Coproducida con Francia, Montaldo robustece más que notablemente la mítica sensibilidad librepensadora del personaje. Su película no carece tampoco de esa siempre apetecible y esplendorosa perspectiva histórica capaz de juzgar en toda su grandiosa complejidad la dimensión real del "fenómeno filosófico" emprendido por Giordano Bruno y el nefasto amordazamiento acometido y "entonado" por la arbietrariedad del Catolicismo, y que formaran una especie de bomba con espoleta de efecto retardado, cuya explosión, bordeando piadosamente aquellas centurias tenebrosas, extenderían su importantísimo hongo reivindicativo de cuantos acontecimientos revolucionarios y desmitificadores del dogma conllevaran los juicios críticos y la reflexiónes racionalistas expuestas por Bruno a través de su vida y de sus escritos.
"EPISTOLA EXPLICATIVA DE GIORDANO BRUNO ESCRITA AL MUY ILUSTRE Y EXCELENTE CABALLERO SIR PHILIP SIDNEY, SECRETARIO DE LA REINA ISABEL, ARDIENTE DEFENSOR DEL FRENTE ANTICATÓLICO, Y DISTINGUIDO POR SU GRAN CURIOSIDAD INTELECTUAL Y POR LA PROMOCIÓN DE LAS CORRIENTES INNOVADORAS EN EL PENSAMIENTO Y LA CIENCIA RENACENTISTAS" LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD ES LO ÚNICO DIGNO DE UN HÉROE
{Ciego quien no ve el sol, necio quien no lo conoce, ingrato quien no le da las gracias, si tanta es la luz, tanto el bien, tanto el beneficio, con que resplandece, con que sobresale, con que nos favorece, maestro de los sentidos, padre de las sustancias, autor de la vida. Pues bien, no sé qué clase de hombre sería yo, excelente Señor, si no estimase vuestro ingenio, no honrase vuestras costumbres, no celebrase vuestros méritos, con los que os habéis mostrado abiertamente a mí desde el primer momento en que llegué a la isla británica, en la medida en que el tiempo os lo ha permitido... Y yo nombro libremente a cada cosa que la naturaleza hace digno, y no cubro lo que ella muestra abiertamente; llamo al pan, pan y al vino, vino; a la cabeza, cabeza, al pie, pie, y a las demás partes con su nombre propio.... Yo por mi parte con mis pensamientos, palabras y obras, no pretendo otra cosa que sinceridad, simplicidad, verdad. Éste es mi veredicto, donde las obras y actos heroicos no sean estimados frutos sin valor y vanos, donde no se juzgue suma sabiduría al creer sin discreción, donde las imposturas de los hombres se distinguen de los consejos divinos, donde no se juzga acto de religión y piedad sobrehumana el pervertir la ley natural, donde la contemplación diligente no es locura, donde el honor no consiste en la posesión avara, ni la esplendidez en actos de gula, ni la reputación en la multitud de servidores (sin importar cómo sean) en el vestir mejor, ni la grandeza en tener más, ni la verdad en las maravillas, ni la prudencia en la malicia, la sagacidad en la traición, la prudencia en el engaño, el saber vivir en el fingimiento, la fortaleza en el furor, la ley en la fuerza, la justicia en la tiranía o el juicio en la violencia, y así sucesivamente para todo}
Giordano Bruno –que se hacía llamar “el Nolano” porque había nacido en la ciudad de Nola- había estudiado retórica, lógica y dialéctica en la vecina Nápoles. A los diecisiete años se había hecho monje dominico y había pasado de un convento a otro, más entregado al estudio que a la plegaria. Leía con avidez los clásicos latinos y los filósofos griegos, hebreos y árabes y se proclamaba discípulo de Demócrito, Epicuro y Lucrecio. Su fuerza residía en una principalmente en una memoria prodigiosa y su estímulo era una inagotable curiosidad que le hacía interesarse en cada rama del saber, de la filosofía a la literatura, de la astronomía a la física, y de las matemáticas a la magia. Las horas del día no tenían más aliciente para Bruno que pasarlas en las bibliotecas y archivos, entregado a las lecturas sacras y profanas, sin preocuparse en ahondar en una vocación que no tenía y que le oprimía hasta el extremo de hacerle maldecir el día en que se había hecho monje. Había formulado sus votos para sustraerse de las tentaciones de la carne, pero sus noches le evocaban fantasmas de mujeres desnudas y bellísimas como fue más adelante la aristócrata Fosca Morosini. Finalmente, ahorcó los hábitos a los veintiocho años. La vida del convento lo había debilitado, pero con su mirada apasionada y con el ardor de sus palabras, de una oratoria grandilocuente, llena de citas, descompuesta, trastornaba más que convencía, y hasta los oyentes más preparados quedaban vencidos. Su elocuencia le procuró un puesto de maestro de astronomía en Noli, Liguria. Duró poco porque se trasladó a Turín, a Venecia y a Padua. En el verano de 1579, tras haberse instalado en Ginebra, fue expulsado por denunciar públicamente los disparates de un profesor de Universidad local. Fue denunciado y hubo de pagar una multa. De allí se marchó a Touulouse, una de las ciudades más tolerantes de Europa y consiguió un puesto como profesor de filosofía. Inauguró su primera clase con una lección sobre el “De anima” de Aristóteles.
Después de diociocho meses partió para París, consiguió un puesto en la Sorbonne donde desarrolló un curso de filosofía sobre treinta atributos divinos. El éxito que obtuvo lo hizo famoso de un día a otro.El rey francés Enrique III de Navarra y IV de Francia, que
había oído hablar de él, quiso conocerlo. Bruno le enseñó algunos
ejercicios nemotécnicos, y el soberano lo recompensó con una Cátedra en el
Colegio de Francia. Allí permaneció dos años. Publicó “El candelero- Il Candelaio"en
1582, una comedia ambientada en la Nápoles famélica y corrompida del siglo XIV,
una sátira feroz contra el Clero, los eruditos y los pedantes que le enajenó la
simpatía de la Corte, la Iglesia y el mundo académico, dado que muchos
profesores de la Sorbonne creyeron reconocerse en dicho libro, y no estaban
equivocados porque Bruno usó siempre el aguijón de la provocación más
peligrosa. Volvió a su vagabundeo, esta vez en dirección a Inglaterra, país al
que llegó en marzo de 1583, provisto de una recomendación real para el
embajador francés en Londres, Michel de Castelnau, que lo hospedó en su casa.
Brilló en los salones de la gran Elizabeth I Tudor. Conoció al Conde de
Leicester, a John Florio, a Edmund Spencer y a otros personajes célebres. La
universidad de Oxford le abrió las puertas y dio un ciclo de conferencias sobre
la inmortalidad del alma: "“El alma sabia no teme a la muerte, antes bien, a veces la ansía y se
adelanta a recibirla. Sin embargo, la eternidad mantiene su substancia a través
del tiempo, la inmensidad a través del espacio, la forma universal a través del
movimiento.”
Durante este tiempo escribió sus obras filosóficas, y tomando ideas de Aristóteles y Demócrito elaboró una teoría sobre el universo. Comparó la Tierra con un cosmos infinitamente pequeño, hundido en un cosmos infinitamente grande. Y según él, nuestro planeta no se encuentra en el centro del universo porque éste, etéreo e inconmensurable, no tiene límites. Son incontables los mundos que lo pueblan, y que se hallan en contínuo movimiento. Ni siquiera las estrellas fijas están quietas.
Bruno aseguró que las contradicciones en las cuales se debaten el hombre y la naturaleza son tan sólo aparentes porque un equilibrio superior y una sublime armonía regulan la vida del universo.
La modestia no figuraba entre las virtudes de Giordano. Se sentía investido de una misión sobrenatural, quería cambiar el mundo y reformar a los hombres. Los estudios de ocultismo y magia lo habíam desquiciado. Era supersticioso, creía en el poder de los astros, decía que los nacidos bajo el influjo de Venus eran afortunados en el amor, mientras que los favorecidos por Marte eran violentos y belicosos. Atribuía a los números propiedades cabalísticas y taumatúrgicas, y se consideraba a sí mismo un mago. A finales de 1585 volvió a París, y después marchó a Praga, a Zurich y a Frankfurt.
En 1591 decidió imprudentemente volver a Italia a invitación del noble veneciano Giovanni Mocenigo, que quería de él que le enseñase lecciones de ocultismo y nemotecnia. Bruno sabía que la Inquisición quería darle caza, pero fiaba en la protección de Mocenigo, aunque éste fuera un católico ferviente, y en la de la República Serenísima, que se mostraba tolerante en religión.
El director italiano Giuliano Montaldo, al atreverse con este biopic sobre el gran filósofo, cinematográficamente olvidado (a excepción de Liliana Cavani que ya lo había esbozado someramente en su "Galileo Galilei" de 1968), aporta de nuevo su distanciamiento de todo didactismo ejemplarista, pero nos convence con su, para tantos, desconocida libertad formal y su esmero, siempre atento a los problemas individuales y virtudes que convergen en los personajes centrales de sus peliculas. Visto hoy, insistimos, resulta un film originalísimo, dado el espléndido entramado con el que es expuesto, y que se erige en aldabonazo clarificador, para la conciencia del espectador del siglo XX y XXI, de aquella distante síntesis conflictiva entre dos culturas arcaizantes, dominadas por el icono dogmático de una intolerante supremacía religiosa, y cuyo pensamiento y su praxis sociológica acabarían por oponerse diametralmente, divorciándose así de su decrépita trayectoria cultural, a partir del siglo XVII, tras un inamovible y paupérrimo pasado histórico de convivencia muy diversa. "Durante una procesión en Venecia, Giordano Bruno, cuyas ideas son heréticas, se dirige a uno de los integrantes del cortejo, amigo suyo, que le pregunta: "¿Por qué has venido a Venecia?" Y Bruno explica: "Quiero ir a Roma. Y te compadezco, y compadezco a todos los que como tú llevan hábito. Pero te aprecio"
En una fiesta de los Morosini, aristocracia veneciana, Bruno asiste como invitado.El antirromántico Bruno únicamente aplicará su didactismo a las clases más humildes subrayando la eficaz fábula evaluadora: "leche, vaca, hierba, nubes, lluvia, cielo, universo..." del átomo que, como "Causa, Principio y Uno" de nuestro mundo infinito, es el restaurador de los valores y del advenimiento del hombre, retrato absoluto de la existencia, aunque investido y alimentado por la sustancia transmutable de la Naturaleza bajo un universo todavía desconocido.
(Bruno se reúne con el pueblo llano tratando de explicar su valoración "Causa, Principio y Uno: "Un ciudadano veneciano, Arsenalotto, amigo de francachelas de Bruno exclama) "¡Él puede hablar! Aunque estemos borrachos y no entendamos nada, lo conseguirá. Tiene derecho a hablar" (Y Bruno sencillamente dice) "Yo sólo quería saber... Puedo preguntar de qué color es la leche" "Blanca" "Así cuando piensas en la leche, piensas en blanco. ¿Y quién hace esta leche?" "La vaca" "¿Y qué come esta vaca?" "Hierba" "¿Para algo?... Lluvia, nubes, cielo, astros, universo, Dios. O si preferís, universo, astros, cielo, nubes, lluvia, prado, hierba, ¡muuuu!, vaca, leche. Es la imagen viva de Dios. Es otra visión. Los curas no pueden comprender" (Arsenalotto se exalta) "¡Entonces todo depende de nosotros!"... "¡Es una blasfemia!", (Exclama otro de los presentes). "Entonces, empecemos de nuevo. Se piensa por asociación. Existen correspondencias entre el mundo animal, vegetal y humano"...
"El ambiente está un poco cargado. Vámonos" (Aconseja Arselanotto)
"¿Quien era ese hombre?", (Pregunta Bruno). "Tiene cara de pájaro... Aquél la tiene de gato. Mira. Y hay un ratón"
"¡Grrrrr! Aquel tiene cara de buey. Y seguro que su carácter es afín" "Ven, ven. Es mejor que nos vayamos, Bruno. Vamos"
No hay comentarios:
Publicar un comentario