El exuberante George Sidney sin recatos ni vergüenzas. Plenitud e inocencia de la novela de aventuras (esta vez basado en Rafael Sabatini) Sus historias, como siempre, son degustables pastiches babilónicos, llenos de Technicolor, sin retórica en los sentimientos entrecruzados de sus nunca vacilantes personajes. En Sidney todo es holgado, porque sus increíbles e inolvidables barridos de cámara poseen esa excitante limpieza del más puro lenguaje que nos ofreciera el séptimo arte. Hay mucho personaje noble, buenazo, algún que otro villano, tipo Mel Ferrer, mucha sonrisa de comprensión, y mucha sabiduría cinematográfica en ese peligrosísimo enfrentamiento final. ¡Ah, aquellas tardes irrepetibles de sábado, con estos monumentales tebeos (comics) del colosalista George Sidney, que, pese a tanta viñeta imaginativa, te dejaba tamaña sensación de verosimilitud en el cerebro, que uno abandonaba la sala como si le hubieran contado "Historia" de la de verdad, de esa de la Enciclopedia Larousse! Sí, porque uno de nuestros más grandes especialistas en aventuras, el irreprochable Stewart Granger, andaba agitándose por los caminos de la bella Francia y las no menos falsas calles parisinas, y siempre reconfortaba nuestras emociones peliculeras.
A Stewart Granger hubo que lanzarle un pequeño anatema, pues a más de uno le resultó doloroso que abandonara a la escultural, liberada y excelsa Eleanor Parker (¡fúlgida cabellera pervertidora, pasión sublimada en aquel carromato circense que parecía un burdel pequeñín en el que más de uno se habría perdido!) por el blondo aporcelanado de Janet Leigh.
Claro que, al final, la bellísima y comprensiva Eleanor se consolaba nada menos que con el mismísimo Napoleón (escena cortada en su tiempo, y que hoy se ha podido recuperar de nuevo)