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lunes, 17 de marzo de 2008

Les orgueilleux (Los orgullosos)


Adaptada de una pequeña pieza teatral de Jean-Paul Sartre, de título "Typhus", fue preciso no respetar en absoluto la escenografía única propuesta por el dramaturgo (que declaró en todo momento su férrea oposición a dicha realización cinematográfica), ya que, para mantener la cohesión entre los personajes y la concatenación, fuertemente expresiva, de cuantos hechos se suceden a lo largo del film, la cámara debía convertirse en una especie de pegajosa mosca (muy acorde con el ardoroso clima de México), capaz de definir y realzar la riqueza íntima que va afluyendo de los dos protagonistas principales. En ese contexto áspero y problemático, ácido retrato de un país que, al igual que sus aledañas naciones de Centro América, se hallaba inmerso en uno de los más terribles desequilibrios sociales de su historia reciente, este petit bijou (como la llamó algún crítico francés) se convierte también en un pequeño relato de lujo, pese a que, en su momento, se viera enmarcado en la categoría de films comerciales europeos.

Entre 1945 y 1949, Yves Allégret había rodado importantes largometrajes (algunos de ellos interpretados por la extraordinaria Simone Signoret, esposa del director por aquel entonces) que reanudaban cierto realismo negro que había prevalecido en las producciones francesas antes de la guerra. "Dédée d' Anvers", 1948, fue una bella muestra de aquella poesía desesperanzadora, entre soledades que aprendían a comunicarse su ansiedades humanas, a través de estercoleros de intereses proxenetas, donde vividores y trepas de tres al cuarto se colgaban del brazo acobardado de las mujeres, adormecidas ante cualquier impulso de temeridad. Una conciencia de vida nebulosa, tras la guerra, en la que sus trágicos personajes parecían trémulas sombras que deambulaban por puertos de los que jamás se partía, entre el poder contaminante del dinero que emanaba de la prostitución, y la brutalidad de una sociedad en la que sus mantenidos escarnecían juventud y belleza.
 
Al realizar "Les orgueilleux", 1953, como propuesta ajena a lo que había sido su encasillamiento cinematográfico anterior (estimulada luego por un importante éxito, tanto a nivel de taquilla como artístico), Yves Allégret quedaría momentáneamente consagrado como "realizador sartrien". Pero la opresión que semejante calificativo ejercería sobre él, y como era natural, nunca refrendada por el famoso autor de "La Nausée", se vio dañada de inmediato por sus siguientes producciones. Films de género marcadamente comercial, por lo general, decepcionantes, pese a alguna que otra tentativa de realismo popular del estilo de "Germinal", 1963.
Pese a todo,"Les orgueilleux", (sin perder de vista la elíptica batuta concertadora de la obra de Sartre) fue un ambicioso proyecto del desigual Allégret, en el que volvía a insistir en los valores anteriores de aquellas crónicas sociales que reflejara su cine de la década de los 40. Enteramente rodado en México, a través de agradecibles disecciones muy acordes con ciertos patrones opresivos, capaces de arrastrar hasta la desesperación a cualquier ciudadano normal, fuese cual fuese el país que habitara, el film se erigía en un magnífico gráfico descriptivo del sufrimiento humano, muy bien bordeado por el cortante filo de la autenticidad social más sangrante.

 




Al hacer un recorrido por toda una serie de valores eternos, Yves Allégret planeó sobre sus películas con la completa tranquilidad que ofrecía el realizar obras sin los apasionamientos que arrastraran ciertos alardes artísticos (aquellos calificativos de "colosal" "inenarrable" con que se revistiesen ciertas piezas teatrales archifamosas, y que, extrapoladas a la gran pantalla, andaban por esos mundos de Dios haciendo furor en manos de algunos famosos directores yanquis), pero que se traducían en una labor correctísima, de gran expresividad, y mucha delicadeza. Prueba de ello, fue la intimista visión dramática de "Une si jolie petite plage", de 1948, que además de la extraordinaria interpretación de un Gérard Philipe "divinizado", malogrado gigante de la interpretación, capaz de revalorizar todo lo que con su presencia ilustraba, la película ofrendaba al mismo tiempo una excitación tan sencilla y entrañable como idónea para excitar nuestras defensas preventivas; una excitación que tan sólo los  cineastas muy limpios de lenguaje alcanzan.
Así, un tanto alejado del drama más convencional y romántico que dominara el cine francés a principios de los 50, nos introducimos en esa especie de universo desconocido (al igual que la protagonista del film) que refleja una pequeña comunidad mexicana, próxima a Veracruz, recorrida por la bronquedad de las carrascas, de sus contornos inmóviles de tierras abrasadas, y el arcaísmo balbuciente, de pobre urbanismo, en que se hallan atrapados sus habitantes. Significativamente puros, la gente que pasa por la gran pantalla, nos resulta demasiado ajena. La burguesa atrapada, es tan suya, tan generada en aquel sentido fugitivo que poseyera "The Power and the Glory" ("El poder y la gloria"), de Graham Greene, que no penetra en la conciencia del lenguaje, del diccionario geográfico que, en un principio, la envuelve.
Pero a fin de crear nuestro vínculo antropológico con tan emocionante discurso genérico como el que abarca la vida y la muerte, echaremos raíz en la historia de este "Typhus", metamorfoseado en "Les orgueilleux", y en el tiempo real que nos es contado, y con la convicción más "contagiosa". Retrato de tanta limpieza y dureza cuya efectividad se puede gozar en cada uno de sus extraordinarios momentos; efectividad que a todo lo largo del film va a convertirse en el gran motor de las más atractivas fijaciones personales de cuantos personajes pululan por él -eróticas, ambiciosas, y desvalidas-. Intérpretes cargados de matices muy alejados de los efectismos fáciles, medidos siempre maravillosamente entre un trasiego de situaciones de la más espléndida de las coherencias.










El sutil juego de relaciones que une a sus extraordinarios personajes se ve quintaesenciado por la magnifica elección de sus dos actores principales: el eminente y malogrado Gérard Philipe y la exquisita Michèle Morgan. "Les orgueilleux", Así, gracias a sus dos sugestivos intérpretes principales y el resto de componentes del reparto (Carlos López Moctezuma, Victor Manuel Mendoza y Michèle Cordoue), "Les orgueilleux" fue y sigue siendo un film de encendidas atmósferas de autenticidad, que jamás se contradijo en la apasionada pesquisa de sus espíritus en fermento y sus corazones de hielo fundiéndose bajo la canícula mexicana.
Los turistas Nellie y su esposo, atacado por una meningitis cerebro-espinal, llegan a un pequeño pueblo mexicano. Ella en seguida se esforzará en la búsqueda de un médico. Georges, un francés exiliado y alcohólico, descubrirá, en su ausencia, al turista, ya cadáver. Una vez vacunada, y en el trastorno de su desolación, Nellie se instalará en un hotel, con la idea de repatriar a su marido. Pero el brote de meningitis cobra mayor virulencia, se extiende la epidemia, y el cadáver ha de ser enterrado en el lugar. La villa permanecerá en cuarentena. Georges, antiguo médico, ahora borracho recalcitrante, y que acepta con degradante obstinación su doloroso abatimiento por la muerte de su esposa, a la que no pudo salvar, se rehabilitará, a instancias del doctor mexicano, para hacer frente a la epidemia, y reencontrarse a sí mismo merced al amor que acabará por profesarle Nellie.
 














 

















(4 de diciembre de 1922, Cannes, fallecido en París, el 25 de noviembre de 1959, a los 37 años, víctima del cáncer)




Gérard Philippe es un destello inspirador e inolvidable del mejor cine. Desborda la pantalla. Su transparencia de sentimientos, al mezclar encanto y decadencia, ofrece una interpretación, no ya sublime, sino embriagadora. En su rostro sudoroso, con exactitud y categoría de imagen literaria, rebullen las más geniales y apreciables alternancias entre la violencia autodestructiva y la mansedumbre redentora.



Sólo nos basta asegurar que ofrece un curso completo de interpretación majestuosa cuando, entre el ambiente asfixiante e histérico de la taberna, se lanza, por una botella de Tequila (presa de la gradual humillación a que lo somete su conciencia de borracho empedernido, frente a la mirada censuradora de Nellie) a un irrefrenable torbellino de siniestra y salvaje danza.




Con Philippe se fue uno de los encantos más misteriosos que en el hombre pueden producir la conjunción de los sentimientos y sus cuerpos perecederos. La muerte, como en una conmoción de ternura y de extrema sensualidad, lo arrebató del cine el 25 de noviembre de 1959. ¡Tenía treinta y siete años, como treinta y siete soles!

 


(Neuilly-sur-Seine, Francia, 29 de febrero de 1920-Meudon, 20 de diciembre de 2016, a los 96 años




 
Salvada in extremis, ardiente y ceñuda, ojos verdes, esquivos, y cejas altas, óleo de mujer austera, sentirá, finalmente, la dulzura de esas manos temblorosas de George, en sus ojos, que parecen encerrar el óvalo del cielo. Más allá de la fuerza de su carácter, cada vez menos reaccionario al verse obligada a aceptar gradualmente su aclimatación a las nuevas vivencias en las que se ve inmersa, y a través de las cuales resulta imposible soñar con mundos de confort europeos o norteamericanos, resuelve los mayores problemas (su flemática sonrisa, sin inmutarse, ante la ansiedad del deseo con que trata de agredirla Rodrigo, el dueño del hotel, es el súmmun de uno de los mejores aciertos expresivos de una actriz magnífica, que se defiende sin enfatización, y es capaz de enfrentarse fríamente ante la, hoy tan vigente, violencia de género), y completa ese prodigio con que el amor puede abrir sus surcos más inesperados entre un mundo olvidado, dejándonos la prueba de un erotismo turbador, que pudo sobrepasar toda una época.


 









Tenenemos entendido que Martín Scorsese tiene la película muy bien reservadita en su urna de incunables monumentos europeos.


Hay muchos aficionados que ni se enteraron de su existencia. ¡Incomprensible! Hay que verla y redimirse. Pero bien saboreada en V.O. franco-mexicana. ¡Es preciosa! ¡Auténtico placer de crepuscular dulzura!