sábado, 17 de septiembre de 2011

Lust for Life -I parte- (El loco de pelo rojo)

 

UNA DE LAS MUCHAS  CARTAS DE VINCENT VAN GOGH DESDE ARLES A SU HERMANO THÉO EN MARZO DE 1886

 



"Me sienta bien hacer cosas difíciles... Por eso salgo por la noche a pintar estrellas, y sueño siempre... Yo quisiera tan sólo tener la prueba de algo que nos tranquilizara y consolara de manera que dejáramos de sentirnos culpables o desgraciados, y poder así marchar sin extraviarnos en la soledad o en la nada... Por momentos, cuando la naturaleza es tan bella como estos días, tengo una lucidez terrible; entonces dejo de sentirme, y el cuadro me viene como en un sueño. Me atemoriza un poco la idea de que eso me provoque, a la llegada del mal tiempo, un acceso de melancolía; pero trataré de esquivarlo... Hago el paisaje y extiendo el color sin preguntarme adónde me llevará... Las viñas que acabo de pintar son verdes, púrpura, amarillas, con racimos violeta y sarmientos negros y anaranjados. En el horizonte, algunos sauces gris azules, y el lagar muy, muy lejos, con el techo rojo, y la silueta lila de la lejana ciudad... Arriba, un cielo azul y arena gris en primer plano. Y cuando la caída de las hojas..., cuando todo el follaje de los árboles esté amarillo, será contra el azul algo estupendo... Ando tan metido en el trabajo que no puedo detenerme de golpe... Comienza la caída de las hojas; veo amarillear los árboles, el amarillo aumenta cada día. Es tan bello por lo menos como los huertos en flor. En fin, querido hermano Théo, te envío un pequeño apunte para darte al menos una idea del giro que toma el trabajo. Tengo los ojos fatigados todavía; pero, bueno, tenía una idea nueva en la cabeza y éste es el apunte... Espero que me escribas un día de éstos... Me horroriza tener que pedirte dinero todavía, pero no puedo evitarlo, estoy de nuevo arruinado... Y no puedo hacer nada, si mis cuadros no se venden. Llegará un día, sin embargo, en que se verá que ellos valen más que el precio que nos cuestan el color y mi vida, en verdad muy pobre... A veces odio esta sucia pintura. Y a veces me siento ya viejo y fracasado, y, sin embargo, lo bastante enamorado todavía de la pintura para no perder el entusiasmo por ella. Soy un ser con una hoguera en el pecho a la que nunca se acerca nadie a calentarse. Para triunfar, se necesita ambición, y la ambición me parece absurda... Desearía ser menos carga para ti... Me entristece pensar que, incluso en caso de éxito, la pintura no compensará nunca tus gastos. Un apretón de manos, mi querido Théo. Tuyo. VINCENT (Marzo de 1886)... 
La belleza posee un germen misterioso, una cualidad oculta indefinible a la que nunca podría aplicársele un discernimiento especial. Su realidad carece de verosimilitud, ya que los razonamientos imputables a la estética tan sólo dependen de la observación individualizada. Su versatilidad, sus combinaciones pueden ser tan ilimitadas que jamás existirá una condición triunfal de lo bello. Su verdad vive, pues, en una constante lucha: la búsqueda soñada de la sublimidad. ¿Pero como podemos distinguirla si su inconstancia carece por ello mismo de unidad? El mayor obstáculo a que se enfrenta la belleza, cuyas formas tratan de expresarse a través del arte, es el de los géneros que puedan conformarla, ya que los mismos originan una ansiosa búsqueda de lo verdadero. Y la génesis de lo veraz no es también únicamente impenetrable, sino injusta y transitoria, y, en consecuencia, resulta aún más peligrosa para la indagación de la belleza. La contienda del arte suele vivir alimentada por el vértigo de la pasión, que siempre exige un despliegue de fuerza, una gimnasia prodigiosa que se empecina en escalar su montaña de gloria, subiendo por la cuesta del orgullo sin dejar atrás el miedo a que, una vez en la cima, todo ese despliegue de esperanzas haya resultado inútil. Pese a todo, la pasión por la belleza jamás deja de aumentar su fluido. Vive como una enferma que no reconoce su enfermedad. Siempre magnetizada, divaga; se tiraniza a sí misma como una maniática, nunca se somete a prueba alguna, es una especie de masoquista que en lugar de dormir, prefiere existir con sus ojos desmesuradamente abiertos. Buscarle un remedio es condenarla a la mediocridad. El "artista" posee un grito propio: "¡Ni el diablo mismo podría arrebatarme este fluido íntimo que me devora a placer"! La pasión artística tan sólo acepta las ilusiones propias. Recuerda a una sonámbula con movimientos involuntarios, enclaustrada y encanallada en una escuela cuyo oráculo rechaza recuerdos, y sólo tiene sensaciones egoístas. Y, sin embargo, vive casi de manera majestuosa. La belleza y su individualizada emisión fluídica alcanza muchas veces un aliento de superioridad que pretende ser embaucadora, y habría que devanarse los sesos tratando de comprenderla. Y como se colma de aspiraciones desordenadas, es tan intangible como un éxtasis y tan infernal como un fuego. El artista y su pasión viven en un constante vaivén de locura y ferocidad. Una fantasmal existencia entre espacios luminosos que probablemente otros no alcanzarían a ver jamás. El artista, su aliento y su pasión por la belleza, se semeja a un lobo nocturno que aúlla con aires de triunfo inalcanzables, y perece en el delirio.


La vida de Vincent van Gogh se expande en la historia de la pintura entre la angustia y la incertidumbre. Su breve existencia poseyó la cáustica agudeza de un hombre absorbido por la pasión y la aceptación de su propio infierno; un infierno en el que, de forma polifacética, trató los problemas de su presente o vida cotidiana con los argumentos estoicos de un ser que jamás intentó nada para mitigar el dolor contemplativo que en él despertaba el "deslumbramiento" por la belleza. El contenido de sus obras sabe al desamparo de quien entrega su alma a la fascinación que robustece el entusiasmo; no se ajusta a ninguna regla de conducta; emociona hasta las lágrimas, y aunque en apariencia no produjera nada positivo "hacia afuera", mientras trató de hallar un lugar en el mundo, un mundo que le impulsó a cometer suicidio, abrió su puerta hacia la inmortalidad. William Taylor, uno de los muchos biógrafos de Van Gogh, escribio: "Vincent no fue ni un ser de leyenda, ni un héroe ni un iluminado, y su "locura" sólo existió para aquellos que no comprendieron nada de su alma torturada, fustigada, de aquella antorcha ardiente, roída por la única pasión en la que se encontró a sí mismo: la de pintar"


Durante un período de dieciocho años (1872 a 1890, -fallecería el 29 de enero de ese año-), a menudo dos veces al día, Vincent escribió más de ochocientas cartas, y casi todas dirigidas a su hermano Théo. Esta correspondencia monumental, el más excepcional epistolario que recoge la historia de un artista, como indicó otro gran biógrafo de Van Gogh, Massimo Gemin: "Nos permitió acceder a las formas más recónditas del pensamiento del pintor holandés, posibilitando con ellas una reconstrucción fidelísima de su vida y de su monumental obra... Por su descarnada autenticidad, por el desesperado reflejo de sus estados de ánimo y de sus más pequeñas dudas de conciencia, sus "Cartas a Théo" poseen, en el ámbito literario, la misma elevada dignidad expresiva alcanzada por sus cuadros".

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Su epistolario revela su verdadero rostro, la entrega total, impetuosa, íntima, en carne viva, con que se significó en su obra. El impulso creador en Van Gogh posee todos los acentos doloridos que afligen la creación y su comunión con ella. Cada uno de sus cuadros lanzan la voz implacable del deseo de existir por el único medio que, según él pensaba, podía ayudarle a declararse como irreemplazable. Y esa voz implacable, júbilo artístico de pasión y color, fue envolviéndole como una placenta siniestra pero infinitamente bella de la que jamás pudo soltarse. También el huracán de sus escritos llegó mucho más allá de su arte; y como crónica de un capítulo fundamental de la historia de la pintura, se mueven por ellos, vivificados y turbulentos en su subversión, "los impresionistas"; la desesperación de la lentitud que presupone el reconocimiento artístico, una exploración que jamás parece abrir su horizonte al genio; y, por supuesto, la búsqueda más acerba de la verdad con la que cada hombre intenta darle un sentido a su propio destino.

Admirador (entre otro muchos) de Jules Breton, el pintor realista francés, 1827-1906, le superó con creces en todos los sentidos. Vincent van Gogh fue uno de los mejores dibujantes y pintores de su época. Solía expresar que "la vista de un cuadro debe hacer que la mente repose, y también la imaginación". Van Gogh, en realidad, no se inscribió en ninguna escuela de pintura; no obstante, se convirtió en un genio innovador de los colores. Modeló las formas, dejando un fresco amanecer en ellas, en sus cielos inmóviles y brutalmente azules, repletos de fosforescencias desgranadas; en sus mullidas tinieblas por las que pululan rápidas luces; en los más escondidos paisajes en los que siempre parece escarbar como en un herida renovada en la que encuentra constantemente con qué "gozarse"; en el silencio estremecido de cuantos rostros humanos pintó, como si en ellos se repasara la crónica antigua y un nuevo saber "para graduarse como vecinos del siglo de su apasionado pincel".

Vincent van Gogh fue un árbol gigantesco (879 pinturas, 1756 dibujos a carbón) trenzado de yedras, entre el mistral y el aire tibio. Un azul caliente entre las rasgaduras, blancas, gruesas, rotas y veloces de las nubes, un sol grande de verano que siempre le ciega al tiempo que le unge y le acompaña en su agonía pictórica. En sus cuadros se duplica la arquitectura de todas las simientes que fructifican entre senderos, frutales y anchuras de paisajes delirantes y deformes donde se arremolinan y plañen sus propias pasiones. Sus colores labran en bronce; modelan, con una cavilación recelosa, gobernada por el dolor y el gozo, la inquietante expectación del corazón que acecha imágenes entre deslumbrantes gotas de claridad; jamás menguan en busca de las rinconadas que se llenan de hombres y mujeres entre las calurosas umbrías de los trigales, o el aire de los otoños que estremece los cipreses y las chozas del campesinado. Su pincel justifica sus enconos. Se golpea sobre las telas como si derramara la sangre de sus resabios. Recoge ornamentos y asoma por las ventanas recogiendo las congojas, los rezos y los lloros de sus encerradas máscaras humanas. En sus telas nos traspasa con más de una mirada de ancianidad aceitunada y vieja. Y dota con una merced de divinidad la mirada de las criaturas humanas. Sus máscaras, sus muecas, sus expiaciones no imploran, pese a todo, por entre el brillo de cárdena presencia que les concede el color. Por ello, muchos de estos cuadros son un tributo a seres cansados y tristes que también se extraviaron en la noche de su miseria, en aquellas trágicas noches anticipadas de Van Gogh.
 


"Las manifestaciones psicopáticas de Vincent sólo marcaron algunas de sus pinturas ejecutadas en Saint-Remy, que fueron realizadas durante su estancia en el Asilo. Pero, aparte de estos incidentes, toda su obra es de una claridad asombrosa, como toda su existencia no fue más que una clara búsqueda de la verdad, de una fe religiosa, en la que tuvo que acabar por no creer: la fe religiosa de los demás, que por lo que veía a su alrededor no era más que hipocresía teñida de falsa bondad. Van Gogh ha pasado a la historia de la pintura como el "pintor loco", pero su locura sirvió para enriquecer el acervo pictórico del mundo entero, constando sus telas entre las más cotizadas y las más admiradas de cuantas figuran en los más célebres museos de todos los países" (William Taylor).




Hijo de Théodore van Gogh, renombrado ministro protestante y de Anna-Cornelia Carbentus, hija de un afamado encuadernador de La Haya, Vincent nacio el 30 de marzo de 1853 en Groot-Zundert, en el conocido Brabante de Neerland o Nederland. La aldea en que viera su primera luz no contaba más allá de unas 3.000 almas. Cuanto se acumulaba a la redonda poseía una quietud melancólica que jamás invitaba a la curiosidad. En los terrenos acuáticos se asomaban las ocas. Por lo demás, el paisaje no contaba con más virtud que la visión deprimente de las landas y turberas características de los Países Bajos; y bosquecillos sin luz sobre los que se desplegaba un cielo gris, constantemente encapotado. Un antepasado de Théodore había llegado a ser obispo de Utrecht, pero la familia de los Van Gogh descendía de una consolidada rama de comerciantes y orfebres. Tres tíos de Vincent, como más tarde sería su hermano Théo, eran tratantes de cuadros.
Un primer hijo, Vincent-Wilhem murió a las seis semanas de su nacimiento. Un año más tarde la esposa de ministro protestante dio a luz a un nuevo varón, también llamado Vincent y nacido el mismo día en que falleciera, un año antes, su hermano. El 1 de mayo de 1857 nacería Théo, su hermano preferido, de quien obtuvo la única indulgencia frente a su carácter taciturno, brusco, vivaz y depresivo a todo lo largo de su corta y atormentada vida. Théo, además, fue su gran protector, el mentor y sostén que permitió a Vincent legar al mundo una de las obras pictóricas más imaginativas e innovadoras de la historia del impresionismo. Vincent van Gogh, el angustiado "loco" que añorara, ya desde su infancia, la luz y que volcó sobre cientos de telas una particular e irrepetible visión de colores y claridades, nos proporcionó también, sin dejar de encarnar en cada frase la gravedad de sus problemas de conciencia, a través de su fraternal epistolario dirigido a su amado Théo, uno de los documentos más poéticos y patéticos del siglo XIX.
 

Elisabeth-Hubertha van Gogh, nacida en 1859 escribiría de aquel ser melancólico y brusco, y, no obstante, obstinado y voluntarioso: "No sólo sus hermanos menores (Théo y Cornelius) y sus hermanas (Anna, Elisabeth-Huberta y Wilhelmina), eran para él unos extraños, sino que el mismos Vincent era un extraño para sí". Sus otras hermanas fueron Anne-Cornelia y Guillaumete Jacoba.

(Luego lo describió): "No era muy alto, más bien ancho. Su espalda se encorvaba ligeramente por su mala costumbre de andar o sentarse dejando la cabeza colgada siempre hacia delante. Ocultaba sus cabellos rojos y muy cortos bajo un sombrero de paja que sombreaba su, por otro lado, inquietante rostro. Jamás poseyó en verdad un semblante joven. Bajo su frente, levemente arrugada, sus cejas se juntaban debido, quizás, a sus constantes estados de meditación. Debajo de las mismas aparecían unos ojos pequeños y muy profundos, que unas veces parecían azules y otras verdosos, según las impresiones. Su imagen resultaba, en efecto, poco grata, y, sin embargo, aquella constante expresión de íntima profundidad melancólica, confería a su persona algo difícil de definir, era realmente raro, un ser, en cierto modo, sorprendente."
Pese al insoslayable abismo que parecía separar al pequeño Vincent del resto de su familia, le rodearon de ternura y trataron por todos los medios de disculpar sus actos violentos y sus inexplicables depresiones, a fin de llegar a comprenderle mejor. Vincent, que también trataba de aproximarse a sus semejantes, intentando ser más sociable, no pudo llegar a conseguirlo nunca. El abatimiento se apoderaba de él hasta límites dolorosos para toda su familia. Su padre aseguraba que en Vincent había arraigado una mezcla de misticismo, el de sus antepasados dedicados por entero a la religión, y una rebeldía propia de los aventureros, comerciantes y piratas presente también en la historia de sus ancestros. El 1 de octubre de 1864 su padre decide ingresarlo en el internado Jean Provily, de la comarca de Zevenbergen. El marco que rodea dicha población le ofrece la misma sensación de bruma, tristeza y aburrimiento de Zundert.

El contacto con otros alumnos de su edad fue otra nueva decepción para sus padres. El pequeño Vincent parecía esconder un secreto imposible de revelar. No sonreía, recelaba del sentimiento de la amistad, y se aislaba por completo para leer textos de filosofía y teología, impropios de edad tan temprana, o mostraba actitudes infatigablemente ensoñadoras. Sus notas escolares no pasaron de ser bastante mediocres.
El día 8 de febrero de 1864, cumpleaños de su padre, Vincent dibuja, como regalo a su progenitor, una granja y un cobertizo. Anna Cornelia, su madre, en su juventud se había iniciado en una fugaz formación pictórica y conservó algunas de sus primeras acuarelas, nada desdeñables. Su afición quedó totalmente relegada tras su matrimonio con Théodore van Gogh. Y Vincent, que pudo heredar de su madre el gusto por el dibujo, realizó varios estudios juveniles que ya mostraban esta inclinación: el 11 de enero de 1862 (fechado y firmado) pintó una lechera, un viejo puente de piedra; el 5 de septiembre; el 28 de diciembre, un perro labrador; el 22 de agosto de 1863, un capitel corintio; además, se encontraron algunos estudios más de flores y paisajes, Una acerquia,  y un pastor con su rebaño de cabras.

En 1869, 30 de julio, aconsejado por su tío Cent, el joven Van Gogh empieza a trabajar en la galería de Arte Goupil, sucursal de París, situada en el nº 10 de la Plaats, en La Haya. Permaneció allí cuatro años. Vincent evidentemente debió de encontrar en dicha galería los principales exponentes que despertarían su amor por la pintura, ya que a diario desfilaban ante él muchas de las obras de arte que se ajustaban a los cánones artísticos de la época. Su jefe, llamado Tersteeg estuvo contento con él y todo ello tranquilizó a sus padres. Toda la familia se había trasladado a la aldea de Helvoirt el 29 de enero de 1871. Vincent jamás volvió a su pueblo natal. A partir de agosto de 1872, Vincent empieza a dar muestras de descontento y tristeza, e inunda de lamentos, esperanzas y llantos una primera correspondencia (por muchos biógrafos considerada "diálogo entre dos almas apasionadas, que duraría hasta la muerte de ambos") que envía a su hermano Théo, a la sazón estudiante en el internado Oisterwijk.
m

Théo, pese al escaso parecido con Vincent, colérico y áspero, era dulce y sencillo. Sin embargo, no dudó en sacrificar su propia vida por su hermano menor, que vivió bajo su sombra protectora, dedicado a su única pasión: la pintura. Tan sólo en una nota, fechada de julio de 1890, víspera de la muerte del pintor, el desgraciado Vincent expresa el amargo balance vivencial legado a su hermano Théo: "Por mi trabajo, lo he arriesgado todo: mi vida y mi razón hasta fundirse en la mitad... Pero, ¿qué quieres?"
Finalmente, la irrefrenable pasión de Vincent, como un fenómeno de ósmosis, fue también la de Théo. El suicidio de su hermano mayor le turbó y destruyó casi hasta la locura. Un golpe terrible del que jamás pudo recuperarse. Théo padecía nefritis (algunos biógrafos aseguran que se trataba en realidad de sífilis), y sus crisis se agravaron. Abandonó su trabajo de marchante, y en uno de sus ataques amenazó a su propio hijo y esposa, Johanna Bonger, hermana de su amigo Andries Bonger, con la que había contraído matrimonio en 1889 en Amsterdam. Fue ingresado el 12 de octubre de aquel mismo año, 1890, aquejado de un nuevo colapso mental, en la Casa de Salud de Dubois, donde, a instancias de su esposa Johanna, fue visitado por el doctor Gachet (que ya había tratado a Vincent durante aquel mismo año). Dado que su estado no halló mejoría alguna, Johanna decidió trasladarse a Holanda. Fue internado en Utrecht, y el 21 de enero, cinco meses y veintitrés días después de la muerte de Vincent, falleció de un ataque de hemiplejía. En 1914 Johanna hizo trasladar sus restos a Auvers-sur-Oise, en cuyo pequeño cementerio, bajo dos losas gemelas, Vincent y Théo descansan juntos.
                                                                  

1873 : 13 de junio. Las Galerías Goupil envían a Vincent a la sucursal de Londres. Desde allí, instalado en la pensión familiar de la Sra. Loyer, viuda de un pastor protestante, escribe a su hermano Théo, empleado también en la casa Goupil de Bruselas:
 

"He hallado una pensión que me gusta, au
nque sólo por el momento. He pasado veladas agradables con otros huéspedes, muy especialmente con tres alemanes a los que les encanta la música, y tocan el piano y cantan..." 

 
Para Vincent, en Londres, ya estrechamente ligado al arte pictórico, "El ángelus" de Millet, y "La Margarita en la fuente", de Ary Scheffer, se significan como el más excelso recamado de cuanto pueda ofrecer la belleza en la pintura.
Lee compulsivamente a Charles Dickens y se enamora de Ürsula, la hija de su patrona. La llama "ángel de los angelotes". Escribe a sus padres revelándoles su felicidad y esperanzas de fundar un hogar. Su arrebato amoroso le ciega hasta tal punto que no comprende que, en realidad, (pese a que la señora Loyer no ve el idilio con malos ojos), la joven Ürsula se burla de su exaltación enfermiza, y de la ingenuidad que parece haber transfigurado la aspereza y brusquedad de Vincent. Cuando, finalmente, trémulo de emoción, decide pedir su mano, Ürsula estalla en una carcajada torturadora, confesándole que ya se estaba prometida a un antiguo huésped de la pensión. Vincent, destrozado, abandona Londres. De octubre a diciembre de 1874 trabaja de nuevo en las Galerías Goupil de París. Obsesionado por su descalabro sentimental, exagera la importancia de su fracaso. Le empiezan a oprimir ciertas alucinaciones. La fantasmal presencia de la locura empieza a insinuarse en su vida psíquica.

1875
: Vincent ignora la primera manifestaciones en la galería Nadar de París de los "Impresionistas", que ofrecerían una de las revoluciones más extraordinarias en el mundo de la pintura. Visita repetidamente el Louvre. Agresivo y huraño, vive en completa soledad e inmerso en sus lecturas: Hugo, Heine, Longfellow, George Eliot, Keats. Pese a todo, entabla cierta amistad con un joven inglés de 18 años, Harry Gladwell, que trabaja con él en Casa Goupil y vive en la misma pensión de Montmartre. Ambos comentan ampliamente la Biblia, ya que los sentimientos religiosos de Van Gogh inician en él una gradual modulación hacia la templanza y un nuevo equilibrio de sensatez.m

Visita a su hermana Anna, que reside también en Inglaterra, y le regala "La imitación de Cristo",atribuido a Thomas à Kempis.  Envía a Théo los "Salmos" y le escribe, en carta 14 de octubre de 1875 (a fin de que rechace a Muchelet y Renan, agnósticos que le sedujeron en sus años juveniles) : "Busca realmente la verdadera luz y la libertad. Todo ello habrá de ayudarte a que no acabes por hundirte en el fango de este mundo" Absorbido por sus nuevas lecturas y sus meditaciones exageradamente místicas, Vincent se desentiende de su trabajo, ahuyenta las clientelas de las Galerías Goupil con su rostro adusto y borrascoso. Tras continuos altercados con sus jefes Boussod y Valadon (no duda en espetarles que el comercio de cuadros no es "más que un robo organizado") es despedido, y el 1 de abril Vincent abandona París. Sus padres vuelven a temblar ante el oscuro porvenir que parece atenazar a su hijo mayor.
m

[
Vincent presenta su dimisión de la empresa en abril y los marchantes Boussod y Valadon se hacen cargo de la Galería Goupil & Cie de París]

1876
: Recién cumplidos los 23 años, tras pasar unos días con sus padres y viajar con su progenitor a Bruselas, en un viaje en el que Vincent parece mostrarse sumiso y abnegado, vuelve a Londres y de allí a Ramsgate, condado de Kent, donde, por un anuncio de periódico, lee que el director de un pensionado, Mr. Stokes, pide un profesor de idiomas. Vincent domina bastante bien el francés y el alemán. La bella región, cercana al mar, despierta en Van Gogh su gran apasionamiento por la Naturaleza. En una carta a sus padres la describe en hermosos términos que transparentan su gran sensibilidad: "Las ventanas de la escuela dan al mar cercano, y en el litoral, la mayor parte de las casas están edificadas con piedras amarillas. Todas tienen un jardín con cedros y árboles de hojas perennes, de un verde oscuro" En junio se dirige a Londres a pie, se detiene en Canterbury, y se tumba a dormir en el campo, y al amanecer, cuando lo despierta el canto de los pájaros, una carreta de heno lo lleva una milla más lejos.

El carretero se entretiene en un café, y Vincent decide seguir a pie hasta Londres, donde estuvo dos días vagando por las calles. Visita a su hermana Anna, que enseña francés en la escuela particular de Mrs. Applecarth, e intenta ver a Ürsula. Se entera de su matrimonio y vuelve a Ramsgate apesadumbrado y cabizbajo. Mr. Stokes ddecide trasladar el colegio a Isleworth, a las orillas del Támesis, y ante la problemática, cada vez más preocupante, del cobro de las mensualidades de los padres del alumnado, encarga a Vincent la dolorosa tarea de reclamarlas. Los niños que acuden al colegio pertenecen a East End londinense. La sordidez del barrio, la extrema pobreza, la miseria obrera se ceba en el citado barrio de la inmensa ciudad. Aquella masa trabajadora y horriblemente explotada le recuerdan constantemente las descripciones que Charles Dickens vuelca en sus novelas sobre las condiciones infrahumanas en que suelen vivir sus personajes. Angustiado y triste, jamás se decide a llevar a efecto las exigencias monetarias solicitadas por Mr. Stoke, quien, finalmente, prescinde de los servicios de Van Gogh.


1876
: En julio, tras la visión de cuanta miseria le rodea, se instala en la casa-acogida de un pastor metodista, Mr. Jones, y decide convertirse en misionero. El 18 de agosto escribe a Théo: "Cuando podré volver al mundo. Si logro volver a él alguna otra vez, será por una necesidad muy diferente de las demás que han movido mis pasos hasta ahora" Los excesos de su nueva y febril vocación le enferman gravemente, y Mr. Jones decide no retenerle. Agotado y anímicamente inestable regresa a Holanda junto a sus padres a finales de diciembre. Su padre no dudó en reprobar el nuevo fracaso a Vincent. No obstante, ruega a Cent que le ofrezca a su sobrino un puesto de dependiente en la librería Van Braam y Blussé, situadas en la nueva localidad que habitan, Dordrecht. El 31 de diciembre vuelve a escribir a Théo: "Trabajar en una librería en vez de dar lecciones a los muchachos será un cambio beneficioso para mí".

Pese a todo, Vincent no renuncia a su vocación religiosa, y sigue leyendo y estudiando, compaginándolo con su trabajo en la librería, obras religiosas y filosóficas, trata de profundizar cada vez con mayor exaltación y abatimiento en los problemas del apostolado, deja transcurrir sus días ascéticamente y reza de continuo frente a los dos grabados del "Cristo Consolador", regalo de Théo, que cuelgan en la pared de su humilde habitación.

1878: Théo le visita el 26 de Febrero. Se siente reconfortado, y semanas más tarde le escribe para hacerle partícipe de sus nuevos proyectos: "Siento un enorme deseo de hacer mío el tesoro de la Biblia... Yo ruego y ansío ardientemente que el espíritu de nuestro abuelo y de nuestro padre renazcan en mí, que me sea concedido el don de ser un buen cristiano, un auténtico artesano del cristianismo". El alma atormentada de Vincent, ahora casi apartada del mundo, armoniza no obstante, en sus terribles horas de soledad, sus lecturas evangélicas con profundos estudios entusiastas de las obras pictóricas de Jules Breton, Jean-François Millet, Charles Emile Jacque y Rembrandt Harmenszoon van Rijn. Sus padres, sin embargo, siguen dudando de la vocación apostólica de su hijo mayor.

                                                              [
Van Gogh / De Singel in Amsterdam]
Vincent se traslada a Amsterdam, piensa en abandonarlo todo, e ingresa en una escuela gratuita del joven rabino, Mendes de Acosta, en el distrito judío de la ciudad. Se convierte en el alumno más febril de Teixeira de Mattos, sobrino de Mendes, pero renuncia a sus estudios totalmente agotado, preguntándose si en realidad era preciso saber tanto para llevar al pueblo la verdad de Dios.

A sus 25 años, el joven Van Gogh, que no cosecha más que frustraciones y penalidades, no ceja en su ansia por convertirse en misionero evangelista. Tras abandonar a Mendes, había sido aceptado en la escuela del Pastor Bockma, en Laeken-les-Bruxelles. Su carácter nervioso e inestable no pasa desapercibido. Logra, no obstante, finalizar sus estudios evangélicos, pero no obtiene el nombramiento como misionero. Su padre acude a su lado y le ayuda en su nuevo proyecto, turbado en parte por la imperiosa inspiración misionera que parece devorar a su hijo.


Vincent parte en diciembre de 1878 a Borinage, la región minera más miserable de Bélgica, para ejercer por fin su misión religiosa. En Borinage observa y escribe sobre la extrema pobreza de sus gentes, sumidos en la más terribles des desventuras: "Hasta los niños menores de catorce años son enviados a las minas. Los sueldos son irrisorios. Sus chozas son pequeñas y están diseminadas a lo largo de senderos fangosos, por los bosques o en las vertientes de las negras colinas... La nieve, caída en estos últimos días, confiere al miserable pueblo minero un aspecto de hoja de papel en blanco, cubierta de negra escritura, como las páginas del Evangelio"

Julio de 1890: Vincent sale a caminar y se dispara en el pecho con una pistola. Regresa tambaléandose a casa al anochecer, pero no le dice a nadie de su condición. Vincent finalmente es encontrado en su alojamiento y se convoca al  doctor Gachet. La bala no puede ser extraida y se llama a Theo. Vincent fallece el 29 de julio de 1890 a los 37 años en Auvers-sur-Oise (Francia).
                 [
Van Gogh en su lecho de muerte, dibujado por su médico y pintor aficionado Dr. Paul Gachet]




LA ÚLTIMA CARTA DE VINCENT VAN GOGH A SU HERMANO THÉO





















































































































































No hay comentarios:

Publicar un comentario