martes, 24 de abril de 2007

Nunca pasa nada

La razón de la inalterabilidad en aquellas ciudades maldicientes de la España negra bajo la dictadura franquista, era precisamente la existencia de esa generación desvaída y envidiosa, beata y cizañera, aparte de inculta y retrasada mental, merced a la cual tuvo su clientela asegurada la caterva dictatorial de su arbitrario gobierno. En la Iberia de posguerra las únicas campanas culturales que sonaban (especialmente en provincias) eran las del sábado de gloria y otras fiestas de guardar. Todo sabía a leche agria. En la otra Europa, la de los extranjeros, más libres e inmorales, se cantaban las mañanitas del rey David, como un canto a la esperanza de las nuevas libertades. Aquí todo sabia a canto fúnebre, donde (como rezaba el letrero de los bares y que tanto hace reír a la emancipada francesita, Corinne Marchand: "joven, diviértete de otra manera", o séase, ¡nada de bailoteos, ni toqueteos, y ni por asomo pensar en sexo!) los adultos parecían relegados a una guardería infantil en la que la Iglesia pudiera machacarlos a sus anchas, con su estrechez de miras, su represión y sus condenaciones infernales.

¡Nadie como Juan Antonio Bardem! para dar cabida en una hora y media a ese mundo hispano anquilosado, a esas "sisadas" libertades, a ese venenoso yogurt de las beatas féminas españolas con sus misitas matutinas, y que crearon una delegación de Hacienda (¡que apestaba a sotana!) de la murmuración, de la envidia y de la más feroz represión al mundo masculino, y, por descontado, al femenino. "Nunca pasaba nada" gracias a que ellas estaban allí para poner en orden la moral imperante. Y, ¡ay de aquél o aquélla que tratase de hallar otros derroteros a esa búsqueda desesperada de nuevos sentidos a la vida! El comunismo loable de Bardem, por fortuna, no se halló "Solo ante el peligro". Pero, después de él (con excepción de Fernando F.Gómez y Miguel Picazo con "La tía Tula") las acritudes del género provinciano y burgués que él retrató como nadie, se fueron a la tumba. Mejor para todos, porque eso significaba que en el horizonte español aparecían nuevas brisas de libertad. Pero Bardem, siempre valiente y genial, será para nosotros lo que Salomón al "Cantar de los Cantares".












"Nunca pasa nada" es tan entrañable como espléndida. Los franceses, que en esto nos daban ciento y raya, lo comprendieron así, y la apoyaron. Se extasiaron con Julia Gutiérrez Caba, actriz exquisita, y con un Antonio Casas que para ellos fue un caso insólito de la más aplicada psicología interpretativa. En la pacata España de entonces fue muy mal comprendida ¡Qué se podía esperar si no! Pero el film es una verdadera maravilla.





Y Georges Delerue la admiró tanto que compuso una banda sonora primorosa e inolvidable. Fue el último hito de Bardem, y tan mítica y honesta como "Muerte de un ciclista" y "Calle Mayor".



¡¡"Chapeau" maestro Bardem!!




sábado, 14 de abril de 2007

Thieves Highway (Mercado de ladrones)

Jules Dassin fue uno de aquellos magníficos directores americanos que integraron lo que más tarde se calificó como "generación perdida" (Joseph Losey, Robert Rossen, Elia Kazan, etc. también formaron parte de ella). El senador Joseph McCarthy, de ingrata memoria para el mundo del cine, promovió una histeria colectiva anticomunista en los EEUU que desembocó en una verdadera "caza de brujas". Y tras esta Comisión inquisitorial sobre las ideas y creencias políticas, Dassin, comunista confeso, optó por abandonar aquella enfermiza democracia norteamericana, y emigrar a Europa, donde, además de conocer y casarse con la extraordinaria actriz griega Melina Mercouri, realizaría películas inolvidables: "La Ley", "Fedra", "Nunca en domingo", y la muy especialísima "Rififí". De que los europeos salimos ganando, no cabe la menor duda. También Joseph Losey dirigió su más importante, extensa y memorable cinematografía en nuestro continente.

"Mercado de ladrones" fue una de las últimas joyas filmada en Hollywood con que Jules Dassin castigó la conciencia norteamericana que alardeaba de poseer la Constitución más democrática del mundo. Entronca en esa saludable corriente del cine crítico, y tiene hoy todavía ese aura mítico porque en ella apreciamos cierta concomitancia con el Kazan de "La ley del silencio" ¿Casualidad? Lo dudo... Elia Kazan debió beber los vientos por el magnífico film de Dassin. Hasta le hizo repetir el mismo papel al gran Lee J. Cobb. Richard Conte no era Marlon Brando, pero cuando se metía a redentor no había dios que lo crucificara.

Finalmente, y como regalo último para este film negro, desasosegante alegato de corrupciones mercantilistas, e impecable documento social de aquellos sectores públicos que constituían los grandes mercados norteamericanos de los años 30 y 40, Valentina Cortese, renombrada actriz italiana, que ya había trabajado con Antonioni, y que el mismísimo Berlanga se traería más tarde hasta su impagable "Calabuch", emanando un erotismo de gata en celo por aquellos angares repletos de frutas, se merienda cada plano del film, y gana la batalla con ese rostro bellísimo, anguloso y su pelo rizado. Dassin nos descubre a la mejor Valentina Cortese, (que únicamente filmaría dos películas más en EEUU para volver luego a Europa), y en todos los aspectos, convierte a su personaje en el más genuino de todo el film: un espléndido retrato de heroína, difícilmente olvidable.


No es tan sólo una película especialmente negra, sino especialmente necesaria. ¡En inglés!