domingo, 10 de noviembre de 2019

Pim, Pam, Pum, ¡Fuego!


Retroceder a aquella pasada posguerra española de la década de los 40 significa enfrentarse a una consecuencia social, cultural y moral de tristes parámetros trágicos. Tras una cruenta guerra civil nace una dictadura impuesta por el triunfo bélico. España sufre así el castigo explícito que se deriva de aquellos horrores marciales.  Los rígidos criterios morales se hallan en alza. Gobierno y Clero se imponen la nefasta tarea de corregir la posible amoralidad o inmoralidad del pueblo vencido. No importa el bando en que se haya combatido. El español de a pie es ahora un ente "decentemente" condenable. Una víctima de los criterios éticos que impone el nuevo régimen fascista. Se da por hecho que las prisiones de la dictadura deben continuar "acogiendo" cualquier acto de disidencia ideológica con la flamante autocracia. Y por ello, es inimaginable pensar en pasados desvaríos de libertad cognitiva en cuanto a sentimientos políticos. De acuerdo con esos estrictos dictámenes, la victoriosa mano dirigente no duda en seguir firmando penas de muerte.

Al mismo tiempo, la mejor intelectualidad hispana se halla en franca huida. En la nueva España franquista se puede ser un genio, pero no sirve para nada. Es necesario cumplir con el capítulo de las nuevas intelectualidades afectas al fascismo acaudillado por Franco. Mientras tanto en las alejadas zonas urbanas de la península los rebeldes derrotados, conocidos por "maquis", siguen enfrentándose, a la desesperada, al represor estamento policial de la dictadura. Se lucha sin acertar en blanco alguno. Es una repetición incansable de los valores republicanos. Pero las guerrillas no ofrendan ya sino sacrificios vanos y muertes gratuitas. Pese a que el  "maquis" adquiere ya connotaciones históricas de destacable insurrección, la aventura es imposible. Pronto conocerá su definitiva dispersión, una pequeña diáspora cruelmente perseguida. En una España económicamente deprimida es significativo el auge de las actividades irregulares conocidas por "estraperlo", que es sinónimo del "mercado negro", el cual hallará su punto álgido también en la inminente Europa hundida por la II Guerra Mundial. El historial social de todo nuestro continente se ve enturbiado de tremendismo, tragedia y tristeza. Las buenas gentes, los pueblos llanos, vencidos o engañosamente victoriosos han aprendido que las guerras y sus nacionalismos no son más que una terrorífica y absoluta estafa.
El nuevo castigo es explícito. Y se cuenta que para la gente que no decide llorar en sus casas, no hay mejor catarsis para desahogar sus lágrimas, espontánea y "libremente", que acudir a las salas cinematográficas. Nadie se escandaliza. Y aunque también se impone la charanga y pandereta, las desgracias que se ven en la pantalla son iguales a las que se viven en millones de hogares. Y es que en ellos "cualquier síntoma de felicidad es sospechoso de pecado"






 



[Nacido en Bilbao el 30 junio 1938]- Estudiante de Economía, decide matricularse en la Escuela Nacional de Cine en Madrid.Su primera alternativa para llegar a servir al cine controlado por el Estado la encuentra en Televisión Española donde, a partir de 1964, realiza el cortometraje "Anabel" y varios documentales. 

En 1967 consigue realizar su primera película "Días de viejo color", comedia de corte romántico-musical muy en boga en la década de los 60, con nuevas promesas como Cristina Galbó, Andrés Resino, y Gonzalo Cañas, cameos musicales de Massiel y Luis Eduardo Aute, y presencia de Luis García Berlanga y Miguel Picazo. Personajes jóvenes, emplazados en un Torremolinos donde el turismo en busca del sol malagueño empieza a hacer furor. Y el afán típicamente hispano del ligue fortuito en una época en la que cualquier expresión realísticamente consecuente con las actitudes juveniles y sus emociones no llegaban a analizarse con rigor. Pese a todo el film fue premiado por el Círcuclo de Escritores Cinematográficos.
En 1971, Olea con "El bosque del lobo", lleva a cabo una magnífica adaptación de la famosa novela del escritor gallego Carlos Martínez-Barbeito "El bosque de Ancines", finalista del Premio Nadal de 1945. La obra se inspira en el asesino Manuel Blanco Romasanta, condenado a cardena perpetua y presuntamente fallecido en una cárcel de Ceuta en diciembre de 1863. El cómico José Luis López Vázquez se hace con uno de sus primeros papeles dramáticos. Su magistral interpretación del presunto lobishome (hombre lobo) Benito Freire, (en realidad buhonero epiléptico, y cruel asesino de camino entre los parajes decimonónicos de una Galicia tan mágica como fantasmal, ensombrecida por los supersticiosos rumores de la licantropía), le valieron al actor el reconocimientos como Mejor Intérprete de 1971. El film se beneficiaría asimismo con un reparto estelar de primera fila: Amparo Soler Leal, Antonio Casas, Nuria Torray, Alfredo Mayo y John Steiner
Su siguiente película fue "La casa sin fronteras", 1972, film de misterio que se entronca en la preocupante y sombría visión de las sectas espirituales, aquí hipotéticamente relacionada con el Opus Dei. Entre una lograda e inquietante atmósfera se mueven sus angustiados protagonistas excelentemente interpretados por Geraldine Chaplin, Tony Isbert, Viveca Lindfors, José Orjas, Eusebio Poncela, y Patty Sephard.
Seguirían éxitos de taquilla como "No es bueno que el hombre esté solo", 1973, de nuevo con José Luis López Vázquez y una exuberante y desinhibida Carmen Sevilla. Comedia de corte mórbido en la que su atormentado y sexualmente reprimido protagonista vive pasional y conyugalmente ligado a una muñeca erótica. Aunque inmediatamente anterior, el film de Olea ofrenda una temática que se emparentaría con la película "Grandeur Nature" ("Tamaño natural") que Luis García Berlanga rodaría en Francia en 1974 en coproducción España-Francia-Italia, uno de los últimos intentos de esquivar una censura española que pronto haría aguas.
Olea emprende luego la que sería conocida como "trilogía madrileña" con títulos tan significativos y celebrados por la crítica como "Tormento", 1974, tan extraordinaria como emotiva adaptación de la novela del mismo título de Don Benito Pérez Galdós. Y un inolvidable reparto estelar: Ana Belén, Francisco Rabal, Concha Velasco (ganadora como Mejor Actriz del Premio de la 30ª Edición de las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos) Javier Escrivá, Rafael Alonso, Ismael Merlo, Amelia de la Torre, Milagros Leal, y María Luisa San José; "Pim, pam, pum ¡Fuego!", 1975, sensacional ambientación de posguerra española con sórdido estraperlista, "maqui" y muchacha de "varietés" víctimas propiciatorias de la sombría dictadura franquista, interpretada por Fernando Fernán Gómez, Concha Velasco, José María Flotats, y José Orjas; y "La Corea", 1976, incomprendida por la crítica. Desgarrador cuadro de prostitución masculina con la  tentadora connivencia del militar estamento norteamericano radicado en Torrejón. "Gigolos" y madura "madame", extraordinaria interpretación de una inolvidable y hoy injustamente olvidada Queta Claver, y con Ángel Pardo, Cristina Galbó, José Luis Alexandre, Encarna Paso y Dean Selmier.

En 1978 dirige "Un hombre llamado Flor de Otoño". Un abogado catalán, Lluís Serracant, uranista, hijo de una acomodada viuda, vive una doble vida como transformista de cabaret nocturno con el nombre de "Flor de Otoño" en la Barcelona de 1920. A esta variante de morbidez homosexual, se añade la perpetración de un atentado anarquista contra el dictador Primo de Rivera en una de sus periódicas visitas a la ciudad condal. José Sacristán se hace con el difícil personaje, y triunfa en San Sebastián donde recibe el premio al Mejor Actor, asi como el Premio San Jordi de 1979.

Seguirá "Akelarre" en 1984, film que se enclava en la Navarra vasca, supersticiosa y pagana, enfrentada al estamento católico e inquisitorial del siglo XVI, y sus consonancias nigromantes. Todo ello basado en un proceso de brujería real que se dio en el valle de la Araitz navarra en 1595. La película fue muy mal recibida por la crítica y fracasó estrepitosamente en taquilla. Entre sus siguientes films cabe tan sólo resaltar "Más allá del jardín", 1997, correcta adaptación de la novela de Antonio Gala, en la que contó de nuevo, como protagonista principal, con Concha Velasco.
En 1993 Olea ganó el premio Goya de la Academia Española al mejor guión adaptado por "El maestro de esgrima", según la novela de Arturo Pérez- Reverte.

Una posguerra inmediata a la confrontación civil española. Todo el país rezuma la inmundicia fascista del régimen vencedor e imperante. La desesperación, la miseria, el hambre, y el dolor de un pueblo machacado lacera nuestras arterias. Un "maqui" perseguido, indocumentado, trata, sin conseguirlo, de salvar el franquista muro policial. Una hermosísima corista de "varietés" intenta protegerlo. Amor frustrado entre un estercolero de odios y miseria.

FERNANDO FERNÁN GÓMEZ está portentoso: es un trepa maduro, repulsivo y despreciable. Un estraperlista de lujo, adicto a la política imperante, cruel, lujurioso y mezquino hasta la médula, que apesta y nos produce pesadillas entre esa España corrompida y fascista. Toda su inteligencia de vividor ruin, consentido y acomodaticio con el nuevo régimen, deja huellas (en el recuerdo interpretativo) de uno de los rostros más cínicos y borrascosos que han presidido nuestro celuloide. Fernán Gómez nos brinda una genial exploración personal de los más recónditos aspectos de la personalidad humana: Conocemos su sensual ferocidad, cuando es golpeado por el "maqui" que la corista oculta. Un rencor capaz de ser transferido luego al de un verdadero asesino a sangre fría. 
 


CONCHA VELASCO ilumina la pantalla: recupera de nuevo esa identidad de gran actriz (que durante tanto tiempo anduvo buscando), y nos da un curso completo de emoción y sentimiento, de la más certera precisión dialogística en boca de una mujer enamorada, que no puede evitar verse manipulada por el hombre al que odia. 

 


JOSÉ ORJAS, ¡extraordinario!, y JOSÉ MARÍA FLOTATS contribuyen con sus espléndidas interpretaciones a alimentar las neurosis colectiva de aquella demoledora época de impotencia social impuesta por la dictadura de Francisco Franco. Acta de defunción de nuestras libertades, y nueva explosión de horror que nos impuso a los españoles el vengativo "callejón sin salida" del gobierno victorioso que cercenara la etapa política de la República.
La mezcla entre Concha Velasco y Fernando Fernán Gómez es explosiva. Si Pedro Olea estuvo a punto alguna vez de ser magistral fue en este melodrama descarnado. Muy aconsejable para las nuevas generaciones de teléfonos móviles en ristre (si llegaran a verla, ¡cosa un tanto dudable!) y que imaginan como escenografía única de la existencia este mundillo confortable y "pasota" en el que han tenido la suerte de nacer.










Obra maestra total, inolvidable, impactante, didáctica y magistralmente apasionada. ¡Muy nuestra! Interpretaciones gigantescas. Un alarde irrepetible de puesta en escena.








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