"Ése fue mi año francés. Tuve excelentes ofertas. El productor Paul Graetz, que
trabajaba para Columbia Pictures, me pidió un proyecto posible. Yo
después de buscar un texto que me convenciera y que fuese posible para
mí transformarlo en una película, le llevé "Il disprezzo" de Alberto Moravia. Graetz me
comunicó que Columbia había rechazado el proyecto porque no creía que
aquel era el momento de hacer una película tan dramática y dura, sino
que lo que proponían era llevar a cabo una comedia amable.
No obstante, "Le Mepris" 1963, la rodó después Jean Luc Goddard con un reparto de campanillas: Brigitte Bardot, Fritz Lang, Georgia Moll, Jack Palance, y Michel Piccoli, y a mí, particularmente, no me gustó nada. Graetz hizo en 1966 un film que me encolerizó: "¿Arde París?" ("Paris brûle-t-il?") que dirigió el oscarizado René Clemént con un extraordinario reparto de actores franceses y norteamericanos, entre ellos Jean-Paul Belmondo, Simone Signoret, Charles Boyer, Leslie Caron, Jean-Pierre Cassel, Alain Delon, Glenn Ford, Gert Fröbe, Yves Montand, Anthony Perkins, Claude Dauphin, Bruno Cremer, Orson Welles, Robert Stack, Jean-Louis Trintignant, Daniel Gélin, Pierre Dux, y Claude Rich.
No obstante, "Le Mepris" 1963, la rodó después Jean Luc Goddard con un reparto de campanillas: Brigitte Bardot, Fritz Lang, Georgia Moll, Jack Palance, y Michel Piccoli, y a mí, particularmente, no me gustó nada. Graetz hizo en 1966 un film que me encolerizó: "¿Arde París?" ("Paris brûle-t-il?") que dirigió el oscarizado René Clemént con un extraordinario reparto de actores franceses y norteamericanos, entre ellos Jean-Paul Belmondo, Simone Signoret, Charles Boyer, Leslie Caron, Jean-Pierre Cassel, Alain Delon, Glenn Ford, Gert Fröbe, Yves Montand, Anthony Perkins, Claude Dauphin, Bruno Cremer, Orson Welles, Robert Stack, Jean-Louis Trintignant, Daniel Gélin, Pierre Dux, y Claude Rich.
Cualquier turista español que visite París, La Place de la Concorde y no esté obnubilado por la propaganda turística del gay París y preste un poquito de atención a lo que ve, se dará cuenta de que en la Concorde hay decenas de pequeñas lápidas con la cruz de Lorena y nombres españoles. Son de los soldados españoles republicanos que pertenecían a la División del general Leclerc. Y el primer tanque de esa División Leclerc llevaba el nombre de Teruel. Bueno, pues en esa maldita película no había una mención de esos soldados de la República Española que habían subido desde el Sahara hasta París con la División Leclerc. Naturalmente las autoridades diplomáticas franquistas no dijeron esta boca es mía. Me pregunto quién contará en cine, algún día, la epopeya de esa sangre española vestida desde el Sahara hasta los Urales, pasando por los campos de exterminio nazis. A mí me habría gustado intentarlo, pero ni a Graetz ni a Columbia les interesaba este pedazo de historia auténtica, prefiriendo la típica franco-americanada patriotera que contaba la película de Clemént.
Otra oferta vino de los hermanos Raymond y Robert Hakim. Querían hacer una película conmigo, aunque no les gustaba para nada hacerla en coproducción con España. Me ofrecieron hacer "Isadora Duncan", tema interesante pero que yo no sentía entonces. Finalmente, fue el inglés Karel Reiz, el marido de mi querida e inolvidable Betsy Blair de "Calle Mayor" quien la realizó en 1968, espléndidamente, con la maravillosa Vanessa Redgrave, que llevó a cabo una interpretación antológica del personaje. Fue entonces cuando el productor de Cocinor-Unifrance stuvo de acuerdo en producir un nuevo film hispano-francés crítico sobre la España franquista: "Nunca pasa Nada", que en Francia se estrenaría con el título de "Une femme est passée". Cuando me preguntaron cuál sería mi preferencia para incluir en la película a una actriz francesa, ya que el reparto se compondría de actores y actrices españolas principalmente, y dos franceses, uno de los cuales ya estaba decidido, sería Jean Pierre Cassel, como joven galán en el papel de profesor español de francés, yo me incliné por elegir a Brigitte Bardot. Era la actriz ideal para el papel femenino que recalaba enferma de apendicitis en un pueblo de la España de Dictadura. No obstante, Cocinor me aseguraron que eso no era imposible. ¿Por qué?, pregunté yo. Por complicado que fuese, ellos podían hacer llegar a BB un ejemplar del guión. Si decía que no, no perdíamos nada. Si decía que sí estaría todo arreglado con creces. No creo que llegaran a hacer la gestión. Cocinor apostaba en aquel momento por otra joven actriz recién llegada: Corinne Marchand, que había tenido un gran éxito con "Cleo de 5 a 7" ("Cléo de 5 à 7"), de 1962, dirigida por Agnès Varda, y su intención era promocionarla.
Afortunadamente, el resto del reparto español, fue de una calidad indiscutible: Antonio Casas y Julia Gutiérrez Caba, desconocidos en Francia, pero actor y actriz de una calidad indiscutible. [Punto y aparte fue Jean Pierre Cassel
que no hablaba ni una palabra de castellano y tuvo que hacer grandes
esfuerzos para convertirse en un profesor de escuela española, aunque
llevó a cabo una actuación contundente y enternecedora]
A Caba yo la descubrí para el cine en hispano en 1961 con la película "A las cinco de la tarde", [inspirada en el drama teatral "La cornada" de Alfonso Sastre] que interpretó Francisco Rabal, Enrique Diosdado, Nuria Espert, Germán Cobos, y Manuel Zarzo.
A Caba yo la descubrí para el cine en hispano en 1961 con la película "A las cinco de la tarde", [inspirada en el drama teatral "La cornada" de Alfonso Sastre] que interpretó Francisco Rabal, Enrique Diosdado, Nuria Espert, Germán Cobos, y Manuel Zarzo.
Para "Nunca pasa nada" habíamos elegido como lugar ideal para filmarla en Aranda del Duero, y allí se filmó toda ella. Cuando ya estuvo a punto para iniciar el rodaje, Cesáreo González, que también entraba en la producción de la película por parte española, me indicó que tenía que rebajar mi salario al 50%, si no la película no podría hacerse, o al menos él no estaba dispuesto a hacerla. Ese chantaje de último minuto era la jugada escondida que me guardaba Cesáreo González el malo. O sea que tuve que trabajar, y bajar mis honorarios a la mitad, aunque lo que yo pedía no era nada desmesurado. Fue una acción un tanto ruín por su parte. Aranda del Duero fue el lugar ideal para el rodaje de la película. Ese continuo ir y venir hacía aún más inmóvil la sociedad retrógrada, y malintencionadamente murmuradora -de cuyo ejemplo fueron las excepcionales participaciones de mi madre Matilde Muñoz Sampedro, de María Luisa Ponte, Ana María Ventura, y Pilar Gómez Ferrer-, un auténtico estanque de agua tranquila de un pueblo imaginario donde la llegada de un elemento extraño lo remueve todo. Los interiores también los rodamos en Aranda.
Una escena entre Jean Pierre Cassel y Corinne Marchand fue rodada entre los interesantes restos medievales del castillo de Peñafiel.
Uno de los detalles más excepcionales para la visión francesa de la Dictadura Franquista fue incluir el bar de camioneros, donde rezaba el enuncio recomendación del Obispado sobre los "bailes modernos": "Joven diviértete de otra manera" Había un diálogo espléndido entre Corine Marchand y un camionero español que había estado en el exilio después de la victoria de Franco: "Ça vous a plu, la France?... El tío se encogía de hombros: era una pregunta estúpida. "On a passé la frontière. D'abord les champs de concentration avec les senegalais qui nous gardaient. Aprés la Résistance" "On écrivait sur les murs: "Laval au poteau"... Qui était Laval?... Un type politique de ce moment là..."
Estando en Aranda apareció un productor francés, Pierre Courau. Había comprado los derechos cinematográficos de la novela, entonces en boga, de Henry-François Rey "Les pianos mecaniques" ("Los pianos mecánicos"), y quería contratarme a mí para escribir el guión y dirigirla. La novela había ganado en Francia el Prix Femina y tenía un gran éxito editorial. François Rey vivía todo el año en Cadaqués, había escapado del alcoholismo y trasegaba enormes cantidades de cerveza. Yo le pasé el guión de "Nunca pasa nada" y él colaboró en la parte francesa de los diálogos. Fuimos al Festival de Venecia y yo tenía una gran ilusión en la acogida que tendría allí la película. La censura franquista se ensañó con "Nunca pasa nada" de un modo muy hábil. No cortó ninguna escena, pero me impidió que los dos viejos compañeros de armas en el ejército de Franco y en la División Azul rememoran sus correrías habituales en los burdeles de la provincia, diesen una referencia exacta del año o los años de sus hazañas. En Venecia coincidí con Francesco Rosi que presentó una película excelente: "Mani su la cittá" que interpretó el actor norteamericano Rod Steiger, un caso escandaloso de corrupción y especulación inmobiliaria hecho por el ayuntamiento de Nápoles.
Frente a este film hecho con plena libertad democrática yo competí con mi "Nunca pasa nada", castrada por la censura franquista. La crítica cinematográfica española allí presente trató la película despectivamente: "Calle Menor", dijeron y se quedaron tan tranquilos. Años después, esos mismos "estudiosos" o sus descendientes han llegado a la conclusión de que esa película es digna de ser "revisionada" Yo, personalmente, considero que "Nunca pasa nada" es uno de mis mejores logros, comparable con "Calle Mayor" Mejor que "Calle Mayor" según mi gusto. El rechazo de "Nunca pasa nada" me hizo aceptar la oferta de Pierre Courau "Les pianos meécaniques", -que filmé en 1965 interpretada por James Mason, Melina Mercouri y Hardy Krüger- como "filmmaker" y seguiría, simultáneamente, como ciudadano y comunista luchando por la libertad y la democracia en mi país y en todos los paises de la Tierra. [JUAN ANTONIO BARDEM]
[Juan
Antonio Bardem Muñoz, nacido en Madrid, España, el 2 de junio de
1922-Fallecido en Madrid, el 30 de octubre de 2002 de enfermedad
hepática a la edad de 80 años-Poco antes había escrito un libro de
memorias: "Y todavía sigue"]
¡Nadie, pues, como Juan Antonio Bardem! para dar cabida en una hora y media a ese mundo hispano anquilosado por
la Dictadura Franquista, a las robadas libertades que impuso la dura
posguerra, a esa sociedad pudiente afecta al Régimen, y a esa hostil y
aburrida sociedad de provincias con sus
beatas féminas de misitas matutinas y novenas, apestando a sotana, tan
dadas a la murmuración, a la envidia y a la más feroz represión hacia el
mundo masculino, y, por descontado, al femenino. "Nunca pasaba nada" El
orden la moral imperante estaba asegurado. Y, ¡ay de aquél o aquélla
que tratasen de hallar otros derroteros a esa búsqueda desesperada de
nuevos sentidos a la vida! El comunismo loable de Bardem, por fortuna, no se halló "Solo ante el peligro". Pero con él se fueron gran parte de las acritudes del género provinciano y burgués que tan espléndidamente retrató (a excepción de Luis García Berlanga con "Plácido", Fernando Fernán Gómez con "El extraño viaje", Miguel Picazo con "La tía Tula", y Luis Buñuel con "Viridiana"
Una empresa de variedades franco-española viaja de camino a Santander.
Su autobús se detiene en un pequeño pueblo de Castilla: llamado Medina del Zarzal, debido a que la. estrella vedette Jacqueline (Corinne Marchand) sufre unos dolores fuertísimos a resultas de un ataque de apendicitis.
Don Enrique (Antonio Casas),
el médico de la villa es avisado del incidente y acude a ayudar a la
muchacha enferma que ha sido trasladada al hospital del pueblo. Enrique
diagnostica de inmediato que se trata de una apendicitis y que la
muchacha no puede continuar el viaje porque ha de ser operada con
urgencia. De no ser así podría haber muerto por el camino. Pero el
director de la compañía insiste en que han de continuar hacia Santander
porque las representaciones de variedades ya están concertadas. Y que lo
más prudente es que Jacqueline, la enferma se quede en el
pueblo, sea operada y, aunque tengan ahora que prescindir de su trabajo
en la compañía, a su regreso la recogerán. Todas las amigas y el
director Don Jerónimo (José Franco) se despiden de ella asegurándole que queda en buenas manos y que pronto estará curada. Don Jerónimo además dispone el pago de la operación aunque Enrique le asegura que no es necesario.
Enrique trata de tranquilizar a la joven francesa, aunque no habla su idioma, aunque Jacqueline comprende lo que le sucede y acepta su recomendación de ser operada al día siguiente. Al mismo tiempo, Julia (Julia Gutiérrez Caba),
esposa del doctor, vuelve de una novena con dos amigas de la
congregación religiosa del pueblo, y cuando ven pasar el autocar de las vedettes, se escandalizan por la forma de vida indecente que las mismas llevan en esos teatruchos de variedades.
Cuando Julia entra
en una de las tiendas donde suele efectuar algunas de sus compras, el
caso de "la francesa" ha corrido ya por el pueblo como un reguero de
pólvora y todo el mundo ha empezado a comentar que, dado que se halla
enferma, y el único médico es Don Enrique, naturalmente
tendrá que hacerse cargo de ella, y en el tono del cuchicheo ya va
incluido algún mal pensamiento de las decentes señoras del pueblo que
conocen el "percal" de esas vedettes de revistas, y mucho más siendo "francesa". Al mismo tiempo, en la tienda se presenta Juan (Jean Pierre Cassel), el joven profesor de francés de la escuela de la localidad, que además da clases particulares al hijo de Julia y Enrique. Y se ofrece a acompañar a Julia.
Por el camino se comenta el suceso de la muchacha enferma, pero sin
darle la menor importancia. La conversación entre ambos deriva
trivialmente hacia el estudio de francés del hijo, de la lluvia y el mal
tiempo que están padeciendo en el pueblo.
Aquella noche, en la intimidad del hogar, Julia trata de que su marido le explique que tal está el tema de la chica enferma, pero Enrique,
que siempre muestra una extraña frialdad en mantener conversaciones
típicas entre marido y mujer, explica sucintamente que se trata de un
vulgar caso de apendicitis y que la operará al día siguiente a fin de
que pueda iniciar su trabajo con la compañía que ha continuado hacia
Santander. Y cuando Julia, conociendo las malas
interpretaciones de los habitantes del pueblo, y sus constantes
comentarios ante cualquier novedad que pueda irrumpir y trastornar con
ideas malintencionadas el típico hastío de la beatería femenina de la
villa, pregunta si la muchacha francesa es joven y bonita, Enrique,
pensativo, muestra igualmente su talante poco dado a confidencias,
añade que sí, que es joven y bien parecida, pero nada más, y se dispone a
dormir.
A la mañana siguiente, en el hospital, Enrique
visita para los preparativos de la operación a la joven francesa, que
se muestra muy preocupada y trata de hacerse entender por el doctor a
fin de que trate por todos los medios de que la cicatriz de la
intervención quirúrgica sea lo más pequeña posible. Enrique,
que se muestra en todo momento muy amable y comprensivo con la
muchacha, entiende lo que ella le pide y le asegura que no tema, dado
que intentará por todos los medios de que, en efecto, la cicatriz sea
minúscula. Luego la joven Jacqueline, ayudada por los enfermeros, será trasladada al quirófano, y Enrique sigue tranquilizándola insistiendo en que es una operación muy sencilla y no entraña peligro alguno.
El cuarto personaje ya presentado, Juan,
el profesor de francés, ejerce a diario sus clases del idioma galo en
la escuela municipal de la villa, sólo para niños, ya que el régimen
dictatorial y católico imperante
no permite las escuelas mixtas entre niños y niñas. Sus conocimientos
de la lengua francesa ejercerán días después una importante función para
la joven extranjera, que, una vez repuesta de la operación, al no
conocer el idioma español, se sentirá feliz y reconfortada pudiendo
expresarse en su idioma con el amable profesor. Y cuando uno de sus
alumnos pasa a un compañero alguna nota típica de la mentalidad infantil
dada a algún pensamiento de los censurablemente pecaminosos, aunque lo
más probable es que se trate de algún comentario sin importancia, pero
poco permisible en una sociedad como la que rige la estricta disciplina
escolar, Juan se verá obligado a conducir al culpable ante
el director de la escuela para que reciba una reprimenda. No obstante,
prefiere olvidar el incidente ya que en el fondo todo ha sido un acto
inocente por parte de sus alumnos. Una pequeña reprimenda y los deja
volver a la clase, mientras Juan ojea la nota y sonríe.
De nuevo la tarde y la anochecida se presentan lluviosas, Julia observa el frío exterior desde la tienda de ropa de doña Obdulia (Matilde Muñoz Sampedro),
una de las principales cotillas de la localidad, defensora a ultranza
de la decencia y de la acendrada beatería del elemento femenino, que,
mientras prepara la compra de Julia, un regalo para Enrique ya
que al día siguiente será su cumpleaños, empieza a cuchichear sobre la
francesa y lo desagradable que tiene que ser para un médico verse tan
comprometido y tener que... en fin, una mujer joven, tener que desnudarla antes del ir al quirófano, y claro... no deja de resultar violento... Claro, que Don Enrique es un gran médico, pero esas situaciones... Julia la oye, comprende las intenciones nefandas del comentario de la malintencionada doña Obdulia, pero prefiere guardar silencio.
En aquel momento, llegan las eternas amigas de Julia, las beatonas siempre enredadas en oficios religiosos y novenas, y se extrañan de que Julia no haya asistido aquella tarde a la iglesia, ya que la han estado esperando. Julia se excusa pero no ha podido ir debido a que tenía que hacer unas compras para el cumpleaños de su marido. Doña Obdulia aprovecha la llegada de las otras dos insoportables conventilleras para sacar de nuevo a relucir el tema de la operación de la francesa, una vedette de revistas nada menos, y añade que tan sólo faltaba al pueblo que llegaran mujeres como esas que se dedican al strip-tease. Y cuando una de las recién llegadas,... bueno, en fin, no es que esté interesada en saber de qué se trata, sólo es por simple curiosidad... Y doña Obdulia se enfrasca con enorme y mórbida satisfacción en explicar en qué consiste esa abominación: empiezan por quitarse algo de la parte de arriba, luego de abajo, y también la ropa interior y, con gestos morbosos en plan Gilda, no dudan en quedarse en cueros delante de los hombres. ¡"Valgame el cielo!" "¡Qué horror!... Se santiguan las dos beatas recién llegadas, ante el silencio de Julia que, en su interior, desprecia el cuchicheo malintencionado de sus insoportables y eternamente reprimidas correligionarias. Y cuando preguntan a la alcahueta doña Obdulia cómo conoce la existencia de esas indecencias, aquélla aduce que por un sobrino suyo que estuvo en París por asuntos de estudio, pero que él no asistió a ninguna de esas pecaminosas demostraciones de mujeres de mala vida, y que supo de qué se trataba eso del strip-tease por un amigo suyo. Julia decide salir de una vez de la tienda y no seguir aguantando aquellas conversaciones insidiosas, pero la lluvia sigue arreciando y las dos beatonas salen tras ella dado que Julia no llevan paraguas, y ésta tiene que verse obligada a soportar de nuevo la indeseable compañía de ambas mujeres.
Enrique visita aquella noche, después de la operación a Jacqueline. Se siente atraído por la joven, y al caerse la maleta con sus prendas las ojea con cierta delectación morbosa. Ve unas fotos de Jacqueline y las observa con gran interés. Luego se guarda una de ellas.
Cuando aparece la monja del hospital que ha estado cuidando a la muchacha, indica al doctor que debería descansar, y luego le felicita por su cumpleaños, fecha que Enrique había olvidado por completo. Luego se dirige al casino del pueblo a tomar una copa y allí coincide con uno de sus asiduos amigos que le acompaña al exterior cuando deciden marcharse de la aburrida compañía de los jugadores de cartas. Enrique se muestra terriblemente deprimido, cumple cincuenta y un años, se siente viejo y añade que ha hecho nada en su vida que haya valido la pena. Su amigo trata de animarlo, le recuerda algunas escapadas y pasadas aventuras juveniles, a las que Enrique no da importancia alguna. Y cuando su amigo insiste en que no hay quien lo entienda, y se despide de él burlonamente exclamando: "¡Y cuidado con la francesa!" Enrique, harto de oír las estupideces de su amigo, acaba enfadándose y se marcha solo hacia su casa en mitad de la noche.
Por la mañana, en la clínica, la enferma se siente casi recuperada y bailotea delante de algunas visitas que la observan un tanto escandalizadas, incluida la monja que la ha cuidado. Y cuando Enrique llega y la ve tan feliz, ella le agradece todos sus cuidados, pero se siente aburrida y vigilada de continuo por la monja y porque no puede hablar con nadie en su propio idioma. La joven le dice que sólo se siente bien cuando Enrique viene a verla, y él se siente conmovido y halagado. Enrique le muestra las cartas que ha recibido de su empresario, don Jerónimo, y le pide que se las lea. El empresario le envía una parte de su salario, y le indica que se puede demorar todo el tiempo que haga falta. Enrique en su mal francés le indica que podrá marcharse del hospital ese día mismo. Y cuando la joven indica que adónde podrá ir, Enrique le indica que la hospedará en casa de una amiga muy honorable, de total confianza que la tratará muy amablemente. Y que más tarde podrá salir, y él se encargará de enseñarle el pueblo. Incluso añade que para distraerse la puede invitar a una finca que tiene en el campo, para disfrutar de un día de caza. Jacqueline ha comprendido todo lo que el doctor más o menos ha tratado de decirle, aunque no entiende bien el español. Incluso añade que para distraerse la puede invitar a una finca que tiene en el campo, para disfrutar de un día de caza. Y ante los gestos indicadores de Enrique y la mirada circunspecta de la monja, Jacqueline exclama: "¡Ah, la caza!"Jacqueline, profundamente agradecida, también hace mención a su cicatriz que, en realidad, Enrique ha logrado minimizarla. "Nadie diría que me han operado", añade la muchacha.Y se muestra tan contenta que incluso le da un beso.
En aquel momento, llegan las eternas amigas de Julia, las beatonas siempre enredadas en oficios religiosos y novenas, y se extrañan de que Julia no haya asistido aquella tarde a la iglesia, ya que la han estado esperando. Julia se excusa pero no ha podido ir debido a que tenía que hacer unas compras para el cumpleaños de su marido. Doña Obdulia aprovecha la llegada de las otras dos insoportables conventilleras para sacar de nuevo a relucir el tema de la operación de la francesa, una vedette de revistas nada menos, y añade que tan sólo faltaba al pueblo que llegaran mujeres como esas que se dedican al strip-tease. Y cuando una de las recién llegadas,... bueno, en fin, no es que esté interesada en saber de qué se trata, sólo es por simple curiosidad... Y doña Obdulia se enfrasca con enorme y mórbida satisfacción en explicar en qué consiste esa abominación: empiezan por quitarse algo de la parte de arriba, luego de abajo, y también la ropa interior y, con gestos morbosos en plan Gilda, no dudan en quedarse en cueros delante de los hombres. ¡"Valgame el cielo!" "¡Qué horror!... Se santiguan las dos beatas recién llegadas, ante el silencio de Julia que, en su interior, desprecia el cuchicheo malintencionado de sus insoportables y eternamente reprimidas correligionarias. Y cuando preguntan a la alcahueta doña Obdulia cómo conoce la existencia de esas indecencias, aquélla aduce que por un sobrino suyo que estuvo en París por asuntos de estudio, pero que él no asistió a ninguna de esas pecaminosas demostraciones de mujeres de mala vida, y que supo de qué se trataba eso del strip-tease por un amigo suyo. Julia decide salir de una vez de la tienda y no seguir aguantando aquellas conversaciones insidiosas, pero la lluvia sigue arreciando y las dos beatonas salen tras ella dado que Julia no llevan paraguas, y ésta tiene que verse obligada a soportar de nuevo la indeseable compañía de ambas mujeres.
Enrique visita aquella noche, después de la operación a Jacqueline. Se siente atraído por la joven, y al caerse la maleta con sus prendas las ojea con cierta delectación morbosa. Ve unas fotos de Jacqueline y las observa con gran interés. Luego se guarda una de ellas.
Cuando aparece la monja del hospital que ha estado cuidando a la muchacha, indica al doctor que debería descansar, y luego le felicita por su cumpleaños, fecha que Enrique había olvidado por completo. Luego se dirige al casino del pueblo a tomar una copa y allí coincide con uno de sus asiduos amigos que le acompaña al exterior cuando deciden marcharse de la aburrida compañía de los jugadores de cartas. Enrique se muestra terriblemente deprimido, cumple cincuenta y un años, se siente viejo y añade que ha hecho nada en su vida que haya valido la pena. Su amigo trata de animarlo, le recuerda algunas escapadas y pasadas aventuras juveniles, a las que Enrique no da importancia alguna. Y cuando su amigo insiste en que no hay quien lo entienda, y se despide de él burlonamente exclamando: "¡Y cuidado con la francesa!" Enrique, harto de oír las estupideces de su amigo, acaba enfadándose y se marcha solo hacia su casa en mitad de la noche.
Por la mañana, en la clínica, la enferma se siente casi recuperada y bailotea delante de algunas visitas que la observan un tanto escandalizadas, incluida la monja que la ha cuidado. Y cuando Enrique llega y la ve tan feliz, ella le agradece todos sus cuidados, pero se siente aburrida y vigilada de continuo por la monja y porque no puede hablar con nadie en su propio idioma. La joven le dice que sólo se siente bien cuando Enrique viene a verla, y él se siente conmovido y halagado. Enrique le muestra las cartas que ha recibido de su empresario, don Jerónimo, y le pide que se las lea. El empresario le envía una parte de su salario, y le indica que se puede demorar todo el tiempo que haga falta. Enrique en su mal francés le indica que podrá marcharse del hospital ese día mismo. Y cuando la joven indica que adónde podrá ir, Enrique le indica que la hospedará en casa de una amiga muy honorable, de total confianza que la tratará muy amablemente. Y que más tarde podrá salir, y él se encargará de enseñarle el pueblo. Incluso añade que para distraerse la puede invitar a una finca que tiene en el campo, para disfrutar de un día de caza. Jacqueline ha comprendido todo lo que el doctor más o menos ha tratado de decirle, aunque no entiende bien el español. Incluso añade que para distraerse la puede invitar a una finca que tiene en el campo, para disfrutar de un día de caza. Y ante los gestos indicadores de Enrique y la mirada circunspecta de la monja, Jacqueline exclama: "¡Ah, la caza!"Jacqueline, profundamente agradecida, también hace mención a su cicatriz que, en realidad, Enrique ha logrado minimizarla. "Nadie diría que me han operado", añade la muchacha.Y se muestra tan contenta que incluso le da un beso.
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