Vistas de página en total

jueves, 3 de septiembre de 2020

La ragazza con la valigia (La chica con la maleta) -1-




Hoy, cierta adversidad se cierne sobre el mundo cinematográfico. El Séptimo Arte parece haberse convertido en un imperio tambaleante, aunque las películas se sigan pagando a precio de oro. Y la batalla continúa: es necesario que todos los valores de antaño se encuentren, se compongan, y se descompongan también, más y peor, ... o mejor. El vehículo celulóideco, ciertamente, sigue siendo insólito, aunque ahora más que nunca, para atraer a un público que rehuye las salas cinematográficas y se entusiasma con la televisión, la lucha es mucho más encarnizada de lo que fuera en su, otrora, nostálgico pasado. Las honrosas excepciones, por suerte, también persisten (Clint Eastwood y Quentin Tarantino pueden muy bien gozar de ese privilegio). Y tampoco vamos a socavar las claves que una vez convirtieron la linterna mágica en la principal y mítica intérprete de miles de nuestros más ansiados sueños. La avanzada tecnología actual ha ejercido una presión catastrófica de rechazo sobre la opinión pública del espectador que antes llenaba los grandes cines. Y es que, nos guste o no, a causa de los increíbles y gigantescos recursos tecnológicos de este siglo, el cine se halla más envejecido que viejo. También es una cuestión de gustos y de aversión hacia el clasicismo cinematográfico el que puede haber abierto una barrera ante él. Y tan sólo nos hemos referido al Clasicismo, porque si habláramos del Academicismo, el poco espectador que nos queda incurriría ya en el desprecio más absoluto por la pantalla grande. Pero aquellas buenas carnes, por fortuna, quedaron ahí, eternamente plasmadas en el celuloide. Y si el cine, devorado por su propia fama, ha empezado a escribir su testamento para la gran masa, el cinéfilo seguirá asumiendo, con calma y felicidad, este excitante impacto de un orden artístico ya inmarcesible. Y es que el cinema, como espectáculo masivo refrendado durante más de cien años por una obra intelectual de exuberantes genios, es también un mágico y colosal libro de imágenes, tan sutil como intimista, al que se une una majestuosa sinfonía de grandes partituras musicales. De ese retablo de maravillas, fruto de la que fue una eficiente organización productora, las cosechas de mayor vitalidad creativa, por suerte, permanecen a salvo, lejos de las junglas de intereses corruptores que conllevan los actuales negocios de exhibición. Probablemente, los espectadores sometidos al intenso fuego cruzado con que hoy se significa el "nuevo proceso tecnológico de la producción cinematográfica" ignoren que existieron pasiones cinéfilas sublimadas hasta el límite (de la perfección, se entiende) por hombres que hicieron de la sensibilidad y de una densa tradición cultural su credo.


Disfrutar de esta excelsa "Ragazza con la valigia" de 1961, es, pues, adentrarse en un mundo de virtuosismos casi espontáneos, someternos al rigor placentero que comporta la belleza de los "encuentros", vivir una especie de delirio erótico finalmente apasionante. Y es que saborear esta maravilla es como un acto solemne: no renueva la raíz de los amores desdichados, porque todo ello es y ha sido siempre "la carne del cine".
Pero Valerio Zurlini, su director era un auténtico creador. Poseyó una técnica exploratoria maestra y un más que sensible enfoque en cuanto a crisis de sentimientos se refiriera.
Y una Claudia Cardinale de exuberante juventud y belleza, tras asumir una escala de valores precisa, una tierna emancipación íntima frente al deseo imposible, se afianzaba en un comportamiento de "talante" frágil y cautivador, en un enternecedor "talento" con que aprender a entregarse al drama de una nueva alienación moral, entre ese consolidado juego escénico que ofrece la película, conmocionándonos al abordar su soledad final sin el menor alegato irascible, rechazada por esa dolorosa conciencia de clase en la que se verá inmersa.

-Nacida Claude Joséphine Rose "Claudia" Cardinale el 15 de abril de 1938-


Su infancia transcurrió en  La Goulette, un barrio de Túnez, protectorado francés. Su madre, Yolande Greco, era hija de emigrantes sicilianos de Trapani, y había nacido en Túnez Sus abuelos maternos tenían una pequeña empresa de construcción naval en  aquella ciudad siciliana, pero luego se establecieron en La Goulette, famosa porque en ella se concentraba una gran comunidad italiana. Su padre, Francesco Cardinale, era un trabajador ferroviario, nacido en Gela, Sicilia. La joven Claude Josephine tuvo por idiomas nativos el francés, el árabe tunecino y el siciliano de sus padres. No aprendió a hablar italiano hasta que, ya en Italia, empezó a actuar en sus primeras películas.

Claudia, junto a su hermana menor Blanche, se educó en la escuela "Saint-Joseph-de-l'Apparition" de Carthage. Luego, con la intención de convertirse en maestra, se graduó en la "École Paul Cambon" Fue una adolescente compleja, silenciosa, introvertida y algo salvaje. En 1956 se hallaba encandilada por Brigitte Bardot, recién elevada al podium del sex-appeal europeo por el irregular director francés Roger Vadim, con la película "Et Dieu Crea la Femme" ("Y Dios creó a la mujer").
Con sus compañeros de clase Claudia participó en el que sería su primer trabajo cinematográfico, un cortometraje del director francés René Vautier, "Anneaux d'or", presentado con éxito en el Festival de Cine de Berlín. 






Su resplandeciente e intrigante belleza juvenil la convierte a partir de ese en una celebridad local menor. Jacques Baratier, director, guionista y actor cinematográfico de nacionalidad francesa, la descubre y le ofrece un papel en el film "Goha" ("El día del amor"), 1958, junto al actor egipcio, todavía poco conocido en Europa, Omar Sharif, que quería una actriz tunecina en vez de italiana. Aunque la Cardinale lo aceptó a regañadientes, su aparición en esta película marcó su debut cinematográfico. 


En 1957, durante la Semana del Cine Italiano en Túnez, ganó el concurso "La più bella ragazza italiana della Tunisia"-"La chica italiana más bella de Túnez"- El premio consistía en un viaje al Festival de Cine de Venecia Admirada por varios productores de cine en el evento, fue invitada a estudiar en el Centro de Cinematografía Experimental en Roma con Tina Lattanzi, destacada actriz italiana de preciosa voz, dobladora, e intérprete teatral, cinematográfica y televisiva. En las clases tuvo dificultades con su pronunciación en italiano. Asistió brevemente, pero al final decidió renunciar y regresar a su casa. Esta inesperada decisión de darle la espalda a su carrera como estrella de cine, le ganó un artículo de portada en el popular semanario "EPOCA"

De vuelta en Túnez, Cardinale descubre inesperadamente que está embarazada. Ella misma explicó que "su gravidez fue el resultado de una relación "terrible" con un francés, unos 10 años mayor que ella, que había comenzado cuando ella solo tenía 17 años y duró aproximadamente un año" Su amante desconocido le propuso el aborto, pero la joven Cardinale decidió quedarse con el niño". Resolvió sus problemas firmando un contrato exclusivo de siete años con la productora "Vides" de Franco Cristaldi (Torino, 3 de octubre 1924-Montecarlo, 1 de julio 1992) El famoso productor le facilitó sus primeros e importantes contratos cinematográficos. Cristaldi, casado con una tal Carla Simonetti y​ con quien tuvo un hijo, Massimo Cristaldi, anuló este matrimonio y se casó con ella. Fue su mentor durante varios años y manejó así, en gran medida, su temprana carrera. Estuvieron casados desde 1966 hasta 1975.




A partir de 1958, con sus flamantes contratos, empieza a trabajar en papeles de corte secundario con celebridades como Vittorio Gassman, Totò, Marcello Mastroianni y Renato Salvatori y Nino Manfredi. Su aparición en "I soliti ignoti" ("Rufufú") de Mario Monicelli, interpretando a la desaforada y enamoradiza Carmelina, una joven siciliana virtualmente encarcelada en su casa por su abrumador e intolerante hermano, un atrabiliario Tiberio Murga, fue decisiva y plena de un encanto turbulento. La comedia fue un gran éxito, y las aristas del bellísimo rostro de Claudia Cardinale fueron reconocibles al instante en todo el mundo. Algunos periódicos ya se referían a ella como "la fidanzata d'Italia" ("La novia de Italia").

Ese mismo año obtiene su primer papel principal en "Tre straniere a Roma" ("Tres extranjeras en Roma"), comedia romántica de Claudio Gora,  junto a la actriz francesa Yvonne Monlaur.

Con sus 19 años, mantuvo su embarazo en secreto hasta el séptimo mes. No resultaba, pues, tarea facil seguir adelante con la decisión de tener su hijo o no. Atormentada por ideas suicidas, la joven Cardinale cayó en una profunda depresión. Incluso llegó a pedir a Cristaldi que rescindiera sus contratos. Pero éste  la envió a Londres para el parto, alejándola así de la prensa. La única explicación que se concedió a la prensa fue que Cardinale se había ido a Inglaterra para aprender inglés, necesario para su próxima película. Cristaldi había rogado encarecidamente a la joven actriz que no revelara por ningún motivo su condición. Ello habría significado, además de un engaño para el público, el inmediato fin de su carrera. Para mantener el secreto, redactó un contrato detallado al estilo estadounidense que cubría cada pequeño detalle de su vida, privándola de cualquier posibilidad de actuar en su propio nombre. Cardinale explicó: "Ya no era dueña de mi propio cuerpo o pensamientos. Incluso hablar con un amigo sobre cualquier cosa que pudiera hacerme ver diferente a mi imagen pública resultaba arriesgado para mi imagen de actriz recién llegada. Habría tenido enormes problemas". Todo estaba en manos de la productora "Vides" y de Cristaldi. Durante siete años, Cardinale mantuvo en secreto a su propio hijo, Patrick Cardinale Cristaldi, (futuro director de cine) quien creció en la familia con sus padres (adoptado por Cristaldi) y su hermana Claudia (nacida del matrimonio), más o menos como un hermanastro hasta el día en que el periodista Enzo Biagi pudo hacerse con la verdad oculta después de que Cardinale decidió contárselo todo. Todo ello se publicó en las revistas "OGGI" y "GENTE"













Junto a Renato Salvatori, con quien ya había trabajado en "I soliti ignoti", aparece como actriz principal en un film negro de la mafia "Vento del sud" ("Los tentáculos de la Mafia"), de Enzo Provenzale, como Grazia, infeliz y triste hija de un mafioso. Siguió la irregular "Il Magistrato" ("El Magistrado"), de Luigi Zampa, coproducción con España y Francia, con un papel un tanto irrelevante y emparejada con Maurizio Arena y José Suárez.
Finalmente, en 1959, el gran director Pietro Germi la requiere para su magnífico film de corte policiaco "Un maledetto imbroglio" ("Un maldito embrollo"), con el mismo Pietro Germi, Franco Fabrizi, Eleonora Rossi Drago, Cristina Gaioni y Nino Castelnuovo. Cardinale, como la enamorada y tierna Assuntina,  sobresale en un papel impresionantemente complejo que le permite el lujo de convertirse ya en un auténtico mito italiano. Ella misma consideró que había sido su primera prueba real como actriz. 

Viaja a Londres para actuar en el film británico "Upstairs and Downstairs" ("Las pícaras doncellas") de Ralph Thomas, protagonizada por Michael Craig y Anne Heywood. En sus primeros papeles, generalmente la doblaban ya que los productores consideraban que su voz era demasiado ronca.
Empieza la década de 1960 junto a Marcello Mastroianni, en "IL bell'Antonio" ("El bello Antonio"), de Mauro Bolognini, atrevido film sobre la impotencia sexual masculina que consigue el Premio "Golden Leopard". Esta film marcaría el comienzo de una fructífera asociación con Bolognini, de quien afirmaría que sus películas con él estuvieron entre las más significativas. "Fue un gran director, un hombre de rara capacidad profesional, gran gusto y cultura. Más allá de eso, para mí personalmente, un amigo sensible y sincero". Claudia Cardinale, en las películas de Bolognini, aumenta su efectividad como actriz de nuevos trazados, insólitos, de gran carácter y de una feminidad no sólo estética, sino reivindicativa y ambiciosamente eróticas, capaz de llevar a los hombres a la perdición. 

Durante el rodaje de "Il bell'Antonio"Mastroianni se enamoró de ella. Cardinale no se dejó seducir por el gran galán italiano, considerándolo como uno de esos clásicos actores, falsamente románticos, que no pueden evitar enamorarse de sus coprotagonistas. La insistencia de Mastroianni, asegurando que sus sentimientos por ella eran genuinos, duró muchos años.  




Cardinale interpretó a Pauline Bonaparte en la película francesa de Abel Gance "Napoleone ad Austerlitz" ("Austerlitz"). Repite papel junto a Gassman, Salvatori Manfredi y Tiberio Murga en la segunda parte de "I soliti ignoti", -mucho más irregular- "Audace colpo dei soliti ignoti" ("Rufufú da el golpe"), de Nanny Loy.



 


E interpreta, en 1960, a Ginetta, la prometida de Spiros Focás, junto al más extraordinario e inolvidable de los trabajos de Renato Salvatori, Alain Delon, Annie Girardot, Katina Paxinou y Max Cartier,  en "Rocco e i suoi fratelli" ("Rocco y sus hermanos"), la genial e inigualable propuesta neorrealista del gigantesco Luchino Visconti, mil veces aclamada por la crítica.  Sin embargo, su actuación principal en "I Delfini" ("Los Delfines") de Francesco Maselli  el que consiguió mayor atención publicitaria hacia la actriz publicitaria durante aquel año de 1960. El maquillador Francesco Freda sintió que la película allanó su camino "hacia el gran éxito". "La dulzura perfectamente dosificada de Claudia Cardinale fue un auténtico éxtasis que tocó la fibra sensible del público" 
En 1961, Cardinale interpretó a una sensual cantante de club nocturno y a una joven madre en "La ragazza con la valigia" ("La chica con la maleta") de Valerio Zurlini. Como resultado de su propia experiencia de maternidad temprana, Cardinale transmitió naturalmente las preocupaciones de una madre adolescente, identificándose plenamente con el personaje de Aida. Tal fue su implicación psicológica que necesitó varios meses para superar sus aprehensiones y prepararse para el papel. Zurlini la eligió para llevar a cabo una interpretación realmente difícil. En aquel año del 61 a Cardinale todavía no se la consideraba una actriz "real", ni aún había pasado a ser considerada una de las bellezas italianas más célebres del momento. Sin embargo, Zurlini apoyó a Cardinale durante la producción, y se desarrolló una verdadera amistad entre los dos, basada en un profundo entendimiento mutuo a la hora de dirigir y actuar. Cardinale comentó: "Zurlini era uno de los que realmente ama a las mujeres, tenía una sensibilidad casi femenina. Me entendía de un vistazo. Me enseñó todo, sin nunca exigirme nada ... Realmente le tenía mucho cariño" La crítica elogió calurosamente a Cardinale por su entrañable interpretación de la desubicada Aida, cuyo nivel moral es continuamente puesto en entredicho, pese a que su búsqueda de la felicidad no es más que una flaqueza humana a la que todos aspiramos y difícilmente conseguimos. El escritor y crítico norteamerivcano Dennis Schwartz consideró que Aida en la piel de Cardinale era uno de los personajes más tiernos reflejados en la pantalla: "Fue sin duda el mejor y más encantador de sus momentos"
A continuación, vuelve a ser dirigida por Bolognini, con un cambio total de registro al interpretar a una ávida y sombría prostituta en "La Viaccia", junto a Jean-Paul Belmondo. Ambas películas se presentaron en el Festival de Cine de Cannes de 1961. En ese momento, Cardinale no se consideraba comparable a las dos divas del cine italiano, Sophia Loren y Gina Lollobrigida, pero varios periódicos y revistas, incluido "Paris Match", comenzaron a considerarla una joven rival creíble de Brigitte Bardot.
Tras el Festival de Cannes, el director francés Henri Verneuil le ofrece una importante presencia en su película "Les lions sont lâchés" ("Se le soltaron los leones") junto a grandes figuras de la cinematografía gala: Lino Ventura, Jean-Claude Brialy, Danielle Darrieux, y Michèle Morgan.
Mauro Bolognini, al parecer, ansioso por conformar su empeño adorador de la joven Cardinale le ofrece en 1962 uno de sus mejores papeles: la fulgurante y maliciosa "comehombres", y en el fondo desesperadamente infeliz  Angiolina Zarri en "Senilità" ("Senilidad"), magnífica adaptación de una novela del irregular Italo Svevo. Comparte cartel con Anthony Franciosa, Betsy Blair y Philipe Leroy. En Trieste, Italia de anteguerra, Emilio Brentani (Franciosa), al acercarse a los 40, ha vivido entre ideas de solterón empedernido y libros, y busca una relación amorosa a corto plazo, pero sin responsabilidades. En realidad, le mueve el deseo de emular a su amigo Stefano Balli (Leroy) un escultor mujeriego al que se disputan todas sus modelos. Brentani no deja de ser también un soñador de aventuras sensuales leídas en los libros, pero cuya lubricidad no ha experimentado nunca. Conoce a la joven Angiolina (Cardinale), una joven bellísima y vivaz, a la que él considerará una encantadora ingenua a quien poder educar según sus equivocadas concepciones de un sensual noviazgo sin matrimonio. Felizmente, le cuenta a su hermana, Amalia (Blair), con quien  comparte vida de soltería, el alegre y prometedor encuentro. Amalia trata ante todo de disuadir a su solterón hermano para que no cometa ninguna tontería, ya que la muchacha puede romper su equilibrado ritmo de vida. Y la pregunta pertinente es "si la jovencita es honesta" Los comentarios de un colega de oficina alteran las preconcebidas ideas de recato y decencia que Emilio confiere a Angiolina. "Puede no ser el "angelito" que sugiere su nombre", expone el compañero.En una visita al hogar de los Zarri, las fotos que Brentani ve en casa de Angiolina también sugieren que ha conocido a varios hombres anteriormente.




Trieste se revela también como un entorno de progresivos encuentros poco recatados de la joven con otros hombres. En un restaurante, junto a Brentani y Balli, éste la convence para que sea su próxima modelo y pose para él "vestida". Pero Emilio comprobará que no ha sido así en una visita al estudio y descubrir  la escultura desnuda.












 








Angiolina, envuelta en una relación desesperada con Brentani, que rechaza cualquier promesa matrimonial con ella, despierta, pese a todo, concienzudamente, sus celos al indicarle que se casará muy pronto con un adinerado maduro que la pretende desde hace años. Comienza una peregrinación erótica de encuentros y desencuentros, muchas veces violentos, entre ambos. Un cúmulo de mentiras y desdenes por parte de ella y una búsqueda desesperada de él por hallar un sentido razonable, adaptado a sus razonamientos de solterón, a aquella relación sin esperanza. Al mismo tiempo, la solterona Amalia, tras las visitas constantes a su hogar del escultor, siempre en compañía de su hermano, se enamora enloquecidamente de Stefano. Emilio se opone ferozmente a ese sentimiento e impide que Stefano vuelva a casa y vea a Amalia. Todo ello desencadenará consecuencias trágicas. Amalia, terriblemente perturbada y deprimida, muere. Angiolina, carente de futuro y entregada a una existencia de promiscuidad, desaparece definitivamente de la triste vida de senilidad prematura que ahora, en amarga soledad, acomete a Emilio Brentani. El solterón se desvanecerá también, tras un último encuentro con Angiolina en el que será golpeado por un amante de turno. Con una carga de pesadumbre bastante notable, ella le mostrará su desprecio y una insultante lástima, alejándose con su nueva pareja. La imagen de Brentani, entre la bruma húmeda del Trieste portuario, se disipa así sin tener muy claro si podrá recomponer la atroz realidad de su nueva vida.
Dotada de un realismo casi fantástico, "Senilità", en manos del extraordinario Mauro Bolognini, se convierte en una insólita combinación de elementos eróticos decididamente morbosos, donde la hipérbole erótica de sus protagonistas se dobla y se desdobla continuamente, perfectamente dosificada por una especie de carcoma anímica, de interiorista suspense casi inmoral y "fou".









En 1962, Claudia Cardinale fue entrevistada por el escritor Alberto Moravia, quien se centró exclusivamente en su sexualidad e imagen corporal en el cine, concediéndole una perspectiva muy alejada de una imagen como verdadera actriz. Cardinale le comentó: "Usé mi cuerpo como una máscara, como una representación de mí misma". La entrevista fue publicada en "Esquire", revista estadounidense dirigida al público masculino, con el título "La próxima diosa del amor". Cardinale se divirtió al descubrir que la entrevista había inspirado al escritor a publicar "La dea dell'amore" ("Diosa del amor") al año siguiente, en la que uno de los personajes, con su  apariencia física y curvas naturales, se parecía mucho a Cardinale.
Pocos años después, interpretó a un personaje similar en una película basada en otra novela de Moravia, "Gli indifferent" ("Los indiferentes"), dirigida por Francesco Maselli, y coprotagonizada por Tomas Milian y los estadounidenses Rod Steiger, Shelley Winters, y Paulette Goddard. 








El mejor y más prolífico año de la carrera de Claudia Cardinale fue 1963. Luchino Visconti la escoge como protagonista para su superproducción "Il Gattopardo", junto a Burt Lancaster y Alain Delon, donde una angelical y lujosa chica de pueblo siciliano se casa un joven aristócrata progresista. Considerado casi un cameo, interpreta luego a una actriz de cine elegida por un director deprimido que ha perdido la inspiración, Marcelo Mastroianni, (y que trata de salir a flote internado eventualmente en un mórbido y demencial balneario), en la imaginativa y ensoñadora "8½" de Federico Fellini. Ambas son citadas por críticos y académicos como dos de las mejores películas jamás realizadas. Cardinale tuvo que completar los rodajes pasando de un  plató a otro, y experimentado así desde el enfoque estrictamente planificado de Visconti al contraste fuertemente relajado de Fellini y su característica subordinación a la improvisación de los sueños. Cardinale recordaba que el set de Visconti tenía una atmósfera casi religiosa, un tiempo de silencio centrado en la película, muy alejado del mundo exterior. Visconti exigía casi un ambiente sepulcral para su trabajo, mientras que Fellini era un adicto a la charanga itálica, capaz de convertir sus rodajes en una auténtica olla de grillos.
 

En otra de sus mejores películas en Italia "La ragazza di Bube" ("La chica de Bube"), 1963, utilizó su propia voz. Por su actuación en la película, recibió su primer "Nastro d'Argento" a la Mejor Actriz en su papel de la joven Mara. La dirigió Luigi Comencini, y fue coprotagonizada por el nortemamericano en alza por entonces, George Chakiris y el suizo Marc Michel. En Toscana, inmediatamente después de la guerra, Mara, una campesina, conoce a Bube, un joven guerrillero que lucha por encontrar un lugar en la sociedad que se está construyendo con el advenimiento de la paz. Los encuentros entre los dos jóvenes son fugaces, pero lo cierto es que la joven ahora se siente atada a Bube. Involucrado en un asesinato político, el guerrillero se ve obligado a huir y renunciar a sus planes de matrimonio por el momento. Mara también lo sigue cuando, buscado por los carabineros, Bube tiene que esconderse mientras espera que sus compañeros de guerrilla organicen su fuga al exterior. Ese será el momento de su separación. Mara regresa a su pobre hogar y espera ansiosa noticias de Bube. El largo silencio y la necesidad de encontrar trabajo empujan a Mara a aceptar un trabajo en la ciudad, donde conoce a Stefano, un joven trabajador serio y honesto, que se enamora de ella y le propone matrimonio. La joven está a punto de aceptar, pero de repente llega la noticia de que Bube ha sido arrestado y está a la espera de juicio. Mara, que nunca ha dejado de amarlo, lo encuentra solo y desesperado, abandonado por sus compañeros de partido y en medio de una profunda crisis moral. Mara entenderá que su lugar está definitivamente junto a él.




Con Visconti repetiría experiencia en 1965 con "Vaghe stelle dell'Orsa" ("Sandra"), junto al francés Jean Sorel y el británico Michael Craiginterpretando a la exquisita y atormentada Sandra Dawson, cuyo misterioso pasado contribuye a recargar la atmósfera brumosa de Volterra, en la Toscana, pueblo de su infancia, donde regresa acompañada de Andrew, su marido inglés (Craig). Una vez instalada en su caserón natal, la persigue el recuerdo de su padre hebreo, muerto en el campo de concentración de Auschwitz. En la casa tiene lugar también, tras años de ausencia, el reencuentro con su hermano Gianni Wald-Luzzati (Sorel), joven morboso cuya cordura se tambalea y que escribe una novela autobiográfica titulada "Vaghe stelle dell'Orsa", dedicada a su madre, que se halla internada en un centro de enfermedades mentales, y a su padrastro Antonio Gilardini. Sobre este personaje siniestro recae la sospecha por parte de ambos hermanos de haber denunciado a su padre a los Nazis durante la ocupación de Italia, a fin de deshacerse de él y continuar el contacto adúltero con su esposa. En un encuentro aclaratorio con toda la familia, Gilardini acusa a Sandra y a Gianni de mentir con el único propósito de ocultar una relación incestuosa mantenida años atrás.




Los valores morales parecen descomponerse tras este regreso inútil al desdeñado hogar. Andrew propone a Sandra abandonar definitivamente Volterra, y ante la negativa de ella, se marcha. No hay más justificación para la negativa de Sandra que una especie de mórbido afán por anular prejuicios e incomprensión en su relación con Gianni. Pero tal convicción no es contagiosa, porque Gianni no racionaliza su encuentro con Sandra, sino que se presenta ante ella con una lógica individualista absolutamente caótica, buscando sinuosamente en ella el contrapunto incestuoso que se mantiene latente en él. Tras una violenta discusión, Gianni, después de haber destruido su libro, amenaza con suicidarse si es abandonado nuevamente por su hermana. Sandra, después de constatar que Gianni se halla de nuevo mentalmente empobrecido, está decidida a regresar con Andrew, después de una ceremonia planeada para conmemorar a su padre y su racista asesinato en Auschwitz. De nuevo abandonado y desesperado, Gianni se suicida. La película, casi cine negro en estado puro, indescriptiblemente sombría y emocionante, fue premiada en el Festival de Venecia: con el León de Oro a la Mejor Película.