Resultaría,
no ya difícil, sino casi imposible reconstruir con un mínimo de
exactitud el árbol genealógico de cuantas tendencias autoritarias han
asolado el mundo. Por muy diferente que se muestre cualquier estructura
de la sociedad, el juego político, convencional y obligado, es un
derivado de la sangre. Y cada dos o tres generaciones cree inventar un
nuevo Dios. El juego político, considerándose así protagonista de una
flamante revolución que cree haber surgido inmediatamente de una
anterior antirevolución, ha poseído y sigue poseyendo rostros furiosos
que se repiten en todos los siglos. La marcha del mundo habría cambiado
si hubiésemos aprendido, como ciudadanos libres de este planeta, a
conceder únicamente nobleza a la inteligencia, la cultura y los
sentimientos, y a no concebir el poder como instrumento de perfección
moral y de elevación a Dios, viviseccionando así nuestra esencia terrena
en desahogos descarnadores, para acabar convirtiéndola en ancestral
símbolo de lo demoníaco. Muchas guerras se habrían evitado si los
hombres no se hubieran dedicado a "tomar de ellos" tan sólo lo que podía
servir para defender sus causas, obtener más apoyo a sus tantas veces
equívocos argumentos y tendencias autoritarias. Pero, hoy todavía, como
lo fue ayer y anteayer, puede ser una necedad, a propósito de cuantas
barbaries han asolado nuestro mundo, indagar si tal o cual "príncipe del
terror" fue bueno o malo. Si para muchos las guerras no han sido más
que acontecimientos satánicos, no olvidemos que otros las han proclamado
"singularidades excelsas", y umbrales de santidad frente al
patriotismo, puesto que las víctimas, en las que cabe englobar a
vencidos y vencedores de cada lado, son auténticos mártires. La guerra
es como una vieja letrada maniática y culta que trata de instruir y
sorprender nuestra imaginación con estratagemas de gran conocimiento.
Una leguleya que intenta por todos los medios no embrollar, por falta de
conocimiento, las fechas, pero que siempre expone sus dudas con
respecto a los actos llevados a cabo por otros pueblos a los que no
concede ni el beneficio de la duda. Esa jurista que facilita a la
historia sus defendibles y admiradas genealogías guerreras sabe lo
importante que es transformar los guarismos en figuras: del descuido de
una fecha se pasaría al desdén por los hechos. Y de la historia lo que
menos importa es la filosofía. Esa preocupación sacaría de sus casillas a
nuestra "anciana jurista guerrera". Alguien llamó a la guerra "la única
alegría del universo". Y, quizás por ello, no hay que buscarle
filosofía al patriotismo que la promueve. La guerra y sus resultados
varían según las condiciones del cronista. Por eso la historia nunca
será definitiva. Sigue unas reglas en función de un motivo especial, de
una religión, de una nación, de un bando o partido, de un régimen o
plan, de una amonestación a reyes y gobernantes, de exhortaciones o
patrañas a un pueblo que se les muestre receptivo, y a un hipotético convivio
de ejemplos morales. Casi todos los historiadores conocidos nos han
legado sus anales tratando de seguir estas reglas. Pero eso no nos libra
del error social de la guerra y del patriotismo. Todo ello no es más
que una nueva farsa de la moral de los hombres. La historia debe, pues,
vengar a la moral, aunque el secreto instinto humano persista en
reprobar esta tentativa como un sacrilegio y llame a este razonamiento
"traición"
GUERRA Y CINE
El cine norteamericano advierte la necesidad de predicar su propia cruzada frente a los inquietantes avatares que supuso para Estados Unidos comprometerse, tras el ataque perpetrado en Pearl Harbor por el ejército japonés, en la lucha a muerte contra los dos regímenes políticos culpables de la II Guerra Mundial: el III Reich alemán o estado Nazi instituido por Adolf Hitler al que se uniría el Fascio Italiano y su nacionalista líder, Benito Mussolini, y la alianza de Japón, por medio del llamado Pacto de Acero, con Alemania e Italia, tras atacar en diciembre de 1941 las potencias occidentales en Pearl Harbor y otros diversos puntos en el Pacífico. El significado e importancia catastrófica que para Europa representó la confrontación bélica contra la Alemania nazi y la Italia Fascista, inversamente, para Estados Unidos, obligado a desplegar su poderoso arsenal propio en ambos frentes: Europa y Asia, supondría uno de sus períodos de mayor prosperidad económica. Norteamérica, tras un disciplinado alarde de poder, animada por la celebrada orientación crítica de la era rooseveltiana, trabaja en pro de la victoria a pleno rendimiento. El desempleo desciende casi por completo, y las perspectivas futuras de posguerra se muestran, sin lugar a dudas, todavía más satisfactorias. De este a oeste suenan, por así decirlo, "las campanas a rebato", y Estados Unidos no se convierte tan sólo en una arriesgada potencia presta a devorar a sus antagonistas nazis y japoneses, sino que se renueva trabajando a pleno rendimiento: la gigantesca estructura de las grandes compañías, en pleno período de guerra, se convierten así en las más importantes rectoras del mercado americano e internacional. Las innumerables granjas de Oklahoma, las importantísimas fábricas de Detroit, así como las minas de Arizona y los pozos petrolíferos de Texas hacen del progreso económico en EE.UU. un prodigioso torreón de auxilio frente a la escalada militar que se opone a Alemania y Japón, un modelo de equilibrio capaz de mostrar el puño al antagonismo beligerante, y un despliegue de fuerza que habrá de convertir a Norteamérica, de forma indiscutible, en la primera potencia económica del mundo. El suelo estadounidense, al contrario de la devastada Europa, no conocería jamás los terroríficos raids aéreos de los, en un principio, fortalecidos contrincantes enemigos, gracias a lo cual su colosal capacidad industrial pudo mantenerse intacta.
La industria cinematográfica, entre 1945 y 1946, había alcanzado también su más óptima situación durante y después del período de guerra. El box-office registra durante estos años la cifra de espectadores más alta desde la dorada década de los 30: más de 4.680 millones de entradas en las salas de cine donde el público americano se acomoda frente a la pantalla grande tratando de convencerse, merced al "incorpóreo celuloide", y como asegurara el presidente Roosevelt, "que la sola cosa de la que debemos tener miedo -miedo, en este caso, a la guerra que se libra en los lejanos frentes de Europa y del Pacífico, y de donde tantos seres queridos no volverían jamás-es del miedo mismo" Los trágicos sucesos de la II Guerra Mundial siguen, pues, en plena contienda y en la ya inmediata posguerra, tratando de sensibilizar al público y proyectando en las salas repletas el gran trauma que la realidad de la beligerancia supone. Los mejores realizadores de la confiada colonia cinematográfica de Hollywood se emplean en ello. No obstante, la catástrofe bélica no tardará en actuar como un auténtico revulsivo moral que, por supuesto, al igual que en Europa y Asia, acabará conmocionando a las capas más sensibles de la población americana. Nueve millones de norteamericanos se reintegran a sus hogares, pero ¿cómo impedir la clara visión del horror real que ha supuesto la terrorífica contienda mundial cuando millares de esposos, hijos y hermanos no volvieron jamás, y el único testimonio que permanece vivo en los sentidos familiares que pueblan los hogares de EE.UU. es saber que los cuerpos amados de los que perecieron únicamente guardan ya reposo en un perdido y lúgubre campo de batalla o en un cementerio distante al que nunca tendrán acceso?
Todo tipo de valores, más tarde o más temprano, puede también resultar problemático. Y, finalmente, la historia no nos deja más que un tema, el que agota todas las fuentes: su verdad cabal. Los datos poseen ya nombres propios que perturban y siguen desatando dolor entre el pueblo estadounidense: Guadalcanal, Tulagi, Gavutu, Guam, Corregidor, Bataán, Iwo Jima, Bastogne, Normandía, y muchos más de infausto recuerdo. Devoción por la patria, condecoraciones, linajes de un militarismo victorioso que, pese a su gran influencia y a su gran capacidad para mover los resortes de la política mundial, ¡qué pueden importar ya! A Estados Unidos (como al resto de países que vivieron los horrores de la ominosa contienda) vuelven hombres entre los que se multiplican inválidos y mutilados, ciegos, parapléjicos y neurópatas para quienes el verdadero juicio salomónico del triunfo es haber vencido a un enemigo que, a su vez, los ha aniquilado para el resto de su existencia. Miles de hombres física y mentalmente destrozados, con sus anteriores vidas ya hechas añicos e inadaptados para la inminente sociedad de posguerra, gritaban para sus adentros: "No me consuela haber escapado del horror de los campos de batalla, ni me consuela tampoco volver a hallarme de nuevo en mi hogar como un lisiado". El efecto siguiente, por tanto, es que la ingente catástrofe bélica actuó, tras la paz, como una inminente y dolorosísima desarticulación social que transcurriría en la siguiente década entre el más cruel de los lamentos e incertidumbres ante a la nueva vida que se abría para una población de hombres desconcertados y neurasténicos.
La tragedia de la guerra, sin olvidar el papel jugado, sigue así poseyendo su énfasis, y a los discursos políticos de posguerra (a los que se les imputa cierto tufillo de "máximas casi perversas", tras los horrores vividos y el holocausto que ha significado para gran parte de la población mundial) no se les atribuye ya sentimiento alguno de grandeza (grandeza que no quedará más que como "curioso documento histórico para el futuro"), ni eleva al pueblo que ha logrado sobrevivir por encima de las miserias que aún mutilan al mundo. En Estados Unidos los Consejos de Administración promueven, para consolidar una paz tan duramente ganada, un inmediato "orden de reconversión" en sus industrias, bien que en miles de hogares se sigan llorando los huecos de los que ya no habrán de volver jamás.
No obstante, la industria cinematográfica sigue adueñándose del mercado americano. Para las grandes compañías de Hollywood, la posguerra representa una óptima etapa de éxitos comparables a los de los felices años veinte. William Wyler rueda en 1946 "The Best Years of our Lives" ("Los mejores años de nuestra vida"), 1946, con Fredric March (que conseguiría un Oscar), Mirna Loy, Dana Andrews, Virginia Mayo, Cathy O'Donnell, yTeresa Wright y un auténtico herido de guerra que perdió ambas manos como Harold Russell que se inspira en una emblemática aunque trivial novela de MacKinlay Kantor titulada "Glory For My", y que muestra (tendiendo al disfraz de la "oculta vergüenza" y añadiendo cierto sabor a "prédica de cuantas grandes virtudes de adaptación al nuevo orden social adornan al patriótico pueblo americano" -diametralmente opuesto al impactante neorrealismo italiano-) el regreso a su hogar de tres veteranos de guerra: un consejero de Banca, un simple oficial de infantería, y un marino ahora mutilado de ambos brazos. Wyler llevó a cabo, por tanto, un estudio, a través de estos tres hombres y sus familias, de la psicología colectiva que debe imperar entre la población de Estados Unidos tras la guerra dentro del período de la ya citada "reconversión social" promovida por el Gobierno. La película fue una especie de llamada a la conciencia de los abatidos norteamericanos, a su sentido moral y a la pretendida capacidad de avenencia de los hombres y mujeres ante los no menos dolorosos siguientes años de posguerra, y pese a que se le añadieron excesivas concesiones sentimentales, causó un enorme impacto en todo el mundo, fue premiada por la Academia de Hollywood con 7 Oscars de sus 8 nominaciones, y sus recaudaciones en taquilla se situaron a la zaga de la gran vencedora de la anterior década "Gone With de Wind" ("Lo que el viento se llevó").
Tras William Wyler, ya prestigioso veterano hollywoodense, se asoman inmediatamente nuevos realizadores cinematográficos, que más tarde serían reconocidos como "la generación perdida", y que no dudarán en mostrar su más polémica e inconformista mirada para ofrendarla con enorme crudeza y realismo a un público que "ansía aprender algo más", merced al cómodo didactismo que ofrece la gran pantalla, de cuantos grandes problemas atenazan su país. John Huston, Edward Dmytryck, Robert Rossen, Elia Kazan, Jules Dassin, Joseph L. Mankiewicz, Fred Zinnemann y Joseph Losey muestran sus duras y enérgicas críticas frente a la "reinante corrupción que domina muchos de los sectores sociales públicos, privados y políticos de posguerra".
Los mejores ejemplos surgen en grandes films como "Gentleman's Agreement" ("La barrera invisible") 1947, de Elia Kazan, con Gregory Peck, Dorothy McGuire y John Garfield, y muy especialmente en "Crossfire" ("Encrucijada de odios"), de Edward Dmytryck, también de 1947, centrada en el patológico caso particular del asesinato de un soldado judío desmovilizado, excelente documento social que pasa a convertirse en pública acusación hacia un sector del pueblo americano que parece haber olvidado que seis millones de judíos habían sido aniquilados en la maltratada Europa por la esquizofrenia nazi sostenida con empecinamiento por los no menos dementes esbirros del enfebrecido monstruo Adolf Hitler, víctimas inocentes de un odio similar como el que muestra el personaje de la película, un espléndido Robert Ryan., coprotagonizada por Robert Mitchum, Robert Young, Paul Kelly y Gloria Grahame.
Dmytryck ya había destacado en 1942 con "Hitler's Children". Seguirá "All the King Men's" ("El político"), 1949, de Robert Rossen, una clara radiografía del fascismo latente en los Estados Unidos (ya prácticamente realizada a las puertas del maccarthysmo) y que narrará la trayectoria de un político de ideas honradas, que será vencido, finalmente, por la corrupción del medio ambiente. Broderick Crawford y el film -"Mejor Película"- conseguirían el Premio de la Academia. Robert Rossen fue candidato al mismo, pese a no hacerse con él. Fue coprotagonizada por Mercedes McCambridge (Oscar a la Mejor Actriz de Reparto), John Ireland, John Derek y Joanne Dru. Importantes fueron también "No Way Out" ("Un rayo de luz"), 1950, de Joseph L. Mankiewicz, con Sidney Poitier, Richard Widmark y Linda Darnell. Y "The well" ("El pozo de la angustia"), 1951, de Leo Popkin y Rusell Rouse, con Richard Rober, Gwendolyn Laster, Maidie Norman, y George Hamilton, crudos testimonios del ya citado doloroso conflicto racial imperante en Estados Unidos.
JOSEPH MCCARTHY SE ERIGE EN GRAN INQUISIDOR DE LA DEMOCRACIA ESTADOUNIDENSE
Toda esta saludable corriente de cine crítico se verá decapitada brutalmente por la ignominiosa campaña iniciada en 1947 por la Comisión de Actividades Antiamericanas que propugnó el senador republicano Joseph McCarthy con su "caza de brujas", y que se destinó en gran parte a extirpar de raíz la llamada "infiltración subversiva" en el seno de la industria cinematográfica. La Unión Soviética se hallaba a punto de convertirse en una imparable potencia atómica y los dos bloques más importantes del mundo cruzan en consecuencia, por medio de sus fanáticas rivalidades y desconfianzas, el gigantesco umbral de la "guerra fría". El mundo abre de nuevo un hiperbólico muro de ruina, alcanza nuevos peldaños de temor bélico, y sus primeros vértigos desembocan en la gran crisis de Berlín y la guerra de Corea. La comisión de McCarthy es implacable y realiza una investigación inquisitorial (que llegaría a alcanzar una envergadura del más gigantesco disparate, vista hoy con la perspectiva que otorga la distancia histórica) sobre las ideas y creencias políticas de los realizadores y actores cinematográficos.
"Su principal logro [del senador McCarthy] ha sido el de confundir a la opinión pública, entre las amenazas del comunismo. No debemos confundir desacuerdo con deslealtad. Debemos recordar siempre que una acusación no es una prueba y que una condena depende de la evidencia y del debido proceso de la ley No caminaremos con miedo, el uno del otro. No descendemos de hombres temerosos, de hombres que temían escribir, hablar, asociarse y defender causas que eran, por el momento, impopulares. ¿Y de quién es el fallo? En realidad no es suyo. Él no creó esta situación de miedo; él meramente la explotó, y más bien exitosamente. Casio estaba en lo cierto: «El fallo, querido Bruto, no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos».Edward R. Murrow"
¡¡AMÉRICA PARA LOS QUE NO TIENEN IDEAS COMUNISTAS!!
En aquel clima de puro disparate se alzaron voces indignadas como las de Thomas Mann, veterano William Wyler, y John Huston que trataron de ser ahogadas también por uno de los presidentes de la Comisión, J. Parnell Thomas, quien, unos años después del funesto maccarthysmo, fue encarcelado por haberse descubierto que se había estado lucrando con "substanciosas" pagas de inexistentes secretarios de la Comisión de McCarthy.Famosa fue la frase lanzada por el genial Orson Welles, tras las delaciones efectuadas por Edward Dmytryck: "Lo malo de la izquierda americana es que traicionó a sus conciudadanos por salvar sus piscinas". Aquel irracional clima moral de persecuciones políticas que fue capaz de redactar una "lista negra" que incluía 324 nombres de actores y realizadores promocionó asimismo el importante éxodo a Europa de personalidades como Charles Chaplin, Joseph Losey, Orson Welles y Jules Dassin, entre otros. Tras la neurosis colectiva interna que viviera Norteamérica en aquellos nefastos años 50 (causa también que contribuiría a explicar el auge que a la sazón alcanzaría el famoso "cine negro"), Hollywood pisa ya el umbral de su tercera etapa cinematográfica: la que sería conocida como "era de la televisión". La primera había sido la del cine mudo, y la segunda la del sonido.ALEMANIA-1939-1945- EL SUEÑO IMPOSIBLE DE LA VICTORIA
Los años de guerra no dejan de señalarse igualmente como años de meditación y de una creciente presión que cristalizará en el Séptimo Arte y su era bélica. La angustia colectiva de un mundo en guerra halla una multitudinaria especificación realista en numerosísimos films rodados en dos de los países no ocupados por los ejércitos enemigos: Inglaterra y Estados Unidos y que serán considerados como "edificantes". En Hollywood, los esquemas y personajes del clásico cine de gangsters desviaron su angustiosa violencia y las tensiones de sus conflictos hacia el terreno político-militar. El espionaje y la resistencia se erigirán en monumentales plataformas para películas de intriga y aventuras bélicas. El balance hollywoodense de estos terribles años de depresión histórica, de la guerra más devastadora que ha conocido la humanidad, no resultará, por tanto, excesivamente negativo para el Arte cinematográfico. El Arte debe reflejarse en el mismo espejo de la sociedad que le da vida. El horizonte de dicha sociedad, entre 1940 y 1945, no puede resultar más trágico y desconsolador. Resulta no tan sólo comprensible sino necesario que los esquemas uniformes de la marcialidad levanten su vuelo con relatos dotados de todo el armazón bélico de una disciplina que termine siempre triunfando de forma ejemplar, divulgando por todas las salas cinematográficas inglesas y norteamericanas un virtuosismo patriótico excesivamente formal (que invita al público asistente, en el caso de Norteamérica, y al final de cada proyección, a la compra de "bonos de guerra" -"To have and to hold War Bonds"-), tratando de impeler el auténtico aliento bélico que se enfrenta al enemigo en los frentes europeos, africanos y asiáticos.
Los excepcionales "extranjeros e hijos ya adoptivos de Hollywood" Ernst Lubitsch y Fritz Lang se unen a la causa antinazi con dos extraordinarias películas, el primero con on "To Be or not to Be" ("Ser o no ser"), , con la póstuma interpretación de Carole Lombard (fallecida en un accidente de avión mientras recorría Estados Unidos reuniendo Bonos de Guerra), y además Jack Benny, Robert Stack, Felix Bressart, Sig Ruman y Helmut Dantine, retrato colosalmente satírico de la ocupación alemana de Varsovia, endiablada cortina entreabierta frente a la lucha de los resistentes polacos contra la Gestapo, y puertas que se cierran a la inteligencia nazi, incluyendo un merecido escarnio que alcanza la figura del mismísimo Adolf Hitler y a sus dirigentes en Varsovia que, no obstante, y a pesar del ingenio que mueve la trama, lejos de consolar al espectador, levantó una enardecida polémica por la imagen no menos cómica que ofrendaba de los resistente polacos; el segundo con "Hangmen Also Die" ("Los verdugos también mueren"), 1943, con Brian Donlevy, Walter Brennan, Hans Heinrich von Twardowski, Anna Lee, y Dennis O'Keefe, que contó con un magnífico guión de Bertolt Brecht, tejido sobre la resistencia en la Checoslovaquia ocupada, y que como era habitual en la cinematografía de Lang, giraba en torno al tema de la culpabilidad, esta vez con voz brutal y feroz volcada sobre un infame colaboracionista checo de la Gestapo interpretado por Gene Lockhart.m
"Spanish Earth" ("Tierra de España") 1937 , "Our Russia Front", 1942, y "Actions Stations", 1943. Se une también Anatole Litvak con el grado de teniente coronel. El gran centauro John Ford es igualmente movilizado como comandante y dirige la producción cinematográfica U.S. Navy. William Wyler, con la graduación de mayor, se encarga a su vez de las Fuerzas Aéreas. Grandes de Hollywood, así convertidos en soldados de retaguardia, y que ofrendan a la nación norteamericana el mejor de los tratamientos documentalistas que ayudarán a explicar a su país las razones de tan dura lucha en los frentes europeos y del Pacífico, y que forzosamente habrán de llevar a la robusta y sólida moral democrática norteamericana, ahora dueña casi absoluta (dado que Europa y China se hallan ocupadas por alemanes y japoneses) de los métodos estratégicos que pueden conducir al mundo libre a la victoria final contra el nazismo y su Pacto de Acero. Toda la potencia de Hollywood se pone por tanto al servicio de la ingente lucha, sin escatimar glorificación alguna para con sus valientes soldados. La Meca del Cine se erige en un gigantesco cuerpo animado dirigido a auxiliar la fe en el triunfo por la paz, y expresa su gran deseo de que ningún espectador se abstenga de visionar cuantas películas produce entre 1942 a 1945; dichos films, como indican las grandes productoras, se llevan a cabo con objeto de tranquilizar incluso a los pacifistas.
El capítulo bélico que parece estallar en Hollywood con la fuerza de un obús como los que se producen en los lejanos frentes combatientes tiñe las pantallas con una siempre "deseable" y facilona patriotería, que no deja de mostrarse como una necesaria puerta abierta a la esperanza por la victoria y la paz en el mundo. Entre los titulos más sobresalientes (muchos críticos añadirían "aceptables") de dicha etapa bélica destacaron "Destino Tokyo",, 1943, de Delmer Daves, con Cary Grant, John Garfield, Alan Hale, John Ridgely, y Dane Clark ."Air Force" ("El bombardero heróico"), 1943 de Howard Hawks, John Ridgely, Gig Young, Arthur Kennedy, Charles Drake, y Harry Carey.
"Guadalcanal Diary" ("Guadalcanal"), 1943, de Lewis Seiler, con William Bendix, Lloyd Nolan, Anthony Quinn, Preston Foster, Richard Conte y Richard Jaeckel, "Edge of Darkness" ("Al filo de la oscuridad"), 1943, de Lewis Milestone, con Errol Flynn, Ann Sheridan, Walter Huston, Nancy Coleman, y Helmut Dantine. "The North Star" ("La estrella del Norte"), 1943, de Lewis Milestone, con Anne Baxter, Dana Andrews, Walter Huston, Walter Brennan, Jane Withers, Farley Granger, Erich Von Stroheim y Ann Harding " This Land is Mine" ("Esta tierra es mía"), aportación de Jean Renoir sobre la Francia ocupada, concon Charles Laughton, Maureen O'Hara, George Sanders, Walter Slezak, y Kent Smith, y todas ellas filmadas en 1943."Thirty Seconds over Tokyo" ("Treinta segundos sobre Tokyo"), 1944, de Mervyn le Roy, en la que Spencer Tracy y Van Johnson bombardean por vez primera el suelo japonés, además de Robert Mitchum Robert Walker y Phillis Thaxter. "The story of Dr. Wassell" ("Por el valle de las sombras"), 1944, exuberante y espectacular recreación de la invasión japonesa en Java, en la que también por primera vez se hace mención al ejército aliado holandés, dirigida por Cecil B. DeMille, con Gary Cooper, Laraine Day, Signe Hasso, Dennis O'Keefe y Carol Thurston. "Objective Burma!" ( "Objetivo Birmania"), 1945, de Raoul Walsh, con Errol Flynn, James Brown, George Tobias, William Prince y Hugh Beaumont, entre muchas otras. Cuando por fin la sangrienta contienda parece tocar a su fin, y Hollywood considera un tanto innecesario seguir con su célebre exaltación del ropaje heroico que reviste a sus soldados y poner coto hasta cierto punto a la expansión de la ferocidad combativa de los mismos, William A. Wellman es el primero en tratar de humanizar el género bélico y rueda, dotándolo de una nueva dimensión más sentimental "Story of G. I. Joe" ("También somos seres humanos"), 1945, Robert Mitchum, Burgess Meredith, Freddie Steele, Wally Cassell, y Jimmy Lloyd. Y aumenta su fluido conmovedor con "Battleground" ("Fuego en la nieve"), ya en 1950, con Van Johnson, John Hodiak, Ricardo Montalban y George Murphy, "Decision Before Dawn" ("Decisión al amanecer"), en 1951, con Richard Basehart, Gary Merrill, Oskar Werner, y Hildegard Knef.
El rigor documental o films of facts impregna también, en los primeros años 40, al Ministerio de Información inglés. La isla británica vive machacada por los bombardeos nazis, y, forzosamente, su cine se moviliza al servicio de la terrible contienda. A la cabeza de dirección del movimiento documental británico se halla el prestigioso Alberto Cavalcanti (Río de Janeiro, 6 de febrero de 1897 – París, 23 de agosto de 1982), director y productor que como se ha indicado había nacido en Río de Janeiro, y nacionalizado ciudadano británico, se unió en 1940 a la Ealing Studios, donde, bajo el soporte del también productor Michael Balcon, realizaría notables films como"Went the Day Well?" ("Cusarenta y ocho horas"), 1942, con Leslie Banks, C.V. France, Valerie Taylor, Marie Lohr, y Basil Sydney . Sus films documentales "Yellow Caesar", 1941, y "Champagne Charlie", 1944, entre otros, tratan por todos los medios de mantener alta la moral de la población y la nunca desestimada esperanza en la victoria final contra Alemania.
"Fires Were Started", 1943, muestra la lucha del pueblo inglés contra los incendios durantes los terroríficos bombardeos nocturnos de Londres. En 1945, realizaría su film más conmovedor "A Diary for Timothy", con Michael Redgrave, John Gielgud y Myra Hess una carta dirigida al bebé Timothy que nace en el momento de la Liberación de París. Los últimos párrafos de dicha carta resultaron estremecedores para todos los pueblos que habían sufrido los rigores inhumanos del nazismo: "Te he querido mostrar, Timothy, el fin de una espantosa guerra. ¿Pero no nos tocará vivir ahora, como sucedió después de la otra guerra, la crisis, el desempleo, la siguiente carrera armamentística y, por ende, una segunda cadena de acontecimientos idénticos que puedan conducir a nuestro mundo a una nueva y gigantesca carnicería?"
Paul Rotha [3 June 1907 – 7 March 1984] filmaría en 1943 "World of Plenty", exposición didáctica sobre el no menos nefasto problema que generó la alimentación, cuidadoso exámen de la privaciones a que conduce y obliga la guerra, proponiendo una justa distribución de alimentos en el mundo cuando la contienda termine.
El dramaturgo Noël Coward, junto a David Lean, se decide a expresar en "In Wich we Serve" ("Sangre, sudor y lágrimas"),, 1942, con el mismo Coward, además de John Mills, Bernard Miles, Celia Johnson, Kay Walsh, Joyce Carey, y Michael Wilding su visión verista, no documental, de la contienda, que acabaría por convertirse en el film oficial de la resistencia británica. La hora angustiosa que vive la población británica necesita un escape para sus terribles crisis sometidas al tormento de los bombardeos y de los frentes bélicos, además de un sedante para sus nervios que pueda desvanecer por unas horas al dragón de la guerra.
Alexander Korda, el más famoso productor inglés, nacido en Hungría, pero que acabó instalándose definitivamente en el Reino Unido, propuso al martirizado pueblo británico un paseo por "Las mil y una noches" con "The thief of Bagdad", 1940, con John Justin, June Duprez, Conrad Veidt y Sabú, superproducción en Technicolor que firmaría su hermano Zoltan Korda, Ludwig Berger y Michael Powell.
Y "Caesar and Cleopatra", 1944, para la que es contratada la inolvidable y mítica Vivien Leigh, dirigida por Gabriel Pascal y basada en la obra de G. B. Shaw, con un monumental reparto: Claude Rains, Stwart Granger, Leo Genn, Flora Robson. Cecil Parker, Michael Rennie, Francis L. Sullivan y Basil Sidney.
1944: ALEMANIA EN BUSCA DE SU AÑO CERO
Claus von Stauffenberg
Operación Valkiria: 77 años del atentado fallido a Hitler
Claus Schenk von Stauffenberg, el impulsor de la Operación Valkiria
Un fuego se mantiene latente en Alemania: un contenido político-militar dispuesto a participar en una conjura contra el régimen de Adolf Hitler, ya que las proporciones gigantescas del horror desatado por el III Reich devora no tan sólo a los protagonistas del nazismo, furibundos partidarios de su turbulento y sanguinario Führer, sino a todo el pueblo alemán, cuyos cimientos sociales han sido minados, sometidos, y castigados, como se indica, en su mismo suelo. La tragedia nazi se propaga y adquiere en Alemania tan siniestras dimensiones como en el resto de los países ocupados de Europa.
De esta manera las convicciones ideológicas y la
admiración, si las hubo, de una parte del estamento militar de Hitler
hacia el nefasto monstruo, cuyos excesos más que evidentes se erigen ya
en un dantesco anuncio de la inminente destrucción de la propia patria
alemana, desencadenan
un definitivo proceso de rebeldía. La encubierta desviación militar se
decide a sincronizar su propio golpe interno al régimen nazi mediante el
asesinato de Hitler y apresurar el paso hacia la rendición definitiva,
que podría llevar a término aquella espantosa orgía de sangre
inútilmente vertida, y abrir paso a la ya inmediata ofensiva victoriosa
de los aliados en Europa, poniendo fin a la guerra. No todos los
alemanes se hallaban resignados, en consecuencia, a sufrir pasivamente
los terribles efectos de la devastadora contienda. Sobre Alemania se
cernía también una atmósfera cargada de amenazas, de "vigilancias
especiales" con las actuaciones de la Gestapo,
y, por ende, de auténtico pavor. Los pocos alemanes que se atrevieron a
atacar en la oscuridad al Régimen nazi, con la esperanza de hallar una
rápida paz y un nuevo orden, trataron con ello de incitar al mismo
tiempo a su propio pueblo a la insurrección. Un grupo de oficiales de la
Wehrmacht
(Fuerza de Defensa) liderado por el coronel conde Claus von
Stauffenberg decide sublevarse contra la "superioridad terrena" con que
Adolf Hitler se erige en hacedor de vida y muerte en Europa, tras
convertir todo el continente en una espiral de odio y terror, y se
impone la obligación de interferir en los bárbaros procedimientos del
nazismo y salvar a la patria de los nuevos horrores que puede conllevar la ya inminente derrota de Alemania.
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