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viernes, 23 de agosto de 2013

Una pieza inacabada para piano mecánico (Неоконченная пьеса для механического пианино) -IV Parte-





Para la pequeña burguesía se convirtió en algo forzoso crearse un mundo de extravagancia y lujo prefabricado que pudiera alejarla del hastío y del miedo que entrañara el amenazador ajuste de las dificultades financieras a las que muchos de sus integrantes se hallaban irremisiblemente abocados. En efecto, a finales del siglo XIX una inmediata fluctuación hacia la total ruina económica se cernía sobre miles de familias de hacendados rusos. Pese a todo, era el tedio el que, convirtiéndose en uno de los mayores escollos en la existencia acomodada del terrateniente y su entorno doméstico y vecinal, el que debía, pues, ser superado a toda costa, transformando la diversión y las apariencias de los latifundistas, más o menos adinerados, o incluso arruinados, en una meta obsesiva. La hacienda del pequeño burgués debía llenarse de luces y música por las noches. El terrateniente ruso, frente al pobre campesino o silvano, trataría en todo momento de vivir dentro de los dictados de esta medida de mantenimiento de superioridad que para él significaba el único orden establecido en su vida; y en consecuencia se aplicaría siempre que pudo en mantener esta postura ultrarreaccionaria frente al empobrecido mundo que le "servía y veneraba", y con la que se distinguió hasta la gran revolución rusa su auge aristocrático. El hacendado fue un auténtico azote para todos los municipios o zemstvos del innumerable campesinado decimonónico de aquellas gigantescas zonas rurales habitadas por miles de lugareños que veían agravadas sus precarias existencias, prácticamente presos en un mundo de insoslayable pusilanimidad, servilismo, constante humillación, y descomunal analfabetismo. Un universo que los dueños de las grandes haciendas recrudecían en defensa de sus intereses con una explotación y una autocracia dignas de los peores tiempos de la esclavitud. En verdad no existía misericordia, únicamente la precaria bondad del amo y sus contadas o veleidosas acciones caritativas. La masa proletaria agrícola soportando, solitaria y desdeñada, su infortunada forma de vida frente al insaciable orgullo aristocrático del terrateniente, se incorporaría más tarde al proletariado industrial que fue formándose en muchas ciudades cercanas. Surgió así el primer grupo socialdemócrata marxista de 1884 en San Petersburgo y la Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera en 1895, acelerando en consecuencia el auge de las industrias,  frenado hasta entonces por los amargos saldos de la citada servidumbre en el campo. En 1903, las grandes huelgas generales en Ucrania y Transcaucasia multiplicarían las manifestaciones de la masa  proletaria. Había transcurrido una eternidad hasta aquel  despertar de la clase obrera en todos sus perfiles. El  patético dolor del pueblo iba a cambiar la faz de su mundo. Los nubarrones de la primera revolución se avecinaban para desempeñar un papel relevante en el carácter político de la Rusia post Zarista.

     LA VAGUEDAD DE LOS SENTIMIENTOS BURGUESES



La atardecida lluviosa reúne a todo el grupo de visitantes en el porche de la casona de Anna Petrovna. Empieza un juego inocente en el que algunos de los concurrentes se disfrazan y bailan. Todos tratan de librarse de ese peso que conlleva el aburrimiento, haciendo un visible e intenso esfuerzo de concentración en la comicidad de sus actos absurdos, mientras la lluvia discurre entre la maraña verdeante del gran jardín y su bosquecillo, resaltando sus dulces matices, ocultando la agonía laboriosa del ocaso y dando paso a la presencia infinita y creciente de la noche. Porfiry Semyonovich Glagolye, con una pequeña careta, se acerca divertido a Anna y exclama) "¡Hago mal el papel de carcasiano! Lo siento. Tenga piedad de mí, Anna Petrovna. (Anna, sin prestarle demasiada atención, propone el juego de las prendas, por medio de una baraja de cartas) ¿Qué hacemos? ¿Lo valoramos todo como prendas? (Risas y abrazos de los que se han entregado al baile, en especial las hijas del extremista Pavel Petrovich Shcherbuk) ¡Lo valoramos, sí, sí! (saltan, aplauden y ríen, ante la mirada aburrida de Gerasim Kuzmich Petrin que observa al grupo con marcada displicencia. Anna ofrece una copa de licor a Porfiry. Sashenka Ivanovich corre feliz hasta su marido, Mikhail Vassilyevich Platonov, que se halla sentado, y exclama) ¡Mikhailito, estoy tan contenta! ¡Eres el más inteligente, el más alegre! ¡Tú me das alegría y tranquilidad! (Platonov le sonríe forzadamente. La eufórica afección de que hace gala su esposa le turba. Disimuladamente se desprende del abrazo emocionado de Sashenka. Y con voz pausada, le dice) Hace calor... y es inoportuno. La gente nos mira. Deja el cariño para casa. (Sashenka se siente un tanto avergonzada. Resuena la voz potente de Anna Petrovna) ¡Continúemos, señores! ¡Sophia Yegorovna, es su turno! (Sophia, con cierta timidez, toma la baraja para el juego de las prendas. Anna toma una carta y propone) El que tenga este naipe deberá... sentarse sobre un puerco y dar una vuelta a la casa! (Pavel Petrovich Shcherbuk lanza una risotada, y todos esperan divertidos. Anna exclama) ¡La sota de picas! (Nikolai es su poseedor y grita) ¡Mi carta! ¡Mi sota de picas! ¡Dénme el cerdo! (Entre las risas ensordecedoras de todo el grupo, Anna llama a su hijastro) ¡Sergito, querido, ordena a Jacobo que traiga el cerdo más tranquilo que haya, para que no se desboque. ¡Todo está listo, lo esperamos! (Pavel Petrovich riñe a su sobrino, que está manoseando el gramófono) ¡No te atrevas a tocar lo ajeno! (Sergey llega preocupado) Madraza, no entiendo lo que dice este engendro. (Refiriéndose a su criado Jacobo) Explíquese usted misma. (Jacobo trata de dar su versión sobre la petición de Sergei a su patrona Anna Petrovna) Por favor, su excelencia "me fue dicho por parte de él", que yo fuera a una expedición polar, o sea a la aldea, en busca de un puerco. Ha de comprender que mientras vaya para allá y para acá con el animal ¿quién servirá de manera culta la cena? ¿Zajar o el Dmitri ese? (Anna le contesta furiosa) Pues, que lo busque el Dmitri ese (Y sigue el juego) ¿Quién no ha jugado todavía? ¿Mikhail? (Éste se muestra poco dispuesto. Sophia y las hijas de Pavel tratan de atraerlo al ridículo juego de las prendas) (Sophia) ¡Vamos a convencerlo! (Interviene Sashenka, que se dirige a Anna y Sophia) ¿Me dejan a mí? El que tenga esta carta... (Anna la interrumpe) Permítame sacar otra de la baraja (Anna señala una de las cartas) El que tenga esta carta debería ahora acercarse a mí y besarme. ¡El as de picas! (Pavel Petrovich y Gerasim Kuzmich Petrin miran la carta. Porfiry Semyonovich grita) ¡Lo compro! Señores, doy cualquier tesoro mío por el as de picas. (Sashenka se acerca a su marido, descubriendo que es el poseedor de la carta) ¡Mikhailito! ¡Tienes el as de picas! ¡Mira! ¡Anna Petrovna, el destino quiere que Misha y usted se besen. (Porfiry insiste) Se lo pido por favor, cédame el destino. (Anna exclama) ¡No se puede! Mikhail Vassilyevich (Anna abre sus brazos, invitándole) Dígnese... (Todos ríen, menos Porfiry. Mikhail, contrariado, cede la carta a Sashenka) Sostenla (se acerca con una seriedad desconcertante a Anna, tose, ambos se miran con seriedad, y Anna, abrazándose a él, lo besa con gran descaro en la boca largamente. Todos les dirigen sus miradas estupefactas, dado el apasionamiento con que se besan. Porfiry se da cuenta de que la situación está resultando muy comprometida, silba y se vuelve. Toma el paraguas, y sale del porche bajo la lluvia. Sashenka, no menos desconcertada, trata de sonreír. Pero no puede evitar sentirse cada vez más tensa, observando el largo beso amoroso y comprometedor entre Anna y Mikhail, y que parece no tener fin. De repente, alguien rompe algo y dejan de besarse) (Sergey exclama) ¡Ha de traer suerte! (A Sophia se le ha caído un florero de las manos, y lanza una tímida sonrisa a todos los presentes) Lo hice sin querer (se disculpa. Anna, sonriente, trata de calmarla) Sophiíta, se lo suplico, no se ponga nerviosa. (Sophia trata de recoger los pedazos de cristal, y Anna la reprende) ¡Cuidado, cuidado, que se puede cortar! (y la ayuda a recoger las flores, mientras Sophia emite un leve gemido. Se ha cortado) (Anna) ¡Ahí lo tiene! ¡Ya lo sabía yo! (Sophia sigue disculpándose) No sé cómo ocurrió. (Anna) Jacobo lo recogerá. (Sophia insiste sofocada) No sé cómo... (Anna, observando la pequeña herida) ¡Ah, pobrecito dedo! (Sashenka dirige ahora una mirada a su marido con una sonrisa, como tratando de hacerle entender que no se halla molesta por la broma del beso. Mikhail le devuelve la mirada, y gesticula como si tratara de asustarla. Sashenka ríe y le guiña un ojo. Se acaba el juego y Pedrito pone en marcha el gramófono. Pavel Petrovich, perseguido por sus hijas que se han disfrazado con bigotitos de broma y no cesan de atosigarle, exclama) ¡Me tienen harto! (Sus hijas insisten juguetonas para que cante) ¡Bueno, está bien! Pero conste que hoy no tengo casi voz. Bien, señores (Pavel se dispone a cantar) Bueno. Se trata en sí de travesuras de infancia. Es una imitación del grito que da el reno del bosque en tiempos de celo. Me lo enseñó el príncipe Koñiayev, así que no soy su autor. Después de ciertos preparativos, les presentamos el claro del bosque y a su dueño en él. (Sus hijas se ponen una a cada lado con macetas en las manos. Pavel les dice) Avecillas, espero que no habrán olvidado cómo se silba. (Ellas silban entonces tontamente) (Una criada le acerca unos cuernoz de alce) Eso no hace falta. Lo haremos nosotros mismos... O yo o mis hijas. (Sophia Yegorovna no puede disimular su aburrimiento, y observa a Mikhail Vassilyevich Platonov  que se aleja por la escalera en que se apoyaba, subiendo de nuevo hasta el primer piso, no menos hastiado del estúpido juego del grupo de visitantes. Una vez en la habitación de arriba, frente al comedor donde habrá de tener lugar la cena, observa la lluvia desde el ventanal.
 
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                               EN BUSCA DEL DOCTOR

Mientras Jacobo va disponiendo la cena, aparece un individuo con pinta de obrero, con las botas embarradas, un sombrero algo ridículo y una cartera, tratando de sujetarlo todo con las manos. Mikhail le pregunta) ¿Qué quiere usted? (El desconocido) Necesito ver al doctor con urgencia. Me dijeron que él está aquí. Soy Gorojov, un oficinista de la fábrica. Perdóneme, me quité las botas para no enfangar el suelo. (Mikhail) Me agrada conocerle, señor Gorojov... No, yo sé que a usted no le agrada (se sincera el humilde oficinista), ni a mí tampoco me agrada ese apellido. (Mikhail se ríe ante la seriedad con que se expresa el recién llegado. Luego le indica) El doctor está en el piso de abajo... Muchas gracias (El tímido oficinista se vuelve a poner sus botas y desciende hasta el porche. Jacobo, que ha bajado también, ríe ante el anciano Ivan Ivanovich que se ha vestido ridículamente con un salto de cama de Anna Petrovna y una flores en la cabeza. Jacobo pregunta al oficinista, que busca a Nikolai Ivanovich y hace caso omiso al tonto juego del resto del grupo que se halla en el porche. Aparece Nikolai, que no cesa de reír ante las payasadas de su padre, y pregunta al desconocido, que lo reconoce) ¿Quién es usted?... Yo soy Gorojov, oficinista de la fábrica, y lo busco a usted. Y le traigo una carta. (Nikolai, que lleva un frutero en las manos, le pide a Gorojov que lo sostenga) Cójalo, por favor (y abre la carta. Mientras tanto, todos los invitados siguen entregados a sus grotescos bailoteos, entre bromas y risas. El oficinista pregunta tímidamente) ¿Eso es espiritismo? (Nikolai que ha leído la carta, sin prestar atención a la pregunta, finge no entender qué significa el contenido de la misma) No entiendo. La enferma Gorojova ¿es su esposa?... (El oficinista asiente) (Nikolai le increpa) ¿Y para qué me da esta carta? ¿No es más fácil explicarse verbalmente? (Gorojov, intimidado, ofrece su humilde razonamiento) Esa carta era por si acaso no me dejaban pasar. Entonces, la habría entregado. (Nikolai, contrariado, responde de mala gana, y se disculpa) Hoy no puedo ir. Mañana por la tarde. (Gorojov asiente con el encogimiento típico del pueblo bajo) Comprendo. (No obstante, insiste sumiso y respetuoso) Pero, señor, ¿no sería mejor que vayamos? Tengo unos buenos caballos. Además,... (tratando de disimular su desconsuelo) podríamos llegar a un acuerdo. (Nikolai trata de desembarazarse de él y se niega de nuevo) Le comprendo. Pero usted también debe comprender, señor... (duda, porque ha olvidado el nombre del contrito oficinista y mira la carta) Gorojov. No puedo ir hoy,... mañana. O, no sé, en última instancia, pasado mañana. (La mirada de Gorojov muestra su sorpresa atribulada al oír que el doctor alarga todavía más la posibilidad de su visita a la enferma. E insiste casi lloroso) ¡Señor doctor, por el amor de Dios! Se lo pido como un favor especial, venga conmigo. (Nikolai lo mira arrogante y despectivamente, insistiendo en su negativa. Gorojov se resigna contrito) Entendido. Le pido que me disculpe. 
 
En ese momento baja Mikhail Vassilyevich Platonov, y Gorojov, abatido y pesaroso, habla con él) Si me hubiera advertido que el doctor está ocupado, no lo hubiera molestado. Ahora se ha ofendido conmigo, y a lo mejor ya ni irá. (Gorojov, aturdido y sin saber a qué atenerse, va a volver a subir la escalera. Sashenka, que ha observado la escena, le dice, indicándole la salida por el porche) Por aquí se sale más rápido. (Gorojov, desolado, pide disculpas) Perdone (y como aún lleva el frutero, pregunta) ¿Lo dejo aquí? (indicando el piano, que sigue emitiendo su melodía. Sergey se sienta frente a él, y finge tocar, sin prestar atención al humilde oficinista, que hondamente abatido abandona el porche, y se interna en el jardín bajo la lluvia incesante) (Mikhail Vassilyevich Platonov no puede ahora evitar enfrentarse airado a su cuñado, y exclama con furia) ¡Nikolasito! ¿por qué no fuíste con él? (Nikolai se muestra displicente, y con una copa en la mano, responde) No empieces a darme tus lecciones de moral. Sé más humano. ¡Hazte a la idea de no "machacar" más que tú eres el "mandarria" y yo el hierro frío! (Acude Sashenka) ¿Y si ella se siente de verdad muy mal y tú mientras te quedas aquí? Eso no está bien. (Nikolai reprende a su hermana) ¿Por qué te entrometes? Eres muy pequeña aún. (Mikhail, nervioso y furibundo, había tomado asiento. Pero se levanta de nuevo, y grita con encono a su cuñado) ¡No te atrevas a hablar así a mi esposa! ¡¡Haragán!! (Y golpea colérico una mesita con el puño. Luego se enfrenta de nuevo a Nikolai) ¡Eres el único doctor de la comarca! ¡Y te piden, como si fuera una limosna, lo que estás obligado a hacer! ¡Tu deber es llevar a cabo cualquier posibilidad de ayudar al prójimo! (Nikolai, con sorna) ¿Quieres que yo vaya? (Mikhail vuelve a gritar con ira) ¡¡¡Sí!!!... (Nikolai, con su habitual parsimonia, responde) Está bien, ahora ceno y voy para allá. (Sophia Yegorovna, que ha estado atenta a la escena entre ambos cuñados, se muestra no menos asombrada por la falta de responsabilidad de que hace gala el doctor Nikolai Ivanovich, quien ahora, un tanto vengativo y tembloroso, arguye, observando el rostro demudado de Platonov) ¡Bien! Pero si vamos a hablar de ti, Mikhail, tampoco tú eres el maestro más ejemplar que haya visto en mi vida. (Mikhail se revuelve invadido por el mismo sentimiento de indignación que ha mantenido desde el principio) ¡Ah! ¿con que esas tenemos? ¿Soy el culpable? Pues, bien, Reconozco mi culpa. Entonces... si soy un mal maestro ¿tú no puedes curar a los enfermos? ¡Que todos ellos mueran mientras tú te dedicas a visitar a los vecinos y bebes vodka! Sólo que yo no terminé la universidad y no ocupo un cargo ajeno Y tú sí la terminaste, así que haz el maldito favor de comportarte adecuadamente. (Pavel Petrovich interrumpe la discusión, imitando, finalmente, el berrido del reno en celo, junto a las insípidas y tontas actuaciones de sus hijas, que mueve hojas de enredadera, como si el viento las vapuleara, junto a la cabeza de su padre. Mikhail Vassilyevich Platonov se siente hastiado. No puede más con aquellas payasadas absurdas, y vuelve su rostro hacia Pavel Petrovich, con patente desprecio hacia él y a sus simplonas hijas. Y musita, deseoso de salir de allí) Señores, yo... (Mientras tanto, Porfiry Semyonovich, desde fuera, bajo el paraguas con que se protege de la lluvia, oye el berrido de Pavel, y se acerca de nuevo, presuroso, al porche. Pedrito ha puesto el gramófono, y suena música de ópera que acompaña las payasadas de la familia Petrovich. Vuelve a generalizarse la risa de todos los allí presentes. Hasta Mikhail acaba por reír, y Porfiry  sigue observando desde el exterior a todo el grupo que probablemente finge divertirse. A lo lejos, el humilde y apesadumbrado oficinista Gorojov se dirige a su carruaje, dispuesto a volver a la aldea sin la requerida compañía del doctor)

DESPOTISMO, SINCERIDAD Y REPROCHES EN UNA CENA REACCIONARIA 


 
 
 
 
 
 
 
 
La arrebatada simplicidad de la improvisada fiesta en el porche ha llegado a su fin con la llegada de la noche, húmeda y algo fría. Tras la lluvia de la atardecida, todo convida a recogerse en el piso alto y en el amplio comedor donde se sirve ya la cena a todos los convidados de Anna Petrovna. Todos, a excepción de Mikhail Vassilyevich Platonov, que abatido por las desagradables experiencias del día, tiende aún a rehuir el grupo que ya se halla a la mesa. Suena la imperiosa voz de Anna Petrovna) ¡Señores, les pido a todos que beban a mi salud! (Platonov decide dirigirse al comedor y ocupar su sitio en la mesa) (Anna) ¡Sergey! ¿dónde estás?... ¡Voy, madraza! (Habla el anciano Ivan Ivanovich) No hace mucho que un suboficial de cosacos me dijo que los terremotos se deben a la evaporación de las aguas. al parecer unos alemanes descubrieron eso y dijeron que la salvación está en lo metaloides. (Nikolai corta los delirios parlanchines de su padre, y exclama burlesco) Padrecito, mejor duérmete... (Ivan Ivanovich replica) Y tú, Nikolasito, no te rías. El sueño es un fascinante enigma natural que refresca las fuerzas humanas. Quizás se deba a eso el que viva tanto tiempo, porque duermo con frecuencia. (Sergey, que lee una reseña del periódico, exclama de pronto, interrumpiendo a Ivan Ivanovich) ¡Oigan, señores, lo encontré!: "Rusia es una enorme llanura por la que se desplaza precipitadamente el hombre temerario" ¡Con qué emoción se expresa!, ¿eh? ((Interviene el siempre engolado Pavel Petrovich) Pero ¿quién es ese hombre temerario? Pues, quien tiene la sangre azul. ¡Así mismo! ¡Todo lo mejor que posee la humanidad se lo debe a los hombres de sangre azul! ¿Y qué pasa ahora? La nobleza confraterniza con los taberneros. ¡La civilización está en peligro! ¡No hay ni ideas ni ideales! Y muy pronto el villano se apoderará de todo. ¡Villanos! ¡Por todas partes hay villanos, Dios mío! (Platonov, sentado junto a Pavel le observa sin poder disimular su menosprecio ante la superioridad de casta que aquél esgrime a cada instante. Petrovich sigue imperturbable y descomedido) ¿Dónde están los representantes de nuestra alta aristocracia? ¿Dónde están los Pushkin, Lérmontov, Gógol, Goncharov y los Turgueniev? (Platonov le corrige irónico) Goncharov era un mercader. (Pavel disimula algo desconcertado) Sí,... ¿Qué ha dicho? (Platonov repite su aseveración) Que Goncharov era un mercader. (Pavel se muestra más y más contrariado) Las exclusiones son una conjunción de la regla general. Así mismo, joven. Además, la genialidad de Goncharov usted no la puede poner en duda. ¡Sí, se acerca una catástrofe! (Pavel Petrovich, cada vez más encendido se alza de la mesa y gesticula como un agitador, mientras el resto de los asistentes a la cena se muestran desconcertados con los excesos del insoportable convidado) ¡Ante la amenaza de esa catástrofe, y mientras no sea tarde, debemos unirnos, y golpear a nuestro enemigo común! ¡El villano no debe ver en mí a Pavel Shcherbuk, sino a Ricardo Corazón de León! ¡Basta de ser delicados con ellos! ¡Gritémosles, mirando a su jeta! ¡Fuera los monos! ¡Zapatero a tus zapatos! ¡Así mismo, mirando a su jeta!... ¡Sólo que no cuente conmigo!... (Interviene de pronto Gerasim Kuzmich Petrin con voz sarcástica, mirando a Pavel, que se ha sentado de nuevo a la mesa) Sería interesante para usted saber el porqué. Pues, porque mi padre era un simple obrero. Y si a alguien no le gusta eso, me puedo ir. (Petrin observa ahora al resto del grupo con irónico gesto de reproche) Pero todo esto que ustedes comen y beben, ha sido comprado con mi dinero: los fuegos artificiales y el cañón. Hasta ese piano toca mi dinero.


Sophia Yegorovna y su esposo Sergey se observan con una sonrisa avergonzada. Ambos saben, y el resto de visitantes también, que Anna Petrovna tiene la hacienda embargada y que su acreedor es Petrin, que continúa imperturbable con sus reproches al reaccionario Shcherbuk) Y ustedes viven porque vivo yo, un villano. ¿Comprende usted, Pavel Petrovitch? Sólo saben predicar cómo hay que vivir, creer en Dios o dirigir al pueblo. Ustedes mismos ¿acaso viven? ¿Acaso creen en Dios? ¡No! Por ejemplo, tú (esta vez  Gerasim Kuzmich decide ya tutear definitivamente al prepotente hacendado), Pavel Petrovich Shcherbuk ¿por qué presumes tanto de tu sangre azul? Ahora, por si no lo sabes, eso no es motivo para que te alimenten (Pavel Petrovich trata de digerir su ira, pero no contesta a Petrin, que sigue rebajándolo) Hay que saber hacer negocios. ¿Qué sabes hacer tú? ¡Gritar como un reno! (Petrin lo imita con burla, y se levanta de la mesa divertido, enciende un cigarrillo en la llama de una lampartia de queroseno, mientras sigue mofándose de Pavel, que no puede ya contener su furor, aunque guarda silencio) Compadre Pavel, tú no haces falta a nadie. Mientras que yo, un villano... ¡qué palabrita, villano!, lo puedo todo. Yo... (Petrin sigue sonriendo con sorna despreciativa hacia todos) Yo puedo hacer lo que quiera. Mi padre tenía miedo a acercarse a esta casa. Y yo (observando el rostro disgustado de Anna Petrovna) converso aquí con su excelencia sobre el estado del tiempo (Interviene Porfiry Semyonovich, contrariado, tratando de hacer callar a Petrin) Pero Gerasim, ¿qué haces? Eso no está bien, hermano. En casa ajena, haces reproches. ¡No está bien! (Todos se observan incomodados por las palabras de Petrin. Sophia Yegorovna trata de suavizar el ambiente enrarecido que se ha creado durante la cena, y dice lo primero que se le ocurre) Guerasim Kuzmich, por favor, suba usted la mecha de la lamparita, que está ahumando. No soporto ni las corrientes de aire, ni que las lámparas ahumen... (Petrin sonríe, sube la mecha y les recrimina) Y este queroseno también ha sido comprado con mi dinero... (El silencio se impone de nuevo en la mesa, un tanto achantados por las amonestaciones de que han sido objeto por parte de Petrin. Siguen cenando, y Mikhail Vassilyevich Platonov exclama no menos sarcástico) Está todo muy sabroso. ¡Sabrosísimo! (Repentinamente, suena un canto operístico, y todos se asustan. Pedrito ha puesto en funcionamiento el gramófono, y una de las hijas de Pavel sale tras él reconviniéndole. Sergey se espanta cómicamente) ¡Madraza, no estamos para estos sustos! (Anna Petrovna, que quiere dar por zanjadas las reprimendas de que han sido objeto por parte de su acreedor, gesticula con una sonrisa de furor contenido e insiste) ¡Coman, señores! (Pero Pavel Petrovich Shcherbuk se levanta tan profundamente ofendido como dolorido, y arguye) ¡Gracias! Cuando llegué ya había comido, así que ni he probado nada de esto. (Una de sus hijas observa con tristeza a su agraviado padre, que, finalmente, abandona el comedor. Platonov, sin embargo, ríe. Y Porfiry toma con remilgo las manos de Anna Petrovna y trata de consolarla) Querida Anna Petrovna, no le haga caso. Se lo ruego. (Anna se enfurece) ¡No siga! ¡Ya es hora de dejar la coquetería a un lado! ¡Cuántos años han pasado, y siempre... lo mismo! Si alguna vez yo mirara de reojo a alguno de mis acreedores, al otro día yo ya no estaría en esta hacienda. Hay que elegir entre la hacienda y el honor. ¡Y yo elijo la hacienda! Gerasim Kuzmich podría dejarnos en la calle a todos, pero nos tolera. ¡A su salud, Gerasim Kuzmich Petrin! ¡Dios mío, Dios mío, cómo duele!
 
 
Gerasim ha seguido fumando sin dejar de observar al grupo sentado a la mesa con profundo menosprecio. Porfiry Semyonovich suda avergonzado y bebe. Sergey observa despechado a su esposa, Sophia Yegorovna, y exclama estúpidamente) ¡Esto es lo que sucede,... así mismo! ¡Pobre Rusia, pobre país! (Mikhail Vassilyevich Platonov explota por fin, enfurecido contra Sergey Pavlovich, y le recrimina) ¡Deja a Rusia en paz de una vez! (Sergey abochornado, musita) Sólo quería decir... ¿Qué? (se enfurece más y más Platonov) ¿Qué demonios querías decir? ¡Llevas quince años repitiendo esa misteriosa frase! ¡Ya es hora de dejar de machacarla! ¡Hablamos por hablar...! ¡El alma rusa! ¡Bienestar popular! ¿Por qué será que no se secan nunca las lenguas? ¡Tú machacas lo de Rusia, el señor Shcherbuk lo de los villanos! ¡Esas ideas nuestras tan sabias, que matan moscas, y la lámpara humea! ¡Hablamos, comemos, bebemos una y otra vez con la conciencia limpia! ¡Claro, nuestro amor propio es europeo, aunque el desarrollo sea asiático! (Interviene Sophia Yegorovna, muy contrariada por las nuevas reprensiones sociales de que hace ahora gala Mikhail Vassilyevich Platonov, y le increpa) ¿Cómo se puede hablar así? ¡Eso que usted dice es inmoral! (Platonov se muestra cada vez más irónico y encendido) ¡Cierto, reconocer nuestra incapacidad es inmoral... (Sashenka, muy preocupada, trata de evitar que su marido siga hablando y le retiene un brazo, que Platonov aparta displicente, y sigue con sus admoniciones), mientras que entretenerse en la aldea dando el biberón a los bebés, repartiendo fraques a los campesinos, no es inmoral! ¡Sergey, eres como una campana de pureza!... (Sergey asiente, ofendido) ¡Sí, y tú también eres una campana, Mikhail! (Platonov afirma burlón) Solo que yo repico por mi propia cuenta, y a ti, Sergito, te hace sonar cualquiera. ¿Cuándo terminaste la Universidad? Hace ya tres años. ¿Y qué haces? ¡Nada! (Nikolai Ivanovich, su cuñado, que ha permanecido todo el tiempo en silencio, observa ya a Mikhail con un profundo reproche en su mirada. Platonov sigue atacando a Sergey) ¡Y pasarán cinco años más sin que hagas nada! (Sergey, que se siente perdido y casi sin saber qué contestar, arguye finalmente con  una leve voz agraviada) ¿No querrás que vaya a dar clases a un gimnasio? Por ahora, no me muero de hambre, y tengo toda una vida por delante. Así que ¿para qué apurarme? (Sashenka, con enorme timidez, regaña en voz baja a su marido) Todos están cansados de oírte. (Pero Platonov no ceja, y exclama irritado) ¡Pues, no me escuches, querida! (Se levanta de la mesa y ríe irónico, observando a su suegro que dormita) ¡Qué tal! ¡Mira a tu papaíto, duerme y no escucha a nadie, por eso ama a todos! (Nikolai Ivanovich, enfadado, decide intervenir, y amonesta a su cuñado) Mi viejo... ¿Acaso te molesta? Eres como el señor Chatskyi (personaje anónimo hasta que lo nombra Kikolai, pero que, al parecer, todos conocen) ¿No te basta con habernos dado una bofetada? (Interfiere Porfiry Semyonovich) Pero si ese señor Chatskyi no busca la verdad, sino que se distrae. (Platonov arguye) No tiene servidumbre a la que pueda vapulear, por eso vapulea a todos y a todo.
 
 
Se oyen ruidos desagradables fuera del comedor) (Sergey pregunta) ¿Y ahora que más pasa ahí afuera? (Aparece el criado, Jacobo, con mirada burlona y divertida, y se dirige a su señora) Han traído al animal, su excelencia. (Anna inquiere molesta) ¿Cuál? (Jacobo) Ese por el que fue la expedición. El cerdo para el señor Triletsky (refiriéndose a Nikolai. Se desatan las risas, y Anna exclama) ¡Señores, basta de filosofar!... (Platonov a tomado una guitarra. Se dirige a su cuñado y le dice) Por favor, señor Triletsky, ... ¡qué bien! (Entona entonces una musiquilla con la guitarra y exclama) ¡En la arena está el cerdito, es tu turno señorito! (Nikolai se enfurece, aunque su exaltación se convierte en pesar) ¡Oye, Mikhail! ¿Me consideras un payaso, o qué? (Finalmente, Nikolai Ivanovich da rienda suelta a un leve sollozo, mientras tiembla su mentón) Todos ustedes me consideran un payaso. Pero, ¿qué saben ustedes de mí? (Los ojos de Nikolai lagrimean levemente) ¿Qué es lo que saben de mí? (Desahogándose entre trémulos sollozos) ¡Sí, estoy aburrido! ¡Estoy muy aburrido de vivir en un lugar tan apartado, y no pertenecerme! Hasta el ladrido de un perro me inquieta (se sincera vergonzosamente Nikolai) por temor a que me busquen,... y a que haya de ir por caminos pésimos, soportando sacudidas de un carromato tirado por jamelgos. Sólo puedo pensar... en diarreas. He de esperar una epidemia de cólera, y leer sobre el cólera, aunque en realidad me sea indiferente esa enfermedad y la gente que la padecen. (Su llanto se agudiza) ¡Eso me avergüenza, me causa horror,... y mucho asco! (Sergey se siente muy mal, no puede soportar la confesión de Nikolai, y se levanta de la mesa, yéndose hasta un rincón oscuro del salón, como si pretendiera mantenerse al margen de todo lo que allí se ha hablado. Pero Nikolai sigue rebajándose) ¡Dios mío, qué vergonzoso es... vivir y beber así, de balde! ¡Y lo peor es saber que no va a haber nada más! (Sashenka, muy conturbada, se dirige a su hermano y le ruega) Nikolasito, te lo suplico, ¡basta ya! (Nikolai se contiene, y decide guardar silencio) ¡Y ustedes también,... cesen!...  (Jacobo, que ha permanecido en el salón, pregunta de nuevo) ¿Dónde meto al animal? (Sergey Pavlovich explota y trata de echar al criado de allí) ¡Fuera de aquí! ¡Vete! (Jacobo se defiende descaradamente) No es a usted a quien pregunto. Su excelencia (refiriéndose a Anna Petrovna) me ordenó que trajera al animal y lo traje. (Anna Petrovna se muestra enfurecida también, y alzándose de la mesa, se lamenta) ¡No puedo más ¡Estoy harta de todo!
 
Anna Ptrovna abandona finalmente el comedor, ante la mirada estupefacta del resto del grupo de invitados, a excepción de Platonov que sigue sonriendo, guitarra en mano, con divertida ironía. Anna Petrovna pasa por el salón con la lamparita en la mano y más allá, en un pequeño apartado del salón permanece sentado en un amplio sillón Gerasim Kuzmich Petrin, que comenta sarcástico) ¡Qué paradoja! En este mismo momento, en algún país del sur, un hombre está sentado y piensa: "Me montaré ahora en la piragua, e iré a buscar unos plátanos. ¡Qué bien!"
 


                         МЫ ВЕРНУЛИСЬ-¡VOLVEMOS!