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jueves, 12 de septiembre de 2019

The Letter (La carta) -Final-











                                                                      Apogeo cinematográfico


Desde esa inmensidad acechante y súbita, arriba, donde la luna calla para guardarse todos sus secretos y promesas, hasta un chal de encaje abandonado sobre el respaldo de un butacón. Desde la umbría ardiente de la noche que abre un estremecido surco de sangre entre las esencias selváticas de una plantación de caucho próxima a Singapur, hasta la imagen lívida de una mujer que recubre de silencio el grito último de su agonía concupiscente: ¡Noche de cine! ¡Luna grande! Limitada rotación de la pantalla. Una historia se transforma y se desdobla. Cada latido, cada pulsación íntima de sus personajes se acelera...

 















Una amante despechada que se precipita desde la ansiedad de su pasión hasta la inextinguible brasa de los celos. En la respiración perezosa de la noche se refugia en un instante de violencia, y abriéndose la puerta a la perdición del mundo, empuña un revólver. Bajo el aliento acusador que la luna lanza sobre ella, un disparo. Duras pisadas trastabillarán desde el interior de su bungalow hasta la escalera del jardín. Nuevos disparos. Un hombre cae vislumbrándose en la sombra. Fondo de naturaleza rociada por el bochornoso vaho nocturno de la selva.


Un marido engañado. Oye y observa. Ella se transfigura en un ser sobrenatural. Se deja acoger con apenada sonrisa, ofreciéndose a la avidez de ser oída. Comienza a fraguarse la mentira. Muerte y recuerdo. Un recuerdo que la observa, que la llama, que se le aparece como un aire rojo desprendido de un vendaval de engaños, nunca presentidos por entre la apacible vulgaridad de su existencia. Y cuyos únicos pasos, únicas voces, quedaron ocultas ahí, en el portal cerrado del pensamiento, entre hálitos de deseo que nadie sospechó. Noche de muerte y mentiras. Mentiras que no descansarán hasta ser removidas y escudriñadas, bajo una brisa candente de odio y amenaza.


Frente a la ya inminente acusación de asesinato que esboza el abogado ahora allí presente, desde la sombra amenazadora de la noche, el mentiroso amor matrimonial se expone a la acusadora luz de la luna, que penetra a través de las rendijas del ventanal. Resulta inútil cerrar los ojos al acto secreto de un primer sentimiento de culpa. El fantasmal resentimiento, que ha guiado los actos hasta el paroxismo del crimen, resumirá a partir de ahora, al tiempo que la insoportable opresión íntima, la resistencia a enfrentarse a los hechos. No obstante, el suceso se sigue dibujando como la sombra ominosa de una culpabilidad que no cesará de debatirse entre el temor al castigo,  y frente al insoportable sentimiento de un deseo que sigue fundido entre el amor y la muerte. La imagen del asesinato cometido paraliza por un instante los pasos interiormente desesperados de la homicida cuyo destino se convertirá, a partir de entonces, en una búsqueda atormentada de sentido de la vida. Mientras tanto, entre las sombras se cierne ahora una nueva  personificación de la pasión truncada por el delito cometido...





Un abogado atrapado. La confidencia de un empleado.Un chantaje, que habla de una carta secreta en manos de una amante asiática del hombre asesinado. La verdad frente a la angustia falseada del crimen cometido. Una inesperada y dolorosa valoración del caso. Desde la sombra de las mentiras, la autora del crimen no podrá, a partir de entonces, pese a la ayuda vacilante de su abogado, encauzar sus sentimientos y lúbricas apetencias por el hombre que amó.

Cuando la presa se presenta ante él, en su estremecimiento nervioso, observará el extravío de su sangre. Una oscura dureza por entre la que acecha siempre un peligro. ¡Una mentira aquí sería terrible! Y de la inesperada y definitiva explicación, siempre exacta, al igual que la articulada estructura de un texto aprendido, y como si aún sostuviera en su mano el revólver, llega un valor objetivo de fatalidad: ¡la carta! -"Robert pasará la noche fuera. Tengo que verte. Estoy desesperada y, si no vienes, no respondo de mis actos. No vengas en coche. Leslie"...- Ella no quiere oír. Una palabra: "asesinato" vuelve a sus labios como alimento no digerido. La verdad sigue viva, se construye ante él. Un desmayo. Un desasogante preludio atizardo por la encubierta perversión del amor despechado. Tras la sentencia de inocencia, la codificación del honor perdido descubre nuevas miserias. 







La avispa de luto, la indígena, tacto de araña, mirada de cobra, cuerpo una vez deseado por la víctima, desde su trono de odio, ansía devolver el golpe. Y pese a que la venganza no aplacará su rencor, pone en venta la carta acusadora. Tras el oculto texto, la salvación. Y un pasado sin imagen. Pero tiene sabor de agonía para el abogado que miente ante el jurado; y lo tendrá para el esposo una vez llegue a descubrir el engaño.















 




                                                Paroxismo dialogado de la pasión: tres vidas. Efecto y causa.

"... (Howard) Lo más importante es la carta de Leslie que te mencioné... (Robert) ¡Ah sí, casi la había olvidado!... Tuve que pagar mucho por ella... Si lo creíste necesario no voy a protestar. ¿Cuánto fue?... Diez mil dólares... ¿Diez mil dólares? ¡Qué locura!... No habría pagado eso de haber podido pagar menos... Pero eso es todo lo que tengo. ¿Por qué no dejaste que la presentara y lo explicaste todo?... No me atreví... ¿Fue totalmente necesario ocultarla para que absolvieran a Leslie?... Sí... Pero ¿que ponía la carta?... (Leslie) Ya te lo explique, Robert. Fue una estupidez... ¡Ah, sí!, le pediste que fuera a casa... Sí... Querías comprarme algo. Un arma nueva... Él sabía de eso. Sabes lo ignorante que soy... Comprar esa carta es delito ¿verdad? No es propio de un abogado respetable. En la mayoría de los casos es un delito... (Howard) Sí, lo es. Podrían inhabilitarme... ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué tú? ¿De qué querías salvarme? Leslie, sabías que iba a comprarle un arma a Cámeron. ¿Por qué regalarme otra?... ¿Cómo lo iba a saber?... Te lo dije... ¡No lo recuerdo todo!... No lo habías olvidado... ¿Qué quieres decir? ¿Por qué me hablas así?... ¿Quién tiene la carta? ¿La tienes tú?... Sí... ¿Dónde está?... No es tuya ni mía, Bob... He pagado diez mil dólares por ella, y voy a leerla... Dásela... (Bob lee la carta) ¿Qué significa?... Significa que estaba enamorada de Geoff Hammond... ¡No!... Llevábamos años enamorados. Nos veíamos constantemente. Una o dos veces por semana. Nadie lo sabía. Cada vez que nos veíamos me odiaba a mí misma. Pero sólo vivía para verle otra vez. ¡Era horrible! Nunca estaba en paz conmigo misma sin reprochármelo. Era como si estuviera enferma y no quisiera curarme. Incluso esa agonía me proporcionaba placer. Pero hace un año empezó a cambiar. No sabía por qué. ¡Estaba desesperada! Empecé a montar numeritos, arrastrándome a sus pies. Entonces lo supe. ¡Una indígena! No podía creerlo. ¡No me lo creía! Y al fin la vi. La vi paseando con sus lentejuelas, con su cara pintada de tiza, y sus ojos de cobra. Pero no podía dejarlo. Le mandé llamar. Ya has leído la carta. Siempre habíamos sido muy cautelosos, pero esta vez no me importó. Llevaba diez días sin verlo. Y vino. Le dije que sabía que estaba casado. Lo negó. Se puso histérico. Le odiaba. Me hacía despreciarme a mí misma. Le insulté. Le maldije. Estaba fuera de mí. Y por fin reaccionó. Me dijo que estaba harto de mí. Que era cierto lo de la otra, ¡que ella era lo único importante! Se alegraba de que lo supiera porque así lo dejaría en paz. Se levantó. Y si se iba, no volvería a verlo, así que cogí el revólver, ¡y disparé! Oí un grito, y supe que le había dado. Fue tambaleándose hacia la terraza, y corrí tras él, ¡y disparé!, ¡y disparé!, ¡y disparé! No tengo perdón. No merezco vivir. Lo siento... (Robert huye desesperadamente de la habitación) (Howard) Te va a perdonar... (Leslie) ¡Sí!, me va a perdonar..."
 
 
 
 
 
 


Y de nuevo la luna, señalando con su luz la locura que invade los instantes amargos de la existencia, avivando el pozo negro de la noche, para abrir al fin, de par en par, la puerta de una nueva revelación culpabilizadora, y una tortura condenatoria de congoja y reproche. En la desesperación de la estancia, los minutos recorren amargamente la noche. Y frente a la albura desasosegante de la luna, una mirada perdida. La llaga de ámbar que guarda el recuerdo de aquellos ojos helados del hombre asesinado. Y muy cercano, bajo el resplandor, la visión amenazante de un puñal.



El último encuentro, la situación insostenible y el intento por evitarla. El desmoronamiento es ya inevitable.Y con él dos vidas quedan cerradas: "You should have  the kind of wife you deserve" [Deberías tener el tipo de esposa que te mereces"]... "It’s no use, is it? We can’t go on, can we? Through no fault of yours, I’ve failed you... wrecked your life I can't ask you to forgive me" ["No sirve de nada, ¿verdad? No podemos seguir como si nada hubiese pasado. No ha sido culpa tuya. Te he fallado. He destrozado tu vida, y no puedo pedirte que me perdones..."] Y tras el perdón, una última confesión desesperada: "I can't, I can't!... With all my heart! I still love the man I killed! ["¡No puedo, no puedo!... ¡Con todo mi corazón! ¡Aún sigo amando al hombre que maté!"]  

 








Un sonido precipitado atraviesa el jardín. Se deslizan pisadas más allá de la portezuela. De nuevo aparece la desnudez acusadora de la luna. Entre aquel contagio de pasiones, la vengativa mirada de la cobra y el frontal reluciente y puntiagudo de un puñal aguardan el contorno tibio y carnal de la asesina. Su sombra se pierde entre las frondas, a través del estatismo del jardín. Una lenta huida que se difumina en el paroxismo angustioso de la desesperanza. Una mirada inmóvil, turbulenta y sensual, entre lágrimas, sobre un fondo de naturaleza exótica. Sabe que, más allá del jardín, vuelve el sentimiento étnico y exclusivista de la venganza. La mano que sostuvo el revólver vive ahora la opresión de lo indefinido. Se pierde otra vez en el oculto temblor de un silencio de remordimiento. Su voluptuosidad irrefrenable retiene el acto que la llevó hasta el crimen. La luna sigue en su confín. Verdades y mentiras de todos los tiempos se hilan en su fina blancura, y se desvanecen al alba. Son respiraciones que nadie presintió, sino después de morir. ¡El hombre que amó no acaba jamás de cerrar sus ojos!...








                                                                                 Una vida de cine



Nacido en Londres el 23 de mayo de 1890. Actor teatral británico que sufrió la pérdida de una pierna durante la I Guerra Mundial. Una vez en Hollywood, se especializó en papeles de galán romántico, de sufrido talante, pero modélico y caballeresco. Y su no menos intelectual atractivo, lejos de resultar incómodo, le confirió un aura absolutamente encantador. Magníficos fueron sus primeros quince minutos, amado por una desenfrenada hija mestiza en la piel de Jennifer Jones,  en "Duel in the sun" ("Duelo al sol"), 1946, de King Vidor. Sus modales perfectos y seductores resaltaron en su personificación de W. Somerset Maugham en "The Razor's Edge" ("El filo de la navaja"),1946, de Edmund Golding.




 


Ernst Lubistch lo convirtió en ratero junto a una rubia abominable, pero divertida Miriam Hopkins en "Trouble in Paradise" ("Un ladrón de alcoba"), 1932. Sufrió la fría resistencia sensual de Greta Garbo en "The Painted Veil" ("El velo pintado"), 1934, de Richard Boleslawski. Marlene Dietrich lo amó con desesperación en "Blonde Venus" ("La Venus rubia"), 1932, de Joseph von Sternberg. Claudette Colbert cayó rendida en sus brazos en la exótica parodia aventurera de Cecil B. De Mille "Four Frightened People" ("Náugragos en la jungla"), 1934. Bette Davis lo arrastró a la desesperación en "The Letter" ("La carta"), 1940,  y a la muerte en "The Little Foxes", ("La loba"), 1941, ambas de William Wyler. Falleció el 22 de enero de 1966.






Extraordinaria actriz de carácter, nacida en Litchfield, Minnesota el 15 de febrero de 1899. Su origen familiar provenía de Dinamarca. En los años 20 empezó a actuar en el "Theatre Guild". Descubierta por Mervyn LeRoy, intervino en "Anthony Adverse" ("El caballero Adverse"), 1936, su primera película, por la que obtuvo el premio de la Academia a mejor actriz secundaria. Su perturbadora personalidad daría origen a una serie de roles de cierto perfil perverso, en algunas ocasiones desarrollados con una fondo de irónica comicidad: "The Cat and the Canary" ("El gato y el canario"), 1939, "The Mark of Zorro" ("El signo del Zorro"),1940, "My Favorite Blonde" ("Mi rubia favorita"), 1942. Inolvidable fue su enfrentamiento interpretativo con Bette Davis en "The Letter" ("La carta"), 1940. Volvió a ser nominada por su actuación en "Anna and the King of Siam" ("Ana y el rey de Siam"), 1946, de John Cromwell. Casada con el guionista Herbert Biberman, se vio incluida con su marido, por sus vinculaciones al partido comunista, en la lista de los "Hollywood Ten" (los diez personajes más sospechosos de izquierdistas en la industria cinematográfica norteamericana). Ambos se negaron a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas durante la "Caza de Brujas" del senador McCarthy. Biberman fue encarcelado durante algunos meses. Hollywood les cerró sus puertas a partir de 1949. Sufragada por varios amigos realizaron en 1954 "Salt of the Hearth" ("La sal de la tierra"), film de claras reivindicaciones sociales. Y "Slaves" ("Esclavos") en 1969, de idéntico enfoque socialista. Falleció el 14 de agosto de 1985.

Nacido el 14 de abril de 1889. Oriundo de Inglaterra, donde había trabajado en el teatro, fue contratado por Warner Bros en 1937. Debutó en diversos papeles de villano o caballero en desgracia. William Wyler, en contra de la opinión del estudio, lo reclamó para el papel de abogado, capaz de mentir ante el jurado, a fin de salvar a la protagonista asesina de "The Letter" ("La carta"), 1940. Sus rasgos un tanto aviesos y escasamente brillantes supieron mostrarse comprensivos, azotados por cierta turbación, energía electrizante y posterior humillación ante el esplendor falsario de Bette Davis. Tras este film, el actor volvió a oscurecerse. Su última película "Shining Victory", de Irving Rapper, 1941. Murió prematuramente, el 29 de julio de 1941, a los 53 años, de un ataque al corazón.


Movimiento y gestos, bagaje de posibilidades expresivas jamás igualado por actriz alguna. Pudo con todo. Rostro de inteligente intensidad, aunque siempre marcado por el sufrimiento. ¡Fascinante y eterna Bette Davis!
 
 



¡Impactante banda sonora de Max Steiner, inculpadora y exultante como el mismo destino que arrastra a la protagonista! Un comento musical subyugante y perturbador. Osmosis sonora entre el "pathos" y la muerte. 
 
 
 
 
 






























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