El amor siempre necesita de un nuevo lenguaje para revelarse, porque
cualquier expresión de lo que los hombres y mujeres sienten en el fondo
de sus corazones son fruto de un secreto o de una especie de religión
enfermiza que siempre mana de una ignorancia innata en todos nosotros.
Una ignorancia que nos impide manifestar este misterio por medio de
juicios y palabras, por más que nos empeñemos en escribir y hablar sobre
él. El amor y la felicidad nunca nos han pertenecido. Es un canto de
juventud que todos deseamos escuchar, sin esperar a oír sus profecías
futuras, aquéllas que hablan de su habitual e inevitable caída, cuando
el amor toma la forma de una sombra. Las nubes de nuestras emociones, es
algo que todos sabemos, desaparecen sin dejar más huellas que las de
los recuerdos. Pero, dada nuestra obsesiva inclinación por lo ineludible
y lo dramático, toda nuestra educación sentimental converge hacia esa
especie de simbolismo que conocemos por amor, al que siempre intentamos
encontrarle un significado feliz. No obstante, frente al mismo, no somos
más que impotentes y angustiados buscadores de designios, porque, pese a
ser conscientes de que al entregarnos a esa pasión valetudinaria, jamás
estamos dispuestos a traducir lo que es (o sea, lo que sentimos frente
al amor recién descubierto) en lo que podrá llegar a ser. Conocer el
porvenir como bien sabemos equivale a destruirse. ¿Es pues el amor
únicamente una ilusión que acabará por traicionarnos? Pensar en ello
convertiría nuestra vida en un infierno, porque el amor está hecho para
acompañar a la alegría y no a la congoja y la decrepitud. Pero para
experimentarlo, e incluso para escribir sobre él, no hay que sentir
miedo a contemplarlo realmente como es: una locura y hasta una
injusticia. Así el amor posee dos lenguajes sin correspondencia posible:
es sublime y abominable. Una historia interminable siempre presente en
los acontecimientos reales de todos nuestros días. Una emoción cuya
frontera entre el bien y el mal nunca está clara en nuestra conciencia.
El amor nos esculpe a diario con su verdad incierta. Jamás concebimos
que pueda manchar nuestra vida. En su bello libro (imaginamos al
descubrirlo) no cabe una mala acción, una infelicidad desconocida. Su
luz, en un principio, sólo conoce la alegría. Si nuestra existencia
fuese perfecta dicha emoción sería el más excelso himno a la vida. Pero
todavía nos preguntamos, y seguiremos preguntándonos, por qué el amor
nace para desaparecer. Por qué no se perpetúa en nosotros por su propio y
maravilloso poder. El amor es, pues, como un secreto que nos vigila de
cerca para conocernos mejor, y que acaba por juzgarnos y pedirnos
cuentas, provocando huidas impensables. Un testigo y juez de nuestros
actos. Una iniciación y una expiación. Un combate que jamás nos hace
libres ni nos purifica. Posee un símbolo de resurrección y de perfecta
pureza, pero no es más que un eterno combate en la tierra, en nosotros
mismos.
Dieciséis años más tarde, Mary Wilson ha perdido aquel punto de abandono emocional que tanta seducción prestaba a su amor por Fred Wilson. Sin falsa modestia, se muestra insatisfecha de sí misma. A las constantes declaraciones diarias del amor que Fred asegura seguir sintiendo por ella, Mary ofrenda un gesto tan elocuente como silencioso. Ninguna sonrisa brillante se agrega a él. Bebe negligentemente. Su existencia ha cobrado el tono anodino, prolongado, de una monotonía que crea en su mente ideas negras sin saber el porqué. Fred la ama, tiene una hija encantadora, y disfruta de una buena posición, los únicos atractivos que ahora posee el matrimonio. Sin embargo, vive al borde de la depresión nerviosa. Jamás creyó que la embriaguez del amor pudiera disiparse tan rápidamente. Dieciséis años, y su vida de casada ha alcanzado un peligro inconfensable. Mary vive en su zona entenebrecida. Se siente progresivamente desolada y desdichada., abrumada por la inutilidad de todo cuanto ha conseguido, y experimenta a diario un frío glacial en el hueco del estómago salvo cuando bebe. Tal vez sea demasiado exigente. ¿Qué puede reprochar a su existencia? No obstante, vive en el vacío. Duda ya irremediablemente que amar haya servido para algo.
Mary Wilson no puede definir la calidad de las emociones desequilibradas a las que está cediendo. ¿Vive una impensable sequedad de corazón o un exceso de pasión rememorativa y nostálgica? "De novios no parabas de hablar. Ahora sólo hablas con los clientes... De vivir 24 horas como cristianos nos volveríamos locos ¡Farsa! Me vuelvo a Casablanca. Me voy con Humphrey Bogart". Entre ambas explicaciones, no sabría cuál elegir. Y mientras el alcohol la va derribando moralmente, devora viejas películas en televisión, sintiéndose heroína de las mismas. "Casablanca" la obsesiona. Vuelven imágenes precisas, flash-backs que se esparcen en la memoria como manchas negras en torno del santuario que significara su vida doméstica. En sus escapadas del hogar, sintiéndose progresivamente desolada e infeliz, mostró al mundo su triste caricatura: "un abortado intento de suicidio y su dependencia progresiva por el alcohol". En su última fiesta de aniversario matrimonial, creyó volverse loca. Meditando en todo momento acerca de la exigüedad del universo hogareño en que se sentía atrapada, pese al gran aluvión de amistades que la rodearan, su voz era tranquila, y el tono de la misma, paliada por el alcohol, apacible. Sin embargo, había dejado de sentirse atraída ya por aquel mundo íntimo y familiar, ahora evocado, tan intacto en todos sus detalles: las miradas del esposo enamorado y vigilante, las sonrisas condescendientes de ella, aparentemente relajada, tratando de no mostrarse celosa ante las amistades femeninas que asediaban a Fred Wilson. Todo se aleja de ella, y empieza a convencerse de que permanecer fiel a un solo hombre no equivale a estar felizmente casada, sino a obligarse a pagar una deuda de imprudencia: la pasión por el amor que tanta intriga ofrenda a la vida de hombres y mujeres. Hasta bromea con su peluquero: "Mi marido me quiere"... "Todos tenemos que llevar nuesra cruz, señora" La misma angustia y pesadumbre que expresa con la libre facilidad que concede la amistad su hastiada amiga Helen Bricker (Tina Louise), que no oculta sus sentimientos de decepción amorosa, herida constantemente por la indiferencia egocéntrica de su mujeriego esposo Harrt Bricker (Dick Shawn) "Lo único que ama con delirio es su condenado automóvil. Porque puede cambiarlo por un nuevo modelo".
Con el apoyo de Agnes (Nanette Fabray), sus asistenta de hogar y confidente de su ya casi enfermiza desazón, Mary prepara su huida del hogar, decidida a no hallarse presente en la ya inmediata celebración de su decimosexto aniversario de boda. Como si hubiera despertado de un largo sueño, sabe que no se siente obligada a renovar su contrato en la farsa matrimonial vivida durante los últimos años. Cree, con los ojos cerrados, haber pagado su deuda con el hombre por quien ya no se siente atraída ni física ni sentimentalmente. Intenta recabar la ayuda monetaria de su madre, Mrs. Spencer (Teresa Wright), ya que su cuenta bancaria fue bloqueada por Fred tras el pasado incidente en que fue detenida por la policía en estado de embriaguez, tras haberse entregado a una serie de frenéticas compras inútiles. Mrs. Spencer, que tras su viudez, se revistiera de una severidad austera, estremecida por el horizonte inquietante y sombrío que ve abrirse ante su hija, intentará oponerse a que el hogar de Mary Wilson, imagen de burguesa armonía y serenidad, pueda desmoronarse por la equívoca turbación y desequilibrio, inexplicable para ella, que sigue su avance inexorable en el espíritu eminentemente soñador e inconformista de su hija. Mary Wilson no volverá jamás a mostrarse razonable y formal. Todo es inútil. Incluso cuando su madre (que había guardado silencio durante toda su vida) le abre el corazón para hacerla partícipe de la infelicidad vivida con su esposo, y de como ella lo soportó todo. Mary, una vez conocida la verdad sobre sus padres, comprende que su decisión ha de ser ya inalterable. No vivirá, como hiciera su madre, en un hogar vacío e sentimientos. Jamás volverá a él.
El día de su decimosexto aniversario matrimonial vuela hacia Nassau (Bahamas), tras haber conseguido cierta cantidad de dinero con la venta de un valioso reloj, regalo de un tiempo pasado. No duda ni por un momento de la inalterable rectitud con que se ha impuesto su acto de huida. El recuerdo de cuanto queda atrás: esposo, hija, hogar, son como las últimas líneas de un diario, de un mundo idealizado, cuya postrer página se cierra ya para ella definitivamente. A medida que se extingue el día, una vez emprendido el vuelo hacia Nassau, los seres queridos, los amigos, que aún siguen aguardando su regreso, quedan como vagas siluetas que se recortan melancólicamente en el espacio que ahora empañan unas inevitables lágrimas.
En el avión se produce un simple encuentro casual con su compañera de estudios Flo (Shirley Jones), que también emprende viaje en busca de cuanto Mary Wilson ha dejado tras de sí: un sueño sin esperanza, su amor por un hombre casado, Sam (Lloyd Bridges). Flo no se sorprende ante la busca de nuevos cambios en la vida de Mary. Se entrega feliz a sus confidencias. Tras tantos años sin verse, ambas han descubierto que jamás existirá un mundo intacto y favorecedor en todos sus detalles. Y que ese universo íntimo y familiar, de ansiada suavidad, tersura y pasión inextinguible, participa más del ensueño que del ardor carnal, por eso se desvanece tan misteriosamente en cuanto los ojos cerrados ceden ante la luz del túnel que los cegó. Su corta estancia en las Bahamas permite a Mary Wilson hallar una apacible sinceridad de ánimo, entera y perfecta, con ella misma.
Ante su ojos se abre una nueva existencia. Empleada durante el día en una tienda de objetos de regalos, reinicia sus estudios de juventud durante la noche. No hay vacío. Nada la hiere ya en lo más vivo. Vuelve a reencontrarse con su hija que acaba comprendiendo, con un abrazo entre ambas, las motivaciones íntimas de desarraigo que obligaron a su madre a abandonar su hogar.
[Jean Merilyn Simmons nacida en Lower Holloway, Londres, el 31 de enero de 1929-Fallecida en Santa Mónica, California, EE.UU., el 22 de enero de 2010 de cáncer de pulmón a la edad de 80 años]
Se suceden las intervenciones de la joven promesa del cine británico en "Caesar y Cleopatra", 1946, de Gabriel Pascal, en una fugaz aparición junto a Vivien Leigh.
Y en la no menos espectacular "Black Narcissus" ("Narciso negro"), como princesa hindú, 1947, de los afamados Michael Powell y Emeric Pressburger, junto a Deborah Kerr, Sabu, Flora Robson, David Farrar y Kathleen Byron.
En 1947, a los 18 años, inicia una relación sentimental (desaprobada por su madre) con el prometedor astro británico Stewart Granger, de 34 años, separado por aquel entonces de su esposa, y de la que acabaría divorciándose en 1948. Ese mismo año interviene, requerida por Laurence Olivier (quien se siente atraído por el gran parecido de la joven con su esposa Vivien Leigh), en la versión cinematográfica dirigida e interpretada por el mismo Olivier "Hamlet". Jean Simmons concede una nota tan excepcional a su joven Ophelia (papel interpretado ininterrumpidamente por la Leigh en el teatro), que recibe su primera nominación al "Premio de la Academia de Hollywood" como "Best Supporting Actress". Conseguiría la "Copa Volpi" en el "Festival de Venecia" al año siguiente como mejor actriz, ocupando la portada de "Life Magazine".
En 1950 fue votada como la más popular actriz británica, y a finales del mismo Jean Simmons visita Estados Unidos para promocionar su film "Trio" ("El torbellino de la vida"), basada en tres historias del novelista Somerset Maugham, dirigida por Ken Annakin y Harold French, y coprotagonizada por Michael Rennie, Wilfred Hyde White, Nigel Patrick, Roland Culver, Michael Hordern, y Anne Crawford. El film es elegido como "Motion Picture of the Week", y la joven protagonista encabeza de nuevo la cubierta de Life Magazine.
También en 1950 interviene junto a Trevor Howard y dirigida por el prestigioso director inglés Ralph Thomas en el magnífico thriller "The Clouded Yellow" ("Trágica obsesión") que obtiene un gran éxito de taquilla en el Reino Unido.
En 1952, aparece ya como protagonista principal en "Androcles and the Lion" ("Androcles y el león"), 1950, basada en la pieza teatral de George Bernard Shaw, dirigida por Chester Erskine con Alan Young, Victor Mature, Robert Newton, Elsa Lanchester y Maurice Evans.
A los 21 años de edad contrae matrimonio con Stewart Granger (que acaba de firmar un importante contrato con MGM), el 20 de diciembre de aquel año, en Tucson, Arizona. Tras el rodaje del film con RKO, la recién casada, Mrs. Granger, es requerida por el magnate Howard Hugues para que firme un contrato exclusivo con sus Estudios. Su compromiso con Rank no expirará hasta siete meses más tarde. Ya en RKO interpreta junto a Robert Mitchum, Mona Freeman, Barbara O'Neil y Herbert Marshall "Angel Face" ("Cara de ángel"), 1952, un prestigioso e inolvidable thriller dirigido por Otto Preminger.
Howard Hugues cede eventualmente su contrato de tres años con RKO, dada la consecuencia lógica de la alta cotización que la prometedora actriz ha alcanzado. Y primero, en MGM, interpreta "The Actress" ("La actriz"), 1953, dirigida por George Cukor, con Spencer Tracy, Teresa Wright y Anthony Perkins.
20th Century Fox y su magnate Darryl F. Zanuck la reclaman de inmediato, tras comprar su acuerdo con RKO, para tres superproducciones históricas: "The Robe" ("La túnica sagrada"), 1953, de Henry Koster, con Richard Burton, Victor Mature, Michael Rennie, Dean Jagger, Jay Robinson, Richard Boone, y Jeff Morrow, (rodada en el primer formato de Cinemascope)
"The Egyptian" ("Sinuhé el Egipcio"), 1954, de Michael Curtiz, fallida adaptación de la famosa novela de escritor finlandés Mika Waltari, con un recién llegado Edmund Purdom, (que sustituyó a Marlon Brando que había rechazado el papel protagonista), Victor Mature, Gene Tierney, Peter Ustinov, Michael Wilding, Tommy Rettig, John Carradine, y Henry Daniell.
En 1955, los Sres. Granger viajan a Inglaterra para intervenir en "Footsteps in the Fog" ("Pasos en la niebla"), un thriller Victoriano dirigido para la Columbia por Arthur Lubin, que, pese a resultar interesante el enfrentamiento amor-odio entre los dos protagonistas, obtuvo escaso relieve en las pantallas. Vista hoy, la película ha revalorizado su interés considerablemente, en parte debido a las dos magníficas interpretaciones de Simmons y Granger.
Contratada por Samuel Goldwyn con la oposición de Granger, acepta aquel mismo año el papel de la misionera Sarah Brown en la comedia musical, gran éxito popular en Broadway, "Guys and Dolls" ("Ellos y elllas"), 1955, dirigida por el prestigioso Joseph L. Mankiewicz, con Marlon Brando, Frank Sinatra y Vivian Blaine. En dicho film Simmons y Brando cantan sus primeras y únicas canciones (ya que Goldwyn había decidido no doblarlos), y poco aptos para la comedia musical, la película, sus intérpretes y su director reciben un desvaído "not bad" de la crítica. Pese a todo, Jean Simmons ganó el "Globo de Oro" como premio a la "Mejor Actriz" en "Comedia Musical".
En 1956, los Granger adoptan la ciudadanía norteamericana, y en septiembre de ese mismo año Jean Simmons da a luz una niña a la que llaman Tracy en honor a Spencer Tracy, que había interpretado al padre de Jean en "The actress". En Hollywood, prohijan dos niños, Jamie y Lindsay, cuya madre se halla gravemente enferma. Adquieren un rancho en Nogales, Arizona, en el que Stewart Granger desea dedicarse a la cría de ganado.
En 1958, con "Home Before Dark" ("Después de la oscuridad"), dirigida por Mervyn LeRoy, con Dan O'Herlihy, Rhonda Fleming, y Efrem Zimbalist Jr, Simmons ofrenda uno de los recitales interpretativos más célebres de toda su carrera.
Y "The Grass is Greener" ("Página en blanco"), para cuyo rodaje viaja a Inglaterra, donde es dirigida por el gran especialista de célebres comedias Stanley Donen, junto a Deborah Kerr, Cary Grant y Robert Mitchum; film en el que la Simmons ofrenda la mejor interpretación cómica de toda su larga carrera.
Tras el rodaje en Inglaterra y su vuelta a Arizona, inesperadamente, anuncia su intención de divorciarse de Stewart Granger. El divorcio se lleva a cabo tres semanas más tarde. Granger no mostró la menor frustración por la actitud de su joven esposa. Y en una entrevista en "Life" inmediata al divorcio, comentó jocosamente: "No me importa que Jean me haya dejado. Es como una niña que desea huir de un padre excesivamente protector".
Jean obtuvo la custodia de su hija Tracy, y el 1 de noviembre de 1960 contrería matrimonio con el escritor-director Richard Brooks que la había dirigido en "Elmer Gantry". En julio de 1961 nacería Kate Brooks. Durante tres años, Jean no aparecería en la pantalla, decidida a cuidar de sus hijos.
Su regreso a la interpretación cinematográfica se produce en 1963 con "All The Way Home", dirigida por Alex Segal, con Robert Preston, Pat Hingle, Aline MacMahon, y Thomas Chalmers. El film fracasa en taquilla, y su carrera, poco revitalizada desde su matrimonio con Brooks, entra en un período de decadencia a la que habrá que añadir sus conflictos personales, de crispada tensión matrimonial, que abocan a la actriz al alcoholismo y a la depresión.
En 1966, aparece en "Mister Buddwing" ("La mujer sin rostro"), dirigida por Delbert Mann, con James Garner, Suzanne Pleshette, Katharine Ross, y Angela Lansbury.
En 1967, durante este período en el que se halla sumida en el mayor de los desánimos, interviene en un western : "Rough Night in Jericho" ("Noche de titanes"), dirigido por Arnold Laven, con Dean Martin y George Peppard.
En 1969, Richard Brooks escribe "The Happy Ending" ("Con los ojos cerrados"), inspirándose en la gran crisis que vive con su esposa, y sin falsear el planteamiento del problema matrimonial entre ambos, obliga prácticamente a Jean Simmons a recrear en la pantalla algunos de los momentos más dolorosos vividos por la actriz en su vida privada. Pese a todo, la Simmons ofrece su interpretación más impactante ante las cámaras y es nominada al Oscar de la Academia como "Mejor Actriz". Su matrimonio con Brooks se tambalea durante los siguientes años . En 1977 se produce la separación y el divorcio llega en 1980.
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