Harto
quehacer presupone tratar de delimitar cuanto sentimiento de fatalismo
avala en los hombres la siempre angustiosa pleitesía hacia la vida. No
hay lucha más difícil de soportar que la que se desarrolla en el
interior de nuestras conciencias. Es como una eterna penalidad sin
mitigación. Un castigo que, trasladado a los poderes estatales de los
Imperios, siempre olfateador de hedores disidentes, manda al patíbulo, a
través de una práctica convicción sugeridora de famosas "cazas de
brujas", no tan sólo a sus súbditos más fieles sino indefectiblemente a
los sospechosos. Si los Estados castigan la traición por la falta de una
certera ósmosis y relación con sus ciudadanos, es justo que la talla
moral del vasallo, que forzosamente ha de proceder de lo bajo, no de lo
alto, genere su propia inquisición y emprenda su particular cruzada
contra el inocente, elaborando poco a poco sus normas interrogadoras, su
austera regla intolerante, su triunfo clandestino a la desesperada
convencido de la culpabilidad de aquél al que persigue. Si bien es
cierto que debemos siempre a la corrupción mundana el desencadenamiento
de estas auténticas guerras emocionales. Un deslizamiento de confusión
en nuestros sentimientos (aquéllos que infaliblemente exigen los frutos
premiadores de nuestro trabajo) que nos convierte en esclavos comprados
en los mercados mercenarios del mundo, más contaminados por las
preocupaciones pragmáticas que por toda otra sugeridora absolución capaz
de promover el más sensitivo espíritu fraternal entre las relaciones
humanas. La interesada severidad del funcionario probo viene avalada
tantas veces por la prueba de fuego del fanatismo que nos hace sonreír
ante el entusiasmo que sentía Rousseau por la que él consideraba
"intrínseca bondad del hombre". El racionalismo aristotélico siempre se
ha encarnado de la manera más dramática en los problemas de conciencia
de la criatura humana. Santos hubieron que combatieron a Aristóteles con
la propia dialéctica más aristotélica. Se refirieron a Dios en un
intento de absorber el racionalismo y concederle tan sólo una
calificación cristiana. Pero Dios bien puede traducirse por sentimiento.
Y en el sentimiento se halla implícita la carne y el espíritu,
acostumbradas desde tiempos remotos a su dura convivencia. Es este un
dilema puntal en todos los dogmas. No es necesario estar bautizado, ni
ser circunciso para que lo incontrolable de las aplicaciones de nuestros
sentimientos concilien pasiones y duden de la interpretación
tradicional del amor, o que constituyan su propio orden y racionalidad
desviacionista del sentimiento más puro, buscando su análisis más lógico
a la duda, y que acaben proporcionando sus armas más dolorosas para el
asalto a ese vehemente misterio que por lo general alimenta el
exasperante recelo, la venenosa suspicacia en quien, no obstante, busca
desesperadamente, para huir de la penitencia de su prisión, los más
nobles motivos que hagan posible nuestra existencia y cohabitación
humana: honor, fidelidad, amistad, amor y justicia.
1908. Una isla griega en el Egeo bajo la ocupación turca. El Imperio Otomano está a punto de derrumbarse. El último de los sultanes, Abdul Ahmid II, permanece en su palacio de Constantinopla. Pero, a pesar de protegerle la mayor red de espionaje que ha conocido la historia, la actitud rebelde es ya incontrolable en todos sus dominios. El viejo orden europeo está también al borde de la extinción. Los acontecimientos se precipitarán muy pronto en la Gran Guerra.
Solimán el Magnífico {Trebisonda, 6 de noviembre de 1494-Szigetvár, 6 de septiembre de 1566}, había logrado mantener una sólida y monolítica estructura imperialista sobre Grecia. La posterior decadencia del Imperio Otomano coincidirá obligatoriamente con un resurgimiento revalorizador del sentimiento nacional griego. Palpita un delirio de entusiasmo que desarrolla ideologías y un latente contagio de pasiones nacionalistas a través de aquel aire saturado de odio, ansioso ya por abrir un brecha definitiva en el imperialismo turco que pesa como una vergüenza sobre el orgullo griego. Constantinopla concede a Grecia, como si de un arriendo temporal se tratase, la jerarquía ortodoxa como único alivio en la vida pública del vasallo griego. Hacia el siglo XVII las primeras inspiraciones de resistencia a la ocupación turca asoman provocativamente entre refractarias bandas de ladrones, conocidos por "kleftes", afincadas en zonas montañosas y que hostigan sin descanso a los contingentes otomanos. A ellos acabarán uniéndose finalmente los milicianos griegos "armatolos", que formados por las guarniciones turcas para combatir a los "kleftes", se incorporarán, como primeras grandes avanzadillas del movimiento de liberación de los territorios griegos, a las filas de los rebeldes a los que había que combatir. En 1770 el levantamiento del Peloponeso es reprimido por las fuertas del sultán de Constantinopla. A principios del siglo XIX surgen sociedades secretas, llamadas "heterías", imbuidas por las ideas de la Revolución Francesa, que intentan conseguir el apoyo independentista de las grandes potencias europeas. Las "heterías" encarnan la causa de la libertad, manteníendose en el exilio, y se refuerzan en Viena, París, Atenas, y Odessa, donde los defensores de la Gran Grecia Independiente se erigen en los más elocuentes movilizadores de aquella insurgente oposición contra los otomanos.
Constantinopla
dicta disposiciones severísimas que entrañan graves penas contra los
integrantes de las "heterías". Un nuevo levantamiento, esta vez apoyado
por Rusia, fracasa. El 25 de marzo de 1821 el patriarca Patrás proclama
oficialmente la revolución griega. Sumadas todas las fuerzas hostiles de
la península del Peloponeso acaban derrotando y expulsando de Grecia al
invasor turco. Pero el orden y la paz se muestran incapaces de
responder al sueño de independecia griega. Surgen conflictos internos,
posiciones extremistas que no alcanzan un entendimiento entre los mismos
rebeldes. El sultán de Constantinopla se vale de ello y prepara una
contraofensiva, favorecida por la no intervención de las grandes
potencias europeas que invocan el principio de la Santa Alianza
(documento -26 de septiembre de 1815- que garantizaba militarmente la
defensa de los principios del absolutismo monárquico, y salvaguardaba
así "el fundamento de solidaridad entre monarcas rusos -ortodoxos-,
austriacos -católicos- y prusianos -protestantes-, reyes por la Gracia
de Dios, una de cuyas máximas firmadas consistía en "extremar la
vigilancia para detectar y sofocar las iniciativas revolucionarias
liberales"), y subordinan el mantenimiento de la paz en Europa al statu
quo. Ayudado por el virrey de Egipto, el sultán sofoca definitivamente
la rebelión griega. Las tropas turco-egipcias logran su más importante
victoria en Creta, y, acto seguido, desembarcan en el continente donde
su celo por recuperar las posiciones griegas no constituirían tan sólo
una batalla sino una terrorífica matanza. Tras la masacre cristiana,
intervienen, finalmente, los gobiernos europeos. Se firma el Tratado de
Andrinópolis el 14 de septiembre de 1829. Rusia, Francia y Gran Bretaña
obligan al sultán de Constantinopla a conceder el estatuto de autonomía a
Grecia.
Y en 1830, el tratado de Londres reconoce la independencia de
Grecia e instaura en la nación una flamante Monarquía Absolutista. 1843
abrirá sus puertas a un primer golpe de Estado incruento bajo el reinado
del joven Otón I de Grecia, también Otón de Wittelsbach (en griego, Ὄθων"- Salzburgo, 1 de junio de 1815-Bamberg, 26 de julio de 1867] Se instaura una Monarquía constitucional, y en
octubre de 1862 , tras un nuevo golpe de Estado, Otón es depuesto.
Turquía cede la región de Tesalia y el sur del Épiro en 1881, tras el
Tratado de Berlín de 1878, pero nuevos insurgentes radicados en las
islas del Egeo, aún bajo la soberanía del sultán, siguen sublevándose
contra las tropas otomanas. En 1908 el cretense Eleftherios Venizelos
proclama la incorporación de la isla de Creta a Grecia.
Barry Unsworth Cursa sus estudios en Manchester University. Se traslada a Francia donde imparte lecciones de inglés. Reverencia la antigüedad clásica. Y a partir de 1960, viajando incansablemente a Grecia y Turquía, aspira el aire mediterráneo a pleno pulmón. El arte griego le conmueve y vuelca toda esta arrolladora revelación en sus futuras obras. Imparte enseñanza en las Universidades de Atenas y Estambul. Miembro del cuerpo Docente de Literatura de las Universidades de Durham y Newcastle. En 1988 reside en la Universidad de Lund, Suecia, designado por "British Council".
Su primera novela "The Partnership" ("La Asociación") se publica en 1966. Siguen "The Greeks Have a World for It" ("Los griegos tienen un mundo para eso"), 1967, "The Hide" ("La piel"),1970, y "Mooncranker's Gift" ("El regalo de Mooncranker"), 1973, por la que recibe el "Premio Heinemann". En 1980 publica "Pascali' s Island" ("La isla de Pascalis", cuya acción sitúa en los últimos años del Imperio Otomano.
En 1982, tras el éxito de su predecesora, retomando un tema similar, describe la aventura de un espía inglés en Constantinopla en "The Rage of the Vulture" ("La ira del buitre"). Su novela más reciente, publicada en 2009, fue "Land of Marvels" ("Tierra de maravillas"). El conjunto de su obra fue premiado en 1998 con un "Honorary Litt D." (Doctor en Letras) por la Manchester University.
De la degradación de los modestos empleados del sultanato otomano, observadores secretos inscritos en la línea política de la extensa red de espionaje que Constantinopla ejerciera en sus posesiones isleñas del mar Egeo, Unsworth extrae una historia capaz de adquirir un tinte polémico y comprometido, pero muy apta también para adscribirse al documentalismo exótico con que la arqueología, que siempre embriaga nuestros sentidos con la caricia de los paisajes y con la poética seducción de su universo nostálgico y misterioso, se añada felizmente al estudio de los medios populares en que suele desarrollarse.
Ámbitos
del ensueño arqueológico enfrentados esta vez a cuanta corporeidad
fatalista contraen las resonancias de los ciclos nacionalistas, griegos
en este caso, sometidos a los absolutismos imperialistas y en constante
beligerancia intolerante que orquestan los rugidos testimoniales de
cuantas realidades sociales han vivido bajo la política asfixiante de
sus conquistadores. La arqueología posee, por tanto, su propio himno
panteísta a la Naturaleza que la encubre. Es un secreto de luz que nos
provee de su fuego, y nos abre su gruta fascinante y deificada en la
que, como pulsación vivificante, se transforma en un canto prometeico a
esos atrevidos héroes capaces de consumar los ciclos épicos, las
resonancias paganas, que enriquecen los descubrimientos.
También
los géneros políticos, fórmulas de comprobada rentabilidad, alimentaron
y seguiran alimentando toda penetración comercial, ya sea literaria o
cinematográfica, garantizando la incuestionable estabilidad de sus
mercados. Ininterrumpidamente, han poseído un carácter de
excepcionalidad en la cual tanto el misterio, la aventura como el amor
pueden conducirnos al más inesperado de los hechizos. Pero la nota más
aguda, la que siempre nos supera en toda obra concebida por la pluma,
será siempre la arrolladora potencia de los sentimientos. En ellos se
resume toda la esencia
picoteadora del viejo mito vivencial humano. Amamos las personalidades
psicológicas sensibles y estudiadas. Las posturas hostiles siempre nos
atrapan como si se tratasen de inevitables "hazañas biológicas"
constantemente ejemplarizadas en el acaecer de nuestra existencia como
hombres. Buscamos los elementos violentos del drama como si nosotros
mismos (lectores y espectadores convertidos en Prometeos) intentáramos
robar el fuego sagrado, que, a través de la letra impresa o de la imagen
proyectada en la pantalla, también se erigen en "secreto de la vida".
Nos identificamos, y, ¿por qué no?, casi envidiamos a esos viajeros
extraviados que andan en busca de refugio, con su trasfondo de misterio,
con sus encubiertas lacras sociales y sus muchas veces macabras
verdades; y con sus susceptibilidades inquietantes, sus prefiguradas y
atractivas tipologías románticas. Y ya, por descontado, merced a cuanta
artimaña comportar puede todo viraje moral, nos extasia la
impresionanate fuerza expresiva que exhuma el diagnóstico o mejor la
investigación de sus raíces sociales.
"Pascali's Island"
no se inscribe en corriente alguna de "optimismo crítico" No asciende
por cumbres afortunadas. Se abre a la corrupción y a la injusticia. Su
filosofía social acaba completamente desmontada sin que nadie le haga
frente. Cuenta, como tantas obras hicieran, la fábula del dragón de la
plutocracia. Nos anuncia el abuso que el vencido puede llegar a
perpetrar en quien cree que es su vencedor. No invalida las arbitrarias
diferencias sociales. No estimula la autocrítica en la política, ni en
la intelectualidad, pero cree en el espejismo de la prosperidad del
pequeño latrocinio. No presta oído a los agoreros. Ve molinos de viento
donde en realidad existen gigantes. Ensombrece los rostros de los países
que acogen su aventura. Pone el dedo en la llaga del error cometido.
Denuncia sus secretos, pero encarna entrañablemente un sueño: el
arqueológico. Y compone, como postrer acto, a través de violentas
requisitorias emocionalmente equivocadas, un trágico tríptico de
víctimas que, movidos por una casi patológica necesidad de "reformismo",
tras ofrendar testimonio de esa pérdida de valores que tantas veces
hacen perder terreno al hombre, se inmolan a sí mismos.
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