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sábado, 1 de abril de 2023

Le Notti di Cabiria (Las noches de Cabiria)

¡Cabiria es el más excelso de los partos de Federico Fellini! Es lo que a Beethoven su "5ª Sinfonía"... Giulietta Masina parece que se descrisma por averiguar qué demoníaco antojo o manía embarga el ánimo de su inteligentísimo marido por recuperar aquel extraño personaje que esbozara en "Lo sceicco bianco" ( "El jeque blanco"), de 1952.  ¡Y a fe que nos lo dejó bien patente! (Aún la recordamos bajando del avión en Roma con su bien ganado Oscar al "Mejor Film de Habla no Inglesa" en la mano). ¿Cómo habrían sido esos eternos ayes lastimeros del naturalismo italiano sin el pícaro Federico de sus primeros claroscuros.
 
 
 


 
 
 
¡¡Y Cabiria Ceccarelli llegó!! ¡Una nueva pelandusca, bajita y delgaducha (a contracorriente de aquellas puttanas como ballenas que siempre retrató, y que, a lo largo de su filmografía, aparecerían en playas pestilentes, en el estanco de su infancia, o en aquella aledaña Vía Appia romana). Pero Cabiria es simplona y romántica, vive su prostitución forzosa (¡pobreza e ignorancia!) como si buscara remedio al sarampión de curiosidades amorosas y enternecedoras que la consumen. Tiene peor fama que otras mucho más gordas que ella por enamorarse de su chulo y dejarse tirar al río por él, que, al tiempo que le roba el bolso, la quiere mandar al otro mundo. Y Cabiria, a la que tanto le cuesta descender por los escalones más bajos de las miserias humanas, no se lo cree. Menos mal que la estupenda, comprensiva y paciente Wanda [genial Franca Marzi], amiga de fatigas,  rellenita, culona y guapísima, acostumbrada, como todas las filantrópicas compañeras afiliadas al ramo de la prostitución callejera, a los dédalos tenebrosos de los vicios chulescos de esos machos jóvenes, pobres en sofisterías, y que, si no cuentan con el sustento que proporciona el vicio callejero, muestran su desazón a guantazos, le equilibra, momentáneamente, sus trastornos románticos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

"(Wanda) "Bueno, ¿qué piensas hacer? Tienes razón. Es mejor que te quedes, métete en la cama, echa un buen sueño. Y cuando vuelva entraré a verte. ¿Cómo, no te has tomado una aspirina? Tomátela. Te sentirás mejor..." (Cabiria) "¿Aún estás ahí? ¿Aún no te has cansado de cotorrear? ¡Bueno, ¿qué quieres? ¿Fisgonearlo todo? ¡Lárgate ya! ¿Es que te figuras que yo me creo que eres amiga mía? ¡Márchate, y no vuelvas, gorrona, que aquí no vienes más que a pedirme el hornillo, y esto y lo otro!..." (Wanda) "Puedes guardarte tu hornillo, y que te aproveche. No te fastidia..., el hornillo"...
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
"(Cabiria, sale al exterior, mientras su amiga se aleja, y grita) "¡Vete por ahí! Que por cuarenta mil liras te tiran al río. ¿Quién es capaz de ahogar a nadie por cuarenta mil liras?" (Wanda, desde lejos) "¡Y por cinco mil, menudos son!" (Cabiria) "¿Un hombre que te quiere?"
 
 "(Wanda) ¿De qué hablas, ilusa? ¡Si no hace ni un mes que le conoces, no sabes dónde vive ni cómo se llama! ¡Es que no comprendes que te ha tirado al río, te ha tirado al río, te ha tirado al río,... y has salido bien librada porque debió apretarte la cabeza bajo el agua, ...te lo digo yo, imbécil! ¡Anda, y denunciale!" (Cabiria) "¡Yo no soy ninguna soplona!" (Wanda, alejándose en la noche) "¡Denunciale, hazme caso!..."




 
 
 
Pero las obsesiones de Cabiria son delirantes, no se resigna a la estrechez disoluta y vulgar de su existencia, aunque sus noches no se vean rodeadas de halo romántico alguno. Sus pasos en solitario por las calles de Roma se siguen convirtiendo en un cúmulo de despropósitos. Una triste pendiente del malvivir en la más completa mediocridad, entre la que se expone la desbordante extroversión de gran matización psicológica de la errabunda y noctámbula prostituta. Y un sueño efímero que la sumerge en el embrujo voluptuoso que le aporta el encuentro con Alberto Lazzari [Amedeo Nazzari], actor famoso y despechado por una relación tempestuosa con su amante Jessy [Dorian Gray], que para ella posee todo el magnetismo de las estrellas, le suministra unas exclusivas horas de luminosidad a su calamitoso cielo de soledad.
 
 
 
 


 

 
 
 
"(En su aburrimiento, Lazzari lleva a la errabunda de la noche a un buen buen cabaret y hasta la invita a su lujosa mansión. Una vez allí la invita a cenar, suena la Quinta Sinfonía de Beethoven, y le pregunta) "Pero, ¿tú dónde vives?" (Cabiria) "En la carretera de Ostia, kilómetro diecinueve" (Lazzari) "¿Y vienes hasta Via Véneto?" (Cabiria) "¿Qué vengo hasta Vía Véneto? ¿Qué vengo a Vía Véneto? Yo voy a la Vía Arqueológica que es mucho más cómodo" (Lazzari) "¿Por qué?" 
 
 
"(Cabiria) "Como vivo en Aquilia cojo el autobús, y llego en seguida. Además, voy con una amiga mía, Wanda, que vive también donde yo, porque con las demás no tengo ninguna relación. Esas otras duermen bajo el puente de Caracalla. ¿Qué se ha creído usted? Yo tengo mi casa, con agua, luz y hornillo de petróleo. Con todas las comodidades, no me falta de nada. Tengo hasta termómetro. Esta de aquí, ¿la ve?, esta nunca ha dormido debajo del puente (duda)... Sí, una vez o dos, bah, claro que no es una casa como esta, pero a mí me basta" (Lazzari, sonríe comprensivo) "Anda, come algo..."
 

Pero llega inesperadamente la amante de Lazzari, Jessy, arrepentida y llorosa. El actor esconde a Cabiria, y cuando Jessy duerme, ya amanecido, le entrega una pequeña cantidad de dinero. Luego le ruega que se vaya sigilosamente. Para Cabiria acaba aquí el ensueño momentáneo de su casual noche estelar con Alberto Lazzari.
 
 
 


 
 

 

 
 
 
 
 
Movida por un ferviente deseo de llegar a cambiar de vida, Cabiria acude a una romería milagrera en compañía de sus amigas de la calle y sus correspondientes chulos. Y, aturdida por el gentío y la ingenuidad religiosa que lo mueve, entre rezos y griteríos, clama por el milagro, que, por supuesto, no se produce.
 

"No hemos cambiado... No hemos cambiado... Seguimos todos como al principio... Pero, ¿os habéis creído que yo soy como vosotras?... ¡Nooo! ¿Sabéis lo que voy a hacer, lo vendo todo, y me voy... ¡Me voy!", se duele Cabiria. Y con su desengaño a cuestas, su tristeza y su burla, ante la procesión de la romería que recorre ahora la campiña entre cantos y salmos, grita: "¿Os ha concedido la gracia la Virgen a vosotras? ¿Os la ha concedido?" (Wanda) "¡Ven aquí, Cabiria!" (Sigue gritando) "¿Pero no veis aquellos fantasmas de por allí? ¿Adónde vais con ese estandarte? ¿A buscar caracoles?" (Los amigos) "¿Pero, por qué la habéis dejado beber? ¡Eh, Cabiria, ven a bailar!"...(a Wanda, que trata de sujetarla) "¡Déjame ya de una vez!" (Wanda) "Cabiria, estás borracha perdida!"... Y Giulietta Masina, así vociferante y desesperanzada, se transforma en uno de los seres cinematográficos más memorables que el celuloide conserva.
 



 
 

Tras el fracaso milagrero de la romería, la noche siguiente, lejos de Vía Arqueológica, Cabiria aparece ante un pobre teatrucho de barrio donde tienen lugar las típicas varietés de la época, entre risas y griterios. Cabiria, antes de entrar, con su ingenuidad habitual pregunta: "¿Es bonito?"... Y al no recibir contestación, insiste: "¡Eh!, ¿que si es bonito?"... La respuesta es brusca: "¡Claro que es bonito, como no va a serlo!"... "¡Bueno eh!"... 
 
Y cuando penetra en la sala, en el escenario un mago hipnotizador lleva a cabo su función. Invita a varios brutos a los que hipnotiza y hace remar en un barco imaginario, entre las risas del público. Cabiria, que también ha sido invitada a subir al escenario, ríe y una vez acabado el espectáculo, es retenida por el mago. Hipnotizada realiza una escena de profundo romanticismo amoroso. Y acaba avergonzada entre las risas del público.
 
 


 
 












 






Una vez fuera del cine, le sale al encuentro un extraño espectador, que le asegura haber disfrutado con su actuación. Cabiria desconfía en un principio, pero se deja embaucar por la labia afectuosa del desconocido. 

 

 

 





El desconocido que conoce aquella noche a la salida del cine, un tal Oscar D'Onofrio [François Périer] le pide que se sigan viendo. La va convenciendo de que siente un gran cariño por ella,  y le ofrenda un futuro respetable pues está dispuesto a casarse olvidando la vida que ha llevado antes de conocerle con ella. Su amiga Wanda está convencida de que Cabiria no escarmienta y va a volver a caer en las garras de algún aprovechado y le aconseja que desconfíe del él. 
 




Cabiria se despide con gran tristeza de su amiga Wanda [que sigue convencida de que todo se trata de un engaño] tras vender su pequeña casucha a las afueras de Roma y el resto de pertenencias convencida de que por fin ha encontrado el hombre de su vida, y con el que compartir el dinero obtenido de sus ventas.
 

Primero, antes de la boda, ambos comen en un pequeño restaurante. El fajo de billetes está en sus manos, y Cabiria lo muestra satisfecha a su futuro marido.

 ¡El final es antológico! Nos acuna como un delirio conmovedor en el que se expresa todo el dolor que muestra tan dulce expresión como la de esa pobre aventurerilla sin porvenir que es Cabiria. No obstante, su desgracia se incorpora a nuestro espíritu con la misma sensibilidad que destila esta impagable presencia femenina. Los ojos de la Masina, con sus lágrimas a lo pierrot, son de un lujo aterciopelado. ¡Giulietta y Fellini, ídolo uno, idolatrada la otra! ¡Cabiria es la más grande empresa de la voluntad artística y el loco entusiasmo que impulsó el neorrealismo italiano!


 

 

 

 

 



El doblaje fue magnífico, sobresaliente. Oro Films-Exa la engrandeció con las voces sublimes (inolvidables para los cinéfilos de la década de los 50) de Mercedes Mireya y Carmen Morando. Pero toda indiscutible obra de arte cinematográfica únicamente puede ser auténtica e irrepetible en versión original. ¡Castellano de primera versus legitimidad italiana! ¡Así son las cosas del cine!... 
 
 
















                                                                             
































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