domingo, 7 de febrero de 2021

Los paraísos perdidos

... Desconocemos su nombre. A través del tono de su habla acongojada, que irá desgranando la fluida y armónica sutilidad que le inspiran las imágenes literarias de su traducción del "Hiperión" de Friedrich Hölderlin, asiste a los últimos momentos agónicos de la madre hospitalizada; una pintora que sufriera el ostracismo de la Dictadura. Queda sola en la casa que vio morir a su progenitor. Como única herencia, un inmenso legado biográfico del padre, catedrático republicano. Clima de invierno. Cielos lívidos, entre las brisas heladas que nacen de las intemperies radiantes de Castilla, y que arrastran la hibernada médula vegetal de los boscajes rojos, de las alamedas temblorosas como oleajes, de los chopos finísimos, ensortijados en el helor de la distancia. Parecen arboladuras que cabecean sobre el lienzo atirantado y gigantesco del río, enjaulando aquel itinerario siempre exacto, de aguas muy quietas, cuyo recorrido improvisa falsificaciones cromáticas a tono con su cielo. La villa castellana conserva una sustancia arqueológica de contornos y colores que transportan cierta emoción de eternidad, capaz de prolongarse en el recuerdo hasta esas otras mañanas y tardes de siglos lejanos, por entre la naturaleza de sus calles empedradas y la senectud de los muros desconchados de su catedral, gigantesco casco astillado desde su cimiento inmóvil y no menos añoso... Ámbito ruinoso de la casona que conserva ese estado melancólico y evocador del aislamiento deseado, de la infancia poblada de veranos e inviernos tiernos que se recogían al amor de los libros, de los padres que sonreían alzando sus gafas de la lectura, y meditaban el rodeo de un párrafo literario como savia recreada en la excelsitud de la inteligencia. Beatitud familiar siempre labrada al calor de la cultura. Ahora la educanda, pisado el solitario umbral de la casa patriarcal, la madre enferma sumida en la cuita de la incertidumbre, se recoge por última vez en la que fue celda de sus progenitores, consciente de que el paterno patrimonio literario que le legaron sus padres pertenece al siglo; porque al siglo del sufrimiento, tras la guerra, ha de seguir el siglo del reconocimiento.






"A que otro sitio podría huir de mí si no tuviera los días queridos de mi juventud. Como un espíritu que no encuentra ningún descanso, vuelvo a las regiones abandonadas de mi vida; todo envejece y luego vuelve a rejuvenecer. ¿Por qué estamos excluidos nosotros del hermoso ciclo de la Naturaleza?"...


"Hubo un tiempo, querido amigo, en que también a mí me golpeaba en los pulsos la alegría de la inmortalidad, en que caminaba entre espléndidos proyectos... Y ahora se había acabado. Yo ya no era nada. Irremediablemente me había convertido en el más pobre de los hombres, y ni siquiera sabía mo. Te agradezco que me hayas pedido que te hable de mí, porque así traeré a la memoria el tiempo pasado. Esto fue lo que me hizo volver. Quería vivir más cerca del escenario de mis juegos de infancia. Calma de la infancia, calma divina... Más de una vez he prometido contarte cómo vivía antes de conocernos. La historia de mis días solitarios en Esmirna. La ciencia a la que perseguí a través de las sombras, de la que esperaba con la insensatez de la juventud la confirmación de mis alegrías más puras es la que me ha estropeado todo... ¿Qué es el hombre? ¿Cómo sucede que haya algo así en el mundo, que como un caos fermenta y se pudre igual que un árbol seco?"...



... Adiós diálogos maternales, que una vez se perdieron en el exilio. Amargura lívida de la muerte. "Pobre mujer", exclama como guiada por una plegaria. Fue la madre la que la trajo. El grave sigilo de su enfermedad fue como un ruego. Y ahora, una vez muerta, evoca aquellos labios fuertes, aquellos ojos de pureza, que tanto supieron de felicidad y de infortunio... Amores, ¿qué han sido de ellos? Se quedaron entre una soledad fría que atravesara las lumbres joviales de antaño, atrapados bajo su primer cielo silencioso y virgen. Ahora, en su regreso, prevalece el agasajo sensiblero e inocente de la familia. Cada allegado evoca un nombre, un instante, un consejo; cada amistad un itinerario en el tiempo, donde la perdida curiosidad de ella cree, no obstante, recobrar viejas apariciones. Pero la villa castellana donde pasara su mocedad, aun siguiendo la prolongación irreversible de la existencia, aun adaptándose a los hálitos, cada vez más robustos, de la flamante Democracia, es como un grumo ciclópeo que se deshace entre sus manos. Río y vendavales del tiempo en el que se hallan atrapadas las adocenadas criaturas, envejecidas, rememoradoras, que tratan de infundirle un opresivo estado fervoroso de reencuentro, en el que la vida que de ellos ahora emana, a ella se le ha quedado retardada. Sin voluntad la existencia queda definitivamente disfrazada. Su primer amor, aunque halagadoramente conmovido, no es más que un ser fragmentado y glacial. Su ayuda, a la que ella recurre, a fin de salvaguardar el patrimonio literario que se hacina en la casona, ofrece la compasión del erudito irónico que a nadie remedia. Luego, la ciudad de nuevo, con sus mercadillos, sus gollerías, su respiración agraria, pueril y devota. La curiosidad en las miradas. Las cortesías y cordialidades de todos los cortejos humanos que tramaron el plagio humilde, envidiándolos primero, apartándose después, de las primeras glorias y subsecuentes ruinas de los elegidos. Nunca le pareció a ella tan adusta y desolada la villa, tan pobre y oscura su casa paterna.
 
 

..."Dichoso aquél que se cruzó en este camino con un noble espíritu en su temprana juventud. Tan pronto me introducía en el mundo de los héroes de Plutarco como en el mundo maravilloso de los dioses griegos. Tan pronto imponía orden y tranquilidad en mis impulsos juveniles como subía a las montañas silvestres de las rocas. Sin duda el nuevo aprendizaje me resultaba duro. Me aparté a disgusto del orgulloso error de mi juventud. Toda la vida que había en mí se despertó e intentó retener el presente que huía. Pero que estaba lejos... lejos. Llamaba a mis héroes como un mosquito a la luz; buscaba su peligrosa proximidad. Me alejaba volando y de nuevo la buscaba. ¿No es un extraño mendigo el que tira al arroyo su última moneda? ¿Quién se corta con gusto las alas a sí mismo? Si el hombre cuando ama es un sol que todo lo transfigura, cuando no ama es una morada sombría en la que se consume, un humeante candil. ¿Qué me importa el naufragio del mundo? De lo único que sé es de mi isla bienaventurada... Cuando yo era un niño callado no sabía nada de todo cuanto nos rodea. No era entonces más que ahora tras todas las fatigas del corazón, y todos sus esfuerzos y afanes. En nuestros corazones había una juventud tranquila. Hablábamos de la excelencia del antiguo pueblo ateniense. ¿En qué consistía? ¿De dónde provenía? ¿Del arte de la filosofía, religión, de la política? El arte, la religión, la filosofía, dije yo, fueron flores y frutos del árbol, no suelo y raíces. Tomáis los efectos por la causa... Amo esta parte de Grecia por encima de todas las cosas. Lleva los colores de mi corazón. Se mire adónde se mire, siempre se encuentra enterrada una alegría. Y pensar que se puede volver uno como un niño, que vuelve el tiempo de la inocencia, el tiempo de la paz o de la libertad. Que existe a pesar de todo una alegría, un lugar de reposo en la tierra"...




... Romper ligaduras, internarse en la andadura desconocida pero apetecida de la huida, desvanecerse de aquella atmósfera sin contenido que derivara de la descomposición social impuesta por la Dictadura que amenazaba con devorar sus inquietudes. España fue aquel sórdido correccional intolerante, que, por desgracia, vio cumplida su etapa, como un nuevo lenguaje recién descubierto para dinamitar las inquietudes más vivas de un pueblo, al que arremetió con violencia en contra de los cánones establecidos de las nuevas libertades, a través del sangriento engranaje del conflicto bélico. Cuarenta años de una nueva concepción social que contradijo tantas conciencias, que desincorporó la expansiva vitalidad socialista, o la individualizada toma de conciencia política, de tantos hijos de la patria, potenciando así el angustioso dramatismo del exilio. Huir... huir de la alcoba de cortinas blancas de su niñez, iluminadas por aquel sol grande de Castilla. Huir de la preeminente diplomacia paterna entre un ambiente de sencillez; del humo de los años de su primera memoria que recorría extasiada las pinturas con que su madre trataba de asir el secreto estético del arte. Huir de las tardes encendidas, tan suyas desde que era niña, en las que el ritmo doméstico poseía la ligereza suntuosa de las blondas, dejando su claridad, su gracia, su frescor y aroma de frutales entre el culto humilde del hogar; las comunicaciones condescendientes de los ojos ávidos de la adolescente que gustaba del descuido selecto de sus progenitores. Sin ellos; sin aquella evocación, no de un ambiente social lujoso y sofisticado, sino de una afectiva inclinación populista que buscara nuevas formas de inquietud cultural en la flamante realidad social aportada por la República, ella no habría regresado a esta casa, hoy despojo de una belleza arqueológica, que aún arrancara de su corazón, fuerza de una progenitura que fuera goce del hijo, esos testimonios del ayer, con su desnuda sensibilidad, sus caricias de belleza, sus fallidas esperanzas, sus ocultos decaimientos, sus sufrimientos en la hora de la vigilancia policial y de la requisa, y los silencios de voces apretadas de sus padres, que permanecían en una oscuridad de ceniza, dormidos ya para siempre en los rincones donde ellos permanecieron definitivamente en una sombra de encierro, y, finalmente, de destierro... Ella se sació con prudencia. De ciudad en ciudad, nunca se vio como el caminante que regresa. Cierto que aquella emoción de familia perdida, aroma de nuestro primer mundo, agrandaron su desamparo. Finalmente, llegaron amistades, que fueron como nuevos saludos capaces de arrancarla de la cautividad de sus recuerdos, de la descomposición social de su país de origen, de aquella lumbre jovial de un tiempo en que se ocultaran sus paraísos perdidos.
 
 
 
 
 
 
 
 


... "Querido Hiperión, es muy difícil ayudarte. ¿Sabes qué es lo que te consume, lo que buscas, lo que te entristece en todas tus tristezas? Es algo que ha desaparecido, pero existió, existe, está en ti. Lo que buscas es un tiempo mejor, un mundo más hermoso. Era ese mundo únicamente lo que abrazabas cuando abrazabas a tus amigos. Tú, junto con ellos, eres el mundo. Desapareced también vosotros, dulces recuerdos, porque el hombre no puede cambiar nada y la luz de la vida viene y se va a su antojo... Cuando contemplo a un niño, pienso en lo ignominioso y corruptor del yugo que ha de llevar, y que vivirá en la indigencia como nosotros, que buscará hambre de verdad como nosotros, y preguntará como nosotros por lo bello y lo verdadero, que acabará por pasar sin dar fruto porque estará solo como nosotros"...
 


¿Puede existir, además, un retrato femenino en el que, tarde o temprano, no ocupe un lugar preeminente el sentimiento amoroso? Y tras la hora privada del matrimonio, el hijo: una niña. Todo queda lejos: trabajos, vigilias, rigores de nuevos climas, pero renace la añoranza. La niña, en vacaciones, traerá a la vieja ciudad castellana, al ámbito claustrofóbico de la casona, las mieles de la pasada crianza, la alameda fresca y olorosa, el aleteo de sus zancaditas, el júbilo acariciante que rubrica el juego. Días de ser madre, días de alegría en la casa. Esa noche ella velará el sueño de la niña, donde también su madre la dormía observándola y queriéndola... Pero esa promesa de felicidad que fue para ella como un nuevo principio recobrado de un mundo de cuento: tierra, calle, risa en el patio, vaho amistoso de pueblo, arboledas convertidas en una nueva heredad de madre e hija, desaparecerá con la presencia del padre... Y de nuevo la hora confusa que se va tras el otro mundo, ¡todo sombrío!, ¡todo adusto!, kilómetro tras kilómetro, hollado por el transeúnte inquieto, manipulado por la sequedad de millones de miradas desconocidas. Ése que otros consideran verdadero, por hallarse lejos de la verde hierba, de las espesuras boscosas, de "sus llanadas castellanas", donde se adora otro tipo de piedra, y los campos intactos en su belleza, consuelo de soñadores melancólicos, que se quedan allí, personalizándose en el alivio solemne de los inmutables paisajes campestres... Pero hay que vivir también el dolor de esas ausencias que siempre habitan pegadas a la tierra. Por eso la apenada sonrisa del esposo le ruega que vuelva a ese mundo de asfalto y polvo, que ya no es ni volverá a ser campo, sino desierto... Y tras la condena implacable de la despedida, más allá del portalón de roble, le llega de nuevo el silencio, el sensitivo y gozoso ámbito perdido con la marcha de la niña... Luego la soledad, el decaimiento y el llanto.
 

 

 
 

... "No tengo nada de lo que pueda decir: esto es mío. Emprendí la tarea plena de voluntad, me desangré en ella. Y no he enriquecido el mundo en un solo céntimo. Pero tú brillas todavía sol del cielo, todavía van los ríos a dar a la mar, y los árboles umbrosos susurran al mediodía. Tú verdeas aún sagrada tierra... Yo no tenía nada que dar mas que un ánimo lleno de feroces contradicciones, lleno de recuerdos sangrantes... No quería quejarme ni tampoco quería consolarme, eché de mí la esperanza, como un tullido sus muletas; no me atrevía a llorar, no me atrevía sobre todo a existir. Y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa... Pero yo no he nacido para no tener patria ni asilo, ¡oh, Tierra! ¿No habrá al final un lugar donde yo pueda vivir? Construiré en mi corazón una tumba para que pueda descansar en ella. Me encierro en mí mismo como una larva, porque fuera sólo hay invierno. Me protejo de la tormenta con los recuerdos más felices"...





... Aire diáfano de Salamanca. Sensación de presencia, donde quedaran coordinados y adormecidos sus primeros pasos de juventud, las ráfagas iluminadas de sus estudios universitarios. Evocaciones de belleza que la observan de nuevo, tertulias de biblioteca, charlas con grave sigilo, zumbas juveniles con muchos melindres. El sol de invierno llena la gran plaza de un júbilo de suavidad, de intimidad de escritorio, de la dulzura jerárquica que a los hombres concede su recobrada libertad. El culto, el atuendo arquitectónico, la orla de la cultura. Salamanca paño precioso, ciudad que se alza hacia el azul como una ciclópea y primitiva custodia del más refinado ingenio humano. Y que, a pesar de todo, espesándose en las esencias sutiles de un presente caudatario que tomó carrera y se unió al séquito esperanzado de la Transición Política, rechazará el archivo memorialista, legado biográfico del catedrático republicano. Escribanía de Ayuntamiento, anfiteatro alfombrado, estrado de banderas bordadas. Una voz amistosa que abandona por un instante el consistorio, que recita el gran memorial académico del padre fallecido. Y tras el tronco de elocuencia, tras la palabra amiga, el lirismo confortante del secretario que paladea las mieles del recuerdo familiar, que bendice pero no premia, que conversa apurado, que solemniza la magna obra del gran catedrático, pero no "promete nada": "He de volver al Concejo" ... La secretaria y los requerimientos ineludibles... El Consistorio... ¡Hablaremos, hablaremos, no seas tan cara de ver!"... Y ella, tan desesperada, entona su invocación postrera: "Sería tan fácil... prenderle fuego". Y el legado paterno, objeto de sufrimiento, sobre el que una vez predominó la vigilancia más estricta, ahora dormido en los rincones de la casona, quedaría como un recuerdo absorbido por una oscuridad de ceniza.
 

 
 
 
 

 
 


... "Y lloré de alegría por ser ahora tan feliz, y me parece que pronuncié palabras. Pero eran como el crepitar del fuego cuando asciende y deja las cenizas tras de sí. ¡Oh, Naturaleza! Sólo tú vives, y cuanto han conseguido o pensado los hombres inquietos, se derrite como cera al calor de las llamas. Hiperión, te he conocido en el momento en que me pareciste un ser superior. Ahora has sido puesto a prueba y debes mostrar quién eres"...




... Fiesta en la villa. Alegría grande en la casona. Amigos que se regocijan. Vuela en la anchura de la plaza la melodía del delirio vecinal. Palpita la noche en luces de cuento, en mil sensaciones de imágenes festivas. Delicia del aire nocturno; dulce de las últimas cosechas. Multitud doblada de sacudidas bailoteantes. Desde el balcón se blanden las copas de vino. Miguel, amor glacial que compartió con ella, no obstante, el temblor último de su entrega, la acaricia con la mirada. "¿Quieres que bajemos a bailar?, inquiere ella, y piensa: "Lo haré con el primero que me lo pida"... "¿Sabes una cosa, Miguel? Sigues siendo el mismo de siempre"... Aquella noche, finalmente, fueron hijos tan sólo de su complacencia carnal. Y tras el amanecer, él sintió aquel miedo primero del adolescente. Miedo de amor por ella: "¿Te vas?"... "No me lo hagas más difícil"... "¡Qué complicados somos!"... Ella le observa alejarse, recogido en sus desatinadas cavilaciones, por entre la sombra morada de la plaza. Y vuelve a su máquina de escribir...
 
 

"... Todo lo que he aprendido, lo que he hecho en mi vida, se derretía como el hielo. Y todos los proyectos de la juventud se extinguían en mí. Y aún me volví a mirar otra vez la fría noche de los hombres, y me estremecí. Belleza del mundo, indestructible, fascinante en tu eterna juventud. Tú existes. ¿Qué son, pues, la muerte y todo el sufrimiento de los hombres?"...
 









[Nacido en Lumbrales, Salamanca, el 29 de octubre de 1930- Fallecido en Madrid, el 13 de agosto de 2017 a la edad de 86 años]
 
 


Escritor finalista del "Premio Biblioteca Breve" por su novela "Calle Toro, antes Generalísimo", que se negó a publicar.  Se licencia en Filosofía y Letras en la "Universidad Salmantina". En ella recibiría el título "Doctor Honoris Causa" en 2007. Autor independiente, dedicado por entero a sus propios proyectos: "Con mi autoexilio, tras ver destrozada por la censura mi película "Del amor y otras soledades", pude, por lo menos, hacer el cine que me vino en gana. A fin de cuentas, una película dura más que un censor, que un director general, y que un ministro. En una época de Dictadura, es necesario hacer películas de las llamadas "clandestinas", como "Canciones para después de una guerra", 1971, "Queridísimos verdugos", 1974, y "Caudillo", 1976. Tarde o temprano acabarían viéndose. Yo hice cine para una sociedad mayor de edad, que terminaría por imponerse en este país. Los políticos del momento -aunque, por aquel entonces, yo tenía todas las de perder- no me preocupaban en absoluto".


 

Creó un famoso cineclub en la Universidad de Salamanca, en 1953. Ciudad en la que incentivaría, en 1955, la "I Conversaciones sobre el Cine Español". Con un primer cortometraje, "Tarde de domingo", obtuvo el grado de Licenciatura en 1961. Su primera película importante, con la que obtuvo la "Concha de Plata" en San Seastián fue "Nueve Cartas a Berta", de 1965, (ganadora de la "Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos)  rodada integramente por entre la monumentalidad arquitectónica de Salamanca, con Emilio Gutiérrez Caba, Elsa Baeza, Montserrat Blanch, Mary Carrillo, y Antonio Casas. Gran éxito de público, y para asombro del mismo Patino, logró mantenerse en cartel más de cien días. Cuando se le preguntaba por el nuevo cine español, nacido tras la muerte de Franco, exclamaba: "¿El nuevo cine español? Mucho apoyo publicitario, eso sí, pero ahí quedó todo. Fueron años divertidos, pero también empecé a cansarme un poco del mismo. Al fin y al cabo, no significó más que un "nuevo" cine dentro de las estructuras viejas de la cinematografía española. Fuimos masacrados por la Administración. Fueron años de una hostilidad irracional. Jamás se nos ayudó. Jamás se nos promocionó en el extranjero como un cine distinto. Nos toleraron, pero en modo alguno se nos protegió ni se nos ayudó".
 




 
 
 
 
 
 
 

"Los paraísos perdidos", 1985, tributo reflexivo e intuitivo sobre la nueva España, que utiliza un lenguaje gráfico puro, sin reminiscencias extrañas hacia los procedimientos narrativos primitivos o más en boga. Patino guía con resultados óptimos el ojo y la atención del espectador sensible hacia un nuevo progreso del arte del montaje. 
 
Utiliza una auténtica revolución expresiva; establece todo un hallazgo poético-audiovisual que, al tiempo que revelan un agudo sentido de la observación social a través del recorrido sentimental y evocativo de su gran protagonista, imagen y música (magnífica partitura de Carmelo Bernaola que utiliza la sonata nº 41 de Scarlatti y temas de Bach) se funden con la voz "en off" de la extraordinaria actriz Charo López, que recita los más bellos textos del "Hiperión" de Hölderling; y que se anuncian como un profundo estudio psicológico sobre los recuerdos y revisitaciones de la protagonista, a través de una lírica división de secuencias subyugadoras. Seleccionada por invitación rigurosa, y ovacionada con gran entusiasmo en el "Festival de Venecia", el film asombró a un público que asistía a una bellísima sucesión de imágenes, que difundían una fuerte inspiración naturalista y rehuían al mismo tiempo los arquetipos de dicho género. Considerado como "Film extraordinario para ser visto y oído"
 
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 



Tras "Los paraísos perdidos", Patino decide explorar de nuevos sus anteriores vertientes cinematográficas de no ficción centrándose en el documental como "Madrid", 1987, y el dedicado a la matanza de campesinos libertarios en "Casas Viejas" o "La seducción del caos", 1991, con Adolfo Marsillach.
 
 
 
 

Y en 2002, vuelve a su cine mesetario con "Octavia", en la que crítica al ejército tras los últimos atentados terroristas. El film, además de contar la historia de Octavia, una joven china adoptada, añade un simposio en la Universidad de Salamanca de un profesor de Cienias Políticas convetido en activista. Pese a su espléndida factura y gran elenco de actores: Margarita Lozano, Antonia San Juan, Aurora Bautista, Miguel Ángel Solá, Blanca Oteyza y Menh-Wai Trinh, la película careció de toda atención por parte de la critica y del público. Su fracaso motivó el retiro absoluto de Basilio Martín Patino de la dirección cinematográfica de largometrajes. No obstante, filmó documentales como "Homenaje a Madrid", 2004, "Corredores de fondo", "Fiesta", "Capea", 2005, "Espejos de niebla", 2008, y "Libre te quiero", 2012, este último sobre el 15M.
 
En 2007 recibió el título "Doctor Honoris Causa" por la Universidad de Salamanca. 




                              [Nacida
Mª del Rosario López Piñuelas, en Salamanca, el 28 de octubre de 1943]
 
 
Durante sus estudios de Filosofía y Letras ya interviene en montajes teatrales del "Teatro Español Universitario". De Allí, se inscribe en la "Escuela Oficial del Cine", en Madrid. Y pasa definitivamente a Televisión Española actuando en Series como "El Pícaro", 1973, de Fernando Fernán Gómez, "Entre Visillos", 1974,  de Miguel Picazo.  
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 

"Fortunata y Jacinta", 1980, como la espectacular Mauricia "la Dura" galdosiana, dirigida por Mario Camus, "Los pazos de Ulloa", 1985, de Gonzalo Suárez, (y por cuya interpretación gana el "TP" de Oro 1985 como "Mejor Actriz"), junto a un gran reparto: José Luis Gómez, Fernando Rey, Omero Antonutti, Victoria Abril, y Pastora Vega.



Pero alcanza su mayor reconocimiento, dado el implacable realismo y la decisiva personalidad con que dota a su gran personaje central, Clara Aldán, eje rotativo de la historia, en "Los gozos y las sombras", 1982, de  Rafael Moreno Alba, junto a sensacional reparto compuesto por Eusebio Poncela, Amparo Rivelles, Santiago Ramos, Carlos Larrañaga, Rosalía Dan, Rafael Alonso y Manuel Galiana. Charo López consiguió el Premio "Fotogramas de Plata 1982" a la "Mejor Actriz de Televisión", y de nuevo el Premio "TP" de Oro. La serie fue galardonada con el "Premio ACE" de New York, así como su director Fernando Moreno Alba [Madrid, 1942-28 de Octubre de 2000]
 




Había debutado en la pantalla grande, en 1967, con "Ditirambo", dirigida de nuevo por Gonzalo Suárez, que volvería a hacerlo en "Epílogo", 1984, junto a Francisco Rabal y José Sacristán. Premiada en el Festival de Berlín por su intervención en "La Colmena", 1982, de Mario Camus. Y el "Premio Goya", 1986 por su intervención en "Secretos del Corazón" de Montxo Armendáriz.
 
 


 



La Pantalla Grande acoge diversas personificaciones inolvidables de esta fascinante actriz española tan sensual como rebosante de recursos intelectuales capaces de rehuir cualquier dominio de banalidad que se le ponga por delante. Prueba de ello son "La Regenta", 1974, de Gonzalo Suárez, con Emma Penella, Keith Baxter, Nigel Davenport y Adolfo Marsillach."Interior rojo", 1983, de Eugeni Anglada, con Enric Majó y Fernando Fernán Gómez.  
 
 
"La vieja música", 1985, de Mario Camus, con Federco Luppi. "Tiempo de silencio", 1986, de Vicente Aranda, con Francisco Rabal, Imanol Arias y Victoria Abril. Y "Don Juan en los infiernos", 1991, de Gonzalo Suárez, con Fernando Guillén, Juan Pardo y Hector Alterio.
 




"Los paraísos perdidos", film psicológico y social, exige de ella un sosegado recurso expresivo dentro de los cánones de la más estricta reactualización interpretativa. Una poda inesperada que rehuye sus desenfrenadas pasiones naturalistas, y su amor por el detalle exacto y crispado con que había paseado su excelso e insólito fatalismo en sus anteriores e inolvidables interpretaciones. Una nueva, intuitiva y deliciosa Charo López. La añeja y fría ciudad natal castellana y el evocativo regreso de su protagonista acaban convirtiéndose, pues, en un itinerario sentimental de la más brillante factura cinematográfica.
 
 


Insólito concierto de imágenes, música y poética prosa que ofrenda al espectador una materialización femenina de sugestiva sutileza psicológica poco común en nuestro cine. ¡Conmovedora y sutilmente apacible!