
El conflictivo arquetipo que reviste la venganza vive acentuado por una atormentada vida interior y por ello mismo en perpetua rebeldía contra la propia existencia. El fenómeno del vengador posee un retrato y un espejo en el que no cesa de proyectarse su personalidad, introvertida, taciturna y encubiertamente cruel e impulsiva. A ello se le podría añadir rasgos firmes e inquietantes, y como en este thriller que nos propone Budd Boetticher, hasta una mirada miope muy necesitada de lentes de gran aumento. A través del crimen o el asesinato casual suele ponerse al desnudo la venganza como uno de los grandes problemas de comportamiento que gravitan sobre la humanidad. El acto vindicativo se halla también alimentado de un pesimismo amargo que se mide sobre todo por la contemplación más sádica y despiadada hacia la victima propiciatoria. Y es que su acidez es tan corrosiva que puede ofrendar los desmanes más crispados y las tensiones más primitivas y sangrientas de la violencia. A la ansiedad vengativa jamás le puede seguir tampoco un mínimo estudio dramático de proceso de reeducación, dado que ese negro sentimiento en el hombre vive perseguido por una especie de inframundo en el que, como no puede ser de otra manera, se mueve el instinto desencadenado de lo patológico que acaba por vampirilizarlo. Por ello mismo, en el universo desquiciado e injusto que explicaba el fenómeno del gangsterismo, muy poco representativo de la mejor cara de las realidades sociales, el individuo solitario que se enfrentaba como un mediocre aventurero capaz de planear minuciosamente el acto de la venganza, solía casi siempre acabar perdiendo la partida porque al hurgar en cualquier de sus turbios comportamientos pasados, fácilmente ponía al descubierto su secreto, convirtiendo así su trayectoria humana en la difícil búsqueda de un equilibrio perdido, dada su ya amarga disconformidad con el entorno social en que se moviese.















El
cine negro mal llamado de serie B considerado de bajo presupuesto
durante la edad de oro de Hollywood fue un término que identificaba con
mayor precisión una película destinada a ser distribuida sin excesiva
publicidad y en infinidad de ocasiones como parte de una doble función.
El término connotaba la
percepción negativa que el público general tenía hacia este cine, el
cual se consideraba inferior, al punto de llegar a ser ignorado por los
críticos.
Pero la verdad es que el cine B nunca se nos ha aparecido en la pantalla
grande como reblandecido y limado por los bajos costes que siempre se
le han atribuído. Muy al contrario, tildado las más de las veces de
mediocre y tosco, obtuvo éxitos que llegaron a rebasar todos los
pronósticos más negativos. En ellos sus bad-good-men y sus bad-good-women
gozaron también de una astuta turbiedad moral capaz de crear brillantes
situaciones, ágiles e incisivas, que formarían un compendio inusitado
de ambigüedades traicioneras y criminalmente vengativas muy al gusto del
espectador. El cine de serie B pudo así en incontables ocasiones abatir
al genio con su mediocridad. Y ya hacia finales de los 50 y principio
de los 60, en los que acabó por adquirir el carácter simbólico de un
final de etapa en blanco y negro, para dar paso a las 3 D {dimensiones},
al Cinemascope, a las macropantallas con "Esto es Cinerama", a otros
grandes panavisionados en color, o a efectos especiales, algunos de
ellos como el Vistavisión de la Paramount que mejoraba la
definición de las imágenes y que incorporaron también el sonido
estereofónico [sistemas en realidad dispuestos a dar la batalla a la
pequeña pantalla del televisor con las armas de la espectacularidad],
acabó siendo reconocido como uno de los pilares en que se asentó un
ciclo irrepetible que pudo saldar las crecidas pérdidas futuras del
coloso Séptimo Arte norteamericano cuando éste, como se ha dicho, se
encaminaba a la búsqueda y el planteamiento de sus nuevos vasallajes con
flamantes técnicas más prometedoras. Técnicas que rompían con la
tradición cinematográfica de una pasada herencia temática y plástica que
se vieron injustamente proscritas, pese a que no por ello perdieron su
atrayente ropaje estético y la libertad inolvidable de una sugestiva
inspiración. Una creatividad que durante casi una treintena de años
adquiriera una vasta aceptación popular en todas las salas
cinematográficas del mundo. 













Fueron
muchos los directores que tildados de artesanales, y a los que se
englobó en menesteres cinematográficos absurdamente llamados
subalternos, florecieron como plantas venenosas en las junglas de
asfalto de las grandes ciudades de Estados Unidos, inquietantemente
retratadas entre los atractivos granulados del blanco y negro. Artífices
todos ellos que no dudaron en filmar la obsesiva presencia de un
auténtico cinéma-vérité convertido en perturbadoras y
angustiosas pesadillas y de una fiel constatación de la inutilidad de la
pedagogía de los buenos sentimientos entre el esteril vagabundeo de las
pasiones humanas más desaforadas a las que acompañaban el crimen gangsteril y
la desnudez de un primitivismo vengativo jamás extinguido
definitivamente en la democrática cultura occidental de Norteamérica.
Rebuscando en el desván destinado a restablecer parcialmente el menguado
reconocimiento de este capítulo de cine cuya universal formalidad
técnica pudo ser capaz de reavivar una polémica ya considerada como
vieja de pasadas necesidades expresivas, y temporalmente oscurecidas por
los nuevos formatos panorámicos ya citados, el cine negro, sus sombras
humanas u objetivos inquietantes que las circundaban, ya fueran del tipo
B o de otros sinónimos de mayor calidad, consiguieromn una uniformidad
técnica muchas veces superior a films de más envergadura, ofrendando
nombres capaces de realizar excepcionales alardes de la mejor
meticulosidad cinematográfica como fueron John Cromwell, Jacques
Torneur, Robert Siodmak, Byron Haskin, André de Toth, Edgar G. Ulmer,
Anatole Litvak, William Dieterle, Willia A. Sutter, Andrew Stone,
Charles Vidor, Arthur Lubin, Robert Stevenson, Frank Tuttle, Stuart
Heisler, John Farrow, George Marshall, Tay Garnett, Leslie Fenton,
Elliot Nugent, Lewis Allen, Mitchell Leisen, Gordon Douglas, Joseph
Pevney, Mark Robson, Jean Negulesco, Michael Curtiz, Norman Panama, Hall
Bartlett,
Ted Tetzlaff, Rudolph Maté, Philip Leacock, Henry Koster, Irving
Pichel, Clarence Brown, Ralph Nelson, Richard Quine, Henry King, Richard
Fleisher, Samuel Fuller, Ida Lupino y Budd Boetticher [futuro especialista en westerns de bajo presupuesto] dejaron su impronta competitiva con directores que llegaron a alcanzar mayor renombre como Fritz Lang, Howard Hawks, William Wyler, Billy Wilder, John Huston, Stanley
Kubrick, Mervyn LeRoy, Elia Kazan, Robert Wise, John Ford, Raoul Walsh,
John Sturges, King Vidor, George Seaton, Delmer Daves, Henry Hathaway,
Anthony Mann, Robert Aldrich, Richard Thorpe [uno de los pilares artesanales más valorados y fecundos de Metro Goldwin Mayer], Otto Preminger, Jules Dassin, Joseph Losey [ambos exiliados a Europa debido a las persecuciones emprendidas por el nefasto fanatismo del maccarthismo] y Nicholas Ray.








Un asalto bancario y en el mismo un cajero, el empleado modelo, Leon Poole [Wendell Corey],
de apocada apariencia y extrema miopía, necesitado por ello de gafas,
se enfrenta a los atracadores, resultando así un héroe inesperado. 









No obstante, las investigaciones policiales dirigidas por el teniente Sam Wagner [Joseph Cotten] descubren que Poole era en realidad cómplice de los asaltantes. 

La policía se presenta a las puertas de su apartamento, y una vez allí comienza un tiroteo. 









Poole decide rendirse después de que Wagner dispara y mata accidentalmente a su esposa, confundiéndola entre las sombras con Poole. Ella era, en palabras del cajero, la única persona que lo respetaba y hacía que su vida valiera la pena. Wagner, destrozado por haber ocasionado la muerte de la esposa de Poole, entrega su arma y decide abandonar el cuerpo policial 












Poole es
sentenciado a una década de prisión por su participación en el robo.
Durante el juicio, el condenado dirige miradas inquietantes a Lila [Rhonda Fleming] esposa de Wagner, y tras el veredicto promete que algún día se vengará del teniente. 











En el transcurso de dos años en los que Poole cumple su condena, Lila Wagner, que escuchó a Poole amenazarlos, ha vivido con la inquietud de la amenaza vengativa del preso. Éste ha sido trasladado a la granja de honor de la prisión por buen comportamiento. 







Pero su proceder modélico y apacible no ha sido más que un engaño, y a
la primera oportunidad, en un transporte de productos de la granja,
mata al compañero de camión, uno de los guardias, logrando evadirse. 




Sam Wagner recibe una llamada nocturna en la que se le informa de la huida de Poole. En el transcurso de dos años en los que aquél cumple su condena, Lila Wagner, que escuchó a Poole amenazarlos, ha vivido con la inquietud de la amenaza vengativa del preso. 






















Poole se dirigie con su nuevo disfraz de inocente campesino hacia la ciudad donde vive el matrimonio Wagner. Logra
así superar con éxito los controles de carreteras y patrullas
policiales y se da cuenta de que nadie lo reconoce cuando se quita sus
distintivas y necesarias gafas. 









Poole entra en una tienda de ropa usada y adquiere una gabardina, y con el nuevo atuendo volver a pasar desapercibido en la ciudad de Overdale.







Temiendo el peligro que Lila
puede correr dado el talante vengativo que el condenado
expusiera durante el juicio, decide enviarla lejos de casa junto a Mary, una
amiga del matrimonio. Y aunque su marido no explica por qué, ella asumirá después que Sam se está usando desinteresadamente como cebo para sacar a Poole a la luz.












En efecto, las entrevistas con antiguos compañeros de celda de Poole dejan claro que todavía continúa obsesionado con la venganza. Y que su único plan era fugarse, y hacer sufrir a Sam, a quien sigue considerando el culpable de la muerte de su mujer, matando a Lila. Poole irrumpe la primera noche en que llega a la ciudad en la casa de su ex sargento del ejército, Otto Flanders [John Larch], al que siempre ha odiado porque durante su servicio en el ejército se mofaba de su timidez llamándole Foggy. Cuando Flanders se presenta en su hogar, y observa a su aterrorizada esposa a la que Poole, necesitando comida y descanso, ha amenazado a punta de pistola, el ex sargento cree poder intimidar todavía al convicto para que se rinda. Poole no duda entonces en matarlo a sangre fría y la aterrorizada mujer cae desvanecida. Poole se vale de una gabardina femenina de la misma para pasar desapercibido y así disfrazado dirigirse al hogar de los Wagner. 























Mientras tanto, Lila abandona el escondite cuando sabe por su amiga que Sam se ha convertido en una trampa para Poole en el domicilio conyugal. 














Poole
la descubre y comienza a seguirla, disfrazado con el impermeable robado
y con los pantalones arremangados para parecer una mujer desde la
distancia. Manteniendo su ingenio, Lila, audazmente, lo lleva a la emboscada policial. Y cuando el preso huido se decide a atacarla, Lila se lanza a tierra y la policía finalmente abate a tiros al vengativo Leon Poole.


























































































































































































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