
Cacería real







Suena el cuerno de caza. se delinean las imágenes de los barones que
acompañan al monarca. Tras él quedan momentáneamente los excesos y
hábitos polémicos de la corte, los asuntos civíles, y el decidido
enfrentamiento con las autoridades seculares. La atracción de las verdes
praderas, del boscaje intrincado que acoge el desbandado tropel de los
cazadores. Una transtoria concesión de libertad frente a los giros
dictatoriales de la política. Una expeditiva concesión a la
incompatibilidad con el honor del súbdito servil y los intereses de la
corona. Dos protagonistas que no tardarán en verse condenados a vagar en
un mundo obsesionado por el poder y la muerte. Henry y Thomas a caballo. Cada uno sostiene un halcón en la mano. "¿Una carrera?", propone el monarca. Becket acepta complacido. Parten al galope, internándose en el bosque.










Una lluvia torrencial sorprende a los cazadores. Momentos de confusión al adentrarse en el bosque, donde un joven campesino sajón afila una pequeña rama con su cuchillo. Cuando oye el cuerno de caza corre hacia una miserable cabaña. Advierte a su anciano padre y a una muchacha de la presencia de los caballistas: "¡El rey caza!", exclama, y el anciano aterrorizado añade: "¡Oh, adentro, deprisa!" Padre e hijo se adentran en la frondosidad para ocultarse. Henry y Thomas llegan ante la cabaña y desmontan para protegerse de la lluvia que sigue arreciando: "Pongámonos a cubierto antes de que nos ahoguemos"... Desde el interior de la cabaña, la muchacha observa la llegada del monarca y su súbdito, para esconderse a continuación. "Hemos perdido a los barones"... (exclama Thomas. Y Henry resta importancia) "Ya nos encontrarán... toma, sujeta esto" (El monarca penetra en la cabaña, y habla con su halcón en femenino) "¡Tengo frío, preciosa" (Emplaza al ave en un rincón) "Vamos, siéntate ahí, eso es, buena chica... Vamos, ponte ahí..." (Trata inútilmente de calentarse ya que no hay fuego alguno en el interior del chamizo. Llega Thomas, y se desprende del halcón) (Henry) "Me estoy congelando, enciende fuego"... "No habrá leña en esta cabaña... ¿En mitad del bosque?" (se asombra Henry) (Becket explica con tristeza) "Esta gente está autorizada a dos medidas de leña al año. Una rama más y los cuelgan"..: "¿Edicto mío?"... "Vuestro edicto"... El joven huido se acerca a los caballos y Thomas que presiente que alguien se mueve en el exterior, sale de la cabaña. Ve al pobre anciano bajo la lluvia y lo requiere: "Vamos, anciano. Necesitamos leña. No tengas miedo"









Henry permanece en la miserable cabaña, e inesperadamente observa un movimiento bajo unas astrosos trapos, por los que asoman de pronto unos pies. Se acerca y aparta bruscamente la tela. Bajo la misma aparece el rostro aterrorizado de la muchacha que trataba de ocultarse: "¡Thomas, ven aquí! (exclama el rey complacido por mostrarle su descubrimiento) "Mira esto. Apesta un poco, pero podríamos lavarla. ¿Qué te parecería un poco aseada?"... "Es una niña" (muestra su disconformidad Becket)... "¿Cómo será cuando sea mujer?" (ironiza Henry) "¿Cuántos años le echas...16, 17...?"... "Sabe hablar, mi señor... ¿Cuántos años tienes?" (En ese momento penetra en la choza el anciano padre de la joven, portando algunas ramas, visiblemente asustado al observar que su hija ha sido descubierta) (Henry) "Claro que sabe hablar...¿Qué edad tiene tu hija, perro?" (El anciano balbucea, y no acierta a soltar palabra)
(Henry) "Es increíble el número de mudos que encuentro cuando pongo el pie fuera de mi palacio" (se expresa contrariado) "¡Gobierno un reino de mudos!"...





(Becket) "Tienen miedo"... "Eso también es verdad" (Al anciano) "No te quedes ahí, echa leña al fuego"... (Henry saluda a su halcón) "Hola, bonita" (Y la muchacha, observada por su padre y Becket, que se muestra comprensivo, trata de escabullirse. Pero Henry la detiene, y, mientras la agarra, observa al anciano) "Mira esto... Lo más increíble es que siendo tan feo sea capaz de hacer hijas tan bonitas. Tú perteneces a la familia, explícame eso"...







(Becket elucubra con mal disimulado desagrado frente a la actuación autoritaria de Henry) "Bueno, con 20 años, antes
de perder los dientes, y aparentar esa edad indefinida que la gente
común tiene, puede que haya sido guapo. Puede haber tenido una noche de
amor. Un momento en el que fue un rey y se despojó de su miedo. Después
de eso, su vida de miseria continuó, eternamente, del mismo modo... El
momento se desvaneció, y él se olvidó de todo. La semilla fue
sembrada"...





(Henry, refiriéndose a la joven) "¿También se volverá fea?"... "Seguramente"... "Si la convertimos en una ramera y la guardamos en palacio, ¿seguirá siendo bonita?"... "Quizás"... "Entonces le estaríamos haciendo un favor, ¿verdad?"... "Sin duda"







(El pobre anciano balbucea de nuevo ante la proposición real, aterrorizado de que su hija pueda ser conducida a palacio y que se convierta en una desgraciada manceba del monarca. Henry exclama autoritariamente) "Fíjate... comprende cada palabra. ¡Deja de mirarme, perro! ¡Tráeme algo de beber!"... (Becket contrariado) "Tengo algo de beber en mi silla"... "¿Qué te pasa, Thomas?"... "Nada... Os conseguiré una bebida" (Becket sale de la choza).





La lluvia sigue arreciando. Becket sale de la choza y se dirige
hacia su cabalgadura. De improviso, el joven oculto en el bosque, que
empuña un cuchillo, sale de su escondite y se precipita sobre él,
tratando de apuñalarle. La respuesta de Thomas es inmediata, y
forcejea con el muchacho tratando de arrebatarle el puñal. Logra
imponérsele, y le empuja. Tras el intento de protegerse, el cuchillo
rasga su mano, mientras el joven, que ha caído en tierra, se alza y
vuelve a huir ocultándose de nuevo en la foresta azotada por la lluvia.



Cuando el canciller vuelve a la choza, Henry observa complacido las piernas de la aterrorizada joven de la cabaña. Thomas entrega la bebida a su rey, "Gracias, Thomas" El rey bebe, mientras atiende el cuerno de caza: "Nuestra escolta... ¿Quieres?", le invita a acompañarle y da un pequeño golpe a la mano herida de Becket, que profiere un leve gemido de dolor: "¿Qué te pasa? ¿Estás herido?..." (Se extraña Henry) (Becket resta importancia) "No es nada..." (Pero Henry insiste) "Enséñamelo..." "Ya sabéis que no podéis soportar la visión de la sangre..."(Le muestra la mano, y Henry expresa una mueca de desagrado)





(Becket aduce) "Mi caballo me mordió..." (Henry lanza una sonora carcajada, y exclama) Eso es muy gracioso. Aquí, mi señor, que nos hace parecer tontos en las justas con su elegante destreza como jinete, se dirige a sus alforjas, y resulta mordido como un mozo de cuadra. (Henry toma a su canciller por los hombros y se compadece) "Pareces algo tembloroso, pequeño sajón. Es gracioso, no soporto imaginarte dolorido. Todo esto sólo para traerme una bebida. Herido en servicio del rey"...



(Henry bebe de la copa y asevera) "Esto merece un regalo. ¿Qué te gustaría" (Becket señala a la pobre muchacha y le dice) "Esta chica. Me apetece"





(Henry entonces se muestra contariado ante la elección de su canciller) "Eso es muy fastidioso por tu parte. A mí también me apetece. Y en asuntos de esta índole la amistad salta por la borda. De acuerdo, es tuya"... "Gracias, mi príncipe"



(Henry mira a Thomas con sorna diabólica) "Pero algún día me devolverás un favor igual" (Becket sonríe, dubitativo) "Como gustéis"... (Y su príncipe insiste, alzando arbitrariamente un dedo) "Igual. Favor por favor. ¿Me das tu palabra de caballero?... "Os la doy" (asiente Becket) "De acuerdo, es tuya. ¿La llevamos con nosotros o hacemos que nos la envíen" (Propone el rey, y su canciller refuta) "No, no, no, los soldados pueden llevarla"



(El rey se dirige al pobre leñador)
"Lava a tu hija, perro, y mátale las pulgas. Ella va a venir a palacio
para su Señoría aquí presente. Él también es sajón, así que espero que
también estés satisfecho..." (Se oye de nuevo el cuerno de caza. Los barones que se aproximan) "Dale dinero, Thomas. Me siento generoso esta mañana"





(Henry abandona el chamizo, y Becket se acerca al anciano y le dice) "No te preocupes por tu hija. Nadie
vendrá a llevársela, me ocuparé de ello. Y dile a tu hijo que debería
permanecer escondido en el bosque hasta que sepa manejar un cuchillo.
Toma (Entrega una pequeña bolsa de monedas al anciano y sale de la cabaña)





































































































El hecho de que los monarcas absolutos como Henry II apenas comunicaran con sus infortunados súbditos, con excepción de sus barones, era moneda en curso en toda Europa, muy conveniente para su universalismo autocrático. Plantagenet,
al igual que otros muchos monarcas europeos del Medioevo, soñaba
también con romper el incómodo idilio entre Iglesia y Estado. Pero el
recelo y la acritud de los prelados, eternos camaradas de viaje, tomaba
delantera ante cualquier extremismo. Bastaba la excomunión para que la
autoridad de un monarca pasase a ser meramente nominal, y acabara
predestinado a la condenación eterna, sin garantía alguna para el más
allá. Una condenación que a priori se convertía en sinónimo de
herético, corrupto y libertino.
Habría que esperar varios siglos para que una corona inglesa, como sería la Tudor, se decidiera a organizar su nueva Iglesia reformada y rompiera con la no menos totalitaria autoridad Papal. Pero ello se encaminaría exclusivamente al logro de una ambición civil como era el repudio de una esposa católica para obtener nuevos favores matrimoniales.
Un recién nombrado canciller como Thomas Becket que, anteriormente, en su condición de sajón colonizado por el más poderoso estamento normando, se había considerado apto tan sólo para una vida de estudioso entre el cuerpo monacal, no pudo, sin embargo, resistirse a las exigencias de un rey que había intuido en su actual vasallo un talento muy superior a cualquier otro subordinado de la Corte. Becket se vio así, a instancias de su monarca, expulsado del órgano religioso, y colaboró activamente en su propagandismo mundano y anticlerical, decidiendo permanecer en aquel régimen monárquico, relajado y festivo, que Henry Plantagenet le ofrendaba. Pero el plano jerárquico de la Iglesia, durante siglos, seguía buscando y consiguiendo, a través de la ignorancia de sus pueblos, ganarse para la causa de Dios el móvil de todos los fanáticos: "Quien no está con nosotros, no sólo está contra nosotros, sino también contra Dios"
La unidad espiritual y cultural que mejor convenía al universalismo de
la Iglesia era en toda Europa la de los métodos inquisitoriales y
policíacos, y tras ellos no le andaban a la zaga los autocráticos
monarcas, incrédulos y carentes de todo interés por la teología. Reyes, que al
tiempo que criticaban a la Iglesia, no justipreciaban su propia
intolerancia para con su grey resignada, empobrecida y hambrienta. Las
guerras medievales dejaban cada vez más sitio a la cultura pagana de los
pueblos que anteriormente habitaran el continente europeo. La
aristocracia no asumía más actitud que la del Poder. Y si para
conseguirlo se hacía necesario arrinconar la herencia doctrinal del
catolicismo, lo hacía, aun a sabiendas que sobre ella pesaba el castigo de excomunión. Muchos reyes, como el normando Henry II, no se mantenían alejados de disputas y disyuntivas para mantener sus hegemonías más como hijos del Poder que de la Iglesia, aunque, al acceder al trono, no dudaran en corroborar la ambivalencia Estado-Iglesia.
Existía también el problema de temperamentos más afines con la autoridad real que con la Papal. Plantagenet se valió, pues, de su canciller Thomas Becket, por entonces compañero de francachelas, cacerías y buena mesa, y abanderado ahora de su causa monárquica. Becket, en efecto, demostró hallarse más capacitado que cualquier otro súbdito normando en la Corte Plantagenet para aunar inteligencia y erudición con autoritario desafío frente a la parte contraria, o sea la curia arzobispal inglesa. Y Henry, en consecuencia, lo convirtió en el verdadero coadjutor de todos sus desbarajustes. Pero el monarca se hallaba más interesado en elemento tan inestable como el Poder, en sus conveniencias políticas, en sus títulos, y en sus prerrogativas absolutistas. Y muy habituado, al mismo tiempo, a crear atmósferas rarificadas y violentas incluso con una familia que no le amaba. Por tanto, no fue de extrañar que tampoco acertara a calibrar con la sagacidad que se le suponía como rey de Inglaterra, que, tras las concesiones con que Becket había nutrido su compañerismo festivo y un tanto descarriado, empezase a rebrotar una profunda turbación censuradora.
Habría que esperar varios siglos para que una corona inglesa, como sería la Tudor, se decidiera a organizar su nueva Iglesia reformada y rompiera con la no menos totalitaria autoridad Papal. Pero ello se encaminaría exclusivamente al logro de una ambición civil como era el repudio de una esposa católica para obtener nuevos favores matrimoniales.
Un recién nombrado canciller como Thomas Becket que, anteriormente, en su condición de sajón colonizado por el más poderoso estamento normando, se había considerado apto tan sólo para una vida de estudioso entre el cuerpo monacal, no pudo, sin embargo, resistirse a las exigencias de un rey que había intuido en su actual vasallo un talento muy superior a cualquier otro subordinado de la Corte. Becket se vio así, a instancias de su monarca, expulsado del órgano religioso, y colaboró activamente en su propagandismo mundano y anticlerical, decidiendo permanecer en aquel régimen monárquico, relajado y festivo, que Henry Plantagenet le ofrendaba. Pero el plano jerárquico de la Iglesia, durante siglos, seguía buscando y consiguiendo, a través de la ignorancia de sus pueblos, ganarse para la causa de Dios el móvil de todos los fanáticos: "Quien no está con nosotros, no sólo está contra nosotros, sino también contra Dios"


Probablemente el antiguo diácono sajón había empezado a rehuir los tonos sediciosos de su príncipe, aunque sin censurar del todo su autoridad, pero comprendiendo también que las instituciones seculares como la Iglesia no podían abolirse, aunque fuera en un reinado temporal, a golpe de espada, de un día para otro. Ni tampoco para que la vanidad real se viese así halagada. Y probablemente fue el orden moral, más que el clerical, el que le orientara en el convencimiento de que debía instalarse como Arzobispo en Canterbury. Y, tras una dramática ruptura con su príncipe, aprestarse a combatir por medio de la espiritualidad, los relajamientos potestativos e hirientes de la Corte de Plantagenet.
Derecho de pernada: "Favor por favor"













Gwendolen































































































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