Esa otra acomodada burguesía, más bien tirando a antipaticota, muy afecta (a pesar de tanto bienestar como el que parecía recorrer a pasos agigantados aquellos USA de ensueño, donde no resultaba perentorio aguardar al "Bienvenido Mr. Marshall") a inequívocos excesos melodramáticos, (con sus aciertos, las más de las veces) ¡al whisky!.Y a el más desaforado de los lujos, (porque una vez quebrados los últimos resquicios del escepticismo de un pueblo que sufriera una de las más feroces e infortunadas épocas de "vacas flacas" de su reciente historia, la de su "Gran Depresión" en 1929), parecía ansiar, por fin, recompensarse a sí misma con sus propios aplausos, al creer haber alcanzado su soñado "Shangri-La", merced al anzuelo sensacionalista de ser el pueblo con mayor libertad
del planeta, y gozar de una joven democracia, más sublime que la que
vivieran los afortunados Atenienses en el siglo de Pericles (aunque sin
llegar a alcanzar la madurez ética y cultural de aquellos privilegiados habitantes de la Hélade)
LOS ARTÍFICES DE LA NUEVA GENERACIÓN AIRADA
Directores jóvenes como John Frankenheimer, Delbert Mann, Martin Ritt o Sidney Lumet, entre otros, tendieron a disociarse de aquel exceso intelectualizado de un Hollywood que utilizara (entre la década de los 50 y de los 60) como grandes estrellas a los autores más cotizados del momento, e impusiera, merced al genio de directores ya muy renombrados, producciones de gran prestigio, fuertes dramas a los que se les apodaba de "shocking", y en los que preponderase cierta preferencia por los problemas sexuales, a través de los consabidos conflictos morbosos, "o cuanto más degradación femenina, ¡mejor!" (el más ducho atormentador de todas ellas fue el no menos genial dramaturgo Tennessee Williams, que también acabaría naufragando lentamente entre sus irrefrenables delirios etílicos).
Y pese a que Y hubo que luchar, primero contra la "Caza de brujas", patrocinada por un Joseph Mac Carthy, obseso senador anticomunista de tan mal recuerdo (que, por fortuna falleció en 1954), y casi inmediatamente contra aquellos ya imparables conatos "chupa-audiencias" de las primeras "cajas tontas en blanco y negro" que ya pululaban por el país de los 50 y pico de Estados, ahí quedó ese monopolio de un "Star-System", aplicable tanto a intérpretes como a directores, que, por lo general, siempre se llevarían la palma en sus carreras más alocadas hacia los Oscars de la Academia, o por alzarse entre los escaños Olímpicos de los
Festivales Europeos de mayor renombre. Enfáticos retrovisores de una
grandeza fílmica alimentada por soterradas voluntades de prepotencia,
pero trotamundos al cabo de la autodestrucción, y que parecían gritarle
al mundo: "Nos suicidamos hasta por el "shocking" (patología muy similar a las sufridas por las subsiguientes generaciones de jóvenes incomprendidos, huraños, coléricos, y hasta tiernos, que acabarían despepitándose hasta la paranoia por los nuevos productos del medio artistico-social más popular: ¡el rock!,
y su más mítico artífice: Elvis Presley, mientras ya se hallaban casi a
punto en el embarcadero de la fama más incendiaria "The Beatles" y
otras cucarachas musicales de tan difuso y buen vivir).
No haremos, sin embargo, tabla rasa o relegaremos al rincón del silencio a tamañas luminarias como las que poblaron el enramado mas intelectualizado y prestigioso del Hollywood de los 50 y de los 60 (a cuyos excesos siempre asistimos con una humilde exclamación de pasión admirativa, y un cierto desequilibrado vaivén de auténtico y gozoso morbo), y entre los que cabe situar a Elia Kazan, John Huston, Robert Aldrich, Nicholas Ray, Stanley Kubrick, Otto Preminger o Richard Brooks, entre otros.
Y en previsión de la urgencia que nos impone dar paso a una de las mejores propuestas cinematográficas del exasperado "young angry man" (que pudo ser y luego no fue), John Frankenheimer y la perfilada brillantez de este "I Walk the Line", nos lanzamos como él, vislumbrador de un nuevo "free cinema americano" de corta duración, hacia esos bosques de hoja perenne, encubridores, entre prohibiciones catastrófistas, de destilerías furtivas whisquys adulterados. La América profunda, con sus viejas chimeneas fabriles acurrucándose en las distancias de pueblos mortecinos, más allá de las vías y pasos a nivel abandonados, como monolíticos pájaros solitarios que todavía nos hablaran de la "Gran Crisis del 29". Fotografía dolorosa de esos otros EEUU, con sus rostros ajados que semejan hallarse inmersos en una vida irreal, tras haber sido precedidos ya por sus sepultureros; y sus carreteras infinitas que no parecen conducir a ningún sitio. Y por las que aúllan, con sus "cadillacs" de estridentes sirenas, sus enfurruñados sheriffs armados hasta los dientes. La América maldiciente, insolidaria y arrogante, y a la que, no obstante, nunca le apetece desperazarse del todo frente al fondo esplendoroso de sus mañanas, y que se eclipsa monótamente apesadumbrada tras el enrojecido atardecer, a fin de adentrarse con él en la larga noche de ese mortecino e insoslayable tedio sureño.
No haremos, sin embargo, tabla rasa o relegaremos al rincón del silencio a tamañas luminarias como las que poblaron el enramado mas intelectualizado y prestigioso del Hollywood de los 50 y de los 60 (a cuyos excesos siempre asistimos con una humilde exclamación de pasión admirativa, y un cierto desequilibrado vaivén de auténtico y gozoso morbo), y entre los que cabe situar a Elia Kazan, John Huston, Robert Aldrich, Nicholas Ray, Stanley Kubrick, Otto Preminger o Richard Brooks, entre otros.
Y en previsión de la urgencia que nos impone dar paso a una de las mejores propuestas cinematográficas del exasperado "young angry man" (que pudo ser y luego no fue), John Frankenheimer y la perfilada brillantez de este "I Walk the Line", nos lanzamos como él, vislumbrador de un nuevo "free cinema americano" de corta duración, hacia esos bosques de hoja perenne, encubridores, entre prohibiciones catastrófistas, de destilerías furtivas whisquys adulterados. La América profunda, con sus viejas chimeneas fabriles acurrucándose en las distancias de pueblos mortecinos, más allá de las vías y pasos a nivel abandonados, como monolíticos pájaros solitarios que todavía nos hablaran de la "Gran Crisis del 29". Fotografía dolorosa de esos otros EEUU, con sus rostros ajados que semejan hallarse inmersos en una vida irreal, tras haber sido precedidos ya por sus sepultureros; y sus carreteras infinitas que no parecen conducir a ningún sitio. Y por las que aúllan, con sus "cadillacs" de estridentes sirenas, sus enfurruñados sheriffs armados hasta los dientes. La América maldiciente, insolidaria y arrogante, y a la que, no obstante, nunca le apetece desperazarse del todo frente al fondo esplendoroso de sus mañanas, y que se eclipsa monótamente apesadumbrada tras el enrojecido atardecer, a fin de adentrarse con él en la larga noche de ese mortecino e insoslayable tedio sureño.
Henry Tawes [Gregory Peck] sheriff adusto de la pequeña ciudad de Gainesboro, Tennessee, arrastra una vida de hastío, no tan sólo en su trabajo sino en su matrimonio con Ellen [Estelle Parsons], una fiel y enamorada esposa a la que no ama.
Conoce, por accidente, a una bella y jovencísima Alma McCain, [Tuesday Weld], hija mayor de una familia dirigida por un padre autoritario, Carl McCain [Ralph Meeker] que esconde, ayudado por dos hijos varones, una destilería de whisky en la profundidad boscosa de Gainesboro. La muchacha es detenida por el sheriff por conducción temeraria, aunque es su hermano menor el que en realidad conducía la furgoneta.
El áspero sheriff Tawes se rinde ante los encantos de la joven Alma, que instigada por su padre, acude de nuevo hasta él en una cita nocturna, a fin de que su alambique de whisqy no sea descubierto. La esposa de Henry también supone que su marido está teniendo una aventura. El desagradable y cínico ayudante del sheriff Hunnicutt [Charles Dunning], empieza a sospechar la relación que Tawes mantiene con la joven Alma. Y con la llegada al pueblo del diputado Bascomb [Lonny Chapmann], se organiza una búsqueda de la destilería furtiva en el condado, siendo los McCain los principales sospechosos de poseerla.
Tawes, obsesionado por su pasión hacia la joven Alma, también se entera de que la muchacha está casada y que su marido está en prisión.
Pese a todo, deseando huir del hastío que agobia su vida pueblerina y
matrimonial, propone a la muchacha que huya con él a California. Ella se muestra reacia, temiendo la respuesta de su familia, pero, para tranquilizar a Tawes, finge aceptar el viaje que le propone.
Mientras tanto, Hunicutt visita a la familia McCain en busca del alambique ilegal, se enfrenta a Alma, que se halla sola en la casa del bosque, y dispara sobre el perro que trata de defender a su dueña. Carl McCain aparece y asesina a Hunnicut, que ha tratado también de violar a su hija. Tawes descubre a los McCain tratando de esconder el cadáver de Hunnicut. Y él mismo se dispone a deshacerse del cuerpo del muerto, arrojándolo al gran embalse de Gainesboro, instando a los McCain a que huyan lo antes posible del pueblo.
En seguida, Tawes, confiando en que Alma ha aceptado escaparse con él, comienza a buscar a la muchacha que por supuesto no ha dudado en huir con su familia. Desesperado, el sheriff les persigue. Se produce una terrible pelea con su hijo mayor y Carl McCain, al que alcanza un disparo. Pero Alma, que en realidad nunca ha amado al obsesionado sheriff, lo ataca con un gancho de granjero, dejándolo abandondado en la carretera, mientras toda la familia McCain huye definitivamente en su furgoneta. Tawes observa con rostro demudado por la decepción y la angustia de perder a
la muchacha la huida de todos ellos, vivo pero gravemente herido, no tan sólo
física sino emocionalmente también. La imagen final del rostro de Peck es impagable. ¡¡Sabe
a hiel!! ¡Sensacional frente a ese fondo tridimensional de un amor
exacerbado que nos lanza hasta las últimas consecuencias de la
degradación libidinosa! Un film naturalista, quizás el más duro y denso
de John Frankenheimer.
[Eldred Gregory Peck, nacido en San diego, California, EE.UU, el 5 de abril de 1916-Fallecido en Los Ángeles, California, el 12 de junio de 2003 de bronco-neumonía a la edad de 87 años] John Frankenheimer, que ya echara mano de otras maduras lumbreras cinematográficas en manifiesto declive -Burt Lancaster en "The Young Savages" ("Los jóvenes salvajes"), y "The Train" ("El tren"-, logra de Gregory Peck, ¡oh milagro!, que su inexpresividad (la que, aunque algunas veces criticada,, lo mantuvo, no obstante, en el podium de los grandes) se convierta en pasión desenfrenada, estremecedora, con una capacidad poco común para conseguir que cada una de sus miradas y ademanes más metódicos, tras la tediosa imagen de su existencia sureña que le impone el personaje del sheriff Henry Tawes, compatibilicen lúcidamente con la amarga circunspección de su
rostro. Peck se revaloriza ante nuestros ojos, inusual a todas luces. De la mano de Fankenheimer asistimos a una de las interpretaciones más relevantes de toda la carrera de este distinguido mito norteamericano.
Nunca estuvo más caótico e irracionalmente descontrolado al mostrarnos
esa turgente excelsitud y pesadumdre que pueden imponer las pasiones en
la madurez.
Tuesday Weld nos fascina. Fue efímera mariposa que transitó por el celuloide como una joven hada de míticos dibujos, pero que hoy ya nadie recuerda. Colma este colorido Cinemascope
sureño con lo que parecen inofensivos delirios eróticos, y los arrastra
hasta el ulterior encanto táctil de su bellísima presencia, para
oscurecerlos luego en la sospecha impenetrable, pero cruel a todas
luces, de sus auténticos sentimientos de indiferencia sensual, que
aflorarán en una huida desesperada. En "I Walk the Line" la jovencísima Weld deja sentir
su cansancio, ara en los surcos fatigados de la mente obsesiva, y
florece en nuestro entusiasmo cinéfilo como por milagro.
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