La cámara atraviesa postigos y persianas de la finca secular, recorre patios interiores y lujuriantes por los que se extienden brazos temblorosos, sonrisas irónicas, bocas murmuradoras, abnegaciones presas del hastío, figuras que forman el más crítico y agrio de los retablos especulativos de la imposible felicidad humana, y que resplandecen también, aunque mueran por dentro, atravesando salas, corredores, gabinetes, lo mismo que los bien o malaventurados hijos de las mejores familias, pero urgentemente necesitados de una enmienda frente a sus crónicas antiguas, y un segundo aprendizaje, sin mejora, de las nuevas.
En 1958, el actor norteamericano Franchot Tone, (poco adecuado al personaje), había producido, dirigido e interpretado un academicista y no demasiado bien integrado al plan narrativo cinematográfico, "Uncle Vania". Su versión chocó con un muro de silencio. Hoy es un film apenas recordable.
Anthony Hopkins, sin genialidad (según los críticos, que se ensañaron con él), pero con una convicción contagiosa, degustadora, y desprejuicida de todas las rigurosas posturitas teatrales (reprensibles para todo detractor de la obra) que acompañan a tan entrañable personaje, repetiría la hazaña de Franchot Tone, 36 años más tarde. Pero, para ello, se valió de una estimable adaptación del guionista inglés Julian Mitchell, que no dudaría en trasladar la acción de la obra al beneficiado y estremecedor paisaje del Norte de Gales, y adecuar, incluso reestructurar, el texto del gran Antón Chéjov entre las frondas verdeantes del paisaje galés.
Toda esta llamada "irreverencia" para con el limitado proscenio teatral, es desgranada por una acertadísima fosforencia fílmica, cuando Anthony Hopkins, interpretando, dirigiéndose a sí mismo, y al resto de un atractivo elenco de actores (el magnífico Leslie Philips, Kate Burton -hija del fallecido Richard Burton- y los teatrales Gawn Grainger y una recién llegada, Rhian Morgan), completa con éxito la papeleta de su novel iconografía cinematógrafica chejoviana.
Su brillantísima encarnación de Vania, ahora Ieuan Davis (pronunciado Yeyan), inicialmente humorística, mejora de forma considerable su gran confusión inicial, crecida entre el bostezo melindroso de una profunda depresión (crónica constantemente contenida y cifrada en su figura). Anthony Hopkins dota a su Ieuan-Vania de una especie de nomadismo doméstico rozagante, que no se halla en la obra original, pero ante cuya sumisión de cómico converso, y su lengua incansable de extraordinariamente forrados acentos idiomáticos, que constituyen la disciplina del adorno más excelso de un actor, mueve la teatral nave hogareña, sin impedir el extravío moral de sus habitantes y visitadores; fuma con la longanimidad de un adolescente, parece un colegial que trae a mal traer, entre brincos y sobresaltos atrabiliarios, irónicos, el solaz penitenciario en el que parecen hallarse recluidos "todos los suyos", pero jamás se aparta de sus doloridos asuntos, que le envuelven en la placenta monstruosa de su soledad.
El presagio temeroso de las discordias
familiares y amorosas creado por Antón Chéjov, campanea atropellada entre una
inesperada lógica de humor junto al desatino del drama. Hopkins bendice
la aventura de dirigir esta pieza clave de la dramaturgia rusa, y, por extensión, universal. Inflama al espectador, que se ve envuelto en un pequeño huracán de zumbas familiares, en la bendición cansada de ciertas infelicidades angélicas, entre el pecado de una sensualidad que nace y perdura virgen, que se horroriza lo mismo de su lujuria, muerta y sepultada, que del mirar compasivo y del desmán jamás cometido. Desde la drogadición abortada a la disertación del honor, desde la protesta ternurista hasta los delirios depresivos, desde los ademanes en crisis hasta la imposibilidad de respirar en un mundo que jamás se compadece de nadie.
La virtud literaria de esta inspirada imaginería teatral de Antón Chéjov, en manos de Julian Mitchell y Anthony Hopkins, tampoco nos curarán jamás (sea, a pesar de todo, obra siempre bienvenida y mil veces repetida) los escrúpulos del dolor, porque el teatro de Chéjov es, y lo será perennemente, (sueño novelístico de Sthendal) "un débil espejo paseado a lo largo del camino de la vida", siempre a punto de resquebrajarse, ya que hasta la esperanza, que es, por lo general, consuelo de ilusión para el sufrimiento humano, acaba convertida en empresa imposible.
No importa que Ieuan (Vania) no sea ese hombre pequeño que describe Chéjov, pero sí ese trabajador que jamás conoció el descanso, apoyado por su sobrina Sian (Sonia-Rhian Morgan), ya que, en efecto, su destino en un mundo en el que todo se halla organizado de forma que la felicidad de unos (su cuñado, el literato y enfermizo Blathwaite (Serebriakov-Leslie Philips), padre de Sian, tras su primer matrimonio con la hermana de Ieuan, exija los infortunios de otros. Pero, atended, que también son muchos los que lloran: Helen (Elena Andréievska-Kate Burton) también se siente muy desgraciada, ¡mucho!. Amada por Ieuan, no puede remediar la atracción que el doctor Lloyd (Astrov-Hugh Lloyd), segundo personaje o eje importante en la obra, ejerce sobre ella. Ieuan lo descubre con total sorpresa. Y no dudará en encararse con Helen, reprochándole su coquetería.
¡Helen no es dichosa! Sus noches junto al ya anciano e hipocondríaco esposo están llenas de reproches. Helen se desespera: "Esto es un tormento"Blathwaite, lo prohibe todo: su música, su juventud, su felicidad. Sian, enamorada de Lloyd, no es correspondida por él: "Es terrible esto de ser fea!", exclama sollozante, cuando habla de su amor por Lloyd a Helen.
El hogar en peligro
Y cuando Ieuan se rebela, como un cuerpo llagado, alejando de sí un ramo de flores que traía para Helen, no queriendo retardar el deshielo devocional de la familia, y desfallece ante el horror a los augurios catastróficos que resultan de la propuesta de venta de la finca, que expone, con ineficaz entono, su cuñado Blathwaite, ¡¡qué instante memorable el de confesar con entrecortados zollipos!!: (Ieuan)..."¡Tú vendes la propiedad! ¡Magnífico, espléndida idea!... ¿Y quieres explicarme adónde voy yo con mi anciana madre y con Sian?... Veinticinco años me he pasado con mi madre, como un topo, entre cuatro paredes... A lo largo de todo este tiempo, lo mismo de joven que ahora, he cobrado un sueldo miserable"... (Blathwaite) "¿Yo qué sabía, Ieuan? No soy un hombre práctico. Podías habértelo aumentado" (Ieuan) "¿Por qué no he robado, eh?... En justicia, debía haberlo hecho y ahora no estaría en la miseria" (Sian) "¡Hay que ser compasivo papá! ¡El tío Ieuan y yo somos tan desgraciados!"... (Helen) "Yo me marcho ahora mismo de este infierno. No puedo soportarlo más"... (Ieuan) "¡Una vida perdida! ¡Soy un hombre de talento, inteligente, audaz! ... Con una existencia normal, de mí habría podido salir un Schopenhauer, un Dostoievski... ¡Me he hundido! Estoy perdiendo el juicio... ¡Madre mía, qué desesperación! ¡Madre!"...
(Helen) "Nos marcharemos hoy mismo!!" (Y tras la llorosa despedida de su suegra, Blathwaite y Helen parten rumbo a Moscú)"...
"Adiós querido Ieuan"
Y en cada revelación probada de su talento, Anthony Hopkins, nos ofrece la más exquisita, la mejor resuelta asimilación del infeliz personaje, porque sus lágrimas, que resbalan por el rostro consternado de Ieuan ante tanta injusticia,
no pueden recomponer nuestro sentimiento merced a un ungüento de
concertación con esta oda sollozante que Chéjov eligió para su final, y
que habremos de oír, con deleite inefable pero doloroso, como una de las más eximias protestas de ternura y desconsuelo, frente a ese estado vegetativo en que su existencia se verá ya inmerso para el resto de su vida.
-FINAL-
-FINAL-
Sian sale a despedir con oculto dolor al doctor Lloyd que se marcha de la casa, probablemente para no volver más... Luego vuelve al gabinete donde se halla terriblemete deprimido su tío Ieuan, que trata de enjugar sus lágrimas) (Sian con amargura) Se han marchado. (Ieuan trata de enjugar sus lágrimas, y exclama) ¡Cuánto sufro, pequeña mía! ¡Si supieras como me duele el corazón!"... (Sian) "¡Pobre tío Ieuan, pobrecito, estás llorando! (Solloza también) Tú no has conocido alegrías en tu vida; pero espera, tío Ieuan, espera... ¡Descansaremos! (Su imagen se refleja en el ventanal) ¡Descansaremos al fin! Descansaremos" (Sian permanece frente a la ventana observando la tremenda soledad del campo)
Laurence Olivier refiere en "Confesiones de un actor", sus memorias, que: "un actor joven y nuevo en la compañía, que indudablemente era una gran promesa, y se llamaba Anthony Hopkins, fue el encargado de sustituirme, y supo manejarse en el papel de Edgar ("La danza de la muerte" de Strindberg) lo mismo que un gato con un ratón entre los dientes".
Nacido en Margam, Port Talbot, Gales, el 31 de dicembre de 1937. Adquirió la ciudadanía norteamericana el 12 de abril del 2000. Consiguió el Oscar de la Academia de Hollywood por su magnífico trabajo del asesino canibal Hannibal Lecter en el truculento "The Silence of the Lambs" ("El silencio de los corderos"), junto a Jodie Foster, y dirigidos por Jonathan Demme.
En 1968 recibiría ya su primera nominación como actor secundario por el el espectacular film de Anthony Harvey "The Lion in Winter" ("El león en invierno) encarnando a un violento y ambiguo Ricardo Plantagenet, junto a Peter O'Toole y Katharine Hepburn.
Una un tanto innecesaria nueva versión de "La Bounty", 1984, basandose en una novela de Richard Hough, guión del prestigioso Robert Bolt, y dirigida por el inglés Roger Donaldson (David Lean
había renunciado al proyecto), sin demasiado genialidad, sin novedades
aventureras, pero dotada de una convicción contagiosa por dar al manido
suceso histórico un planteamiento mucho más humano y realista, anulando
los prejuicios de crueldad extrema que se le atribuyeron a su coronel William Bligh en adaptaciones cinematográficas anteriores. Anthony Hopkins
revaloriza así el personaje y ofrece, como honesto Oficial de Marina
Inglesa, una carismática capacidad para comprender las inadecuadas
apetencias y excitantes vacilaciones que pudieron promover una rebelión a
bordo, como acabó sucediendo por parte de su admirador y amigo en un
principio, y luego rebelde segundo de a bordo Fletcher Christian, interpretado por un juvenil Mel Gibson. Hopkins-Bligh
plenamente integrado en el personaje que se encargaría de aquella
misión imposible, llevándolo hasta el lejano Pacífico, amortigua
cualaquier tipop de sadismo, y no deja de medir la virtud del buen
oficial a partir de los viejos cánones marineros, pero esta vez sin
excesiva crueldad. Así su apariencia externa concede un carácter menos
férreo a su personaje, ensombreciendo con ello el fetichismo obsesivo
que sus tripulantes adquirieron en Tahiti. Y tras su negativa a volver a
Inglaterra, llevando a cabo el famoso motín, se muestra como un
auténtico oficial de marina convencido y convincente, dispuesto a
afrontar con total dignidad los pliegues de una recta conciencia ante la
presión militar a que se verá sometido tras lograr regresar a
Inglaterra, aceptando que el acto rebelde de su tripulación se debió más
al contacto con una civilización salvaje pero pródiga en efusiones de
la naturaleza que a una traición hacia su patria inglesa.
A partir de ahí, pasa ya a formar parte, muy especialmente en manos de James Ivory -"Howards End" ("Regreso a Howards End"), 1992 y "The Remains of the Day" ("Lo que queda del día"),1993-con enorme lucidez y fuerza, de la historia del cine, que ha culminado con la entrega del premio Bafta en 2008. Intervino el multitud de films
"August" sería su espléndido debut como director. Virtuoso pianista, además de sensacional actor, compondría al mismo tiempo, para este film inolvidable, una sublime banda sonora, que George Fentón se encargaría de dirigir.
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