EL GRAN GENIO DEL SÉPTIMO ARTE: ORSON WELLES
Lema sarcástico del truhán Harry Lime: "En Italia, durante 30 años bajo los Borgia, tuvieron guerras, terror, asesinatos y derramamiento de sangre. Pero surgieron Michelangelo, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraternal, 500 años de democracia y paz, ¿y qué crearon? El reloj de cuco"
Mastodóntico, inabarcable como un paisaje que nos arrebata. Porque el paisaje Welles posee todas las revueltas sensitivas, todas las atmósferas interiores, todos los hálitos robustos que dan vida al concepto prometido de una gracia singular, del genio más señero, de una sabiduría técnica única. Penetrar en todos y cada uno de sus recintos es ahondar en la excelsitud y volar en la brisa que arrastra nuestras exclamaciones admirativas entre emociones que habrán de permanecer encantadas. Transitar por la magia y la avidez secreta de una recobrada alquimia y gozar sobrecogidos de la camaradería del genio que nos aporta nuevas conjugaciones en su prosodia fílmica. Y para que esa originalidad apasionada de creación solitaria, delirante e insaciable, concretada por el ojo de la cámara y el empleo transmutador y fascinante de la honda profundidad lumínica, se cumpla del todo, nuestra vista jamás podrá desviarse de sus inesperadas suculencias parabólicas, o impactantes estallidos angulares, que trazan las exaltaciones imaginativas de sus planos fotográficos. Especie de penetrantes e infinitos alvéolos entre los que se dislocan las clásicas estructuras plásticas más afamadas del cine, primero captadas en decorados de estudio, luego redimidas en favor de los escenarios naturales, creando una superlativa arquitectura cinematográfica, igualmente rescatada a los módulos del expresionismo que pusiera en circulación la escuela alemana. Todo lo cual imprime a sus imágenes un dinamismo vertiginoso de culminaciones geométricas sobrecogedoras en su belleza, y que parecen arrancar (tras un primer punto de partida teatralizante) de la unidad pictórica del más eterno de los retablos expresionistas.
[George Orson Welles, más conocido como Orson Welles, nacido en Kenosha, Wisconsin, EE.UU. el 6 de mayo de 1915-Fallecido en Los Ángeles, California, el 10 de octubre de 1985 de infarto agudo de miocardio a la edad de 70 años]
Hijo del empresario e inventor Richard Head Welles, y de
una famosa concertista de piano, Beatrice Ives. En 1921 sus padres se
divorciaron. La familia Welles ofrecería al niño un precoz retrato de las
frustraciones del americano medio. Vive, probablemente aterrado, la reclusión
de su hermano mayor Dickie Welles en una institución psiquiátrica, y su madre
muere de ictericia en 1924, cuando Orson cuenta 9 años. Ya desde muy niño había
sido instruido por ella en toda clase de expresiones artísticas como la música,
la pintura y el dibujo, y la literatura. Maurice Bernstein, médico de Chicago,
que le había prodigado cierta deferencia movido por los sentimientos amorosos
hacia Beatrice, destacó por entonces las cualidades geniales que ya observara
en el niño, e impulsaría su educación en el Tool School de Illinois. La
custodia paterna de Orson había durado tan sólo 6 años, ya que Richard Head
Welles moriría en 1930 a causa de su adicción a la bebida.
Tras una temporada relámpago en Dublín, Irlanda, donde, con 16 años, trabajaría en el teatro, vuelve a New York en 1932 y debuta en Broadway con "Romeo y Julieta". Con apenas 23 años funda la compañía Mercury Theatre. E inmediatamente junto a sus colegas representa por radio, en la famosa cadena estadounidense CBS, en 1938, una sobresaliente adaptación de "The War of the Worlds" ("La guerra de los mundos") de H. G. Wells. Se aúnan realismo y la inspiración genial del joven Welles. Un auténtico pánico se apodera de New Jersey, donde, según la emisión radiofónica, estaba teniendo lugar la invasión extraterrestre, y que (tal como intuyera el singular Orson) fue entendida a la manera americana, muy afecta a sus retablos de cotidianeidades apocalípticas. Merced al brillante y carnavalesco revuelo radiofónico, por el que consigue fama mundial, la RKO Pictures le contrata en 1939. Tras su estruendoso caos figurativo en la CBS, RKO concede entera libertad a Orson Welles para escribir y dirigir sus dos primeras películas.
De
la persecución "Maccarthysta" a la mayor crisis industrial de
Hollywood, atrapado en su hora incierta por las "listas negras". Cunde
el sobresalto. Una empresa tan fecunda se malogra. Del árbol cortado del
que surgieran generosas oleadas de excelsos autores, ahora
implacablemente repudiados por la que fuera tierra de veneraciones y
prodigios, brota únicamente un lauredal: Europa. No queda otro solar más
fértil y hospitalario. Jamás el éxodo del genio fue menos
indeterminado. A los anatematizadores como Joseph McCarthy, sembradores de discordia, una vez
podridas las limpias costumbres de un fenómeno que, hasta 1945, al
acoger una nutrida constelación de talentos provenientes del continente
europeo, había venido actuando persistentemente en Hollywood como
indiscutible polo de atracción de la creatividad, no les queda más que
el vaho ruin del bochorno de sus congregaciones puristas; la polvareda
del barrizal reseco de una intolerancia gubernamental que deja tras de
sí la trasnochada modorra política de un gigantesco vecindario
patriotero que parece haber olvidado su sana "Constitución Democrática",
ahora amparada en su "caza de brujas". Postulado "chauvinista"
que se obstina en un diálogo imposible con los que mantienen el
silencio loable y exaltado de sus amenazadas libertades, y cuyos
ímpetus contenidos adquieren el subido valor de aquellas tonadas
burlescas de quienes se hartan de sentirse vigilados: "¡Mira que te mira McCarthy, mira que te está mirando!" "¡Mira Hollywood que te has de morir, mira que no sabes cuándo!".
Frente a la hostilidad del medio, una vez desencadenados los instintos más primitivos de un pueblo como el norteamericano, que para estupor del Viejo Continente es capaz de dividir nuevamente su mundo en dos mitades, no nos queda más remedio que lanzar nuestro alegato contra tales desmanes, y expresar que, frente al clima moral de ese ciudadano universo desquiciado que cree verse en la obligación de cumplir como "nuevo defensor de los valores americanos", nosotros, sus espectadores, preferimos el impío al indiferente. Y que llegamos a desear fervientemente que de aquel rezo, tocado por el gesto de la denigración, no quede más que el alma vacía de su "caza de brujas". Por fortuna, tras el horizonte en llamas de aquella irracional y escandalosa expatriación norteamericana, fue Europa la receptora de ese fuego sacro que únicamente son capaces de esparcir las ultrajadas doctrinas del genio. Y por condescendencia de otras "Mecas del hombre", de muchos de los desaparecidos fastos hollywoodenses (celebridades cultivadas e inteligentes, entre actores, directores e intelectuales, poco representativos de la falsa realidad planteada por el "Maccarthysmo"), que su calendario señalara a principios de 1951, tras enjugársele sus sudores al éxodo, como a Teseos huidos del laberinto, nuevos prodigios habrían de nacer del flamante anhelo europeo. "¡Reinaremos!... Aquí nos tenéis si os place". Además del caso de Chaplin, otras luces nos atravesarían como una bendición: Joseph Losey, Robert Rossen, -Dalton Trumbo, Betsy Blair-, Jules Dassin y Orson Welles.
Pocos años después, a principios de la década de los 60, se anuncia un naciente aluvión. Esta vez de la que se llamó "nueva artillería del cine norteamericano", que, en una inédita diáspora, ahora por exigencias crematísticas, se trasladaría a Europa para rodar bajo la cegadora luz de los países mediterráneos sus olímpicas "saturnales" masificadas de extras y escayola, como la procelosa y sublime "Cleopatra" del gran Joseph Leo Mankiewicz, protagonizada por Elizabeth Taylor [que cobró un millón de dólares], Richard Burton, Rex Harrison y Roddy McDowall, y una extraordinaria banda sonora de Alex Nort.
O el gigantesco pastiche judaico-cristiano de William Wyler, "Ben-Hur", filmado en Roma, con Charlton Heston, Stephen Boyd, Jack Hawkins, Sam Jaffe, Martha Scott, Hugh Griffith, Frank Thring Finlay Currie, Cathy O'Donnell, Claude Heater como Jesucristo, y una desconocida actriz israelita Haya Harareet, film premiado con once Oscars.Su precedente más directo había sido, bien que en 1951, "Quo Vadis?", de Mervyn LeRoy, con Robert Taylor, Deborah Kerr, un genial Peter Ustinov, Leo Genn, Patricia Laffan, Finlay Currie, Buddy Baer, Marina Berti, Nora Swinburne, Felix Aylmer, Ralph Truman, Norman Wooland y Rosalie Crutchley, también rodado en los Estudios Cinecittà, y ambas películas enriquecidas con dos extraordinarios sound-tracks del epopéyico compositor Miklós Rózsa.
Frente a la hostilidad del medio, una vez desencadenados los instintos más primitivos de un pueblo como el norteamericano, que para estupor del Viejo Continente es capaz de dividir nuevamente su mundo en dos mitades, no nos queda más remedio que lanzar nuestro alegato contra tales desmanes, y expresar que, frente al clima moral de ese ciudadano universo desquiciado que cree verse en la obligación de cumplir como "nuevo defensor de los valores americanos", nosotros, sus espectadores, preferimos el impío al indiferente. Y que llegamos a desear fervientemente que de aquel rezo, tocado por el gesto de la denigración, no quede más que el alma vacía de su "caza de brujas". Por fortuna, tras el horizonte en llamas de aquella irracional y escandalosa expatriación norteamericana, fue Europa la receptora de ese fuego sacro que únicamente son capaces de esparcir las ultrajadas doctrinas del genio. Y por condescendencia de otras "Mecas del hombre", de muchos de los desaparecidos fastos hollywoodenses (celebridades cultivadas e inteligentes, entre actores, directores e intelectuales, poco representativos de la falsa realidad planteada por el "Maccarthysmo"), que su calendario señalara a principios de 1951, tras enjugársele sus sudores al éxodo, como a Teseos huidos del laberinto, nuevos prodigios habrían de nacer del flamante anhelo europeo. "¡Reinaremos!... Aquí nos tenéis si os place". Además del caso de Chaplin, otras luces nos atravesarían como una bendición: Joseph Losey, Robert Rossen, -Dalton Trumbo, Betsy Blair-, Jules Dassin y Orson Welles.
Pocos años después, a principios de la década de los 60, se anuncia un naciente aluvión. Esta vez de la que se llamó "nueva artillería del cine norteamericano", que, en una inédita diáspora, ahora por exigencias crematísticas, se trasladaría a Europa para rodar bajo la cegadora luz de los países mediterráneos sus olímpicas "saturnales" masificadas de extras y escayola, como la procelosa y sublime "Cleopatra" del gran Joseph Leo Mankiewicz, protagonizada por Elizabeth Taylor [que cobró un millón de dólares], Richard Burton, Rex Harrison y Roddy McDowall, y una extraordinaria banda sonora de Alex Nort.
O el gigantesco pastiche judaico-cristiano de William Wyler, "Ben-Hur", filmado en Roma, con Charlton Heston, Stephen Boyd, Jack Hawkins, Sam Jaffe, Martha Scott, Hugh Griffith, Frank Thring Finlay Currie, Cathy O'Donnell, Claude Heater como Jesucristo, y una desconocida actriz israelita Haya Harareet, film premiado con once Oscars.Su precedente más directo había sido, bien que en 1951, "Quo Vadis?", de Mervyn LeRoy, con Robert Taylor, Deborah Kerr, un genial Peter Ustinov, Leo Genn, Patricia Laffan, Finlay Currie, Buddy Baer, Marina Berti, Nora Swinburne, Felix Aylmer, Ralph Truman, Norman Wooland y Rosalie Crutchley, también rodado en los Estudios Cinecittà, y ambas películas enriquecidas con dos extraordinarios sound-tracks del epopéyico compositor Miklós Rózsa.
Con
sólo 24 años, una experiencia casi nula como realizador cinematográfico, pero
capaz de tejer, una vez interiorizado de la técnica y el lenguaje que le ofrece
el cine, un insólito estilo visual propio y meticuloso, al que aporta un
estudio de conductas inédito para la época, que además incluye el "documentalismo"
dentro de la misma historia que cuenta, realiza en 1941, ayudado por el guionista
Herman J. Mankiewicz, la película más importante de la historia del cine
"Citizen Kane" ("Ciudadano Kane"), con Joseph Cotten, Dorothy Comingore, Ruth Warrick, Everett Sloane, William Aland, George Coulouris y Ray Collins. Basada en la vida del magnate de la prensa William
Randolph Hearst, que trataría por todos los medios de prohibir su proyección,
se estrenaría en 1941. El entusiasmo de la crítica fue unánime. Pero las trabas
impuestas a su distribución por Hearst, impidieron su éxito en taquilla.
Su siguiente película "The Magnificent Ambersons" ("El cuarto mandamiento") 1942, con Joseph Cotten, Dolores Costello, Anne Baxter, Tim Holt, Agnes Moorehead, y Ray Collins, sufrió una polémica manipulación por la RKO. Y pese a que, vista hoy, aún conserva ese irreprochable e indiscutible vigor narrativo de Welles, éste aseguró que el film había quedado reducido a una auténtica ruina.
En 1946 rueda e interpreta "The Stranger" ("El extraño"), como un militar ex nazi, Franz Kindler, que adopta una falsa identidad como profesor en una pequeña ciudad de Connecticut. Como parte de su nueva vida, se casa con la hija de un juez. Un agente federal le sigue los pasos y tratará de desenmascararle.Welles reconoció su mínima implicación en dicho film,rodado a desgana, pero su no menos artesanal técnica exploratoria queda bien patente en la película, que hoy se ha convetido en un film de culto. Estuvo magníficamente interpretada por una lúcida Loretta Young, y Edward G. Robinson, Philip Merivale, y Richard Long.
Su matrimonio con Rita Hayworth fue tormentoso y abocado
al fracaso desde su inicio."The Lady From Shanghai" ("La dama de Shanghai"), dirigida e interpretada por Welles en 1947, fue el principio
del fin, con una Rita
Hayworth teñida de rubio, se encuadra en una violenta mitificación del "thriller",
y florece como planta venenosa de inquietante fascinación entre el asfalto de
San Francisco. Perturbadora y enrevesada tela de araña que atrapa a los
espectadores, en especial en la escena final en la galería de espejos. fue coprotagonizada por
Everett Sloane, y Glenn Anders, En 1954, rueda "Mr. Arkadin" en España, tratando de acaparar ciertas
premisas de "Citizen Kane", y el relato resulta escasamente
inspirado, pese a que su exclusivista método narrativo se mantiene incólume. No
obstante, adolece de un reparto inadecuado- si exceptuamos a Welles como
protagonista principal, y a Michael Redgrave-, con Patricia Medina, Akim Tamiroff, Misha Auer, Peter Van Eyck, dos desconocidos Robert Arden y Mark Sharpe, Suzanne Flon y Katina Paxinou en la versión inglesa, Paola Mori, Irene López Heredia y Amparo Rivelles en la versión española.
En 1958, lleva a la pantalla la novela "Badge of Evil" de Whit Masterson, dirige e interpreta el mejor thriller negro de la historia del cine "Touch of Evil (Sed de mal)" con Charlton Heston, Janeth Leigh, Marlene Dietrich, Joseph Calleia, Dennis Weaver, Akim Tamiroff, Val de Vargas, y los cameos de Zsa Zsa Gabor, Mercedes McCambridge y Joseph Cotten. Su segunda
obra maestra indiscutible, alcanza la más alta cota del cine
policíaco-psicológico, entre un torbellino onírico de semiverdades y flagrantes
mentiras, climas fantasmagóricos, una expresiva ferocidad, grandiosa y
proporcional al ambiente de su entorno (una viciada ciudad mexicana fronteriza
con los Estados Unidos), que a través del sentimiento del recuerdo, pese a la
ética dudosa, egocentrista, y xenófoba de su personaje principal, el no menos
corrupto inspector Quinlan, sublimado por el mismo Welles, recobra ese especial
aliento siempre trágico, que conlleva ecos de
los grandes dramas "shakesperianos".
Tras un montaje desastroso, "Touch of Evil", fue condenada al ostracismo. Las copias que corrieron por todo el mundo
ahogaron su rigor, y el crudo espectáculo propuesto por ese policía
corrupto, al que da vida un Orson Welles absolutamente sublime,
con su carga de amargura de hombre sin sueños ya, incapaz de recomponer
la sórdida realidad en que se sume su existencia, y que, no obstante,
arrastra y presume de la dogmática y perniciosa obstinación de una
superioridad inmersa en la profundidad de su malsana conciencia. Pues
bien, para dolor de muchos, esta película, debidamente recortada, nos
fue servida en las pantallas comerciales, con su viejo montaje
devastador, como una trivial investigación detectivesca, en la que se
conceptuaban todos los altibajos y supuestos defectos de cualquier film
de serie B, (pese a la constatación entre líneas de que el talento de Welles había sido ominosamente manipulado).
El halo nostálgico, estremecedor, del mejor Welles,
nos obsequiará también, al son de una pianola que nos mutila las
entrañas, con un tú a tú del más excelso nivel mítico: un encuentro que
habla de implícitos delirios eróticos y de la ya imposible belleza de
los recuerdos, tras abordar la más dolorosa imagen de la soledad en una
dimensión temporal irrecuperable.
Tanya-Marlene Dietrich, decadente, melancólica e insondable, aparecerá frente al "egregio comecriminales",
ahora pelele de una lenta peregrinación hacia su trágico declive, para
responder, mientras extiende sus cartas sobre la mesa, a la solicitud
de Quinlan de que le lea su futuro, como, al parecer, hiciera ya otras
veces: "Tú no tienes futuro.... ¿Que quieres decir?, inquiere Hank... "Tu futuro acabó... Vuelve a casa"
.
En el plano secuencia con que arranca "Touch of Evil" late uno de los travellings más aptos para atraerse lo extraordinario de este "Sabio Definidor del Gran Cine", Mister Welles,
y de lo que debe ser una perfecta conmoción fílmica. ¡Un auténtico y
largo juego coral en carne viva! Nos acecharán luego esos sus
claroscuros siniestros del más contundente blanco y negro jamás captado
por la cámara; los contrapicados que acentuarán esa especie de
dramaturgia escénica angulosa con nuevos y vertiginosos travellings
maestros, que nos resumen toda la opresión de unos personajes atrapados
a través de avenidas ruidosas, y callejones aptos para la puesta en
práctica de cualesquiera de los toques diabólicos que impregnan el film.
Y se nos reservarán esos descampados polvorientos, entre una suciedad
revoloteante, a través de la iteración indiferente de las martilleantes
y enloquecedoras torres petrolíferas.
Una vez afincado definitivamente en Europa, se entregaría también con escasos medios financieros en rodajes que él mismo interpreta y dirige como "Macbeth" 1948, con Jeanette Nolan, Dan O'Herlihy, Roddy McDowall, y Edgar Barrier.
"Othello", 1951, con Suzanne Cloutier, Micheál MacLiammóir, Robert Coote, y Fay Compton.
Y muy especialmente "Falstaff"-"Chimes at Midnight" ("Campanadas a medianoche"), de nuevo en España, 1966, producida por Emiliano Piedra, uno de los monumentos shakesperianos más
excelsos de su visual ingenio cinematográfico. Auténtico paso de gigante hacia
el expresionismo, que se enriquece, además, con el tremendo potencial de su
arte interpretativo. Protagonizada por una extraordinaria Jeanne Moreau -a la que Welles catalogó como la mejor actriz del mundo-, y un gran reparto encabezado por Keith
Baxter, Norman Rodway John Gielgud, Marina Vlady Margaret Rutherford,
Alan Webb, Fernando Rey, José Nieto, Tony Beckley, Jeremy Rowe, la infantil BeatriceWelles, Michael Aldridge, Andrés Mejuto, Julio Peña y Walter Chiari. La postrer
obra maestra indiscutible de Orson Welles. Premio Especial en el Festival de
Cannes 1966. Un gozo absoluto para vista y oído. La cámara vuela entre la
profundidad de los focos y un múltiple estallido de ángulos recónditos. Uso
impresionante de la luz que desciende sobre cada imagen del film produciendo
una fascinante sensación de relieve. La larga secuencia de la Batalla de
Shrewsbury fue una conmoción. Brillos difusos a través de un mosaico de
angosturas gimientes entre barrizales, donde soldados y corceles arremeten y
hienden sus espadas, picas y hasta los pomos de sus puñales como un tumulto de
pasos enloquecidos que dejan tras de sí un estercolero sangriento. Imitada en
"Braveheart" de Mel Gibson y en "Enrique V" de Keneth Branagh. Falstaff
sublimado por Welles, Shakespeare sublimado por Falstaff. Autor y actor
coinciden en la imposibilidad de sentir afecto por la enormidad de sus faltas.
Es egoísta y borracho, pero estima a sus compañeros; su exuberante vitalidad,
irónica e inteligente, renace, evoluciona y reverdece los sentimientos de todos
aquellos que le acompañan. La música de Angelo Francesco Lavagnino poética y
conmovedora, un bellísimo registro lírico que modula con inolvidable fuerza
expresiva este desbordante relato medieval, nacido del ingenio y de la
impetuosidad expresionista de Welles y del exquisito aliento narrativo de uno
de los mayores genios de la literatura mundial: William Shakespeare, alias conde de Oxford, Edward de Vere-1550-1604-
En 1962 había adaptado a Frank Kafka con The Trial"-"Le Procès" ("El
proceso")" interviniendo como actor y con Anthony Perkins, Romy Schneider, Jeanne Moreau, Orson Welles, y Elsa Martinelli.. Desde el plano estético la visión periférica y fantasmal del
mundo kafkiano ofrece todas la necesidades expresivas que irradia la compleja
expresión onírica del autor. Los fondos de luz, los procedimientos angulares de
Welles mantienen su particular estilo fílmico. Mal entendida, pese a su
esplendido reparto, la erupción de las peores críticas neutralizó su éxito. Hoy
es un nuevo objeto de culto. La
incomparable y sublime gama de las posibilidades técnicas que
este colosal genio pudo aportar al arte cinematográfico, se perdió para
siempre
entre infatigables ritmos de trabajo, muchos de ellos iniciados y que
nunca
pudo finalizar por falta de financiación. No obstante, como gran actor
prestó su genialidad interpretativa en numerosas películas. Entre ellas,
además de "The Third Man" ("El tercer hombre"), de 1949, dirigida por Carol Reed, memorables e inquietantes fueron sus apariciones en "Black Magic-Cagliostro", 1949, dirigida por Gregory Ratoff y Orson Welles, con Nancy Guild, Akim Tamiroff, Frank Latimore, Valentina Cortesa, Silvana Mangano y Raymond Burr; "Prince of Foxes" ( "El príncipe de los zorros"), 1949, como César Borgia, dirigida por Henry King, con Tyrone Power, Wanda Hendrix, Everett Sloane, y Katina Paxinou. "Black Rose" ("La rosa negra"), 1950, dirigida Henry Hathaway, con Tyrone Power, Finlay Currie, Cécile Aubry, Jack Hawkins, Michael Rennie, Herbert Lom y Laurence Harvey. "Moby Dick", 1956, de John Huston, con Gregory Peck, Richard Basehart, Leo Genn, James Robertson Justice, y Harry Andrews.