"Malaquías, el consejero del Abad, fue encontrado moribundo, con manchas negras en la lengua y el dedo."
"Aunque la muerte de Malaquías justificaba la advertencia de Guillermo de que los condenados a la hoguera eran inocentes, Gui consideró el nuevo crimen como prueba irrefutable de que Guillermo de Baskerville era ya sin duda el verdadero asesino de la Abadía. Ante el desconcierto del Abad, Gui ordenó de inmediato el arresto de Guillermo."
"Y para huir de la guardia del inquisidor, mi amo Guillermo y yo nos internamos de nuevo en la biblioteca secreta, donde sin duda residía la verdad de todo cuanto había acontecido hasta aquel mismo día."
"Subimos al scriptorium y de allí al laberinto, donde no tardamos en llegar al torreón meridional. En dos ocasiones tuve que frenar la carrera porque el viento que aquella noche entraba por las hendiduras de la pared producía corrientes que, al meterse por aquellos vericuetos, recorrían gimiendo en las estancias."
"Pronto llegamos a la habitación del
espejo, donde ya habíamos estado la primera vez. Alzamos
las lámparas e iluminamos los versículos que había sobre el marco: "super
thronos viginti quatuo"... Ahora el secreto ya estaba aclarado: la palabra
quatuor tiene siete letras, había que actuar sobre la "q" y sobre la "r"...
"Cuando Guillermo tiró de la "q" se oyó un golpe seco, y lo mismo sucedió cuando tiró de la "r". Se sacudió todo el marco del espejo y la placa de vidrio saltó hacia adentro. El espejo era una puerta, cuyos goznes estaban a la izquierda. Guillermo metió la mano en la abertura que había quedado entre el borde derecho y la pared, y tiró hacia sí. Chirriando, la puerta se abrió hacia nosotros. Guillermo entró por la abertura, y yo me deslicé tras él, alzando la lámpara por encima de mi cabeza. Dos horas después de completas, al final del sexto día, en mitad de la noche en que se iniciaba el séptimo día, habíamos penetrado en el "Finis Africae"...
"-Habéis descubierto muchas cosas desde vuestra
llegada a la abadía, pero el atajo a través del laberinto no figura entre ellas
-aclaró Jorge- Bien, pues, ¿qué es lo que queréis?... -Quiero ver el libro en
griego que, según vos, jamás fue escrito -dijo Guillermo- Un libro dedicado a
la comedia a la cual vos odiáis tanto como odiáis a la risa. Quiero ver la que,
seguramente, es la única copia existente del segundo libro de "Poética de
Aristóteles", probablemente realizada por un árabe, o por un español, que
vos encontrasteis, cuando siendo ayudante de Paolo de Rimini, conseguisteis que
os enviaran a vuestro país, para recoger los más bellos manuscritos del
Apocalipsis en León y Castilla. Ese botín os hizo famoso y estimado en la
abadía, y os permitió obtener el puesto de bibliotecario, cuyo titular debía
haber sido Alinardo, diez años mayor que vos."
"Quiero ver esa copia griega escrita sobre pergamino de tela, material entonces muy raro, que se fabricaba precisamente en Silos, cerca de vuestra patria, Burgos. Quiero ver el libro que robasteis allí, después de haberlo leído, y que habéis escondido aquí, porque no queriáis que otros lo leyesen, protegiéndolo con gran habilidad, pero que no habéis destruido, porque un hombre como vos no destruye un libro: sólo lo guarda, y cuida de que nadie lo toque..."
"-¡Ah, qué magnífico bibliotecario hubiéseis sido, Guillermo! -dijo Jorge, con tono de admiración y disgusto al mismo tiempo- De modo que lo sabes todo. Acércate. Creo que hay un escabel al otro lado de la mesa. Siéntate. Aquí tienes tu premio- Guillermo se sentó y apoyó la lámpara, que yo le había pasado, sobre la mesa, iluminando desde abajo el rostro de Jorge. El viejo cogió el volumen que tenía delante y se lo entregó. Reconocí la encuadernación: era el mismo que en el hospital había tomado por un manuscrito árabe. -Leédlo, pues, hojead sus secretos, Guillermo -dijo Jorge-Habéis ganado."
"Guillermo hojeó
rápidamente las primeras páginas. -Según el catálogo, es un manuscrito árabe
sobre los dichos de algún loco. ¿De qué se trata?... -Oh, estúpidas leyendas de
los infieles. Según ellos los locos son capaces de decir cosas tan ingeniosas
que provocan incluso el asombro de sus sacerdotes y el entusiasmo de sus
califas... -El segundo manuscrito está en sirio, pero según el catálogo es la
traducción de un libelo egipcio sobre la alquimia. ¿Por qué figura en este
volumen? -Es una obra egipcia del tercer siglo de nuestra era. Está en la misma
línea que la obra siguiente, aunque no es tan peligrosa."
"¿Quién prestaría oídos
a los delirios de un alquimista africano? Atribuye la creación del mundo a la
risa divina... -alzó el rostro y recitó, con su prodigiosa memoria de lector
que desde hacía ya cuarenta años repetía para sí lo que había leído cuando aún
gozaba del don de la vista-: "Apenas Dios rió, nacieron siete dioses que
gobernaron el mundo; apenas se echó a reír, apareció la luz; con la segunda
carcajada apareció el agua; y al séptimo día de su risa apareció el alma"
¡Locuras!"
"Como también el texto que viene después, obra de uno de los innumerables idiotas que se pusieron a glosar la Coena... Pero no son estos textos los que te interesan- En efecto, Guillermo había pasado rápidamente las páginas hasta llegar al texto griego. Advertí de inmediato que los folios eran de otro material, más blando, y que el primero estaba casi desgarrado, con una parte del margen comida, cubierto de manchas pálidas como las que el tiempo y la humedad suelen producir en otros libros. Guillermo leyó las primeras líneas, primero en griego y después traduciéndolas al latín, y luego siguió en esta última lengua, para que también yo pudiera enterarme de cómo empezaba el libro fatídico. Tenía las dos manos sobe el libro, como si estuviese acariciando las páginas, como si quisiese protegerlo de la rapiña. -Sin embargo, todo eso no ha servido de nada-le dijo Guillermo- Ahora todo ha concluido, te he encontrado, he encontrado el libro, y los otros han muerto en vano."
"Entonces Jorge dijo: Por lo tanto, sello eso que no se puede haber dicho" Y con sus manos descarnadas y translúcidas empezó a desgarrar lentamente, en trozos y en tiras, las blandas páginas del manuscrito, y a meterse los jirones en la boca, masticando lentamente como si estuviese consumiendo la hostia y quisiera convertirla en carne de su carne. -No te esperabas este final, ¿verdad, Guillermo? Por gracia del señor este viejo gana otra vez."
"La lámpara fue a parar justo al montón de libros que habían caído de la mesa. Se derramó el aceite, y todo sucedió en pocos instantes: una llamarada se elevó desde los libros como si aquellas páginas milenarias llevase siglos esperando quemarse. Guillermo tuvo un arranque de ira, y dio un violento empujón al viejo que fue a dar contra un armario, se golpeó contra una arista y cayó al suelo. Se levantó lanzando un grito horrible. Luego huyó semejando una antorcha humana, acosado por las llamas."
"Pero Guillermo volvió a los libros. Demasiado tarde. El "Aristóteles", o sea lo que había quedado de él después de la comida del viejo, ya ardía. Ahora no había un incendio en la sala sino dos. Guillermo se dio cuenta de que no podríamos apagarlos con las manos y decidió salvar los libros con otros libros. -¡Nunca lo lograremos! Ni siquiera con todos los monjes de la abadía. La biblioteca está perdida, Adso. ¡La biblioteca, la biblioteca!"
"Se escuchó un estruendo: una parte del piso del laberinto había cedido y sus vigas ardientes habían caido sobre el scriptorium, porque ahora también se veían las llamas entre los muchos libros y armarios que también lo poblaban. Escuché gritos de desesperación procedentes de un grupo de copistas que se cogían la cabeza con las manos."
"Guillermo apareció por fin en la puerta del
refectorio, cargado con varios libros, y con el rostro chamuscado. Y ambos nos
fundimos en un abrazo..."
"La abadía ya estaba condenada. Casi todos sus edificios eran, en mayor o menor medida, pasto de las llamas. Y los que aún estaban intactos pronto dejarían de estarlo, porque todo, desde lo elementos naturales hasta la acción caótica de los que trataban de luchar contra el fuego, contribuía a propagar el incendio. Sólo se salvaban las partes no edificadas, el huerto y el jardín que había frente al claustro."
"-Era la mayor biblioteca de la cristiandad- dijo Guillermo- Ahora -añadió- es verdad que está cerca el Anticristo, porque ningún saber impedirá su llegada. Esta noche hemos visto su rostro- -¿El rostro de quién?-pregunté desconcertado. -Hablo de Jorge. En ese rostro devastado por el odio hacia la filosofía he visto por primera vez el retrato del Anticristo, que no viene de la tribu de Judas, como afirman los que anuncian su llegada, ni de ningún país lejano..."
"Antes del incendio, los condenados ya habían sido atados por los guardias de Bernardo Gui para ser quemados vivos. El primero fue Remigio de Varagine, luego el desgraciado Salvatore y la inocente muchacha campesina."
"Las llamas ya habían empezado a devorarles. Pero al ver el fuego de la Abadía, los guardias y los monjes presentes abandonaron a los condenados, permitiendo que los campesinos locales salvasen a la joven inicuamente llevada a la hoguera"
"Como el fuego de la Abadía avanzaba ya pavorosamente, Bernardo Gui, el auténtico "diablo del infierno" trató de huir en su carro acompañado por sus guardias."
"Pero los campesinos, observando la huida del odiado Inquisidor, persiguieron su carro, haciéndolo volcar en un terraplen, y Bernardo Gui cayó sobre las puntas afiladas de varios aperos de labranza por allí desparrados, y así murió empalado."
"Cuando mi maestro Guillermo y yo abandonamos definitivamente la Abadía, nos encontramos con la joven campesina. Me detuve por unos segundos y acaricié su rostro. Pero, fínalmente, decidí irme con Guillermo. Y afirmo que nunca me arrepentí de mi decisión, ya que aprendí muchas más cosas de Guillermo antes de que nos separásemos para siempre. Aquella muchacha fue el único amor terrenal de mi vida, pero nunca supe su nombre."
"... Mi maestro me dio
muchos consejos buenos para mis futuros estudios, y me regaló las lentes que le
había fabricado Nicola. Aún era joven, me dijo, pero llegaría el día en que me
serían útiles. Después me estrechó entre sus brazos, con la ternura de un
padre, y me dijo adiós. No volví a verlo. Mucho más tarde supe que había muerto
durante la terrible peste que se abatió sobre Europa hacia mediados de este
siglo."
"Ruego siempre que Dios haya acogido su alma y le haya perdonado los muchos actos de orgullo que su soberbia intelectual le hizo cometer... Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: "stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus"...
La
obtención del Premio de la Academia de Hollywood a la Mejor Película de
Habla Extranjera con su primer largometraje "La victoire en Chantant"
("La victoria en Chantant") , 1976, con actores exclusivamente franceses, entre otros muchos: Jean Carmet, Jacques Dufilho, Catherine Rouvel y Jacques Spiesser,
abre ante este director francés una nueva expansión
internacional, que se complementaría con sus dos siguientes films: "La guerre
du feu" ("En busca del fuego") 1981, con Ron Perlman, Everett McGill, Nicholas Kadi y Rae Dawn Chong, (film magníficamente ambientado en la Prehistoria, en el Pleistoceno Superior, hace unos
70.000 años, cuando en el Viejo Mundo convivían diversas y amenazantes
especies humanas y animales) y "L'Ours" ("El Oso"), 1988, con Jack Wallace, Tchéky Karyo y André Lacombe.
Su potente personalidad perfeccionista se alía con un deslumbrante esplendor formal en los films citados. Su exuberante vitalidad meridional posee resonancias que recuerdan a grandes directores clásicos como David Lean o a la densidad palpitante y espectacular complejidad de Ridley Scott, bien patentes en sus súper producciones "The name of the rose" ("Le nom de la Rose"-"El nombre de la Rosa"), 1986, con un gran reparto internacional: Sean Connery, Christian Slater, F. Murray Abraham, Michael Lonsdale, Valentina Vargas, Ron Perlman, William Hickey y Feodor Chaliapin Jr.
Seguirían la exótica "Sept ans au Tibet" ("Seven Years in Tibet"-"Siete años en el Tibet"), 1997, con Brad Pitt, David Thewlis, y B.D. Wong, "Enemy at the gates" ("Enemigo a las puertas") 2001, espectacular film bélico con Jude Law, Joseph Fiennes, Rachel Weisz, Ed Harris, y Bob Hoskins.
Y "Sa majeste Minor", ("Su majestad Minor), 2006, de nuevo con un reparto de actores franceses: José García, Vincent Cassel, Sergio Peris-Mencheta, Mélanie Bernier, y Claude Brasseur, y "Le dernier loup" ("El último Lobo"), 2015, una producción china-francesa, basada en la novela del escritor Lu Jiamin, con Feng Shaofeng, y Shawn Shaofeng, hasta la fecha su última película.
No dudó tampoco, tras el enorme éxito alcanzado por su adaptación de la novela de Umberto Eco, en dirigir con concienzuda agudez de entomólogo, un desenfrando relato erótico como "L'amant" ("El amante") 1992, basándose en la famosa obra Marguerite Duras, con Jane March y Tony Leung Ka Fai.
Adaptar la versión críptica, plena de simbologías, prácticamente inaccesible para la pantalla del original literario de Umberto Eco, mueve al director francés a intentar llevar a buen puerto un retrato verista de un Medioevo inédito que, no obstante, entre exteriores e interiores espectaculares, habrá de concurrir en el terreno de la dramaturgia tradicional, con la confesada influencia del cine americano. Todos los esfuerzos artísticos del film se deberán, pues, concentrar en el gran misterio que subyace en un terrorífico convento medieval donde su principal personaje, Guillermo de Baskerville -de clara resonancia a Conan Doyle y a su infalible personaje Sherlok Holmes- (excelentemente matizado por la gran interpretación que del personaje lleva a cabo, con poderoso aliento renovador, el afamado actor Sean Connery), deberá enfrentarse a una siniestra investigación detectivesca de unos inexplicables crímenes que tienen lugar en el citado convento. El aspecto psicoanalítico de los hechos que allí acaecen se subraya con la fuerza del raciocinio y de la demostración palpable que, forzosamente, alejan a Baskerville de los postulados absurdos de la Fe, poniendo en marcha los mecanismos mentales, más humanos y laicos, de la deducción razonada.
Y cuando este "Nombre de la rosa" se adentra en el terreno teológico y nos somete al crudo espectáculo de un diálogo enloquecido sobre los temas de la eternamente cacareada Fe, ya rechazada, será cuando nos hallaremos ante la perfecta mascarada, grotesca, gargoliana y tradicional que nos impone la caracterización del inquisidor Bernardo Gui, -expuesa de forma convencional por el siempre excesivo F. Murray Abraham-, hasta hacernos chocar de nuevo con esa Iglesia que no duda en seguir negando el conocimiento como derecho racional del hombre libre en un mundo de intolerancia y superstición como fuera la Edad Media. Y es que, pese a haberse repetido hasta la saciedad: la Fe ciega no admitiría jamás en aquel truculento Medioevo ni el menor análisis ni dilema alguno que pusiera en duda su supremacía, ya fuera frente a la ignorancia o frente a la esencial inteligencia perquisitiva del hombre. La investigación de Guillermo de Baskerville, monje franciscano también anatematizado por la Inquisición, no se convertirá así ante los ojos de los espectadores en una simple resolución de cuantos inexplicables crímenes se están cometiendo en la abadía, sino que se erigirá en una admirable postura ante la tortuosa e intolerante ambigüedad moral de una Iglesia que se permite arbitrariamente, bajo pena de muerte en la hoguera, prohibir al hombre el uso natural de la Razón.
Jean-Jacques Annaud, frente a las imposiciones comerciales de la taquilla, se ciñe, pues, a los aspectos más sencillos del críptico original literario (para escandalo de los fans de la palabra escrita), y favorece la digestión de los cinéfilos, más apegados a la imagen y al entendimiento del enigma fácil, aunque no reniega en ningún momento de cierto clasicismo muy al gusto del cine mudo, usando de la inocencia perseguida y martirizada que había tenido su más alta culminación en "La passión de Jeanne d'Arc", 1928, del gran director danés Carl Th. Dreyer, al que utilizará como modelo absoluto, con sus monjes y su época oscurantista e inquisidora, a fin de conceder a la película una ansiada calidad plástica y una sobria fidelidad a la textura expresionista del maestro del cine danés.
El impacto gráfico y fantasmal cobra así su gran punto de partida al mostrarnos una selección meticulosamente obsesiva de rostros planificados en claroscuros siniestros, de angulaciones forzadas, aguileñas y monstruosas como la del infeliz Salvatore, -impactante e inolvidable caracterización de Ron Perlman- a los que no faltará la despiadada maldad, la obsesión religiosa y la más tajante condena frente cualquier muestra de pureza de corazón o libertad racional, que magníficamente enfatiza el sádico Jorge de Burgos -terorrífico personaje genialmente encarnado por Feodor Chaliapin Jr.-, nueva conmoción criminaloide de las obsesiones perennemente arraigadas en el cristianismo más intolerante, y que no dudará en custodiar "su exacerbda Fe católica", no ya con hogueras y suplicios como el inquisidor Bernardo Gui, sino tratando de torturar y de arrastrar hasta la muerte cualquier conato de agnosticismo, ya presente en muchos de los monjes del monasterio. Y por lo que tratará, valiéndose de todos los medios posibles, incluyendo el crimen por envenenamiento, de ocultar en la laberíntica biblioteca de la abadía "La poética de Aristóteles", libro pecaminoso por proponer la risa como liberación del cuerpo.
Al desangrar el Medioevo (nunca mejor dicho), Umberto Eco desangró para goce de sus ávidos lectores el temporal concepto de tan terrorífico y siniestro ciclo europeo. Y es que al mismo tiempo lo convirtió en un Medioevo tan filosófico como histórico y policíaco. Tras Eco nos quedaron, ya para siempre, dos Medioevos: el de antes de su "Nombre de la rosa", y el de después de ella. El primero ya no parece interesar demasiado; y es el segundo el que sigue sangrándonos a todos con sus espinas. ¿Es posible, por tanto, que el único Medioevo creíble nos siga pareciendo el de el gran Umberto Eco? (Kentauro)
Sobre la lectura: “El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”
Sobre Dios: "Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no quiere decir que creen en nada, creen en todo"
Sobre el amor: "El amor es más sabio que la sabiduría; mas, qué sosegada podría ser la vida sin amor, Adso. Qué segura. Qué tranquila.Y qué insulsa"
Sobre los villanos: "Los monstruos existen porque son parte de un plan divino, y en las horribles características de esos mismos monstruos se revela el poder del creador"
El 16 de
agosto de 1968 fue a parar a mis manos un libro escrito por un tal abate
Vallet. "Le manuscript de Dom Adson de Melk", traduit en français
d'après l'édition de Dom J. Mabillon (Aux Presses de L'Abbaye de la Source,
París, 1842). El libro, que incluía una serie de indicaciones históricas en
realidad bastante pobres, afirmaba ser copia fiel de un manuscrito del siglo
XIV, encontrado a su vez en el monasterio de Melk por aquel gran estudioso del
XVII al que tanto deben historiadores de la orden benedictina.
La erudita "trouvaille" (para mí, tercera, pues, en el tiempo) me deparó muchos momentos de placer mientras me encontraba en Praga esperando a una persona querida. Seís días después las tropas soviéticas invadían la infortunada ciudad. Azarosamente logré cruzar la frontera austriaca en Linz; de allí me dirigí a Viena donde me reuní con la persona esperada, y juntos remontamos el curso del Danubio. En un clima mental de gran excitación lei, fascinado, la terrible historia de Adso de Melk, y tanto me atrapó que casi de un tirón la traduje a varios cuadernos de gran formato procedentes de la "Papeterie Joseph Gibert", aquellos en los que tan agradable es escribir con una pluma blanda.
Mientras tanto
llegamos a las cercanías de Melk, donde, a pico sobre un recodo del río, aún se
yergue el bellísimo Stijt, varias veces restaurado a lo largo de los siglos.
Como el lector habrá imaginado, en la biblioteca del monasterio no encontré
huella alguna del manuscrito de Dom Adso.
Sin embargo, la fuente no era Vallet ni
Mabillon, sino el padre Athanasius Kircher (pero, ¿cuál de sus obras?) Más
tarde, un erudito -que no considero oportuno nombrar- me aseguró (y era capaz
de citar los índices de memoria) que el gran jesuita nunca habló de Adso de
Melk. Sin embargo, las páginas de Temesvar estaban ante mis ojos, y los
episodios a los que se referían eran absolutamente análogos a los del
manuscrito traducido del libro de Vallet (en particular, la descripción del
laberinto disipaba toda sombra de duda). A pesar de lo que más tarde escribiría
Beniamino Plácido, el abate Vallet había existido, y, sin duda, también Dom
Adso de Melk.
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