off the light ) Wait, don't turn off... What do you want? Milagros, do you think my father will go to church tomorrow?... Naturally, he would be nice! It's just that he never goes... Yeah, I know, but don't worry. That I put him in the church even if he pushes me. Go on, go to sleep. Good night, Estrellita... Good night, Milagros."
El desmoronamiento de la veneración fetichista: la última comida en compañía de su padre.
(Estrella-Iciar Bollaín-Voz en off) "Le dejé allí, sentado junto a la ventana, escuchando aquel viejo pasodoble, solo, abandonado a su suerte. ¿Pude hacer por él más de lo que en este momento hice? Es lo que siempre me he preguntado, porque esa fue la última vez que hablé con él... Antes de salir de casa, vació sus bolsillos. Entre las cosas que dejó en el interior de un cajón, encontré un pequeño recibo de una conferencia telefónica. Descubrí así que la última noche de su vida mi padre había llamado al Sur, a un número que yo no conocía. Cogí aquel papel y lo guardé sin decir nada a nadie..."
"A los pocos días, caí enferma, sola, encerrada en mi habitación. Las horas se me hacían interminables. Desde el Sur, la voz de Milagros llegó en mi ayuda. Enterada de la situación, no le costó convencer a mi madre para que, pasado un tiempo, me mandara a su lado a descansar.
Sus razones fueron de peso: mi salud necesitaba un cambio de aires, y
además, tanto ella como la abuela Rosario llevaban muchos años sin verme. La víspera de la partida, apenas pude dormir. Aunque no lo demostrara, yo estaba muy nerviosa. Por fin, iba a conocer el Sur..."
Años
de búsqueda y desorientación cinematográfica en España que se verán
recompensados por nuevos lenguajes visuales, capaces de representar
porciones de realidad entre decisivas aportaciones de una estética
deslumbrante. "El Sur", con su proverbial refinamiento fotográfico, su
implacable tragedia de soledad, vivamente sensibilizada por la situación
política, y una de las más afortunadas aplicaciones
dramáticas arrancadas a las exigencias del realismo, atrapa, no
obstante, al espectador en una inconmensurable red de belleza y
encantamiento fílmico.