miércoles, 19 de diciembre de 2007

M. Butterfly


David Cronenberg, como expresa uno de los protagonistas del film, "se embarca en una aventura peligrosa". El hecho narrado (reza la película) es real. Pero la historia, a nuestro juicio, es imposible. Todo ello no implica obstáculo alguno, pues Cronenberg siempre se arriesga con planteamientos ideológicos, un tanto inverosímiles, explosivos y oscuros, en los que él acostumbra a creer, y en los que nos envuelve a todos con excelentes resultados.



Cronenberg es una especie de brujo demoníaco, que sabe comunicar la ansiedad del deseo, el "antropomorfismo", o sea, la calidad humana, a los reflejos mágicos y divinizados de la imaginación.


Jeremy Irons al enamorarse de esa flemática y levitante muñeca china, ambigua, dignificable, pero suplantadora de las aristas contagiosas de un bello rostro femenino, nos lo demuestra a la perfección. Realiza una de sus más brillantes interpretaciones.




Su desaparición final en presidio, ante todos los compañeros de encierro, imitando a una caricaturesca Madame Buterfly, mientras suena la hermosa composición de Puccini, es casi antológica.



 



Pero antes, convertido en víctima consciente de lo que él estima un amor puro ["Me enamoré de una mujer inventada por un hombre", como él mismo reconoce con amargura], no se redime ante ese otro amor equívoco con que el delirante streap-tease de su amante trata de recuperarlo.

Es un film loco, un caso clínico de espionaje, pero tiene una cadencia oriental irresistible. John Lone es diseccionado como un hermafrodita, masoquista, trastornado, y digno de compasión, entre melodías y óperas chinas. Por eso la música es maravillosa.