Retomando el buceo cinematográfico hacia la realidad interior y la inquietud artística de un personaje como Vincent van Gogh, siempre a remolque de la literatura, y, en este caso concreto, de la pintura, dicha exploración, en manos de Vincente Minnelli, acaba por convertirse en una auténtica tragedia lírica. Minnelli capitanea las infaustas vivencias del incomprendido artista con ese envidiable dominio que supo aplicar al lenguaje cinematográfico. En su film irrumpe, por tanto, su gran preparación cultural, una culminante degustación de expresionismo estilístico inconfundible del melodrama químicamente puro, y, por ende, un refinamiento de gigantesca sutilidad psicológica, históricamente necesario. Sus imágenes, agitados encuadres en Cinemascope, despliegan los extraordinarios recursos del naciente lenguaje horizontal con fragmentos, a veces muy breves: paisajes, rostros, pinturas, que potencian, como pocas veces se ha conseguido en la pantalla, una estremecedora veracidad, en la que, al mismo tiempo, naturalismo, inquietud cultural, vigor expresivo, evolución histórica, respeto a las unidades de tiempo, lugar y acción (recurriendo a escenarios auténticos) forman un todo coherente, perturbador en su intensa objetividad lírica (decisiva aportación del guionista Norman Corwin), y una equilibrada síntesis expresionista-realista que permite a Minnelli crear una atmósfera poético personal indiscutible, y un maravilloso testimonio de su veneración por la obra pictórica de Vincent van Gogh, espoleado por una estremecedora inserción de la voz en off (como reclamo imperioso y necesario que "intercepta" extractos cuidadosamente elegidos de la sentimental, trágica y conmovedora correspondencia del atormentado pintor con su hermano Théo) en un intento, plenamente logrado, del más plausible compromiso entre el realismo cotidiano (que compone esa especie de patético oratorio visual que nos redescubre el inminente nacimiento como artista de Van Gogh dentro de la tradición populista de su vida urbana, y que, sin descartar la intriga melodramática, concede al espectador una visión dolorosa del hombre catalogado de "no social", errante en un mundo sin sentido que lo repudia), y el pathos de la tragedia griega.
CARTA A THÉO VAN GOGH: 15 DE NOVIEMBRE DE 1878
"LUST FOR LIFE" DE VINCENTE MINNELLI, MODÉLICA APROXIMACIÓN DE LA IMAGEN CINEMATOGRÁFICA A UNA REALIDAD DEMOSTRADA
CARTA A THÉO VAN GOGH: 15 DE NOVIEMBRE DE 1878
"... En su tiempo solicité en Inglaterra una plaza de evangelista entre los mineros del carbón: rechazaron entonces mi solicitud alegando que debía tener, al menos, veinticinco años. Tú sabes bien que una de las raíces o verdades fundamentales, no sólo del Evangelio sino de toda la Biblia es: "La luz que brilla en las tinieblas"... Por las tinieblas hacia la luz. La experiencia ha demostrado que los que trabajan en las tinieblas, en el corazón de la tierra, como los mineros del carbón, quedan profundamente conmovidos por la palabra del Evangelio y le prestan fe... Existe en el sur de Bélgica, en la Hainaut, una región llamada Borinage donde vive una curiosa población de obreros que trabajan en las numerosas minas de carbón. Para los "borines", hulleros, tipos particulares del Borinage, no existe el día, y salvo el domingo, no disfrutan mucho de los rayos del sol. Trabajan penosamente a la luz de una lámpara cuya claridad es pálida y descolorida, en una galería estrecha... Se afanan para arrancar a las entrañas de la tierra esa sustancia mineral..., trabajan en medio de mil peligros. Me agradaría mucho dirigirme allí como evangelista... Si yo pudiera durante dos o tres años ejercer mi apostolado en silencio en una región semejante, y aprender y observar constantemente, no volvería sin tener algo que decir que mereciera verdaderamente la pena de ser escuchado. Y digo esto con tanta humildad como franqueza" (En diciembre de 1878, Vincent salió para el Borinage, el "país negro". Sorprendido por tal dedicación, el Comité de Evangelización le otorgó un nombramiento por seis meses, en Wasmes, con un sueldo de cincuenta francos). Vincent van Gogh, conocido como el pastor Vincent, irradia cierto grado de felicidad, visita enfermos y los reconforta. Alquila un espacioso "salón" para predicar el Evangelio. La asistencia es escasa, pero los mineros reconocen en él a "un buen hombre". Vincent vive entre los mineros, desciende con ellos a las minas, entrega a los pobres todas sus prendas de vestir, y reparte entre ellos su escaso salario. Duerme en el suelo, sobre un montón de paja. Se convierte en el primer cura-obrero. Su intenso celo le convierte en una especie de "loco de Dios", un indescriptible poseso, exaltado por su fe. "No conozco mejor definición del arte. -escribe a Théo- El arte es el hombre añadido a la Naturaleza". Durante su estancia en el Borinage, Van Gogh vive una transformación absoluta. El misionero trastornado por el espectáculo de la miseria da paso al artista a punto de nacer. El 16 de abril de 1879 se produce una tremenda explosión de grisú en Frameries, una aldea próxima. Vincent no dudaría ni por un instante en acudir en socorro de los heridos, y multiplicando sus esfuerzos se entregaría a todo y a todos con un coraje sobrehumano. El Comité de Evangelización desaprobó entonces los actos humanitarios de Van Gogh. Sublevado por la hipocresía de que hiciera gala el Comité y destrozado por la fatiga ("Estoy en una jaula, en una jaula de vergüenza, incertidumbre y fracaso", confesaría a Théo más tarde), abandonaría a aquella pobre gente a su terrible destino: pobreza, sufrimiento y muerte. Había velado antes a uno de los mineros terriblemente herido, lavándole las llagas hasta lograr que el minero sanase: "Delante de aquel hombre tuve la visión de Cristo resucitado". Théo que recibió una carta de su hermano poco después de verse despedido, en julio de 1880, acudiría en su ayuda. Fue entonces cuando pidió a su hermano "que no volviera a desvincularse de él nunca" Vincent ya no era el mismo. Se había liberado de sus convicciones religiosas para tratar de "expandirse en una nueva vocación: la pintura".
Instalado en abril de 1881 en la casa de sus padres, en Etten, Holanda, Vincent decide trabajar en firme. Escribe a Théo: "Tenías razón. Es maravillo estar en casa. Nuevamente, gracias a ti, la vida ha adquirido significado. Estoy trabajando de nuevo. Si no llueve, salgo todos los días. Tú sabes que, durante años, cada vez que veía algo que me conmovía, sentía la necesidad de dibujarlo. Así he hecho, entre otras, una cabaña entre los brezos. Además, el molino frente a los pastizales de la granja protestante, esa con techo de cañas en la carretera de Roosendal, y los olmos del cementerio. Y también he dibujado unos leñadores trabajando en una vasta llanura donde un gran bosque de pinos ha sido talado. He dibujado también por cinco veces consecutivas un campesino con una azada. A continuación una mujer con cofia blanca pelando patatas, y finalmente, un viejo campesino enfermo, sentado en una silla junto al fuego, con la cabeza en las manos y los codos en las rodillas. He traído de La Haya diversos lápices que utilizo mucho en mi trabajo... La naturaleza comienza siempre por resistirse al dibujante, pero quien se toma verdaderamente en serio su tarea no se deja derrotar. La lucha con la naturaleza se parece muchas veces a lo que Shakespeare llama "Taming of the shrew". Es decir, vencer aquello que se te resiste"
A finales de aquel mes de agosto de 1881 llega a Etten una prima de Vincent, Kee Vos, hija de su tío, el pastor Stricker, de La Haya. La joven Kee había enviudado recientemente. De su matrimonio había nacido un niño que contaba por entonces cuatro años.
Vincent se enamoró perdidamente de su prima, a la
que empezó a asediar en exceso. Tras la declaración de su amor, Kee
rechazaría categóricamente a Vincent, aduciendo que siempre permanecería
fiel al recuerdo de su marido. No obstante, durante la estancia de su
prima en Etten, había tratado de rodear a ambos, madre e hijo, de todo
tipo de atenciones, a fin de demostrar
su cariño y convencerla del profundo amor que sentía por ella. Kee
volvió a Amsterdam, donde vivían ahora sus padres, rehuyendo horrorizada
el cortejo enfebrecido de Vincent. Abandonado por su prima, centró su
exaltación en sus nuevos trabajos. Dibuja copiosamente pero atosiga a
Kee con cartas apremiantes. A finales de noviembre Vincent decide viajar
a Amsterdam para visitar a Kee. La joven se hallaba ausente según le
comunicaron sus tíos. En realidad había huido advertida de la llegada de
Vincent: "Había un plato delante de cada cual -escribió Vincent a Théo-, pero vi un plato sobrante. Deduje que deseaban hacerme creer que Kee no estaba en casa, puesto que habían quitado su cubierto. Como yo sabía que sí estaba, pensé que aquello rozaba la farsa"...
Su tío le indicó que su hija se había marchado de casa tan pronto supo
que él llegaba, y le rogó que olvidara su amor por Kee, ya que la
debilidad que Vincent demostraba por el despecho de su hija resultaba un
tanto ridícula y enojosa. Delante de la formal diatriba de su tío,
Vincent no vaciló. Y para demostrar la fuerza de sus sentimientos hacia
Kee, colocó una mano encima de la llama de una vela, asegurando que la
mantendría allí hasta que su prima se dignase aparecer ante él. Fue una
escena terrible. Tras el primer momento de estupor por parte de sus tíos, el pastor sopló y apagó la llama, exclamando: "¡¡Vincent... no!! Ella no lo desea,... dijo que tu presencia le provocaba náuseas"... "Fue entonces cuando sentí que moría mi amor, y un vacío, un vacío inmenso se apoderó de mi corazón",
aseguró Vincent, que regresó a Etten sumamente abatido. Su mirada
parecía la de un alucinado. No era ya más que una sombra de sí mismo,
pero más irritable, más violento y arbitrario.
Durante la Navidad
de 1881, Vincent abandona Etten, tras una violenta disputa con su
padre. Se halla sin dinero y escribe a Théo, quien no duda en dirigirle
rigurosos reproches por las desavenencias que han tenido lugar en el
hogar paterno. "Nuestra falta de entendimiento se ha convertido en una especie de enfermedad -escribe Vincent a Théo-, y ha durado ya demasiado tiempo. Llegados a este punto, es preferible que cada cual deba padecer por su cuenta"
La salud de Vincent se resiente, no obstante. Padece tenaces jaquecas y
terribles dolores de muelas. Le sigue faltando dinero y vuelve a
suplicar a su hermano que le ayude en lo que pueda.
En una nueva carta a Théo le hace la siguiente confesión: "... Encontré en La Haya a una mujer ese invierno, abandonada por un hombre. Una mujer que vagaba por las calles y tabernas, tratando de ganarse un mendrugo de pan de la manera que puedes fácilmente suponer. No pude pagarle el sueldo de una modelo, aunque posó para mí todo el invierno, pero la salvé del frío de la calle, a ella y a su hijito por nacer, así como del hambre, partiendo mi pan con ella... Esa mujer se halla ahora unida a mí como una agradecida paloma domesticada. Pensé mucho en una mujer por la que mi corazón latió de pasión, pero ella se alejó, y no quiso verme siquiera, mientras que ésta se moría de hambre este invierno, y no pude por menos que hacer lo que era justo, protegiéndola". Se trataba de Christine Hoornick, de 32 años, una prostituta de La Haya, apodada sien por Vincent, embarazada y alcohólica, a la que el pintor había acogido en su taller en febrero de 1882. Sien dio a luz un niño el 1 de julio de 1881, y Vincent creyó vivir a su lado una ilusoria felicidad hogareña, que fue progresivamente deteriorándose entre constantes disputas dada la falta de medios de supervivencia que los atenazaba. La vida de concubinato con Sien fue uno de los disgustos más terribles que Vincent pudo ocasionar a la honorabilidad de la familia Van Gogh. No obstante, Vincent, que sufría por no haber podido casarse y fundar su propio hogar, se sintió reconfortado por tener, finalmente, una mujer a su lado. Sien posó constantemente para él. Fue la modelo perfecta para "The great lady", una de sus mejores composiciones. Sin embargo, insistía a Vincent en que si realmente deseaba vender, debía hallar el medio de comercializar sus pinturas, que halagara al público, cosa por la que Vincent sentía horror. Su amancebamiento con Sien no dejaba de ser, como su padre no se cansaba de repetir, una "caricatura familiar". Théo enviaba periódicamente dinero a Vincent, dinero que volaba con inusitada rapidez dados los perentorios gastos domésticos. Sien era, pese a todo, su última esperanza como hombre, después del doloroso rechazo amoroso de su prima Kee. Cuando empezó a pintar al óleo, se sintió embargado por una especie de "furor sosegado", ya que, según escribió a Théo, el "hogar" del que ahora gozaba con Sien y su pequeñín le procuraba una alegría banal y sencilla. "Siento que hay cosas de color que surgen en mí mientras pinto, cosas que no poseía antes, cosas grandes e intensas". Pese a todo, Théo, en sus cartas, cada vez le impulsaba más a la inmediata ruptura de su concubinato con Sien, quien, desesperada por los escasos ingresos de Vincent, no cesaba de apremiarle con las peticiones monetarias que su amante requería una y otra vez de su hermano y de su tío de La Haya, el pintor Mauve, que le solía ayudar económicamente, y que, insistía Sien, "vendía todo cuanto pintaba". Vincent leía sin cesar a Zola, Hugo, Balzac, Dickens, comentándole a Théo por escrito sus impresiones sobre los mismos y sus críticas. En un período de veinte meses había dibujado más de veinte cuadros, entre los que se hallaban "La viuda", para el que posó la madre de Sien, "Lamentación" y "La gran dama", éstos con Sien como modelo, y casi doscientos dibujos.
El 26 de marzo de 1885 fallecería súbitamente el padre de Vincent. Pese a todas las discusiones y diferencias habidas con el Pastor, no dejó de ser un duro golpe para Vincent. Sien, alentada por su madre, había entrado meses antes en una "casa de tolerancia". La ruptura con su amante reavivó la herida de su corazón, nuevamente solitario. Vincent se entregaría definitivamente en cuerpo y alma a la única aventura que, según él aseguraba y escribiría a Théo, "podría abrirle un día las puertas del único reino que ansiaba: el de la luz"
En marzo de 1886 Vincent decide viajar a París, después de haber permanecido en Amberes, tras la muerte de su padre. Había llegado a esta ciudad el 27 de noviembre de 1885. Allí pintó vistas de la misma, así como de la catedral y del puerto. Adquirió en una tienda portuaria estampas japonesas en colores, carentes de matices, pero que le entusiasmaban. Las clavó en las paredes de su habitación de la calle Longue des Images, nº 194, para tenerlas a la vista en todo momento. También en dicha habitación, habilitada como taller improvisado, pintaría varios de sus autorretratos más famosos: en busto, fumando en pipa, algunos al óleo, y en los que él mismo, con expresión rigurosa, parecía tratar de "penetrar", a través de sus enérgicos rasgos, el nunca aclarado enigma que lo atormentaría a todo lo largo de su corta existencia. Decidido a ganarse la vida por sí mismo y no verse obligado a recurrir a Théo, ofrece uno de sus cuadros, "Vista de Steen", a unos marchantes, que no hallan en él la menor valía. Ansioso por salir de Amberes, una mañana de primeros del mes de marzo de 1886 Théo recibiría una carta enviada desde la estación parisina por mensajero: "Mi querido Théo: no te enfades por haberme venido de un tirón. Lo he meditado mucho y creo que así ganamos tiempo. Estaré en el Louvre a partir de mediodía, o antes si quieres. Contéstame, por favor, para saber a qué hora podrás venir a la Salle Carrée. En cuanto a los gastos, te lo repito, no hay alteración. Tengo dinero de sobra, y antes de hacer gasto alguno deseo hablarte. Nos arreglaremos bien, ya lo verás. Ven, pues, lo más pronto posible..." Théo tenía un buen puesto como marchante en la Casa Boussod y y Valadon, del bulevar Montmartre. Allí se exponían cuadros de Camille Pissarro, Renoir, Monet y Degas, y telas de moda que se vendían mucho más que las de estos últimos. Pocos días después de su llegada a París, Théo le presentó a Pissarro, que contaba ya cincuenta años, que no había logrado todavía un gran reconocimiento como "importante maestro del impresionismo", y trabajaba incesantemente, aplicando a sus realizaciones las teorías de la descomposición de la luz de Georges Pierre Seurat. Cuando Vincent mostró algunas de sus telas a Pissarro, éste las estudió atentamente, pero no ofrendó a Van Gogh opinión alguna sobre las mismas. La convivencia entre Vincent y Théo sufría de constantes altibajos. Ambos almorzaban en la fonda de la madre Bataille, reducido local al que acudían otros muchos pintores, entre ellos Toulouse-Lautrec.
En una nueva carta a Théo le hace la siguiente confesión: "... Encontré en La Haya a una mujer ese invierno, abandonada por un hombre. Una mujer que vagaba por las calles y tabernas, tratando de ganarse un mendrugo de pan de la manera que puedes fácilmente suponer. No pude pagarle el sueldo de una modelo, aunque posó para mí todo el invierno, pero la salvé del frío de la calle, a ella y a su hijito por nacer, así como del hambre, partiendo mi pan con ella... Esa mujer se halla ahora unida a mí como una agradecida paloma domesticada. Pensé mucho en una mujer por la que mi corazón latió de pasión, pero ella se alejó, y no quiso verme siquiera, mientras que ésta se moría de hambre este invierno, y no pude por menos que hacer lo que era justo, protegiéndola". Se trataba de Christine Hoornick, de 32 años, una prostituta de La Haya, apodada sien por Vincent, embarazada y alcohólica, a la que el pintor había acogido en su taller en febrero de 1882. Sien dio a luz un niño el 1 de julio de 1881, y Vincent creyó vivir a su lado una ilusoria felicidad hogareña, que fue progresivamente deteriorándose entre constantes disputas dada la falta de medios de supervivencia que los atenazaba. La vida de concubinato con Sien fue uno de los disgustos más terribles que Vincent pudo ocasionar a la honorabilidad de la familia Van Gogh. No obstante, Vincent, que sufría por no haber podido casarse y fundar su propio hogar, se sintió reconfortado por tener, finalmente, una mujer a su lado. Sien posó constantemente para él. Fue la modelo perfecta para "The great lady", una de sus mejores composiciones. Sin embargo, insistía a Vincent en que si realmente deseaba vender, debía hallar el medio de comercializar sus pinturas, que halagara al público, cosa por la que Vincent sentía horror. Su amancebamiento con Sien no dejaba de ser, como su padre no se cansaba de repetir, una "caricatura familiar". Théo enviaba periódicamente dinero a Vincent, dinero que volaba con inusitada rapidez dados los perentorios gastos domésticos. Sien era, pese a todo, su última esperanza como hombre, después del doloroso rechazo amoroso de su prima Kee. Cuando empezó a pintar al óleo, se sintió embargado por una especie de "furor sosegado", ya que, según escribió a Théo, el "hogar" del que ahora gozaba con Sien y su pequeñín le procuraba una alegría banal y sencilla. "Siento que hay cosas de color que surgen en mí mientras pinto, cosas que no poseía antes, cosas grandes e intensas". Pese a todo, Théo, en sus cartas, cada vez le impulsaba más a la inmediata ruptura de su concubinato con Sien, quien, desesperada por los escasos ingresos de Vincent, no cesaba de apremiarle con las peticiones monetarias que su amante requería una y otra vez de su hermano y de su tío de La Haya, el pintor Mauve, que le solía ayudar económicamente, y que, insistía Sien, "vendía todo cuanto pintaba". Vincent leía sin cesar a Zola, Hugo, Balzac, Dickens, comentándole a Théo por escrito sus impresiones sobre los mismos y sus críticas. En un período de veinte meses había dibujado más de veinte cuadros, entre los que se hallaban "La viuda", para el que posó la madre de Sien, "Lamentación" y "La gran dama", éstos con Sien como modelo, y casi doscientos dibujos.
El 26 de marzo de 1885 fallecería súbitamente el padre de Vincent. Pese a todas las discusiones y diferencias habidas con el Pastor, no dejó de ser un duro golpe para Vincent. Sien, alentada por su madre, había entrado meses antes en una "casa de tolerancia". La ruptura con su amante reavivó la herida de su corazón, nuevamente solitario. Vincent se entregaría definitivamente en cuerpo y alma a la única aventura que, según él aseguraba y escribiría a Théo, "podría abrirle un día las puertas del único reino que ansiaba: el de la luz"
En marzo de 1886 Vincent decide viajar a París, después de haber permanecido en Amberes, tras la muerte de su padre. Había llegado a esta ciudad el 27 de noviembre de 1885. Allí pintó vistas de la misma, así como de la catedral y del puerto. Adquirió en una tienda portuaria estampas japonesas en colores, carentes de matices, pero que le entusiasmaban. Las clavó en las paredes de su habitación de la calle Longue des Images, nº 194, para tenerlas a la vista en todo momento. También en dicha habitación, habilitada como taller improvisado, pintaría varios de sus autorretratos más famosos: en busto, fumando en pipa, algunos al óleo, y en los que él mismo, con expresión rigurosa, parecía tratar de "penetrar", a través de sus enérgicos rasgos, el nunca aclarado enigma que lo atormentaría a todo lo largo de su corta existencia. Decidido a ganarse la vida por sí mismo y no verse obligado a recurrir a Théo, ofrece uno de sus cuadros, "Vista de Steen", a unos marchantes, que no hallan en él la menor valía. Ansioso por salir de Amberes, una mañana de primeros del mes de marzo de 1886 Théo recibiría una carta enviada desde la estación parisina por mensajero: "Mi querido Théo: no te enfades por haberme venido de un tirón. Lo he meditado mucho y creo que así ganamos tiempo. Estaré en el Louvre a partir de mediodía, o antes si quieres. Contéstame, por favor, para saber a qué hora podrás venir a la Salle Carrée. En cuanto a los gastos, te lo repito, no hay alteración. Tengo dinero de sobra, y antes de hacer gasto alguno deseo hablarte. Nos arreglaremos bien, ya lo verás. Ven, pues, lo más pronto posible..." Théo tenía un buen puesto como marchante en la Casa Boussod y y Valadon, del bulevar Montmartre. Allí se exponían cuadros de Camille Pissarro, Renoir, Monet y Degas, y telas de moda que se vendían mucho más que las de estos últimos. Pocos días después de su llegada a París, Théo le presentó a Pissarro, que contaba ya cincuenta años, que no había logrado todavía un gran reconocimiento como "importante maestro del impresionismo", y trabajaba incesantemente, aplicando a sus realizaciones las teorías de la descomposición de la luz de Georges Pierre Seurat. Cuando Vincent mostró algunas de sus telas a Pissarro, éste las estudió atentamente, pero no ofrendó a Van Gogh opinión alguna sobre las mismas. La convivencia entre Vincent y Théo sufría de constantes altibajos. Ambos almorzaban en la fonda de la madre Bataille, reducido local al que acudían otros muchos pintores, entre ellos Toulouse-Lautrec.
En otoño, Théo le presentó a su hermano a Paul Gauguin. Era un hombre robusto, brutal en su franqueza, áspero en su charla, autoritario en sus afirmaciones. Gauguin, de treinta y ocho años, había abandonado a su esposa e hijos, y con ellos un hogar en el que se respiraba una bonanza financiera, y a la que no había dudado en renunciar para entregarse a la vida turbulenta e insegura del arte de la pintura. Había regresado de Port-Aven en Bretaña donde trabajó hasta desfallecer, pero se hallaba en bancarrota. La tenacidad de Gauguin gustó tanto a Vincent, que ambos se vieron a menudo en parques y cafés, y en el tenducho del marchante de cuadros Tanguy, situado en la calle Clauzel, donde Gauguin había alabado una de las telas de Vincent. Los cuadros de Pissarro y de Paul Cézanne, de cuarenta y siete años, un furioso apasionado de la pintura, independiente como Vincent, y tan brusco en sus opiniones como Van Gogh y Gauguin, se exponían también en la tienda de "Pére Tanguy". Fue, no obstante, Cézanne quien, una tarde, observando a Vincent con su pipa en la boca y su aspecto siniestro, no dudó en catalogar las naturalezas muertas y las figuras lúgubres del holandés como "la pintura de un loco". Pese a sentirse de nuevo como objeto de burla o de la más brutal y acerva de las críticas, Vincent siguió entregándose a sus esfuerzos pictóricos con más denuedo que nunca. La idea persistente por aquel entonces en la mente de Vincent era la de lograr crear un estudio en común con pintores como Gauguin; una especie de milagrosa fraternidad en el arte. También, a menudo pensaba en el suicidio, en especial cuando la convivencia con Théo empezó a hacerse insostenible, y mantuvieron más de una disputa violenta. En el Atelier Cormon, (un estudio del académico Fernand Cormon, famoso por sus reconstituciones históricas y prehistóricas, y por su vanidad rayana en la más ridícula de las mediocridades), donde se había inscrito a instancias de Théo, había conocido Louis Anquetin, John Russell, al aristócrata de 22 años, con una inteligencia fuera de lo común, que andaba a saltos sobre sus piernas atrofiadas, Henri de Toulouse-Lautrec y a Émile Henri Bernard, joven artista que trataba de abriirse camino en la pintura, y que también intimaría más adelante con Paul Gauguin. Émile Bernard, de todos los alumnos del Atelier Cormon, fue el único que jamás tachó de loco a Vincent van Gogh. Compartió su estudio con él y fue su invitado en Asnieres, donde los padres del joven vivían. Un día de febrero de 1888, Vincent comunicó a Bernard su decisión de abandonar París e instalarse en el Midi francés, siempre en busca de lo que él llamaba "el taller del porvenir". Bernard y Vincent se despidieron tras bajar juntos por el bulevar Clichy. Van Gogh había elegido la pequeña población de Arles, alabada indirectamente por Gauguin, que acababa de volver de la Martinica ("Allá el sol lo invade a uno, se mete en el cuerpo"), y cercana a Aix, donde vivía Cézanne. Viajaba con él un sueño, un sueño en verdad irrealizable: el de la fraternidad pictórica; y en el que Gauguin y el mismo Bernard entre otros pudieran acabar reuniéndose allí con él. Recordaba las palabras de Gauguin: "¿Pintar en París? ¿Cómo lo toleras? No logro trabajar aquí. Todo me asfixia"
El 21 de febrero de 1888 Vincent llegó a Arles. Luego escribiría a Théo: "Durante el viaje he pensado por lo menos tanto en ti como en la nueva región que atravesaba. Me decía que, con el tiempo, quizá te dejarías caer por aquí. Trabajar en París me resultaba ya imposible, a menos que se tenga un refugio donde reponerse, y recobrar la calma y el aplomo... Antes de llegar a Tarascón, pude observar un paisaje de rocas amarillas, y de formas imponentes. En los pequeños valles de estos roquedos se alinean arbolitos de copa redonda y follaje verde oliva o verde gris, que podían muy bien ser limoneros. Pero aquí, en Arles, la región parece plana. He descubierto magníficos terrenos rojos plantados de viñas, con fondos de montaña del más puro lila... Aquí tienes mi dirección: Restaurant Carrel, 30 rue Cavalerie, Arles (Département Bouches-du-Rhône)..." Más tarde, Vincent, por desavenencias constantes con el propietario del Restaurant, y ayudado por el cartero Roulin, el único e incondicional amigo que hallaría en Arles, encontraría acomodo en la que fue denominada "casa amarilla", junto a la plaza Lamartine, mucho más espaciosa e ideal para la acumulación de telas que Vincent amontonó en ella, y en la cual se alojó con él Paul Gauguin. La marcha de Vincent a Arles aumentó realmente los temores de Théo. Recelaba de que la soledad en que sin duda se vería sumido su hermano en el Midi pudiera acrecentar sus crisis. Vincent había huido de París y no se hallaba en las mejores condiciones para afrontar su aislamiento. Ya instalado en Arles, pese a que el tiempo no acompaña su ansiedad por pintar, trata, por medio de sus escritos, de enumerarle a Théo las esperanzas que le embargan de hallar en la calma provinciana del Midi una pronta recuperación a su deteriorada salud. La primavera le daría nuevos ánimos y realiza varios estudios de almendros en flor. Arles, febrero 1888: "Querido Théo, gracias por tu amable carta y por el billete de 50 francos. Hasta ahora no encuentro aquí la vida tan ventajosa como hubiera podido esperar. Pero tengo acabados tres estudios de almendros en flor, lo cual es probablemente más de lo que hubiese conseguido en París, estos días. Hay momentos en que noto que mi sangre quiere volver de nuevo a circular, lo que no me había sucedido en París últimamente, donde en verdad ya no podía más... He recibido carta de Gauguin donde me dice que ha guardado cama durante quince días, y que está sin blanca, por haber tenido que pagar deudas escandalosas... El tiempo ha cambiado esta mañana. Ahora ha llegado la época de los vientos también, y he tenido ocasión de conocer lo que es el mistral. Hice varias caminatas por los alrededores, pero sin poder nunca hacer nada debido al viento..." Marzo, 1888: "Sabrás, querido hermano, que aquí me siento como en Japón. No digo más. Y todavía no he visto nada que luzca su esplendor habitual. He asistido a la pesquisa de un crimen cometido aquí, en la puerta de un burdel: dos italianos mataron a dos zuavos. La muchedumbre estuvo a punto de linchar a los asesinos presos en la cárcel. Si te hablo de eso es para decirte que he visto las avenidas de esta ciudad llenas de muchedumbre enfurecida. Y era muy bello... Aquí van unas líneas para Bernard y Lautrec, a los que había prometido formalmente escribir. Te las envío para que se las entregues cuando puedas... Termino de pintar un grupo de albaricoqueros en flor en un pequeño huerto, verde fresco... Me las veo y me las deseo para pintar, debido al viento; pero sujeto mi caballete a piquetas clavadas en la tierra, y sigo trabajando, es tan hermoso..." Vincent, con la llegada del buen tiempo, pareció enloquecer. Mientras el verano estallaba en torno suyo, entró en un delirio creador. Fundido en lo que el consideraba "gloriosísimo calor", en un universo de rojos, azules y amarillos llameantes dominado por el buen dios Sol y el diablo Mistral, pintaba durante todo el día, comiendo apenas un bocado: "Ojalá pudieras ver los hermosos que son los días aquí, Théo. Siento que tengo el poder de los colores en mí, y algo que nunca había tenido. Estos colores me dan un increíble vigor. La tierra resplandece bajo el maravilloso sol del sur. Amarillo limón, amarillo intenso, amarillo verdoso..." 20 de abril de 1888: "Aquí tienes el apunte de un huerto que tenía especialmente destinado para ti, en ocasión del primero de mayo. Un frenesí de empastes apenas manchados de amarillo, y lila en la masa original... Quizás Gauguin venga al Midi. Podríamos cocinar en casa. He encontrado una cosa curiosa. Es el puente levadizo con un cochecillo amarillo y un grupo de lavanderas: un estudio donde el terreno es anaranjado vivo, la hierba muy verde, el cielo y el agua azules. He visto también aquí figuras ciertamente tan bellas como las de Goya y Velázquez. Saben colocar una nota rosada en un vestido negro, o bien confeccionar un traje blanco, rosa o amarillo, donde no hay nada que cambiar, desde el punto de vista artístico..."
"Trabajo como un motor que consume vorazmente pinturas y lienzos. Me absorbe de tal forma que me dejo llevar"... Pintaba también por las noches, colocándose velas en el sombrero, cielos con estrellas como discos de fuego, torbellinos y espirales: Algunas veces trabajo durante la noche... Casi pierdo la conciencia de mí mismo -escribe a Théo- Las imágenes se suceden ante mí como en sueños".
Finalmente, acababa adormeciendo su excitación con el ajenjo en la
taberna de la hospedería que más tarde reflejaría también sobre la tela.
Por desavenencias en el pago, Vincent se pelea con el dueño y deja la habitación que ocupaba. Y escribe a Théo: "Una casa, Théo, he encontrado una casa. Un buen lugar donde podré trabajar sin problemas.... Théo te gustaría mucho esta casa. Es amarilla por fuera y la inunda el sol. Había mirado inútilmente un montón de pisos. Todo a mi alrededor es oro, bronce, cobre..."
Recordarás que vimos un magnífico jardín de rosas, de Renoir. Me había imaginado encontrar aquí temas parecidos, y en efecto ése era el caso de los vergeles en flor. Ahora el aspecto ha cambiado y la naturaleza se ha vuelto mucho más ruda. Pero ¡con un verdor y un azul! Cézanne los reproduce muy bien en algunos paisajes que conozco, y lamento no haber visto más... Me reprocho que no
hayas recibido nada todavía de mi trabajo, y haber gastado ya tanto
dinero. Si te quedas con lo mejor de lo que te envío, sin consideras
esas telas como un anticipo de lo que te debo, hasta el día en que de esta manera te aporte algo así como diez mil francos, me sentiré más tranquilo... He pensado en Gauguin y, suponiendo que quiera venir aquí, calcula el viaje, y las dos camas, o los dos colchones, que entonces tenemos forzosamente que comprar. Pero, una vez aquí, como Gauguin es marino, es posible que podamos hacer la comida en casa. Así, con el mismo dinero que gasto para mi solo, viviremos los dos. De convenirle esto a Gauguin, no habría que hacerle esperar... Roulin, el cartero, me ha prestado un colchón, compré unas sillas y una cama... Hoy mismo te envío el dibujo del retrato de mi buen amigo Roulin. He hecho también un retrato de su hijo, Armand Roulin, que se ha convertido en uno de mis mejores amigos y me ayuda a paliar esta terrible soledad, y que te adjuntaré con el otro. No sé si podré pintar al cartero y a su hijo tal cual los siento. Este hombre, Roulin, es tan revolucionario como el viejo Tanguy. Posiblemente le consideren un buen republicano porque odia cordialmente la República de que gozamos. Pero un día le oí cantar la Marsellesa.
Debo decirte ahora que estos días son, desde el punto de vista
material, excesivamente duros... Si eres tan bueno como para reunirnos, a
Gauguin y a mí, e incluso instalarnos, te digo sólo una cosa: si no aprovechamos esta ocasión para librarnos de los fondistas, es echar todo tu dinero al agua y nuestra posibilidad de resistir el asedio de la miseria"... 8 de septiembre: "Con
gran júbilo del hospedero, del cartero al cual pinté, de los vagabundos
noctámbulos y de mí mismo, he velado pintando durante tres noches y
acostándome
durante el día. A menudo me parece que la noche es mucho más viva y
multicolor que el día. Ahora, tocante a recobrar el dinero pagado al
hospedero con mi pintura, no insisto, porque el cuadro es uno de los más feos que haya hecho. Es equivalente, aunque distinto, al de los comedores de patatas. He intentado expresar con el rojo y el verde las terribles pasiones
humanas. La sala es rojo sangre y amarillo apagado, con un billar verde
en el centro; cuatro lámparas amarillo pálido emiten un resplandor
anaranjado y verde. La indumentaria blanca del patrón, velando en una esquina de este horno, se vuelve amarillo limón, verde luminoso algo deslucido.."
Te envío un pequeño apunte. Siempre tela de 30. Esta vez es simplemente mi dormitorio. Con la vista del cuadro debe descansar la cabeza, o más bien la imaginación. Las paredes son de un violeta pálido. El suelo es de baldosas rojas. La madera del lecho y las sillas son de amarillo de mantequilla fresca; la sábana y las almohadas, limón verde muy claro. La colcha, rojo escarlata. La ventana, verde. La mesa del lavabo, anaranjada; la jofaina, azul. Las puertas, lilas. Y eso es todo"
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