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miércoles, 10 de marzo de 2021

Leave Her to Heaven (Que el cielo la juzgue)

Un negro melodrama sentimental  con celos arrebatados. La obsesión perpetua del amor incestuoso por un padre. Por el esposo después, llevada a un punto final de delirio y crimen premeditado. Así, esta esposa enloquecida de un teórico marido casquivano se empeña en ser continuamente engañada. Esta pasión desatada la arrastra a extremos de delirium tremens; a una situación límite donde el resto de personajes que la rodean  se convierten en víctimas de la caótica situación que ella crea. La perversidad es impecablemente diseccionada sin la menor vergüenza ajena. Una obra descarnada, angustiosa, tóxica. Posee todos los ribetes del thriller más negro, aunque es plenamente disfrutable en Technicolor. Un film detallista, minucioso, en carne viva. Y una impresionantemente compleja protagonista femenina tan intrigante, tan destructiva, tan panteista en sus obsesiones que juega a ser su propio dios desde la ilusión perdida hasta el envileciomiento asesino. Pero su belleza es inextinguible. 
 


En lucha con dificultades de todo orden social,  "Leave Her to Heaven" ("Que el cielo la juzgue"), 1945, de John M. Stahl, al adaptar y engrandecer una mediocre pero incisiva novela de Ben Ames Williams, con Gene Tierney, Cornel Wilde, Jeanne Crain y Vincent Price, se convierte en uno de los más relevantes valores fílmicos del clasicismo norteamericano en la década de los 40. Fue realizada con una gran libertad creadora, al margen de las estructuras más reaccionarias y bien pensantes de los EE.UU. Y,  por supuesto, de las presiones industriales de los grandes estudios hollywoodenses. De ahí deriva su lozanía y su carácter insólito y atrevidamente cruel. Además, su éxito en taquilla fue arrollador. Stahl tuvo la suerte de poder crear gran parte de su agradecible obra en el seno de una de las mayores industrias cinematográficas del momento: 20th Century Fox. Su realismo poético, a caballo del romanticismo populista, pintoresco y a veces cargante, consigue tender un puente decisivo al melodrama más descarnado y lacerante.
 

Precisamente, sería el gran Douglas Sirk quien también se mostraría sensible a esta nueva medida de amarga crítica social de las clases estadounidenses más acomodadas, en la que se daban cita el lirismo en sus mas altos registros y el drama más angustioso. Todo ello presente en sus dos insuperables cintas: "Written on the Wind" ("Escrito sobre el viento"), 1956, con una olímpica e inolvidable Dorothy Malone
Robert   Stack, Lauren Bacall y Rock Hudson.
 
 
 
 
 



E "Imitation of Life" ("Imitación a la vida"), 1959, con la mejor Lana Turner, John Gavin, una memorable Juanita Moore, Sandra Dee y Susan Kohner.
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


A todo ello, hacía tiempo que se había unido el fenómeno del cine literario de William Wyler, Otto Preminger y George Cukor, por citar algunos nombres relevantes entre muchos otros. Grandes y menos destacadas obras literarias son así adaptadas a la gran pantalla, sin reservas ni complejos, (ya lo hizo torrencialmente, en 1939, David O. Selznick con "Gone with the Wind" ("Lo que el viento se llevó"), integrándose, con plenos derechos, desde la página escrita a la estética audiovisual y, muchas veces, a la cúspide del desenfreno figurativo. Buena muestra de ello fueron "The Letter" ("La carta"), 1940, de Wyler, adaptación modélica de un relato de William Somerset Maugham, con dos ardientes mantis como Bette Davis y Gale Sondergaard, y como elemento masculino devorado Herbert Marshall y James Stephenson.


Y "Forever Amber" ("Ambiciosa"), 1947, de Preminger, ardiente adaptación de la novela río de Kathleen Winsor, con una impactante y apasionada Linda Darnell, y un reparto de rendidos amantes como George Sanders, Richard Greene, George Sanders, Glenn Langan, y Richard Haydn, a los que se antepone un frígido Cornel Wilde.
 
 

 
 
 
 

 
 
 

La traslación masiva de obras clásicas y de best-sellers, de mejor o peor calidad, alcanza así, por medio de la pantalla grande, un nuevo espacio real y coherente, y revaloriza la importancia de los actores, de los diálogos, de los decorados y localizaciones casi al mismo tiempo que el de los escritores. Algunas nubes de polvo crítico se alzaron contra este discutido "cine impuro" que hallaba sus fuentes en las obras escritas que ya habían obtenido su merecimiento literario y crematístico en las librerías de todo el mundo, al ser volcadas sus páginas a muchísimos idiomas. Pero el crítico y teórico francés André Bazin [Angers, Países del Loira, 18 de abril de 1918-Nogent-sur-Marne, Isla de Francia, 11 de noviembre de 1958] escribiría (a partir del cine mudo) que, al fin y al cabo, esta mal llamada impureza de la imagen en movimiento era la consecuencia lógica de la aportación del arte cinematográfico desde la letra escrita a una gigantesca cúspide del lenguaje visual, ya internacional.
 
 
 
 
 

 
 


 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Un débil escritor, Richard Harland-Cornel Wilde, cae en las garras de una apasionada, absorbente e intrigante mujer, Ellen Berent-Gene Tierney. Su hermanastra Ruth Berent-Jeanne Crain, y la madre de ambas, Mrs. Berent-Mary Philips, ven, oyen y sufren en silencio su desapego ignominioso. El vitriólico Russell Quinton-Vincent Price, amante despechado de Ellen, por la que padece una obsesiva pasión, se salva de ella, pero acusa, acusa. Y el joven paralítico Danny Harland-Darryl Hickman se convertirá en la víctima propiciatoria del mundo convulso y enfermizo de Ellen Berent.

 
 
 
El novelista Richard Harland conoce a Ellen Berent, una bellísima joven de la mejor sociedad bostoniana, en un tren de viaje hacia Nuevo México. Ellen lee un libro de Harland y descubre que el autor del mismo se halla sentado frente a ella. Ellen se siente de inmediato atraída por Richard. La muchacha se hospeda en un resort de la zona desértica, pero de paisaje espectacular, en aquel estado. Allí, por voluntad de su padre, recientemente fallecido, y al que le unía un vínculo emocionalmente obsesivo desde su niñez, esparcirá sus cenizas. 
 

 
Un inicial motivo de la atracción que Ellen empieza a sentir por Richard es el  parecido que el mismo guarda con su padre.
 

 
 
Harland está de vacaciones en otro lujoso resort, en el que se hallan también la madre Mrs. Berent, ahora viuda, y muy distante en el afecto de su hija, y de su hermanastra Ruth, una atractiva, alegre y extrovertida joven adoptada por los Berent, y a quien Ellen ha aceptado desde siempre con un frío afecto fraternal. Richard y Ruth simpatizan en sus gustos literarios, aunque el novelista se siente mucho más atraido por Ellen.


Richard y Ellen comienzan un romance vertiginoso. El novelista se rinde a la desconocida que de forma tan casual ha irrumpido en su vida, fascinado no sólo por su exótica belleza, sino también por la intensa y arrolladora personalidad de la misma. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

La aventura de la pareja se interrumpe cuando el prometido de Ellen, el inquitante abogado Russell Quinton, cuyo prometido enlace matrimonial ha sido repetidamente pospuesto tras la muerte de Berent Sr., llega de forma inesperada una noche. Ellen, muestra ahora una total indiferencia y aversión por su ex pretendiente, y anuncia esa misma noche que ella y Richard se casarán, para sorpresa de Mrs. Berent, Ruth, de Russell en especial, y hasta del mismo Harland, asombrado por el inesperado anuncio conyugal que le propone Ellen.
 
 
 
 

Ellen y Richard se casan en Warm Springs, Georgia. Y su viaje de novios tiene lugar en un albergue de montaña propiedad del novelista, situado a orillas de un lago, en el norte de Maine. Ellen muestra, desde el primer día, una felicidad posesiva en su iniciada vida doméstica. 
 
["Los deseos de Ellen siempre prevalecieron. Ella podía obtener el tiempo, el lugar, y al hombre. Todo a la vez. Nada importaba quien se interpusiera en su camino. Ellen fue juez y verdugo. Siempre supo cómo escapar a los castigos habituales de la tierra. Nunca hubo una mujer cuya apariencia desmintiera tanto su corazón. La perfección de sus proporciones siempre ocultó el desequilibrio más feroz de su interior. Sólo la postura de sus labios y sus grandes ojos traicionaron a la verdadera mujer. Esto concedió a su belleza ese trazo misterioso y amenazador que los hombres jamás pudieron perturbar" -Ben Ames Willliams-]


El peor estado de resentimiento que irrumpirá en su matrimonio cobra las mayores dimensiones maníacas en Ellen cuando aparece el amado hermano adolescente de Richard, Danny, paralizado por los efectos de la polio. Juntos acuden al sanatorio para que Ellen lo conozca y le cobre el cariño que Richard espera de ella. Finalmente, es rescatado del hospital por Richard y se viene a vivir con ellos. 


 

 
 
 
 
 
 
 
Y de forma gradual, se hace evidente que está patológicamente celosa de cualquier persona y cualquier cosa que pueda importarle a Richard más que ella, según le dicta su vehemente imaginación. En este estado de inquietud recelosa incluye la carrera de su esposo, a su madre y a su hermanastra. Celos que se acrecientan durante una visita inesperada al lago de su familia, invitada por Richard. Mrs. Berent, sabiéndose muy mal recibida por su hija, intenta advertir a Richard de que Ellen es propensa a la obsesión y la compulsión de "amar con obsesivo exceso". Ruth sigue manteniendo un contacto amistoso con Richard. Y Danny también se muestra contento con la presencia de Ruth y de Mrs. Berent. Todo ello provoca un nuevo rencor desmedido por su familia y por su débil cuñado. 
 

 
Danny, ajeno a la aversión que su cuñada ha empezado a sentir por él, practica sesiones de natación en las frias aguas del lago, acompañado y vigilado por ella en un bote de remos. Una tarde, Ellen acepta la propuesta de Danny, convencido de que puede nadar de un extremo al otro del lago. El muchacho inicia su recorrido acuático y una paralización inesperada le impide seguir nadando. Cuando pide socorro, una despiadada Ellen observa desde la barca los terribles esfuerzos de Danny por mantenerse a flote. Y permanece impasible mientras se hunde bajo la superficie y se ahoga. A lo lejos, aparece la figura de Richard, que ha emprendido un paseo por el bosque. Ellen, a fin de llamar su atención con la idea de convencerle de su inocencia tras el terrible accidente que acaba de tener lugar, grita, fingidamente enloquecida, el nombre de Danny, y se lanza al lago. Richard, que presiente el suceso, nada también hasta la embarcación de Ellen, que simula debatirse entre las aguas en una búsqueda desesperada por el joven ahogado.
 
 
 




 

 
 
 
La muerte de Danny es aceptada como un desgraciado accidente. Richard  vivamente deprimido y Ellen se instalan  en la casa familiar de ella situada en Bar Harbor.  

Mrs. Berent sospecha de su hija, creyéndola capaz de cualquier atrocidad con tal de retener a Richard. En la casa, la ignora por completo. Ruth trata de ser más comprensiva con ella, e incluso le muestra un difícil afecto. 

 
 
Ellen se halla embarazada en un intento de complacer a Richard, pero, en realidad, y según confiesa a Ruth no quiere al niño. Ante el horror que despierta en su hermanasra, Ellen lo compara como una "pequeña bestia" que late en su interior. 
 

Richard se muestra feliz con la próxima llegada de su hijo, y en compañía de Ruth y Mrs. Berent preparan entusiasmados la habitación para el bebé. Pero Ellen no comparte esta alegría, rechaza los preparativos y se muestra enferma en todo momento.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
Imaginando que Richard pueda anteponer al suyo el cariño por la criatura que ha de nacer, se dispone a perderla con un aborto demencial que perpetra arrojándose por una escalera. Ellen logra interrumpir el embarazo y, tras recuperarse, sigue obsesionada por sus celos enfermizos.
 
Acusa a Ruth de estar enamorada de Richard, citando una dedicatoria de su nueva novela que posiblemente alude a ella. Ruth, en un acto de desesperación, acusa a Ellen de ser la causante de todos los males que ha sufrido la familia. Richard escucha el argumento, y empieza a ver con claridad el lado siniestro que oculta su mujer.

Sintiéndose despreciada, Ellen le confiesa haber sido la autora de la muerte de Danny y añade cruelmente que lo volvería a hacer si tuviera la oportunidad. Asímismo, no duda en seguir lacerando a Richard cuando  manifiesta su odio por el hijo cuyo nacimiento ha impedido consumando el más vesánico y cruel de los abortos.
 


 
 
 
 
Después de estas confesiones, Richard abandona definitivamente a Ellen, pero no emprende acciones penales porque no hay pruebas suficientes para inculparla ante la ley. Después de que Richard se marcha, Ellen vengativa, envía una carta a Russell, ahora fiscal de distrito del condado, en la que acusa a Ruth y a Richard de haber conspirado para asesinarla. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Ellen ingiere deliberadamente azúcar mezclada con arsénico, sin que ellos lo sepan. El veneno actúa durante varios días, y los médicos no pueden salvarla. Cuando Richard visita a Ellen en su lecho de muerte, ella solicita ser incinerada y que sus cenizas sean esparcidas en Nuevo México, donde ella esparció las de su padre.
 



 
 
Después de que Ellen muere, Ruth hace que sus restos sean incinerados por instrucción de Richard. Posteriormente es acusada del asesinato de Ellen, y procesada por Russell, quien, durante el juicio, que se prolonga durante días, propone ante el jurado que Ruth planeó matar a Ellen para unirse sentimentalmente a Richard, de quien está enamorada, como se demuestra en la  dedicatoria de Richard a Ruth en su libro. Tras esta aseveración Ruth sufre un desmayo en la sala. 

 
 

Acto seguido, Russell interroga a Richard, y  manifiesta que la cremación de Ellen por parte de Ruth ha sido calculada por ambos para evitar una autopsia. Richard testifica apesadumbrado sobre los celos psicopáticos de Ellen, insistiendo en que ella hizo que su propio suicidio pareciera un asesinato para castigarlo a él y a su hermanastra.

 
Ruth es absuelta, pero Richard es injustamente sentenciado a dos años de prisión como cómplice de la muerte de Danny, ya que ocultó la confesión de Ellen. Después de completar su sentencia, Richard regresa a su casa del lago donde es recibido con amor por Ruth.
 
 
 

 
 
 
 
 


¡Sublimidad del más maligno "amour fou", de los celos, y de la más malvada y escalofriante  despedida de ese amor  ya perdido, a través de la imperecedera belleza de una Gene Tierney irrepetible, que nos pone los pelos de punta, entre un revuelo de tul azulado, con su aborto premeditado frente a una escalera dantesca donde se exalta su maldad, casi alada. ¡Deseamos que muera! ¡Quizás por ello le arrebataron el Oscar! ¡Melodrama sin pelos en la lengua del mejor John M. Stahl, capaz de convertir una mala novela en una verdadera obra de arte cinematográfica! Ellen-Tierney ¡¡olímpica y majestuosamente malévola! ¡El Technicolor es glorioso!
 





























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