Su cuarta novela "Howards End" ("Regreso a Howards End") se publica en 1910. Es adaptada a la Pantalla Grande de forma memorable en 1992 por el tandem "Merchant-Ivory". Su reparto es considerado como uno de los más espectaculares del Séptimo Arte: Emma Thompson (ganadora del Oscar de Hollywood como Mejor Actriz Principal), Helena Bonham Carter, Vanessa Redgrave (nominada al Premio de la Academia como "Mejor Actriz de Reparto"), Anthony Hopkins, James Wilby, un excelente recién llegado Samuel West, Adrian Ross Magenty, Jemma Redgrave, Joseph Bennet, Nicola Duffett y Prunella Scales. Producida por Ismael Merchant (ganador del Oscar a la Mejor Película), fue su director James Ivory (nominado al Oscar), con un magnífico "script" de la afamada guionista Ruth Prawer Jhabvala (nominada al Oscar), "sound track" de Richard Robbins (nominado al Premio), fotografía de Tony Pierce Roberts (nominado al Premio), dirección artística de Luciana Arrighi e Ian Whittaker (ganadores del Oscar), mejor diseño de vestuario Jenny Beavan y John Bright (nominados al Oscar).
Medida en todo momento con la patricia factura que Merchant-Ivory, productores, y director capaz de dosificar, desde el primer fotograma, el placer que produce la seguridad de que la gran literatura y los personajes que enriquecen sus páginas van a convertirse en el excepcional motor reproductivo con que los va a recoger la cámara cinematográfica, en un tránsito fascinante y coherente de hechos y acciones cargadas de matices tan sublimes que darán como resultado una de las adaptaciones novelísticas a la pantalla grande más excepcionales de la década de los 90. Interpretaciones cinematográficas de lujo ante las propuestas exquisitas diseñadas por E. M. Forster. Y uno de los más sutiles, por no decir olímpicos, juegos de relaciones entre sus personajes, que, aunque de ficción, exponen frente al espectador una aguda y bellísima reflexión sobre el amor y la vida. ¡Magistral! Una nueva quintaesencia del tandem Merchant-Ivory. ¡Y la pantalla vuelve así a desprender uno de los más hermosos e inolvidables fulgores!
Gran Bretaña Eduardiana. Ruth Wilcox, propietaria de una bella mansión conocida por "Howards End" recorre su jardín, enamorada de su hogar y del ambiente familiar, esposo e hijos, que en él se respira. La joven anglo-alemana
Helen Schlegel visita por aquellos días a la adinerada familia Wilcox. Durante la estancia cree haberse enamorado del hijo menor del matrimonio, Paul, que asegura sentir por ella la misma atracción, y ambos se comprometen en secreto. Los
Schlegel son una familia intelectual de la burguesía londinense, anglo-alemana como ya se indicó, mientras
que el prepotente, orgulloso y rico empresario Henry Wilcox, su esposa Ruth y sus tres hijos son unos auténticos encopetados snobs y especialmente conservadores. Helen envió un telegrama para informar a su hermana mayor Margaret del momento pasional que vive en "Howards End". Pero lo cierto es que, tan rápido como empezó, el juvenil compromiso se ha deshecho con la misma prontitud. La tía Juley Schlegel acude a la mansión de los Wilcox para conocer al joven Paul. A su llegada a la estación de Hilton solicita un traslado en coche a "Howards End".
Casualmente, se halla allí Charles Wilcox, joven malcarado que actúa por lo general de forma poco amable y amistosa con los desconocidos. Wilcox recoge el correo familiar, y tía Juley le pide que le deje viajar con él en su automóvil, a lo que Charles accede a regañadientes.
Durante el camino, Paul pasa ante ellos en bicicleta. Y se crea un desbarajuste, ya que Charles es confundido con Paul, y aquél se entera de la relación romántica, para él totalmente absurda e inaceptable, que su hermano menor ha mantenido Helen Schlegel. Tía Juley exasperada por la conducta del repelente joven, quiere abandonar el automóvil y amenaza con golpearlo con su sombrilla. Finalmente, llegan a "Howards End" y Juley Schlegel lo único que consigue provocar es un totum revolutum con los Wilcox, y compadecer a su sobrina Helen lamentando que haya sido ofendida tras el fiasco adolescente allí mantenido con Paul Wilcox. Helen, aunque molesta con la actuación casi grotesca de su tía, abandona junto a ella definitivamente la mansión, rompiendo toda relación con los Wilcox.
Casualmente, se halla allí Charles Wilcox, joven malcarado que actúa por lo general de forma poco amable y amistosa con los desconocidos. Wilcox recoge el correo familiar, y tía Juley le pide que le deje viajar con él en su automóvil, a lo que Charles accede a regañadientes.
Durante el camino, Paul pasa ante ellos en bicicleta. Y se crea un desbarajuste, ya que Charles es confundido con Paul, y aquél se entera de la relación romántica, para él totalmente absurda e inaceptable, que su hermano menor ha mantenido Helen Schlegel. Tía Juley exasperada por la conducta del repelente joven, quiere abandonar el automóvil y amenaza con golpearlo con su sombrilla. Finalmente, llegan a "Howards End" y Juley Schlegel lo único que consigue provocar es un totum revolutum con los Wilcox, y compadecer a su sobrina Helen lamentando que haya sido ofendida tras el fiasco adolescente allí mantenido con Paul Wilcox. Helen, aunque molesta con la actuación casi grotesca de su tía, abandona junto a ella definitivamente la mansión, rompiendo toda relación con los Wilcox.
Meses más tarde del fracasado romance, la
familia Wilcox alquila un piso en Londres, frente al hogar de los Schlegel. Tiene lugar también allí la celebración de la boda del primogénito Charles con la sosa e insoportable mujercita Dollie. Margaret trata de paliar la desagradable situación que ello conlleva ya que puede causar en Helen cierto malestar. Lo cierto es que la muchacha ha olvidado por completo a Paul Wilcox que ha abandonado Inglaterra.
Margaret observa desde la ventana vecinal el cariño que Henry Wilcox profesa a su esposa. No obstante, unos días después se cree en el deber de agradecer la acogida que profesaron a su hermana menor y decide visitar a Ruth Wilcox, a quien había conocido antes brevemente. En el transcurso de los próximos meses, entre Margaret y Ruth se crea un auténtico vínculo de afable amistad. La mayor de las Schlegel invita a Ruth a algunas de sus reuniones intelectuales con lo cual crece mucho más en la señora Wilcox la admiración y el afecto que profesa a su exquisita vecina.
Ruth Wilcox es en realidad una encantadora y exquisita descendiente de una familia de terratenientes ingleses, cuya vida e infancia se desarrolló en "Howards End", su auténtico y muy especialmente amado hogar, y cuya nostalgia por el mismo, ahora que vive en la gran ciudad londinense, es ya una constante en su aburrida existencia urbana. Habla de las maravillosas praderas que rodean la mansión y en especial de un castaño centenario en que se han incrustado durante generaciones dientes de jabalí como una jocosa costumbre familiar. Y asegura oír hablar al árbol. Margaret la acompaña también a efectuar sus compras navideñas.
Margaret observa desde la ventana vecinal el cariño que Henry Wilcox profesa a su esposa. No obstante, unos días después se cree en el deber de agradecer la acogida que profesaron a su hermana menor y decide visitar a Ruth Wilcox, a quien había conocido antes brevemente. En el transcurso de los próximos meses, entre Margaret y Ruth se crea un auténtico vínculo de afable amistad. La mayor de las Schlegel invita a Ruth a algunas de sus reuniones intelectuales con lo cual crece mucho más en la señora Wilcox la admiración y el afecto que profesa a su exquisita vecina.
Ruth Wilcox es en realidad una encantadora y exquisita descendiente de una familia de terratenientes ingleses, cuya vida e infancia se desarrolló en "Howards End", su auténtico y muy especialmente amado hogar, y cuya nostalgia por el mismo, ahora que vive en la gran ciudad londinense, es ya una constante en su aburrida existencia urbana. Habla de las maravillosas praderas que rodean la mansión y en especial de un castaño centenario en que se han incrustado durante generaciones dientes de jabalí como una jocosa costumbre familiar. Y asegura oír hablar al árbol. Margaret la acompaña también a efectuar sus compras navideñas.
Tras una de las ausencias por trabajo de su esposo, al cual ha acompañado también su hija Evie, invita a Margaret para que haga un pequeño viaje con ella a "Howards End" y que conozca así la casa que tanto ama. Pero el mismo día en que se disponen a tomar el tren que ha de llevarlas a la población de Hilton regresa su marido y Evie, y deben posponer la excursión. Desgraciadamente, la salud de
la Ruth Wilcox va tomando un cariz muy preocupante. Margaret, en una de sus visitas, había exlicado a Mrs. Wilcox que el contrato de arrendamiento de la
casa de los Schlegel en Londres, donde ella y sus hermanos nacieron, está a punto de vencer y tendrán que trasladarse.
La enfermedad de Ruth Wilcox se agrava y, ya hospitalizada, Margaret la visita varias veces. Pocos días después, la agradecida y sensible Mrs. Wilcox en su lecho de muerte, lega "Howards End" a Margaret con una pequeña nota que firma teniendo como único testigo a la enfermera que la ha estado cuidando. Margaret ha acudido también al hospital a mostrar sus condolencias a Wilcox. Tras su muerte, la consternación de Henry Wilcox y sus hijos les lleva a considerar que el acto de entrega firmado por Ruth ha sido un delirio producido por su enfermedad, considerando que en esos momentos no se hallaba en su sano juicio. Reunida la familia, tras el luctuoso suceso, padre e hijos, así como la entrometida Dolly, la esposa de Charles, deciden que hay que quemar la nota póstuma de la difunta, y aceptar el acuerdo tácito de ignorar su deseo por completo. La nota de la última voluntad de Ruth Wilcox arderá así entre las llamas de la chimena de "Howards End".
Helen Schlegel asiste a un concierto popular donde se comenta la grandeza de la "Quinta Sinfonía" de Beethoven, allí interpretada también. Es un día lluvioso y al abandonar la sala, se lleva equivocadamente el paraguas de un joven asistente, empleado de una compañía de seguros llamada "Porphyrion". Cuando el muchacho se planta delante del hogar de las Schlegel, ambas hermanas lo observan a través del ventanal sin comprender el porqué de su extraño comportamiento, allí parado, bajo la lluvia. Finalmemente, Bast decide llamar para que le sea devuelto el paraguas. Helen, Margaret y el hermano menor, Tibby, consideran la situación desde un punto de vista casi humorístico, en especial Helen, que insiste en pedir disculpas al tímido Bast, informándole divertida que acostumbra a tener estas equivocaciones y robar paraguas muy a menudo. Antes de que el joven Bast abandone la casa es invitado a un té con la familia como desagravio por el incidente del paraguas. La enfermedad de Ruth Wilcox se agrava y, ya hospitalizada, Margaret la visita varias veces. Pocos días después, la agradecida y sensible Mrs. Wilcox en su lecho de muerte, lega "Howards End" a Margaret con una pequeña nota que firma teniendo como único testigo a la enfermera que la ha estado cuidando. Margaret ha acudido también al hospital a mostrar sus condolencias a Wilcox. Tras su muerte, la consternación de Henry Wilcox y sus hijos les lleva a considerar que el acto de entrega firmado por Ruth ha sido un delirio producido por su enfermedad, considerando que en esos momentos no se hallaba en su sano juicio. Reunida la familia, tras el luctuoso suceso, padre e hijos, así como la entrometida Dolly, la esposa de Charles, deciden que hay que quemar la nota póstuma de la difunta, y aceptar el acuerdo tácito de ignorar su deseo por completo. La nota de la última voluntad de Ruth Wilcox arderá así entre las llamas de la chimena de "Howards End".
Poco a poco, tras conocerlo mejor, y descubrir que se trata de un joven intelectual, soñador e idealista, crece en ellas un gran aprecio por el humilde empleado que sueña constantemente con llegar a mejorar su suerte en la dura vida londinense. Las Schlegel, naturalmente, desconocen que el joven Bast comparte una vida fuera del matrimonio con una mujer de dudosos orígenes llamada Jacky, en un barrio pobre de Londres. Pero insistirán en que las visite de nuevo e incluso a compartir una cena con ellas y Tibby. En esa invitación, Leonard explica sus sueños, que anduvo toda la noche paseando por la campiña, y en su imaginación hasta instala su escritorio de empleado de seguros en mitad del bosque.
Pero, a la mañana siguiente, la sirvienta avisa que se ha presentado una extraña joven, preguntando por su "marido". Se trata de Jacky, preocupada porque Leonard no ha pasado la noche en casa. Jacky ha encontrado la tarjeta de Margaret, y cree que ellas conocen su paradero. Helen y Margaret, asombradas, suponen, y así se lo hacen saber a la compañera de Bast, que Leonard probablemente ha vuelto a recorrer el campo bajo las estrellas.
Las hermanas Schlegel frecuentan juntas femeninas de beneficencia. Y tras una de esas reuniones, las dos hermanas coinciden en la calle con Henry Wilcox. Las Schlegel, por la experiencia empresarial del viudo, deciden pedirle consejo en favor del joven Bast a fin de que pueda conseguir algún empleo mejor retribuido del que ahora tiene. Cuando Henry pregunta por la entidad en que se halla empleado Leonard, la afamada compañía de seguros conocida como "Porphyrion", Wilcox
sugiere a las hermanas de que informen al muchacho para que deje su
puesto cuanto antes y que busque una nueva plaza en otra entidad, porque la "Porphyrion", supuestamente, se dirige a la bancarrota.
Leonard, se muestra feliz junto a las Schlegel y su ambiente intelectual. Hablan y ríen coincidiendo en ciertas lecturas poéticas. Pero luego se muestra desconfiado, cuando le expresan la advertencia que les ha hecho Henry Wilcox para que deje su puesto en la "Porphyrion". Ese mismo día Henry y su hija Evie visitan a sus vecinas. Leonard, se siente fuera de lugar, y sigue dudando del consejo. Cuando se dispone a marcharse ante el disgusto de las Schlegel, Helen le expone desde la escalera que todo lo que quieren es ayudarle. Finalmente, acepta la advertencia y renuncia a su empleo. Consigue un nuevo puesto en la entidad "Dempster's Bank" donde el sueldo es mucho menor.
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