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viernes, 11 de septiembre de 2020

Maurice -V Parte-


"British adaptations to the Big Screen"





El contrato de arrendamiento de las Schlegel de la que hasta entonces ha sido su único hogar en Londres se halla a punto de expirar. La preocupación de Margaret va en aumento, dado que debe hallar cuanto antes una nueva casa para su familia. Dado que últimamente la relación con Henry Wilcox ha aumentado de forma muy amistosa, se decide a recurrir a él con la idea de que les pueda alquilar la mansión solariega de "Howards End", de la que guarda muy buen recuerdo por las conversaciones mantenidas con Ms. Ruth Wilcox, aunque nunca llegara a visitar la casa. También la seduce el hecho de poder abandonar la ruidosa y estresante ciudad de Londres y empezar una nueva forma de vida en el campo. Margaret es invitada a comer con él, con su hija Evi y su prometido. Antes de su llegada al restaurante, Evie ha hablado con su prometido haciéndole partícipe del atractivo que Margaret está ejerciendo sobre su padre. Pese a todo, cuando la Schlegel propone al viudo Wilcox que le arriende la propiedad, éste responde que ya está alquilada y que resulta imposible echar a sus inquilinos, pero que no obstante se preocupará por encontrarle algún otro apartamento en Londres. Margaret acepta la negativa sonriente y con la esperanza de que, en efecto, la ayuda de Wilcox resulte efectiva.
 
Citada de nuevo por Henry Wilcox  a su lujoso apartamento londinense le comunica que, debido a la próxima boda de su hija Evie, ha decidido dejar ese piso en "Ducie Street". Que desea arrendarlo por anualidades. Y que pueden contar con el mismo. Visitando juntos el enorme apartamento que Margaret ya conoce tras las asiduas visitas que allí efectuara en vida de Ms. Ruth, Henry Wilcox, con una forzada timidez, indica a Meg que la había hecho venir con un motivo falso. Que en realidad lo que quería era hablarle de un asunto mucho más importante que arrendar un piso. Y era pedirle que fuera su esposa. Meg, perpleja, desciende la amplia escalera mientras Henry la observa desde lo alto, y casi en un desmayo tartamudea un "Ya... ya sé..." Henry insiste en si entiende lo que le está pidiendo y si se ha ofendido. Y la joven Schlegel, tras una pausa de nerviosismo y complacencia al mismo tiempo, responde que no, que "¿cómo iba a estarlo?" El caballeroso Wilcox se muestra agradecido como un muchacho en su primer encuentro romántico, y Margaret, decidida, acaba besándole. Meg reconoce en su interior que aquel es su primer beso.

El anuncio de la boda produce una desagradable sorpresa a Helen, que no siente simpatía por Henry Wilcox. Los hermanos se hallan en casa de su tía Julie en Swanage pasando unas vacaciones. Henry se encuentra también en la casa llevando a cabo los planes de boda de su hija Evie entusiásticamente ayudado por Margaret. Llega una carta de Bast en la que comunica a las hermanas Schlegel que ha conseguido empleo en el Dempster's Bank, aunque con mucho menos sueldo que cuando trabajaba en la "Porphyrion". Helen se muestra contrariada por ello, observa con el rostro contrariado a su hermana y a Henry, pero va tras ellos, intentando mostrarse conciliadora, con la carta de Leonard para comunicarles que Bast, por lo menos, no está sin trabajo. Margaret se alegra y cuando Henry pregunta de quién se trata, le indica que era el joven que buscó nuevo empleo cuando gracias a sus consejos dejó la Compañía que iba a quebrar. Wilcox aduce ahora tranquilamente: "Buena compañía la Porphyrion"... Helen no da crédito a lo que está escuchando, y furibunda se encara a Henry: "¡Usted dijo que la Porphyrion era un mal negocio, así que advertimos a aquel empleado para que la dejase! Nos dijo que la Porphyrion iba mal y que se hundiría antes de Navidad. ¿Y ahora dice que no es un mal asunto?"... Henry nervioso ante las palabras de su futura cuñada, que se enfrenta a él fuera de sí, explica que la Compañía se hallaba fuera del grupo de aseguradoras. Pero que luego salió a flote, y ahora "es tan sólida como una roca" Helen "roja hasta la raíz del cuello" -cuenta Forster- exclama: "En otras palabras: Mr. Bast no tenía por qué dejarla, y no tenía por qué haber empezado una nueva vida en otro sitio con un sueldo muchísimo menor. ¡Un hombre tenía poco dinero, y ahora tiene menos gracias a usted!".

Margaret trata de calmar a su hermana y añade que el joven Bast tiene tan sólo un sueldo menor, y Helen indignada con Meg replica que cuando un hombre es pobre, cualquier reducción resulta enorme. Y que considera  aquel asunto como una desgracia deplorable. Henry no recuerda al joven, y se muestra altanero y displicente cuando responde a Helen que aquello suele ocurrir cada día en el trabajo. Que forma parte de la lucha por la vida. La joven Schlegel cesa en su ataque: "Usted conoció al muchacho. Es muy pobre y su mujer es una extravagante idiota. Nosotros... nosotros... las clases altas creímos que podíamos ayudarle desde nuestra superior sabiduría, ¡y este ha sido el resultado!" Henry dispuesto a finalizar con el tema se dirige a la exasperada Helen ofreciéndole un consejo, que ella rechaza de plano. Mr. Wilcox hace caso omiso y se expresa con la habitual jactancia del hombre adinerado: "No tome usted una actitud sentimental hacia los pobres. Procura que no lo haga, Margaret. Los pobres son pobres y todos lo lamentamos, pero así es... Siempre ha habido ricos y pobres, y siempre los habrá, aunque no puedo negar, a pesar de todo,  que la tendencia de la civilización es avanzar y mejorar...". Helen trémula de ira exclama que eso sería por la "gracias de Dios"Henry, casi perdiendo la compostura, mira a la joven con su habitual desprecio, dado que conoce la antipatía que Helen siente por él, y tratando de disimular la cólera que le invade, responde a Helen que hay que luchar por el dinero..."y  Dios hace el resto" Meg terriblemente asustada, intenta tranquilizar a su hermana y le pregunta dolorida por haber tratado así a su futuro esposo el porqué de proferir las cosas con tanta dureza. Helen responde que porque es una vieja solterona. Tia Julie las llama desde la casa. Margaret sigue intentando serenar a su querida hermana menor, que se aleja hacia la casa crispada todavía por el desafortunado asunto de Bast. y por la insultante pasividad y el desdén que ha mostrado Wilcox. Las circunstancias nefastas se desatan a partir de aquel día.
En  una de las últimas escapadas de Helen a Londres para organizar sus cuentas bancarias, se encuentra en el Banco con el joven Leonard. y se dirige complacida a él. Le da una reprimenda amistosa por el tiempo que ha pasado sin recibir noticias suyas, y le pregunta si está trabajando en aquella entidad bancaria. Bast responde que está allí en busca de empleo porque hubo reducción de plantilla en el "Dempster's Bank" y fue despedido. Helen atribulada reconoce que todo ha sido culpa de ella y de su hermana. La joven Schlegel se siente así especialmente culpable por todo lo sucedido y así se lo confiesa a su amigo. Interiormente nace en ella la idea de ayudarle a costa de lo que sea.
El día de la boda de Evie Wilcox en una de las lujosas posesiones de Henry, Helen hace acto de presencia acompañada de Bast y la esposa del muchacho.  Margaret asume los aires de anfitriona entre el lujo desbordante del banquete, y Henry le pregunta por los nuevos visitantes desconocidos. "Quizás sea gente del pueblo que quiere ver los regalos de boda" Henry responde que no está en casa para los pueblerinos" Meg añade con una forzada sonrisa, temiéndose lo peor por parte de de su imprudente hermana que intentará detenerlos, y, temblorosa, se llega hasta Helen, que había rechazado la invitación. Meg pregunta  qué sucede, temerosa de que le haya pasado algo a Tibby. Y Helen furibunda habla de sus dos acompañantes: "¡Se están muriendo de hambre Ha perdido su colocación, le han echado del Banco. Está en la ruina. Y nosotros, las clases superiores, le hemos arruinado. Su mujer está enferma, muerta de hambre, y se ha desmayado en el tren. Y vosotros estáis aquí en medio de un lujo vergonzoso, mientras ellos se mueren de hambre!" Meg no entiende de qué está hablando, y Helen exclama que son los Bast. Meg fuera de sí, los saluda, pero cree que su hermana está loca por presentarse en la boda de Evie con dos menesterosos. Helen exclama que retire lo que ella considera un verdadero insulto hacia Leonard y su mujer. Meg intenta por todos los medios arreglar tan terrible situación. Promete a Helen que hablará con Henry para que le proporcione a Leonard un nuevo empleo. Invita a Jacky a que coma con el resto de invitados.

Bast avergonzado acepta pero se marcha con Helen. Cuando Charles y Dolly Wilcox, su absurda mujercita, observan la desatinada vestimenta de la recién llegada, se sorprenden despreciativos, y el engreído hijo de Henry Wilcox se dirige a Jacky, socarrón pero no menos alarmado, y le pregunta acercando su oreja si es pariente del novio. Jacky no contesta y sigue disfrutando de los ricos presentes de la mesa.
Margaret mientras tanto, habla con Henry para que trate de darle un nuevo empleo en su Compañía al pobre protegido de su hermana. Mr. Wilcox se muestra tolerante, dispuesto como no lo había estado nunca a ser generoso, y promete que lo intentará, pero advierte a Margaret que no puede dedicarse a proveer de empleos a todos sus protegidos. Cuando acuden a las mesas, Jacky un tanto ebria,  reconoce a Henry Wilcox, que había sido su amante diez años atrás, cuando su padre trabajaba en la empresa de los Wilcox en Chipre. Henry se siente aterrorizado, grita a Jacky: "¡Borracha... Está borracha!" Se encara con Margaret, y mientras  huye de ella cubriendo su rostro con la mano, exclama con total desatino "¡Permíteme que te felicite por el éxito de tu plan! Ahora comprendo el interés de tu hermana y el tuyo por los Bast. Soy un hombre y tengo un pasado de hombre. Es para mí un honor considerarte libre de tu compromiso" En el cerebro de Margaret, destrozada,  se repiten sin cesar las palabras de Jacky: "¡Conozco a Hen,... y ahora está contigo como antes lo estuvo conmigo, querida!"...
Margaret descubre en aquellos espantosos instantes el lado oscuro de la vida, y cuando despide a los invitados, admite ante uno de ellos, el coronel Fussell, que acababa de sostener una discusión, pero que no había mucho que perdonar. Luego se dirige hacia una de las estancias de la enorme mansión, y desgarrada interiormente por todo lo sucedido, se deja caer en el suelo, sollozante.

Leonard Bast se reúne con  su llorosa mujer que repite sin cesar que Henry no ha querido reconocerla


Meg, más calmada, vuelve hacia Henry que, destrozado, admite ante ella que en efecto tuvo una amante diez años atrás. Meg lo comprende y propone olvidarlo todo. Envía una nota a Helen expresando su más hondo disgusto por haberse presentado en la boda de Evie con una clase de gente que no merecen el mínimo interés. Que los Bast no interesan a Henry ni a ella. Y que vergonzosamente la mujer de Leonard estaba borracha en el jardín.
Jacky, apenada, permanece en la habitación del hotel. Y Helen se halla en el salón con Leonard, lee la nota que su hermana le ha enviado, y manifiesta que Meg no puede haber escrito aquello, y que ha sido Henry quien la ha obligado a hacerlo. El joven Bast entristecido ruega a Helen que desista de ayudarle. Pero Helen sigue deplorando todo lo que le ha sucedido. Leonard no puede por menos que relatar a Helen el pasado de Jacky en Chipre. A la muerte de su padre, que trabajaba para la "Compañía Wilcox", se quedó completamente sola y fue amante de Henry hasta que pudo conseguir el suficiente dinero para regresar a Inglaterra. Helen, a fin de acabar con tanto desasosiego, propone a Leonard dirigirse al lago próximo y dar un paseo en barca. Se dirigen al embarcadero cercano, toman uno de los botes, y mientras empiezan a remar, Helen sigue insistiendo en que Mr. Wilcox es un egoísta. Que no tiene nada en el cerebro salvo su dinero. Y mucho menos piedad en su corazón hacia los más necesitados. Ambos jóvenes se sienten atraídos por el momento de unión que están viviendo. Y tiene lugar allí el instante romántico de entrega amorosa por parte de Leonard y Helen.

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