Existe un sentido trágico en la infancia que es como un lugar suspendido entre los ensueños todavía no realizados, y un nexo siguiente con la lenta existencia del crecer que se refugia en una insoportable postración que nos embriaga de incertidumbres. La niñez vive prematuramente entre nostalgias que no comprende, porque siente al mundo adulto, siempre ocupado en asuntos que le son ajenos, cual seres insensibles con la mirada en otra parte; como si para ellos, en realidad, el victimismo infantil no existiera. Y muchas veces ese adorado hogar de libertad y de felicidad donde crecimos, no logra suavizar el régimen de hastío que el mismo acaba por imponernos, dado que esas entrañables paredes, que sólo conservan la pequeña memoria de los primeros años vividos al calor materno y paterno, únicamente parecen respetar el comienzo de nuestro existir, y convertir nuestras iniciales ansias imaginativas, invocadoras de fantasías, en un reino prohibido, cuyos misterios se eternizan en esa niñez a la que hay que sobrevivir sea como sea. Los niños parecen muchas veces entregarse a una última resistencia vivencial, que quieren olvidar con la mayor prontitud posible. Todo ello les hace parecer locos o rabiosos. Siguen tras la amistad y el amor como un viento furioso. Es la suya una impresión de que tan larga etapa de años como la que les resta por cumplir, nunca va a terminar. Doce años bastan así para romper con el conformismo hogareño, pleno de minutos y horas de juegos y ocios que nunca volverán, y cuyos siguientes pasos van ya en busca de nuevos juicios y palabras, de una nueva visión ineludible de la vida donde habrá de crearse otro lenguaje frente a un tiempo mordido por el deseo de poseer una tierra propia y sembrarla hasta con los sueños más insignicantes. Se trata ante todo de que las escenas nostálgicas de nuestra infancia se alejen definitivamente. Y de creer en los ya flamantes signos externos de una plena juventud que nos aguarda más allá de las paredes domésticas, sin sospechar que esa marcha se nos hará más difícil a cada momento... "Y Frankie cuando se planteó la vieja pregunta (quién era ella, qué haría en el mundo, ya no se sintió dolorida y sin respuesta... Sabía exactamente quien era y comprendía adónde iba. Se mordió los nudillos de la mano y esperó, pero no hizo nada por encontrar el nombre del lugar ni pensó que el mundo da vueltas"...
El gato perdido de Frankie
(Frankie tomó un enorme cuchillo del cajón de la mesa) Creo que me he clavado una astilla en el pie... (dijo, hurgándose con su punta la planta del pie. Berenice se sentó a su lado con su caja de costura) Oye, ese cuchillo no es lo más apropiado para sacarla...
(Las reflexiones de Frankie no se hicieron esperar) Me parece que antes de este verano
siempre lo pasaba muy bien. ¿Recuerdas que en primavera Evelyn Owen
venía los viernes a pasar la noche conmigo, o yo iba a su casa? Pero
Evelyn Owen se marchó a vivir a Florida. Ahora ni siquiera me escribe...
Te vas a hacer daño con eso... Soy a la única a la que no le hace daño.
¿Recuerdas la canción que inventé para Evelyn (Frankie y Berenice
cantan) ¡¡"Look the sky..., look the sea, look the wind downwind...
blowing high, lows blows... sailing to the end..."!! (Berenice insiste
con cariño) Conocerás a otra chica tan mona como Evelyn Owen..., y
Frankie (que sigue rascándose el pie), ¡basta ya..., lo que necesitas es
una aguja!... ¡Me importan un rábano mis pies! (Frankie suelta
estrepitosamente el gran cuchillo sobre la mesa, y luego, más calmada,
pregunta a Berenice) ¿Cuántos años tenías cuando te casaste con tu
primer marido?... Trece años. Y no he crecido ni un palmo desde
entonces (bromea Berenice. Frankie inquiere) ¿El matrimonio detiene el
crecimiento?... (Berenice, que sigue cosiendo, ríe) El matrimonio no
detiene nada... De los cuatro maridos que tuviste, sólo quisiste a uno,
¿verdad Berenice? A Ludie... (Berenice rememora) Ludie Maxwell Freeman
fue el único marido al que quise. Los otros eran basura...(Frankie toma
un plato, vierte leche en él, y lo sitúa en el porche. Luego
pregunta) ¿Te casaste con velo todas las veces?...Tres veces con velo...
(La chiquilla no escucha a Berenice y se dice a sí misma) Si sólo
supiera dónde ha ido a parar. ¡Pschhh, pschhh, minino! (Berenice) Deja
ya de preocuparte por ese gato callejero. Estoy segura de que ha salido a
buscar amigos... ¿A buscar amigos?... Sí, o mejor dicho, a una
amiguita... ¿Y por qué no trae a su amiga a casa? Debería saber cómo me
encantaría tener una familia entera de gatos. (Berenice asegura)
Tranquila, pronto volverás a verle... (Frankie decide) Debería avisar a
la policía. Ellos encontrarán a Charles... Yo en tu lugar no haría eso
(Pero Frankie ya se halla al teléfono, sin prestar atención a
Berenice) Quiero hablar con la policía, por favor. Quiero denunciar la
desaparición de mi gato. ¡Sí, gato! Se ha perdido. Es casi una raza
persa (Berenice bromea) ¡Sí, tan persa como yo! (Frankie no presta
atención a la ironía de Berenice, y sigue explicando) Sí, pero con el
pelo corto. Un precioso color gris con una pequeña mancha en el cuello, y
responde al nombre de Charles. Pero si no también pude responder al
nombre de "Charlina"... ¿Qué?... Yo me llamo señorita F. Jasmine Addams
(Berenice enfadada) ¡Esto es el colmo!... Y la dirección es : 124 de la
calle Grove... (Cuando Frankie cuelga, Berenice ríe a carcajadas)
Vendrán aquí, te pondrán las esposas y te encerrarán en el manicomio de
Houghtonville. ¿Te imaginas a esos policías gordos buscando gatos por
los callejones (sigue la burla) ¡Ven aquí, Charles! ¡Ven aquí, Charlina!
¡Por todos los santos!... ¡Cállate! (se enfurece Frankie, y Berenice
añade) Tu problema es que no tienes sentido del humor... ¡Bien, quizás
estaría mejor en la cárcel!... Anda, Frankie, siéntate, ... me pones
nerviosa...
Las obsesivas elucubraciones de Frankie
"... Es posible que Jarvis y Janice ya hayan llegado a Winter Hill. (Frankie ríe) ¿Has oído lo que ha dicho Jarvis?... No, ¿qué?... Hablaba de si valía la pena votar a ... no me acuerdo ahora. Y Jarvis ha dicho que no lo votaría ni aunque se presentara a barrendero. No he oído un comentario más agudo en mi vida. ¿Y sabes que ha dicho Janice cuando Jarvis se ha referido a mi estatura? Ha dicho que no soy tan terriblemente alta. También ha dicho que ella prácticamente dejó de crecer a los trece años. Ha dicho que tengo la estatura ideal, que tengo talento, y que debería ir a Hollywood. Eso ha dicho Y que quizás no crezca más. Ha dicho que las modelos cotizadas y las estrellas de cine son... (Berenice la corta en seco) ¡No ha dicho nada de eso! La he oído desde la ventana. Janice ha señalado que probablemente ya has dejado de crecer. Pero no ha añadido nada más sobre tu estatura, ni ha mencionado nada sobre Hollywood... Ha dicho, ha dicho. Esa es una falta grave, Frankie. A alguien se le ocurre hacer una observación y tú alteras su significado hasta que es imposible reconocer la verdad. Como la vez que tu tía Pat dijo que tenías buenos modales. La siguiente cosa que salió de tu boca fue que eras la chica más fina y elegante de la ciudad. Y que tenías que ir a Hollywood. Eso es una falta grave... (Frankie enfurecida) ¡Deja de sermonearme!... No te estoy sermoneando. Es una verdad como una casa y lo sabes... ¡Está bien, lo admito, pero sólo en parte. Lo que me preocupa es saber si crees que les habré causado buena impresión... ¿Impresión?... ¡Sí!... ¿Cómo quieres que lo sepa?... Quiero decir: ¿qué he hecho?, ¿cómo me he comportado?... (Berenice aduce convencida) No has hecho ninguna cosa digna de mención... ¿Ninguna?... No, te has quedado de pie, les has observado como si fueran fantasmas. Y cuando han empezado a hablar del tema de la boda, inmediatamente tus orejas se han puesto más tiesas que un par de hojas de lechuga. (Frankie se aprieta los oídos y grita) ¡No es verdad!... Sí lo es... (Frankie mira a Berenice furiosa) ¡Un día de estos te arrancaré de cuajo esa lengua gorda y sucia que tienes, y la dejaré sobre la mesa!... Deja de decir groserías... ¡Me da miedo no haberles causado una buena impresión! (solloza de nuevo Frankie, apoyando la cabeza en la mesa. Berenice la consuela) Vamos, cariño, Berenice no quería ofenderte... (Frankie llorando) ¡Estaban tan guapos! Se han ido y me han dejado sola... ¡Frankie, quiero que te sientes bien y que te comportes!... ¡No,... han venido y en seguida se han ido... y me han dejado en esta situación!... Vamos, Frankie, creo que sé una cosa. ¡Frankie está celosa! ¡Frankie está celosa por la boda!... ¡Déjame en paz!El "ataque" de Frankie
(Frankie toma el enorme cuchillo de cocina que se halla sobre la
mesa y amenaza a Berenice con él. Ésta se pone seria, y le riñe) Suelta
ese cuchillo. ¡Déjalo, demonio de niña! ¡Vamos, tíralo! (Frankie lo
lanza con fuerza y el cuchillo se clava en una de las puertas de la
cocina. Luego se ríe, mientras se restriega sus manos con saliva)
¡Soy
la mejor lanzadora de cuchillos de la ciudad! Si hicieran un concurso,
ganaría... Frankie Addams, te prohibo que practiques ese número... Y yo
te dije que te callaras... (Berenice la deja por imposible) Aún no sabes
vivir en una casa... (Frankie asegura) No viviré en esta casa mucho más
tiempo. Pienso escaparme... (Berenice sentencia) Nos libraremos de un
montón de basura... ¿Ah, sí?, pues me iré lejos de esta ciudad...
¿Adónde crees que irás, niña?... No lo sé... ¡Estás loca! (exclama
Berenice) eso es lo que te pasa... No, el domingo que viene, después de
la boda, me iré de la ciudad. Y juro por mis dos ojos que no volveré
aquí nunca más... (Berenice empieza a mostrarse preocupada) Pero,
cariño, ¿hablas en serio?... ¡Sí! (asegura Frankie) ¿Crees que
soportaría quedarme aquí contando historias. (De pronto, en un rapto de
cariño, se abraza a Berenice) A veces, Berenice, creo que te cuesta más
que a nadie en el mundo darte cuenta de lo que sucede... Pero dices que
no sabes adónde irás. Te irás, pero no sabes adónde (repite) Eso para mí,
cariño, no tiene sentido... Sabes, me siento como si alguien me hubiera
arrancado la piel de golpe. Me gustaría comer un poco de helado de
melocotón. Pero todo lo que te he dicho es una solemne verdad. Me iré de
aquí después de la boda..." Pronto, la noche arrastraría consigo la visión clara de las cosas,
recomendando verificar con los sentidos la monotonía del mal uso de las
palabras, y aceptar que los criterios personales acaban siendo
acontecimientos muy simples. Y todas aquellas reflexiones nacidas en el
"seno del yo" de Frankie Addams, el escepticismo expresado por Berenice
en cuanto a las percepciones obsesivas de la niña, con su mérito y su
demérito, como confesiones de verdades fundamentales, reducidas a
sensaciones y a profundas reverencias a los hechos por venir, se
espesarían en las tinieblas...
Honey Brown y T. T. Williams
Se oyó un ruido, y
al volverse, Berenice y Frankie vieron a Honey y a T. T. Williams, de
pie en la puerta de la cocina. Honey, aunque era hermano de leche de
Berenice, no se le parecía en nada: era casi como si hubiera venido de
algún país extranjero, como Cuba o México. Era de un negro pálido, casi
lila, con los ojos estrechos y tranquilos y el cuerpo flexible. Detrás
de él, estaba T. T. Williams, más bajo y más negro; tenía el pelo casi
gris, era más viejo aún que la propia Berenice y llevaba su traje de ir a
la iglesia, con una insignia encarnada en el ojal. T. T. Williams era
un pretendiente de Berenice, un negro acomodado que tenía un restaurante
para la gente de color. A Honey no le habían admitido en el ejército, y
había estado trabajando de paleador en un pozo de grava hasta que se
rompió algo por dentro y no pudo hacer más trabajos pesados. (Carson
McCullers)...
"... Hola muchachos, no os he oído
llegar" (había exclamado Berenice, que se preparaba para salir hacia su
casa. Honey poseía ahora una trompeta, y tocaba algunas noches en un
café, aunque sin cobrar. Solía casi siempre andar metido en líos que
desesperaban a Berenice: Esa noche había llegado junto a T. T. Williams
con un buen golpe en la cabeza, que trató de disimular entre la penumbra
de la cocina, lavando su frente con agua clara en el fregadero. Y allí
permanecieron los cuatro, T. T. Williams, Honey agachado en en
fregadero, Berenice y Frankie agrupados en la oscuridad: "Pero, ¿qué es
esto? ¿Qué pasa? (preguntaba ya Berenice. El pequeño John Henry se
había unido también al grupo reunido en la cocina. T. T. Williams fue el
primero en responder): "Como siempre, tu
hermanastro Honey se ha vuelto a meter en un buen lío. Estaba frente al
café de Sam y la policía le ha golpeado en la cabeza... ¿Qué? (Berenice
no puede dejar de sorprenderse, aunque ya debería estar acostumbrada a
los problemas que siempre parecen acompañar a Honey, y exclama
observándolo, tras encender la luz) Te han hecho un chichón del tamaño de un huevo... (Honey
se seca la frente y replica deprimido) En momentos como este pienso en
largarme o morirme... (Berenice con seriedad) ¿Qué estabas haciendo?...
¡Nada! (se justifica Honey) Iba por la calle pensando en mis cosas,
cuando un soldado borracho salió del café de Sam, chocó conmigo, lo
aparté, y entonces se inició la pelea. Llegó la policía y me golpeó...
(T. T. Williams trata de suavizar el hecho) Ha sido un accidente. Podía
haberle pasado a cualquiera. (Mientras explican lo sucedido, John Henry
ha tomado la trompeta y pregunta a Honey) ¿Por qué no tocas un poco,
Honey?... ¡Deja mi trompeta, chico! (se enfurece absurdamente Honey,
mientras John Henry sopla y sopla tratando de arrancar algún sonido al
instrumento, y tararea: ¡¡¡tútutututu!. Berenice no puede por menos que
reír, al mismo tiempo que Honey arranca la trompeta de las manos de
John Henry) ¡Te he dicho que no la toques! Mírala, esta llena de saliva.
¡La has estropeado! (Zarandea al niño y Berenice grita a su
hermanastro) ¡No le pongas la mano encima al muchacho o te arranco tu
cerebro de mosquito! (Honey, inmediatamente arrepentido, pasa la mano
sobre el pelo del chiquillo) A veces John Henry necesita una zurra,
¿verdad chico?... (Berenice se dirige al niño) Anda, cielo, ahora vete a
casa, si no llegarás tarde a cenar... (Honey lo alza en brazos. Luego
se saca una moneda del bolsillo, la esconde en un puño, y le indica al
pequeño) Una sorpresa para que elijas. ¿En qué mano está el dinero? Si
lo adivinas será para ti... (John Henry toca la mano derecha) ¡He
ganado! ¡Muchas gracias! (y sale de la cocina contento. Frankie se
dirige ahora con adulación infantil a Honey) El traje que llevas es muy
bonito, Honey. Ayer oí a alguien que te llamaba "Pies ligeros Brown".
Creo que es un apodo magnífico. Supongo que es por tus visitas a Harlem y
a todos esos lugares que has visitado. ¡"Pies ligeros"! Me gustaría que
alguien me llamara "Pies ligeros Addams" (Berenice ironiza) Y a mí me
gustaría que él tuviera los pies en el suelo. Me pone de los nervios. Y
además, no deja de preocuparme. (Berenice, ya preparada, se dispone a
marcharse con ellos. Toma su bolso) Ya estoy lista... Y tú, Frankie,
querida, olvida todas las tonterías de las que hemos hablado, ¿me oyes? Y
si tu papá tarda, ve a casa de tía Pat cuando oscurezca del todo y
juega un rato con John Henry. (Frankie se siente mortificada) ¿Desde
cuándo me da miedo la oscuridad? (Berenice sonríe) Encontrarás la cena
en el horno, y ahí, en la mesa, te he dejado un pastel... (Berenice besa
en la frente con gran cariño a Frankie) Buenas noches, corazón...
(Frankie se queda completamente sola, toma el plato, empieza a cenar...
pero con desgana. Deja el plato a un lado, y, finalmente, apoya tristemente la cabeza en su mano)...
Frankie descubre su "nosotros"
La ciudad de su libertad infantil, su felicidad
juvenil, los doce años trancurridos en nada han cambiado la suerte de
Frankie, porque, como no puede ser de otra manera, siempre es su
infancia la que sobresale cada vez más en su memoria. Y cuando se hace
el silencio absoluto, se siente olvidada. Los hombres y mujeres que la
acaban de abandonar, que ahora duermen ignorando su angustia, son, pese a
todo, los únicos seres vivos en una ciudad que ahora detesta. Y Frankie
vuelve a sentir el peso de su infancia como un despertar dolorido.Y ese
hogar donde se ocultaba y protegía, parece no existir ya. Nadie la
recuerda. Ahora comprende el sentido trágico que posee el universo
infinito, donde la existencia nace y vive ahogada en una distancia
inconmensurable que nada sabe de nosotros. Y esa distancia, que surge de
nuevo en sus pensamientos, se ha convertido para Frankie en una absurda
enemiga. La expulsa de toda esperanza, parece vivir en el reino de lo
inmutable. Tan sólo puede revivir la alegría del regreso de Jarvis,
ahora convertida en una inútil nostalgia. Y que, pese a todo, le sigue
concediedo un suplemento de felicidad. Pero, de inmediato, sabe que nada
ha cambiado en su mundo, y la distancia vuelve a convertirse en dolor.
Odia la noche en esa tierra pequeña que la rodea, ahora amodorrada,
porque, en efecto, nadie, en aquella ciudad dormida, sabe nada
de ella. Únicamente conserva los besos de Jarvis y de Janice, después de
una separación, para ella, "tan larga". Y otra vez vuelve a hallarse
completamente sola en aquel viejo porche, inmovilizada por la decepción y
el abandono de que ha sido víctima. Todo cuanto ama se halla muy lejos.
Frankie, extraviada en aquella ardiente noche de verano, donde zumban,
como única compañía, los insectos, seguirá soñando con los ojos
abiertos. Y para encontrar una solución a ese olvido, debe recurrir al
pequeño John Henry, la única forma humana que, al otro lado del jardín,
pasa la noche sola, como ella: "John Henry... John Henry... (La voz, un tanto solapada de Frankie parece
arrastrarse en vez de correr al encuentro de la única mirada concebible
como realidad en la noche. El pequeño aparece en la ventana) Estoy
aquí, Frankie... ¿Duermes?... No,... ¿qué quieres?... Ven a pasar la
noche conmigo (le dice, algo tirante) No puedo (se resiste John Henry. Y
Frankie inquiere con aspereza) ¿Por qué?... Por que no... (Frankie
trata de disimular el fastidio que le proporciona su ruego) ¿Por qué no?
Lo pasaremos muy bien... (John Henry se resiste) Frankie, ahora no
tengo ganas de ir. (La niña apura su paciencia, y farfulla entre
dientes) ¡Estúpido enano! ¡Como quieras! Sólo te lo he dicho porque creí
que estarías aburrido... (John Henry se sigue saliendo por la tangente) Sí, pero
no lo estoy... (Su prima ruega de nuevo con voz más calmada) Verás, es que
esta noche no quiero estar sola en esa casa vieja... (John Henry
confiesa con reproche) Estoy enfadado contigo... (Frankie observa el
cielo nocturno, y contrariada, se finge pensativa, disponiéndose, con
voz amenazante, a asustar al pequeño) Creo que va a pasar algo. Todo
está muy tranquilo. Lo intuyo. Tengo un sexto sentido de carácter
sobrenatural. Estoy segura de que se acerca una tormenta... (John Henry,
que empieza a dar muestras de miedo, no duda, pese a todo en rechazar
de nuevo la oferta de su prima) No quiero pasar la noche contigo...
(Frankie se hace la desentendida, y sigue fingiendo fantasías
tremebundas) ¡Una tormenta terrible! ¡Espantosa! O posiblemente ¡un
ciclón, un tornado, o un gran maremoto! (John Henry, algo angustiado)
Frankie, si tienes miedo, cogeré la bolsa y me iré a tu casa... (Ahora
las exclamaciones de Frankie se convierten en un débil hilo de voz que
ironiza, sabiéndose vencedora) Haz lo que quieras... (John Henry duda)
¡Me quedo! (Frankie mortificada de nuevo, antes de alejarse, exclama
furiosa) ¡No necesitas bolsa! ¡No te vas a la selva, sino a mi casa!
Díselo a tu mamá... Está en el cine... No te preocupes, sabrá donde
estás. ¡Vamos!... (John Henry se retira en seguida de la ventana,
mientras Frankie se introduce en la casa silenciosa, con el ánimo por
los suelos, y se dirige a su habitación a oscuras. Su primo sale de
estampida de la otra casa, cruza corriendo el jardín llevando consigo a
su mascota de noche: una muñecona de largas patas, sube a la habitación
de Frankie, que se halla en el cuarto de baño, y antes de meterse en la
cama, se arrodilla, junta sus manos y reza) "Ahora me voy a dormir. Si
muero antes de despertar, le ruego a Dios que se lleve mi alma. Señor
bendice a Berenice, a mamá, a tío Roy, a Honey, a T. T., a los
americanos y a Frankie. (Y quitándose las gafas se introduce en la
amplia cama de Frankie, que sale ahora del cuarto de baño en pijama, y
cuando John Henry trata de preguntarle) Frankie, cuando Berenice dijo...
Calla... (le corta la niña, mientras oye el sonido de una trompeta en el
exterior) Me parece que es Honey... (Apoya su cabeza en la mosquitera
que protege la ventana, tras la cual vuelan varias polillas, y suspira
con tristeza. La trompeta deja de sonar y John Henry dice) Ahora está
sacando la saliva de la trompeta... (Frankie ruega en voz baja) Por
favor, Honey, vamos, termina... (John Henry aventura) Seguro que un
policía le ha hecho parar... (Frankie observa el revoloteo de las
polillas, y se pregunta a sí misma, quedamente, y emotiva) ¿Por qué se
les ocurrirá venir siempre aquí? Estas polillas van donde quieren, y
siempre están en las ventanas de esta casa... (Se dispone a lavarse los
dientes, y confiesa a su primo) Le he dicho a Berenice que pienso irme
de la ciudad, pero no se lo ha creído. (Lavándose los dientes) T...te
juro que a veces creo que es la más estúpida del mundo. Intentar
comunicar algo a una estúpida como ella es como hablar con una pared. No
paro de repetírselo. Le digo que me iré de la ciudad... porque es
inevitable... (Tras enjuagarse la boca, repite) ¡Inevitable!... ¿Qué es
inevitable, Frankie? (inquiere John Henry sin entenderla. Pero Frankie,
según acostumbra, sigue con sus reflexiones) Estoy pensando, John
Henry... ¿Qué estás pensando, Frankie?... En la boda. En mi hermano y su
novia. Ha pasado todo tan rápido (La niña se perfuma ahora
insistentemente), que confieso que nunca habría creído que la Tierra
girara a una velocidad de mil millas por día. Pero ahora, me parece que
siento que el mundo va muy rápido. (Frankie empieza a dar vueltas a gran
rapidez) ¡Siento como gira y eso me marea! (John Henry, bostezando,
empieza a aburrirse, y aclara) Gira en otro sentido... (Frankie se
detiene de pronto, y pensativa, como en trance, aduce) ¡Me iré con
ellos!... ¿Qué? (John Henry, aunque extrañado, se acurruca tras tratar
de reblandecer la almohada. Frankie insiste) Digo que me iré con ellos.
Lo he sabido toda mi vida. (Entusiasmada) Mañana se lo diré a todos.
Después de la boda me iré con ellos a Winter Hill... ¿Hablas en serio?
(pregunta todavía John Henry, adormeciéndose. La niña sigue como en
estado de shock) Mi problema es que durante demasiado tiempo yo sólo he
sido un "yo" personal. Toda la gente es un "nosotros" excepto yo. Cuando
Berenice dice "nosotros" se refiere a su iglesia, a la gente de color.
Los soldados son un "nosotros". Y hasta esta tarde yo no tenía un
nosotros. Pero, cuando he visto a Jarvis y a Janice, he descubierto que
mi hermano y su novia son mi "nosotros". Por eso me iré con ellos cuando
termine la boda. (El rostro de Frankie se muestra delirante de
satisfacción) El domingo que viene cuando mi hermano y su novia se
vayan, ¡sí!, me iré con ellos a Winter Hill. Y después les acompañaré a
dónde ellos vayan. (John Henry se ha dormido, y Frankie, tras apagar la
luz, sigue, en la oscuridad, con su desvarío, casi en éxtasis) Los
quiero muchísimo a los dos. Y tenemos que estar juntos. ¡Sí, los quiero
muchísimo, porque ellos son mi "nosotros"!...