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miércoles, 2 de octubre de 2013

Una pieza inacabada para piano mecánico (Неоконченная пьеса для механического пианино) -Final-





 
Los deseos no satisfechos de nuestro tiempo de juventud, aquellos que se abrían a la curiosidad del mundo y a la conciencia de nuestros sentimientos primerizos, los más puros, viven como poblados de una íntima soledad que jamás puede ser compartida porque posee un recinto totalmente suyo, con su espejo negro y anhelante. Espejo al que tan sólo suele asomarse la callada frustración con que nos ha ido atormentando el transcurso de los años. Poseen estos años perdidos como una capilla solitaria, con sus cirios encendidos y sus viejos exvotos a un rito prolongado del que, pese a intentarlo, nunca se puede abjurar. Es nuestra religión más jerárquica, la que nació de nuestras virtudes más antiguas e individualizadas: nuestro oculto cansancio emocional. En su liturgia se guardan un arqueo de libertades que no triunfaron, una recreación de pasiones perdidas, y un tratado casi infinito de desesperaciones y sofocados sollozos de rebeldía. Y el deseo, en un tiempo tan necesitado e insumiso, allí encerrado, en el manuscrito de aquellas horas anchas y viejas que quedaron atrás, como para resguardarse de los peligros de una posible resurrección insaciable y dura, un día, inesperadamente, glosa su dolorosa travesía y decide abrir, atropellado y gemebundo, como si de un extravío moral se tratase, aquella intimidad herida en el que vivió con su obligada sumisión a una agonía disciplinaria de caprichosa e intolerante moralidad que le robó sus días felices. Y siendo como fue, un enfermo no menos jerárquico, incurable pero sufrido frente a sus dos principales males: el despecho y la frustración, decide, pues, agotar la memoria de su dolor, e ilustrar al mundo que lo rodea con su carne llagada. Mas, contra todo lo imaginable, cuando se le abre un pequeño horizonte con ternura de compasión y de compadecido, acaba por rechazar la cura y huye, porque, finalmente, no ve en ella más que una felicidad tardía a sus padecimientos, una felicidad ya insignificante, donde la simiente de sus emociones, aun sollozando por la pureza de sus antiguos deseos, no hallaría de nuevo aquellos injertos perdidos. 
 

     LA SILUETA TORTUOSA Y AGONIZANTE DEL PASADO

Convertida la cena en un insoportable combate de reproches, en una especie de confusa farsa donde se han hallado presentes la trascendencia de los errores y supremacías aristocráticas, que siempre acompañan la superficialidad burguesa, y hasta de los remordimientos más ocultos que tantas veces moran en el interior del hombre, será de nuevo Mikhail Vassilyevich Platonov quien, desde el rincón de la estancia donde rasguea la guitarra, vuelva a tomar la palabra frente a los comensales que permanecen sentados en la mesa, y recite una pequeña historia como si lo hiciera para sí) "Hace poco leí un relato. No me acuerdo dónde. Un relato pequeño, pero interesante, sobre una chica. Ella amaba a un estudiante y el estudiante amaba a la chica. Él le leía libritos y ella escuchaba. Cada noche se sentaban a la orilla del río, mirando las luces de los barcos. Cantaban y hacían planes. Se besaban y se juraban... (Todos le observan. Sophia Yegorovna, en pie, escucha el relato, y luego sale del comedor. Sashekna, ingenuamente, interrumpe a su marido y pregunta) ¿De quién es este relato? (Platonov, con un tono melancólico) No recuerdo... La chica llevaba un bonito peinado, se echaba el pelo por detrás de las orejas... (A Sashenka se le saltan algunas lágrimas, y reprende con leve tono a su esposo) Eres una persona con poco tacto, Mikhailito. Has vuelto a deprimir a todos. (De pronto, aparece de nuevo Anna Petrovna con una lámpara en la mano, alegre y tratando de obviar la tirantez suscitada durante los comentarios de la cena) ¡Basta! ¡Estoy harta! ¡Salgan todos al río! Van a comenzar los fuegos artificiales. (El cielo, todavía encapotado tras la reciente lluvia caída, se llena de luces. Suena la gritería divertida de los allí presentes, que, ahora abrigados tras el frescor que ha dejado tras de sí el torrencial chaparrón veraniego, admiran los fuegos artificiales. Sashenka, que ha corrido hacia el jardín, busca a Mikhail que ha desaparecido) ¡Mikhailito! ¿Dónde estás? ¡Mira qué bonito! (Sophia Yegorovna se ha dirigido hacia la orilla del río, escondiéndose de la vista de los demás, y Mikhail Vassilyevich la ha seguido llevado por un deseo vehemente de hallarse a solas de nuevo con ella. Sophia le rehuye, mientras Platonov la requiere) ¡Espéreme! ¡Escúcheme! ¡Por favor, Sophia!... ¡Espéreme de una vez! (Por fin, se detienen junto al río, junto a un gran árbol. Platonov la abraza) ¡Querida mía! Sé que soy un perdido. Hace tiempo que me conformé con esto. Pero, usted, Sophia querida. ¿Qué ha hecho usted consigo misma? ¿Dónde está su alma pura, su sinceridad y su audacia? ¿Dónde las ha metido? (Sophia se aleja, situándose en un pequeño andamiaje de madera que se halla sobre la orilla del río) (Platonov) ¡Espere! No se vaya... Bueno, está bien. (Sophia solloza y se lamenta) ¡Usted se ha vuelto loco!... (Platonov vuelve a insistir) ¡Querida mía, dígame, con franqueza,... por aquel pasado nuestro, ¿por qué se casó con ese hombre? (Sophia exclama, conmovida) ¡Es un un buen hombre! (Platonov se muestra irónico) No diga algo en lo que no crea. (Sophia) Es mi esposo... (Platonov no ceja) ¿Por qué no se casó con un hombre trabajador, un desgraciado? ¿Por qué escogió a ese pigmeo de Sergey? ¡Un holgazán sumido en deudas! ¿Por qué? (Sophia trata de acallarlo) Se lo pido por favor, Mikhail Vassilyevich... Le pido que tenga piedad de mí, que no destruya mi vida. Usted puede burlarse de mí, pensar lo que quiera, pero eso es lo único que tengo en mi vida. ¡Nada más!... (Sophia ha dado la espalda a Platonov, que ha desaparecido por un momento. Ella lo llama) ¡Mikhail Vassilyevich! (Platonov se halla al otro lado del enorme tronco del árbol. La espera y se abrazan) Platonov, yo te amaba más que a nada en el mundo. (Platonov emocionado) ¡Alma mía! Tú sabes que nunca hay nada después. Sólo en nuestra imaginación tenemos todo por delante. Y la vida puede ser larga y feliz. Entonces nos parece que podemos tomar las cosas como vengan, poque si fallas, después lo corregirás. Pero nunca llegará ese "después"... ¡nunca! Si yo hubiera sabido eso aquella noche, cuando miraba las luces del último vagón... (Sophia le reprocha, llorosa) ¿Por qué no me buscaste? (Platonov) Yo era joven y feliz. Creía que mi vida sería larga y dichosa. Creía en ese "después". Pero "después" no vales ni una nuez. ¡Díos mío! ¡Será posible,... será posible! (Sophia confiesa) Me asusté mucho cuando te vi hoy... (Platonov) ¿Recuerdas el embarcadero'... ¡Claro!... (Más allá, cerca de ellos, Sergey observa tembloroso y atribulado el encuentro apasionado de Sophia y Platonov. Por fin, rompe el momento emocionado entre ambos, exclamando) ¡Sophiíta, me habías pedido el chal! Te lo traje... No me paré aquí especialmente... (Sophia y Platonov se han separado, avergonzados frente a la mirada de Sergey, que exclama en un ligero sollozo) ¡Dios mío!.... ¡Dios mío, qué bajeza,... qué vileza! (Sophia se aleja muy sofocada, y Sergey y Mikhail se observan sin decirse nada. Por fin, dice como si se tratara de un delirio) ¡Sí, comprendo,... comprendo qué pasa! Lo comprendo. ¡Te felicito, Mikhailito! (Suena una fuerte explosión de artificio, y Sergey vuelve su rostro lloroso, vivamente asustado. Luego ambos hombres se miran de nuevo en silencio, y sus imágenes desaparecen entre las sombras de la noche que se iluminan paulatinamente con la pirotecnia) 
 

                                         INFIDELIDAD

Sergey Pavlovich ha corrido hacia la casona, arrastrado por el dolor que le ha acometido una vez comprobada la traición de su esposa Sophia Yegorovna y Mikhail Vassilyevich. No halla más enérgica solución que abandonar a su mujer y recurre sollozante a su madrastra, Anna Petrovna, que se encuentra en compañía de su fiel adorador Porfiry Semyonovich contemplando el centelleo de los fuegos de artificio, pagados por su acreedor Gerasim Kuzmich Petrin) "¡Madraza! (clama Sergey, compungido) ¡Necesito un caballo! ¡Tengo que irme ahora mismo, para siempre! (Anna y Porfiry se muestran asombrados. Anna, pese a todo, le observa un tanto sarcástica. Conoce bien los arrebatos infantiles de su hijastro) ¡A ver! ¿Qué más ha ocurrido? (pregunta a Sergey, con cierto abrurrimiento) ¡Qué noche más alocada! ¡Cógelo... si lo deseas!... ¡Gracias, madraza! (Sergey no puede dejar de sollozar y Anna lo abraza) ¡Sergito! ¿Qué tienes?... ¡Madraza, Annita...! ¡Esto es terrible! (Porfiry, con gesto consternado, observa el abrazo de madre e hijo, y aguarda impaciente conocer el motivo de desazón que aqueja a Sergey) ¡Enséñeme... madraza! ¿Cómo seguir viviendo? ¡Hay que dejar de vivir! ¡Estoy solo,... otra vez solo...! ¡Dios mío, qué terrible es todo esto! ¿Por qué me ocurre? ¿Acaso me lo merezco? (Anna, impaciente, repite) Pero ¿qué tienes? ¿Te han golpeado? ¿Te han ofendido?... (Sergey se desmorona) ¡Permita que le presente a un marido engañado! (Anna Petrovna cae en la cuenta) ¿Sophia? ¿La viste?... ¿Con Platonov?... (Porfiry permanece estupefacto, y Sergey admite) ¡Sí, Dios mío, Sophia! ¡Sophia, Sophia, Sophia! ¡Mi felicidad, mi salvación, mi esperanza!... ¡Madraza, métame en un manicomio, estoy loco! ¡Todavía creo en el amor, en la honradez, y en la amistad! ¡O que me maten a pedradas, como a un perro con rabia! ¡Molesto a todos, porque no le hago falta a nadie! (Anna Petrovna trata de consolarlo, restando importancia al hecho. Conoce bien a Platonov e intuye que aquello no ha sido más que una calaverada tras la absurda fiesta veraniega) Sergito, no sigas. (Se abrazan de nuevo) Cálmate, por favor. ¡Ah, Platonov, Platonov...! Todo saldrá bien. Todo seguirá como antes, ya lo verás. ¡Esa títere, esa coqueta, no le hace falta a nadie! Platonov es inteligente. Él comprende que, a excepción de la coquetería, de los entusiasmos inventados, ella no tiene nada más que ofrecer ni lo tendrá jamás. Todo saldrá bien. (Repite Anna, convencida) Todo seguirá como antes. Sophia seguirá a tu lado. (Y añade cínica e irónicamente) Platonov estará conmigo, y Alejandrita con Platonov. Tu Sophia, convéncete, no le hace falta a nadie. Tranquilizaté. (Sergey no da crédito a los censurables argumentos de su madrastra) ¡Madraza... madraza! ¿Cómo se atreve a decir eso? ¿Cómo se atreve? (Solloza Sergey e insiste)¿Cómo se atreve? (Luego se aleja aún más desmoralizado del lado de su madrastra. Porfiry reacciona con cierta furia contenida y sale corriendo por la oscuridad del jardín, dolorido por la verdad que siempre ha sospechado: Mikhail Vassilyevich Platonov y Anna Petrovna son amantes también. Mientras tanto, Sergey, que ha corrido hacia las cuadras de la hacienda, requiere a gritos la presencia de Jacobo o de cualquier otro criado) ¡Jacobo! ¡Empaqueta mis cosas! ¡O Zajar! ¡O Dmitri! ¡Qué diablos! ¿Dónde se han metido? ¿Acaso duermen? ¡Cuando papaíto vivía, ustedes obedecían al instante,... hacían todo lo que yo quería! ¡Ahora, sólo hacen lo que quiere mi madrastra!... (Aparecen asustados dos o tres siervos) ¡La berlina! ¡Rápido, saquen la berlina! ¡Saquen mi carruaje! (Sergey se muestra más y más desaforado) ¿Y el caballo? ¿Dónde está el caballo? ¿Y el sombrero de copa? (se ridiculiza como si delirara) ¿Dónde está mi sombrero? (Los sollozos acompañados por la furia que le acomete se agudizan en Sergey Pavlovich, que ahora trata de arrancarse, sin conseguirlo, el anilllo matrimonial del dedo. 
 

                  DIATRIBAS                 

Mientras tanto, Porfiry Semyonovich se ha encontrado con Mikhail Vassilyevich  Platonov en la semioscuridad próxima al río, más allá del jardín. Platonov vuelve hacia la casona un tanto deprimido y le incomoda observar la mirada de reproche que le dirige Porfiry) ¿Qué desea usted, Porfiry Semyonovich? (Inquiere con gesto demudado Platonov, conocedor del rencor que el  desencantado Porfiry le profesa) Quiero decirle que le odio. Usted no es más que un desvergonzado, un bribón. Ha destruido mi vida, y deshonra a muchos más. Critica a todos, pero usted mismo siembra la depravación, la irreligiosidad. Y lo más triste es que todo esto se quede sin castigo,... que el destino no lo golpee. ¡Ah, sí!, a usted habría que golpearlo, ¡hacerlo migas! ¡Qué terrible impotencia! (Platonov sabe que ya no tiene excusa para comportarse de manera tan irresponsable a ojos de todos. Se siente atrapado  y parece alimentar el encono de Porfiry mostrando de manera evidente cierto desasosiego pasajero) ¿Por qué considera usted que el destino no me golpea, Porfiry Semyonovich? Nadie se queda impune. (Porfiry satisfecho, sigue mostrándose soberbio ante los defectos que achaca a Mikhail) Usted sabe, Platonov... (Éste decide poner fin a los reproches, y responde tratando ahora de herir al celoso Porfiry) ¡Yo lo único que sé es que me es indiferente lo que usted piense de mí! (Y exclama irónico) ¡Hombre honrado! Yo sé muy bien por qué es usted tan honrado. ¡Porque no puede pecar! ¡Ahhh! (Dirige una mueca burlona Mikhail al ahora estupefacto Porfiry) ¡Usted recrimina lo que no es capaz de hacer por viejo! (Los ojos de Porfiry Semyonovich se abren desmesuradamente, horrorizado ante las palabras de Mikhail, que le increpa con una nueva burla) ¿Está claro? ¡Ahhh! (Tras el gesto bufo que le dirige, se muestra cada vez más histriónico, y emprende una carrera enloquecida, como si danzara por el verde prado que orillea con el río, lanzando pequeños gritos y cantando un canción cosaca. Porfiry Semyonovich encolerizado, le escupe desde la distancia).

 

                EL ORIGEN OSCURO DE LA ESPERANZA

 El delirio festivo de la noche veraniega parece haberse evaporado. Los visitantes de la hacienda de Anna Petrovna parecen haberse retirado finalmente a sus aposentos. Sin embargo, y como única vibración que recorre el verde prado que rodea la hacienda y llega hasta el río, suenan, muy lejanas, viejas cancioncillas rusas entonadas por algunos campesinos insomnes. Mikhail Vassilyevich Platonov deambula por el campo húmedo, y habla consigo mismo. Sus frases poseen el penoso resuello del delirio. Son como, una glosa exaltada de recuerdos pasados dada la tremenda herida renovada que ha significado para él el encuentro con Sophia Yegorovna) "¡Dios mío! ¡Misericordia divina!... ¡Qué poco hace falta para que uno sea feliz! (Y evoca) Sentarse cómodamente en un cálido vagón y beber té a la luz de una lámpara. (Más allá del río, en la distancia, pasa un tren, dejando tras de sí una humareda blanquecina)... Y conversar sobre algo que valga la pena con los otros viajeros, interlocutores casuales. E irse para siempre del todo, para que no siga tus pasos una procesión de años y actos absurdos... ¡Oh, Dios mío...! Ahora lo sé muy bien. Basta con que uno traicione una vez, mienta una vez a aquello en lo que una vez creyó y a lo que amó, para que ya nunca pueda librarse de esa cadena de traiciones y mentiras.  
¡Dios misericordioso! ¡Sálvame y perdóname! ¡Dame fuerzas y guíame! (Entre el dolor de su desencanto, lentamente, llega de nuevo hasta la casona y sube a la zona abalconada que da al comedor todavía encharcada por la lluvia reciente, bebe, toma una silla pero no se decide a sentarse, y luego se acerca decidido hasta la puerta de entrada, que se halla cerrada, e intenta abrirla inútilmente. En el interior de la casa reina el silencio. Todos parecen dormir. De pronto, tras él, apoyada en la baranda, suena la trémula voz de Sophia Yegorovna) Hace tiempo que le espero, Mikhail Vassilyevich (Platonov se vuelve sorprendido, la observa desconcertado, y no se decide a prestarle atención, tratando de nuevo de abrir la puerta que no cede a su impulso) (Sophia vuelve a hablarle con gran apasionamiento) Mikhail Vassilyevich, ¡vámonos! Usted me resucitó. Es como si hubiera despertado de una pesadilla, y ahora soy feliz. Toda la vida se lo agradeceré. ¡Tengo una idea! ¡Comenzaremos una nueva vida! Pura como agua de manantial y clara como el sol. Trabajaremos sudando hasta desfallecer. Nos ganaremos el pan, lejos de esta suciedad y de este polvo. ¡Disfrutaremos de nuestro trabajo! Y nuestra vida se convertirá en una fiesta de justicia, nueva luz y pureza. Tú darás clases a los niños y yo te ayudaré. Vestiremos ropas sencillas y comeremos alimentos igualmente humildes. Sólo necesitamos irnos de aquí, Mikhailito... (Platonov guarda completo silencio. Se ahoga de congoja, y respira entrecortadamente ante las inesperadas proposiciones de Sophia Yegorovna, que sigue rogándole)  ¡Vámonos cuanto antes! ¡Llévame contigo! Toma mi mano,... he pasado tanto frío esperándote... (Platonov le vuelve la espalda y trata de nuevo, con furia, de abrir la puerta de la casa, rehuyendo casi horrorizado a Sophia, que aguarda angustiada las palabras de él. Finalmente, Mikhail se decide a hablar) No es eso... Sophia... (titubea Platonov) ¡No es eso! (Y golpea rpetidamente la puerta que se le resiste, hasta conseguir abrirla. Entra desesperado en la casa, y deja a Sophia Yegorovna en el exterior, aturdida y dolorosamente desconcertada cuando comprueba que Mikhail Vassilyevich trata ahora de rehuirla, refugiándose en la silenciosa estancia contigua al comedor, y junto al ventanal silencioso, bebe agua de nuevo devorado por la sed.

Mikhail Vassilyevich se desmorona por completo anímicamente. Es como si la oscuridad le fuera cercando para descubrirle sus dolorosos pensamientos. Trata de calmar la sed que le acomete y toma un vaso de agua. Y como si se tratara de la amarga queja de un hombre que se siente acabado, exclama a voz de pronto) ¡Tengo treinta y cinco años! (Bebe agua y ahora su voz se convierte en un sollozo) ¡Tengo... treinta y cinco años!... (De pronto, aparece un criado con una lámpara de queroseno, y preocupado le pregunta) ¿Qué tiene usted? (Platonov le mira con ojos desorbitados, y grita) ¿Me espías, eh?...  ¿Me espías? (Mikhail totalmente trastornado se lamenta a voces) ¡¡¡Tengo treinta y cinco años!!! ¡¡Todo está perdido!! (Trastabilla por el comedor como enloquecido) ¡¡¡Todo!!!... ¡¡Alejandrita!! (Llama a su mujer como un poseso. El silencio que reina en la casa cae sobre él como una losa) ¡¡Todo está perdido!! ¡¡Treinta y cinco años!! (La voz desesperada de Platonov resuena por el pasillo donde confluyen las habitaciones, y atrae a gran parte de los invitados que se habían retirado a dormir.
 
 
(El afligido Mikhail Vassilyvich Platonov espanta a los invitados, necesitado de acusarse a sí mismo de ocultas culpas contenidas en su corazón oprimido, y que ahora fluyen como el gañido de una criatura desvalida y frutrada) ¡¡Soy un cero a la izquierda,... un petate despreciable!! ¡¡Un cero!! ¡¡Y tengo treinta y cinco años!! (Sigue obsesionado repitiendo su edad) ¡¡Si yo fuera Lermontov, hace ocho años que estaría en la tumba!!... ¡¡A esta edad Napoleón ya era general!! (Platonov sigue escandalizando mientras le siguen los anonadados huéspedes y los criados con lámparas) ¡¡Y yo no he hecho nada en esta maldita vida!! ¡¡Alejandrita!! ¡¡Han acabado ustedes con mi vida!! ¡¡Soy una nulidad gracias a ustedes!! ¡¡Alejandrita!! ¿Dónde estoy?... !!Soy un lisiado inepto!! (Inesperadamente, suena la sonata de Liszt en el piano mecánico, pero Platonov sigue vociferando) ¿Dónde están mis fuerzas, inteligencia y talento? ¡¡He derrochado mi vida!! (Anna Petrovna, que ya no puede resistir más el trance enloquecido a que se somete Platonov, trata inútilmente de poner fin a su crispación, y grita) ¡¡Mikhail, cálmese de una vez!! (Sashenka, aterrorizada, ha corrido hacia su esposo en un intento de detenerlo y abrazarlo, pero Platonov la aparta de sí, furibundo, y sigue desbarrando) ¡Ah!, ¿también tú estás aquí, guardiana de un hogar que ya ni humea?... (Sashenka no deja de sollozar. Se mantiene junto a su marido, sufrida y denodada en su deseo de poner fin a aquellos estremecimientos acongojados y fuera de sí que acompañan las palabras enfebrecidas de Platonov, y ruega entre lágrimas) ¡Mikhailito!... (Platonov, sin dejar ahora de mirarla, se acerca a ella como si aspirara un perfume ácido, y su voz dolorida se le rompe de acritud, cuando exclama) ¡¡Como te odio con tus canarios y sopas de remolacha!! ¡¡Y tú, al igual que yo, no tienes adónde ir!! ¡¡Y he de verte cada día, oír tu voz (toma Platonov el rostro lloroso de su mujer entre las manos), despreciarte y despreciarme, y saber que no hay adónde ir!! (Empuja con rabia a Sashenka, y las hijas de Pavel Petrovich acuden en su ayuda, impidiendo que caiga. Porfiry Semyonovich, indignado contra Platonov, exclama) ¡Avergüéncese! (Pero Mikhail observa a su desgraciada esposa y la insulta) ¡¡Petate!! ¡¡Y yo soy igual que todos ustedes!! (Solloza Platonov, que se dispone a salir corriendo de la casona, pero antes se vuelve para mirar al escandalizado grupo con profundo desprecio) ¿Se han reunido todos, sí,... todos? (Sashenka trata de retenerlo, y cómicamente, sin saber que hacer, intenta ponerle el sombrero que se halla tirado por la estancia. Platonov se resiste, aergonzado, y la aparta nuevamente de sí) ¿Molesto a todos, eh? ¿Los desperté?... (Sashenka no ceja e insiste en retenerle) ¡¡Está bien!! ¡¡Descansen de una vez sin mí!! (Descarga un manotazo sobre su contrita esposa y sale huyendo, enloquecido, mientras Sashenka corre tras él, con el sombrero en la mano, gritando y sollozando) ¡¡¡Mikhailito...!!! (Platonov resbala en el barro, se alza de nuevo, y se lanza a una nueva carrera despavorida por el jardín hasta alcanzar la pradera) ¡¡¡Mikhailito... (Suena de nuevo el grito aterrorizado de Sasheka. Platonov alcanza una parte alta del terreno que se asoma hasta el río y se lanza sin la menor hesitación. Afortunadamente, la profundidad es mínima, el agua cubre tan sólo sus piernas, y su cuerpo sobresale por completo en la pátina azulada que al río concede la noche. Sashenka llega hasta él, y se interna también en el río, repitiendo su nombre como si se tratara de un rezo) ¡Mikhail!... ¡Mikhailito! ¡Mi cielo! (Y abraza a su esposo, conmocionada y temblorosa. Luego le pone el sombrero y cubre su cuerpo mojado con su mantilla) ¡Mikhailito, mi amor! ¡Mi marido! Estás vivo... Entonces yo también estoy viva. Te quiero mucho, Mikhailito. Te amo de todo corazón. Eres todo mi universo. No temo a nada. Todo lo puedo soportar... porque nadie en el mundo puede amarte como yo. Mikhailito, estás cansado, eso es... (Platonov, sollozante, observa ahora con ternura el rostro ingenuo y caritativo de Sashenka. Ella insiste, amorosa, abrazándolo) Descansa y volveremos a ser felices. Tendremos una larga vida y mucha suerte... Llegaremos a ver una nueva vida, clara y pura. Y personas nuevas y hermosas que nos entenderán y nos perdonarán... Sólo hace falta amor... Amarnos, Mikhailito. Y mientras nos amemos, tendremos una vida larga y feliz (A lo lejos, suena la voz operística del gramófono. Platonov toma entre las manos el rostro conmovido de su joven esposa, y exclama con aquella ternura que antes le negara) ¡Alejandrita! ¡Mi chica! ¡Mi salvación...! ¿Por qué ha ocurrido esto, por qué...? (Abraza a Sashenka, que le propone tiernamente) Vámonos, mi buenazo Mikhailito. (Platonov lanza un ruego) Te pido que me perdones. (Sashekna sonríe) No hace falta. Vámonos. (La situación, allí de pie, con los pies cubiertos por el río, avergüenza a Platonov, que trata de disculpar su acción absurda) Me caí y me golpeé. Yo no sabía que aquí el río es poco profundo... (Platonov sonríe pesaroso) Pensaba que era hondo... (Abrazado a su esposa, se alejan, mientras suena el canto operístico)... (El grupo de huéspedes de Anna Petrovna recorre ahora entre sonrisas la verde pradera humedecida en la que se percibe ya la cercana luz del amanecer. En la Berlina, Sergey Pavlovich Voinitsev duerme acurrucado. Una mano que proyecta una sensación de amparo, la de Sophia Yegorovna, se desliza suavemente sobre la de Sergey, bien que buscando en la tibieza adormecida de él el quebrado hilo del perdón. Mikhail Vassilyevich Platonov y Sashenka Ivanovich se unen al grupo que recorre el prado, entre saltos y risas. El sol, que ya despunta en el horizonte, se tiende sobre las frondas inmóviles, dejando sobre el paisaje y sus habitantes una clara conciencia de paz y perdón. La gloria del cielo veraniego se va ensarmentando en cada rincón. Un rayo de sol, que penetra por una de las ventanas de la casona, trata de desperezar inútilmente al único inquilino que en ella duerme: Pedrito.

   
Una orquestación modélica del estado anímico individual entre un gran fresco colectivo. La expansiva vitalidad naturalista de Antón Chéjov se despoja de todo el artificio teatralizante, y el drama coral, fascinantemente definido por la documental versatilidad frente a la belleza en todos sus aspectos de que hace gala la dirección de Nikita Mikhalkov, siempre estimulado por el amor hacia la tierra, el paisaje, el cielo y las gentes de su Rusia natal, vuelve, no obstante, a orientarse de igual forma hacia el realismo polémico y social que señalaba el final predecible de una burguesía arruinada como consecuencia de una situación histórica real  y concreta. La cámara desencadenada de Mikhalkov concede una portentosa agilidad al relato de Chéjov, siguiendo sin cesar a sus personajes, espiando sus gestos o colocándose indefectiblemente en el punto de vista de cada uno de ellos. La minuciosidad del retrato escénico contagia de nuevo esa pincelada hedonista que desprende la imagen cinematográfica. Sus protagonistas, que ilustran casi todas las facetas de la moral puritana europea, y en especial la que atañe a la Rusia reaccionaria de principios del siglo XX, se convierten en seres receptivos del momento socio-cultural, y se entregan por completo a ese denostado puntal moral que proporciona el libertinaje, el hastío y la decadencia. Y sus problemas morbosos, entre el sexo y la ética, se impregnan de freudismo. Ciertamente, todo ello no representa nada nuevo en la seductora dramaturgia de Antón Chéjov. Y aunque Nikita Mikhalkov no evite las concesiones melodramáticas de la obra, como es la redención final de Platonov, el impulso del renacimiento cinematográfico ruso logra con esta "Pieza inacabada para piano mecánico" una de sus más celebradas superaciones estéticas. Y su brío narrativo, servido por el sensacional perfeccionamiento interpretativo de todo el reparto, la convierte en un soberbio poema visual, casi cósmico y panteísta, y atrapado en el pathos de la tragedia clásica, en el que hombres, mujeres, Naturaleza y emociones, recorren la pantalla incorporándose a la atemorizada concepción social de un mundo que muy pronto habrá de enfrentarse a un futuro estallido revolucionario. ¡Un prodigioso itinerario pasional, con penetrantes observaciones psicológicas y sociales, que se convierte en un auténtico pilar de la nueva cinematografía rusa! ¡¡¡Imprescindible!!!



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