
"El último cuplé" y "La violetera", lograron un tú a tú muy necesario y victorioso para recuperar y cimentar por fin la fama de aquella primeriza Sarita Montiel que se vió obligada a volar a México en busca de un éxito que su etapa cinematográfica inicial en España no le reconoció. Hubo además de ser atraída hacia Hollywood para que, por medio de su boda con un director norteamericano tan prestigioso como Anthony Mann, su valoración más positiva, no sólo como mujer de una belleza indiscutible, y tampoco sin dejar de sobrellevar las grandes dificultades que se abrían ante ella por su desconocimiento de la lengua inglesa, lograra, sin embargo, sobrepasar brillantemente ese medio hostil en que siempre se erigió la Meca del Cine con cualquier director, actor o actriz llegados de Europa. Así la Montiel pudo muy bien afincarse definitivamente en Norteamérica junto a Mann que, sin lugar a dudas, le habría proporcionados nuevos films a la medida del talento que aquella nueva y bellísima conquistadora española de las Américas había logrado demostrar con creces únicamente en tres películas de habla inglesa. Pero al regresar casualmente de vacaciones a España, dejando tras ella una dudosa confianza en los recursos de la cinematografía norteamericana, halló en su país de origen una nueva oportunidad menos férrea que la que imponía Hollywood, o por llamarlo de otra manera "un empleo más liberador" que podía conceder a su carrera como actriz y cantante el decidido progreso artístico que no consiguiera en su etapa más juvenil de la década de los 40 y principios de los 50. Lo cierto fue que Sara Montiel, con una flamante y creciente confianza en sí misma y las dotes interpretativas aprendidas allende los mares, se entregó a la cinematografía española a través de un orden personal nuevo y excitante en todos los aspectos (crematística y artísticamente), y lo asumió con calma y felicidad, dando un nuevo paso de gigante nada supérfluo e ilógico, rehuyendo definitivamente dos culturas cinematográficas: la mexicama y la norteamericana, para afincarse en el nuevo testimonio acogedor de la española, como cerrando los ojos para siempre a sus lejanos fantasmas de un consumo cultural cinematográfico ahora ya definitivamente enquistado en sus primeros pasos de ultramar. No obstante, se creyó conveniente apartar de su imagen de ingenua que logra sobrepasar los laberintos del ingenio para consolidarse, en sus dos primeros films de éxito, como joven cupletista que, atrapada por los requiebros del ingenio erótico-romántico, llega a alcanzar fama y fracaso final, y concederle en su tercer film español un protagonismo más mordaz y menos románticamente candoroso que los ya interpretados. Y el productor Benito Perojo que no sabía como rematar el caso de la ingenua cupletista, se decantó por conceder a la Montiel una nueva imagen mucho más clásica y resuelta con una flamante adaptación de la novela de Prosper Mérimée "Carmen", como ya hiciera el director hollywoodense Charles Vidor con una inolvidable Rita Hayworth en 1948. Pero se trataba sobre todo de conseguir un melodrama erótico con fondo muy social y menos tortuoso que el de la novela de Mérimée, en el que una nueva Sara Montiel no sólo volviera a ofrendar su esplendorosa imagen, sino también tratar de rehuir en lo posible con un remake de esta nueva Carmen toda la presión cruenta imaginada por el escritor francés. Así sería rebautizada con el título de "Carmen la de Ronda", y salpicada por las maravillosas canciones de Rafael de León, Manuel Quiroga y Salvador Valverde que ya cantaron en el pasado Concha Piquer e Imperio Argentina. Y la evolución de las relaciones amorosas correrían a cargo esta vez del invasor francés en la Andalucía de la Guerra de la Independencia, sin excesiva penetración psicológica como en sus dos anteriores films, pero alternando el romance entre Carmen y el sargento vasco-francés José, que interpretaría el también actor galo Maurice Ronet, con el tipismo "bandoleril" imprescindible en la historia de Carmen, y al que daría vida un espléndido Jorge Mistral. Así se rotaría la trama andalucista con un no demasiado alejado nivel moral y patriótico de un pueblo abatido por la invasión francesa, pero que tampoco dejaba tras de sí su aura de cierto romanticismo sombrío como el que siempre tiende a asomar las orejas por todas partes con acciones forzosamente confinadas al medio folklórico exigido por la Carmen de Mérimée. El film se rodaría enteramente en la maravillosa ciudad de Ronda (Málaga) Patrimonio de la Humanidad, y esta vez sería dirigida por Tulio Demicheli, director y guionista hispano-mexicano nacido en Argentina y afincado en España, para ser estrenada en 1959.

















"SOY CARMEN LA DE RONDA"
Y siguieron: "Los Piconeros", "Carceleras del Puerto", "Farsa Monea", "Antonio Vargas Heredia", "Ojos Verdes", "El Día que Nací yo" y "La Carmagnola"
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