"Nunca he tenido un sentimiento nacional. Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia. Nunca me he sentido español, ni cinco minutos." Fernando Trueba "dixit".
Fernando Trueba, no me quejo de
tu mirada accidentalmente equívoca, siempre sumida en una especie de sopor; de
tu pelo crespo, medio blanco, que parece haber concedido a tu aspecto una
filosófica temperancia de mito artístico, aplaudido, capaz de mantener dignamente
cualquier conato de fatuidad. Aplaudo tus tonos pausados, predicadores de la
cultura, indefectiblemente opuestos a la trivialidad, y que, sin llegar jamás a
demostrar emoción, solían arroparse en la necesidad de demostrar a tus
admiradores cuán artificioso y mediocre puede llegar a ser el sentimiento de
grandeza.
Me encantaba que fueras poseedor de una familiaridad patria que, al
margen de tu buen cine, a todos nos agradaba y reconfortaba, porque, aunque tan
inconstante como la luna, te creíamos,
además de humilde y palpitante, hijo de nuestro teatro sobresaliente, de
nuestro estaño ibérico, de nuestras fuentes que dieron de beber al genio. Y
que, en consecuencia, disfrutabas convirtiéndote en el mago capaz de
emplazarnos con sonrisas en esas memorias autográficas de tanto vandalismo
dictatorial de “años con su luz tenebrosa”, de embriagarnos con “las
niñas “cañís” de nuestros ojos hispanos”, y desposándonos con las ninfas
deslumbrantes de una “belle époque” con aires de quijotada grotesca que,
pese a todo, poseían vidrieras de deslumbrantes operetas.
Sabemos muy bien que el Arte, en cualquiera de sus
exposiciones, pasa siempre a convertirse en una víctima inmortal, pero que, no
obstante, casi nunca desea ceder a los chantajes de la medianía. Y que, frente
a sus miserias, denota una terquedad de mulo, o un orgullo intratable. Sabemos
que el Arte, en el fondo, cree que tiene el derecho de mostrarnos sus aciertos
exagerando un poco su valor, como si la obra artística exaltara al suicidio,
haciéndolo bello; u ofreciéndonos algunos de sus crímenes sin acompañarlos de
un correctivo, porque su moralidad, según algunos sondeos, para todos aquellos
que tratan de ejercerlo, sonríe como en un sueño o deja correr por la barbilla
un hilo de baba en tanto en cuanto halague sus intereses. Y así acabar tarde o
temprano por encogerse de hombros, y demostrar que sus esfuerzos, una vez
recompensados, pueden dejar de lado toda clase de precauciones, y no enrojecer
ya al convertirse en objeto influyente de las mayores impertinencias.
Fernando Trueba si cree usted
haber abarcado toda la Extensión del Arte y que en ese todo de su Pensamiento
no deberíamos ya juzgar ninguna contingencia atrabiliaria y grosera, nada
accidental al parecer, como si su Arte cobrara ya los matices de una serie
geométrica de términos vinculados entre sí por leyes necesarias de estupidez,
de axiomas burlescos sin finalidad, como no sea la de marcar con una línea
negra su trayectoria patria, que creímos bienhechora de los placeres artísticos
que le acompañaban, hemos descubierto que su Extensión ¡sí tiene límites!. Y
que de la atención arrebatada de su Pensamiento asoma ahora un rostro con el
ojo que de verdad no ve, porque de su luna magnetizadora ha apagado su candela;
que de esos efectos perdidos sólo quedan sus cataratas, y que de aquellas
nociones innatas, facultades del Arte, que veíamos en usted, nace también la
hipótesis sustanciosa con que ha "ninguneado" a sus admiradores. Se lo recuerdo
por si lo ha olvidado, Fernando Trueba, “la imagen es una cosa finita”
Y como las facultades más intrínsecas del hombre, para algunos el alma,
son: sentir, conocer y querer, y usted ¡ni nos siente, ni nos conoce, ni nos
quiere!, le agradeceríamos que devolviera “El Premio Nacional de Cinematografía
Española 2015” y los 30.000 Euros que, encima, enriquecen su demérito.