Sentimientos entrecruzados que alcanzan su plenitud entre incomprensiones despiadadas en una época de beaterías e intolerancias exacerbadas, y monopolizadas por la monarquía y el clero. Un bocado demasiado indigesto para una amistad turbulenta, de posturas ambiguas. Una amistad que, tras subrayar las abismales diferencias a las que habrá de enfrentarse, y por mor de un amor mal disimulado, acabará vía asesinato. La química entre Peter O'Toole y Richard Burton funciona con esa prestidigitación misteriosa que ofrece una
verosimilitud nada metódica, olímpica e inmarcesible, a la maestría
interpretativa. Dos pesos pesados del trono cinematográfico. Dos
inolvidables actores que, a través del celuloide, ofrecieron una de
las citas más seguras al arte nacido en el proscenio. Thomas Becket (Richard Burton) parece "una especie de enigma medieval de otro mundo".
Su misticismo es racista. Busca una verdad imposible frente al muro de
silencio e interesado de la religión. Su contacto con la vida se
desintegra al abandonar a su rey. Muerto Becket, Henry Plantagenet (Peter O'Toole) justifica su masoquismo con el mismo rigor que antes lo enloqueciera. Henry II, laurel coronado al que presta su aliento el extraordinario actor irlandés,
se flagela y alcanza su nivel mítico y ambiguo. Su halo romántico tiene
algo de masturbación mental. Por ello, en cada uno de sus encuentros
con el amigo perdido, su enorme carga de amargura y de histerismo
siempre resulta plato de lo más apetecible.
Cacería real
Suena el cuerno de caza. se delinean las imágenes de los barones que acompañan al monarca. Tras él quedan momentáneamente los excesos y hábitos polémicos de la corte, los asuntos civíles, y el decidido enfrentamiento con las autoridades seculares. La atracción de las verdes praderas, del boscaje intrincado que acoge el desbandado tropel de los cazadores. Una transtoria concesión de libertad frente a los giros dictatoriales de la política. Una expeditiva concesión a la incompatibilidad con el honor del súbdito servil y los intereses de la corona. Dos protagonistas que no tardarán en verse condenados a vagar en un mundo obsesionado por el poder y la muerte. Henry y Thomas a caballo. Cada uno sostiene un halcón en la mano. "¿Una carrera?", propone el monarca. Becket acepta complacido. Parten al galope, internándose en el bosque.
Una lluvia torrencial sorprende a los cazadores. Momentos de confusión al adentrarse en el bosque, donde un joven campesino sajón afila una pequeña rama con su cuchillo. Cuando oye el cuerno de caza corre hacia una miserable cabaña. Advierte a su anciano padre y a una muchacha de la presencia de los caballistas: "¡El rey caza!", exclama, y el anciano aterrorizado añade: "¡Oh, adentro, deprisa!" Padre e hijo se adentran en la frondosidad para ocultarse. Henry y Thomas llegan ante la cabaña y desmontan para protegerse de la lluvia que sigue arreciando: "Pongámonos a cubierto antes de que nos ahoguemos"... Desde el interior de la cabaña, la muchacha observa la llegada del monarca y su súbdito, para esconderse a continuación. "Hemos perdido a los barones"... (exclama Thomas. Y Henry resta importancia) "Ya nos encontrarán... toma, sujeta esto" (El monarca penetra en la cabaña, y habla con su halcón en femenino) "¡Tengo frío, preciosa" (Emplaza al ave en un rincón) "Vamos, siéntate ahí, eso es, buena chica... Vamos, ponte ahí..." (Trata inútilmente de calentarse ya que no hay fuego alguno en el interior del chamizo. Llega Thomas, y se desprende del halcón) (Henry) "Me estoy congelando, enciende fuego"... "No habrá leña en esta cabaña... ¿En mitad del bosque?" (se asombra Henry) (Becket explica con tristeza) "Esta gente está autorizada a dos medidas de leña al año. Una rama más y los cuelgan"..: "¿Edicto mío?"... "Vuestro edicto"... El joven huido se acerca a los caballos y Thomas que presiente que alguien se mueve en el exterior, sale de la cabaña. Ve al pobre anciano bajo la lluvia y lo requiere: "Vamos, anciano. Necesitamos leña. No tengas miedo"
Suena el cuerno de caza. se delinean las imágenes de los barones que acompañan al monarca. Tras él quedan momentáneamente los excesos y hábitos polémicos de la corte, los asuntos civíles, y el decidido enfrentamiento con las autoridades seculares. La atracción de las verdes praderas, del boscaje intrincado que acoge el desbandado tropel de los cazadores. Una transtoria concesión de libertad frente a los giros dictatoriales de la política. Una expeditiva concesión a la incompatibilidad con el honor del súbdito servil y los intereses de la corona. Dos protagonistas que no tardarán en verse condenados a vagar en un mundo obsesionado por el poder y la muerte. Henry y Thomas a caballo. Cada uno sostiene un halcón en la mano. "¿Una carrera?", propone el monarca. Becket acepta complacido. Parten al galope, internándose en el bosque.
Una lluvia torrencial sorprende a los cazadores. Momentos de confusión al adentrarse en el bosque, donde un joven campesino sajón afila una pequeña rama con su cuchillo. Cuando oye el cuerno de caza corre hacia una miserable cabaña. Advierte a su anciano padre y a una muchacha de la presencia de los caballistas: "¡El rey caza!", exclama, y el anciano aterrorizado añade: "¡Oh, adentro, deprisa!" Padre e hijo se adentran en la frondosidad para ocultarse. Henry y Thomas llegan ante la cabaña y desmontan para protegerse de la lluvia que sigue arreciando: "Pongámonos a cubierto antes de que nos ahoguemos"... Desde el interior de la cabaña, la muchacha observa la llegada del monarca y su súbdito, para esconderse a continuación. "Hemos perdido a los barones"... (exclama Thomas. Y Henry resta importancia) "Ya nos encontrarán... toma, sujeta esto" (El monarca penetra en la cabaña, y habla con su halcón en femenino) "¡Tengo frío, preciosa" (Emplaza al ave en un rincón) "Vamos, siéntate ahí, eso es, buena chica... Vamos, ponte ahí..." (Trata inútilmente de calentarse ya que no hay fuego alguno en el interior del chamizo. Llega Thomas, y se desprende del halcón) (Henry) "Me estoy congelando, enciende fuego"... "No habrá leña en esta cabaña... ¿En mitad del bosque?" (se asombra Henry) (Becket explica con tristeza) "Esta gente está autorizada a dos medidas de leña al año. Una rama más y los cuelgan"..: "¿Edicto mío?"... "Vuestro edicto"... El joven huido se acerca a los caballos y Thomas que presiente que alguien se mueve en el exterior, sale de la cabaña. Ve al pobre anciano bajo la lluvia y lo requiere: "Vamos, anciano. Necesitamos leña. No tengas miedo"
Henry permanece en la miserable cabaña, e inesperadamente observa un movimiento bajo unas astrosos trapos, por los que asoman de pronto unos pies. Se acerca y aparta bruscamente la tela. Bajo la misma aparece el rostro aterrorizado de la muchacha que trataba de ocultarse: "¡Thomas, ven aquí! (exclama el rey complacido por mostrarle su descubrimiento) "Mira esto. Apesta un poco, pero podríamos lavarla. ¿Qué te parecería un poco aseada?"... "Es una niña" (muestra su disconformidad Becket)... "¿Cómo será cuando sea mujer?" (ironiza Henry) "¿Cuántos años le echas...16, 17...?"... "Sabe hablar, mi señor... ¿Cuántos años tienes?" (En ese momento penetra en la choza el anciano padre de la joven, portando algunas ramas, visiblemente asustado al observar que su hija ha sido descubierta) (Henry) "Claro que sabe hablar...¿Qué edad tiene tu hija, perro?" (El anciano balbucea, y no acierta a soltar palabra)
(Henry) "Es increíble el número de mudos que encuentro cuando pongo el pie fuera de mi palacio" (se expresa contrariado) "¡Gobierno un reino de mudos!"...
(Becket) "Tienen miedo"... "Eso también es verdad" (Al anciano) "No te quedes ahí, echa leña al fuego"... (Henry saluda a su halcón) "Hola, bonita" (Y la muchacha, observada por su padre y Becket, que se muestra comprensivo, trata de escabullirse. Pero Henry la detiene, y, mientras la agarra, observa al anciano) "Mira esto... Lo más increíble es que siendo tan feo sea capaz de hacer hijas tan bonitas. Tú perteneces a la familia, explícame eso"...
(Becket elucubra con mal disimulado desagrado frente a la actuación autoritaria de Henry) "Bueno, con 20 años, antes
de perder los dientes, y aparentar esa edad indefinida que la gente
común tiene, puede que haya sido guapo. Puede haber tenido una noche de
amor. Un momento en el que fue un rey y se despojó de su miedo. Después
de eso, su vida de miseria continuó, eternamente, del mismo modo... El
momento se desvaneció, y él se olvidó de todo. La semilla fue
sembrada"...
(Henry, refiriéndose a la joven) "¿También se volverá fea?"... "Seguramente"... "Si la convertimos en una ramera y la guardamos en palacio, ¿seguirá siendo bonita?"... "Quizás"... "Entonces le estaríamos haciendo un favor, ¿verdad?"... "Sin duda"
(El pobre anciano balbucea de nuevo ante la proposición real, aterrorizado de que su hija pueda ser conducida a palacio y que se convierta en una desgraciada manceba del monarca. Henry exclama autoritariamente) "Fíjate... comprende cada palabra. ¡Deja de mirarme, perro! ¡Tráeme algo de beber!"... (Becket contrariado) "Tengo algo de beber en mi silla"... "¿Qué te pasa, Thomas?"... "Nada... Os conseguiré una bebida" (Becket sale de la choza).
La lluvia sigue arreciando. Becket sale de la choza y se dirige
hacia su cabalgadura. De improviso, el joven oculto en el bosque, que
empuña un cuchillo, sale de su escondite y se precipita sobre él,
tratando de apuñalarle. La respuesta de Thomas es inmediata, y
forcejea con el muchacho tratando de arrebatarle el puñal. Logra
imponérsele, y le empuja. Tras el intento de protegerse, el cuchillo
rasga su mano, mientras el joven, que ha caído en tierra, se alza y
vuelve a huir ocultándose de nuevo en la foresta azotada por la lluvia.
Cuando el canciller vuelve a la choza, Henry observa complacido las piernas de la aterrorizada joven de la cabaña. Thomas entrega la bebida a su rey, "Gracias, Thomas" El rey bebe, mientras atiende el cuerno de caza: "Nuestra escolta... ¿Quieres?", le invita a acompañarle y da un pequeño golpe a la mano herida de Becket, que profiere un leve gemido de dolor: "¿Qué te pasa? ¿Estás herido?..." (Se extraña Henry) (Becket resta importancia) "No es nada..." (Pero Henry insiste) "Enséñamelo..." "Ya sabéis que no podéis soportar la visión de la sangre..."(Le muestra la mano, y Henry expresa una mueca de desagrado)
(Becket aduce) "Mi caballo me mordió..." (Henry lanza una sonora carcajada, y exclama) Eso es muy gracioso. Aquí, mi señor, que nos hace parecer tontos en las justas con su elegante destreza como jinete, se dirige a sus alforjas, y resulta mordido como un mozo de cuadra. (Henry toma a su canciller por los hombros y se compadece) "Pareces algo tembloroso, pequeño sajón. Es gracioso, no soporto imaginarte dolorido. Todo esto sólo para traerme una bebida. Herido en servicio del rey"...
(Henry bebe de la copa y asevera) "Esto merece un regalo. ¿Qué te gustaría" (Becket señala a la pobre muchacha y le dice) "Esta chica. Me apetece"
(Henry entonces se muestra contariado ante la elección de su canciller) "Eso es muy fastidioso por tu parte. A mí también me apetece. Y en asuntos de esta índole la amistad salta por la borda. De acuerdo, es tuya"... "Gracias, mi príncipe"
(Henry mira a Thomas con sorna diabólica) "Pero algún día me devolverás un favor igual" (Becket sonríe, dubitativo) "Como gustéis"... (Y su príncipe insiste, alzando arbitrariamente un dedo) "Igual. Favor por favor. ¿Me das tu palabra de caballero?... "Os la doy" (asiente Becket) "De acuerdo, es tuya. ¿La llevamos con nosotros o hacemos que nos la envíen" (Propone el rey, y su canciller refuta) "No, no, no, los soldados pueden llevarla"
(El rey se dirige al pobre leñador)
"Lava a tu hija, perro, y mátale las pulgas. Ella va a venir a palacio
para su Señoría aquí presente. Él también es sajón, así que espero que
también estés satisfecho..." (Se oye de nuevo el cuerno de caza. Los barones que se aproximan) "Dale dinero, Thomas. Me siento generoso esta mañana"
(Henry abandona el chamizo, y Becket se acerca al anciano y le dice) "No te preocupes por tu hija. Nadie
vendrá a llevársela, me ocuparé de ello. Y dile a tu hijo que debería
permanecer escondido en el bosque hasta que sepa manejar un cuchillo.
Toma (Entrega una pequeña bolsa de monedas al anciano y sale de la cabaña)
El hecho de que los monarcas absolutos como Henry II apenas comunicaran con sus infortunados súbditos, con excepción de sus barones, era moneda en curso en toda Europa, muy conveniente para su universalismo autocrático. Plantagenet,
al igual que otros muchos monarcas europeos del Medioevo, soñaba
también con romper el incómodo idilio entre Iglesia y Estado. Pero el
recelo y la acritud de los prelados, eternos camaradas de viaje, tomaba
delantera ante cualquier extremismo. Bastaba la excomunión para que la
autoridad de un monarca pasase a ser meramente nominal, y acabara
predestinado a la condenación eterna, sin garantía alguna para el más
allá. Una condenación que a priori se convertía en sinónimo de
herético, corrupto y libertino.
Habría que esperar varios siglos para que una corona inglesa, como sería la Tudor, se decidiera a organizar su nueva Iglesia reformada y rompiera con la no menos totalitaria autoridad Papal. Pero ello se encaminaría exclusivamente al logro de una ambición civil como era el repudio de una esposa católica para obtener nuevos favores matrimoniales.
Un recién nombrado canciller como Thomas Becket que, anteriormente, en su condición de sajón colonizado por el más poderoso estamento normando, se había considerado apto tan sólo para una vida de estudioso entre el cuerpo monacal, no pudo, sin embargo, resistirse a las exigencias de un rey que había intuido en su actual vasallo un talento muy superior a cualquier otro subordinado de la Corte. Becket se vio así, a instancias de su monarca, expulsado del órgano religioso, y colaboró activamente en su propagandismo mundano y anticlerical, decidiendo permanecer en aquel régimen monárquico, relajado y festivo, que Henry Plantagenet le ofrendaba. Pero el plano jerárquico de la Iglesia, durante siglos, seguía buscando y consiguiendo, a través de la ignorancia de sus pueblos, ganarse para la causa de Dios el móvil de todos los fanáticos: "Quien no está con nosotros, no sólo está contra nosotros, sino también contra Dios"
La unidad espiritual y cultural que mejor convenía al universalismo de la Iglesia era en toda Europa la de los métodos inquisitoriales y policíacos, y tras ellos no le andaban a la zaga los autocráticos monarcas, incrédulos y carentes de todo interés por la teología. Reyes, que al tiempo que criticaban a la Iglesia, no justipreciaban su propia intolerancia para con su grey resignada, empobrecida y hambrienta. Las guerras medievales dejaban cada vez más sitio a la cultura pagana de los pueblos que anteriormente habitaran el continente europeo. La aristocracia no asumía más actitud que la del Poder. Y si para conseguirlo se hacía necesario arrinconar la herencia doctrinal del catolicismo, lo hacía, aun a sabiendas que sobre ella pesaba el castigo de excomunión. Muchos reyes, como el normando Henry II, no se mantenían alejados de disputas y disyuntivas para mantener sus hegemonías más como hijos del Poder que de la Iglesia, aunque, al acceder al trono, no dudaran en corroborar la ambivalencia Estado-Iglesia.
Existía también el problema de temperamentos más afines con la autoridad real que con la Papal. Plantagenet se valió, pues, de su canciller Thomas Becket, por entonces compañero de francachelas, cacerías y buena mesa, y abanderado ahora de su causa monárquica. Becket, en efecto, demostró hallarse más capacitado que cualquier otro súbdito normando en la Corte Plantagenet para aunar inteligencia y erudición con autoritario desafío frente a la parte contraria, o sea la curia arzobispal inglesa. Y Henry, en consecuencia, lo convirtió en el verdadero coadjutor de todos sus desbarajustes. Pero el monarca se hallaba más interesado en elemento tan inestable como el Poder, en sus conveniencias políticas, en sus títulos, y en sus prerrogativas absolutistas. Y muy habituado, al mismo tiempo, a crear atmósferas rarificadas y violentas incluso con una familia que no le amaba. Por tanto, no fue de extrañar que tampoco acertara a calibrar con la sagacidad que se le suponía como rey de Inglaterra, que, tras las concesiones con que Becket había nutrido su compañerismo festivo y un tanto descarriado, empezase a rebrotar una profunda turbación censuradora.
Habría que esperar varios siglos para que una corona inglesa, como sería la Tudor, se decidiera a organizar su nueva Iglesia reformada y rompiera con la no menos totalitaria autoridad Papal. Pero ello se encaminaría exclusivamente al logro de una ambición civil como era el repudio de una esposa católica para obtener nuevos favores matrimoniales.
Un recién nombrado canciller como Thomas Becket que, anteriormente, en su condición de sajón colonizado por el más poderoso estamento normando, se había considerado apto tan sólo para una vida de estudioso entre el cuerpo monacal, no pudo, sin embargo, resistirse a las exigencias de un rey que había intuido en su actual vasallo un talento muy superior a cualquier otro subordinado de la Corte. Becket se vio así, a instancias de su monarca, expulsado del órgano religioso, y colaboró activamente en su propagandismo mundano y anticlerical, decidiendo permanecer en aquel régimen monárquico, relajado y festivo, que Henry Plantagenet le ofrendaba. Pero el plano jerárquico de la Iglesia, durante siglos, seguía buscando y consiguiendo, a través de la ignorancia de sus pueblos, ganarse para la causa de Dios el móvil de todos los fanáticos: "Quien no está con nosotros, no sólo está contra nosotros, sino también contra Dios"
La unidad espiritual y cultural que mejor convenía al universalismo de la Iglesia era en toda Europa la de los métodos inquisitoriales y policíacos, y tras ellos no le andaban a la zaga los autocráticos monarcas, incrédulos y carentes de todo interés por la teología. Reyes, que al tiempo que criticaban a la Iglesia, no justipreciaban su propia intolerancia para con su grey resignada, empobrecida y hambrienta. Las guerras medievales dejaban cada vez más sitio a la cultura pagana de los pueblos que anteriormente habitaran el continente europeo. La aristocracia no asumía más actitud que la del Poder. Y si para conseguirlo se hacía necesario arrinconar la herencia doctrinal del catolicismo, lo hacía, aun a sabiendas que sobre ella pesaba el castigo de excomunión. Muchos reyes, como el normando Henry II, no se mantenían alejados de disputas y disyuntivas para mantener sus hegemonías más como hijos del Poder que de la Iglesia, aunque, al acceder al trono, no dudaran en corroborar la ambivalencia Estado-Iglesia.
Existía también el problema de temperamentos más afines con la autoridad real que con la Papal. Plantagenet se valió, pues, de su canciller Thomas Becket, por entonces compañero de francachelas, cacerías y buena mesa, y abanderado ahora de su causa monárquica. Becket, en efecto, demostró hallarse más capacitado que cualquier otro súbdito normando en la Corte Plantagenet para aunar inteligencia y erudición con autoritario desafío frente a la parte contraria, o sea la curia arzobispal inglesa. Y Henry, en consecuencia, lo convirtió en el verdadero coadjutor de todos sus desbarajustes. Pero el monarca se hallaba más interesado en elemento tan inestable como el Poder, en sus conveniencias políticas, en sus títulos, y en sus prerrogativas absolutistas. Y muy habituado, al mismo tiempo, a crear atmósferas rarificadas y violentas incluso con una familia que no le amaba. Por tanto, no fue de extrañar que tampoco acertara a calibrar con la sagacidad que se le suponía como rey de Inglaterra, que, tras las concesiones con que Becket había nutrido su compañerismo festivo y un tanto descarriado, empezase a rebrotar una profunda turbación censuradora.
Probablemente el antiguo diácono sajón había empezado a rehuir los tonos sediciosos de su príncipe, aunque sin censurar del todo su autoridad, pero comprendiendo también que las instituciones seculares como la Iglesia no podían abolirse, aunque fuera en un reinado temporal, a golpe de espada, de un día para otro. Ni tampoco para que la vanidad real se viese así halagada. Y probablemente fue el orden moral, más que el clerical, el que le orientara en el convencimiento de que debía instalarse como Arzobispo en Canterbury. Y, tras una dramática ruptura con su príncipe, aprestarse a combatir por medio de la espiritualidad, los relajamientos potestativos e hirientes de la Corte de Plantagenet.
Derecho de pernada: "Favor por favor"
La noche de banquete medieval se perpetúa entre la inestabilidad cortesana como monopolio de una clase servil que depende exclusivamente de la autoridad de su rey. Socialmente es tan inútil como una cacería. Pero se exalta como una función aristocrática y palaciega, que goza de una amplia autonomía para halagar y llenar estómagos. Es el deporte menos cruel, el más despreocupado y alegre, que guía a reyes y cortesanos por la triunfante reacción culinaria. Mientras tanto, las largas e inconvenientes colas de menesterosos y vagabundos súbditos sufren penas severísimas ante cualquier tentativa de alimentarse fuera de las jurisdicciones impuestas por la monarquía del Medioevo. Henry Plantagenet y su canciller Thomas Becket constituyen la clase dominante. Las desfavorecidas masas seguirán sin ser saciadas, porque la Corte olvida con facilidad sus penas y necesidades. Un pantagruélico banquete medieval puede soltar la brida a la depravación y envenenar la vida. Y sus nobles, zafios e ignorantes, al tiempo que engullen viandas y se entregan a tropelías alimenticias ante su monarca con la innata brutalidad que les caracteriza, confunden el nuevo invento florentino, llamado tenedor, con dagas con las que satisfacer sus efusiones de ramplones comensales. Se hacen, pues, patentes las risas de Henry y Becket ante tales barahúndas. Dos barones, acostumbrados a comer con los dedos, se enzarzan en una absurda disputa, y para defenderse blanden en la mano el práctico utensilio florentino. Becket abandona la mesa que comparte con su príncipe y los amonesta con cordialidad, haciéndose con un tenedor: "Disculpadme... No es para luchar, mi querido barón, es para comer" (Becket introduce en la boca del comensal la carne trinchada, y abandona el banquete. Henry observa la marcha de su canciller con descontento y tristeza al sentirse despojado del calor de su compañía)
Gwendolen
Becket se aleja del acompañamiento de su príncipe, probablemente
rehuyendo ya, con cierto agotamiento, una jornada de compromisos
cortesanos y amistosos para con Henry, que exige de él una
presencia reiterada en todos los excesos propuestos por su autoridad
real. Acude por tanto a una privada sala del palacio en la que, lejos
del ruidoso banquete organizado para satisfacer al monarca y a sus
barones, su amante galesa Gwendolen, que tañe un laúd y entona una sentida canción sajona, aguarda su presencia. Cuando Becket llega hasta ella, atiende a la balada, y su amante cesa de cantar: "Continuad, es encantador" (ruega Thomas).
(Gwendolen vuelve a entonar la melodía mientras él se tiende junto a ella. Hasta la sala llegan el alboroto del banquete y Thomas, volviendo la cabeza, manifiesta) "Brutos ruidosos"...
Vos parecéis pasar buena parte del tiempo en su compañía" (opina ella) "No, puedo olvidarlo cuando acudo a vos" (asevera Becket) "Estoy feliz de poder aliviaros"... "No te burles de mí esta noche, Gwendolen. Mañana parto otra vez hacia Francia... y a la guerra"... "Soy la cautiva de mi señor, cualquiera que sea su propósito y cualquiera que sea su humor"..."Así lo espero"... "Es la voluntad de Dios ya que Él concedió a los normandos la victoria sobre mi gente"... "¿Y esa es la única razón de que estéis aquí?" (inquiere Thomas) "Si los galeses hubiesen ganado la guerra me habría casado con un hombre de mi misma raza en el castillo de mi padre. Dios no lo quiso así"... "Está bien"... (Becket se duele al tiempo que besa la mano de ella) "Siento haber llegado tan tarde a vos. Pero el rey me reclama y los barones han de ser mantenidos a raya"... "Estoy mintiendo" (confiesa Gwendolen) "Vos sois mi señor... con Dios y sin Dios. Si hubiéramos ganado la guerra podríais haberme sacado fácilmente del castillo de mi padre. Habría venido con vos porque vos teníais mi corazón antes de capturar mi cuerpo" (Thomas se alza contrariado y ella pregunta) "¿He dicho algo inconveniente?"... "Por alguna razón, no puedo soportar la idea de ser amado. Ya os lo dije"
En ese instante, titubeante por el vino ingerido, se presenta en la sala Henry. Becket lo observa sonriente. Gwendolen se arrodilla ante el monarca, y él le pide por favor que se alce) "Oh, por favor... Sentaos...Tocad algo... algo triste. Ayuda a la digestión. Tocad" (Ella obedece y entona una melodía. Henry, complacido, expresa) "Oh,
dulce y melancólico... Siéntate Thomas. Sé testigo de uno de mis
mejores momentos. Me comporto como un bruto, pero en mi interior soy
suave como un cisne.
Sabes Thomas, a veces creo que tú y yo somos los únicos hombres civilizados de Inglaterra. Como con tenedor... (Henry se alza para situarse tras Gwendolen) y
me has convertido en un hombre de la más delicada sensibilidad. Ahora
si me amas deberías buscarme una chica hermosa de buena raza para darme
un poco de refinamiento"
(Becket empieza a sentirse contrariado, temiéndose la petición del monarca) "Favor por favor, ¿recuerdas?"... "Soy vuestro siervo, mi Señor. Todo cuanto tengo es vuestro. Pero sois también lo bastante gentil para decir que soy vuestro amigo"... "Sí, a eso me refiero, de un amigo a otro"(insiste Henry, ante el asombro de Gwendolen)
"Entonces,
¿estás interesado en ella? ¿Estás interesado en algo? ¿Lo estás? Vamos,
dímelo. Dime si estás interesado en ella o no. Te dije favor por favor,
y te pedí tu palabra..."... "Y yo os la di"... "Correcto" (se muestra satisfecho Henry) "Bien, todo arreglado"... "Me concedéis la gracia de un momento" (solicita Becket) "¡Claro, claro! Después de todo no soy un salvaje"...
(Gwendolen se alza, e inquiere con tristeza a Thomas) "¿Me
prometisteis a él?"... "No. Le prometí cualquier cosa que me pidiera.
Nunca pensé que seríais vos"... "Si me rechazara mañana, me aceptaréis
de vuelta?... "No"... "Os dejo esto, casi habéis aprendido a tocarlo"
(Gwendolen deja el laúd, con profundo pesar)
"No habéis encontrado nada en todo el mundo que os interese,
¿verdad?"... "No"... "Ambos pertenecemos a una raza conquistada, pero
vos habéis olvidado que a la gente a la que le han robado todo puede aún
conservar algo a lo que llamar suyo..."..."Sí, sólo hay un vacío en mí
donde debería hallarse el honor"... "Os amaba, Thomas Becket"
(Se despide Gwendolen. Becket permanece pensativo. La exigencia real ha sobrepasado todo lo que hubiera podido llegar a imaginar. Toma el laúd y tañe unas cuerdas. Un soldado pide audiencia) "Mi señor"... "Pasad" (Y en ese instante aparece la pobre muchacha del bosque, con el rostro aterrorizado, pero aseada. Thomas casi no puede dar crédito a aquella presencia, ya que había prometido impedirla. Henry aparece tras la joven) "Qué descuidado eres, Thomas. Te habías olvidado de ella. Pero tú me dijiste que te apetecía y yo lo recordé. Ya ves que soy realmente tu amigo y te equivocas al no quererme"
(Henry observa el rostro de solapado rencor por parte de Thomas, que se despide de él con aspereza) "Buenas noches, Señor" (La muchacha pregunta con timidez) "¿Me desnudo, mi señor?"... "¿Qué?"... "¿Me desnudo?"... (Becket
lanza una carcajada de pesar y acaricia a la joven)
Thomas, asomado al ajimez contempla a Henry que se dirige hacia una lujosa embarcación
situada en el Thames, en cuyo interior se supone que le aguarda
Gwendolen. Cuando el monarca penetra observa complacido a la joven,
hasta que comprueba que se ha dado muerte con un puñal que ha clavado en su
pecho. Su rostro se congestiona, observa a Thomas que le observa desde
lo alto, y huye en dirección a la sala poco antes abandonada)
(Cuando Henry llega hasta allí, exclama aterrorizado) "¡Thomas! ¡Está muerta! ¡Se ha suicidado! (Becket aparta su rostro angustiado y mudo)
(Henry profiere) "Toda esa sangre... Ayúdame Thomas. Estoy asustado. ¡Soy el rey!" (Becket se vuelve hacia él con gesto airado. Y Henry señala a la muchacha) "¡Deshazte de ella!"... "¡Guardia!" (Henry se tiende en el lecho y exclama) "Voy a dormir aquí esta noche"... (Llega la guardia y Thomas ordena) "Dale a esta muchacha una pieza de plata y déjala irse" (El guardian se la lleva) "No te hará daño" (asegura Becket).
El canciller se dirige hacia el lecho donde se halla el monarca) (Henry) "No quiero estar solo esta noche" (Becket, resignado, se sienta junto a él) "Estoy aquí, mi príncipe"... "Ahora me odiarás. Nunca seré capaz de confiar en ti"... "No tenéis nada que temer" (asegura Thomas)
(Thomas) "Me disteis vuestro sello y mientras lo lleve puesto mi deber es para con mi rey"... "Pero nunca sabré lo que estás pensando" (duda Henry) "Dormid ahora. Mañana cruzaremos el canal. Cuando nos enfrentemos a los franceses en el campo de batalla habrá respuestas sencillas para todo. Mientras Becket deba improvisar su honor de día en día os servirá devotamente"
(Thomas se alza del lecho y se dirige hacia las velas que iluminan la sala. Las va apagando y por un instante se detiene y expresa) "¿Pero y si un día se encontrara con su verdadero honor cara a cara? (observa al rey que duerme) "Pero dónde está el honor de Becket?"... (Se hace la oscuridad).
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