La existencia humana se nos muestra siempre como una criatura desvalida.
Nace extraviada en una tiniebla temerosa. Su desarrollo es un continuo
sobresalto que habrá de codearse de forma indefectible con alegrías y
tristezas. La vida en sí no obedece a ningún mandato. Busca, llama,
habla y calla. Se muestra animosa y ávida por verlo y sufrirlo todo. Es
impaciente, candorosa, egocéntrica y malévola. Y su orfandad es eterna.
Mas, para que la vida halle cierto triunfo, ya que carece de una
aclaración sumaria, es fundamental instaurar la paz y la armonía entre
los hombres y mujeres que admitimos ser los únicos dueños, a diferencia
del resto de criaturas que pueblan este mundo, de un discernimiento
racional frente a la misma. Pero la firmeza creativa del bien y del amor
siempre se ha mostrado veleidosamente entre los hombres. Nuestros
impulsos para lograr madurez, pureza y dicha, ya sean entre acciones
pequeñas o grandes, nunca se entenderían sin los motivos que igualmente
condicionan el mal, porque también somos hijos del tiempo y sus
conciencias fatalistas, que, al igual que las bestias, no saben nada de
soluciones teológicas, por más que el hombre, en su ignorancia, haya
intentado convencerse de lo contrario. Y dado que la finalidad de la
vida se nos escapa, preferimos fiarnos más del testimonio de los
sentidos, como si nuestras necesidades humanas fueran en verdad la
medida más exacta de lo Absoluto.Y antes de que la esencia desaparezca
con la llegada de la muerte, nuestras justificaciones humanas
continuarán forjándose en la fragua fantasmal que proyecta una
luminosidad de muchos tiempos inquietantes; un impulso de grandes
magnitudes formado por muchas maldades específicas y primitivas:
egoísmo, ira, tentación, deseo, tedio, vanidad, ambición y odio, que
seguirán también diferenciándonos siempre de las bestias. Es evidente,
pues, que las generaciones humanas, al despedirse de sus pasados, no
dejen tras de sí más que el vínculo orgánico de miles de dramas que
nunca se borran del ciclo natural de la vida. El hombre es en sí una
batalla que unas veces ataca y otras se repliega, pero cuya evolución es
un sueño o una añoranza, no menos eterna, a la espera siempre de un
futuro mucho mejor. Lo lamentable es que esa esperanza de que otra vida
más perfecta pueda existir mañana, aunque no carezca del elemento
obligado del progreso, sigue y seguirá incubando su semilla de
liviandad. En consecuencia, por más que la vida mortal ande siempre
deseosa de perfección, no dejará nunca de husmear en todos los vicios, y
permanecerá como una locura eternamente anclada en sus tiempos
brumosos. Tomemos, por caso, cualquier grupo humano, sea cual sea su
siglo. Hombres y mujeres que, aún sintiendo la necesidad de ser
apacibles, de amar todo cuanto se pueda amar, y de conceder sosiego a
sus espíritus, no logran, por lo general, eximirse de su aspereza, de
sus arrebatos de orgullo, de su desidia por mover aunque sólo sea un
dedo para que todo cambie, de su falta de sobriedad frente a la
tentación, la avidez, y la envidia, de no hallar remedio a sus iras y
dolores en la expiación, de extremar sus celos, rencores y odios, de no
avanzar frente al sacrificio, del tormento de su lujuria, de su burla
hacia la esperanza y la humildad, del ansia de recompensa por muy grande
que sea su demérito, y, por supuesto, de inmolar su espíritu y
rebajarse para que otros lo pisoteen.
REPARTO:
Yelena Solovey, como Sophia Yegorovna
Yevgeniya Glushenko, como Sashenka Ivanovich
Antonina Shuranova, como Anna Petrovna Voinitseva
Yuri Bogatyryov, como Sergey Pavlovich Voinitsev
Oleg Tabakov, como Pavel Petrovich Shcherbuk
Nikolai Pastukhov, como Porfiry Semyonovich Glagolyev
Pavel Kadochnikov, como Ivan Ivanovich Triletsk
Nikita Mikhalkov, como Nikolai Ivanovich Triletsky
Nikita Mikhalkov, como Nikolai Ivanovich Triletsky
Anatoli Romashin, como Gerasim Kuzmich Petrin
La
quietud veraniega resalta la periferia de verdores que promueve un
desmayo de amodorramiento entre algunos personajes que se mueven por el
entorno. La finca de Anna Petrovna, grande, nobiliaria, de labrado y
típico porche ruso de madera con amplios ventanales, y una terraza con
balaustres y largas escalinatas versallescas, de gruesos barandales, que
descienden desde el primer piso hasta el camino del bosque, se halla
como sumergida entre el silencio de una acogedora intimidad rural. Un
pequeño estanque invadido por un abundante musgo gelatinoso se abre
entre las márgenes arboladas: alcornoques, sabinas, sauces, nogales,
moreras, que forman el jardín tupido del bosque apareciendo como
visiones fragmentarias, de confusos verdores, entre la suntuosidad
letárgica de la mañana. Y toda esta emoción paisajística, este perpetuo
verano ostentoso, semeja apretarse luminosamente contra el azul del
cielo estival. En una parte del jardín, varios sillones de enea, una
sencilla mesa con blanco mantel de cretona, un jarrón, tazas de
porcelana, una botella de licor, copas, un frutero colmado y un tablero
de ajedrez. A Anna Petrovna, ociosa o aburrida, pulcra, de encendidas
pupilas negras y cinceladas facciones, nariz y boca carnales, fina
arrogancia, talle bien ceñido, y favorecido el rostro por su blanco
sombrero estival, le asoma una sonrisa casi continua, mientras atiende
la voz del doctor Nikolai Ivanovich, apuesto, bigotudo, dotado de un
encanto masculino difícil de resistir, que prorrumpe con un vozarrón
entusiasta y burlón, movido por un irresistible prurito chismorreante: "¿Recuerda
usted a los Kalitin? ¿Y a Ksenita Kalitina? Era una gordita así...,
pues con ella me ocurrió una historia bastante bochornosa. La visitaba
con frecuencia, haciendo que su mamita tuviera muchos gastos en café.
Paseábamos por las alamedas frondosas. Entonces yo era muy tímido y
joven. Pues bien, en cierta ocasión me quedé a dormir allí. Bueno, me
permitieron pasar la noche. Me acosté y dormí profundamente. Pero, de
pronto, en plena madrugada,... escuche eso, Anna,... se abre la puerta y
entra en mi cuarto una vieja sorda de unos ochenta años. Llevaba una
vasijita de lavativa en la mano, y, perdóneme las palabras, me
administró una lavativa. No me resistí porque creía que eso era habitual
en la casa de ellos. Mas, por la mañana, se aclaró que se había
equivocado de cuarto. Yo, como es natural, no fui nunca más por la casa a
hacer la corte. Y lo más divertido es que... (Anna Petrovna, que ha reído complacida, replica) No es divertido ni decente... (Anna pone un cigarrillo en la boca de Nikolai) Gracias, tenía muchas ganas de fumar. Desde por la mañana no había fumado.
Aparecen
Porfiry Semynovich, otro hacendado que visita la finca, idealista y de
cierta edad, que lleva una guadaña y va segando felizmente alguna
maleza, y Sergey Pavlovich, hijastro de Anna Petrovna. Porfiry, al
tiempo que siega, comenta a Sergey) "El invierno pasado vi una ópera y vi cómo un joven lloraba influenciado por la música. ¿Está bien eso?... (Sergey) Muy bien... (Porfiry, devolviendo la guadaña a una campesina que les acompaña) Entonces, ¿dígame? ¿Por qué se sonreían las damas y los caballeros sentados a su alrededor?En nuestros tiempos, si era necesario, uno se metía en el fuego por los amigos. ¿Y ahora?...(Habla Sergey) Pues,
ahora son los bomberos los que se meten en el fuego. Bueno, dejando las
bromas a un lado, como le decía hace tiempo que esos hombres sencillos
tienen una carga moral. En ellos está la salvación de nuestras ideas. La
idea del "Movimiento hacia el pueblo" me parece una nube llena de una
humedad vivificante, a punto de regar los campos de cultivo, sembrados
con las simientes del progreso... (Anna Petrovna silba con aire indiferente al oír las palabras de su hijastro) A mi madre no le gusta. ¡Pobre Rusia, tan buen país!... (Cerca
del estanque, un criado, que trata de extraer con dificultad una silla
caída en las aguas y atrapada por el musgo, murmura) "Serán nobles, pero se comportan peor que unos paisanos. No mantienen ninguna higiene. Hunden hasta una silla"... (Sergey, juega con un perrito) ¡Ven acá, mi buen perrito, ... acércate, mi perrito... (Nikolai a Anna mientras ésta sigue silbando) ¡Cómo silba! ¡Dios mío, cómo silba! Parece un hombre ¡Qué mujer más asombrosa! Bueno, ¿juega usted o no?(Anna
Petrovna sigue silbando y Nikolai hace explotar una bolsa de papel.
Todos ríen tras el estallido, menos Sergey, que se asusta y se siente
molesto) ¡Madraza, dígale que no haga eso! ¡No me gustan esas bromas!... (Porfiry sigue con su perorata)...
Amábamos a las mujeres como verdaderos caballeros medievales. Nuestras
relaciones eran distintas, veíamos en ellas lo mejor del hombre. (Nikolai) La mujer es el mejor ser humano. ¿Es cierto eso Porfiry?... El mejor... (Anna a Nikolai, con el que está jugando al ajedrez)
¡Oh! ¿Por qué hace trampas? ¿Cómo llegó hasta aquí ese peón?... Usted
colocó el peón aquí... Sí, perdóneme, Nikolai... En verdad que debe
pedir perdón. ¿Juega o no juega?... Estoy aburrida. Más tarde
terminaremos el juego... Cuando está ganando, no hay forma de apartarla
del juego. Pero si empieza a perder, le aburre. Eso no está bien, Anna
Petrovna. Por favor, continúe. De lo contrario, consideraré que usted ha
perdido... Bueno, considérelo... En tal caso, me debe tres rublos, y
con los que antes me debía, son diez. ¿Cuándo tendré el honor de recibir
ese dinero?... (Anna ríe despreocupada, y Nikolai vuelve a la carga) ¡Y bien!, ¿los he de considerar una deuda, o me los pagará?(Anna Petrovna a su hijo Sergey) Sergito, dale a este limosnero trastornado diez rublos.
Sergey se aleja y prefiere inhibirse, bien que titubeando) Pero, madraza, no se... (se aleja con su perro hacia una hamaca y se tumba en ella, meciéndose)... Cuando papi estaba vivo... Pero ahora, no sé... (Anna Petrovna se hace la desentendida y exclama) Pero ¿cuando vendrán esos gitanos? (Nikolai decepcionado) Me voy a beber vino (Entra en la finca, jugueteando con la sombrilla de Anna y perseguido por el perrito de Sergey)... (Anna Petrovna sonríe ahora al idealista Porfiry que se ha sentado junto a ella) Usted es un gran amante de las mujeres, Porfiry... Sí, amo a las mujeres, las idolatro. Tan sólo me basta conocerla a usted para que idolatre a todas las mujeres... ¡Dios mío, mire, llegan los Platonov" (exclama Porfiry. Anna le pregunta) Por cierto ¿qué piensa usted usted de Platonov?... (Porfiry, con gesto un tanto displicente) Mikhail Vassilyevich es un hombre inteligente. (Sergey interviene desde la hamaca) Sería
un pecado no respetar a Mikhail. Conversar con él es un placer. Es una
persona amable. Sólo que le gusta criticar. Es muy impulsivo, y todavía
es demasiado joven. (Porfiry disimula para no encontrarse con los recién llegados, como si no sintiera demasiada simpatía po los mismos, y miente) Perdí el pasador mientras segaba. ¿Dónde estará? Voy... voy a buscarlo... Nikolai,
situado en una de las habitaciones altas de la finca bebe con gesto
aburrido. Luego observa con un viejo catalejo la llegada del matrimonio
Platonov, que se halla cerca de las escalinatas que suben hasta el
jardín de la finca, donde serán recibidos por Anna Petrovna. Murmura) "Se
ha ensanchado nuestro Mikhail. ¡Parece un toro! Y su esposa, mi
hermanita, ha engordado. Pequeñita y obesita como un pan redondo..." (Saludan a Anna Petrovna con los besos de rigor) ¿Desean té?... Vamos a la mesa...? (Platonov, entusiasmado por el verdor veraniego que circunda la finca, exclama) ¡Por
fin no estamos en casa! ¡Qué largo es el invierno! Fueron seis meses en
que no vimos ningún "parqué", ni techos altos, ni otra gente. ¿Y qué
tal la vida? ¿No maltratará usted a su hijastro?... Ni pensarlo. Ya no
me llama madrastra, sino "madraza" También nosotros estuvimos aburridos
todo el invierno Comíamos, dormíamos, leíamos en voz alta... ¡Fue algo terrible!... (Sashenka Ivanovich, la cándida esposa de Platonov) ¿Por qué terrible? Nos aburríamos un poco, pero, en fin, lo pasamos bien. (Anna Petrovna exclama) Pero, ¡Dios mío!, ¡cómo han engordado ambos! ¡Qué gente más feliz!... Ah, hoy vendrán unos gitanos y tendremos una sorpresa. (Platonov ha entrevisto entre los árboles a Porfiry) Porfiry Semyonovich ¿qué está usted buscando por ahí? ¡Hola!... (Aparece Sergey. Platonov se alegra de verle, y tanto él como su esposa lo abrazan) Pero ¿será este Sergito? ¿Será él? ¿Dónde están tus pelos largos, la marinera y la voz de tenor? ¿Di algo?... (Sergey) ¡Soy un alcornoque!... (Platonov bromea) ¡Bah, tiene voz de bajo!... (Anna) ¡Qué calor más sofocante! Parece que va a llover. (Platonov y Anna susurran una conversación y Sashenka corre hacia ellos y habla al oído a su esposo Mikhail, que exclama) ¡Sergey Pavlovich, compadre! ¿Por qué te lo mantenías callado? ¡Te casaste y no lo decías! (Se besan tres veces al estilo ruso) (Sergey) ¡Soy todo un tipo! ¡Rápido y enérgico! En cuanto la vi me enamoré, y me casé! (Sashenka) Le felicito. Le deseo todo lo mejor. Ahora usted conocerá la parte mejor de la vida. (Platonov) Si alguien quiere complacerla, tiene que casarse. Le encantan las bodas... No me gustan las bodas, me gusta la armonía familiar. (Sergey) ¡Estoy muy feliz, muy feliz... felicísimo, amigos!
(Risa irónica de la "madraza", que observa el rostro de mirada infantil de Sashenka, tocado con un sombrerito algo ridículo) ¿Qué?... (a Anna) ¡No nada, nada! (Platonov observa a su esposa. Le hiere la risa de Anna Petrovna, que interpreta como una burla hacia la simpleza de su mujer) (Uno de los visitantes, Guerasim Kuznich Petrin, sentado en la escalinata y que no cesa de leer el periódico, comenta irónico) "Pues en Sizrán la señorita Tereschuk capturó un cuervo con ojos azules" (Todos le atienden sin comprender qué pretende expresar con su lectura, hasta que Sergey pregunta) Pero ¿donde está Sophia? (Anna Petrovna) Sophia y Porfiry se pasean por el estanque. Pronto volverán. (Sergey bromea) Bien, pero yo no soy un soberano oriental, y no escondo a mi esposa. (Nikolai
toca un violín de forma horrible haciendo cabriolas desde el balcón, y
luego lanza dos disparos de escopeta al aire, como una salva que dirige
hacia los recién llegados, exclamando) ¡Saludos a los esclavos cultos! ¡Gloria a los parientes! ¡Hurra la Generala!... (Shashenka da saltos saludándole y Platonov sube las escaleras exultante) ¡¡El médico de la corte!! ¡Malhadado, me alegra mucho verte ¡Estás
radiante y chispeante! ¿Tomaste tu vinito desde por la mañana?
EN EL PORCHE CERRADO
En
una butaca dormita el ya anciano Ivan Ivanovich Triletsky. Llega
Mikhail. Tras el disparo de Nikolai, ha despertado y se pregunta a sí
mismo, todavía adormilado)¿Quién se lastimó? ¿Nicolasito? ¿A quién tiró? (Platonov, que se halla al final de la entrada en el porche, bromea) ¡A mí, me dejó tieso!... (Ivan Ivanovich reconociendo a su yerno) ¡No! ¡Oh, eres tú, mi buenazo! (Aparece Anna Petrovna, Sergey y Sashenka que exclama con alegría viendo a su padre) ¡Papá, estás aquí! (Se besan y Platonov exclama) ¡Que siempre brille la feliz estrella del coronel Triletsky! ... (Triletsky) ¡Os saludaron con una salva de escopeta Krupp! (A su hija) ¡Dios mío, qué lástima, querida mía! ¡Alejandrita! Hace tiempo que no te veía... (A Platonov, que se mantiene envarado y sonriente ante el coronel) ¡Siéntese, le ordeno que se siente! (El coronel Triletsky)
¿Estás saludable, Sashita?... Yo nunca me he enfermado. Cierto que hubo
un tiempo que el corazón me dolía por culpa de las mujeres, pero ese es
un dulce malestar que no necesita ser curado con fármacos. ¿Está sanito
mi nieto? (Sashenka) Está sanito, papá, y te hace la reverencia?... ¿Ya aprendió a hacer reverencias? (Su
hija asiente, y Platonov sonríe. Todos observan al coronel Triletsky
que trastabilla por el porche con cierta comicidad. Se acerca a su
anfitriona) ¡Ah, Anna Petrovna, querida! ¡Diana divina! (Anna Petrovna se limita a sonreír, displicente) Amo
a los seres así. Miren todos lo que significa la emancipación femenina.
Cuando besas su hombro, sientes olor a pólvora. ¡Su excelencia
Alexandra de Macedonia!... (Platonov) ¿Ya bebiste desde
por la mañana, coronel?... Desde las ocho de la mañana estoy aquí. Todos
dormían cuando yo llegué, y me puse a patalear. De pronto, la vi salir,
y nos bebimos una botella de puro Madeira. Diana tres copitas, y yo el
resto. ¿Acaso eso cuenta? (Aparece por fin Nikolai, exultante, todavía con el catalejo y corre hacia Sashenka) ¡Ah,¡Hola hermanita! (observa su ridículo sombrerito) ¿Qué es esto? ¿Un sombrero? ¿Y aquél? (a Platonov) ¿Quién es? ¡Hola, su excelencia! (Se saludan cómicamente con un juego de manos, y se besan en la mejilla tres veces, según la costumbre rusa) ¡Bueno!, ¿cómo estás,?... Eso es largo de contar y no es interesante.
Tras
los saludos, el coronel Triletsky se ha vuelto a dormir. Todos
permanecen callados ahora sin saber de qué hablar. Sergey mira desde la
ventana, absorto, como esperando la aparición de su esposa Sophia.
Nikolai se pone una careta grotesca de carnaval, con gafas y bigotes
enormes, y baila con Mikhail haciendo reír a su hermana y a Anna
Petrovna. Ha entrado el misterioso Guerasim Kuznich Petrin, que sigue
leyendo el periódico, y mira a Nikolai y a Platonov como si sus bromas
le aburrieran. Dejan de bailar y Nikolai se pone detrás de Sergey.
Cuando éste se vuelve, lanza un ridículo grito asustado. Todos ríen,
incluso Anna Petrovna) (Sergey, muy molesto) ¡Nikolai Ivanovich, no me gustan sus bromas! Madraza, dígáselo... No me gusta nada, Nikolai Ivanovich... (Nikolai se quita la careta, y se vuelve hacia su hermana, para preguntar por su sobrino) ¿Tiene buena salud, Nicolasito?... Muy buena... ¿Ya será un niño grande?... ¡Sí, grande,... muy grande! (El coronel Triletsky, que se halla completamente dormido, ronca, y Sashenka ríe, despertándole) ¡Padre! (Platonov) ¡Coronel!... (El anciano despierta y parece delirar tras haber soñado) "Pues, ahora se dan nombres griegos"... (Nikolai) ¡Coronel, no te duermas! ¡Te digo que no te duermas!... ¿Yo? Pero si estoy insomne... (Sashenka) Papá, aquí no se debe dormir... Pero si yo no duermo, hijita. (Platonov
ha tomado el catalejo de Nikolai y observa con el mismo, desde una de
las ventanas, el estanque donde pasean en barca Porfiry Semyonovich y un
sonriente y bella mujer con sombrilla, que sin duda se trata de la
esposa de Sergey, Sophia Yegorovna. La enfoca con mirada perpleja, como
si la conociera. Mientras tanto, entre risas, Triletsky se mete con su
hijo Nikolai) ¡Cómico, payaso, atamán! Todo eso es él. En
cierta ocasión me cosió los bolsillos de la guerrera. Después echó sal
en mi tabaquera. (Antes de que Porfiry y Sophia aparezcan,
Platonov devuelve el catalejo a su cuñado, se escabulle del grupo y se
esconde en una habitación adyacente del porche con cierta inquietud,
abre una vitrina, toma un licor y bebe. En el porche Sergey muestra su
gran contento por ver aparecer, finalmente, a su esposa, que trae un
ramo de flores tomadas del jardín, y a su acompañante, el idealista
Porfiry)
SOPHIA YEGOROVNA Y MIKHAIL VASSILYEVICH PLATONOV
IRONÍAS DEL DESTINO
Hasta Mikhail Vassilyevich Platonov, que todavía se halla oculto a la vista de los visitantes, llega la voz de Sergey Pavlovich: "¡Señores, esta es mi esposa, Sophia Yegorovna! (Sophia, con un ramo de flores entre sus manos, saluda a todos los presentes con una dulce sonrisa. El misterioso Petrin se levanta y estrecha su mano) ¡Buenas, señores! (Sergey) Porfiry, secuestró usted a mi esposa... ¡No, no! (exclama Sophia) Porfiry Semyonovich me lo mostró todo. ¡Y qué aire más sano! Esto no es San Petersburgo. Hay ozono puro. ¿Llevan ustedes mucho tiempo aquí? (Nikolai) Sólo hace dos días que llegamos... Estoy encantada con el jardín. ¡Es maravilloso! (Porfiry) Sophia me dio su palabra de que ustedes irán el jueves a mi casa. (Sergey) Iremos toda la compañía... (Porfiry, envaneciéndose) Mi jardín es mejor que el de ustedes; el río es profundo, y tengo buenos caballos... (Se abre la puerta de la habitación adyacente al porche y aparece Platonov, sonriente, aunque tratando de mostrar cierto aire de indiferencia hacia la aburrida conversación que mantienen todos los presentes) (Anna Petrovna pregunta a Porfiry Semyonovich) ¿Cómo es mejor llegar hasta allí? ¿A través de la hacienda Yanovka?... (Porfiry) Van a dar una vuelta muy grande. No, es mejor a través de Platonovka... (Sophia se pregunta, recordando) ¿Platonovka? ¡Ah, sí! Conozco a su hacendado (Platonov bromea irónico) Sí, ahora él no se llama Mikhailito, sino Mikhail. (Sergey ríe) Cierto. ¡Eres un bárbaro, Mikhail! No vas a ningún lado, pero conoces a todos. ¡Sophia, míralo! (abrazando a Platonov) ¡Es él! ¿No lo reconoces? (Sophia se queda perpleja observando a Mikhail, y exclama balbuciente) ¡No puede ser! (Platonov sonríe con sorna) Pasaron siete años, Sophia Egorovna. Los perros a esa edad ya son viejos y los caballos también. (Todos ríen, y Petrin, el visitante misterioso que lee el periódico en silencio, arguye) Se equivoca, los caballos viven dieciocho años como término medio, por supuesto... (Sophia comenta entre titubeos) Pues... pues, Mikhail Vassilyevich y yo... somos unos viejos conocidos. Entonces él era estudiante y yo... (Sophia no acaba la frase y se muestra cada vez más turbada) Todos veían en él... un futuro Ministro de Asuntos Especiales, o un segundo Byron. Y yo... yo me preparaba para ser actriz, como Ermólova. ¿Se acuerda? (Platonov contesta no menos turbado) Sí,... pasaron siete años. (Sophia, casi sin atreverse a mirarlo cara a cara, mientras se le cae una flor del ramo que lleva entre las manos) ¿Y qué hace usted ahora? (Platonov recoge la flor y se la entrega a Sophia) Soy maestro de escuela, tan sólo eso... ¿Cómo?. ¿Usted? (A Sophia, tras emitir su sopresa, se le caen de nuevo algunas flores y se las recoge Porfiry) (Platonov, con mirada burlona) ¡Sí, eso!... (Sophia) ¡Es increíble! Pero, ¿por qué no es nada más?... (Platonov ríe con despecho) No basta con una frase para responder a su pregunta... (Sophia) Pero, al menos, habrá usted terminado la universidad. (Todos los presentes, excepto el coronel Triletsky que duerme de nuevo emitiendo fuertes ronquidos, se muestran desconcertados siguiendo la conversación de Sophia y Mikhail, en especial Sashenka, cuyo rostro está casi descompuesto ante la absurda insistencia de menosprecio por parte de Sophia hacia su marido) ¡No, la dejé! ¡Me decidí,... y la dejé!... Pero eso no le impide ser una persona... (Sophia tampoco acaba la frase esta vez) (Platonov, irritándose) Perdón, pero no la entiendo. ¿Una persona? ¿Cómo?... Sí, no me expliqué claramente. Quería decir que eso no impide que usted sea una persona trabajadora en el campo de la emancipación femenina, en el de la Educación General y del Progreso. No le impide servir a los ideales... (Platonov, exaltándose con ironía, tras encasquetarse un ridículo sombrero veraniego de mujer) ¡Oh, no! Al contrario. Por ejemplo, ahora trabajo con Ivan Ivanovich en el campo de la emancipación y de los ideales con mucho éxito. Mientras que el señor Nikolai Ivanovich Triletsky es médico, reparte visitas, y Porfiry Semyonovich sabe segar. ¡Es un buen higienista! Afeita las barbas a los campesinos. ¡Y qué bien lo hace! Su aldea ahora se parece al teatro de Maviinsk, pues todos andan con las caras afeitadas.
La ironía de Platonov promueve miradas de total desconcierto, en especial a Sergey, que pese a todo sonríe) Estamos, además, suscritos a periódicos de la capital, y el señor Petrin los lee. (Mikhail sigue mostrándose mordaz con todos sus comentarios) ¡Así que trabajamos en los campos, y mucho! (Señala a la desconcertada Sashenka) Y esta es mi esposa. Me había olvidado de presentársela ¡Alejandra! (Se despierta su suegro) ¡No, usted quédese ahí sentado y duerma. (A Sophia) Conozca
a Sashita. Mi esposa para cumplir el deber cívico de continuar la
especie. ¡Nos procreamos!... Tengo un hijo, heredero de los ideales (Platonov toma asiento y se apreta el sombrero, con gestos sonrientes pero desencajados por la ira interna que le acomete) ¡No hay recursos, señores, así que heredamos ideas!
Un silencio completo invade a todos los allí presentes ante el sarcasmo de que ha hecho gala Platonov. Anna Petrovna silba, tratando de mostrarse indolente, y Sophia Yegorovna, trata de esbozar una sonrisa pese a que se siente terriblemente incómoda. Se oye el silbato de un tren y resuenan de nuevo los ronquidos del coronel Triletsky. Nadie se atreve a hablar. Mikhail Platonov se quita por fin el ridículo sombrero y dice) Pero, ¿qué pasa , señores? ¿No estamos de fiesta ahora?... ¿Es que no estamos en verano? ¡Todos parecen estar presentes en un funeral! Sophia Yegorovna y yo les hemos representado una comedia. Aunque sólo sea uno, debería reírse (En efecto, se producen una serie de risas entre todos los presentes, pese a que se hallan bastante confusos por la actuación de Mikhail Vassilyevich) Son tan aburridos como un coro de maestros de Moravia. (Sashenka se acerca tímidamente a Sophia, y trata de disculpar con sus razonamineots ingenuos y mal expresados a su marido) A él no le gusta "cuando la gente está sentada tranquilamente". (Nikolai) ¡Tienes razón, Mikhail! ¡Mil veces tienes razón! (Sergey) ¡Así es como se nos debe tratar! ¡Y eso es poco! Es el único aquí que respira a pleno pulmón y disfruta los lances de la vida. ¡Si no fuera por él, nos hubiéramos marchitado de tanto aburrimiento! (Nikolai) ¡Qué hombre más inteligente es usted, Sergey Pavlovich!
Anna Petrovna observa a todo el grupo presente en el porche con cierta desidia, y Nikolai exclama: ¿Qué
opinan los señores de un truco así? ¿Nada? Pues, ahora que nos den algo
de comer. Por cierto, Anna Petrovna, ¿que hay de...? (Anna Petrovna le interrumpe irritada) ¡Qué
harta me tiene! ¡Es usted un atrevido hasta más no poder! ¡Todos los
demás esperan, y usted también ha de esperar! ¿Cuándo se llenará usted
al fin? (El encono de Anna Petrovna sigue in crescendo, y de pronto se
levanta del asiento que ocupaba junto a la puerta de entrada y trata de
matar una mosca que no para de revolotear. Luego sigue increpando a
Nikolai ante la mirada absorta de todos) Come sin parar! Le he estado observando detenidamente y no ha dejado de asombrarme. Ingirió dos vasos de té, un pedazo así (indica el tamaño con sus manos) de carne de vaca, y después cinco huevos. Más tarde regresó de su cuarto y antes se tragó medio pastel. (Nikolai
escucha a la anfitriona totalmente turbado por sus reproches. Anna
Petrovna dirige ahora sus admoniciones al resto de los visitantes) ¡Todos gritan, escandalizan, patalean! ¡Desde la mañana, no hay tranquilidad! (Y abandona el porche, deteniéndose en la puerta, porque vuelve a oír risas y voces) ¿Qué ruido es ése? ¡Cesen ya! ¿Por qué gritan así? (De pronto se sonríe, al percatarse de que son nuevas visitas, y cambia de humor repentinamente) ¡Ah, hurra! ¡Ahí viene mi caballero, Pavel Petrovich!.